La casa tomada

La granja de la que les hablé ayer, mis valedores, un retazo de paraíso circundado por florida arboleda que conocí habitada por toda suerte de animales de uña, pluma, pezuña y pelaje. La propietaria reconocía uno por uno a venados, ardillas, conejos y ratas de campo, los cuidaba y les daba de comer. Y cantaba. Recuerdo al ama y señora sentada bajo el almendro, la perrita “Brisa” en su regazo, conmigo ayudándole a distribuir la comida. Y la paz.

Pues sí, pero un mal día llegaron el advenedizo y sus matarifes, y la señora cometió la torpeza de contratar al espurio. Ahí comenzó la ruina de un mundo idílico: la finca conoció el olor de la sangre. En amaneciendo, el impostor,  “por ahorrar víveres”,  enviaba a sus carniceros a matar a los habitantes del bosque. A balazos. El mismo se avocó al combate de ratones y ratas de campo: trampas, venenos. Pero, afán de sobrevivencia,  las ratas huyeron hasta los sótanos de la finca, y ahí se inició el horror…

Primero se apoderaron de la sección del sótano correspondiente a la habitación del fondo, y según se multiplicaban fueron extendiéndose hasta infestar sótano y habitaciones diversas. El rumor del animalero yo lo escuchaba  en mis sueños, y en mis insomnios después. Y aquel estremecimiento.

Matanceros y espurio multiplicaron los ataques contra el enjambre de ratas. A lo cauteloso entreabrían una rajuela de la puerta que daba a las habitaciones o al sótano y descargaban las de alto poder, y ahí la mortandad de ratas, gatos, algún perraco. Sangre, mucha sangre, víctimas innumerables. “¡Voy ganando mi guerra!”, clamaba por darse valor, pero por una rata sacrificada aparecían dos, por esas dos, cuatro más, que a bufidos mostraban las fauces al verdugo que al paso del tiempo parecía disminuir de tamaño mientras más se le agudizaba el tono de voz. “¡Voy ganando!”

Su guerra estaba perdida. El  animalero tomó por asalto las habitaciones que ocupaban los matanceros, forzándolos a huir hasta el último piso de la edificación, desde donde el terror los empujaba a disparar contra todo lo que sentían moverse.

Esta mañana escuché un gemidillo y me asomé a la cocina. “Brisa”, la perrita consentida, agonizaba en un derramadero de sangre que mojaba el regazo de la señora. “¡Un simple daño colateral!” Mi bienamada se limitaba a despedirla con goterones de lágrimas. “Daño colateral”,  humeante el de alto poder.

Y el fin. Este mediodía miré a la dama de mis amores, silenciosa y bañada en sudor, cocinar la bazofia con la que intenta mantener el hervidero de ratas en su cubil, bodrio inmundo que yo habré de vaciar en peroles y trastornar por las bocas de madera que dan a los sótanos.  Compulsión obsesiva, el del rifle continúa gastando la pólvora en los infiernos que su estupidez creó en la finca. Tras de la muerte de “Brisa” supe que debo actuar. Hoy mismo.

Es medianoche en esta parte del mundo. Tratando de contener una turba enrarecida que intenta ganar la azotea, los disparos rayan la oscuridad. Yo, que por acrecentar el hambre de los roedores los dejé sin comer, ahora abro todas las bocas del sótano y con infinita cautela, trepando las escaleras que dan al piso superior, abro la puerta de la habitación refugio de los asesinos, derramo un poco de comida sebosa en el dintel y huyo hasta colocarme detrás de la puerta del corredor. Desde mi escondite escucho la avalancha de patas, ojillos y fauces trepar, rabia y delirio, al escondrijo del impostor. Y lo que ahora se escucha en la oscuridad…

Esto ha sido todo. (Fin.)

La peste

Al punto del mediodía me puse a observarla: bañada en sudor y la cabellera en desorden continuaba parapetada tras de sus peroles hirvientes, preparando una tan cantidad de alimentos que se diría para alimentar a todo un regimiento. Y se trata, en efecto, de toda una famélica multitud. Una muchedumbre de roedores. Quién se iba a imaginar a la dueña de toda la finca como esclava de una plaga de ratas…

Yo día con día trato de auxiliarla, pero ella, en silencio, con un ademán rehúsa mi colaboración. Tal parece que intenta expiar una culpa, de pagar un crimen. Yo, contra mi voluntad, me retiré hasta un rincón de la cocina y me puse a observar las fatigas de la señora. Y es que conozco el motivo de su rechazo: así paga su delito de haber permitido la entrada a la granja a un cierto granuja, un  advenedizo que convirtió un pasaje edénico en una pesadilla de muerte y destrucción. Macabro.

(Desde los sótanos de la casa asciende el hervor enconado de una muchedumbre de ratas que en su impaciencia por devorar la comida  roen tierra y madera de los entresijos de la finca. Quién te mira y quién te vio: seria, callada, reconcentrada en sus peroles hirvientes de sebos y líquidos, la señora se apresura con los recipientes de metal. Dentro de un momento arrojará la comida encima de los roedores, amos absolutos de la situación. A lo lejos, descargas de fusilería…)

Un edén era la granja cuando vine a prestar mis servicios como jardinero, que se extendieron hasta el aseo y el mantenimiento de salas, salones, habitaciones. Un abigarrado cinturón de verdes y flores de todo tamaño y color circundaban la finca donde libres deambulaban ardillas, conejos, y liebres, que la señora conocía uno por uno, y que a uno por uno mimaba y daba de comer mientras cantaba viejas canciones de la tierra vieja, la amada perrita “Brisa” a sus pies. Por la forma amorosa de tratar a todos, aun los perros guardaban un trato armónico con los gatos, y ellos con los ratones y las ratas de campo. Y la paz. Y allá vienen las dos, la señora con su “Brisa” en brazos. Canturreando.

Amor distante, silencioso amor hacia una dama que sólo parecía tener amor para su “Brisa”,  yo mantenía tan limpia la finca como mi sentimiento hacia la dicha mujer que con su dulce ternura frenaba cualquier intento de declaración sentimental de mi parte. Y la paz.

La paz hasta que de repente aquel mal día decembrino veo que aparece el depredador, mediocre insignificante cuya catadura no presagiaba el daño que iba a causar en la finca, y que con malas mañas y una pandilla de maleantes detrás se hizo nombrar administrador de la finca. Ahí se iniciaron los años del horror, de la sangre, de la pesadilla…

Fue el tiempo de la devastación. El impostor, con su pandilla de patibularios, comenzó a lo sañudo su devastación de ciervos, borregos, y liebres habitantes de los bosques que circundan la finca, arrasamiento que comenzó con la mortandad de perros y gatos domésticos, que sucumbieron ante las balas del invasor. Aquel día contemplé a la señora, que en silencio con sus manos crispadas, intentaba volver a la vida los despojos estertorosos de su “Brisa” consentida,  que agonizaba en su regazo. La señora olvidó la costumbre de cantar.

