Zopilotera y hedor

Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, mis valedores. El autor intelectual de su muerte fue un Henry Lane Wilson, embajador de Estados Unidos en nuestro país. Se vivían horas trágicas, «pero yo voy a poner orden», se engallaba el diplomático, y reportaba al presidente Taft:

«El General Huerta es sobre todo un soldado, un hombre de acero, de gran valor, que sabe lo que quiere y cómo alcanzar su objetivo. No creo que sea muy escrupuloso en sus procedimientos, pero lo creo un patriota sincero y se separará gustoso de las responsabilidades de su puesto tan pronto como la paz y el restablecimiento de las condiciones financieras del país lo permitan. El acaba de enviarme un mensajero anunciándome que puedo estar seguro de que va a tomar medidas que den por resultado la remoción de Madero, esto es, su caída del poder, y que el plan ha sido perfectamente meditado».

Y llegó el 19 de febrero de 1913; Madero y Pino Suárez fueron aprehendidos; el asesinato sobrevendría tres días después. Lane Wilson se reunió con todo el cuerpo diplomático. Su brindis: “¡Esta es la salvación de México! En adelante habrá paz, progreso y riqueza. Lo de Madero lo sabía yo desde hace tres días. Debió ocurrir hoy en la madrugada. ¡Salud!”

Fue un 21 de febrero de 1913 cuando dos varones anochecieron presos en una celda del penal. Sus horas estaban contadas y su suerte echada. Ellos aún ignoraban que traición y felonía les cortarían la vida, pero los asesinos ya alistaban las armas. Las víctimas: un presidente y un vicepresidente de México. La orden de disparar el arma asesina salió de uno apellidado Cárdenas, al que ordenó otro de apellido Huerta, a quien  manipulaba uno de apellido Lane Wilson, el asesino intelectual. Abyecto.

(En la tarde del día 20 la señora Sara Pérez, esposa del presidente Madero, con una  de sus cuñadas se presentó ante Lane Wilson y le solicitó interpusiera su influencia para salvar a los detenidos. La respuesta del tal:

– Vuestro marido, señora, no sabía gobernar; jamás me pidió ni quiso escuchar mis consejos. El Señor Huerta hará lo que mejor convenga”.

– Señor, otros ministros se esfuerzan por evitar esa catástrofe.

– Ellos… ellos no tienen ninguna influencia. -Y despidió a la esposa del presidente de México.)

El magnicidio se perpetró en la tenebra. Francisco Cárdenas, ex-rural y mayor del ejército, comandó el piquete de asesinos y aplicó a los cadáveres el tiro de gracia. Detrás, encuevados en sus madrigueras, cinco felones aguardaban la “buenas noticia” del magnicidio: Aureliano Blanquet, Félix Díaz, Manuel Mondragón, Victoriano Huerta,  cabecilla del trío, y el titiritero que movió todos los hilos de la conjura: Henry Lane Wilson, embajador norteamericano. Trágico.

El cuerpo diplomático organizó una fiesta, donde Lane Wilson brindó por un México gobernado por Huerta.  Algún diplomático preguntó: “¿No irán a matar esos hombres al presidente?”

– Oh, no. Madero es un loco, un fool, un lunatic que debe ser legalmente declarado sin capacidad para el ejercicio de su cargo. Madero está irremisiblemente perdido. A Madero lo encerrarán en un manicomio. El otro, Pino Suárez, ese sí será fusilado. Es un pillo, y nada se pierde con que lo maten.

– No deberíamos permitirlo, clamó el ministro de Chile.

– Ah, replicó entonces Mr. Henry Lane Wilson, embajador de Estados Unidos en México; ah, no,  que en los asuntos interiores de este país no debemos mezclarnos. Allá ellos, los mexicanos…

La historia de los vecinos distantes,  zopilotera y hedor. (México.)

Dipsómanos

Los pueblos que olvidan su historia están condenados a vivir  una perpetua infancia.

Por ello mismo, mis valedores, no olvidar que fue un día como  hoy, de hace noventa años, cuando Francisco I. Madero y José Ma. Pino Suárez cayeron abatidos por las balas que mandó disparar un tal Cárdenas por órdenes de  un tal Huerta, magnicidio que decretó un tal  Wilson, embajador de Estados Unidos en nuestro país. Abyecto.

