Del tema les hablé ayer, mis valedores, y que en el juego y rejuego de manos perdí mis cobres. Ahí fue a encontrarme mi padre Juan, y válgame: iracundo por vez primera en su vida recaló con un par de cuicos, mostachos y dientes de oro: “¡Señores de la justicia, aquí están robando a este inocente!”
El cacarizo miró a su pareja, se rascó la entrepierna, eructó a culantro, chasqueó la lengua, escupió el bagazo de la vaina de mezquite. Luego, compinche de los feriantes: “Cuál robo, cuáles inocentes. ¿Tú vistes algo, Chilillo?”
– ¡Ese juego es ilegal! ¡Que le devuelvan sus centavos!
– Pide usté el más difícil de los imposibles. ¿No, Pitayón?
De súbito: ¿de dónde había salido aquel don Juan iracundo? “¡Son ustedes unos alcahuetes de rateros, tramposos y estafadores! ¡Si con la Justiciano hay modo, tendrá que arreglarse así!”
De no creerse: mi padre Juan, el varón del alma blanca, un arma blanca desenfundaba (chaveta de zapatero), y la amenaza al tramposo: “¡Regrésele sus centavos!” Rápido de reflejos, el de la ley:
– ¡Chavetas no, compatriota! ¡El nuestro es un estado de derecho y no almite ilegalidades! ¿O qué, Pitayón?”
Fue entonces. Aturdido yo, tembloroso, vi al hombre manso de corazón meter la mano en la bolsa. El cuico:
– ¡Eitale, la fusca no, compatriota! ¡Nosotros estamos para resguardar el orden y la legalidá. Toda protesta debe canalizarse por los canales legales. Vaya y presente su queja al edil, ¿pero fuscas contra la ley? Pregúntele aquí al Chilillo.
No fusca. Era un paliacate. Doblado a la injusticia, mi padre desdoblaba el paño, escondía en él su rostro y ahí, y por primera y única vez, vi pujar a mi padre; pujar como los varones: a lo discreto y ocultando las crispaciones del rostro. Ya recompuestos, sus ojos miraron los míos:
– Hijo, que el México de cuando crezcas (en todos sentidos) sea un país donde nunca más existan bribones que invocando el Derecho violen tus derechos. Que cuando crezcas tú, con los demás, hagas valer la ley sobre baquetones que se la viven mentándola mientras la vejan a su conveniencia y en perjuicio de los que no tienen con qué defenderse más que esa pobre garra de manta que es la ley, que a los agraviados no nos cobija. Que el México tuyo sea limpio, no vayas a ahogarte en el fecalismo o lo peor: no acabes tú también agarrándole el gusto al estiércol, a la pudrición. (Y sudaba).
El episodio lo reviví anoche, después de leer que el IFE demanda para el juego de la bolita electoral 16 mil de nuestros dineros, y que “las ONGs podrán participar en la promoción del voto en la elección presidencial del 2012, con un apoyo económico del IFE que puede alcanzar los 90 mil pesos”.
Señuelo para “activistas”. Amarga la boca me dormí, y en mi pesadilla desfiló la punta de logreros del IFE y compinches, y la pesadilla me abrió los ojos de par en par. Entre jadeos corrí hasta la habitación del Ariel, y sacudía al guerejo:
– ¡Despierta, mi hijo, despierta! ¡Que cuando crezcas tu país crezca contigo! ¡Que nunca más vuelva a ser el de los rapaces del juego de la bolita electoral, que te van a estafar no unos cobres sino tu parte de los 16 mil millones que se tragarán esos depredadores! ¡Organización, comités autogestionarios! ¡Que tú y los de tu generación piensen y sean capaces de crear la estrategia para darse un gobierno al que obedecer como sus mandantes! ¡Despierta, mi hijo, despierta!
El cual, aturdido, pistojeaba. “¿Qué, quién, pá? ¿Fue el pozole?” (Uf.)