Ya los bosques una pura devastación de pieles y pelos, uñas, plumas y pezuñas, las balas de los matarifes se enfocaron en lo que aún permanecía vivo en el bosque:  ratones y ratas de campo. Los sobrevivientes, instinto de sobrevivencia, se fueron a refugiar en los sótanos de la finca. (Mañana.)

El parto de los Montes

Estoy de fiesta, mis valedores. Los Montes bautizan, y me invitaron al mole,  de Atocpan o oaxaqueño. La Bicha, sí, de la vivienda 36, que parió mellizos. El triponcillo es el vivo retrato de cierto ingenierillo, estadalero u operador de excavadora de los que se afanan en los escarbaderos de la futura Supervía que irá de aquí hasta Los Pinos, soñador que no fuera Ebrard. ¿No advertirá el del abrazo de la Plaza Mariana, que al apapachar a Norberto Rivera y al beato del Verbo Encarnado apuñaló por la espalda el laicismo y desbieló el motor que pudiese trasladarlo hasta el sillón de allá arriba?

Total, que el recién nacido hagan de cuenta el excavador de la Supervía, bien haya el chamaco. Pues sí, pero lástima: la hermanita gemela también ha salido con cara de escavador. Trágico. El susodicho, después de la excavación,  anocheció y no amaneció en la obra negra, y ojos que te vieron ir…

“No importa –con sus molotitos de carne, el abuelo, eufórico-. Yo les doy mi apellido, que tengo más Montes que la Madre Sierra”.Y que para el bautizo piensa echar la casa por la ventana. “Total, que de todas maneras Ebrard me la cuarteó con su trabajada”. Y que un fiestón para celebrar que las dos criaturas vinieron predestinadas de Dios. “Y si no, bigotón, ¿cómo iban a sobrevivir al recinto del mal donde fueron a nacer estos inocentes?” (¿Recinto del mal? Ajale. Más tarde iba a enterarme del tal.) Aquí la crónica del alumbramiento de los Montes gemelos.

La Bicha, según su propia versión, comenzó con las contracciones por ahí de las 6 a.m., con don Cuco Montes todavía esperanzado en que todo se redujera a lo indigestos que en la noche resultan pozole y  tlacoyos. Cuando se rindió a la evidencia, ya con la cabecita del primero pidiendo pista para aterrizar, don Cuco solicitó al sanatorio una ambulancia que en menos de tres horas levantaba a la parturienta, y vámonos a cubrir las 20 o 25 cuadras que nos separaban de Urgencias. “Aguanta, Bicha”. Yo, de acomedido.

10:13 a.m. A sirena abierta nos enfrentamos a las callejas del Centro Histórico. En el callejón de Mil Metros, contra-esquina de Mil Usos,  nos engarrota el primer embotellamiento del día. Los 14 militantes de la Federación Popular Revolucionaria de Comerciantes en Ropa Reciclada y Similares, que bloquean la Avenida Juárez con todo y el hemiciclo del Benemérito: “¡Este! ¡Puño! ¡Síse! ¡Veee..! ¡Exigí! ¡Mooosss!

Dentro de la ambulancia La Bicha, todavía ecuánime, experimenta los dolores cada 12 minutos flat. Yo, que le ayudo a bien parir, voy tronándomelas de nervios, las manos. “Calma, bigotón”. Me sonríe. “Respira hondo”, me dice. Su frente, húmeda de sudor.

12:26 p.m. Logramos librar la mega-marchita de los 14 y avanzar casi media cuadra. Y aquel calorón. Metros adelante, integrantes de la Asamblea de Barros, Artesanías y similares, que secuestraron Venustiano Carranza y anexas. Yo, semejante ansiedad. Mis nervios, pariendo cuates. Los de la mega-marchita, ambulantes desplazados: “¡Ebrard, carboncito,  sal para fuera y óyenos!”

13:12: La ambulancia, el frenón. Los de esta nueva mega-marchita poco exigen: paz en el orbe, fuera gringos de Irak y Afganistán, juicio político a Calderón! ¡El pueblo-unido- jamáseráven-cído!” Los coches, atrapados sin salida. Vendaval de cláxons, música de viento. Como si seis millares de cláxons pudiesen enfriar el ardor revolucionario de los Wallaces, Martís y Sicilias. Las causas de los marchantes, justísimas, casi siempre. Sus estrategias, pésimas, porque… (Mañana.)

Psicosis y paranoia

La población del DF está sufriendo un proceso de paranoidización progresiva como mecanismo defensivo ante la reducción paulatina del espacio vital y el incremento de la violencia y la criminalidad. (J. V. Rocabert.)

La intolerancia, mis valedores, síntoma de una sociedad abrumada con problemas de salud mental. Suspicacia, temor, desconfianza que nos tornan cardos espinosos dentro de una comunidad donde  unos a otros nos rechazamos y donde tenemos la casa por cárcel. La intolerancia es nuestro símbolo y seña de identidad en tanto comunidad como resultado de casi cinco años del sangriento gobierno del Verbo Encarnado. Miedo, temor, desconfianza, suspicacia, crispación y su desembocadura en la intolerancia. ¿Cuántos de nosotros nos desplazamos en esta ciudad soportando apenas nuestra cargazón de psicosis? A principios del sexenio anterior éramos uno de cada seis quienes registrábamos esta carencia de salud mental.  Hoy día, en el México de las cabezas sin cuerpo y los cuerpos descabezados, ¿cuántos andaremos en el filo de la susodicha psicosis? Intolerancia.

La intolerancia de los capitalinos, afirma la psiquiatra Elsa Robinskis, se ha agudizado en los últimos años debido a la falta de disciplina, respeto y responsabilidad social.

Intolerancia y religión. Lo afirmó Tertuliano hace 1,800 años (y fue tachado de hereje): “Por ley natural y por ley humana, cada uno es libre de adorar a quien quiera. La religión de un individuo no perjudica ni beneficia a ninguna otra persona. Va contra la naturaleza de la religión el imponer la religión”.

En San Juan Chamula, el cacique: “Aquí está prohibido no irle al PRI y practicar una religión distinta a la católica.  Nosotros somos católicos y priístas por tradición. No estamos dispuestos a aceptar a personas de otra religión ni de otro partido político. En el pueblo todo aquel que no se sujeta a  las tradiciones y costumbres es expulsado. La presencia de un solo partido y una sola religión es lo que nos ha mantenido unidos. Nosotros vamos a seguir matando a todos los no católicos. Les cortaremos la cabeza. Paraje por paraje nos vamos, y a seguir cortando cabezas”.