Porque ese es el destino de los pueblos débiles, regidos por gobiernos cómplices o entreguistas: que en los más renegridos episodios de la historia nacional y en sus más grandes desgracias aparezca el representante de Washington, desde Joel Poinsett, determinante factor en la pérdida del 55 por ciento de territorio nacional, hasta un tal “Tony” Garza, que cuando la intervención armada de Bush contra Iraq, así amenazaba:

El gobierno de México podría pagar un alto costo político en las relaciones bilaterales si en el debate sobre Iraq vota contra los deseos de la Casa Blanca.

Y así hasta el Wayne actual. Y es que la historia no es eso que enseñan los libros de historia. La historia es una gigantesca zopilotera y un gran hedor. Díganlo, si no, la relaciones de México con su vecino distante. México, que a lo largo de su historia ha tenido que soportar, a querer o no, a personajes tan siniestros como ese  Lane Wilson de marras, autor intelectual del magnicido de Madero y Pino Suárez. Aquí, como para probar nuestra capacidad de asombro, verguenza e indignación, la crónica del propio Lane Wilson, que tras su acción predatoria cayó en desgracia  de Washington y en el licor:

“Aquel día 18 de febrero de 1913 determiné que yo debía adoptar bajo mi propia responsabilidad una medida decisiva para restaurar el orden en México. La situación era esta: dos ejércitos hostiles se encontraban en posesión de la capital y toda autoridad civil había desaparecido.

En varias calles de la ciudad comenzaban a aparecer siniestras bandas de salteadores y ladrones, y a lo largo de las vías públicas desfilaban hombres, mujeres y niños al punto de inanición. Alrededor de 35 mil extranjeros, a los que el desarrollo del bombardeo puso al parecer bajo la protección de la embajada, se hallaban a merced de la chusma o expuestos al tiroteo indiscriminado que en cualquier momento podía iniciarse entre las fuerzas de los generales Huerta y Félix Díaz, involucrando así de nuevo las vidas y la propiedad de quienes no eran combatientes.

Sin habérselo consultado a nadie decidí pedir a los generales Huerta y Díaz apersonarse para deliberar en la embajada, territorio neutral que podría garantizar buena fe y protección. Mi objetivo era hacerlos llegar a un acuerdo para la suspensión de hostilidades y para que conjuntamente se sometiesen al Congreso Federal.

Cerca de la hora señalada, bajo la protección de la bandera norteamericana, el general Félix Díaz se presentó acompañado de funcionarios de la embajada y de dos o tres personas escogidas por él. Al entrar me agradeció muy encarecidamente que pretendiese yo lograr la paz mediante mis buenos oficios.

El escenario afuera y adentro de la embajada era impresionante al intercambiarse los saludos oficiales. Se había instalado la iluminación eléctrica adicional y ella permitía visualizar plenamente el tinglado.

Había unas veinte mil personas apretujándose en las calles contiguas a la embajada, y la embajada misma estaba atestada hasta el desbordamiento de norteamericanos, de diplomáticos y de oficiales de Díaz y Huerta».

(Esto sigue mañana.)

¡Quémenlos vivos!

Reforma, 14 de febrero. «El amor que José Manuel sentía por su novia lo llevó, junto con dos de sus amigos, a una terrible muerte (…) Pocos en San Mateo Huitzilingo sabían con exactitud lo que ocurría la noche del viernes, pero ante los gritos que se multiplicaban de ¡mátenlos, son secuestradores!, no dudaron en descartar su ira contra tres albañiles. Ahí los traían arrastrando, todos lastimados…»

El linchamiento, mis valedores. Esa es la mortal diferencia entre las masas y el hombre de ideales. Al tornarse hombre-masa, afirma el especialista, el individuo desciende varios peldaños en la escala de la civilización. Por el solo hecho de integrarse a una multitud y formar parte de ella, el individuo se aparta del proceso «civilizatorio» para despeñarse en el salvajismo. “Aislado era hombre culto; en multitud es un instintivo, y por eso mismo un bárbaro. Tiene espontaneidad, violencia, ferocidad, entusiasmos y heroísmos de los seres primitivos. Es como si su creatividad, su espíritu de idealista se disolviera en la colectividad”.

