Taller de lectura correspondiente al 28 de octubre del 2012.
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Programa Domingo 6 – 28 Octubre 2012
Programa Domingo 6 – 14 Octubre 2012
Programa Domingo 6 de Radio UNAM, correspondiente al 14 de octubre del año 2012.
Programa Domingo 6 – 7 octubre 2012
Programa Domingo 6 de Radio UNAM, correspondiente al 7 de octubre del año 2012.
Programa Domingo 6 – 30 Septiembre 2012
Programa Domingo 6 de Radio UNAM, correspondientel al 30 de septiembre del año 2012.
Programa Domingo 6 – 23 Septiembre 2012
Programa Domingo 6 de Radio UNAM, correspondiente al 23 de septiembre del año 2012.
Así que día del abuelo…
Senectud, divino tesoro, que te vas para no volver. Sé lo que digo, mis valedores, que a estas alturas de mi existencia ya voy doblando el Cabo de Buena Esperanza. A medias del próximo mes cumplo un año más de mi vida, que a fin de cuentas resulta que fue uno menos, y ya lo advierte a alguno de sus amigos el tremendo Groucho Marx:
“Esa mala costumbre de cumplir años va a terminar por llevarte a la tumba”. (Macabrón.)
¿Aletazo de la muerte, tal vez? Porque yo, a semejanza del marinero que a medias del mar se topó con el mensaje de auxilio en la panza de una botella, en aquel viejo ejemplar de viejos poemas que de la librería de viejo rescaté alguna vez, un viejo pedimento de auxilio me vine a encontrar. ¡En la inminencia de mi cumpleaños! Años de polvo y vetustez en el último rincón de la librería se prolongaron en mi biblioteca con aquel papeluco amarillento de vejez, y ello vino a ocurrir ayer mismo, en vísperas de un vagoroso Día del Abuelo, en la tarde aterida de lluvia friolenta que enlaciaba el ramaje de pinos y pinabetes. Yo, aquel suspirar…
Desde en la mañana arrastraba una indefinida depresión (ella me arrastraba a mí), y qué hacer, sino aferrarme al último recurso, ese que para algunos es el rezo milagrero, para algún otro la botella y para México librarse ya y para siempre de la cantaleta aquella de que “amigas y amigos”. ¿El recurso, para mí? Acunarme en mis libros, y la casualidad: apenas abriendo el vetusto volumen, a penas me remitió. Las tristuras, por conjurarlas, se refinaron.
Y no quiero morir. No quisiera morir – Amo la vida porque está colmada de poesía – Y de crímenes, y de odio y rabia y lágrimas…
El suspirillo, las vagorosas tristezas. Ya cerraba el libro cuando el papel encogido a dobleces se me vino a las manos. Lo fui desdoblando, leyéndolo, contristándome al tenor de la tarde aterida de amagos lluviosos. Era aquel un mensaje sin principio ni término, amarillento de vidas y años, en el que alguien que se confesaba viejo de edad (no “adulto mayor”, no seamos hipócritas para usar tan cursi eufemismo) aludía a su drama personal. El anciano, ¿vive o muere a estas horas? Leí:
“…con engaños y tras de sustraerme a la mala mis pertenencias, en un asilo me fue a encarcelar el menor de los hijos, el más amado de todos. ¿Cuándo ocurrió? Eso no logro ubicarlo, tanto se me ha raído la memoria.
En el asilo acabé de envejecer. Pero, fuerzas de flaqueza, logré fugarme y venirme a refugiar de mis hijos, solo y mi alma, en este cuartucho de azotea, vecino de gatos y lavaderos, abierto a vientos, lluvias y carrasperas. (Afuera de mi covacha las palomas, a zureos, reniegan de la llovizna.)
Tardes de domingo como esta son las más melancólicas para quien envejece de una soledad de lomo engrifado como gata en brama. Ah, soledad, la peor compañía del humano. Por conjurarla me he puesto a abrevar remembranzas en mi altero de viejas fotos, que más me dañan que aligerarme el espíritu. Ahí, macollo de ausencias, oficio de mis fieles difuntos: desvaídos rasgos de la que fue mi amantísima (canto, risa, el picor la especia, el geranio, el no-me-olvides, el deseo encuevado en el catre de latón). Qué joven fui una vez…
Me he puesto a barajar mis fotos: partos, hijas, nietos, hijos ya muertos o más distantes todavía: desbalagados, o todavía más distantes: desagradecidos. Ah, esta herida que no cesa, el hijo fallecido por oscuro conflicto entre la sota moza y la sota de bastos…»
(El final del recado, mañana.)
Los viejos somos así
Por olvidar invoco el piadoso alzhaimer…
Algo les contaba ayer, mis valedores. ¿Qué les contaba? ¿Día de qué celebramos ayer? Ah, sí, el Día del Abuelo, que conmemoré en compañía de todas las gentes de mi familia, y las charlas aquellas, y las risas, los abrazos, los parabienes. ¡Día del Abuelo, júbilo colectivo!
(Pero a ver, un momento, fuera el alzhaimer. Yo no tengo familia con qué celebrar. Soy solo, sin más, y no existe compañía más peligrosa que la soledad. Hablando solo termina el desventurado, y algo más: tampoco tengo la buena ventura de ser abuelo. No conocí la dicha agridulce del nietecillo. No me lo dieron el Tomás primogénito ni Mayahuel, esa sota moza tan bella que en ocasiones parece hacerlo a propósito. Pero este alzhaimer terco, que se ha aquerenciado conmigo. (¿Qué les contaba en la fabulilla?)