Cuando los expulsados se quejan ante el gobierno y éste trata de aplicar la ley, afirma E. A. G., presbítero, ellos amenazan con cambiar de partido político. Así manipulan al gobierno. Antes, los votos del PRI eran negociados  con la cancelación de órdenes de aprehensión en contra de ellos. Ahora las casillas se llevaron a los parajes y ahí las rellenaron. El candidato priísta acordó con las autoridades chamulas que si votaran por el PRI les permitirían que las expulsiones continuaran.

Del Instituto de lo Sagrado Luz sobre Luz: “Todavía falta mucho camino por recorrer para que la tolerancia de la que hoy se habla en México se convierta en un verdadero aprecio y reconocimiento de la diversidad”.

Tumbalá, Chis. Los mil 500 habitantes de  Emiliano Zapata fueron obligados por un grupo armado a abandonar el lugar, luego de que les quemaron treinta y ocho casas y saquearon las escuelas y la tienda de abarrotes. Varios secuestrados fueron llevados a El Naranjal y La Revancha, donde se les encerró en el templo y se les mantuvo tres días sin probar alimento. “Nos querían convencer de que cambiáramos de religión”. En Ahuacatenango, cinco campesinos heridos dejó como saldo la agresión de grupos católicos encabezados por las autoridades caciquiles priístas. Socorristas de la Cruz Roja Mexicana se negaron a prestar auxilio a las víctimas”.

Dios. El dios de ellos. (México.)

 

Siento que voy a volverme loco

Y fue así, mis valedores, como volví a recuperar la fe en la razón humana, que andaba extraviando en aquella casa de locos. El manicomio, sí,  que acabo de visitar. Ah, esos extraviados de su razón que, ausentes de este que es el mundo chato y prosaico de la realidad, a lo sonámbulo van y vienen de un rumbo a otro de su propio universo de lo irreal y distorsionado, tan real para ellos, y que ellos han forjado armónico, según imagino, y  luminoso de magia, de hechizo, de encantamiento; un universo a la medida de un cerebro exaltado, distorsionado, feliz; el mundo de los privados de su razón. Yo, receloso, los observaba al tiempo que mi guía, comedido y gentil, me iba mostrando el jardín, el dispensario, los dormitorios, la población de internos, ellas y ellos. Comedido y gentil, pero de súbito:

– Me gustaría contar con usted para algo que traigo entre manos y me trae excitado…

Me escamé, de reojo le examiné las manos. Nada indecoroso relacionado con la entrepierna parecía proponerme el de los bifocales. Soporté la tentación de indagar el objetivo para el que querría contar conmigo y seguí observando a aquellos desdichados de la enrevesada razón, soberanos de antros nebulosos donde conviven, cohabitan con su delirante ralea de alucinaciones, ellos gimientes y gesticulantes que ya a lo furtivo, ya a lo estentóreo y siempre a lo desatinado, con lo inexistente razonan sus incoherencias en el cautiverio perpetuo de la celda con barrotes de fierro, libre tan sólo la errante pupila que se posa en la  cresta del árbol aquel, en el crestón del cerro, en la nube, en el azul, el todo, la nada, en fin. Yo, aquella humana compasión. Mi guía volvió al objeto “que traía entre manos”.

– Primero, y antes de exponerle mi plan y pedirle que lo secunde: ¿qué opina de estos primeros años del gobierno calderonista? ¿Cómo puede calificar la medida gubernamental de nuestro señor presidente, que en un alarde de valentía que lo dibuja como estadista de fuste, y como vía para dar a los mexicanos la seguridad y justicia que se merecen, tuvo la visión de enfrentar a los capos del crimen organizado? ¿Querría usted cooperar en un proyecto para que el titular del Ejecutivo..?

Un repentino estremecimiento en el bajo vientre. Involuntario, el rechinar de dientes. Con asco y rabia intenté apartarme del de bata blanca, pelos negros y caspa gris, pero el temor a perderme en los laberintos del edificio y extraviar la puerta de salida me llevó a soportar las palabras del sospechoso. “Pero que no vaya a resultar lo que estoy sospechando”, pedí al cielo, y seguimos explorando los entresijos del manicomio. En el fono de la sombría edificación un repentino vocerío. Después, el silencio que peinaban ráfagas de un viento resfriado.

– Porque usted, si es un ciudadano con valor civil y justiprecia la medida de gobierno  adoptada por nuestro señor presidente, sabrá apreciar la entereza de quien resiste a pie firme las críticas de los malintencionados (locos peores que los que tenemos encerrados en las celdas especiales de allá, mire).

Cerrando los ojos lo dejé pasar. Obsequioso (pobre, pensé, cuánto más le valdría ser uno más de los residentes de la “casa de salud”),  me llevaba por celdas, jardín, corredores de un infierno donde deambula aquel hato de desventuras, racimo de desatinos dispersos o aborregados, distantes todos de todo y de todos. Fuera del mundo; como aquel que con desvaída sonrisa y pupilas errantes cargaba encima su locura pacífica. (Esta locura termina el próximo lunes.)

 

La querella del “mundo nuevo”

Esta vez, mis valedores, el encontronazo de los dos mundos, que se produjo un día como hoy, pero de hace 519 años.  Mi retablillo anual:

Cuando ellos llegaron nosotros teníamos la tierra y ellos la Biblia. Cierren los ojos, nos dicen. Cuando los abrimos ellos tenían las tierras y nosotros la Biblia.

¿Qué tan cierto es, mis valedores, que nuestros pueblos ya dilapidaron identidad y conocimientos, pensamientos y formas de ser y vivir de su raíz indígena que guardaban hasta la llegada de “tan crueles y despiadados conquistadores”? Del encontronazo de dos mundos:

“Vimos llegar tres enormes embarcaciones cargadas con nuestro porvenir. No han parado de ir y venir desde entonces. Así lo contaba el mito de los tradicionales de nuestra tierra, quienes lo leyeron en las mismas estrellas que orientaban a los navegantes hacia América. Ahora cuentan que cumplimos doscientos años de la independencia. Pero nuestra memoria tiene miles de años, recuerda que el territorio no se llamaba como hoy, ni hablábamos como hoy, y comíamos otros alimentos, y pasaban las cosas de otra forma. Estamos acá y somos millones, es el grito de los indígenas de toda nuestra América que construyen hoy el territorio tradicional superando la sociedad del mercado, levantados sobre los propios pies y renovados del mito que avisó lo que la historia nos ha traído, así como su terminación”.

Visión y versión de Marx y Engels:

“El descubrimiento de América y la circunnavegación de Africa ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición”.

