Vamos diciendo salú

Al despreciado me referí ayer aquí mismo,  y afirmé que para aquellos que arrastran el áspero oficio del diario vivir una vida de agobios puede haber todavía una esperanza. Me equivoqué.

            Puede haberla, dije sin reflexionar, y en la mente tenía la facha de cierto esperpento gris, desangelado, sin pizca de carisma y don de gentes que ha logrado sobrevivir. Despreciado, aborrecido por toda una comunidad, ese  pequeñajo de cuerpo y espíritu no sólo sobrevive encuevado en su cubil después de haber derramado sangre y generar duelos y lágrimas, y causado desaparición de millares y que pueblos enteros amanecieran sin pobladores, sino que aun se atreve a inmiscuirse en los asuntos internos de un partido político como el blanquiazul, que él llevó a los linderos de la ruina. Su mensaje en cierta red social:

            Vieja regla del PAN: los asuntos internos se ventilan internamente.

            Ese que traicionó a amigos (pocos) y enemigos (tantísimos), fue un mediocre discípulo de Castillo Peraza,  al que  terminó traicionando para que el desaparecido político trazara el más fiel retrato hablado (escrito) del Judas que más tarde traicionaría a un Ramírez Acuña que tuvo la mala humorada de parirlo para una política de primer nivel a la medida del estadista, no de un mediocre sin pizca de autocrítica y acostumbrado a manejarse a punta de ocurrencias, berrinches e improvizaciones. Lóbrego.

            Cuenta el chismarajo que cuando se alzó hasta Los Pinos lo primero que se le ocurrió fue acudir a la tumba del padre muerto, y con  la esposa y víctima de sus vicios como testigo de calidad, sobre el catafalco del progenitor lo juró: nunca,  mientras de él dependiese, el PRI tornaría a Los Pinos. Y terminó impotente para cumplir su juramento, y aun traicionó al PRI que en una maniobra de co-gobierno, en un principio lo tomó  de la mano y le fue diciendo cómo fingir que gobernaba desde el Poder.

             La ropa sucia se lava en casa, asegura.

            Porque el muy cara dura ahora depone sus últimos restos de decoro y se atreve a inmiscuirse en terrenos vedados a ex-presidentes  y aconsejar a su víctima, el PAN, con un lugar común que ya muy pocos se atreven a utilizar: que «la ropa sucia se lava en…» Válgame. Como todo mediocre, el   redrojo político se desplaza por las trilladas travesías del lenguaje y ventosea  dos o tres frases hechas. Yo, en mi columna de ayer, animaba al despreciado:

            Animo. Si el de la fama pública a la altura del drenaje soporta la carga de desprecio de toda una comunidad, ¿por qué usted mismo,  humillado de su mundo circundante no pudiese superar tan agobiante situación?  Pues sí, pero de repente me lleno de zozobra ante una sospecha atroz: 6 años de actuar como rey de burlas soportó  Fox porque recurrió al Prozac. ¿A qué artificio acudió y acude el beato del Verbo Encarnado para soportar el cotidiano desprecio de la comunidad? ¿A alguna sustancia que lleva al adicto a romperse los huesos y echarle la culpa a la bicicleta? ¿A la adicción de que lo acusó Castillo Peraza? «Eran un tema reiterado de conversación las aventuras más que frecuentes –etílicas y demás– de algunos de tus colaboradores. Entendí  o creí entender por qué la vida comienza después de la 10 de la mañana en el CEN, e incluso a esa hora los escritorios están poblados de tazas de café, vasos de refresco y comestibles. A las 8 pm ya no hay a quién dirigirse en las oficinas».

            No, que reculo. No es para nada recomendable el elíxir donde tal vez encontró y encuentra fortaleza Calderón, ese modelo de despreciados. (¡Hic!)

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