¡Todos a pagar!

De cierta fabulilla hablé con ustedes ayer, y les relataba que en luengos ayeres y remotas tierras existió un país de magia y encantamiento habitado por una comunidad de antropoides que desde cierta cabaña situada en un bosque de pinos manejaba el amansador. Por ahí va la cosa.

Pues bien, pues mal, pues pésimo: cierto mal día, traicionando sus promesas de cuando llegó a la cabaña de pinos, el tal buscaba el arreglo al problema de la descapitalización.  Las ventas de cochera que desde 1982 habían venido organizando los antecesores, ya casi nada dejaron en plan de botín para él y aliados de aquí, de allá y de acullá. ¿Casi nada son luz y petróleo? ¡Y rápido!

– ¡A venderle al gringo el petróleo como garantía de que es patrimonio de todos ustedes!

Pero para venderlo había que comenzar pagando los recibos atrasados,  y quiénes otros,  sino los pobladores del bosque. Para los gastos primeros decidió que alimentarlos con la dieta acostumbrada era un desperdicio, y había que ir engordando el cochinito; los cochinitos de la mafia. Y sí, de ahí en adelante restringió la ración de alimentos, y lógico: a la changada le cayó de la changada, y en orangutanes,  gorilas y chimpancés estalló la inconformidad.  Se prendieron los focos rojos, y ahí su táctica, que los maldicientes afirman es plagio vil de un tal homo sapiens):

– ¡E-xi-gi-mos! ¡Este-puño-síse-ve!

(Muy a propósito: tal era la táctica que tan “buen resultado” les redituó contra el predecesor, uno chaparrito, peloncito, getoncito, de lentes. -¿Lo recuerda alguno? ¿Habrá podido olvidarlo?- Los descontentos de entonces, como los de hoy,  al monumento a la Madre.   “En la madre. Qué se me hace que les dejo ir el ejército». Pero ejército cuál, si a cartucho cortado y hedores de pólvora, sangre, llanto y dolor, lo traía meneado en su guerra particular, y qué hacer. Alzada la ceja  izquierda, lo único que se le alzaba, observó cómo los iracundos comenzaban a agitarse, protestar, tomar la calle, levantar los puños y organizar plantones y mega-marchitas. ¡E-xi-gi-mos!»

Ajale. «Ya mero les suelto a los granaderos», a los preventivos, a la ministerial, a la federal, a la judicial, a todas, existentes y canceladas”, aunque su  color  favorito era el verde olivo.  «¡Al plantón!» Y qué hacer. Crispado su ánimo, de repente la priísta salvación para el hombrecillo:

– ¡Vengo a garantizarles la propiedad de su casa con todo y petróleo! ¡Tengo ya el comprador!

– ¡Vino, vino!, clamó el de los pinos. «¡A tiempo vino mi sucesor!»)

Y vino. Hoy, frente al altero de recibos por pagar, puños en alto: «E-xi-gi-mos!» Mantas, pancartas, consignas vituperosas: “¡Nos quitas el petróleo y nos dejas sin luz! ¡Proyanqui!”

Ahí, abriendo los brazos, amoroso  “¿Cuál es su problema?”

– ¿Que cuál?  Se frena la mega-marchita. “¿Nuestro problema?” El de la cotorina azul: «Contra tus promesas de campaña, al gringo le ofertas luz, petróleo y las escrituras de la casa. Le entregaste el país, ¡y a nosotros una ración de hambre!”

Y que cuál es esa ración. «¡Tres plátanos en la mañana y cuatro en la tarde!”

El priísta, buen conocedor de changadas: “¿Tres plátanos en la mañana y cuatro en la tarde? Tienen razón, pero escúchenme: ¡Desde mañana van a tener no tres, sino cuatro plátanos por la mañana y tres en la tarde! ¡A ustedes sólo corresponde pagar los recibos de luz y petróleo!