¿Fue Colón el primer visitante de nuestros antepasados indígenas? Malqueriente de su gloria, M. André: “En Porto Santo Colón conoció por casualidad a Alonso Sánchez, que había desembarcado, moribundo; lo llevó a su casa y se enteró por él de que la Antilia, de donde él retornaba, existía en realidad (…) Desde ese momento el objetivo principal de la vida de Colón fue descubrir la Antilia y las otras tierras de la parte occidental del océano. Pero no quiso que se dijese con fundamento que había seguido los pasos de otros, que no había descubierto, sino simplemente encontrado lo descubierto por otros”.

Por conocer algo más del alumbramiento dificultoso del “nuevo mundo” aquí un esbozo de la aventura de lo real maravilloso que  a lo largo de 33 días iba a recalar en la isla de los “arruacos”, Guanahní, en retacillos que entresaco de libros diversos. La revelación que el sacerdote egipcio hiciera a un Solón apabullado ante una cultura de Egipto que a la de Atenas exhibía en pañales (en Platón las tierras del Mundo Nuevo se columbran, se insinúan apenas entre las nieblas de la fantasmagoría y el realismo mágico):

“Las escrituras dicen que una gran fuerza domeñó en cierta época vuestra ciudad (Atenas); esta fuerza se dirigía osada a toda Europa y Asia desde el mar Atlántico. Delante de su desembocadura, que vosotros llamáis Columnas de Hércules, había una isla mayor de Libia y Asia juntas, desde la que se abría a los navegantes el paso a las otras islas, y desde estas islas, a todo el continente de allende este verdadero mar”.

(El descubrimiento,  mañana.)

 

¡Quémenlos!

El comunismo destruye a la familia, Comunismo en México nunca, Muera el comunismo, Dios, patria, familia y libertad. ¡Viva México! ¡Muera el comunismo! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!” (Pancartas y mantas.)

Tlatelolco ayer; hoy, el aborto. ¿Cuánto ha avanzado el país en respeto a derechos humanos  desde el MURO y cristeros tardíos hasta el Estado laico que encarcela a mujeres que se atreven a abortar? Por de entender mejor los sucesos de Tlatelolco presenté ayer ante ustedes la parte inicial de la crónica que en septiembre de 1968 publicó El Heraldo, de infeliz memoria, sobre la encerrona que llevaron a cabo militantes del MURO y fanáticos de la prédica clerical. Mis valedores:

Hoy, según sus acciones, Washington, el gran capital, las sotanas, El Yunque y el duopolio de televisión marcan los rumbos del país a un beato del Verbo Encarnado que un 1º. de diciembre, al embrocarse la banda presidencial, juró cumplir y hacer cumplir la Constitución. Laus Deo. Aquí finaliza la crónica de El Heraldo sobre el acto masivo que los dirigentes de la Coalición de Organizaciones para la Defensa de los Valores Nacionales (sic) realizaron en el estadio futbolero de esta ciudad para apoyar la inminente represión cuartelera contra los “comunistas” y el “oro de Moscú”.

“Cuando ya había casi 12 mil personas dieron la orden, y un grupo de muchachos salió al ruedo con un monigote de cartón que representaba a los guerrilleros: gorra cuartelera, camisa y pantalón verde, luengas barbas, en las manos un libro nefando: el diario del Che. El vocerío creció: gritos exasperantes (sic) exigían: ¡Quémenlo, quémenlo, quémenlo!

Subrayaban su exigencia con enérgicos ademanes, con el pulgar tenso apuntando hacia la arena. Alfonso Aguerrebere, desde el micrófono, estimulaba esas manifestaciones: ¡Queremos Ches muertos! ¡Gasolina! ¡Dónde hay gasolina! La multitud rugía, exaltada: ¡Mueran! ¡Gasolina! Algunos acercaron cerillos al guerrillero, y segundos después todo allí era fuego, gritos incontenibles, histeria. Los presentes entonaron nuestro sagrado Himno Nacional Mexicano”.

De la gasolina y El Heraldo al linchamiento: Puebla, 18 de sept., 1968. “Un campesino y 3 excursionistas fueron linchados por los habitantes de San Miguel Canoa, instigados por el cura Enrique Meza.  “¡Son comunistas!”

Todo se inició cuando un grupo de excursionistas empleados de la Universidad Autónoma de Puebla y un amigo procedente del DF trataron de ascender al monte Malintzin, a cuyas faldas se encuentra San Miguel Canoa. Obligados por el mal tiempo regresaron al pueblo y por lo avanzado de la hora no les fue posible hallar transporte para el regreso. Buscaron asilo para pernoctar en San Miguel Canoa, pueblito de 5 mil habitantes. Se les negó. El campesino Lucas García ofreció  su casa a los jóvenes. Al rato las campanas de la capilla repicaban. Por el micrófono del Zócalo se informó: había un grupo de comunistas que iban a izar una bandera rojinegra. Dos mil lugareños armados con rifles, cuchillos y pistolas, fueron a la casa de Lucas, exigiendo la entrega de los excursionistas. De nada valieron las explicaciones; él y varios empleados de la UAP fueron sacrificados a machetazos. De milagro escaparon cuatro, uno fingiéndose muerto tras de recibir un machetazo en la cabeza”.

De Tlatelolco, mis valedores,  a la celda carcelaria para las embarazadas que se atreven a abortar, ¿cuánto ha avanzado el Estado laico que rigen televisión,  mega-ricos, sotanas y beatos del Verbo Encarnado? Clama el poeta: Mi país. (Ah, mi país.)

 

 

¡A lincharlos!

Cristianismo sí, comunismo no”  apenas ayer; hoy día, cárcel a la mujer que se atreva a abortar. Mis valedores: de 1968 al 2011, ¿ha avanzado este país? ¿Cuánto ha avanzado? ¿Retrocedido, tal vez? ¿Cuánto pudo haber reculado desde el Tlatelolco de Díaz Ordaz hasta el México de los 50 mil cadáveres que ha generado la cofradía del Verbo Encarnado? Laico es el Estado mexicano, jura la Carta Magna. ¿Es laico el Estado? A sofocos y trompicones, pero al enjaretarse la banda presidencial el que todavía el día de hoy habita en Los Pinos juró cumplir y hacer cumplir la Ley fundamental. ¿Ha honrado su juramento? ¿Nosotros, en tanto, qué?

En fin. Como para pulsar el ambiente que llevó al estallido de Tlatelolco  transcribo la reseña de alguna de las acciones públicas con que un mes antes del Dos de Octubre los Norberto Rivera y Sandoval Iñiguez de aquel entonces, por aquel entonces al trascuerno (a trasmano, quiero decir) lograron incendiar una pradera que hoy día, a golpes de El Yunque, El Vaticano y el beaterío del Verbo Encarnado, pudiesen convertir en hornaza una vez más. Por si algo pudiésemos, quisiéramos aprender de la historia:

Fue en septiembre cuando los reaccionarios perpetraron la manipulación de unas masas que, ánimos en llamarada, días más tarde habrían de caer en la bestialidad del linchamiento en San Miguel Canoa, Puebla. que organizó y dirigió un presbítero de nombre Enrique Meza, que la jerarquía católica trasladó a alguna parroquia oaxaqueña después de su acción. Y no más. Es México, un Estado no sólo laico, sino de derecho también. Septiembre.