Y sí, es en tales circunstancias cuando el individuo pierde su personalidad consciente y dentro de la masa acomete los actos contrarios a su carácter y costumbres. El hombre-masa está hipnotizado, fascinado por obra del hipnotizador, y queda en sus manos; su personalidad consciente desaparece; su voluntad y discernimiento son abolidos; sus sentimientos y pensamientos se orientan según el manipulador de la masa; él pierde la conciencia de sus actos; ya no es un ser consciente,  ya forma parte de una masa inconsciente. Ya es un autómata sin voluntad. A propósito…

Estoy mirando la foto que ilustra un linchamiento más, y qué clase de foto: un rostro tumefacto, desfigurado, rota la nariz, inflamados los mofletes y desflorados los labios. Roberto es su nombre, y Alamilla Negrete sus apellidos. En este individuo los vecinos de San Miguel Ajusco se cobraron un agravio descomunal, y se lo cobraron con una golpiza bestial y un amago de linchamiento, de desgarrarle la vida a golpes y chorros de gasolina. Este Roberto ni con la vida pudiese pagar el agravio que infirió a toda la comunidad de San Miguel Ajusco: intento de asalto a los pasajeros de un microbús. Mortífero.

“¡A echar a vuelo todas las campanas! ¡A matar, a descuartizar! ¡A hacernos justicia por propia mano!”

 Otumba, Méx. Habitantes del municipio de Otumba golpearon e intentaron linchar a dos hombres, entre ellos a un agente ministerial, que fueron a aprehender  a un profesor acusado de actos libidinosos.

Macabro, sí, y  es que cuando las pasiones más primitivas, exacerbadas hasta el paroxismo, se congregan en multitud, la masa se vuelve versátil, impulsiva; guiada sólo por lo inconsciente y visceral, que obedece a impulsos del más variado valor moral, nobles o bajos, valientes o cobardes. “Una muchedumbre de cobardes es una muchedumbre valiente. Integrada por individuos que sean  tímidos o cobardes, la multitud es capaz de realizar las acciones más valientes o las más reprobables, porque pensamientos y actos del individuo son los de la multitud, pero una multitud que no sabe pensar por cuenta propia, de modo tal que es fácil llevarla ejecutar acciones contrarias a su propio interés y hasta a su instinto de conservación».

San Fco. Chimalpa.  “Enardecidos por el intento de violación  a una joven de 16 años de edad, vecinos de esta localidad pretendieron linchar a Julio César Luna, de 22 años. Golpeado por los vecinos, la policía logró rescatarlo”.

(México.)

Antropoides

De cierta fabulilla hablé ayer con ustedes, y les relataba que en luengos ayeres y remotas tierras existió un país de magia y encantamiento habitado por una comunidad de antropoides que desde cierta cabaña situada en un busque de pinos manejaba un  administrador. Por ahí va la cosa.

Pues bien, pues mal, pues pésimo: cierto mal día el hombrecillo aquel, traicionando sus promesas de cuando llegó a la cabaña de pinos,  decidió que alimentar a los antropoides con la dieta acostumbrada era un derroche y era un desperdicio, y de ahí en adelante restringió drásticamente la ración de alimentos, y lógico: a la changada le cayó de la changada, y en orangutanes,  gorilas y chimpancés estalló la inconformidad.  Se prendieron los focos rojos. Y la estrategia que tenían en la mente (los maldicientes afirman que es plagio de un tal  homo sapiens):  «¡Movilización! ¡E-xi-gi-mos!»»

Los descontentos, al monumento a la Madre. “En la madre. Qué se me hace que les dejo ir el ejército», discurrió el hombrecillo, pero ejército cuál, si a cartucho cortado y hedores de pólvora, sangre, llanto y dolor, lo traía empeñado en su guerra particular contra el manchón de ilegítimo. Y qué hacer.

Alzada la ceja  izquierda observaba cómo los antropoides comenzaban a agitarse, protestar, tomar la calle, alzar los puños y organizar plantones y mega-marchitas. Manoteando, pelando los dientes. “¡Este-púño-síse-vé! ¡E-xi-gi-mos!» Ajale. «Ya mero les suelto a los granaderos», pensó el acosado. A los preventivos, a la ministerial, a la federal, a la judicial, a todas, existentes y canceladas. Allá, abajo, la protesta en aumento. «¡Al plantón!» Y qué hacer. El hombrecillo estaba crispado, cuando en eso, prepotente vozarrón:

– ¡Vamos al cambio! ¡A combatir la corrupción, la pobreza y el desempleo! ¡Seguridad pública!