Y la coincidencia, mis valedores: amanecí con el ánimo marchito por una terca depresioncilla que me llevó a aferrarme al libro, y en el de poemas antañones me fui a topar con aquel papeluco donde algún solitario se dolía del aislamiento, de la soledad, de los amores que se fueron, de los hijos ingratos. Aquí el final:
«Me he puesto a barajar mis fotos: partos, hijas, nietos, hijos ya muertos o más distantes todavía: desbalagados, o todavía más distantes: desagradecidos. Ah, esta herida que no cesa, el hijo fallecido por oscuro conflicto entre la sota moza y la sota de bastos. Ausente uno más, que de mi se ha olvidado, pero cuyo olvido fue menos ingrato que el de roqueño corazón que me encerró en el asilo. En estas ácidas, corrosivas tardes de domingo, intento olvidar y recuerdo; procuro recordar, y olvido. Olvidar, invocar el piadoso alzhaimer…
Obsesión: aún tan escaso de años y bienes como sobrado de ilusiones, fui padeciendo gozosas heridas de aquella sucesión de mujeres que, costras de las heridas, me dejaron no más que estas fotos, dedicatoria, fechas vetustas y unos marchitos pétalos emparedados entre sonetos, rimas y redondillas. De súbito, el fogonazo: llegó ella, la Mujer, y ahora mi mente burbujea de romanzas y trovas, luna llena, mandolina y ventana grifa de dalias. Y aquí estoy, y avizoro el final, y porque esta soledad pesa como plancha de acero sobre mente y corazón, voy a enviar este mensaje a ver si alguno…”
Ese “alguno” fui yo, y aquí finaliza el manuscrito. El papel en la diestra, por la ventana miré una tarde que la llovizna tornaba remedo de anochecer, y de noche todas las tardes son pardas. ¿Quién será, cómo sería el del clamoroso pedimento de auxilio? Yo, entera mi soledad, qué hubiese podido compartirle, si no tristuras para intercambiarlas como monedillas en desuso, descontinuadas…
Un suspirillo; en las pupilas el picor. Contemplé la tarde aterida, vi el encabezado del matutino: “Solos, millones de viejos”.
No me pregunten qué quise decir – es que tenía un nudo en las palabras.
Pero ayer mismo, mis valedores, ¿celebró alguno el Día del Abuelo? ¿Alguno se percató de la fecha de hace unos meses, Día del Adulto Mayor, eufemismo ridículo? En fin; alguno de ustedes que sepa de edad, achaques y añejos gritos de auxilio, conocerá la causa de esta mi depresión, que acabó de recrudecer el mensaje que me aguardaba en alguna de las páginas del poemario del siglo anterior.
«Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…»
Senectud, cuántos suspiros se cometen en tu nombre. Y qué hacer. No lloro, nomás me acuerdo. Trato de recordar, pero este alzhaimer persistente… en fin.
(¿Qué les decía?)
Sin huevos
Este es un recado, mis valedores, para uno al que ustedes conocen bien, ese que a todos nos ha afectado en la economía familiar y cuyas indecisiones e indefiniciones provocan en todos nosotros desánimo, desconfianza y arranques de rencor mal sofrenado. Digo al causante de nuestras penurias:
Grave que sus vaivenes y veleidades provoquen la desconfianza popular, pero más grave que sea usted signo y la clave de todo un país, el nuestro. ¿Lo merece, cree merecerlo? Cómo ha sido que usted, santo y seña de todo México, se achicó ante su responsabilidad hasta el grado de permitir (¡propiciar!) que un intruso extranjero se infiltre en México y tome las decisiones que sólo a usted corresponden. Pero ya usted no pasa de ser la sombra de lo que debería ser para todos nosotros, a quienes debe el privilegio de estar donde está. Pero cuán cierto el versículo de la Biblia:
“Nadie puede aumentar a su estatura un codo”.
Usted, pequeñajo irredento, ningún margen de independencia conserva a estas horas; su dependencia del vecino del Norte es total, y denuncia su propia debilidad y que no pasa de ser lo que muestran sus hechos: un mediocre total, ya indigno de nuestra confianza, lástima.
Lástima, sí, porque aquí, allá y dondequiera no recibe más que indiferencia y desdén, que eso y más merece porque no merece más, y esto lo avalan la historia y la realidad objetiva. Lástima de economía popular, que usted tanto ha perjudicado. (¿Usted? No usted, sino quienes lo manejan como marioneta.) A propósito:
En una cuestión coincidimos mega-ricos y el fregadaje del país: en nuestra compulsión por mirar hacia el Norte y confiar en el gringo todo lo que de usted desconfiamos, todo esperarlo del extranjero que se ha venido adueñando del país mientras que a usted, el responsable de nuestra creciente vocación proyanki, lo desdeñamos. Y la vergüenza ajena que usted nos provoca a tantos; vergüenza propia, después de todo…
Cuántas esperanzas defraudadas, cuántos perjuicios causados por su indefinición, cuántas ganas de creer en usted, de volver nuestra cara a la suya sólo para encontrarnos con un ente amorfo, gris, medianejo juguete de las circunstancias de aquí y del exterior. Por su culpa (de todos nosotros) hemos terminado por poner el destino común en el gringo. A propósito:
Cuanto más lo observo más le descubro lo corriente y picotón; lo miro ayuno de valor y enseñando el cobre de que está malforjado. Cada mañana mi primer pensamiento: amanecí, milagro de la vida, y enseguida: cómo habrá amanecido, si es que logró amanecer, el pequeñín de tan pocas agallas y tan pocos alcances, el ninguneado por todos, el de la pinta insignificante del que se habla, si se habla, a lo despectivo.
Pobre de usted, representante de nuestro México. Pobres los que vivimos atenidos a usted, y la mala fortuna: mientras usted mira al Norte, los fuertes, los dignos, miran al Sur. Allá, en las tierras del Sur, los colegas dan al gringo la espalda y se fortalecen, y cobran peso, presencia y sustancia en el mundo. Son el orgullo de los hombres del Sur. Usted, mientras tanto, mediocre y bocabajeado, anda a estas horas de pedigueño a las puertas el vecino imperial (para el prepotente del Norte como si no existiera, como si hubiese dejado de existir. Lo veo, lo compruebo, y este ánimo, que se contrista…)
Pero la culpa no es suya sino de todos nosotros, pesito mexicano: ya saldrá de de esta postración algún día, cuando todos nosotros… (En fin.)
De perros y huevos
Señor presidente: para ser ganador como empresario y buen líder se necesitan huevos, ¡muchos huevos!
Así en su momento reclamó a Fox el empresario C.S. de Anda. Hoy México anda sin huevos, situación que me lleva al tema de la lucha libre, deporte que requiere muchos y muy bien puestos. Un día de aquellos me extravié en la sección deportiva, y aquella cursilería:
Una vez más el bien triunfó sobre el mal, y la joven sensación, Místico, volvió a pasarle por encima al rudísimo Averno. El aficionado disfrutó de un recital de alternativas en tres caídas.(¡!) El Místico ejecutó su valentía (sic) y tomó ventaja.