Lo proclamaba, triunfal, El Heraldo, de memoria infeliz: ¡Manifestación Anticomunista en la Plaza México! Cerca de 12 mil ciudadanos y jóvenes (sic) se congregaron ayer para realizar un acto de desagravio a nuestros símbolos nacionales, que derivó en una exacerbada manifestación anticomunista. Gritando: ¡Vivan los granaderos! ¡Viva México! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, comenzaron a llegar, desde las once y media de la mañana, en compactos grupos que antes habían participado en otra manifestación en la Basílica de Guadalupe. A las 12 horas, 3 mil mujeres, jóvenes y ancianos, habían extendido numerosas mantas y exhibían pancartas: ¡Comunismo en México, jamás! Cristo Rey, tú reinarás, Contra los traidores, Muera la bandera rojinegra, Dios, patria, familia, libertad, Cristianismo sí, comunismo no, Apartidas comunistas fuera de México, etc

El principal organizador, desde un micrófono, dirigía las porras: ¡México nunca será comunista! ¡Viva México! ¡Mexicano! ¿Estás dispuesto a defender a tu patria? Los gritos, las porras: ¡México, México!, subrayadas por el rítmico chocar de las manos de los asistentes: ¡Vivan los granaderos! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Muera Castro Ruz!

Cuando ya había allí cerca de 12 mil personas, los dirigentes de la Coalición de Organizaciones para la Defensa de los Valores Nacionales dieron la orden y un grupo de muchachos salió al ruedo con un monigote hecho de cartón que representaba a los guerrilleros: gorra cuartelera, camisa y pantalón verde, luengas barbas, en las manos un libro nefando: el diario del Che…

El vocerío creció: gritos exasperantes (sic) exigían: ¡Quémenlo, quémenlo, quémenlo!, y quienes tal pedían subrayaban su exigencia con enérgicos ademanes, con el pulgar tenso, apuntando hacia la arena. Alfonso Aguerrebere, desde el micrófono, estimulaba esas manifestaciones: ¡Queremos Ches muertos! ¡Gasolina! ¡Dónde hay gasolina!

(Esto sigue mañana.)

Tlatelolco

Del Derecho Internacional: “Se entiende por genocidio cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal”.

El dos de octubre, mis valedores, ¿genocidio? ¿Sabemos, acaso, lo que es genocidio?  Tengo en la mente la imagen un líder estudiantil del 68 que, exasperado, muestra en sus manos fotos de cuerpos descuartizados, tirlangas de civiles, baños de sangre inocente:

–          ¿Más pruebas del genocidio? ¡Esta es una muestra clara del genocidio!

Genocidio es el término creado por el jurista polaco R. Lemkin y adoptado por el Derecho Internacional, que en el proceso del 1945 en Nuremberg lo utilizó para calificar las acciones de barbarie y vandalismo perpetradas por los criminales de guerra del Tercer Reich:  “Se trata de un genocidio deliberado y metódico, es decir, el exterminio de grupos raciales y nacionales de la población civil de ciertos terrenos ocupados, con el fin de aniquilar determinadas razas y partes de naciones y pueblos, grupos raciales y religiosos, en particular judíos, polacos y gitanos, etc”.

Del Texto de la Convención sobre Prevención y Castigo de Delitos de Genocidio:

Las partes contratantes, considerando que la Asamblea General de las Naciones Unidas ha declarado que el genocidio es un delito de Derecho Internacional contrario al espíritu y a los fines de las UN y que el mundo civilizado condena; reconociendo que en todos los periodos de la Historia el genocidio ha infligido grandes pérdidas a la humanidad; convencidas de que para liberar a la humanidad de un flagelo tan odioso se necesita la cooperación internacional, conviene en lo siguiente:

Art. I. Las Partes contratantes confirman que el genocidio, ya sea cometido en tiempo de paz o en tiempo de guerra, es un delito de Derecho internacional que ellas se comprometen a prevenir y a sancionar. a) matanza de miembros del grupo; b) lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física total o parcial; d) medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.

Art. III. Serán castigados los actos siguientes: a) el genocidio; b) la asociación para cometer genocidio; c) la instigación directa y pública a cometer genocidio; d) la tentativa de genocidio; e) la complicidad en el genocidio. IV. Las personas que hayan cometido genocidio o cualquiera de los actos enumerados en el artículo III serán castigadas, ya se trate de gobernantes, funcionarios o particulares.

Así hasta el No. XI, que alude a trámites y procedimientos a los que se sometió dicha Convención, que desde 1950 “estuvo a disposición de los países que aún no se adhirieran a ella y quisieran hacerlo”.

Genocidio: un ejemplo en América:

“En 1974 la Com. Int. de Investigaciones de los Crímenes de la Junta militar de Chile hizo constar que desde el otoño de 1973 se efectuaba en ese país una acción de exterminio entre los indios araucanos y los gitanos”.

El término genocidio, mis valedores, ¿quedaría claro? Aquello atroz perpetrado el 2 de octubre de l968 en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco,  ¿genocidio, masacre?

Tlatelolco, 10 de Junio, El Charco, El Bosque, Acteal,  Nunca más, fue el clamor de las masas sociales. Nunca más. Llegó entonces el gobierno del Verbo Encarnado, con 50 mil cadáveres en sus alforjas, y entonces… (México.)

¿Más leyes de estas?

