El charlatán y los pobres de espíritu

Riesgos que en esta ciudad corre el automovilista, mis valedores. Corre mientras avanza a vuelta de rueda. Yo, por ejemplo: alerta al tráfico consabido durante las llamadas “horas pico”, que se inician en la madrugada, continúan a lo largo del día y finalizan allá por las cercanías de la medianoche, de manera simultánea  tengo que avanzar aplicando técnicas de alambrista a lo largo de los nuevos, improvisados callejoncillos trazados por trabajadores del DDF. con obstáculos de plástico rojo, y un achaque más: tengo que aplicar mis cuatro, cinco sentidos, para ir sorteando hoyancos, pozos y zanjones que nacieron como simples baches y que amenazan ahí nomás, a media calle, con las fauces abiertas de par en par, al acecho del conductor descuidado para pegarle la tarascada en la parte más sensible, ahí  donde más va a dolerle, que es en la suspensión de su volks. Macabro.

Ah, pues a tantos peligros acabo de agregar uno más, y ello ocurrió ayer a media mañana.  A tientas oprimía las teclas del aparato en procura de un Opus 94, que trepara a Mozart o Bach a mi carromato, y aquí lo horroroso: tentaleando y por azar fui a caer de orejas en otra clase de baches, un atentado contra la inteligencia de quien no esté sumergido en la mediocridad, la irracionalidad, el pensamiento mágico:

“Piscis: todo agosto van a predominar las ganas de divertirte. A ti ya te cuesta poner los pies sobre la tierra…”

Ahí interviene mi instinto de conservación y pulso al azar en alguna otra estación de radio, pero morboso y masoquista dejara de ser. “Debo comprobar hasta dónde las malas artes de la charlatanería pueden seguir manipulando pobres de espíritu”. Recorrí las teclas del aparato y helas!, de nuevo la femenina voz:

“La posición de la luna te es propicia para conseguir trabajo, sólo tienes que rociar tu  ofrenda con ungüento aromático ‘consigue-empleo’. También deberás encender una vela verde y aromar tu ofrenda con incienso ‘retira-salaciones’ que puedes conseguir en cualquiera de nuestros establecimientos ubicados en…”

Así que aún existen en este tiempo y en este país los crédulos que se dejen engatusar con semejantes patrañas. Así que sobreviven cascajos de las supercherías que sustentaban el pensamiento mágico del homínido y el hombre de Neanderthal. Bien dice el estudioso:

El ignorante vive en un mundo supersticioso, poblándolo de absurdos y temores y de vanas esperanzas. Es crédulo como el salvaje y el niño…

Y semejantes supersticiones, pústulas purulentosas de una comunidad inmadura, revientan en todo tiempo y lugar, y a todas horas sueltan su virulencia el vividor, el embelecador y toda suerte de charlatanes se dan a medrar con la ignorancia la credulidad y la irracionalidad de esos pobres de espíritu que, en un intento de reforzar su desfalleciente sentido de la vida y una vez que les ha fallado la fe en su Dios, en los políticos y, sobre todo, en sí mismos, depositan toda la carga de su irracional esperanza en el licor, en la droga o en Saturno y Plutón. Y vengan sobre los lomos del crédulo el ensalmo y la limpia, el sortilegio y el talismán, y a echarle dinero bueno al malo, y a cebar los ahorros de los picaros de la engañifa y la estafa. “Adqui+eralos en uno de nuestros establecimientos…”

Los crédulos del ensalmo y el aceite milagroso, ¿católicos?  Oigan, entonces, y atiendan la voz de  su Iglesia:

“Combatir la superstición es deber de todo católico. La superstición es la única religión de que son capaces las almas ruines”.

¿Oyeron?  (Sigo mañana.)

Sicalíptica

Esta la madrugada tuve un orgasmo. La excitación me prendió desde anoche con esta frase que en la tertulia dejó ir el maestro: “El indicado para suceder al del Verbo Encarnado en Los Pinos no es Ebrard”. Su dicho ofendió al Cosilión, clasemediero.  “Ni siquiera López Obrador”. Se crispó la tía Conchis, más  Morena que la del tal. “¿Peña? Ese tiene las posibilidades que en el 2006 tuvo Madrazo”.

El Madrazo lo acusó mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins. “¿Que qué?  ¿Entonces quién es el bueno, según usted?”

– Usted. Esto lo afirmo después de haberlo meditado a fondo, créame.

Vi dudar al Jerásimo, y luego enrojecer de vanidad (“ay, maestro”),  sonreír de medio lado y humillar los párpados en una actitud de falsa modestia: “Eso se lo dirá usted a todos. Me lo dice nomás por carnear…”

– Lo afirmo con seriedad y conocimiento de causa. Si existe congruencia en nuestro sistema político usted tiene tantas posibilidades de llegar a Los Pinos como López Obrador. Porque la hora ha sonado…

El que sonó fue el teléfono. Del partido. En posición de firmes, mi consanguíneo: “Sí, licenciado Madrazo. Orden del licenciado Peña Nieto. Cómo no, licenciado Madrazo. De acuerdo, licenciado Madrazo. Como Madrazo voy para allá, licenciado”.

Como Madrazo colgó. Comisión del partido: que para la unidad partidista Peña ordenaba que mi primo arreglara la leonerita de Colosio (la calle)  para el de Acatempan que por orden suya tenía que darse Madrazo con la Gordillo”. “Pero sin beso. Al menos excúseme de hacerle al Sicilia con ella”, suplicó Madrazo. Yo, en tanto los zapatazos del consanguíneo bajaban las escaleras de dos en dos:

– Caray, maestro, ¿no pecó de excesivo? ¿A Los Pinos un mediocre,  inepto y vulgar que no puede sobrevivir sin el  cacardí?