– ¡Vino, vino!, clamaba el de los pinos. «¡A tiempo vino mi sucesora!»

Y no era ella sola; por su lado corrían otros dos, cada uno con distinta propuesta (original, nunca antes escuchada en el territorio):

– ¡Seguridad pública! ¡A combatir el desempleo, la pobreza, la corrupción! ¡Al cambio!

Y el tercero de los tales: «¡Abatiré la pobreza, traeré la seguridad pública! ¡Empleo para todos! ¡Al cambio!

Todos, como se advierte, bandereando propuestas distintas y nunca antes formuladas por los previos aspirantes a la de los pinos. «¡Vamos al cambio!»

Allá por Reforma, puños en alto: «E-xi-gi-mos!» Mantas, pancartas, consignas vituperosas contra el de la ceja arriscada: “¡Falso, impostor!”, a grito pelado. Y fue entonces: ahí, valido de la ocasión, el candidato oportunista  brazo, mano e índice en alto y todavía sin conocer el problema:

– ¡Conciudadanos! ¡Yo traigo a ustedes la solución!

¿Que qué? Se frenan las masas y observan al gritón.

– ¡Su problema conmigo tiene la solución! ¿Cuál es?

Habló el chimpancé de la cotorina azul cielo: «¡Es la mísera ración de comida que nos da el de los pinos!

Y que cuál es esa ración. «Tres viles plátanos en la mañana y cuatro en la tarde. ¿No son hijeces del impostor?»

El candidato pensó, calculó, y de súbito:

– ¡Problema resuelto! ¿Conque tres plátanos por la mañana y cuatro en la tarde? Yo les ofrezco no tres, sino cuatro plátanos en la mañana, con tres en la tarde, ¿cómo la ven?

Perfecto. Se arregló el problemón. En  la changada reventó el júbilo:  «¡Sí se pudo! ¡Ora sí! ¡Con este sí ya la hicimos! ¡Ya no tres, sino cuatro en la mañana, con tres en la tarde!» ¡A  votar por él!»

Yo me quedé pensando, nomás pensando. Qué más. México. (Mi país.)

Gorilas y orangutanes

Los antropoides esta vez, mis valedores, esos beneméritos que  en la teoría del evolucionismo constituyen nuestra raíz, el origen del que nos enorgullecer de llamar el homo sapiens, por más que el irónico lo estipula:

– El antropoide es demasiado noble como para que nos vanagloriemos de descender de él.

Pudiera ser. En fin, fabulilla de origen oriental, hoy la presento ante ustedes porque me parece muy a propósito como para leer entre líneas. Juzguen ustedes.

Fue en luengos ayeres y tierras remotas, magia y encantamiento, donde existió cierta comunidad en donde coexistían de manera pacífica, o casi, comunidades diversas de monos, gorilas y orangutanes, changos de todo pelo, alzada e instintos, desde los monos tihuís hasta los gorilones de buen tamaño. Y la paz, o casi…

Sucesivos amansadores, adiestradores y manejadores, al grito de «¡al cambio!», ganaban la voluntad de los antropoides, que en triunfo los llevaban hasta la cabaña circundada por los pinos donde por turno tomaban por su cuenta y riesgo la administración de los habitantes del bosque y de todo aquello de provecho que producían las manos de la changada población. Pues sí, pero…

Pero válgame, que de repente se anubarraron los cielos y en el ambiente se percibieron tiempos de catástrofe. La changada población ya no pudo más.  Y cómo, si había ido comprobando que aquél que a costillas de todos vivía en la cabaña de los pinos no pasaba de ser un embustero. ¿El cambio prometido? ¿Cuál cambio? ¿Los millones de empleos? ¿Cuáles empleos?  ¿Seguridad pública? ¿Era seguridad el miedo que él vino (¡vino, más vino!) a generar, y el pánico ante el reguero de más de 50 mil cadáveres hasta el día de hoy?