¿Tomar la calle, señor Sicilia, y ¡e-xi-gir! más leyes que ya promulgadas nunca nadie cumplirá ni va a hacer cumplir? Cuando leo y escucho sus proclamas  (estilo trasnochado de Marcos el subcomandante) ¡e-xi-gien-do! del gobierno leyes que garanticen la seguridad en este que es el país de los 50 mil cadáveres, recuerdo leyes como aquella Cartilla de los indígenas que en su tiempo de gobernante mandó publicar Ernesto Zedillo. ¿La conoce usted? Una ley excelente, que más no se puede pedir. La denuncia de algún Sicilia de aquel entonces:
“En México los indígenas son víctimas de discriminación y viven en la pobreza extrema. Son tantas las violaciones a sus derechos que pareciera que ellos no existen o no tuvieran personalidad jurídica”.
¿Pero acaso  no fue el propio Zedillo quien liquidó tal deuda histórica? “¡Nunca más un México sin sus comunidades indígenas integradas al desarrollo nacional; nunca más un México sin oportunidades para todos, nunca más un México sin justicia, sin estado de derecho y sin respeto a la ley!”
Justicia que garantiza la susodicha Cartilla de los Indígenas, cuadernillo minúsculo (cabe en la palma de la mano) que Zedillo mandó publicar: “Los indígenas tenemos los derechos de todas las personas, hombres y mujeres, niños y adultos, sin distinción de raza, nacionalidad, idioma, pensamiento, creencias religiosas o políticas, o nivel económico, establecidas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Carga Magna, las leyes que se derivan de ésta y los pactos y convenios internacionales firmados por México.
Tenemos derecho: A la vida, a la libertad, a la seguridad personal y a ser tratados con dignidad y respeto. A no ser torturados, ni  detenidos ni encarcelados, a menos que se nos acuse de cometer una infracción o un delito. En caso de ser acusados de algún delito a ser juzgados conforme a la ley. Contar con las garantías que establece la Constitución. Tener abogado defensor y, si no dominamos el idioma español, a que nos auxilie un traductor con conocimiento de nuestra lengua, en todos los actos del procedimiento, y a que se nos considere inocentes mientras no se pruebe lo contrario.
Tenemos derecho a no ser discriminados, y a que se respeten prácticas, usos, costumbres y tradiciones étnicas, lingüísticas, religiosas, sociales, políticas o culturales que no atenten contra los principios establecidos en la Constitución ni contra los derechos de alguna persona. A que impere en nuestra familia la igualdad de derechos para el hombre y la mujer, el niño y la niña. Las mujeres tenemos derecho a un trato digno y respeto como seres humanos; a que no se nos someta a ningún tipo de violencia, sea ésta física, psicológica, moral o sexual, y a que no se nos haga víctimas de discriminación alguna respecto de los varones.
A la libertad de pensamiento, conciencia y religión, y a cambiar de religión.  A reunirnos pacíficamente o asociarnos con cualquier fin lícito, sin que nos obliguen a pertenecer a grupos o partidos.  A participar en asuntos políticos, de modo directo o a través de representantes libremente elegidos.  A elegir o ser elegidos para cargos públicos, con garantía de sufragio universal, libre y secreto.  A que se nos satisfagan de modo  oportuno, adecuado y suficiente nuestras necesidades los derechos laborales y sindicales.  A participar en actividades artísticas, culturales o científicas con garantía de nuestros derechos autorales. (Edificante legislación, ¿no le parece, señor Sicilia? ¿Y? Sigo después.)

Beatos del Verbo Encarnado

La píldora del día siguiente, mis valedores. Algún magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en concordancia con el criterio previamente manifestado por algún Calderón que le propició la toga en la SCJN, logró con su voto que México diese un salto mortal, un estrepitoso reculón hasta mediados del XX, laus Deo. Ahora colocar en ese mismo tiempo histórico la píldora del día siguiente, método de anticoncepción hormonal que, como recurso de planeación familiar, han autorizado las autoridades del Sector Salud. ¿Asesinas las susodichas, genocidas, qué?
En fin, que desde el 2007, fecha en que estuvo al alcance de la mujer en este país, clamó  la Arquidiócesis de México:
– ¡La píldora de emergencia erige al gobierno y a sus autoridades de Salud en jueces que deciden quiénes viven o quienes deben morir. Son verdugos que utilizando el dinero de los impuestos llevan a cabo un genocidio de inocentes.
Responden los aludidos: “Este método no es de ninguna manera abortivo, pues lo que hace es inhibir la ovulación e impedir que se una el óvulo con el espermatozoide. Una vez que se ha instalado el embarazo, la pastilla no tiene efecto ninguno”.
– La Arquidiócesis contraataca: ¡Esa es una píldora abortiva, que interrumpe el proceso de la vida de un ser humano que está en desarrollo y que tiene todos los derechos, como el fundamental a la vida!
La del embrión, como lo nombra la Ley General de Salud, desde el momento de la concepción hasta la semana número 12, que hasta la hora de su nacimiento es feto; la del individuo, como lo denomina el Código Civil, y cuyo uso, según Norberto Rivera, cardenal de la Iglesia Católica, es “un método que asesina a inocentes”.
Y aquel 131 Bis del Código de Procedimientos Penales:
El Ministerio Público autorizará en un término de veinticuatro horas la interrupción de embarazo (…) cuando ocurran los siguientes requisitos: Quinto: que exista solicitud de la mujer embarazada. Las instituciones de salud pública del Distrito Federal deberán, a petición de la embarazada, practicar el examen de la existencia del embarazo, así como su interrupción.
La rigidez de las medidas represivas ha generado mayor clandestinidad y prácticas ilegales. Se presume que el aborto inducido tiene consecuencias patológicas, en las que sobresalen represiones, angustia y sentimientos de indignidad, de vergüenza y de culpa. Existe, sin embargo, una gran cantidad de investigaciones que demuestran que esto no ocurre así. En México los prejuicios han impedido, incluso, las investigaciones que pudieran aclarar nuestros problemas específicos.
Si el personal que la rodea  tiene la idea de que se ha cometido un asesinato y así lo expresan o se lo hacen sentir a la mujer, es inevitable la aparición de algunos de estos trastornos psiquiátricos, que no se dan cuando se brinda un manejo amable, afectuoso y moral.
Aborto, tema tabú. ¿es un derecho de la mujer? ¿Un crimen en ciertas circunstancias legalizado? ¿Legalizarlo, no legalizarlo? ¿Cuándo sí y cuándo no? Y aquí, a juicio mío,  la enjundia de la controversia: ¿en qué momento lo concebido es sólo un embrión, un feto, un producto? ¿Todavía antes de las 12 semanas de gestación es lícito expulsar al producto como una adherencia más dentro de organismo? ¿Cuándo ha adquirido la categoría de una vida humana que hay que respetar, preservar, o se cae en el asesinato? Mis valedores: esta polémica no es del día de hoy, que ya hace siglos fue ponderado por Tomás de Aquino. (El dicho del “Seráfico”,  después.)