Y que “el arlequín boricua se acercó a los aplausos al dejar con vuelo afuera del ring a Warrior». Tropecé con los alias pintureros: Nitro, Sayko, Boy, Pierroth, El Sagrado, Black Warrior, en fin. Cerré el periódico y me puse a pensar en los tiempos de mi primera juventud, qué tiempos.
Aprendí aquellos nombres: Gori Guerrero, El Santo, Blue Demon, Rayo de Plata (a este táchenlo, era un caballo), y en épocas más recientes Konan, el Mil Máscaras, Fray Tormenta (sacerdote él, creo). Hoy, por lo visto, ya contaminó a los luchadores la plaga de los nombrecitos que endilgan a los pobres escuincles: Vivían, Yinyer, Yeneviv, Cary, Yónatan. Ustedes, los aficionados, ¿simpatizan con los técnicos o se inclinan ante los villanos de las mañas arteras? Rodillazo, descontón, el chile en los ojos (chile en polvo) o la estrangulación directa, por no andarse con rodeos y, ojos desorbitados, el aullido del “respetable”:
– ¡Mátalo, al cabrón!
Dije huevos, y en diciéndolo rindo homenaje a dos de los rudos más rudos, corazón bandolero:
– ¡El Perro Aguayo! ¡Cavernario Galindo, para el que quiera algo de él!
Ah, crispaciones faciales de fieras en brama, de bestias en paroxismo, sedientas de sangre! ¡Ah, esos tomates inyectados de coágulos enrojecidos, belfos espumosos de baba sanguinolenta, caninos y premolares mascando los hígados!
Perro y Cavernas fueron varones honestos en su profesión y respetuosos con un respetable que en la taquilla pagó por ver sangre derramada (de dos fieras del cuadrilátero, no de 95 mil mexicanos víctimas de una guerra particular que juzgará la Historia). Porque Perro y Cavernas desquitaron los pesos pagados para atestiguar cómo los dos se bañaban en sangre en el encordado de la Arena México. Bien haya…
Esos fueron el Perro y el Cavernario: virtuosos en todas las malas artes del costalazo, del madruguete, del descontón. A pujidos, sudor y sofocos, en cada contienda subieron a partirle toda la suya a los Gori Guerrero y demás guerreros que personificaban el bien. Porque Perro y Cavernas eran villanos, y como villanos se esforzaron por ganar así fuese con recursos permitidos, si no había otra opción. Nunca en lo suyo mediocres, bien haya ese par de rudos, y a esto quería yo llegar.
Perro y Cavernas lidiaron a la pura verdad. Auténtica fue su rabia de contendientes como auténtica la sangre con que jaspearon el encordado. Ni un engaño en el cuadrilátero, ni una balandronada, que no fueron valientes de lengua, saliva y gargajo. Cara a cara defendieron su causa, cara a cara se agredieron y fue la cara la que mutuamente se partieron. Bien hayan.
Ellos dos, para sus contiendas, fueron limpios, leales. Ellos ni mecha corta ni caprichitos, ni venganzas de mala ley. Ellos exentos de esos rencores del carácter débil que se satisfacen de forma tangencial y torcida desde la alevosía, la ventaja y la Sota de bastos, Alejandra. Bien por el par. (Vale.)
Taller de Lectura – 26 Agosto 2012
Taller de lectura correspondiente al 26 de agosto del año 2012.
¡Compatriotas!
De Chapultepec y sus pinos hablaba a ustedes ayer, y de una familia de osos que acaparaban la curiosidad de los visitantes, los Pe-Pe, Chía-Chía, Tohuí y congéneres, que a diario tenían sobre sí micrófonos, cámaras y reportajes. Los visitantes dominicales, aquella fascinación. Pero así pasan las glorias de este mundo…
Pepe-Pepe de súbito se nos frunció, y de inmediato la jaula vino a ser ocupada no por otro oso panda, sino por un oso irremediablemente gris, y tanto, que en el zoológico mal se recuerda, y de malas, al que nos resultó gris rata porque no se fue con las garras vacías, sino que de inmediato cambió sus garritas de recién llegado por casimires gris Oxford. Color gris rata, precisamente. ¿Su nombre, su alias? A saber. Lo que recuerdo de él es que toda su personalidad se enfocaba en una de las cejas alacranadas. Fue toda la gracia del oso gris, primer nopalito y el primer mediocre que intentó la trascendencia con el puro recurso de arquear una ceja. En reculones perito nos resultó tiempo después. Que el panda Salinas se robó la mitad de la cuenta secreta, pero que no me hagan caso, porque ya mi cerebrito lo tengo estropeado. Trágico.
Después del gris rata, ¿se acuerdan ustedes?, hasta la jaula mejor del zoológico nos acarrearon al que más tarde iba a alzarse con la mitad de la cuenta secreta, el panda más desagradable de ver, uno pelón, orejón y cascorvo, como comprado en barata de saldos, mother-nizador. Así anunció el matutino la llegada del nuevo plantígrado:
El gran movimiento en el aeropuerto fue motivado por el arribo del oso panda Chía-Chía, que llegó en un vuelo comercial desde Chicago.
(¿No desde Dublín? Sabríamos después que de Chicago se acarreó la mafia y las mañas más perniciosas de los Al Capone y compinches. ¡Solidaridad, compatriotas!)
“La comitiva de recepción del panda estuvo encabezada por la directora del zoológico de Chapultepec, quien comentó que Chía-Chía viene a México para contraer nupcias con Tohuí, la osa mexicana” (¿A contraer nupcias? ¡A violarla, a vejarla, a saquearla el tanto de seis años, a ensombrecerla todavía más, padrotillo esperpéntico, valido de la ocasión, no olvidar la memoria histórica!)
“Chía-Chía fue transportado inmediatamente al zoológico de Chapultepec, donde fue colocado en un albergue aislado en tanto se aclimata y se acostumbra a sus nuevos compañeros».