– ¿Excesivo? Unas masas que así se niegan a pensar y a lo irreflexivo se dejan encampanar no por candidatos que fuesen suyos, sino por los de la partidocracia, ¿merecen un estadista de la alzada de Juárez o Lázaro Cárdenas para que gobierne esta sociedad educada por Televisa y TVAzteca? Un De la Madrid, un Fox, un beato del Verbo Encarnado, un licenciado Jerásimo. ¿Merecemos más?

– Pero mi primo, maestro…

– ¿Su primo es violento e irreflexivo?

Que sólo cuando anda alcoholizado, tuve que reconocer.

– ¿Es impulsivo, desconfiado, de mecha corta e irrespetuoso con sus subalternos?

Que al contrario: dócil y pedigueño como todo adicto a la botella.

– ¿Su primo, escaso de neuronas, acostumbra tomar decisiones alocadas que puedan perjudicar a todo un país? ¿Se sabe de él que con el avieso propósito de manipular mentes aturdidas haya llevado a cabo gastos alucinantes en propaganda en los medios? ¿Que por su culpa se haya enlutado el país? Convénzase, mi Valedor: él es también un borracho, pero sin taras psicológicas ni complejo de ilícito.

Mis valedores: esta madrugada, soñé un sueño color de rosa, rosa mexicano. Miré a mi primo allá arriba, todo gloria y esplendor, medio pomo en el pecho y entre pecho y costillas la Tricolor. A su lado yo, que me administraba la concesión de la droga,  una Secretaría de Estado y a una secretaria a la que dejaba en estado. Con el suyo erecto, su dedo, el briagadales me apuntaba: “He aquí al orgullo de mi nepotismo”.

¿Yo, en la mera punta? ¿Yo? Vínoseme aquella excitación, la descarga hormonal me retorció el bajo vientre, alcancé el clímax sexual. ¡Guau!, el ladrido que le copié a los gringos. Pues sí, pero en eso la crudelísima realidad, porque desperté.  (Lástima.)

Animas…

De los mendigos les hablé el viernes pasado; del río de necesidad con que vengo a toparme cuando voy y vengo de la estación del Metro a la estación de radio, y viceversa. Yo, corazón de malvavisco, me aprovisiono de monedas que voy sembrando en la mano abierta con la vagorosa esperanza de cosecharlas en un cielo más vagoroso todavía. Y esta moneda a la anciana que engarruñada y  a puro valor soporta fríos, calores, ventarrones y lloviznas tempranas, y esta otra en el de hojalata del desafinado violín, y una más en la guaripa que  aguarda boca arriba, boca abierta en el escalón, mientras el ciego nos jura que Gabino Barrera no entendía razones andando en la borrachera. Y allá va la monedilla sin más valor que la buena intención, que ya con una moneda de diez qué puede mercarse, que no sea la ilusión, pobre ilusión de  pobre, de ganarse el cielo. “Dios se lo ha de pagar…”

Escaleras del Metro capitalino. En aquel escalón, el viejo de la guaripa  ofrece al viandante la única alegría a la medida y al alcance del pobre, que en México lo somos todos si exceptuamos a los ricos:

– Alegrías de a peso.

Toda la alegría que puede caber en un peso; alegría de amaranto…

Pero ándenle, que ayer, muy de mañana, la novedad: una parejita de  nuevos pedigueños engrosaba el rastrojal y la cofradìa de la mano extendida: “Animas caritativas…”

La aparición del par de arrimadizos acuclillados en el andén del metro Copilco me sorprendió porque yo  a todo el almácigo de menesterosos ya lo conozco como a la palma de su mano extendida, que cada mañana paso revista a semejante sembradío de penurias. Pero esos allegadizos, con su aire patético. Y yo, ya sin monedas qué repartir…

El alto, vejancón; el bajito, cochambroso, lamentoso a cual más. Su aspecto me acalambró las fibrillas íntimas del corazón. Ah, el aspecto del par de mendicantes, esas miradas de súplica, ese su aspecto de necesidad que…

Los reconocí entonces. ¿Con que eran ellos? Así pasan las glorias de este mundo. Humillados y ofendidos me los vine a topar, sin el tanto de autoestima que puede caber en una moneda. Los vi y me miraban, la mano extendida, que extendida me apachurraba el corazón, qué contrasentido. Y yo ya sin un cuproníquel (sé lo que digo) para poner en sus manos, ya sin nada que ofertarles que no fuera mi humana compasión, tan inútil si no se acompaña de las acciones.  Ellos, frente a mí, con sus pupilas de animalillo aporreado, unos labios temblorosos que, todavía novatones en el oficio, como que aún no se atrevían a oficiar el rito del pedigüeño. Los observé de reojo…

Quién te mira y quién te vio: haber sido y no ser. Cuán cambiantes los devaneos de   la tornadiza fortuna, de la que el prudente nunca se fía, porque  cuando y cuanto más altos encarama a algunos, más bajo y hondo los deja caer. ¿Así que estos son los que fueron ayer triunfadores, los que refulgían ante el halago, la lisonja, la envidia y la admiración de las muchedumbres? Lóbrego…

Frente al enanín me hurgué en los bolsillos. Basurilla, una moneda de a peso, lo único. “De algo le puede servir”,  y puse el pesito en la mano del peso mexicano, el que una vez fue de plata 0.720 y hoy es eso pequeñín, devaluado, minimizado  y a punto de encogerse otra vez si el gringo no lo remedia.  Me miró, húmedas sus pupilas. Tragué saliva. El otro, sol que apagaron a escándalos y redujeron a la miseria. Pobrín Strauss-Khan, y la monedita en su mano. Suspiró, suspiré. (Qué más.)

