Hora cero

Rivera de San Cosme, 10 de junio de 1971. Que la memoria histórica no se nos muera. El testimonio de un halcón:

“¡Y llegó la hora cero! A los  7 minutos para las 5 de la tarde arrancó la descubierta de la manifestación. Se escuchó su grito de guerra: ¡México, libertad! ¡México, libertad!

La contraparte: “Soy estudiante del Poli. Voy a relatar la experiencia que viví aquel Jueves de Corpus:

A las 15:45 el camión en que viajábamos un compañero y yo entró a la calle de Cedro. Había mucha vigilancia policíaca. Para examinar la ruta de la manifestación nos bajamos del autobús. Caminamos por Alzate rumbo a la Av. Instituto Técnico, y al cruzar Nogal observamos que estaba invadida por camiones de bomberos, carros de agentes y policías de tránsito. Caminamos rumbo a la México-Tacuba, en la que divisamos transportes de granaderos y 5 tanques, y en las contraesquinas del cine Cosmos grupos numerosos de jóvenes armados con palos y en actitud provocadora. Vimos a unos militares que daban las órdenes y controlaban a todos los elementos policíacos y a los grupos de choque”.

La crónica del halcón: “Salíamos de nuestra trinchera. Porque ya  listos para la acción y como última medida preventiva, yo había recorrido lo que sería el campo de batalla, y me había cerciorado de que no había gente sospechosa en los largos pasillos donde metí  los halcones armados con metralletas y pistolas: esas vecindades cercanas son de lo más estratégicas por angostas y semioscuras. Me agradaron unas rejitas que están frente a la casa 268 de Alzate, desde las cuales se puede disparar como si fueran trincheras. La orden que nos dio El Fish”:

– ¡Pártanles toda la madre! Ah, pero a los periodistas patadas, golpes y romperles las cámaras. A ellos ni un balazo, ni una cuchillada.

El estudiante: “Se escuchó un disparo de lanzagranadas y aparecieron, de atrás de los granaderos, unos mil halcones divididos en 6 grupos, que portaban garrotes de bambú de dos metros, macanas y varillas forradas. Sus cargas eran respaldadas por descargas de gases lacrimógenos”.

“Me sudaban las manos (un halcón). Tenía seca la boca. Venían como 10 mil estudiantes y gente del pueblo. Nada mansos se notaban. Algunos traían metralletas, palos, cuchillos, unos bultos. ¿Granadas? Di el grito: ¡Halcones, halcones!»

El estudiante: “Oímos los gritos del grupo armado con palos. Iba por el cine Cosmos. Se oyeron disparos, que de pronto parecían provenir de todas partes».

El halcón: “Los estudiantes destruyen una panel de la policía; otros toman un camión con el que tratan de embestirnos. Los repelemos. Nos lanzamos al ataque con todo. De atrás escuché el tableteo que hizo caer a medio metro de mí a un halcón herido con cuatro balas en la espalda. Ahogándose en su sangre, que vomitaba con fuerza (estaba herido en los dos pulmones), me rogó:

– ¡Ayúdame… no me dejes… ayúdame, hermanito!

El estudiante: “Los halcones ahora volvían al ataque armados con metralletas, fusiles automáticos M-1, M-2 y M-16. Comenzaron a caer muchos compañeros. Muertos unos, otros heridos. Con la anuencia de los granaderos, los halcones al saqueo y la destrucción. Después de saquear algunas casas y hasta secuestrar a sus moradores, incluso con todo y niños, comenzaron a aparecer más halcones en las azoteas, disparando”.

Remate de la jornada: “Los halcones asaltan a balazos el Rubén Leñero y se llevan a varios heridos».

¿Echeverría  y su cáfila de intelectuales orgánicos? Los tales, mañana. (Vale.)

Retrato hablado

Los mexicanos y la soberanía popular, mis valedores, esa que nos garantiza el 39 Constitucional. ¿En donde queda tal «soberanía» tan bien trovada por el Sistema de Poder? ¿No ocurre que nos la ha escamoteado con el artificio  de una democracia representativa por la que el mexicano carece de figuras constitucionales que le garanticen la participación en decisiones de gobierno que le conciernen, así fuesen tan limitadas como el plebiscito, el referendo y el mandato revocatorio?

Democracia representativa. ¿Y quiénes nos representan a más de cien millones de mexicanos? Nos representan individuos de la catadura de los chuchos colaboracionistas de Nueva Izquierda y una Luz María Beristáin de la misma divisa, de cuya existencia me entero por un par de videos que llegan a mi computadora y donde la «representante popular» convierte razón y lógica en un inmundo lodo biológico.

El primero de los videos alude a cierto alboroto que la representante popular armó en algún  aeropuerto  frente al mostrador de una empresa aérea. La dama llegó tarde a tomar el avión. ¿Cuántos minutos? Eso es lo de menos. Llegó tarde, y ya.  En la aerolínea existen reglamentos que impiden abordar el transporte a quien se atrasa en la hora señalada.  Sin más.

Pues sí, pero ahí la prepotencia y el agredir la lógica, y el cantinfleo de la «representante etc.» ante una empleada que no se dejó amedrentar.  Llegó tarde, qué más. ¿Cuántos minutos? Eso es lo de menos. ¿Estaba en una sesión del Congreso local donde salvaba el país? Eso es, también, lo de menos. Llegó tarde a tomar el avión. Sus alegatos de que existen muchas quejas contra la aerolínea no anulan el hecho de que la «representante etc.» llegó tarde a abordar el avión.  Ah, pero la mentalidad del mediocre al que la altura de un simple ladrillo marea. ¡Soy senadora! ¡Legisladora de la más alta tribuna del país! ¡Soluciono los problemas de todos ustedes!