¡Bravo! Reventó el júbilo. ¡Ya no tres, sino cuatro en la mañana, con tres en la tarde!» ¡Todos a ayudarle a pagar!”

Yo me quedé pensando. Qué más. Es México. (Vaya país.)

El tejedor de promesas

Del parque público hablé con ustedes ayer, de uno que visité ayer tarde, ya al pardear. Y qué aspecto melancólico el del sitio abandonado de la municipalidad que de forma heroica mantiene en pie sus arbustos y tiñe de un color que intenta el verde sus setos y logra el milagro de que en sus arbolillos encanijados trinen los pájaros.

Y amarás los parques solitarios en que se pasean las desgracias – con la cabeza baja, y los sueños se sientan a descansar.

Un ánimo apachurrado me llevó a hablar de esos que observé deambulando en el parque. Su imagen daba la impresión del limbo melancólico de los entenados de la fortuna que a diario reciben el aletazo de la desdicha. «Porque antes que mi pan viene mi suspiro».  Y a errar sin rumbo y sin asidero por el parquecillo de arrabal. Véanlos ahí, malaventurados cuyas voces silenciosas hacen segunda a Job:

¿Por qué se da vida a los de ánimo en amargura? Porque antes que mi pan viene mi suspiro, y mis gemidos corren como aguas…

El parque público de barriada. Me puse a observar a los seres aquellos, y el ánimo se me oscurecía: casi todos jubilados de la vida que acudían a tristear, a matar un tiempo que los mata a ellos. Pero, ¿ y eso?

Eso. No todo iba a ser el limbo de lo decrépito, de lo jorobado que arrastra los pies. Ahí,  detrás del seto que se alza en el rincón, ella y él, ánimo encabritado y sangre en hervor.

Y algún novio la busca bajo la falda, – mientras la sirena de la ambulancia da la hora – de entrar a la fábrica de la muerte.

Y hablando de faldas válgame, que fue entonces. Ahí, jaloneos enérgicos, esa pareja machihembrada en la penumbra de su petate de pasto. Lo que  vi, lo que oí,  me curó el ánimo ceniciento. Ahí, asordinadas, atropelladas,  esas voces que quise reconocer. Sigiloso, me atejoné detrás del seto, y entonces…

¡Pero si es nada menos que La Macarena, trabajadora doméstica de la señora viuda de Vélez, La Maconda! ¡Y el galán es El Síquiri, que me la tiene en tres y dos e intenta tenerla en cuatro! Ya consiguió tenderla en la lona –en el pasto- y la tiene inmovilizada, que sólo faltan las tres palmadas del réferi. Dos manos atacan, dos manos defienden, dos manos meten, dos manos sacan, y atropellado el resuello, y la lengua rápida, salivosa:

– Andale, reinita, decídete, que conmigo lo tienes asegurado.

Peligro. Ante la erguida trompeta del Josué jarocho las murallas del Jericó doméstico  parecen a punto de venirse al suelo. Al zacate. Y qué muros pudiesen resistir la lengua verbosa del atacante: que vamos juntos al cambio, y que yo le prometo un mejor empleo, y que yo la quito de padecer. Anda, decídete, no te resistas, y que blá blá.

Y las manos. Esas manos. Y a echársele encima. «Conmigo, reinita, usté va a ordenar, y su siervo a obedecerla. Andale, cariñito, para darte tres regalos: son el cielo, la luna y el mar.

Las murallas crujen. Pujan. Se sofocan. (¡No, Macarena, resista!) «Vamos juntos al cambio. Yo te garantizo seguridad. Yo te ofrezco amor, mucho amor, más que López Obrador».

Pero no, que de súbito la muralla se da el levantón, bájase la falda, cúbrese el pecho y se alisa la greña. Resollando a trancos: «¡Y tú que dijiste, ésta mensa  ya cayó! Es mexicana, total; me la ataranto a promesas y acaba dándomelo. ¡Padrotearme nomás,  eso es lo que buscas, baquetón!»