Mendicantes del Verbo Encarnado

La cofradía de los limosneros, mis valedores, ese fruto mostrenco de la humana desigualdad que nunca ningún sistema económico, político o religioso, ha podido desarraigar. Entre nosotros cambia el sexenio, pero no ese inacabable borbollón de humanas miserias y purulentosos bagazos que integran la cofradía de las lacras, las pústulas y la corcova, gremio  de huérfanos, ciegos, baldados y demás entenados de la fortuna que cargan encima el mal fario y el santo de espaldas en el áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada, y sobrevivirla apenas, a penas, la mano extendida, húmedos los ojos y los labios susurrando la cantinela que es gancho  para prender las elusivas fibrillas, tan escurridizas, de la humana piedad:

– Un bocado qué llevar a mis criaturas…

Los pordioseros. ¿Notan ustedes la proliferación de mendicantes que ha producido el sexenio del Verbo Encarnado? Entonces se habrán topado con el corridero y el que estruja el acordeón, y el que acompaña su limosnear con la flauta dulce o la guitarra de son. La cultura de la limosna, reflejo fiel de este México que sexenio a sexenio alimenta y expande la cofradía de los segregados de la comunidad que escalón por escalón se afanan a lo monótono implorando la de por Dios, estos a viva voz y estos otros a mortecino instrumento del mal trovado sonsonete y la tonadilla mal acordada, y aquél rasguñando la desafinada y el de más allá pegándose, como a la ubre, a la armónica de boca con el airecillo que exalta la vida hazañosa del capo del narcotráfico.  “Una moneda que no lesione su economía…”

A propósito: “El gobierno de Sinaloa firma el decreto que prohíbe que se toquen e interpreten narco-corridos en bares, cantinas, centros nocturnos y salones de fiestas”.

De pie en la escalera del Metro el ejecutante suspendió el chirrido de su violìn. “¿Y ahora qué? ¿Defenderme con aquello de que ‘el chorrito se hacía grandote, se hacía chiquito’? Chance y los de García Luna me lo tomen a albur.

Le expliqué: “la prohibición, compañero, se reduce al territorio de Sinaloa. Aquì puede usted seguir con sus odas a Jesùs Malverde”.

–          No odas. Baladas al Mayo Zambada y al Chapo Guzmàn.

Dejè al cantor, me subì al Metro, siempre hervoroso de mutilados, deformes y contrahechos que de vagón a vagón se la viven pidiendo la de por Dios; de ciegos que, sentido de orientación y  equilibro, sin auxilio del pasamanos vienen y van, esta mano en la armónica de boca y la otra sosteniendo el cacharro de hojalata, para rematar su tonada con la tonadilla:

– Perdonen la molestia que les vengo causando, damitas y caballeros…

Y el tullido que a bamboleos se desplaza en un vagón atascado de “señores usuarios”,  a capela regurgita el bárbaro pregón carcelario:

Escalones de la cárcel – escalón por escalón…”

Los menesterosos; como hongos patéticos y desastrados se crían al amor del atrio del templo, de la esquina de la barriada, de la plaza pública. Aquí arrodillados, acá en cuclillas o engarruñados, y más allá de errabundos, esta mano tentaleando las paredes y la otra extendida: “Animas caritativas…”

La cofradía de los pordioseros enraiza en la historia de la España medieval y renacentista toda una portentosa cultura que se sintetizó en la que denominamos “picaresca española”, una de cuyas cumbres se regodea con las aventuras entre patéticas y regocijantes  de El lazarillo de Tormes que por calles, tabernas y plazas públicas guía, mano en mano, al buscavidas ciego y truhán. (De pordioseros seguimos el lunes.)

 

“Amigas y amigos”

El nuevo edificio senatorial, mis valedores, un armatoste “inteligente”, según versión de la constructora. Pues sí, pero tan defectuoso nos resultó el muy “inteligente”, y tan costoso en términos económicos, que viene a ser el nahual y la metáfora tragicómica del gobierno del Verbo Encarnado. Sigo con el catálogo de desperfectos que inicié ayer aquí mismo.

Luego de los 3 mil 246 millones que tuvimos que pagar por el “inteligente” ahora nos enteramos de las goteras de la azotea y de que la dotación de cubetas para recoger los escurrimientos resultó insuficiente. Por cuanto a la instalación eléctrica: el “inteligente” armatoste nos iba a ahorrar costos en el alumbrado, pero sus luminarias son inadecuadas y los encargados las mantienen encendidas día y noche. ¿La factura del derroche descomunal?  ¿Quién la pagó, la paga, la estará pagando? ¿Y un equipo de muebles y accesorios importados a un precio superior a los nacionales de igual calidad? Es México.

Y México es un país pobre, pero con el 51 por ciento de la población en plena pobreza todos nosotros, las masas sociales, para los 128 legisladores financiamos ¡escaleras de mármol! ¡Y mármol importado! Pero ahora resulta que son tan angostas que nadie, que no sea alguna jovencita anoréxica,  puede utilizarlas. “Inteligente” el inmueble, pero sin un mal espacio para el librero donde alguno de los senadores hubiera podido colocar sus folletos turísticos. ¿O qué? Los futuros ocupantes de tan “inteligente” edificio se quejan de que no encuentran espacio para poner los papeles. ¿A qué papeles aluden? ¿A los del cuarto excusado, tal vez? Los excusados: que uno solo tiene cada piso, donde se tienen que turnar hombres y mujeres.