Nada cumplió el patrañero. De fraudulento se exhibió ése que  para encuevarse en la cabaña y gozar de sus privilegios (haiga sido como haiga etc.,) prometió a la comunidad lo consabido (y que ya habían prometido los anteriores amansadores: el cambio, el empleo,  un verdadero combate a la pobreza y una efectiva seguridad pública y mucho más); ese, sí, cuyo arribo a la cabaña de los pinos estaba viciada de origen porque a la ley del más fuerte había sido  impuesto por unos feroces orangutanes que lo atornillaron a la cabaña de manera subrepticia por la puerta de atrás,  y ni cómo sacarlo de su escondrijo; ese al que toda la changada terminó por aborrecer y mandarlo a la changada. Más lejos; hasta el desván donde la historia suele arrinconar los trebejos.

Por otra parte, ni el impostor entendía el lenguaje de la población de antropoides ni ellos en del impostor, fenómeno que produjo en el bosque aquel clima de crispación, turbulencia y hervor que comenzó  a originar conatos de violencia contra el que despreciaban por advenedizo, espurio, impostor. Espeluznante.

Y los delitos del susodicho comenzaron a provocar vientos de chamusquina. Y es que  una de las obligaciones del de los pinos consistía en la distribución de los alimentos que se administraba a la comunidad, y que el muy menguado  cumplía a discreción, dedicando una mísera pizca para los habitantes del bosque. Nunca antes la población había padecido bajo el peso de tanta escasez, tanta hambre, tal inanición. (De allá, de las montañas, las aguas comienzan a bajar turbias…)

Pues sí, pero de repente la voz del predestinado: «¡Al cambio! ¡Combate a la pobreza y empleo para todos!»

Insólito. Toda una novedad. La esperanza, florecida otra vez. (Esta changada finaliza mañana.)

Mujer divina

La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de los hijos. La primera opresión de clases coincide con la del sexo femenino por parte del masculino. (F. Engels.)

La mujer mexicana, mis valedores. Que en esta fecha, leí por ahí,  se conmemora una borrosa ceremonia dedicada a ensalzar el tanto de unas 12 horas a nuestra víctima de discriminación, vejaciones y toda suerte, mala suerte, de violencias que en su contra perpetra esta comunidad machista. Ahí están, para certificarlo,  las cruces en diversos panteones de Chihuahua y el Edo. de México. Por sí o por no, sea o no sea fecha de celebración, hoy he de recopilar opiniones machistas en torno a la mujer. Para empezar, La Biblia:

«Buscarás con ardor a tu marido,  y él te dominará y  será tu dueño».

Tal clama Dios en el Génesis, y más adelante, en labios del profeta, a su pueblo elegido: “¡Practicaste la prostitución con esos egipcios de gran potencia sexual (…) Te entregaste a la prostitución con los asirios, y ni aun así quedaste satisfecha (…) A toda prostituta se le da una paga; pero tú eras más bien la que dabas regalos a todos tus amantes y les pagabas (…) ¡Sólo en eso eres diferente a las demás prostitutas!”

Pero la violencia contra la mujer está no sólo en La Biblia ni es de hoy; es de siempre. Clama, en la tragedia griega, un Hipólito virgen y ofendido porque Fedra, la madrastra, le ofrecía su amor:

“Qué azote tan grande es la mujer, pues el padre, que la engendra y la educa, da la dote y la casa para librarse de ella; el que recibe en su hogar esta peste destructora goza engalanando a una pésima estatua, y la viste con sus mejores ropas, y el desventurado gasta así sus rentas. Si alguna ha de vivir con nosotros, la mejor es la inepta. Aborrezco a la sabia; que no albergue un mismo lecho a la que sepa más que yo, y más de lo que le conviene a una mujer. Porque Cipris hace a las doctas las más depravadas”.

Y ya en tiempos modernos: Aurora Dupin (George Sand, su seudónimo),  mujer inteligente, escritora y compañera de Chopin:

“¡Las mujeres, al carecer de profundidad en sus exposiciones y de ilación en sus ideas, no pueden poseer genio (…) La mujer es imbécil por naturaleza”.

Y una Lady W. Montagú: “Lo único que me reconcilia con el hecho de ser mujer es que esto me protege del peligro de casarme con una”.

Lúcido, Octavio Paz: “La opresión de la mujer sólo ha podido sostenerse con el reforzamiento continuo de una ideología que es impuesta y reforzada a través de las instituciones, las leyes, la familia, la educación y los medios masivos de comunicación!” (Los medios de condicionamiento de masas, más justamente.)

