Compañeros marchantes

Porque hay de marchas a marchas. De movilización a movilización. Aquí, el testimonio de la marcha que en tiempos de Bush realizaron los cubanos por las calles habaneras. “Los forzó a marchar el tirano”, clamaron «medios» de EU., y un cubano les dio la razón:

– ¡Sí, yo marché obligado!

Conmigo tienen razón cuando aseguran que los cubanos fuimos obligados a la Gran Marcha, como antes firmamos la Iniciativa de Modificación de la Constitución. Efectivamente: yo acudí presionado al Malecón, y estoy convencido de que igual les ocurrió a otros de los nueve millones de participantes de todo el archipiélago. De esa misma forma suscribí el documento,  que al final resultó avalado por millones de cubanos mayores de 16 años de edad.

Me obligaron, sí, pero no fue nadie del Gobierno ni del Partido. Me obligaron la memoria, la actualidad y el mañana. Temprano en esas fechas, Félix Varela tocó a las puertas de mi corazón. Al ilustre Presbítero lo acompañaban el Céspedes Padre de la Patria, el Generalísimo dominicano que convirtió el machete en alma independentista, el Bayardo Agramonte, el Calixto de las tres guerras y una estrella en la frente, el Maceo de fuerza en el brazo y en la mente, el Martí Autor Intelectual, el Camilo del pueblo y el Che de América.

Me obligaron los 20 mil hermanos torturados y asesinados por esbirros de la tiranía batistiana, esos mismos prófugos de toda justicia que aún se pasean por las calles de EU donde gozan de privilegios otorgados por las autoridades para detonar explosivos, atentar contra dirigentes de otros países, aumentar fortunas con el tráfico de drogas y de personas, secuestrar a niños…
Me sentí obligado por el Enero de Libertad y el Girón de Victorias, por los niños alfabetizadores en aquella gesta de cartilla y farol. Me obligó la alegría de saber que la tasa de mortalidad infantil es de apenas 6.2 por cada mil nacidos vivos. Y es que disponemos de más de 67 mil médicos a dos pasos del hogar, y de los cuales casi dos mil prestan sus modestos esfuerzos a 110 pueblos desposeídos en otras tierras del mundo.

Me obligaron los científicos de la ingeniería genética y la biotecnología que fabrican armamentos para hacerle la guerra a plagas y enfermedades, y salvar millones de vidas en cualquier rincón del orbe. Y las sonrisas infantiles arrancadas de una muerte segura por la vacunación contra 13 dolencias curables, que flagelan a la niñez de otras latitudes. Me obligaron los millones de alumnos en todos los niveles de la enseñanza, cada vez mejor preparados por sus  maestros, en más de 50 universidades, de sólo tres que existían en 1959, y en los miles de escuelas con equipos de computación, TV y videos para las tele-clases hasta en el más recóndito rincón de nuestra geografía,

Fui obligado a marchar por los abuelos que saben de su vejez garantizada  y por las mujeres, que conquistaron su derecho a la igualdad y que en muchos frentes han sobrepasado a los hombres. Me obligó el orgullo de la Escuela Cubana de Ballet y el Cine  nacional y los más de 60 títulos olímpicos…

Yo marché obligado por el fraude de los sargentos políticos de Miami, y quien con sus discursitos volvió a ofrecerle la Enmienda Plat endulzada a este pueblo mío que se cansó de decir yes  cuando aprendimos a no bajar la cabeza como esclavos, para impedir a tiempo que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos, y caigan con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.         ¡Sí, yo marché obligado!

¿Y los “marchantes” de mi país? (Es México.)

El parto de los Montes

Estoy de fiesta, mis valedores. Los Montes bautizan, y me invitaron al mole,  de Atocpan o oaxaqueño. La Bicha, sí, de la vivienda 36, que parió mellizos. El triponcillo es el vivo retrato de cierto ingenierillo, estadalero u operador de excavadora de los que se afanan en los escarbaderos de la futura Supervía que irá de aquí hasta Los Pinos, soñador que no fuera Ebrard. ¿No advertirá el del abrazo de la Plaza Mariana, que al apapachar a Norberto Rivera y al beato del Verbo Encarnado apuñaló por la espalda el laicismo y desbieló el motor que pudiese trasladarlo hasta el sillón de allá arriba?

Total, que el recién nacido hagan de cuenta el excavador de la Supervía, bien haya el chamaco. Pues sí, pero lástima: la hermanita gemela también ha salido con cara de escavador. Trágico. El susodicho, después de la excavación,  anocheció y no amaneció en la obra negra, y ojos que te vieron ir…

“No importa –con sus molotitos de carne, el abuelo, eufórico-. Yo les doy mi apellido, que tengo más Montes que la Madre Sierra”.Y que para el bautizo piensa echar la casa por la ventana. “Total, que de todas maneras Ebrard me la cuarteó con su trabajada”. Y que un fiestón para celebrar que las dos criaturas vinieron predestinadas de Dios. “Y si no, bigotón, ¿cómo iban a sobrevivir al recinto del mal donde fueron a nacer estos inocentes?” (¿Recinto del mal? Ajale. Más tarde iba a enterarme del tal.) Aquí la crónica del alumbramiento de los Montes gemelos.

La Bicha, según su propia versión, comenzó con las contracciones por ahí de las 6 a.m., con don Cuco Montes todavía esperanzado en que todo se redujera a lo indigestos que en la noche resultan pozole y  tlacoyos. Cuando se rindió a la evidencia, ya con la cabecita del primero pidiendo pista para aterrizar, don Cuco solicitó al sanatorio una ambulancia que en menos de tres horas levantaba a la parturienta, y vámonos a cubrir las 20 o 25 cuadras que nos separaban de Urgencias. “Aguanta, Bicha”. Yo, de acomedido.

10:13 a.m. A sirena abierta nos enfrentamos a las callejas del Centro Histórico. En el callejón de Mil Metros, contra-esquina de Mil Usos,  nos engarrota el primer embotellamiento del día. Los 14 militantes de la Federación Popular Revolucionaria de Comerciantes en Ropa Reciclada y Similares, que bloquean la Avenida Juárez con todo y el hemiciclo del Benemérito: “¡Este! ¡Puño! ¡Síse! ¡Veee..! ¡Exigí! ¡Mooosss!

Dentro de la ambulancia La Bicha, todavía ecuánime, experimenta los dolores cada 12 minutos flat. Yo, que le ayudo a bien parir, voy tronándomelas de nervios, las manos. “Calma, bigotón”. Me sonríe. “Respira hondo”, me dice. Su frente, húmeda de sudor.

12:26 p.m. Logramos librar la mega-marchita de los 14 y avanzar casi media cuadra. Y aquel calorón. Metros adelante, integrantes de la Asamblea de Barros, Artesanías y similares, que secuestraron Venustiano Carranza y anexas. Yo, semejante ansiedad. Mis nervios, pariendo cuates. Los de la mega-marchita, ambulantes desplazados: “¡Ebrard, carboncito,  sal para fuera y óyenos!”

13:12: La ambulancia, el frenón. Los de esta nueva mega-marchita poco exigen: paz en el orbe, fuera gringos de Irak y Afganistán, juicio político a Calderón! ¡El pueblo-unido- jamáseráven-cído!” Los coches, atrapados sin salida. Vendaval de cláxons, música de viento. Como si seis millares de cláxons pudiesen enfriar el ardor revolucionario de los Wallaces, Martís y Sicilias. Las causas de los marchantes, justísimas, casi siempre. Sus estrategias, pésimas, porque… (Mañana.)