Pero la Constructora GAMI, que infló varias veces el costo inicial del “inteligente” palacio de senadores, nos consuela a quienes pagamos la factura: ya sobre la marcha se irán corrigiendo, con costo extra y sobreprecio,  detallitos como el de los vidrios  “inteligentes”, que están estrellados…

Y para seguir con los detallitos: las rampas del estacionamiento, aún sin estrenar, ya están inutilizados, y los cajones vinieron a resultar insuficientes, pero aquí no hay problema: con pagar el alquiler en algún otro sitio donde estacionen sus vehículos blindados  asesores, secretarios, guaruras y socios de los negocios del senador, problema resuelto. ¿Los escasos dineros de quién o de quiénes cubrirán sobreprecio y gastos extra? A saber…

Los costos que solventamos de un edificio “inteligente”, de tamaño descomunal, para cobijar a 128 senadores y su corte de los milagros, se fueron inflando hasta hoy en un 91 por ciento más de lo programado inicialmente, erogados por un fideicomiso que ha tenido que solventar ese sobreprecio. El total, reitero, 3 mil 585 millones hasta el día de hoy. País rico el nuestro…

Tal es el nuevo edificio senatorial, “amigas y amigos”: la ruinosa metáfora del gobierno del Verbo Encarnado, donde una cáfila de mediocres ha degradado las instituciones del Estado hasta el punto de tornarlas cañerías, albañales y resumideros que ventosean nauseabundos olores, sin que los costosos aromatizantes de radio, prensa escrita y televisión, sean suficientes para disimular la hediondez y el olor a sangre,  duelo y temor colectivo que despide el “inteligente” edificio gubernamental. ¿No es el senatorial armatoste la contrahecha metáfora de un gobierno de chaparros irremediables como es este del Verbo Encarnado? Mis valedores: este es México. (Qué país.)

Todos al juego de la bolita

Del tema les hablé ayer, mis valedores, y que en el juego y rejuego de manos perdí mis cobres. Ahí fue a encontrarme mi padre Juan, y válgame: iracundo por vez primera en su vida recaló con un par de cuicos, mostachos y dientes de oro: “¡Señores de la justicia, aquí están robando a este inocente!”

El cacarizo miró a su pareja, se rascó la entrepierna, eructó a culantro, chasqueó la lengua, escupió el bagazo de la vaina de mezquite. Luego, compinche de los feriantes: “Cuál robo, cuáles inocentes. ¿Tú vistes algo, Chilillo?”

– ¡Ese juego es ilegal! ¡Que le devuelvan sus centavos!

– Pide usté el más difícil de los imposibles. ¿No, Pitayón?

De súbito: ¿de dónde había salido aquel don Juan iracundo? “¡Son ustedes unos alcahuetes de rateros, tramposos y estafadores! ¡Si con la Justiciano hay modo, tendrá que arreglarse así!”

De no creerse: mi padre Juan, el varón del alma blanca, un arma blanca desenfundaba (chaveta de zapatero), y la amenaza al tramposo: “¡Regrésele sus centavos!” Rápido de reflejos, el de la ley:

– ¡Chavetas no, compatriota! ¡El nuestro es un estado de derecho y no almite ilegalidades! ¿O qué, Pitayón?”

Fue entonces. Aturdido yo, tembloroso, vi al hombre manso de corazón meter la mano en la bolsa. El cuico:

– ¡Eitale, la fusca no, compatriota! ¡Nosotros estamos  para resguardar el orden y la legalidá. Toda protesta debe canalizarse por los canales legales. Vaya y presente su queja al edil, ¿pero fuscas contra la ley? Pregúntele aquí al Chilillo.

No fusca. Era un paliacate. Doblado a la injusticia, mi padre desdoblaba el paño, escondía en él su rostro y ahí, y por primera y única vez, vi pujar a mi padre; pujar como los varones: a lo discreto y ocultando las crispaciones del rostro. Ya recompuestos, sus ojos miraron los míos:

– Hijo, que el México de cuando crezcas (en todos sentidos) sea un país donde nunca más existan bribones que invocando el Derecho violen tus derechos. Que cuando crezcas tú, con los demás, hagas valer la ley sobre baquetones que se la viven mentándola mientras la vejan a su conveniencia y en perjuicio de los que no tienen con qué defenderse más que esa pobre garra de manta que es la ley, que a los agraviados no nos cobija. Que el México tuyo sea limpio, no vayas a ahogarte en el fecalismo o lo peor: no acabes tú también agarrándole el gusto al estiércol, a la pudrición. (Y sudaba).

El episodio lo reviví anoche, después de leer que el IFE demanda para el juego de la bolita electoral 16 mil de nuestros dineros, y que “las ONGs podrán participar en la promoción del voto en la elección presidencial del 2012, con un apoyo económico del IFE que puede alcanzar los 90 mil pesos”.

 

Señuelo para “activistas”. Amarga la boca me dormí, y en mi pesadilla desfiló la punta de logreros del IFE y compinches, y la pesadilla me abrió los ojos de par en par. Entre jadeos corrí hasta la habitación del Ariel, y sacudía al guerejo:

– ¡Despierta,  mi hijo, despierta! ¡Que cuando crezcas tu país  crezca contigo! ¡Que nunca más vuelva a ser el de los rapaces del juego de la bolita electoral, que te van a estafar no unos cobres sino tu parte de los 16 mil millones que se tragarán esos depredadores! ¡Organización, comités autogestionarios! ¡Que tú y los de tu generación piensen y sean capaces de crear la estrategia para darse un gobierno al que obedecer como sus mandantes! ¡Despierta, mi hijo,  despierta!

El cual, aturdido, pistojeaba. “¿Qué, quién, pá? ¿Fue el pozole?” (Uf.)