Nada anula la circunstancia de que llegó tarde a tomar el avión.

Y la elocuencia de los  antecedentes personales. Tiempo atrás  la «representante»  había mostrado unos instintos a la medida del pleito de lavadero. Al aplicar la técnica del mediocre intentó con el grito y los aspavientos anular  la lógica, y entonces se dio a gritonear frente a un agente de tránsito que detuvo a alguna conductora que infringió el reglamento. ¿Que qué? Ahí se alza, prepotente, la Beristáin, y con todo cinismo, arrogancia y desverguenza que parecen ser su segunda naturaleza se pone a ventosear su estridencia contra el de tránsito, contra los transeúntes, contra el sentido común. «Con usted no es el problema; no iba usted manejando». Y la lógica de la futura «representante popular:»

– ¡Pero yo iba dentro del coche! ¡Nos encañonaron con metralleta! ¡Nos salvamos de puro milagro!

– Señora, permítame dialogar con quien cometió la infracción.

Y el cantinfleó de la «democracia representativa» al intentar la maniobra del desplazamiento: levantar del banquillo a la infractora y ahí  sentar al de transito:

– ¡Lo que ocurre es que ya comienzan las represalias contra el PRD! ¡Como somos candidatas del PRD! (¿Que qué?)

– Señora, permita que levante la infracción.

– ¡Claro, como se trata de una mujer! ¡Misógino! ¡Ni mexicano merece ser! ¡Pero aquí hay muchos testigos de este ataque contra el PRD y contra mujeres indefensas! ¡Que alguno, con su camarita, registre esta violación a nuestros derechos humanos y garantías individuales!

Ah, la democracia representativa. Ah, la representante popular. Ah, México. (Qué país.)

Halconazo

(Aquí, para la memoria histórica, mi retablillo anual.)

Dos de octubre, 10 de junio, sangre que se derrama. Echeverría. Más allá de unos mexicanos permisivos, de la masacre existe un culpable, y ése  vive todavía, aunque vive es un decir; vegeta ahí nomás, encuevado al arrimo de San Jerónimo y de la selectiva aplicación de las leyes en este país. Es México. Mis valedores:

Por revivir en algunos de ustedes la memoria histórica  aquí les doy, como cada año  por estas fechas desde  1971,  pormenores del halconazo que iba a enrojecer de sangre derramada la ciudad capital. ¿Lo recordará todavía eso que aún no se pudre del asesino intelectual?  Según lo consigna alguno de los halcones en su libro de pastas rojas:

Tensos y preparados, la adrenalina en ebullición, El Fish y compinches velaban armas. Su carrera de violencias, que años antes arrancó en el DDF para desalojar el ambulantaje del Centro Histórico, culminaba con la misión del 10 de junio de 1971: atacar estudiantes en la vía pública. Si al costo de heridos, qué importa. De muertos y desaparecidos, mejor. Urgía un escarmiento. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar. Los halcones.

Miro el libro, contemplo sus fotos, media plana cada rufián. De dieciocho a veintitantos años de edad. Tiernos, sí, pero ya endurecidos, todos exhiben su catadura insolente de retadoras pupilas que miran de frente como para la ficha signalética. Días antes de aquel Jueves de Corpus sangriento El Fish, su jefe inmediato, llamó al del testimonio libresco:

“Habla a los halcones. Vamos a trabajar de nuevo”. “¿Con el gobierno?” “¡No! –me dijo casi gritando-. Vamos a servir de brigadas de choque para los más ricos de México. Están aterrorizados con el avance del comunismo en la UNAM, en el Poli, en las Normales y en toda la población. Ellos nos van a pagar. Los ricos no tienen alma apostólica. No perdonan. Fueron injuriados en público y, con la caída de Elizondo, lesionados en sus intereses. Están sedientos de venganza.

Los estudiantes iban a injuriar a Echeverría, a cometer atropellos y a provocar la represión del ejército y de la policía, desacreditados por la masacre de Tlatelolco. Ellos no reaccionarían, pero nosotros sí. Los haríamos pedazos”.

El día anterior los jefes ultimaron detalles. Para tener derecho a la azotea y atisbar los movimientos del enemigo habían alquilado un cuarto enfrente de la Normal. Habían rentado cuartos vacíos, realizado inspecciones estratégicas y obrado según las órdenes recibidas. Tres años antes se había perpetrado la matanza de Tlatelolco. Ahora se preparaba la movilización de estudiantes en apoyo a la Universidad de Nuevo León y en repudio al gobernador. Exigencias al presidente Echeverría, las consabidas: ¡Democratización de la enseñanza! – ¡No a una reforma educativa antidemocrática! – ¡Democracia sindical! – ¡Libertad a todos los presos políticos del país y cese de Elizondo!

La Alianza Popular Estudiantil había distribuido folletos en donde se especificaba, y esto da idea del clima ominoso y la gravedad que presentían los “marchantes”: Ir a la manifestación con gente conocida. Si se incorpora a la mitad busque un grupo conocido. No lleve libreta de direcciones. Avisar a alguien para que notifique en caso de desaparición. Organízate internamente con las gente que conoces. No dejarse provocar.

¿Sospecharían algunos que vivían la víspera de su muerte violenta? ¿Sospecharían otros más que serían desangrados, desgarrados, desaparecidos hasta el día de hoy? (Sigo mañana.)