Y que sácate a la quién sabe qué. (Me sorprendí aplaudiendo.) Y  mis valedores: al labioso no se le hizo, como sí se le va a hacer a cualquier lengua suelta el 1o. de junio. ¿O no? (Lástima.)

Taller de Lectura – 12 febrero 2012

Taller de lectura correspondiente al 12 febrero 2012. En este taller el maestro Tomás Mojarro habla acerca de las interrogantes de ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo? Y ¿a dónde voy? Según la religión y la ciencia; así como el amor verdadero y un cuento brasileño llamado el cortejo de lo divino.

¿Ese era yo?

Ah, tiempos aquellos, los de mi primera juventud, tan lejanos, tiempos que fueron los de la abundancia de ideales y la carencia económica; de la escasez de ropa y la prodigalidad de una greña que escurría Glostora. Aquellos tiempos, mis tiempos, fueron los del primer amor (todos los amores son el primer amor), tiempos de la sota moza de la prosapia Orendáin deambulando por el parque arbolado mientras que uno acá, con los puros ojos bebiéndosela desde lejos, el sudor en las manos y la taquicardia en un corazón lacerado de ansias amorosas. La Orendáin, Guadalajara.

Pero no todo se me iba a ir en  mirar de lejos y suspirar. A la mano tenía nada menos que el reputadísimo San Juan de Dios, por aquel entonces mi barrio y también por aquel entonces claveteado de antros, piqueras y mancebías, doctores espantacigüeñas y enfermedades venéreas. Ahí mismo el templo, su altar, su agua bendita y su confesionario con harponazos de penicilina espiritual. Qué tiempos…

Primera juventud y sus noches de sábado en la entraña viva de San Juan De Dios. Yo, hormona alborotada, de turbio en turbio las pasaba encuevado en el muy honorable salón para familias La Nalgada: la moneda con la que el cliente liquidaba el servicio de la bailadora daba el derecho a estamparle rotunda palmada ya en la derecha, ya en la zurda, a escoger. (Mal resisto la tentación del juego de palabras.) Y venga en la sinfonola “Pachito e’ che” con  el Caruso del trópico, Benny Moré:

“Pero qué bonito y sabroso”. Almendra, danzón con el que tú, benemérita desconocida, me enseñaste el arte del meneo (ese juego de palabras. En fin.)

Ya va amaneciendo, ya la cruda realidad se enrosca en el vientre y se trepa a la cabeza. La hora ha sonado de aliviar la panza con pancita caliente, picosa, y dejar sitio a la media de ostiones. Y a volver a vivir. No lloro, nomás me acuerdo. Qué tiempos aquellos, los de mi primera juventud. Hoy vivo la quinta, pero a todo vivir…

Me acuerdo, repito, de que llegaba el domingo. A misa de doce y, ya liviana la conciencia, vámonos a tirar dos que tres clavados. No en los dineros públicos, no,  sino en la pública alberca. Ya la panza aliviada con pancita caliente, vengan del trampolín los estruendosos panzazos. Cuando menos acordaba ahí el asalto nocturno de la primer llamada del ángelus, y caiga encima la noche, y ya de noche y al amparo de la oscuridad cómplice… (Mis valedores: ¿no los estaré aburriendo? Por sí o por no, aquí aderezo el guiso con una salsa levemente sicalíptica. Ahí les voy.)

Yo arriba, ella abajo, y la pareja, que no tenía para cuando acabar. Aclaro: yo  arriba, desde lo alto de la gayola, miraba allá abajo la pantalla del cine Park o del Regis, pista y campo de combate donde la pareja de cómicos (¡el Gordo y el Flaco!) todo se le iba en correr, brincar, caer, alzarse, trastabillar,  y ya tropieza, ya derriba el jarrón, la lámpara, la fuente de frutas; y ya resbala en el plátano, chilla, se soba, distorsiona el rostro con todo un catálogo de visajes y muecas, y sigan los tumbos, los choques, los mojicones. Laurell y Hardy, y no digo más.