Ya en nuestros terrenos: La vocera del Instituto Nacional de la Mujer: “En Michoacán, para poder trabajar, la mujer tiene que pedir permiso a su esposo. En México, el abuso sexual de menores no es considerado como delito grave. En la legislación de 24 Estados hay figuras discriminatorias y vejatorias de los derechos de la mujer, a grato tal que mucho más penado que una violación es el robo de ganado…”

Del testimonio de alguna de tantas víctimas de los violadores que andan sueltos por todos los rumbos del territorio patrio:

Yo luché contra ellos, se lo juro…” Imposible contener el llanto. “Al sentirme violada me abandoné… traté de no pensar… de que pasaran rápido aquellos minutos tan largos –languidece toda ella-. Tan largos…”

¿Conque hoy Día de la mujer mexicana? ¿La conciencia, que remuerde a los machos?  (México.)

Taller de Lectura – 12 febrero 2012

Taller de lectura correspondiente al 12 febrero 2012. En este taller el maestro Tomás Mojarro habla acerca de las interrogantes de ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo? Y ¿a dónde voy? Según la religión y la ciencia; así como el amor verdadero y un cuento brasileño llamado el cortejo de lo divino.

El cantar de los cantares

Iréme al monte de la mirra, y al collado del incienso (…) Nardo y azafrán, caña aromática y canela, mirra y áloes, fuente de huertos, pozo de aguas vivas

Van aquí, para aquellos de ustedes que  habitan  ese estado de gracia que es el amor,  estos a modo de fulgorcillos de aurora boreal. Que los digan a su única;  quedo, de boca a oído, de boca a boca, a sangre, a entraña, a espíritu. Díganse los “siempre, siempre” y los “nunca, nunca”, del amor que se enciende, fulgura y, si no se le aviva cada día, termina por erosionarnos el corazón con su llovizna de cenizas. Aquí, de la abundancia del corazón, habla el poema:

“Maldije la lluvia que crepitaba sobre mi techo, impidiéndome dormir. Maldije el viento que sacudía mi jardín. Pero llegaste tú, y entonces di gracias a la lluvia, porque has tenido que quitarte tus ropas mojadas, y di gracias al viento, que apagó mi lámpara…”

“Habíamos agotado las palabras de amor. Callamos entonces, y al igual del silencio que se establece entre dos ejércitos que han de librar batalla, hubo un silencio profundo entre nosotros. Y libré la batalla de amor. El ruido de los sables estaba en nuestros besos. Los suspiros de los heridos en nuestros estertores. La algarabía de los carros de guerra estaba en las arterias…

Y te conservé, contra mí, como un estandarte destrozado…”

“Recuerdo esa mañana de Damasco y el silencio del jardín donde tú te adormías. La sombra de tu cuello era azul. Tus senos subían y bajaban con ritmo de fuente. Tus brazos, en abandono, eran dos arroyos de plata en la hierba; las mariposas se posaban sobre tus uñas, tomándolas por rosas. ¿Contemplaría mi padre, en ese instante, vírgenes más bellas en los jardines del Paraíso? Me extendí a tu lado, como un mendigo a la vera de una mezquita…”

“Aquella noche nevaba sobre el jardín. Yo tenía frío y tú no lo advertiste. Contemplabas los grandes árboles bajo los que antaño te esperé tantas veces. Toda aquella nieve caía sobre nuestro pasado…”

“¿Aquella promesa que me hiciste, ayer tarde, bajo la acacia en flor? ¿Dónde está el rocío que empapaba las flores de la acacia?”