El payo inocente

A eso me referí ayer ante todos ustedes: al payo que fui y que no he dejado de ser. La ingenuidad primeriza, en cambio, a bofetones de desilusión me la desfloraron los camanduleros que nunca faltan y siempre salen sobrando, lo mismo en los pantanos politiqueros (Gordillo, Salinas y conpinches) que con  los ensotanados Tartufos del calibre de Maciel,  Onésimo, Rivera y Sandoval Íñiguez. ¿El asesinato de esa ingenuidad primeriza? El hermanito de la Cocoa, que a la advocación del Verbo Encarnado, terminó por ahogármela en su alucinante delirio de sangre derramada.

En fin, que tal dije a ustedes ayer: que allá por mis años de adolescente llegó la feria trashumante a mi Jalpa Mineral, y con la feria el circo, y con el circo los camanduleros, peritos en el embuste y la trampa en los juegos de azar. Que mi inocencia se fue a enredar en el pícaro del juego de la bolita.

– ¡Métanle para sacar! ¡Los .ulos no van a la guerra, y en que no se arriesga no pasa la mar!

Me arriesgué. Quise ir a la guerra, y así le fue a mi candor de payo irredento. Al ver que el palero sacaba dos pesos cuando sólo había metido uno (pesos fueres, 07.20, de los que los bergantes del juego de la bolita politiquera terminaron por escamotear), saqué de la bolsa mis cuatro cobres, y allá voy, a aprovecharme del “candor” del pícaro y doblar el capital y enriquecerme a lo fácil.  Y va mi primer moneda al cuenco de la derecha que, yo por mi madre lo hubiese jurado,  escondía el garbanzo, y entonces…

¿Pues a qué horas me lo cambiaron, si claro vi que quedó de este lado? Santa simplicidad…

Ya el resto se lo imaginan ustedes: va una moneda, van dos, para reponerme, y van los cobres, el aguilita de plata; y en tanto el palero del peso fuerte retiraba sus buscas yo iba dejando en la mesa del trapacero todo mi capital. Trágame, tierra (zacatecana).

– ¡Métanle para sacar! ¡La suerte, como las olas, va y viene, viene y va, y el que no arriesga no pasa la mar!

En una mano temblona mi último cobre  y cobre en el sabor de  la boca me encontró mi padre, aquel mi padre don Juan que en su vida fue tacto, decoro y suavidad, con sólo en sus ojillos la malicia en rescoldo. Pero esa tarde, mis valedores, lo estaba yo viendo y no podía creerlo. Y es que semejante metamorfosis de quien ahora, como siempre que se disponía a regañarme, omitía el tuteo:

– ¡Qué hace usted con estafadores! ¡Cómo es que así se deja robar!

De “usted” me hablaba, mala señal. Y de no creerse: iracundo por primera vez en su vida, se enfrentaba a un individuo: “¡Regrésele sus centavos!”

El truhán, sonriendo, la malicia en un rostro de bigardón: “¡Metiendo y ganando! ¡El que no arriesga no pasa la mar..!”

– ¡Este jueguito es una trampa vil! ¡Está prohibido por ley!

Encendido su rostro, mi padre miró a los presentes: “¿Verdad, señores, que este es un juego ilegal?” Los feriantes, pura mofa, burleta, disimulo. “Oilo, te lo vendo”.“Pa guarachis, que no tengo”.

Uno se dirigió a mi padre: “Compatriota, aquí el correligionario está haciendo por la vida, y la lucha es permitida”. Otro de los mirones: “Aquí el cristiano ganó en buena ley. Todo fue legal, me costa. ¿No,  Chinicuil?” Y el tercero: “Ha de saber, ciudadano, que esta honorable feria está respaldada por un estado de derecho, que aquí todo se maneja conforme a la  ley, y dentro de la ley todo, fuera de la ley, nada. O sea que aquí usté le jerró y se lo cargó la tiznada. ¿No, tú,  Talamantes?” Y sonreía a sus compinches. (Mañana, el final.)

Santa simplicidad

Esta vez los recuerdos de infancia, mis valedores. Esto que voy a contarles ocurrió en los terrones de mi Jalpa Mineral, en el estado de Zacatecas, y de ello hace ya tantos ayeres que este servidor de todos ustedes, que dobla ya el Cabo de Buena Esperanza, era apenas un payo de primeras luces y silabario de San Miguel. Qué tiempos…

Nunca nada sucedía en aquellos derrumbaderos que pudiese alterar la modorra del caserío, rutina que se amamantaba de campanadas, golpetear de marros en la fragua de don Martín, algún casorio, un bautizo, una muerte violenta, el aullar de todos los perros en el velorio y el estrépito de aquellos camioncitos  Flecha Verde que se van, copeteados de gorrudos, rumbo al rumbo norte. Y no más. La modorra, otra vez, en mi Jalpa Mineral…

Pero aquel día, de repente, la novedad. Fue por carnestolendas, con los bandazos del viento chivero. De súbito mi Jalpa Mineral despertó alborotada: la feria trashumante alzaba sus tenderetes en el terreno baldío del potrero de Animas, y esa misma noche, ante el encandilado asombro del caserío, lo engrifaba de cornetas, flautines y chirimías; de maromeros y payasos enharinados, de féminas de lentejuelas y dos changos marrangos, un anciano y venerable dromedario y dos leones con todo y su domadora –de la que esa misma noche yo, genio (malo) y figura (peor), me enamoré y di en soñarla; en ratos  dormido, despierto las más de las veces. Los feriantes…

Y claro, al olor de la carpa cirquera los camanduleros, polvos de aquellos lodos, no nos iban a faltar; esos pícaros de la aventura y los juegos de trampa y azar, así los apostadores del as y la sota de oros como la sota moza del catre rechinador, ella no de oros sino  de  pesos y centavos. Los pícaros profesionales, gente del mazo de cartas, de la ruleta, de toda suerte, buena y mala, de trapacerías. Y lástima…

Lástima, porque con uno de tales, para mi mala fortuna, me fui a topar. Yo, y conmigo tres payos de mi camada, después de encandilarnos en el mágico mundo del trapecista, los pulsadores y la amazona del caballo percherón, fuimos a dar hasta el tenderete del rufián liviano de manos:

– ¡Dónde quedó la bolita! ¡Métanle para sacar..!