(Los que no se pudieron aclimatar ni acostumbrarse al nuevo plantígrado fueron Colosio, Ruiz Massieu, más de 400 perredistas y cosa de 100 millones de mexicanos que mal soportaron la presencia del espurio impostor entre los pinos de Chapultepec. Hoy, encuevado en su cubil, sigue agitando el pandero de la grilla politiquera. Pregunten, si no, a su ahijado político, ese panda de copete padrotón que amenaza con ocupar una jaula en los pinos.)
Desde que Chía-Chía se enjauló en el zoológico veterinarios y guardabosques agarraron por su cuenta imagen y fama pública del espurio invasor y ándenle, a delinear en el engendrillo un halo de Divino Rostro y a arrodillársele al milagrero de pacotilla. Semejante fantasmón fachendoso, figurón de utilería, gesticulador del lenguaje, veneno dulzón, se alzó en el zoológico sobre serpientes y cocodrilos, orangutanes y dinosaurios y jilguerillos cantores, y fue rey del bosque y reinó sobre garras y picos, uñas, colmillos y lenguas bífidas. Tiempos calamitosos: Chía-Chía tuvimos todos los días y en todas partes, menos en la sopa, que nos la escamoteó. ¡Solidaridad, compatriotas! Lóbrego.
(Más pandas, en breve.)
Gaviotas, para empezar
Tarde friolenta, con amagos de llovizna, que me contristó el ánima y la orilló al suspirillo, la laxitud y el oficio de los viejos (no “tercera edad”, no “adultos en plenitud”, no practiquemos el arte hipócrita del eufemismo); tarde, decía, que fue la del sábado pasado, pizarrosa y con bandazos de viento. Tarde que me orilló al oficio de recordar, entre pesadumbres. A mi oído Bach. Y aquella tristura…
Allá, por los rumbos de Chapultepec, unos vapores neblinosos que difuminan el verde y los ocres. En silencio contemplé los álamos enhiestos, los ahuehuetes vetustos y unos pinos ya atacados de un mal incurable, ya irremediablemente decrépitos y carcomidos de polilla por culpa de algunos animalejos a punto de ser expulsados del bosque, y a hacer leña del árbol caído (en desgracia). A la mente se me vino cierta evocación, al ánimo la tristura y al pecho el suspiro –tengo ese don, el de los suspiros-. Contemplé los pinos ya cancerosos, y resfriado el espíritu dije entre mí con el clásico, ensombrecido el ánimo:
“Así pasan las glorias de este mundo…”
Sí, que entremirando el zoológico y los pinos en ruinas, carcomidos de corrupción, depredación impune, un descrédito total y ese lago de Chapultepec que sería insuficiente para contener la sangre que ha derramado el más feroz de los habitantes del bosque, a la mente se me vino la evocación de ciertas familias de animalejos privilegiados a lo demencial: la de los osos panda, que en su momento disfrutan de la tumultuosa popularidad que les otorga un paisanaje manipulado, y una atención, unas honras, un protagonismo y unos gastos de mantenimiento que en forma alguna merecen, según la mediocridad de semejante recua de Pe-Pes, Tohuís y congéneres. Así pasan las glorias…
Muchas familias de pandas ha habitado entre esos pinos a cuerpo de rey, de caudillo, de sátrapa, de dictador, de autócrata Quetzalcóatl y Quinto Sol, diosecillos de pacotilla, algunos de ellos sometidos a su Primera Panda (pareja de pandas aquella que de quedar una migaja de Justicia en el mundo, de la jaula de oro que ocupó hasta el 2006 debió ser cambiada a la que se merecen y se han ganado: la de El Altiplano. Con todo y panditas depredadores. Pero estamos en México.
Uno es el primero de la runfla de pandas que se me viene a enjaular a la mente. El Pepe-Pepe mentado, ¿lo recuerdan ustedes? ¿Lo habrán podido olvidar? Al que hicieron creer Quetzalcóatl. Y se lo creyó.
Musito ese nombre y me llega la evocación del berraco que en derredor congregaba torrentes y contingentes de Rosa, Luz, Alegría y mafias de periodistas que le aplaudían dichos, gracias y carantoñas de irracional. En el zoológico los Ratones Verdes no tendrían delanteros, pero sí el Pepe-Pepe muchos traseros a su disposición en los pinos, traseros aquellos que se tornaron andancia con sus andares de gracia, salero y fiebre hormonal. Pompa(s) y circunstancias se nos volvió aquel zoológico. Los visitantes, en tanto, semejante fascinación. Oh, qué estatura de estadista la del licenciado Pe-Pe. Con él «ya la hicimos». (aturdidos que no fuéramos.)
Pues sí, pero de repente, lo previsible: el panda se nos pandeó; la embolia le torció los belfos, le engarrotó los músculos que antes tuvieron movilidad y le inmovilizó los que se vivían engarrotados por fuerza de Rosa, de Luz y Alegría, y fue entonces.
Qué tiempos aquellos, que amenazan con volver, ahora con otra clase de fauna. Gaviotas, para empezar. Sin el carisma y la gracia de las Tohuís, pero…
(Sigo mañana.)
La hora del lobo
Ayer fue a Arturo Montiel, hoy es el turno de Calderón. Llegó el tiempo en que unos a otros se protegen las espaldas a base de alianzas secretas y compinchajes donde se aplica la táctica del toma y daca, del quid pro quo, y de que aquí no ha pasado nada. Así ha ocurrido con Fox y su parentela política; enriquecida hasta la náusea, es protegido por el de los Pinos. Peña protegió a Arturo Montiel, Calderón a Fox como éste a Zedillo, que a su vez cuidó las espaldas al anterior, el cual…
Protegerse las espaldas. En el matutino del pasado lunes leo que «No uno, ni dos, ni tres. Nos aseguran que pueden llegar a cinco los encuentros entre el hombre de Los Pinos y el virtual presidente electo. Sólo una de esas reuniones fue hecha pública».