Humanísimo

Los afectos del hombre, mis valedores. Ayer se los dije: yo, que detesto el culto a la personalidad y esa admiración bobalicona que los pobres de espíritu profesan al futbolista, al cantante o a la estrellita del gran canal (TV.), tengo y mantengo una admiración sin titubeos y un afecto entrañable por mi don Gabriel Vargas, varón de virtudes y creador, entre otras sagas y otros personajes, de ese mural vivo y palpitante del barrio bravo que es La familia Burrón.

La literatura mexicana, con todo y provenir de un tronco tan vigoroso como la picaresca española, nunca se ha significado por haber creado personajes a la altura de El lazarillo de Tormes, El diablo cojuelo, La celestina y la soberbia galería de pícaros abarraganados con alcahuetas y mendicantes, curas rijosos y putanconas trotaconventos. Nuestra literatura nunca ha delineado al verdadero pícaro nacional. Un Periquillo sarniento, cuando más, fatigante por sermoneador de espesa moralina, un Canillitas  y ese Pito Pérez plañidero, lastimero, auto-conmiserativo, que desprecia a la humanidad cuando nada de provecho le aportó en vida. Andan por ahí, vivos y actuantes, un Margarito Ledesma y mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins. Y ya.

Porque en este país de pícaros la picardía se vive y  por vivirse parece no tener tiempo de novelar sus vivencias. Pues sí, pero el  pícaro del Siglo de Oro español ha venido a reencarnar en la picardía sabrosa creada por Don Gabriel Vargas, aderezada con todos los jugos, los zumos y la idiosincrasia del ser nacional. Entre nosotros el pícaro se ha venido a perpetuar en un Jilemón Metralla sinvergüenzón y en una doña Borola que vive,  que sobrevive al día y a puro valor, y arropada en las divisas del paisanaje hoy día:

A mí no me den, pónganme donde hay.

Pues sí, pero por encima de todo, doña Borola es un puro amor a los suyos, los entes  de su  familia, y el valimiento para el vecindario, que es decir con el marginado de siempre. Una buena persona, esta doña Borola Burrón. Sin duda. (recuerdo aquí al desdichado de la vida arrastrada que es Ruperto Tacuche, delincuente arrepentido al que  policías corruptos, pleonasmo vil, impiden volver a la senda que nombra del bien.)

En fin, que como toda obra de arte, La Familia Burrón es el espejo, (caso extremo y por ello ejemplar) donde se mire toda una comunidad, con virtudes y defectillos, en el entramado de nuestra realidad nacional. A mí, imaginero y fabulador,  a golpes de peripecias de lo campirano (Juanón Teporochas, el guen Caperuzo) y lo citadino (Jilemón Metralla, La Familia Burrón), la obra de don Gabriel me abrió la facultad de sentir,  imaginar,  evocar. A mí, payo de Zacatecas avecindado en Guadalajara durante mi primera y segunda juventudes –hoy vivo la quinta, pero a todo vivir-, la visión agraria de don Gabriel me descubrió la saga de la provincia, de los terrones de mi Jalpa Mineral y zacatecana. La visión de la vecindad borolesca me llevó a imaginar la vida y milagros de una ciudad que era en mis sueños fascinación y ánimo de aprehenderla en sus tipos populares. Cierto día, su lógica secuencia -consecuencia-, saqué a la luz la revista que fue prolongación de mi periodismo escrito y radiofónico: El Valedor, que arrimada a la advocación de La Familia Burrón tuvo a bien asesinar un tal líder de una tal asociación de voceadores, un tal Gómez Corchado.

Don Gabriel Vargas. Me honré (me honro) con su amistad, la de un varón humano, humanísimo, sin más. Qué más. Qué mejor. (A su memoria.)

A su memoria

A tres años de su deceso,  mi Don Gabriel, presente.

Dije un día de estos, y hoy lo repito, que alguno, en la plática:

– Yo tuve la suerte de conocer a Pedro Infante en persona.

Otro más, débil de espíritu: «Yo conservo una camiseta de Pelé, autografiada”.

Y el viejo nostálgico: “A mí me tocó la suerte de saludar de mano a mi general Cárdenas. Nunca hubiera querido lavarme esta mano, miren”.

Y semejante orgullo y tan grande satisfacción. Pero alguno, de súbito, saca una foto, la observa, se torna nostálgico, y aquel suspirillo:

– El señorón que me está consolando en las ruinas de lo que fue mi vivienda de Tlatelolco es Plácido Domingo. Yo apenas podía soportar la ausencia de la mujer, del chamaco, de la criatura de meses, pero en eso que aparece este hombre, y gracias a él… qué tiempos.

Muy cierto, mis valedores. Para tantos de ustedes,  proclives al culto a la personalidad,  el haber conocido al ídolo popular constituye una experiencia fuera de lo común. Yo, que aborrezco toda bobalicona  admiración, tuve la suerte de conocer a un varón que lo fue (lo es) por sus obras, a uno de los talentos mayores que ha producido el México de nuestro tiempo, varón de virtudes y hombre de bien. Conocí a ese personaje  de excepción, y ahora que les diga su nombre espero que estén de acuerdo conmigo.

A mi amigo lo admiré (lo admiro); lo conocí en persona y conozco sus obras; lo traté y me honré (me honro) con su amistad. Mi don Gabriel Vargas, por supuesto,  personaje que más allá de falsos prestigios que se arrogan el título, constituyó (constituye) el verdadero cronista de nuestra noble y leal, el visionario y amoroso observador de los marginados de siempre, y que con ellos llegó a crear el mural más extenso y verídico de tipos populares, mexicanos hasta la esencia del tuétano, y por eso mismo universales. Yo fui (soy)  amigo de mi don Gabriel Vargas, como de su doña Guadalupe de todo mi corazón. Vale.