Tlatelolco

El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco. ¿A dónde vamos? ¡Oh amigos! Luego, eso fue verdad. Ya abandonan la Ciudad de México. El humo se está levantando. La niebla se está extendiendo…
Fue un día como el próximo domingo, pero de hace 43 años, cuando Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, anocheció empantanada de sangre recién derramada, para que al día siguiente amaneciera pulcra, recién relujada, como si horas antes no la hubiesen crispado de cadáveres. ¿Cuántos civiles asesinados? Doscientos, según documentos desclasificados en Washington, por más que muy otra es la historia oficial.
Fue en 1978. Los reporteros se acercaron al Gral. José Hernández Toledo, jefe que fue del Batallón Olimpia la tarde de Tlatelolco:
– General, ¿realmente falleció el número de personas que se afirma murieron el 2 de octubre del 68?
Rotunda, la respuesta del  militar: “No, miren, en Tlatelolco no falleció ninguno”.
La historia oficial, ese interesado manipuleo de la crónica que viene desde Tlacaélel (¿desde antes?) en una tradición que han mantenido los alquilones al servicio del Poder, como aquel de nombre Rafael Solana, hoy difunto y ya desde antes muerto en vida, una vida que dedicó a quemar incienso a los premios literarios, al presidente en turno y a la belleza de la que fuese “primera dama”. De la masacre (¡no genocidio!) de Tlatelolco lo publicó el Solana de marras:
– Ganas de exagerar que tiene la gente.  El 2 de octubre fue una catástrofe de muchísimas menores proporciones que un accidente de aviación no muy grande, o que unas vacaciones de Semana Santa en las carreteras del país, mucho menor que el incendio de un teatro, ¿y a eso se le ha pretendido  dar dimensiones de epopeya? ¿Y se ha llegado a la exageración ridícula de decir antes de Tlatelolco y después de Tlatelolco? Pero cómo, ¿acaso, cuando el choque de trenes en Topilejo, se llegó a decir antes de Topilejo y después de Topilejo? Qué ganas de exagerar…
Que Tlatelolco nunca más. Hoy, cuando aquí, allá y en todos los rumbos de la rosa se encienden los focos rojos, cuando las aguas bajan turbias y parece que el Poder intenta despertar al México bronco, vale decir desde lo íntimo del cogollo del espíritu:
Que Tlatelolco nunca más. Nunca…
Pero lo que es el poder de los medios de condicionamiento sobre unas masas domesticadas:  en el sangrante amanecer de Tlatelolco la ciudad capital amaneció  en brama olímpica, colguijes y banderitas  tremolando al viento como signo de confraternidad, mientras el represor autócrata, manos tintas en sangre, clamaba ante la rosa de los vientos:
– ¡Todo es posible en la paz!
Y todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos; con esa lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados…
Bueno, sí, pero más allá de la historia oficial,  ¿qué fue lo que realmente se perpetró en Tlatelolco? ¿Cuáles fueron sus antecedentes, y qué consecuencias produjo en nuestro país? Lo apuntaba The York Times hace unos años:
“Si la historia la escriben los ganadores, la de México podría sufrir una importante corrección. Una Comisión de la Verdad sería ser una ventana hacia un panorama de secretos, una caja de Pandora política. De ser abierta, podría destruir al Revolucionario Institucional, que durante 71 años de dominio en México controló el flujo de información, los archivos del Estado y la versión oficial de la historia. Muchos capítulos de la versión oficial son falsos o están llenos de huecos”.
Mis valedores: es  Tlatelolco. Es México. (Este país.)

¿Sigue en Los Pinos Echeverría?

¿Su guerra sucia se prolonga en México? ¿Sus fuerzas regulares,  escuadrones de la muerte y Halcones continúan generando miles de desplazados en el país? ¿Se advierte, acaso, diferencia alguna entre el gobierno del tablajero priísta y el matancero del Verbo Encarnado? Aquí, la voz de los desplazados del Sistema de poder, víctimas sometidas a despojos de sus tierras y pérdida de sus costumbres y tradiciones. Así, palabra a palabra,  comunican a ustedes su situación conflictiva:

Buscamos donde sobrevivir. Cada vez somos más mexicanos los que hemos debido abandonar nuestras casas, trabajo, comunidad. Esto, contra nuestra voluntad, dejando costumbres y tradiciones ancestrales, producto del esfuerzo familiar de años y generaciones enteras. En este proceso por salvar la vida hemos visto fragmentarse nuestras familias y  sufrido la pérdida de seres queridos.

Desde los 80s comunidades y organizaciones diversas hemos venido luchando por un cese al desplazamiento. En Huitzilan, Puebla, la Unión Campesina Independiente (UCI) ha denunciado  hostigamiento, desaparición y violencia que sufren por parte de paramilitares y caciques para apropiarse de sus tierras.

Violencia han sido el despojo de los triques del Municipio Autónomo de San Juan Copala, Oaxaca, y la masacre de Acteal, donde indígenas tzotziles fueron asesinados por un grupo paramilitar, que provocó el desplazamiento de toda la comunidad. En todos los casos participan paramilitares que actúan bajo resguardo y complacencia del Estado  para desplazar a la población civil de forma masiva.

Luego del revés sufrido al intentar apoderarse de las tierras de Atenco mediante la expropiación para construir un Aeropuerto (proyecto que incluía el desplazamiento de los pobladores originarios, campesinos en su mayoría con un arraigo muy fuerte a su tierra), el Estado afina su estrategia para instaurar sus proyectos, que incluye el fomento de grupos paramilitares y el traslado de la violencia de la “Guerra contra el narco” a las comunidades, con lo que ha legitimado la presencia del ejército en gran parte del país, que cumple una función de hostigamiento a la población civil en su conjunto, particularmente  a las organizaciones sociales.

Desarraigados en nuestro propio país, víctimas de intereses económicos, políticos y militares, cargamos sobre nuestros hombros el peso de las masacres, las desapariciones forzadas, las torturas, violaciones sexuales, los allanamientos ilegales y los encarcelamiento arbitrarios, todos ellos reconocidos como delitos de lesa humanidad.

Nos desplazan para apoderarse de nuestras tierras y bienes. Nos han expulsado por liderar procesos sociales de beneficio comunitario o por expresar opiniones críticas sobre la realidad social, política y económica del país. El Estado, a quien responsabilizamos de nuestra suerte por acción u omisión, nos ignora, nos niega, nos reprime.

¿Qué hacer? Para hacernos oír con más fuerza y buscar soluciones colectivas nos hemos organizado en pequeños grupos, asociaciones, comités y asentamientos marginales a lo largo y ancho de nuestra geografía. Un logro, sí, pero aún andamos dispersos, atomizados, sin referentes organizacionales de carácter regional o nacional. Nuestras demandas son locales y grupales, y por ello no hemos tenido la fuerza suficiente para hacer que el gobierno nos tome en serio. Tal es el motivo por el que ahora hemos realizado el Primer encuentro Nacional de Desplazados, cuyos resultados diremos a ustedes en breve. (Vale.)

 

¿”Ciudad homicida”?

¿“Hornos crematorios”? “Genocidio?” Dios

Así pues, mis valedores, ¿retrocedemos hasta el Medievo en lo que toca a la facultad que asiste a la mujer para decidir sobre su propio cuerpo?  ¿El derecho de un feto sobre el derecho de una mujer? Para decidirse a interrumpir el embarazo durante las primeras 12 semanas de gestación, ¿no se le reconocen circunstancias válidas, apremiantes? ¿Cárcel y excomunión para la desdichada que decida interrumpir su embarazo? Así pues, y  según criterios dogmáticos y “religiosos” inválidos en un Estado laico como aparenta ser el nuestro, ¿el cigoto es ya una persona, con todas las características y derechos de todo ente humano “desde su inicio en la concepción y fecundación”?