Tres cuencos como mitades de nuez, y rolando entre ellos,  un garbanzo (¿de a libra?), y aquellos dedos tan entendidos en el engaño y el trastupije falaz.

– ¡La mano es más rápida que la vista! ¡Métanle para sacar!

Observé que uno de los mirones jugueteaba en su mano, a lo indeciso, con una moneda de a peso (de aquellos pesos, de los 0.720 que el pri-panismo, como a tantas otras de sus víctimas,  terminó por asesinar), y que de repente, se decidía, y lo plantaba junto al cuenco del centro, o al de esta orilla, o al del lado contrario, y válgame, que  acertaba siempre, y con el peso fuerte retiraba dos. Así de fácil. El palero, por supuesto, quién más.

– ¡Aquí el caballero ganó un peso fuerte! ¡Ya llenó el morral! ¡Metiendo y sacando, metiendo y ganando! ¡Los .ulos no van a la guerra, y el que no arriesga no pasa la mar..!

Tan sencillo como eso. Nosotros, dos o tres cobres calentándose en la bolsa del que los payos llamábamos pantalón y que los gringos de segunda nos transformaron en “yins”,  nos miramos de reojo, y entonces sí: atásquense, ora que hay etc. A doblar el capital, a aprovecharse del candor del camandulero y enriquecerse a lo fácil, Dios me perdone. Y va mi primer moneda al cuenco de la derecha que, yo por mi madre lo hubiese jurado,  escondía el garbanzo del camandulero de feria.  (Sigo el lunes.)

Crímenes de odio

La Iglesia Católica, mis valedores. Estacionada en los tiempos oscuros de una teocracia fundamentalista, se desplaza a reculones, a contracorriente del calendario. Su anacronismo a nadie debería escandalizar si no intentase imponer sus reglas en un Estado laico como es o era el nuestro hasta los gobiernos del Verbo Encarnado. Hago de lado el relato de Borges prometido ayer para referirme al  activista de los derechos de la diversidad Cristian Iván Sánchez Venancio, asesinado el pasado sábado por su preferencia sexual. El odio atizado en la cuna de la revuelta cristera, del Sinarquismo y El Yunque:

“La arquidiócesis de León, Gto, ha divulgado una directiva que prohíbe a las mujeres acudir a las iglesias con minifaldas, escotes, mallones o shorts”.

Tal mojigatería ya se había manifestado en nuestra ciudad y varias más con los espectaculares que hacía propaganda al brassiere, y ahora pronto la prohibición para que el personal femenino que labora en el gobierno municipal de Guadalajara se presentase a trabajar con pantalones, con blusa escotada, con minifalda. El escándalo que provocó semejante medida llegó a los medios de condicionamiento de masas,  y el gobierno del municipio tuvo que recular. Pero no sólo entre nosotros…

La cerrazón, el prejuicio y el odio a la diferencia sexual son también lacras de Venezuela, donde hace algunos ayeres un gobernador emitió el siguiente Decreto:

“Considerando. Que es público y notorio la presencia en nuestras ciudades de ciudadanos de conducta inmoral que se visten de mujeres y transitan por las calles; que estas personas no tienen ninguna razón de existencia legal, que nuestros ordenamientos sólo reconocen la personalidad de Hombre y Mujer; que el Gobernador, como Primera Autoridad, tiene el deber de erradicar este tipo de situaciones que atentan contra la Moral y las Buenas Costumbres.

Decreta. Se prohíbe terminantemente que cualquier persona del sexo masculino se disfrace de mujer y circule por las vías públicas. Las personas que sean sorprendidas por la autoridad pública, serán detenidos (sic), conducidos inmediatamente a la Comandancia de Policía y  encerrados hasta nueva orden del Gobernador del Estado. Si el fin de las personas detenidas es la de imitar a las personas del sexo femenino, suplantando su personalidad con ademanes y con el uso de prendas femeninas, se les impondrá una pena de tres años de prisión y serán sometidas a experticias psiquiátricas. Quienes no estén disfrazados,  pero que la autoridad perciba ademanes afeminados o amanerados, serán encerrados en prisión, como también la persona del sexo masculino que sea sorprendido con estas personas”. El Vaticano:

“Los enfermos de SIDA no deben convertirse en héroes, no lo merecen. Son seres enfermos. La homosexualidad es un verdadero  crimen. La Iglesia Católica rechaza a los homosexuales, así como el uso del condón, fuente de toda clase de prostituciones”.

Guadalajara: “En  el albergue Beata María de Jesús las misioneras del “Corazón de Cristo Resucitado maltrataban a los enfermos, porque “Las personas infectadas están recibiendo un castigo por sus pecados sexuales”.

Javier Lozano, cardenal:

– Actuar contra la naturaleza y contra la dignidad del cuerpo ofende a Dios. Los homosexuales no entrarán en el reino de los cielos.

Consecuencia de tal prédica del odio, el pasado sábado fue asesinado, “con los patrones de otros crímenes de los llamados de odio”, Cristián Iván Sánchez Venancio, activista social. Es México. (Qué país.)