A mí, cuyo carácter aún no se agriaba y aún con la sangre dulzona sin llegar al punto de la diabetes; a mí, que aún conservábame virgen de tantos achaques (conciencia política, cantatas de Bach, formas de organización ciudadana y demás lobanillos del áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada a veces, y a veces nomás agónica), las chistosadas del cómico en la pantalla me los reblandecían, me los humedecían. (Mañana.)

Parejas sado-masoquistas

Al tema del amor me referí ayer aquí mismo, y el espacio se agotó cuando me disponía a analizar uno de los símbolos que encuentro en La zorra y las uvas, la fábula popular. Porque de repente te entusiasma esa sota moza seria y honesta, de rostro agraciado y físico soberbio. Y esa nariz, esos labios, ese mirar que… Nada, que ella será la mamá de mis hijos.

Ilusionado, la abordas una y otra vez, y le confiesas tu sentimiento y tus intenciones, y una y otra vez ella se niega a corresponderte. Derrotado, por fin, abandonas tu asedio y, dolorido, ahí la autodefensa de la zorra:

– Que se largue, pues. No aceptó un sentimiento limpio como el que yo honestamente le ofrecía, pero salí ganando. Pues qué se ha creído, si es una pretenciosa, cuando no pasa de ser lo que es, una pobre empleada de banco. Y de un banco extranjero. Quién dice que no ande por ahí con su jefe o con alguno de los empleados. Total…

(Total, que están verdes las uvas.)

Pareja sado-masoquista, el lado oscuro del amor. Erich Fromm diferencia dos maneras de manifestar amor: en el modo de tener o en el modo de ser.  “Experimentar amor en el modo de tener implica encerrar, aprisionar o dominar al objeto “amado”. Debilita, sofoca, es mortal. La mayoría de las veces hacemos mal uso de eso que llamamos amor. Esto, para ocultar que en realidad no se ama, sino que confundimos el amor con algún otro sentimiento. ¿Pero qué eso que se disfraza de “amor”?

Eso se nombra soledad. El ente humano se siente solo, está solo, la soledad es su segunda naturaleza y lo acompaña del nacimiento a la muerte. Por eso es que aunque la persona sea maltratada, humillada por su pareja como un “objeto” más, continúa convencida de que es amor lo que siente, y que la agresión que recibe es una prueba de amor. Ella depende de su pareja, y se niega a ver su situación de esclava. Mientras el ser amado  la humilla y maltrata,  ella jura que esa es su forma de amar. Mentira. Han integrado una relación sado-masoquista aunque no se manifieste más allá de las palabras, una co-dependencia y una aberrante simbiosis. (Ahí nuestro espejo en cuanto pareja. ¿Nos reconocemos en él, o mejor apartar la mirada y seguir como hasta hoy día?)

Fromm describe los impulsos sado-masoquistas a partir de un concepto al que llama “carácter autoritario”. Para la persona con esa característica solo existen dos tipos de humanos, los que tienen poder y los que no lo tienen. Esa persona con carácter autoritario también puede presentar otras manifestaciones de conducta, como la total admiración por la figuras de mayor poder que él. Incluso podríamos decir que para él nada significa quien no tiene el poder. Es así como se integra la pareja sado-masoquista: “me dejo someter ante los que tienen poder, por el amor al poder mismo que yo siento, pero desprecio, ataco y humillo a quienes no lo posean.”

La persona con impulsos sádicos puede mostrar su carácter de forma abierta u oculta, pero con su conducta hacia la pareja exhibe su necesidad de dominación. Esas parejas celosas, esos esposos golpeadores, esas mujeres resignadas a la violencia intrafamiliar. Pero ocurre que la parte explotada llega a necesitar del explotador, y entonces reprime su sentimiento de odio y temor y presenta sustitutos hasta el grado de  ddisfrazar la violencia que recibe con una profunda admiración hacia el explotador. Así, termina por desear el poder bajo la sumisión ante alguien más poderoso. Y el torcido razonamiento de la pareja. (Ese, mañana.)