Y que al menos una fue concertada hacia el atardecer y se extendió más allá de la media noche. Que el contenido de tales encuentros se ha mantenido en el más riguroso secreto incluso para los más cercanos colaboradores. A saber lo que se pidió y lo que se ha concedido. Lo único cierto es que los perjudicados vamos ser la ley, la justicia y las masas sociales. Peña y Calderón, entre tanto: me das y te doy, y aquí no ha pasado nada ni habrá de pasar más allá del primero de diciembre. Es México. Mis valedores:
Por que podamos calcular lo que nos espera a partir del próximo diciembre van aquí las alianzas recientes, contrarias todas al interés de las masas sociales, que han concertado los dos partidos políticos que en su carácter de fiel reflejo del vecino imperial van redondeando su proyecto de bipartidismo en nuestro país. La historia afirma, al respecto, que a la hora de concretar acuerdos que beneficien al Sistema de poder en perjuicio de las masas el PRI ha sido aliado recalcitrante de Acción Nacional, con el añadido del entenado, del pariente pobre, del clan migajero de los chuchos talamanteros que cargan el alias de Nueva Izquierda, y que son los encargados de la obra negra y el trabajo sucio. Chuchos.
Por que no se nos pierda la memoria histórica: de las recientes alianzas que han establecido los dirigentes del PRI con «las braguetas bendecidas», que dijo aquél:
1998.- PRI y PAN votaron juntos la legislación electoral salinista para eliminar las coaliciones y candidaturas comunes de los partidos.
1991.-PRI y PAN votaron juntos la quema de los paquetes electorales de 1988 para eliminar la evidencia del fraude que arrebató el triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas.
1991.- PRI y PAN votaron juntos un resolutivo para apoyar la elevación de cuotas en la UNAM propuesta por el rector Sarukhán.
Ese año PRI y PAN reformaron el artículo 27 Constitucional para privatizar el ejido.
1993.- PRI y PAN votaron juntos la reforma al Código Penal para permitir la libertad bajo fianza a los servidores públicos corruptos.
1998.- PRI y PAN recortaron el presupuesto del Distrito Federal y el de las universidades públicas.
1998.- PRI y PAN, aliados, aprobaron el Fobaproa.
PRI y PAN han venido impulsando juntos los mismos proyectos lesivos a la ciudadanía, proyecto en el que de forma más o menos encubierta colaboran los chuchos que en el panorama del ejercicio politiquero sobreviven con las migajas que les reditúan la obra negra y el trabajo sucio.
Pues sí, pero mientras tanto, mis valedores, a estar preparados: Peña y el beato del Verbo Encarnado son personajes polémicos, controvertidos, y a punta de acuerdos secretos intentan maquillar una biografía personal impresentable.
Es la hora del lobo. Cuidado, mucho cuidado. (Vale.)
Nosotros, los de entonces…
Ya no somos los mismos. Ni la calle de mis amores, ni sus casonas neo-porfirianas, ni unos vecinos que conocí de entorchados y pergaminos (nunca me dirigieron la palabra), ni yo, en tantas formas tan venido a menos. Cuánto nos sale debiendo el gobierno. Cuánto nos debemos a nosotros mismos. Mis valedores:
El sábado pasado, a esa hora mortecina de la media tarde en que las cosas parecen ya estar añorando la cobija y el jergón, regresé a la colonia de vieja alcurnia y me interné en mi calle; en lo que de ella sobrevive a penas. Y ocurrió que una vez que en Londres México se bañó en oro, y de la mano de sus nuevos héroes se encaramó hasta la punta de la gloria, yo me di a recorrer la calle que habitara hace años: seis, siete cuadras de casonas porfirianas con recios portones que recordaba siempre cerrados, pero lo que ahora me vine a encontrar: setos parduzcos, banquetas destartaladas, cacarizos muros con tatuajes de grafitos, tandadas de perracos, cinco deyecciones por cada animal. Frente a mí, brazos abiertos, la sombra apenas de aquel mi amigo Felipe de Jesús de los años viejos.
– Llámame por mi apellido: Cánovas, porque el nombrecito de pila… ¿Sabes que hasta el fin del sexenio no lo vuelvo a usar?
En silencio nos abrazamos. Alguno suspiró. En el viento otoñal, tufarada de mal aliento, me cachetearon tres voces tipludas, amelcochadas, que si de hombre, que si de mujer: Eres la gema que Dios…
– Extraño lugar este donde me citaste, Felipe de… perdón. ¿Es una cafetería?”
En el zaguán de la casa habitación una mesa con su mantel, cuatro sillas, una cafetera doméstica, cucharas, azúcar, y una mesera que resultó ser… “Oye, ¿no es ella doña Nilda Eudevilia, de la aristocrática familia de los Montalbán?”
Ella, sí, que a pasitos contados llegó, con pulso temblón llenó las dos tazas, y a pasitos contados se alejó por el corredor. “Aristócratas víctimas de la crisis. Ahora verás lo que queda de la calleja”.
Y allá vamos, rumbo a la casa de Cánovas, amigo de mi niñez. “Ando en agencias de poner mi propio changarro. Por eso te pedí que vinieras. Quiero pedirte una orientación”.
Dejé unas monedas sobre el mantel y allá vamos, rumbo a la casa del amigo, al final de la calle, y según caminábamos: Dios, que en la zona de casonas porfirianas, afrancesadas, cortadas a la medida de las añejas familias cortadas a la medida de la aristocracia de principios del XX, contemplé el espejo de mi México actual. Vejez, incuria, abandono. Y al avanzar:
– ¿No es esta la residencia de los Aréchiga, caballeros de Colón?
El ánimo contristado leí en la ventana, detrás de unas rejas de mucho primor, el letrerito pudoroso: “Clases de piano. Ropajes de niños dios. Se preparan niños para la primera comunión”. A poco andar, en otra casona un nuevo letrero: “Se renta pieza a dama de buenas costumbres”, y enfrente:
¿Qué utilidades puede reportar a los Gálvez de Céspedes la venta de cochera? Una ringlera de chamarras de medio uso, tenis todavía de buen ver, camisetas. Para atraer clientela, un radiecito con música a medio volumen. Boleros. Y a esperar marchantes.
– No, y los apretados Orendáin.
Ellos, que habilitaron uno de los cuartos que dan a la calle, y en la ventana han colocado ringleras de yerbas de olor (poleo, cilantro, orégano del cerro) sin letrero ninguno, que el pudor mantiene la vendimia en una discreta exhibición.