Museo del horror

El segundo marido de Marta, mis valedores. Habló. Volvió a hablar. Lo hicieron hablar en reciente entrevista de prensa, y apenas abrió la boca, para abrir boca vaticinó el regreso del PRI a Los Pinos. Yo, escuchándolo, pegué el respingo y toqué madera (melamina). Luego me di a meditar. En un ejercicio de remembranzas pasé lista de quienes desde el gobierno propiciaron, y aun encabezaron, las comaladas de millonarios que, lo afirmo en su momento Portes Gil, presidente interino, produjo cada sexenio. Fue el de la remembranza un ejercicio  agridulce. Qué tiempos aquellos, los del Revolucionario Ins…

Suspiré. Agridulce la remembranza. A la mente se me vino la torva figura de aquel Díaz Hordas carnicero que hizo la plaza de las Tres Culturas un almácigo de cadáveres y un puro cuajarón de sangre derramada, sangre joven, inocente. Agridulce el recuerdo de un Echeverría matancero por vocación, que a estas horas carga en su conciencia no sólo Tlatelolco, sino el halconazo del 10 de  julio y todo un sexenio que tiznó de pólvora con su guerra sucia, guerra de baja intensidad. Agridulce fue el recuerdo de un López Portillo garañón, que antes de derrumbarse en el desván de la historia dejó los puros huesos la economía nacional. Agridulce evocación fue la que experimenté con la mafia Salinas, el capo de la cual, rapaz, se robó la media cuenta secreta, según lo acusó más tarde el primer mediocre de las cejas alacranadas, quien después de su dicho dio el reculón. “Lo acusé porque tengo demencia senil”. Porque no tengo cojones, debió aclarar.

Agridulces los tiempos del error de diciembre, con un  Zedillo milusos que nos enjaretó los 100 mil millones de nuestra moneda nacional (dólares) de un Fobaproa cuya factura estamos pagando hoy todavía. Mis valedores:

Oí la voz del ranchero de San Cristóbal, medité en su afirmación de que el Tricolor va a volver a Los Pinos, y luego del espeluzno que me provocó el lengua larga medité en los tiempos, qué tiempos, de la “pareja presidencial”. Ya escucho al renegón: “¿Qué pudieron tener de agridulces los tiempos de tales hampones?” Y yo le contesto:

“¿Se ha puesto usted a pensar en lo que las malas artes de esos tales significaron para la historia del país cuando los compare con los cuarenta, cincuenta, ochenta mil, alucinante cifra de muertos, de viudas y huérfanos, de mutilados y  desaparecidos, de familias deshechas o desplazadas, pueblos fantasmas y el  duelo descomunal, el temor colectivo y esa herida nacional que nunca habrá de cicatrizar? ¿De Díaz Hordas al zafio del Centro Fox cuál de todos ellos se podría comparar con  el que ha convertido México en ‘una vergüenza mundial’?”

Agridulce evocación  esta que me provocan la “pareja presidencial”, sus hijos, hijastros y parientes tan rapaces como ellos. Fox, Atenco, un aeropuerto nonato y la violación a los derechos humanos. Fox, una enciclomedia inservible y aquella incultura que Marta y él mentaron a la Gran Rabina Tagore y a José Luis Borgues. Y ya que aludí al escritor argentino, ¿conocen ustedes su relato Un muerto? Aquí, de memoria:

Los protagonistas: uno es  Benjamín Otárola, joven de edad,  ambicioso por naturaleza y rijoso de vocación, cuya vida pendulea de taberna en taberna, en la diestra el puñal. El otro: Azevedo Bandeira,  que capitanea cierta banda de facinerosos. En medio la impredecible, la desdeñosa mujer, cabello rojo encendido, a la que Otárola sorprende descalza y a medio vestir en la cama de Bandeira, y ahí el principio del drama. (Sigo mañana.)

¿Dinastía, nepotismo?GEE

(Los casi 2 mil de uniforme enviados a Michoacán, pregúntanse los malpensados, ¿para cuidar la seguridad pública o para auxiliar a Cocoa, la hermana del de Los Pinos, en su pretensión de gobernar Michoacán?  Y yo digo: ¿una segunda edición de la Marta de Fox? En las tierras del Tata Cárdenas comienza a alzarse la polvareda:

Morelia, Mich. El foro para la propuesta de los candidatos panistas a la gubernatura terminó a golpes entre partidarios de Marko Cortés y Luisa María Calderón Hinojosa, “Cocoa”. Un extinguidor activado provocó confusión, caos,  alarma y estampida de asistentes.

Y es que se disimulan apenas cismas y quebrantos entre panistas doctrinarios y neo-panistas que desnaturalizan la esencia del blanquiazul. Ahora mismo, con una hermana en el gobierno, el de Los Pinos intenta el segundo michoacanazo. ¿Volverán, con Cocoa, los tiempos aciagos de la Sahagún y los hijos de toda su reverenda Marta? ¿Cocoa también? ¿También ella? ¿Gobernadora primero y después Los Pinos? ¿Nada, al respecto, queremos aprender de   la historia?

Recuerdo, para advertencia de algunos, la tragicómica historia de aquella buena mujer, una “apenitas”, que de repente fue catapultada hasta el sillón de Los Pinos en calidad de “pareja presidencial” de un mandilón. Planta trepadora, Marta fue la versión femenina del Icaro de la mitología griega,  que con sus alas de cartón pegadas con cera quiso volar hasta los dominios del sol. Derretido el pegamento y desprendidas las alas, la pequeñaja criatura fue a caer por allá, en el rancho de San Cristóbal, en La Estancia, tal vez, o en el apestoso Tamarindillo adquirido, dicen los suspicaces, por medio de prestanombres. Si de repente gobernadora, ¿la Cocoatambién?