El amor, ese estado de gracia

Yo vi repuntar el sol – en un vaso de cerveza – bonito sería el amor – si acabara como empieza – pero acaba con dolor – y punzadas de cabeza”.

Pues sí, pero a fin de cuentas, ¿qué es eso que nombran amor? ¿Una mezcla de serotonina y otras sustancias químicas en el cerebro? ¿Nada más? ¿A eso se reduce el amor? Yo traté de encontrar una respuesta más acorde con el sentimiento que me inspira a estas horas Mi Única, y de manos a asombro me fui a topar con la afirmación del filósofo, y lo cito de memoria:

“Habla del amor quien no lo conoce. El enamorado no se detiene a definirlo. El lo vive, sin más”. Y esta otra: “¿Definir el amor? ¿Mirar el sol de frente?” El creyente en ese estado de gracia: “La edad no te protege del amor, pero el amor sí te protege de la edad”.

Aunque ahí la frase despectiva del cínico: “El amor es la ocupación de los desocupados”. (Diógenes.)

“Prácticamente no existe ninguna otra actividad o empresa que se inicie con tan tremendas esperanzas y expectaciones y que, no obstante, fracase tan a menudo”.

Tal afirma Erich Fromm, que trata el amor en tres de sus libros: Tener o Ser, El miedo a la libertad y, por supuesto, El arte de amar,  indispensable para conservar la mutua afección como indispensable es el oficio para el carpintero que construye una mesa. ¿El maestro que nos enseñe el arte de amar, la receta para conservar ese sentimiento? Búsquelos, dice Fromm, cada amoroso, cada pareja en amor, que el secreto es único, personal e intransferible, lástima.

Y que es nuestra actitud frente al amor lo que lo hace tan difícil: uno busca que lo amen, sentirse amado, pero no se enfoca en amar. El proceso:

a).- Le pides a una persona sea tu pareja. ¿Qué hacemos cuando esta persona nos dice que no?  Quizá se produce un sentimiento de tristeza, de frustración, y de menosprecio por quien nos rechazó (autodefensa). Porque pedimos ser amados, no amar.

b) Te aceptó, te dio el sí. Me siento en las nubes, entro a un gran estado de “enamoramiento”, pero ¿por cuánto tiempo? Ese es otro dilema del amor: ¿hasta cuando somos capaces de amar? El enamoramiento es precioso, pero amar verdaderamente no es cosa sencilla.

El amor como mercado. La advertencia de la madre, las amistades, las personas que influyen en nosotros: “Hija, busca un hombre de posibles. Ese no te conviene. ¿No ves que no tiene en qué caerse muerto? Ese no pasa de ser un ni-ni: ni trabaja ni estudia”.

“Hijo, cómo te fuiste a fijar en una chica tan fea”. “¿Que qué? ¿Enredarte con esa coqueta, falta de pudor?” “Apártate de esa impúdica. ¿No ves cómo se viste, cómo camina por la calle nomás provocando a los hombres?”

Y él: “Mamá,  ¿si primero te enterases de qué chica te estoy hablando?”

La soledad. Otro aspecto importante es el sentimiento de aislamiento o soledad que siente el ser humano. A propósito,  Karen Horney:

“Uno de los rasgos predominantes de los neuróticos de nuestro tiempo es su excesiva dependencia de la aprobación o del cariño del prójimo. Todos deseamos ser queridos y sentirnos apreciados, pero en los neuróticos la dependencia del afecto o de la aprobación resulta desmesurada. {…} Pueden sentirse heridos por el mero hecho de que alguien no acepte sus invitaciones o deje pasar algún tiempo sin hablarles por teléfono {…}; tal hipersensibilidad es susceptible de ocultarse, empero, bajo una actitud de ¡qué me importa!”