– ¿Te acuerdas de la señorita Gracia, la solterona que fue sobrina de diversos curas?
(Mañana.)
Desconsuelo y dolor
Salir con la frente en alto a pesar del dolor…
Leí la frase doliente, dije a ustedes ayer, y venteé la tragedia. Observé las fotos que publicó el matutino (de esto hace algunos ayeres): rostros de niños, de jóvenes y maduros, un puro ardimiento y un majestuoso dolor, que a lágrima viva y a puño crispado expresan pena, rabia, desesperación. Yo, apenas las miré en el periódico, me sentí reblandecido al ajeno dolor. ¿Un nuevo episodio de violencia en brama entre la R-15 y la AK-47? ¿El resultado del “daño colateral”, como llama a la matanza de niños, doncellas y embarazadas el jefe nato de mi general Galván? Me sorprendí haciendo pucheros, me fui al morbo de los detalles, y fue entonces. De súbito…
Leí la noticia, y válgame: las tales muestra del sufrir colectivo tan sólo me provocaron desprecio, impaciencia, exasperación. ¿Por insensible? No, que el desprecio, el desdén hacia estos rasgos lacrimosos fue mi reacción natural a las causas del llorar colectivo: ¡en el graderío del estadio futbolero un equipo del clásico pasecito a la red había caído a los infiernos de la segunda división, y sus fanáticos se retorcían a la pena, la impotencia, la desesperación! ¡El Necaxa, que descendía a los infiernos de la “Primera A“ y arrastraba a su Perra Brava al llorar y el rechinar de dientes! Y los puños que se alzan al cielo, y los rostros acalambrados, y ese que (pudibundo Julio César al recibir las mortales puñaladas) oculta en la camiseta listada de rojo y de blanco los visajes que le arranca el insufrible dolorimiento. Así viejos y niños, ese en la flor de la edad y ese par de jovencitas que se deshacen en llanto. ¡Por las peripecias del clásico pasecito a la red! Ah, héroes vencidos, héroes por delegación..!
Yo, ¿honrar esas lágrimas, las mismas y de la misma calidad de las que se han desparramado a la advocación de Pedro Infante, Juan Pablo II, La Morenita, la telenovela? Miré las fotos, medité en el “Salir con la frente en alto“, del futbolista en derrota, pensé en los del llanto colectivo:
“El fútbol, espectáculo para las masas, sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita cuando menos una participación por delegación de las proezas donde se requiere fuerza y habilidad, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida. El futbol, deporte por delegación, es privativo de la sociedad de clases. Las clases altas practican personalmente el deporte (golf, polo, tenis, equitación): sólo las clases bajas están reducidas al espectáculo pasivo del fútbol que los entrena para la dependencia, la pasividad, la permanente minoría de edad mental”. Mis valedores:
Las lágrimas de los de la foto, ¿espontáneas? Por supuesto que no. Son pasiones, emociones y reacciones mañosamente inducidas a lo artificial y artificioso en el débil de espíritu. Son los opiáceos de las masas oprimidas, deprimidas, enajenadas. Alineación, manipulación, dependencia, televisión. ¡Nos bañamos en oro! ¡Los héroes, la gloria, México!
Pero felicidades: el llanto quedó atrás. Para el que apenas ayer se retorcía las entrañas «su» Necaxa vuelve a pastar en la grama de la primera división. Hoy, la alegría se tiñe de rojo y blanco; es la “alegría” con que el Sistema apuntala en las masas un agónico sentido del diario vivir una vida que se arrastra al ras del desánimo. Pornografía, licor y el clásico pasecito a la red. Y no pensar, no reflexionar. Felicidades por «su» Necaxa. (Es México.)
Nosotros, los de entonces…
Ya no somos los mismos. Ni la calle de mis amores, ni sus casonas neo-porfirianas, ni unos vecinos que conocí de entorchados y pergaminos (nunca me dirigieron la palabra), ni yo, en tantas formas tan venido a menos. Cuánto nos sale debiendo el gobierno. Cuánto nos debemos a nosotros mismos. Mis valedores:
El sábado pasado, a esa hora mortecina de la media tarde en que las cosas parecen ya estar añorando la cobija y el jergón, regresé a la colonia de vieja alcurnia y me interné en mi calle; en lo que de ella sobrevive apenas. A penas. Y ocurrió que una vez que en Londres México se bañó en oro, y de la mano de sus nuevos héroes se encaramó hasta la punta de la gloria, yo me di a recorrer la calle que habitara hace años: seis, siete cuadras de casonas porfirianas con recios portones que recordaba siempre cerrados, pero lo que ahora me vine a encontrar: setos parduzcos, banquetas destartaladas, cacarizos muros con tatuajes de grafitos, tandadas de perracos, cinco deyecciones por cada animal. Frente a mí, brazos abiertos, la sombra apenas de aquel mi amigo Felipe de Jesús de los años viejos.
– Llámame por mi apellido: Cánovas, porque el nombrecito de pila… ¿Sabes que hasta el próximo primero de diciembre no lo vuelvo a pronunciar?
En silencio nos abrazamos. Alguno suspiró. En el viento otoñal, tufarada de mal aliento, me cachetearon tres voces tipludas, amelcochadas, que si de hombre, que si de mujer: Eres la gema que Dios convirtiera en mujer.
– Extraño lugar este donde me citaste, Felipe de… perdón. ¿Es una cafetería?”
En el zaguán de la casa habitación una mesa con su mantel, cuatro sillas, una cafetera doméstica, cucharas, azúcar, y una mesera que resultó ser… “Oye, ¿no es ella doña Nilda Eudevilia, de la aristocrática familia Montalbán?”
Ella, sí, que a pasitos contados llegó, con pulso temblón llenó las dos tazas, y a pasitos contados se alejó por el corredor. “Aristócratas víctimas de la crisis. Ahora verás lo que queda de la calleja”.
Y allá vamos, rumbo a la casa de Cánovas, amigo de mi niñez. “Ando en agencias de poner mi propio changarro. Por eso te pedí que vinieras. Quiero pedirte una orientación”.