Agraviado, un habitante de la vecindad, a doña Borola: “Qué forma tan méndiga de quitarle a uno el dinero, guereja patas de hilo».

Este mi don Gabriel fue (es) creador y re-creador de los tipos populares que hicieron, que hacen  época en nuestra cultura popular, y que ahí quedan. Don Jilemón Metralla, de los primeros, y más tarde don Regino Burrón, y con él doña Borola y Macuca, el Guerejo, el Tractor, doña Cristeta la millonaria y el Susano Cantarranas habitante del muladar, y Avelino Pilongano, el poeta balín, y su madre (la de él), doña Gamucita. Ya en los terrenos del agro, Juanón y el Guen Caperuzo, en fin. Tantos como ese Ruperto Tacuche, raterillo  reformado al que una nata de policías sinvergüenzas, rudo pleonasmo, por aquello de la extorsión,  lo induce a tornar al delito. ¿Se acuerdan ustedes? ¿Conservan su colección de historietas?

Aquí me arrimo a la advocación de los entrañables valedores del barrio bajo, personajes –corazón bandolero- de la vida airada y del áspero oficio del diario vivir una vida espinosa que integran La Familia Burrón, entes humanos (humanísimos), cachos de pueblo delineados de forma soberbia,  retratos fieles pero recreados a nivel de metáfora de ese buscavidas que habitó, que habita en la vecindad ribereña de la Plaza del Estudiante, corazón del barrio bajo que me dio cobijo cuando todo encandilado  llegué hasta esta noble y vial. Mi don Gabriel Vargas…

La literatura mexicana, desde Fernández de Lizardi hasta hoy, nunca ha cultivado cabalmente el perfil del pícaro. Siendo nuestra literatura rama del tronco español… (Mañana.)

Una red de agujeros

Fue a la salida del metro Revolución De repente ahí, en la orilla del arroyo vehicular, el desdichado aquel derribado entre esputos y basurillas.

De reojo lo observé: sucio, astroso, venido a menos, en total desvalimiento. Hacerme el desentendido y seguir mi camino, mi primer impulso; pero no, que pudo más la humana compasión y la certidumbre de que ambos, él y yo, somos víctimas del mismo depredador. Le tendí la mano.  ¿Pues qué, el redrojillo este no era, él también, como todo el pobrerío y toda la indigencia de este país, una víctima inerme de esos  tecnócratas reaccionarios que medran en la almendra de la injusticia y la insensibilidad? ¿No es, él también, víctima directa de un Sistema de poder que conjunta medro e ineptitud que, como los crudelísimos malparidos de cualquier signo y símbolo politiquero, pura pobreza y miseria pura nos han legado a modo de heredad, que bien pudiésemos decir con los dolientes mexhicas que cayeron, manchón de plumas y cuajarones de sangre, ante la pólvora del conquistador y la maza de sus aliados aborígenes:

“Y era mi herencia una red de agujeros…»

Fue entonces, mis valedores. Venciendo la repugnancia me hice el ánimo y me incliné frente el desdichado, le tendí mi diestra y lo alcé del arroyo vehicular. De ahí lo traje a mi propia casa y frente a mí permanece mientras tecleo esto que ustedes están leyendo. Lo observo de reojo y en su abandono total me parece percibirle una sonrisilla de agradecimiento, y aquí un mensaje al altísimo autor de la fabulilla (la parábola) del Buen samaritano. Señor:

Tú bien sabes que éste al que rescaté de la media calle nada vale, como tampoco la acción de ponerlo a salvo  de micros, metrobuses y tolerados. Pero, Señor,  si algo de mérito le ve tu misericordia a mi acción, ¿a mí y al que rescaté nos darás a valer algún día? ¿Nos darás sapiencia, voluntad y valor para nosotros darnos a valer, que es a quienes corresponde?

A mí me auxiliaste cuando desempleado en la radio (a medias, que me agenciaste un espacio para el ejercicio de mi periodismo, pero sin sueldo. Tres años.). ¿Y a éste cuando, Señor? El es también una víctima inocente de los descastados proyankis que cargan encima la maldita aspiración de portorriqueños de segunda, gringos de cuarta.

¿Que exagero? Señor:  ¿qué resta del México de tu madre guadalupana después de que semejantes mediocres que se han apoderado de mi país, y sañudamente lo enajenan al gringo? ¿No lo han degenerado, no lo han desnaturalizado hasta convertirlo en una segunda versión de Falfurrias,  Texas? Y si no, ¿cómo viven, en qué piensan y en qué lenguaje se expresan, si no es en el del dólar? ¿Estás enterado, Señor, de lo que en cuanto a justicia sucede en México?

La justicia. Miré al ñengo, encanijado, atacado de avitaminosis, y pensé en el culpable de tal postración. Entonces me alcé, y la rabia entre lengua y encías, grité: “¡Toda la culpa es de 117 millones de pasivos y dependientes porque permitimos que todavía a estas horas el PRI  vuelva a Los Pinos.

¿Que exagero? Señor:  ¿qué sobrevive del México de la de Guadalupe después de que los mediocres que se apoderan de mi país? ¿Castigo a los tales? ¡Desde Salinas, Fox, todos los hijos de su reverenda Marta, Montiel y su Peña pariente y administrador, hasta Calderón?

¡Calderón! Y excesos de una imaginación atorrenciada. Al grito de ¡Calderón! Me pareció que el devaluado al que rescaté empalidecía y le acometía un leve temblor. Pobre de ti y de mi,  pesito mexicano que recogí a la salida del metro. (México.)