Actitud que ilustra a cabalidad la fábula de La zorra y las uvas, ¿la recuerdan ustedes?

El amor sigue mañana. (Aguárdenlo.)

 

La separación de los amantes

Al Centro de acopio me referí  ayer y anudé la referencia con mi única, ausente para nunca más. Aclaré que aunque asunto personal, el amor y la ausencia son la sustancia de la relación de pareja, de modo tal que la mitad de ustedes habitan en ese estado de gracia que es el amor y el resto  en plena elaboración de la ausencia. ¿Que alguno ni amor ni dolorimiento? Difunto es, y ni lo sabe ni le interesa, lástima.

Sigo con la relación de esa mi única cuya imagen me asalta en pleno día, y que apretando los dientes y todo lo apretable logro vencerla. Sin las muletas del inválido espiritual: que si el Prozac, que si las copas, que si…

En el día me asalta la imagen de mi única y yo aguanto su embestida tres, cuatro siglos de 60 segundos cada uno, y al final, boca amarga y fruncimientos de espíritu, ¡triunfé! Percibo alejarse en derrota la dulcísima sombra. Y a seguir viviendo (¿esto es vivir?). A existir en la almendra de mi soledad. Ah, pero en la medianía de mi sueño, el desquite…

Ahí sí rindo la plaza a los fuegos fatuos que, embeleco dulcísimo, me hacen creer que ella está conmigo como cuando yo era yo feliz y no lo sabía. Suelto entonces la madeja del amor, el sufrimiento, la ternura, las lágrimas. Si ustedes me vieran en pijama y bata bajar a la cocina y, hervoroso todavía, poner a hervir la de tila para los nervios…

Pero achaques de la ausencia: un sueño (blanco y negro) me visitó  anoche; callejón en penumbra, corazón del barrio bajo. En cierto acto circense desangelado el oficiante, vestido de oriental, acaba de serruchar a la joven que, entera y espléndida, sale de su ataúd, ¡me sonríe! El mago la apresura para seguir camino. Yo, desesperado por no perder el rastro de la niña del ataúd que me sacara del de la soledad, le pregunto dónde volver a encontrarla “Donde haya una feria”, responde con esa su voz, y va retirándose mientras yo, a lo desesperado, le pido sus señas telefónicas.    “No tengo teléfono”.

Tensa ella, anhelante. Yo: “anote el mío”, y tomo un trozo de papel, ¡y el bolígrafo no tiene tinta! Lo restriego en el papel y logro asentar los primeros seis dígitos: 56-52-00…

(Niña, regresa encontrémonos en la región de mis sueños, donde vivamos una vida de ilusión y embeleco. Regresa.) “Vámonos ya”, le urge el mago. Ella sonriéndome, aguarda el cacho de papel. ¿Cuáles son las dos últimas cifras, Dios? Y es tal mi esfuerzo de concentración, y es tal el ímpetu por que ese cordón umbilical no se rompa, que abro los párpados. Ahí, en la penumbra, las fosforescentes pupilas, mirándome “¡Un 2 y un 6 los dígitos que faltaban!”, le grito.

En el claror del alba mi clamor fue escuchado por la cortina, el buró, el libro encima las pupilas del gato, que confundí con las que miraba en mi sueño. Dolido, desalentado, le pasé una mano por el pelaje, como acariciar una que cuál su nombre seria. Si en sueños pudiera saberlo, para mí no todo estaría perdido. Y es aquí donde regresa el  Centro de Acopio de El Valedor.

Volví a dormirme, y en sueños señoras diversas cargaban con víveres y medicinas. Vi la oportunidad para deshacerme de estas que me apesarn. “Llévenselas, pocas me quedan, de algo pueden servir a algunos”. Se negaron. “Nomás estorban. Ya ni se usan”. Y adiós. Qué les costaba llevárselas. Estropeadas, pero casi enteras; desteñidas, pero aún con rastros de color. Me quedé con mis ilusiones, lástima. Boca amarga al despertar, y a seguir cargando unas ilusiones inútiles que escarban la llaga y la vuelven a humedecer. (Nallieli.)