Dejé unas monedas sobre el mantel y allá vamos, rumbo a la casa del amigo, al final de la calle, y según caminábamos: Dios, que en la zona de casonas porfirianas, afrancesadas, cortadas a la medida de las añejas familias cortadas a la medida de la aristocracia de principios del XX, contemplé el espejo de mi México actual. Vejez, incuria, abandono. Y al avanzar:
– ¿No es esta la residencia de los Aréchiga, caballeros de Colón?
El ánimo contristado leí en la ventana, detrás de unas rejas de mucho primor, el letrerito pudoroso: “Clases de piano. Ropajes de niños dios. Se preparan niños para la primera comunión”. A poco andar, en otra casona un nuevo letrero: “Se renta pieza a dama de buenas costumbres”, y allá, enfrente:
¿Qué utilidades puede reportar a los Gálvez de Céspedes la venta de cochera? Observé la ringlera de “jeans” y chamarras de medio uso, tenis todavía de buen ver, camisetas. Para atraer clientela, un radiecito con música a medio volumen. Boleros. Y a esperar marchantes.
– No, y los apretados Orendáin…
Ellos, que habilitaron uno de los cuartos que dan a la calle, y en la ventana han colocado ringleras de yerbas de olor; sin letrero ninguno, que el pudor mantiene la vendimia en una discreta exhibición.
– ¿Te acuerdas de la señorita Gracia, la solterona que fue sobrina de diversos curas?
(El lunes.)
¡Al sonoro rugir del..!
El himno mexicano sonó (sonó, escribió el reportero del matutino) pletórico (¿sabrá lo que significa tal adjetivo?) en Wembley mientras la bandera verde, blanco y roja (así, en masculino y femenino), prodigiosa y hermosa (sic), subía al cielo.
Analfabetismo funcional, cuántos disparates se vomitan en tu nombre. Pero a propósito del himno que «sonó» en Wembley: nativo soy de un poblado que en mis años tiernos vivía un tiempo congelado en la rutina del diario vivir que cabía en el canto del gallo y un madrugar de campanas, del día rayonado a ladridos, rebuznos y toros en brama. Ya al pardear, el cencerro, la majada y el toque de esquilas que convocaban al ángelus, y hasta otro día, calca del anterior y molde para el que vendrá después. La noche de mi región: pacífica convivencia del trasnochador con la bruja y el ánima en pena, y la paz.
La paz, pero de súbito, mis valedores, la rutina se trizó una mañana, cuando en penco cuatralbo, con un lucero en la frente, nos llegaba el lucero de la revolución, don Pánfilo Natera. Helo ahí, fusca al cinto, saludando con la gorra norteña. Yo, la tricolor de papel en la diestra, con dos docenas de aturdidos de primeras letras escuché de repente en la de redilas atascada de músicos, ¡el himno nacional! “¡Mexicanos, al grito de..!” Yo, inflado de tricolor emoción:
– Cuando crezca voy a ser revolucionario.
Como crecer, no alcancé la alzada de Gulliver, y como revolucionario no pasé de liliputiense, pero la lucha se le hace. Crecí en edad y tuve ocasión de escuchar, siempre en horas de excepción y yo en posición de firmes, los acordes del himno de mi país. Húmedas las pupilas, una fuerza interna me forzaba a alzarme y soñar en una patria libre y digna cuando lo seamos los mexicanos. Era mi himno patrio, inaccesible al deshonor…
¿Que si belicosas las cuartetas que redactó Bocanegra? ¿Que en ellas se exalta al “bravo adalid” que terminaría dándoselas de emperador? “Si a la lid contra hueste enemiga – nos convoca la trompa guerrera, – de Iturbide la sacra bandera -¡Mexicanos!, valientes seguid”. (Válgame.) ¿Que alabanzas a «cojo inmortal»? Culpas fueron del tiempo y no del bardo. Pues sí, pero aquí mi pregunta, mi preocupación, mi mortificación…
¿Envejeció mi espíritu? ¿Después de vejez apátrida? ¿Qué metamorfosis sufrió mi sensibilidad, que todavía hoy tanto me siguen emocionando los acordes de La Marsellesa, del himno español y del de la Gran Bretaña, pero no del mío, hermoso al par de los susodichos? ¿Por qué esta insensibilidad? El himno de mi país sigue siendo el mismo. ¿Entonces? Sospecho que el daño se ubica no en nuestro símbolo patrio, como tampoco en mí; que la carcoma está en la rutina, en la saturación. Porque, mis valedores, a resultas de alguna presunta disposición (deposición) de doña Margarita, cuando la hermana predilecta del hombre de la(s) pompa(s) y circunstancias era todopoderosa, en las estaciones de radio, puntualmente, el guerrero pregón, flor y espejo de mexicanidad, me anuncia que finaliza la programación nocturna, con el último acorde cediendo espacio a algún noticiario redactado en un español de masquiña, de pacotilla. Día con día «suena»(sic) el himno patrio a modo de cortinilla de la programación radiofónica, esto a la misma hora todos los días, rutina que terminó por cegarme las fuentes del entusiasmo cívico. Y aquí la pregunta, mis valedores: ¿sólo a mí me acontece el fenómeno? ¿A ustedes no? ¿A ninguno de ustedes? “¡Mexicanos, al grito de…!” (México.)
Héroes, oro, gloria (México…)
Esa fascinación, ese abandono de sí mismo que el futbol ejerce sobre amplias masas populares constituye un vasto movimiento de diversión y de mistificación; cumple una función de compensación simbólica y de exultorio. Los capitalismos lo utilizan como medio de adiestramiento gregario y control psicológico de las masas a través de sus reflejos condicionados.
Conque México se cubrió de oro. Los analistas:
“No tenía idea de la explosión de locura que se produce si se encierra en la misma probeta una crisis económica, un desencanto por las instituciones del país, una bolsa de café y una virgen de madera dorada, y esa mezcla se deja desintegrar bajo el sol mojado de los tristes trópicos. Jamás un país me había dado la impresión de estar enajenado en bloque, pasmado entre un pasado ausente y un porvenir ilegible. Si en ese cuerpo enorme y febril se inocula pasión futbolística, la razón se tambalea. En ese organismo en estado de baja resistencia el cáncer del futbol ataca uno tras otro a todos los órganos y los roe ferozmente”.