La Roma imperial

Tanto quería Calígula a un caballo llamado Incitatus, que la víspera de las carreras del circo mandaba soldados a imponer silencio en todo el vecindario, para que nadie turbase el descanso de aquel animal. Mandó construirle una caballeriza de mármol, un pesebre de marfil, mantas de púrpura y collares de perlas; diole casa completa, con esclavos, muebles; en fin, todo lo necesario para que aquellos a quienes en su nombre invitaba a comer con él, recibiesen magnífico trato. Hasta dicen que le destinaba el consulado.

Suetonio, mis valedores. Resentido y parcial en la exposición de su historia, pero aun así esclarecedor nos resulta su testimonio sobre la Roma imperial.  ¿Lo habrá leído alguno de ustedes? ¿Conoce alguno Los Doce Césares? De entre los doce, ¿recordará la estampa abominable de aquel Cayo Calígula emperador (201-244), el de los tantísimos crímenes? Conocerá, entonces, la existencia de aquel que pasó a la historia como uno de los cónsules consentidos del degradado y degradante emperador. Sí, por supuesto: Incitatus. Releo el episodio y experimento verguenza por el pueblo romano, tan agachón, masoquista y fanático, que aun fue capaz de aclamar al dicho Incitatus, y honrarlo, aturdirlo a vítores y fanfarrias y exaltarlo como benemérito prócer de la comunidad. La Roma imperial…

¿Por qué mi extrañeza, si los romanos así acostumbraban aquerenciarse con sus tiranos, fueran ilustres como Marco Aurelio o de la calaña del propio Calígula?  ¿Que por qué escandalizarme por la adoración que el pueblo romano le profesó al tal  Incitatus, cónsul de Roma?  Casi por nada: Incitatus era un caballo. Un cuaco. Un penco, y  si Calígula lo hizo cónsul no fue a modo de recompensa por las carreras que hubiese ganado ni porque fuera garañón de tamaños. No, Calígula confirió al bruto la dignidad de cónsul porque aborrecía al noble y digno pueblo romano, y porque ese noble pueblo era bueno, pero bueno  de agachón, y ya lo canta el proverbio: el bueno pica a pelo de pubis, consulten su diccionario. La imposición de Incitatus en el consulado se entiende por la vía del desprecio, la befa, el escarnio:

“Quisiera que el pueblo tuviese una sola cabeza, y de un tajo cortársela».

Aunque, pensándolo bien, no debería extrañarme: qué desafueros no podrían perpetrarse en un Imperio en plena decadencia como el de Roma, con un populacho degenerado hasta el grado de terminar de agachón y falto de todo decoro, de toda altivez como pueblo que alguna vez estuvo a la altura de la epopeya. ¿Los magistrados y colegas del penco, pencos más que él? Ellos, condición lacayuna, a aplaudir el nombramiento del bruto como a su hora los muy brutos y convenencieros habían aplaudido masacres, devaluaciones de la moneda y excesivos impuestos al noble pueblo romano, cuyas muestras de adhesión a su nuevo cónsul fueron delirantes, multitudinarias. Por cuanto a Calígula:

Un fiero ataque de rebeldía inútil y de rabia impotente me forzó a hablar con ustedes de Incitatus, el cónsul, y del noble pueblo romano, tan alcahuete como agachón y perito en reniegos inútiles. Al abrir el matutino, aquel chicotazo: ¡los desfalcos de Granier! ¡Los de Humberto Moreira! ¡Las corruptelas de César Nava, los saqueos de Romero Deschamps y familia, de los Salinas y Fox, de los Montiel y Bribiesca,  los Sahagunes y demás sinverguenzas del ejercicio politiquero! Y yo digo, mis valedores:

PEMEX, Coahuila y demás. ¿A Tabasco no le hubiese convenido Incitatus en lugar del priísta  Granier? ¿Y al país? Es México. (Nuestro país.)

El orgullo del mediocre

Porque no lo queremos aprender. Ante la estridente enajenación colectiva que una noche dominguera padeció el Angel (¿ángel?) de la Independencia (¿Independencia?), aquí reitero tesis diversas de analistas del futbol.

Esa fascinación que ejerce sobre las masas populares cumple una función de compensación simbólica. Los capitalismos lo utilizan como medio de adiestramiento gregario y control psicológico de las masas a través de sus reflejos condicionados.

“No tenía idea de la explosión de locura que se produce si se encierra en la misma probeta una crisis económica, un desencanto por las instituciones del país, una bolsa de café y una virgen de madera dorada, y esa mezcla se deja desintegrar bajo el sol mojado de los tristes trópicos. Jamás un país me había dado la impresión de estar enajenado en bloque, pasmado entre un pasado ausente y un porvenir ilegible. Si en ese cuerpo enorme y febril se inocula pasión futbolística, la razón se tambalea. En ese organismo en estado de baja resistencia el cáncer del futbol ataca uno tras otro todos los órganos, a lo feroz”.

Como espectáculo para las masas el futbol sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita, al menos, una participación por delegación en las proezas donde se requiere fuerza, habilidad y destreza, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida.

«Ganamos, anotamos un gol», y no se han movido del graderío. Es el orgullo apasionado del mediocre. El deporte por delegación es un fenómeno  de la sociedad industrial de masas, el santo y seña de la sociedad de clases. Las del dinero practican el deporte: golf, tenis, hockey, equitación, polo, esgrima; sólo las clases bajas están reducidas al espectáculo pasivo del futbol. La inmensa mayoría rara vez toca un balón. El aficionado es espectador pasivo que participa por delegación de los triunfos de su equipo favorito, a cuyos partidos asiste a distancia, desde una tribuna, enajenándose en el jugador profesional, al que eleva a la categoría de ídolo.

