Siento que voy a volverme loco

Y fue así, mis valedores, como volví a recuperar la fe en la razón humana, que andaba extraviando en aquella casa de locos. El manicomio, sí,  que acabo de visitar. Ah, esos extraviados de su razón que, ausentes de este que es el mundo chato y prosaico de la realidad, a lo sonámbulo van y vienen de un rumbo a otro de su propio universo de lo irreal y distorsionado, tan real para ellos, y que ellos han forjado armónico, según imagino, y  luminoso de magia, de hechizo, de encantamiento; un universo a la medida de un cerebro exaltado, distorsionado, feliz; el mundo de los privados de su razón. Yo, receloso, los observaba al tiempo que mi guía, comedido y gentil, me iba mostrando el jardín, el dispensario, los dormitorios, la población de internos, ellas y ellos. Comedido y gentil, pero de súbito:

– Me gustaría contar con usted para algo que traigo entre manos y me trae excitado…

Me escamé, de reojo le examiné las manos. Nada indecoroso relacionado con la entrepierna parecía proponerme el de los bifocales. Soporté la tentación de indagar el objetivo para el que querría contar conmigo y seguí observando a aquellos desdichados de la enrevesada razón, soberanos de antros nebulosos donde conviven, cohabitan con su delirante ralea de alucinaciones, ellos gimientes y gesticulantes que ya a lo furtivo, ya a lo estentóreo y siempre a lo desatinado, con lo inexistente razonan sus incoherencias en el cautiverio perpetuo de la celda con barrotes de fierro, libre tan sólo la errante pupila que se posa en la  cresta del árbol aquel, en el crestón del cerro, en la nube, en el azul, el todo, la nada, en fin. Yo, aquella humana compasión. Mi guía volvió al objeto “que traía entre manos”.

– Primero, y antes de exponerle mi plan y pedirle que lo secunde: ¿qué opina de estos primeros años del gobierno calderonista? ¿Cómo puede calificar la medida gubernamental de nuestro señor presidente, que en un alarde de valentía que lo dibuja como estadista de fuste, y como vía para dar a los mexicanos la seguridad y justicia que se merecen, tuvo la visión de enfrentar a los capos del crimen organizado? ¿Querría usted cooperar en un proyecto para que el titular del Ejecutivo..?

Un repentino estremecimiento en el bajo vientre. Involuntario, el rechinar de dientes. Con asco y rabia intenté apartarme del de bata blanca, pelos negros y caspa gris, pero el temor a perderme en los laberintos del edificio y extraviar la puerta de salida me llevó a soportar las palabras del sospechoso. “Pero que no vaya a resultar lo que estoy sospechando”, pedí al cielo, y seguimos explorando los entresijos del manicomio. En el fono de la sombría edificación un repentino vocerío. Después, el silencio que peinaban ráfagas de un viento resfriado.

– Porque usted, si es un ciudadano con valor civil y justiprecia la medida de gobierno  adoptada por nuestro señor presidente, sabrá apreciar la entereza de quien resiste a pie firme las críticas de los malintencionados (locos peores que los que tenemos encerrados en las celdas especiales de allá, mire).

Cerrando los ojos lo dejé pasar. Obsequioso (pobre, pensé, cuánto más le valdría ser uno más de los residentes de la “casa de salud”),  me llevaba por celdas, jardín, corredores de un infierno donde deambula aquel hato de desventuras, racimo de desatinos dispersos o aborregados, distantes todos de todo y de todos. Fuera del mundo; como aquel que con desvaída sonrisa y pupilas errantes cargaba encima su locura pacífica. (Esta locura termina el próximo lunes.)

 

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