Quebrantos y duelos

Lo que sea de uno que sea de todos. En el Centro de acopio de El Valedor todas las donaciones son bienvenidas y llegan de todas partes y a todas partes regresan, de  Oaxaca al Estado de México y de San Lucas Amalinalco a las comunidades indígenas de la Sierra Norte de Puebla. El Centro de acopio se mantiene fuerte, enterizo, porque lo alimentan ustedes, atenidos al Libro en esa su frase que es síntesis del humanismo: “Si no tú, quién. Si no ahora, cuando”. Gratificante.

Gratificante, sí, pero de algo pesaroso quiero hablar con ustedes; algo personal, pero común a todos nosotros si ocurre que estamos vivos; y a propósito: que la vida es sueño, murmura Segismundo, y agrega, melancólico:

– Soñemos, alma, soñemos…

Y es que la vida es sueño, o el sueño vida, según, y las dichas de esta vida, por engañosas, hermanas son de las que vivimos durante el sueño, y nuestras vidas están tramadas con el material de los sueños, y nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, y …

Yo los invito, mis valedores, a desintoxicarnos; por un momento a dejar de lado el sonido y la furia del rugido y la sangre chorreante con que la nota roja alimenta el espíritu de tantos de ustedes. Que esta vez platiquemos de amor. ¿O qué, ustedes nunca se han enamorado, nunca han padecido ese gozo inefable? ¿No han gozado esa muerte viviente que significa la ausencia de la única? ¿No han vivido, pues? ¿Qué se van a llevar al sepulcro? ¿Toda una programación de telenovelas y el clásico pasecito a la red que mamaron del cinescopio, de la de plasma? Atroz.

Mis valedores: para aquellos de ustedes que a estas horas sufren o han padecido achaques de amor, abandono y soledad, y que buscan alivio en los dicharajos embusteros  de que mal de muchos es consuelo de quién sabe cuáles, y de que un clavo saca otro clavo, y de que  en este mundo mujeres es lo que sobra, y demás tufaradas de mal aliento que arroja la misoginia, hago a un lado el ruidajo de hojalata que generan los medios de condicionamiento de masas para hablarles de amor y de sueños, de sueños y amor, hermanos de sangre casi siempre derramada desde las frágiles telas del corazón. Alma mía de mi ausente, y ojos que te vieron ir… mi única.

Aquí y ahora recuerdo a aquella que me provocó un sueño que terminó en pesadilla el día que anocheció en mi cama y amaneció en algún rumbo sin rumbos; ella, su imagen ausente que a todas horas me acosa, no logra vencerme por más que me asalta a deshoras del día e intenta encuevarse en mi mente, tomarla a sangre y dolencia, y hornazas y crispación, y tornarla un caos de recuerdos, añoranzas, vivencias, dolor. A la luz del día venzo su acometida ventajista. Siento sus manos golpeando los muros de mi cerebro, y azotarle las ventanas y, al modo del ladrón poquitero, con ganzúa tratar de violar la cerradura de la puerta. Me endurezco entonces, remacho las quijadas y esto es concentrarme en mi lectura, la redacción de mis artículos periodísticos, de mis ficciones todavía inéditas, de los acordes de la cantata, el motete, la sinfonía. Aguanto a pie firme el temblorcillo de manos, la crispación, la sudoración, y retengo el aliento, endurezco las carnes del corazón. Me encomiendo a mi Dios, a la enjundia de mis redaños. ¡No al Prozac, señor ex-presidente! ¡No al licor, dogo al otro! En mi juicio. Ah, pero en sueños; cómo,  dormido, neutralizar su estrategia cuando me sorprende indefenso. Es ahí donde arroja sobre mí todas sus fuerzas y me masacra con su aparición engañosa. (Sigo mañana.)