El futbol es un medio de despolitización de  masas, un señuelo para alejarlas de la cultura política. El menosprecio por el fanático se evidencia hasta en las condiciones inhumanas que se le hacen sufrir en los estadios, que son lo más parecido a un campo de concentración, donde ni siquiera falta el alambrado de púas.

La comunicación que se provoca en el futbol es del tipo de las multitudes que se forman en ocasión de un linchamiento. Por ello suele terminar en  violencia.

De súbito, desde las galerías rompen a rodar las pasiones crispadas y los insultos, los frustrados deseos semanales. La turba de aficionados sugiere de pronto la imagen de un viejo decrépito que se exaspera en sus vanos esfuerzos por poseer a una adolescente.

La verdadera pasión es fría. El entusiasmo, en cambio, es por excelencia el arma de los impotentes.

Los merolicronistas de medios impresos y electrónicos “tienden a acentuar el carácter estético del futbol. Hablan de estilos y técnicas, pero que no nos engañen: intentan crear una seudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Hacen un serio estudio de algo de lo que nada hay que comentar aparte de algunas elementales reglas de juego».

Pero el futbol es rey, dios, dictador, negocio, enfermedad,  enajenación, política,  manipulación. Todo, menos un deporte.

¡Y el América es campeón! Ah, masas. Ah, pobres de espíritu. (Agh.)

¡Somos (?) campeones!

Llegó el alimento, mis valedores. Ha llegado el maná para esa  Perra Brava que se agostaba por falta de su sustento espiritual. Porque hasta ahora bastimento y opiáceos que la mantenían con vida (vida es un decir) eran los jeringazos de escándalo (Lady Profeco, Granier, Góngora, Romero Deschamps y nieto del Murillo titular de la PGR)  y la lavativa de hemoglobina (la nota roja, “reina absoluta del réitin”) que le embombilla la pantalla de plasma. Pero ahora llegó la comida (el bodrio)  para los pobres de espíritu. A la regazón de cadáveres se añadió  el clásico pasecito a la red que les  ha aprontado el duopolio de la TV. Banquetazo de pan y futbol,  muy  poco de lo primero, pero del otro hasta reventar, por más que de calidad ínfima. Ah, Perra Brava

Decir Perra Brava es remitirnos a la manipulación de esas masas enajenadas que el domingo pasado,  más allá de la carestía de la canasta básica, pagaron el costo de su boleto, atascaron el Goloso de Santa Ursula y practicaron ese lóbrego onanismo mental que consiste en vivir peripecias ajenas y tomar como propias las “hazañas” de unos alquilones del balompié que por practicarlo cobran altísimos sueldos. El fanático, en tanto…

Mírenlo ahí,  aplastado a dos nalgas en el graderío, calientes cabeza y garganta y las tripas empantanadas de agave y lúpulo, fanatismo en que caen también los compadres frente al televisor. Miren la cáfila de  enajenados jugando a ser  héroe por delegación: lonjas y  vientre fofo  a la mitad de su edad, esos no juegan, no saben jugar, no tienen condición física para correr unos cuantos kilómetros, pero qué  forma exaltada de vibrar y sentir como propias las acciones de los alquilones. “¡Ganamos! ¡Goleamos”. “Perdimos por ese árbitro vendido».

¿Ganamos? ¿Perdimos? ¿Nosotros, ustedes? Ridículo. Y si no, juzguen ustedes el mensaje que llegó a mi correo. Ya a punto de borrarlo le eché una ojeada, y válgame con los alardes del fanático. Aquí, respetando mayúsculas y sintaxis, va la parte sustancial del mensaje del ingenuo que asumió como propias las “hazañas” ajenas:

“¡Ya lo pueden gritar Este título es nuestro y no lo íbamos a regalar. La afición respondió como lo que es. ¡Somos campeones! Millones festejan, millones lloran, millones se abrazan…

somos: CAMPEONES.

El primer tiempo fue duro, difícil, peleado, intenso y sin goles…

Y sucedió, ¡la gente lo empató! Sí, lo empató con ese apoyo impresionante que le enchinó la piel a todos los presentes. La gente empató el marcador con goles de (aquí un par de nombres) en cuestión de pocos minutos…

En el aire se podía respirar el gol, ese gol que habíamos esperado nada más que 13 años y que estaba aguardando porque alguien se pusiera el traje de héroe para anidarlo en las redes y hacer que medio país gritara ¡CAMPEON!

Todo una fiesta, todo un carnaval que a muchos nos durará toda la vida. El himno del equipo se tocó una y otra vez, cada una de ellas coreada y cantada por todos los presentes, al igual que el Dale campeón, dale campeón, seguido del ´Palo palo palo, palo bonito palo ehh, ehh ehh ehh somos campeones otra vez…

La fiesta no terminó y no terminará durante mucho tiempo. El América ES CAMPEON, Y AHORA SÍ, ¡¡¡Haber (sic) quién nos aguanta!!!

VENGAN CAMPEONES, FESTEJEN QUE ESTE TITULO YA ES

NUESTRO!!! EL NUESTRO, EL MÁS GRANDE!!! 13 TITULOS Y HABER QUIEN NOS ALCANZA!!! GRACIAS A TODOS LOS QUE NOS DIERON ESE TITULO!! ¡¡¡YA SON HÉROES..!!!»