Como espectáculo para las masas el futbol sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita cuando menos una participación por delegación en las proezas donde se requiere fuerza, habilidad y destreza, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida.
«Ganamos, anotamos un gol», y no se han movido de las gradas.»Es el orgullo apasionado del mediocre». El deporte por delegación es un fenómeno de la sociedad industrial de masas, el santo y seña de la sociedad de clases. Las clases altas practican el deporte: golf, tenis, hockey, equitación, polo, esgrima; sólo las clases bajas están reducidas al espectáculo pasivo del futbol. La inmensa mayoría rara vez toca un balón. El aficionado es espectador pasivo que participa por delegación de los triunfos de su equipo favorito, a cuyos partidos asiste a distancia, desde una tribuna, enajenándose en el jugador profesional, al que eleva a la categoría de ídolo.
El futbol es un medio de despolitización de masas, un señuelo para alejarlas de la cultura política. El menosprecio hacia el fanático se evidencia hasta en las condiciones inhumanas que se le hacen sufrir en los estadios, que son lo más parecido que existe a un campo de concentración, donde ni siquiera falta el alambrado de púas.
La comunicación que se provoca en el futbol es del tipo de las multitudes espontáneas que se forman en ocasión de un linchamiento. No es de extrañar que suele terminar en violencia.
De súbito, desde las galerías rompen a rodar las pasiones crispadas y los insultos, los frustrados deseos semanales. La turba de aficionados sugiere de pronto la imagen de un viejo decrépito que se exaspera en sus vanos esfuerzos por poseer a una adolescente.
La verdadera pasión es fría. El entusiasmo, en cambio, es por excelencia el arma de los impotentes.
Los merolicronistas de medios impresos y electrónicos: “Tienden a acentuar el carácter estético del futbol. Hablan de estilos y técnicas, pero que no nos engañen: intentan crear una seudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Hacen un serio estudio de algo de lo que nada hay que comentar, aparte de algunas elementales reglas de juego».
Pero el futbol es rey, dios, dictador, negocio, enfermedad, enajenación, política, manipulación. Todo, menos un deporte.
¡Y México se cubre de oro y de gloria! (Qué país.)
Hasta agotar existencias
Calderón fue apegado a la ortodoxia neoliberal (…) Hizo un esfuerzo por seguir avanzando en la privatización. Liquidó a Luz y Fuerza del Centro, pero cuando intentó avanzar en la privatización de Pemex se topó con la oposición de la izquierda (L. Meyer, 9-VIII-12.)
Y la fabulilla de mi invención. Media tarde. Por la calleja se acerca el Ungido, paz en el rostro y en las sandalias el polvo de los caminos. Ahí despidió a sus apóstoles, les daba su bendición y así les decía:
– A mis criaturas prediquen la viva palabra de Dios. Aquel que busca a mi Padre habrá de repartir sus bienes entre los pobres para luego seguirme.
Que ustedes son la sal de la tierra, y que…
Ya cae la tarde cuando los discípulos se dispersan por los caminos y las veredas. Solo y su alma, Jesús el Cristo siguió su andar hasta que allá, en la distancia, se columbraron las techumbres de Jerusalén y la silueta del templo de Salomón. En la hornaza del crepúsculo se incineraba el sol mientras que el romero alcanzaba las goteras de Jerusalén y por esa calleja se acercaba al templo. Y fue entonces:
De súbito El Nazareno se da el encontronazo con la arribazón de los mercachifles. Una turba de griegos, romanos, fenicios y bárbaros se afana en desmantelar el templo de Salomón. Gentualla innoble del trato, de mano en mano se van pasando cálices, paños y candelabros que tasan en tejos, talegos y monedas exóticas como la algarabía de su lenguaje, local y extranjero. El espectáculo del toma y daca crispó al Nazareno. Su pecho conoció la iracundia:
– ¿Y esa depredación? ¿Y esos mercachifles? ¡Los sacerdotes del templo metidos a traficantes!
Prendió del manto al que se afanaba con su cargamento de cofres y candelabros, el cual: «¿Y este loco de dónde salió, por qué jalonea?»
Resopla bajo su carga de paños, que aun algunos va arrastrando por el suelo. Jesús:
– ¡Mi casa es casa de oración, y ustedes la han convertido en cueva de mercachifles! .
– ¿Bueno, y tú por qué nos interpelas? Para todos hay, cálmate.
Otro más, con su carga de vasos y cálices: «No le hagas caso, Habacuc, ha de ser uno de esos santones que se creen iluminados».
– Cálmate. Allá adentro queda mucha mercancía, pero tienes que pagarla al chaparrito aquel, mira.
Y señalaba al hombrecillo jetón, peloncillo, ceja arriscada. Jesús abre su boca: “¡Judas, tú cerrando trato con el publicano!”
– Maestro, ¿tú aquí? Pero no, cuál publicano. Japonés, y en euros. Me acaba de mercar oro, incienso y mirra.
– Ya miro; tu comercio es repugnante.
– Dije mirra, y además candelabros, lámparas, gobelinos. Barata de quemazón. Hasta agotar existencias. Aquel gringo me acaba de comprar Luz y Fuerza del Centro y me dio un adelanto por PEMEX, Mexicana de Aviación y algunas otras cosillas.
– Te envié a predicar la virtud y hacer el bien a mis criaturas.
– ¿Y no es lo que estoy haciendo? ¿No les estoy agenciando un montón de divisas? Firmado, mira.
– ¡Una hipoteca! ¡Hipotecaste el templo de Salomón! ¡Vendepatrias, ¿qué es lo que llevas ahí, bajo el manto?
– Artesanía popular. Tengo al cliente esperando.
– ¡El Tabernáculo del templo!
El Primogénito de los Muertos se volvió a los muertos que iban pasando, abrió los brazos y clamó a toda voz: «¿Deténganse, miren el templo! ¡Estos Judas les saquean sus riquezas! ¡Atiendan, escúchenme! ¿No les importa que una mafia de Judas les hurte su patrimonio?”
¿A ellos, Jesús? ¿Acaso no los conoces? ¿Aún no conoces a todos los hijos de toda tu santa madre, la de Guadalupe? (¡Dios!)