El parto de los Montes

Estoy de fiesta, mis valedores. Los Montes bautizan, y me invitaron al mole,  de Atocpan o oaxaqueño. La Bicha, sí, de la vivienda 36, que parió mellizos. El triponcillo es el vivo retrato de cierto ingenierillo, estadalero u operador de excavadora de los que se afanan en los escarbaderos de la futura Supervía que irá de aquí hasta Los Pinos, soñador que no fuera Ebrard. ¿No advertirá el del abrazo de la Plaza Mariana, que al apapachar a Norberto Rivera y al beato del Verbo Encarnado apuñaló por la espalda el laicismo y desbieló el motor que pudiese trasladarlo hasta el sillón de allá arriba?

Total, que el recién nacido hagan de cuenta el excavador de la Supervía, bien haya el chamaco. Pues sí, pero lástima: la hermanita gemela también ha salido con cara de escavador. Trágico. El susodicho, después de la excavación,  anocheció y no amaneció en la obra negra, y ojos que te vieron ir…

“No importa –con sus molotitos de carne, el abuelo, eufórico-. Yo les doy mi apellido, que tengo más Montes que la Madre Sierra”.Y que para el bautizo piensa echar la casa por la ventana. “Total, que de todas maneras Ebrard me la cuarteó con su trabajada”. Y que un fiestón para celebrar que las dos criaturas vinieron predestinadas de Dios. “Y si no, bigotón, ¿cómo iban a sobrevivir al recinto del mal donde fueron a nacer estos inocentes?” (¿Recinto del mal? Ajale. Más tarde iba a enterarme del tal.) Aquí la crónica del alumbramiento de los Montes gemelos.

La Bicha, según su propia versión, comenzó con las contracciones por ahí de las 6 a.m., con don Cuco Montes todavía esperanzado en que todo se redujera a lo indigestos que en la noche resultan pozole y  tlacoyos. Cuando se rindió a la evidencia, ya con la cabecita del primero pidiendo pista para aterrizar, don Cuco solicitó al sanatorio una ambulancia que en menos de tres horas levantaba a la parturienta, y vámonos a cubrir las 20 o 25 cuadras que nos separaban de Urgencias. “Aguanta, Bicha”. Yo, de acomedido.

10:13 a.m. A sirena abierta nos enfrentamos a las callejas del Centro Histórico. En el callejón de Mil Metros, contra-esquina de Mil Usos,  nos engarrota el primer embotellamiento del día. Los 14 militantes de la Federación Popular Revolucionaria de Comerciantes en Ropa Reciclada y Similares, que bloquean la Avenida Juárez con todo y el hemiciclo del Benemérito: “¡Este! ¡Puño! ¡Síse! ¡Veee..! ¡Exigí! ¡Mooosss!

Dentro de la ambulancia La Bicha, todavía ecuánime, experimenta los dolores cada 12 minutos flat. Yo, que le ayudo a bien parir, voy tronándomelas de nervios, las manos. “Calma, bigotón”. Me sonríe. “Respira hondo”, me dice. Su frente, húmeda de sudor.

12:26 p.m. Logramos librar la mega-marchita de los 14 y avanzar casi media cuadra. Y aquel calorón. Metros adelante, integrantes de la Asamblea de Barros, Artesanías y similares, que secuestraron Venustiano Carranza y anexas. Yo, semejante ansiedad. Mis nervios, pariendo cuates. Los de la mega-marchita, ambulantes desplazados: “¡Ebrard, carboncito,  sal para fuera y óyenos!”

13:12: La ambulancia, el frenón. Los de esta nueva mega-marchita poco exigen: paz en el orbe, fuera gringos de Irak y Afganistán, juicio político a Calderón! ¡El pueblo-unido- jamáseráven-cído!” Los coches, atrapados sin salida. Vendaval de cláxons, música de viento. Como si seis millares de cláxons pudiesen enfriar el ardor revolucionario de los Wallaces, Martís y Sicilias. Las causas de los marchantes, justísimas, casi siempre. Sus estrategias, pésimas, porque… (Mañana.)

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