Ah, los mediocres. Ah, los pobres de espíritu. Ah, los… (Seguiré con el tema.)

Los «pendejos» de Paulina

La parentela de los políticos, mis valedores, esos parientes  que cargan sobre los lomos un apellido ilustre que los  abruma, que los aplasta y que tantas veces termina por arruinarles la vida. Todo ello porque el famoso y su prole llegan al éxito, al poder y a la riqueza, sin el soporte de los valores morales. Tienen, pero no son. Llegan a tener sin antes experimentar el proceso de ser. Lujos, derroches, compras en escaparates del extranjero y viajes en helicópteros oficiales para que Paulina sea transportada los escasos kilómetros que separan Toluca de Metepec, donde toma sus clases de yoga, gimnasio, modelaje o algo por el estilo. Esos todo lo  tienen, pero nada son.  He ahí el problema, que dijo aquél. A propósito:

Cuando presidente, José López Portillo  sería objeto de culto por parte de periodistas como un tal Montenegro, que así lo ensalzó en el matutino: “Usted, señor licenciado don José López Portillo, significa la tradición de lucha actuante. Usted, señor Presidente, va a conducir la nave de México a puerto seguro, metáfora que recuerda seguramente la reencarnación de Quetzalcóatl…”

En junio de 1998 habló Carmen Romano, por aquel entonces  esposa de Quetzalcóatl: “El gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari está resultando de veras estupendo. Mucho se asemejan este sexenio y el anterior. Sí existen muchos puntos de comparación entre ambos, pero lo más importante es que éste sí cuenta con la confianza del pueblo de México. Yo, por mi parte, como esposa del  presidente López Portillo ya hice  todas las actividades culturales y sociales que tenía que hacer”.

Condenó una omisión: que no se haya dado seguimiento a sus programas especiales para la niñez. “Eso le tocaba ya desde hace seis años a Paloma Cordero, pero por lo visto la esposa de Miguel de la Madrid nomás no hizo nada. Y si los programas no se continúan, si no se les da seguimiento, pues se vienen abajo, ¿no”.

Y que vestida con elegancia…

Carmen Romano, la «primera dama» de López Portillo. Notable por sus derroches, un gusto de más o menos y una moral personal que se prestó a habladurías, se rumora que murió de una cierta enfermedad mortal de necesidad, una que se transmite por contagio sexual. Interrogada en torno a sus derroches y ostentaciones de nueva rica, la señora respondió que como esposa del presidente «no tuve limitaciones económicas, pero eso depende también de las personas, ¿no?»

– ¿Y los viajes que efectuó con la Filarmónica  por todo el mundo?

– Esas eran invitaciones.

Más tarde López Portillo, garañón, tomó por esposa a la actriz Sasha Montenegro. Al paso del tiempo, ya casi al final de su vida, quien ostentara la banda presidencial de México, se dolía:

Sasha me maltrata, me cachetea, de pendejo no me baja…

Por cuanto a Paulina Peña y  la «bola de pendejos», como llamó a quienes criticaron a su padre por ignorante en materia de lecturas:

un saludo a toda la bola de pendejos, que forman parte de la prole y solo critican a quien envidian!… Twitteer for Black Berry@ – 05/12/11 Retwiteado por Pau Pena  

Y que “La hija de Enrique Peña Nieto, Paulina, retuitó  improperios contra los críticos de su papá (…) Las críticas fueron porque Peña confundió al autor de La silla del águila, Carlos Fuentes, con Enrique Krauze”. Y que después de una hora, “la cuenta de Paulina y su novio fueron canceladas”.

Tal fue el incidente de un Peña culturalmente vacío y una Paulina  caprichosa y malcriada que escupe desprecio a “la prole”.

¿Y? ¿Consecuencias? (México.)

Paulina Peña, mañana

Los parientes incómodos, mis valedores. Alfredito para Díaz Ordaz, para Salinas Enrique y Raúl, para López Portillo José Ramón, el «orgullo de mi nepotismo», y para Zedillo sus varios hermanos. ¿Vicente Fox? Desde sus hijastros hasta la ex-esposa Lilián de Concha, y un tal Hildebrando para Calderón. Vendría más tarde una cierta Paulina Peña, que a los críticos de su padre, hoy presidente de México, motejó de «pendejos».

Y ahora pronto  una Andrea, que en la PROFECO hizo caer a su padre, y la hija y el hijo de Romero Deschamps, firmes todavía hoy, como su padre, dentro de su riqueza ilícita. Tal es el calibre de la justicia que se aplica en este país. Siniestro. A propósito de los parientes incómodos:

Lo afirmó hace algún tiempo Guadalupe Díaz Borja, hija de alguno de los que anduvieron con las manos chorreantes de sangre:

– Yo puedo caminar por la calle con la cara alta. Puedo presentarme en los sitios públicos sin que me den la espalda los que fueron mis amigos. Yo y todos los Díaz Borja estamos libres de muchas cosas. ¿Y qué ocurre con los otros?

La nota fechada en Chihuahua. Chih. “La Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos pide formalmente al cabildo de esta ciudad cambiar el nombre del bulevar Gustavo Díaz Ordaz porque durante su gobierno se perpetró la matanza del Dos de Octubre. La petición es para honrar la memoria de los cientos de jóvenes, niños y ciudadanos que murieron el Dos de Octubre”.

Años más tarde, el presidente López Portillo  sería objeto de culto por parte de periodistas como un tal Montenegro, que así lo ensalzó en el matutino: “Usted, señor licenciado don José López Portillo, significa la tradición de lucha actuante. Usted, señor Presidente, va a conducir la nave de México a puerto seguro, metáfora que recuerda seguramente la reencarnación de Quetzalcóatl«.

