Tlatelolco

Del Derecho Internacional: “Se entiende por genocidio cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal”.

El dos de octubre, mis valedores, ¿genocidio? ¿Sabemos, acaso, lo que es genocidio?  Tengo en la mente la imagen un líder estudiantil del 68 que, exasperado, muestra en sus manos fotos de cuerpos descuartizados, tirlangas de civiles, baños de sangre inocente:

–          ¿Más pruebas del genocidio? ¡Esta es una muestra clara del genocidio!

Genocidio es el término creado por el jurista polaco R. Lemkin y adoptado por el Derecho Internacional, que en el proceso del 1945 en Nuremberg lo utilizó para calificar las acciones de barbarie y vandalismo perpetradas por los criminales de guerra del Tercer Reich:  “Se trata de un genocidio deliberado y metódico, es decir, el exterminio de grupos raciales y nacionales de la población civil de ciertos terrenos ocupados, con el fin de aniquilar determinadas razas y partes de naciones y pueblos, grupos raciales y religiosos, en particular judíos, polacos y gitanos, etc”.

Del Texto de la Convención sobre Prevención y Castigo de Delitos de Genocidio:

Las partes contratantes, considerando que la Asamblea General de las Naciones Unidas ha declarado que el genocidio es un delito de Derecho Internacional contrario al espíritu y a los fines de las UN y que el mundo civilizado condena; reconociendo que en todos los periodos de la Historia el genocidio ha infligido grandes pérdidas a la humanidad; convencidas de que para liberar a la humanidad de un flagelo tan odioso se necesita la cooperación internacional, conviene en lo siguiente:

Art. I. Las Partes contratantes confirman que el genocidio, ya sea cometido en tiempo de paz o en tiempo de guerra, es un delito de Derecho internacional que ellas se comprometen a prevenir y a sancionar. a) matanza de miembros del grupo; b) lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física total o parcial; d) medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.

Art. III. Serán castigados los actos siguientes: a) el genocidio; b) la asociación para cometer genocidio; c) la instigación directa y pública a cometer genocidio; d) la tentativa de genocidio; e) la complicidad en el genocidio. IV. Las personas que hayan cometido genocidio o cualquiera de los actos enumerados en el artículo III serán castigadas, ya se trate de gobernantes, funcionarios o particulares.

Así hasta el No. XI, que alude a trámites y procedimientos a los que se sometió dicha Convención, que desde 1950 “estuvo a disposición de los países que aún no se adhirieran a ella y quisieran hacerlo”.

Genocidio: un ejemplo en América:

“En 1974 la Com. Int. de Investigaciones de los Crímenes de la Junta militar de Chile hizo constar que desde el otoño de 1973 se efectuaba en ese país una acción de exterminio entre los indios araucanos y los gitanos”.

El término genocidio, mis valedores, ¿quedaría claro? Aquello atroz perpetrado el 2 de octubre de l968 en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco,  ¿genocidio, masacre?

Tlatelolco, 10 de Junio, El Charco, El Bosque, Acteal,  Nunca más, fue el clamor de las masas sociales. Nunca más. Llegó entonces el gobierno del Verbo Encarnado, con 50 mil cadáveres en sus alforjas, y entonces… (México.)

Tlatelolco

El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco. ¿A dónde vamos? ¡Oh amigos! Luego, eso fue verdad. Ya abandonan la Ciudad de México. El humo se está levantando. La niebla se está extendiendo…
Fue un día como el próximo domingo, pero de hace 43 años, cuando Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, anocheció empantanada de sangre recién derramada, para que al día siguiente amaneciera pulcra, recién relujada, como si horas antes no la hubiesen crispado de cadáveres. ¿Cuántos civiles asesinados? Doscientos, según documentos desclasificados en Washington, por más que muy otra es la historia oficial.
Fue en 1978. Los reporteros se acercaron al Gral. José Hernández Toledo, jefe que fue del Batallón Olimpia la tarde de Tlatelolco:
– General, ¿realmente falleció el número de personas que se afirma murieron el 2 de octubre del 68?
Rotunda, la respuesta del  militar: “No, miren, en Tlatelolco no falleció ninguno”.
La historia oficial, ese interesado manipuleo de la crónica que viene desde Tlacaélel (¿desde antes?) en una tradición que han mantenido los alquilones al servicio del Poder, como aquel de nombre Rafael Solana, hoy difunto y ya desde antes muerto en vida, una vida que dedicó a quemar incienso a los premios literarios, al presidente en turno y a la belleza de la que fuese “primera dama”. De la masacre (¡no genocidio!) de Tlatelolco lo publicó el Solana de marras:
– Ganas de exagerar que tiene la gente.  El 2 de octubre fue una catástrofe de muchísimas menores proporciones que un accidente de aviación no muy grande, o que unas vacaciones de Semana Santa en las carreteras del país, mucho menor que el incendio de un teatro, ¿y a eso se le ha pretendido  dar dimensiones de epopeya? ¿Y se ha llegado a la exageración ridícula de decir antes de Tlatelolco y después de Tlatelolco? Pero cómo, ¿acaso, cuando el choque de trenes en Topilejo, se llegó a decir antes de Topilejo y después de Topilejo? Qué ganas de exagerar…
Que Tlatelolco nunca más. Hoy, cuando aquí, allá y en todos los rumbos de la rosa se encienden los focos rojos, cuando las aguas bajan turbias y parece que el Poder intenta despertar al México bronco, vale decir desde lo íntimo del cogollo del espíritu:
Que Tlatelolco nunca más. Nunca…
Pero lo que es el poder de los medios de condicionamiento sobre unas masas domesticadas:  en el sangrante amanecer de Tlatelolco la ciudad capital amaneció  en brama olímpica, colguijes y banderitas  tremolando al viento como signo de confraternidad, mientras el represor autócrata, manos tintas en sangre, clamaba ante la rosa de los vientos:
– ¡Todo es posible en la paz!
Y todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos; con esa lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados…
Bueno, sí, pero más allá de la historia oficial,  ¿qué fue lo que realmente se perpetró en Tlatelolco? ¿Cuáles fueron sus antecedentes, y qué consecuencias produjo en nuestro país? Lo apuntaba The York Times hace unos años:
“Si la historia la escriben los ganadores, la de México podría sufrir una importante corrección. Una Comisión de la Verdad sería ser una ventana hacia un panorama de secretos, una caja de Pandora política. De ser abierta, podría destruir al Revolucionario Institucional, que durante 71 años de dominio en México controló el flujo de información, los archivos del Estado y la versión oficial de la historia. Muchos capítulos de la versión oficial son falsos o están llenos de huecos”.
Mis valedores: es  Tlatelolco. Es México. (Este país.)