“Al margen de consideraciones religiosas el feto es una persona humana en potencia; interrumpir su desarrollo vital no tiene ni el valor ni las consecuencias que tendría en un ser humano actualizado”.

Como en las épocas oscuras de los abortos clandestinos: arrojar a algunas  malafortunadas al horror de la clínica clandestina, al peligro del ambiente insalubre, al lucro y a la rapacidad del “espantacigueñas”. Qué rudas presiones tendrán que soportar los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación  en el momento de decidir sobre la validez  de algunas regulaciones locales, como las de Baja California y San Luis Potosí. En fin.

Aborto, hipocresía y tartufismo. En el México de hace algunos sexenios coexistían dos países, uno real y otro ficticio. La contradicción entre ellos dos era enorme, y el predominio de la mentira, causa y efecto de la corrupción y la inmoralidad públicas, su consecuencia. Las prohibiciones contra el aborto sustentaban el país de las frases, el país irreal, frente al país de los hechos, el México real. En qué medida pueda ser válida la interrogante de los años 60:

¿Se practica el aborto en nuestro país? Qué pregunta. Históricamente el aborto, legal o ilegal, se ha practicado siempre y en todos los estratos y grupos étnicos. La sociedad mexicana ha practicado y practica el aborto inducido ilegal, al margen, a pesar y en virtud de la legislación penal que lo sanciona.

En México las mujeres abortan, pero queremos creer que no lo hacen; el Estado finge castigar el aborto y por ello quiere hacernos creer que no existe. El número de juzgados y sentenciados por este delito es casi imperceptible, frente a los miles de abortos clandestinos. La sociedad mexicana cierra los ojos ante el aborto, mientras lo practica a escondidas, y el fenómeno sigue en aumento, precisamente por la actitud puritana del Estado de mantener una norma legal absolutamente impracticable.

Y que “el aborto lo practican mayormente mujeres casadas, con muchos hijos, católicas y en una edad promedio de 30 años. No es un problema de jóvenes, de solteras o de relaciones extraconyugales o ligeras. Las mujeres no sólo mueren por aborto, sino que, además, quedan lesionadas, en un porcentaje alto, en su capacidad reproductiva, sexual y de estado general”.

“El criterio del periodismo tiene connotaciones muy negativas: asesinato, crimen, pecado, homicidio, libertinaje, destrucción, egoísmo. Puras razones morales, para ignorar las de tipo social y económico. Quienes se oponen al aborto, siempre  en función de sus intereses de clase y posición ideológica, son los partidos políticos y profesionales de la clase media, organizaciones patronales, eclesiásticas y religiosas, etc.. Ello propicia una monstruosa demanda de abortos y un mercado negro e ilegal”.  (Mañana.)

 

Muerte viva

¡Libérame de la muerte viva! ¡Libérame de la vida en la muerte, libérame de la vida y de la muerte!

México, 19 de septiembre de 1985, triste de recordar. Fue un día como hoy, pero de hace 26 años, cuando esta nuestra casa común amaneció a ser lo que desde entonces ha sido: la herida que no cesa, y el llanto y el duelo colectivo por la tragedia descomunal.

Digo sismos y se me viene a la mente Agadir, la ciudad de Marruecos a la que un sacudimiento te­lúrico arrancó desde sus cimientos porque hace décadas fue remeci­da por un sismo mortal de necesidad. El México nuestro sobrevivió en­tero, más entero que antes, que la sobrevi­vencia es su signo. Mientras el mundo per­manezca no acabarán la fama y la gloria de México-Tenochtitlan. Agadir fue destruida, pero esta nuestra casa común se irguió, su­turó sus mataduras y siguió su destino: al­tiva, inmutable, eterna. Es México, la capital.

Hoy, como año con año, evoco la trage­dia de Agadir, que sobrevive en el estreme­cido testimonio del poeta Arthur Lundkvist, quien logró salvar la vida en el drama sís­mico que arrancó del mapa aquella ciudad. Días después, ya vuelto a Suecia, su tierra, so­bre la experiencia traumática del fallecimiento de Agadir creó un extenso poema, vivido, lírico y visceral, “para cum­plir un deber para conmigo y con los de­más, tanto para con los supervivientes co­mo con sus muertos”.  Hoy, con fragmentos del citado, me propongo recordar, honrar, testi­moniar mi homenaje a tantos que sucum­bieron bajo las furias del sismo que aca­lambró los entresijos de la ciudad mexicana. Por cuanto a Agadir, la desventurada, aquí diversos fragmentos del poema, que invito a pronunciar; en silen­cio, tal vez:

El cielo era de un azul duro, de éter y acero, – el sol era un horno abierto y el día una piedra blan­ca laminada por lenguas violeta, -las nubes llegaron como hu­mo de carbón. – De repente el suelo se sacudió, profundos estremecimientos recorrieron la tierra – los perros contestaron de todas partes con au­llidos prolongados, y un lamento sordo sur­gió de las gentes. – Ahora todo dependía de la tierra, de su indiferencia o de su ira.

Me oí gritar en sueños (nunca podré saber qué grité) – mientras el terremo­to crecía, irresistible – y las sacudi­das se hacían más fuertes, más violentas, parecían venir de todas partes al mismo tiempo. Una revolución surgía de las entrañas de la tierra,  – un trueno de las pro­fundidades, abrumador y pesado, -un estallido de paredes, un agrietamiento, un desmoronamiento…

¡Libérame de la muerte viva! – Más insoportable que la locura es esta tum­ba en las tinieblas, – las piedras me cu­bren y me rodean, -no hay aire suficiente ni para que respi­re una rosa; – ¡asfíxiame de una vez, como unas manos estranguladoras! – ¡Ahógame, aplástame con un bloque de piedra! – Todo menos esta tortura en el ara del sacrificio. -¡Arranca ya el corazón de la víctima, cla­va el cuchillo de piedra!

Agadir, nunca más, – Agadir, para siem­pre en nosotros, ciudad de la vida y de la muerte, vida y muerte unidas en un so­lo cuerpo, – Agadir, hundido ya en el pasa­do, espejismo eterno ante nosotros, – Agadir, preparación, advertencia – de lo que quizá nos espera: la gran aniquilación, – el mundo en ruinas, la tierra desolada, sólo el humo de la muerte desvaneciéndose en el espacio, nunca más, – para siempre – Agadir”.

Ellos, o aún mejor: todos ustedes, los caídos del Jueves Negro, presencia en la memoria colectiva. Ustedes. Todos. (A su memoria.)