“Dejaste caer en el polvo el tulipán rojo que yo te había dado. Lo recogí. Era blanco ya. En aquel breve instante había nevado sobre nuestro amor…”

“Yo había suspendido en su puerta una guirnalda de flores de manzano, haciendo exhalar a mi laúd un canto de amor. Al otro día, la encontré. Unos claveles rojos que crecen en el jardín de mi vecino adornaban su traje. Me encerré en mi morada, rompí mi laúd. Lloré…”

“Sus manos. La mañana de nuestro primer encuentro fue la mano derecha de mi bienamada la que me envió en gracioso saludo su corazón y sus labios. La tarde de nuestro primer encuentro fue la mano izquierda de la bienamada la que abrió su túnica para que mis besos se posaran sobre sus senos. Así, y por todo lo que les debo todavía, cantaré a las manos de mi bienamada… ¡Dolor, oh dolor! ¿Por qué despiertas? Mi bienamada partió, y cómo recordar algo más que sus dos manos sobre sus ojos en lágrimas…”

“Cuando el navío en que yo partía se alejaba de la ribera oí una canción de una dulzura desgarradora. El mar tenía ya mil pies de profundidad, pero los sentimientos amistosos que te impulsaron a cantar para mí, oh amigo, ¡eran aún más profundos..!”

 “Una canción a lo lejos… Es un mendigo. Puesto que este viejo, que nunca ha poseído nada, canta, ¿por qué lloras tú, que posees tan hermosos recuerdos?”

De ti, amadísima ausente. Y uno aquí, aniquilándose…

(Amor.)

Este México nuestro (o casi)

Este México fiel a sí mismo y a su espejo diario, pero cambiante siempre, renovado siempre, siempre renacido como en una perpetua ceremonia del fuego nuevo y del Nuevo Sol. Permítanme que recuerde los tiempos aquellos que se me fueron para nunca más. Qué tiempos aquellos que no han de volver. A propósito:

En esta noble y leal he invertido más de un tercio de mi propia existencia, y bien sé que con ese tercio no me levanto, que es el tercio del diario vivir una vida deleitosa a destellos y arrastrada las más de las veces, y  qué hacer. No lloro, nomás… (Y el suspirillo.)

Recuerdo los años en que bajado del cerro arribé a esta ciudad todo engentado,  todo encandilado y sin saber para dónde ganar, como allá decimos. Fue entonces cuando me aferré a esa tabla de salvación que fue la colonia Morelos y caí a  vivir de arrimado en cierta vecindad de la Plaza del Estudiante, en la cálida cercanía de cines, piqueras, mancebías y mercados, en mi rostro el aliento cálido de Tepis Company. Tiempos los de la primera de mis juventudes (ando quemando mi última.)

Yo, con aquella familia que me daba a valer, era feliz, pero lástima:  por aquel entonces no lo sabía. Claro, sí, bien conozco el dicharajo del muerto y el arrimado, pero no, que el arrimado apesta sólo cuando se trata de familiares. Con una familia de extraños yo nunca llegué a apestar. Nunca con mis valedores de aquella benemérita vecindad. Me acuerdo.

Muy temprano a salir a la plaza y de ahí caminar unas cuadras, y mirar la barrriada, y olfatear sus humores, observar a sus gentes y captarles sus modos, a oírles ese dejo cantadito al hablar, y contemplar aquel raigón de  ciudad, la barriada, y bebérmela por los ojos, por todos los poros de la pelleja. Allí inicié un rendido amor por mi ciudad adoptiva, amor que le he demostrado con dichos, con hechos, con mis acciones. Así hasta hoy. Mis valedores…

En el recuerdo estoy mirando aquel retazo de mi ciudad: calles que se engrifan de afanosos buscavidas, parques erizados de muchachejos que con cemento levantan sus castillos en el aire, basural de las cuatro esquinas espulgado a ladridos y hocicazos,  iglesias casi siempre vacías, y casi siempre repletas de clientes unas casas privadas de mujeres públicas; allá, públicos edificios por aquel entonces abiertos de par en par; sin guardias, sin armas de alto poder, sin sistemas de circuito cerrado ni neuróticas medidas de seguridad; sin paranoias ni ese temor que provoca la mala conciencia de un Calderón tan amado del pueblo que se ve forzado a vivir encuevado,  y si va o viene se enconcha detrás de la bota cuartelera. No. Otro México era el que me dio la bienvenida. Otra aquella mi ciudad. (¿No los estaré aburriendo? Sigo, pues.)

Me acuerdo de que en la banca del parque me sentaba a ver la vida pasar y ver pasar a los chilangos (a las chilangas, más bien. Yo todas las cosas de la vida, del mundo, del demonio y la carne, las miro siempre a través del filtro femenino.) Y en una de esas observé a dos vejanconas tras la querencia del super-chiquito (que se los reviro, cuidado). Habló la del faldón color mamey:

– Qué iremos a hacer con esta situación tan diatiro. Yo antes tan buenas pechugas, y ahora puros pellejos…

– La edad no perdona, Romelia.