Vino el remolino y nos alevantó. A una Marta hasta entonces pequeña, la alzó desde detrás del mostrador de una farmacia veterinaria y vino a enredarla en las zancas de cierto grandulón (sólo de estatura física) al que logró deslumbrar. Ya encuevada en Los Pinos la advenediza exhibió ante los “medios” el tamaño de su ignorancia, su zafiedad, su mediocridad de logrera valida de la ocasión.  Ya estando arriba se empanzonó de cámaras y micrófonos, de candilejas, fotos y reportajes en las revistas del corazón, que satisfacían a diario su compulsión protagónica. ¿La Cocoa también?

Pues sí, pero lo del agua, al agua, lo de polvo, al polvo y todo lo que sube tiende a bajar. La más reciente de sus apariciones públicas fue en el cumpleaños de algún jerarca de la Iglesia Ortodoxa. Yo, entonces, me hacía la pregunta: ¿qué oscuras actividades la mantendrán ocupada a estas horas en su cubil provinciano? Luego de que vivió en el cogollo del poder y aspiró los humos de ese avieso copal que a su hora le quemaron  los serviles que nunca faltan y siempre salen sobrando, ¿qué habría sido de aquella corte de los milagros que le quemaban no copal, precisamente, sino  incienso, a la muy católica? ¿Qué fue de sus lambiscones y los purpurados que le despellejaron su calidad de esposa y madre y, milagros de los Onésimos, se la entregaron virgencita al mandilón? ¿Quedarán cortesanos que sigan a lisonjas alimentándole la vanidad? ¿Alguno le rogará que vuelva al pantanoso terreno de la politiquería cimarrona? “Ya ve cómo  la Cocoa también”, podrán susurrarle a estas horas. Mis valedores:

¿Recuerdan ustedes aquel rebumbio, y  el bataclán, el rataplán y el boato, la estridencia, la prepotencia, la ostentación y el brillo postizo de Marta? ¿La Cocoa también? ¿También ella? (Sigo después.)

¿Perros policías? ¿Policías perros?

¡Yo soy Oaxaca! ¡En la presencia de sus siete regiones; en sus trajes de vértigos en colorido que roban al paisaje los tonos de su luz; en el perfil moreno de sus mujeres disímiles de carácter, a veces místicas, humildes, soñadoras y también alegres y agresivas en la belleza; fieles hasta la obsesión y sacrificadas hasta el coraje! ¡Yo soy Oaxaca! Y hablo con la voz de mi fértil suelo, de mis agrestes montañas, de mis fecundos bosques y de mi tierra erosionada; con los cafetos y la copra señoreando el cielo con la brisa de un mar intensamente azul, que retrata entre sus aguas las alturas, y con el agrio dulzón de mis piñas derramando sus mieles en las bocas que rezan un rito de emoción. Así, con esos labios, voy a dialogar hacia mí misma.

Cálida prosa con la que Don Francisco Hernández D. trova a su tierra, prosa a la que me permito agregar: Yo soy Oaxaca, y soy La Guelaguetza, que es decir la expresión cumbre de cultura, folklore, raíz, tradición y seña de identidad de este pueblo, abanico y mosaico de tantos pueblos. Yo soy La Guelaguetza, sobrevivencia de un mundo mágico. Mis valedores:

¿Alguno de ustedes habrá asistido por estas fechas a los llamados Lunes del Cerro, los dos siguientes al 16 de julio, en el Cerro del Fortín, al oeste de la ciudad? (Este año, como excepción, comienza hoy mismo, lunes, 25.) ¿Alguno ha admirado esa que es, a ojos, oídos y espíritu, maravilla de color y fulgores, y encantamiento de sones, tonadas, clamor y recitaciones de música y flor, holanes y plumas, y brillos y cintas y enrevesados juegos coreográficos que saben a raíz de un pueblo que es multitud de pueblos, y a esencia idiosincrasia, identidad? Oaxaca.

Cierro los ojos y miro de piel adentro, y me veo mano con mano de una mujer. Una ixtepecana de nombre Nallieli (“yo te amo”, su traducción.) Cerrados los ojos contemplo la parvada variopinta de danzantes llegados de las siete regiones, un cuajarón de penachos y ofrendas, danzas y máscaras, que al vivo rayo del sol ejecutan un largo ceremonial acompasado a tonadas que a toda garganta y a pecho abierto se claman en tono mayor o se salmodian a lo hondo a lo memorioso, a lo melancólico, en un acompasado tono menor. Me acuerdo…

Porque yo, mi mano en la mano de mi única, la istmeña de Ciudad Ixtepec, año con año desde hace muchos, a aplausos  pespunteaba  esa ceremonia que es amalgama y  síntesis de lo indígena, lo mestizo y lo español,  rito y jolgorio donde se queman el copal y el incienso a Centéotl, diosa del tierno maíz, y a la Virgen que se nos vino de España y convive en santa paz con la Princesa Donají, con el rey Cosijoeza, con el arrogante  Zahuindanda, el Flechador del Sol…

A la fiesta del espíritu y los sentidos le huimos en los tiempos aborrascados de Ulises Ruin (así) y la APPO, Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca. Este año pensábamos acudir mi Nallieli y su servidor (servidor de ella). Ya contando las horas se nos iban los días, pero lástima,  que ahí la zozobra y la negativa a asistir: “Al menos 2 mil policías estatales y federales iniciaron el blindaje de la celebración. La vigilancia se extenderá a toda la ciudad. Participan policías antimotines y elementos encubiertos de las fuerzas especiales. En las puertas de acceso, detectores de metales. La revisión será pareja. Se utilizarán perros policías”.

¿Que qué? ¿Perros qué? ¿Una Guelaguetza secuestrada por perros policías y policías perros?  Con esa clase de perros mi Nallieli y su servicial nada de nada, faltaría más. (De vómito.)