La esposa de Quetzalcóatl, Carmen Romano, habló en junio de 1998: “El gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari está resultando de veras estupendo. Mucho se asemejan este sexenio y el anterior. Sí existen muchos puntos de comparación entre ambos, pero lo más importante es que éste sí cuenta con la confianza del pueblo de México. Yo, por mi parte, como esposa del  presidente López Portillo ya hice  todas las actividades culturales y sociales que tenía que hacer”. Condenó una omisión: que no se haya dado seguimiento a sus programas especiales para la niñez. “Eso le tocaba ya desde hace seis años a Paloma Cordero, pero por lo visto la esposa de Miguel de la Madrid nomás no hizo nada. Y si los programas no se continúan, si no se les da seguimiento, pues se vienen abajo, ¿no”.

Vestida con elegancia, la ex-primera dama de la nación reveló que estaba escribiendo dos libros: “Uno, de mis experiencias como esposa de un presidente, y otro, que yo llamo Mis primeras veces, que será no sólo para México, sino para el mundo entero».

(Mis primeras veces). Acompañada por guardianes en el recinto del poliforum cultural Siqueiros, ataviada con un llamativo juego de aretes, gargantilla y anillo de filigrana en oro con diamantes y granates, la ex-esposa del ex-presidente señaló: “Yo soy quien soy, lo que soy y lo que hice; no me interesa que me reconozcan. Los ataques no me lastiman”.     Respecto a las numerosas acusaciones de que era objeto acerca del dispendio con que se manejó cuando fue “primera dama”, respondió:   – ¿Cuál dispendio? No hubo dispendio alguno, quienes así lo dicen es por desconocimiento, pero reconozco…

Eso que reconocía la «primera dama», mañana. (Vale.)

Vamos diciendo salú

Al despreciado me referí ayer aquí mismo,  y afirmé que para aquellos que arrastran el áspero oficio del diario vivir una vida de agobios puede haber todavía una esperanza. Me equivoqué.

            Puede haberla, dije sin reflexionar, y en la mente tenía la facha de cierto esperpento gris, desangelado, sin pizca de carisma y don de gentes que ha logrado sobrevivir. Despreciado, aborrecido por toda una comunidad, ese  pequeñajo de cuerpo y espíritu no sólo sobrevive encuevado en su cubil después de haber derramado sangre y generar duelos y lágrimas, y causado desaparición de millares y que pueblos enteros amanecieran sin pobladores, sino que aun se atreve a inmiscuirse en los asuntos internos de un partido político como el blanquiazul, que él llevó a los linderos de la ruina. Su mensaje en cierta red social:

            Vieja regla del PAN: los asuntos internos se ventilan internamente.

            Ese que traicionó a amigos (pocos) y enemigos (tantísimos), fue un mediocre discípulo de Castillo Peraza,  al que  terminó traicionando para que el desaparecido político trazara el más fiel retrato hablado (escrito) del Judas que más tarde traicionaría a un Ramírez Acuña que tuvo la mala humorada de parirlo para una política de primer nivel a la medida del estadista, no de un mediocre sin pizca de autocrítica y acostumbrado a manejarse a punta de ocurrencias, berrinches e improvizaciones. Lóbrego.

            Cuenta el chismarajo que cuando se alzó hasta Los Pinos lo primero que se le ocurrió fue acudir a la tumba del padre muerto, y con  la esposa y víctima de sus vicios como testigo de calidad, sobre el catafalco del progenitor lo juró: nunca,  mientras de él dependiese, el PRI tornaría a Los Pinos. Y terminó impotente para cumplir su juramento, y aun traicionó al PRI que en una maniobra de co-gobierno, en un principio lo tomó  de la mano y le fue diciendo cómo fingir que gobernaba desde el Poder.

             La ropa sucia se lava en casa, asegura.

            Porque el muy cara dura ahora depone sus últimos restos de decoro y se atreve a inmiscuirse en terrenos vedados a ex-presidentes  y aconsejar a su víctima, el PAN, con un lugar común que ya muy pocos se atreven a utilizar: que «la ropa sucia se lava en…» Válgame. Como todo mediocre, el   redrojo político se desplaza por las trilladas travesías del lenguaje y ventosea  dos o tres frases hechas. Yo, en mi columna de ayer, animaba al despreciado:

            Animo. Si el de la fama pública a la altura del drenaje soporta la carga de desprecio de toda una comunidad, ¿por qué usted mismo,  humillado de su mundo circundante no pudiese superar tan agobiante situación?  Pues sí, pero de repente me lleno de zozobra ante una sospecha atroz: 6 años de actuar como rey de burlas soportó  Fox porque recurrió al Prozac. ¿A qué artificio acudió y acude el beato del Verbo Encarnado para soportar el cotidiano desprecio de la comunidad? ¿A alguna sustancia que lleva al adicto a romperse los huesos y echarle la culpa a la bicicleta? ¿A la adicción de que lo acusó Castillo Peraza? «Eran un tema reiterado de conversación las aventuras más que frecuentes –etílicas y demás– de algunos de tus colaboradores. Entendí  o creí entender por qué la vida comienza después de la 10 de la mañana en el CEN, e incluso a esa hora los escritorios están poblados de tazas de café, vasos de refresco y comestibles. A las 8 pm ya no hay a quién dirigirse en las oficinas».

            No, que reculo. No es para nada recomendable el elíxir donde tal vez encontró y encuentra fortaleza Calderón, ese modelo de despreciados. (¡Hic!)