– Las pechugas de pollo, Jesusita. Carísimas. Y luego el alza de la leche, qué mala leche la de los comerciantes. No, y esta escasez de huevos…

– ¿Escasez? Que el Calderas siga con sus tiznaderas y ya verá usté si hay o no hay huevos.

(Esas y esos, más tarde.)

Ese problema llamado Cuauhtémoc

Cuauhtémoc Gutiérrez,  priísta legislador y dirigente de pepenadores al igual que lo fuera su padre, que murió asesinado por una mujer.  La escritora Mayahuel Mojarro, les conté ayer, recibió la encomienda de entrevistar a algunos trabajadores del la basura en un tiradero que se ubicaba al oriente de la ciudad. Una vez que le proporcionaron las señas de cómo llegar hasta el tiradero de marras, la sota moza enfiló para el rumbo y a media mañana ya estaba de charla con algunos pepenadores. Aquí el final de la susodicha entrevista:

Que si alguna vez, entre la basura,  han encontrado algún objeto valioso, preguntó al que dirigía el grupo de trabajadores.

– Antes sí, pero ahora, nada. Qué de valioso puede traer la basura, con esta basura de crisis que chicotea todo el país. Pregunte aquí a los compas del tiradero todo lo que antes llegábamos a pepenar en aquellos años en que la gente no andaba tan jodida. Ah, perdón. No andaba tan  diatiro, como ahora. ¿Sabe que algún suertudo llegó a encontrar que el anillo de oro, que los cubiertos de plata? Ahora, con esta crisis,  nada más que basura…

Semioculta en el zanjón basuriento una mujerona, chamaco a la espalda, espulga el tapiz de desechos. “Yo aquí en esta basura sí me encontré alguito más o menos valioso todavía: aquí a mi marido. Lo reciclé y lo hago servir. Es ese molacho. Se llama  Pedrín.

El hedor, insoportable; el paisaje, desolador. Allá, muy arriba, un cielo mortecino como espejo del basural que es espejo fiel de ese cielo. En los cerros de basura las evidencias del consumismo. Montones de desperdicios: moños verdes y rojos,  árboles navideños, esferas trizadas, santacloses que sonríen o sueltan la carcajada, como burlándose. ¿Algún paisano de Ciudad Nezahualcóyotl habrá visto en su vida una nevada, un  reno, un abeto?

El pepenador levanta las cajas de cartón ya sin regalo, la mujerona recoge envases de Coca-Cola y cajetillas de Marlboro. Más allá un cónclave de zopilotes. Telón de fondo, el edificio del penal. Oscuro, lóbrego, siniestro, con sólo ese rayo de sol que cayó preso entre los delincuentes y los pobretes sin más amparo que el de su Santa Muerte. Detrás de unas rendijas que ahí adquieren categoría de “ventanas”, los “internos”, eufemismo puro, dejan vagar una mirada ciega de envidia por la libertad de unos pepenadores presos de su propia indigencia. Es México.

La visitante quisiera preguntar. Las interrogantes se le acumulan en la mente, ¿pero cómo concretarlas? ¿Cómo, frente a la realidad que le arde en las pupilas? ¿Qué preguntar que supere la realidad tatuada en la piel pringosa de aquellas manos pepenadoras? ¿Convocar a la nata de cuervos humanos que planea rascando el pellejo y las tripas del basural?  ¿Indagar qué fue lo que el chamaco (o su madre) encontró en la basura, que ahora lo chupetea, lo mastica minuciosamente?

La «intrusa», como ella se califica,  inicia la retirada. Se alejó o creyó alejarse del sub-mundo oxidado y pestífero, pero no, que en sus sentidos se llevaba tufos, sonidos, paisajes, un persistente zumbar de moscardones, un sabor de bilis y la visión del minucioso espulgar de manos como tarántulas en pellejos y tripas del basural. La sota moza, hija mía, alcanzó las vías del tren, cruzó el paraje, y ya lograba el refugio del vehículo que la tornara al mundo, cuando observó su atuendo y recordó que antes de bajar al infra-mundo la tela conservaba un color uniforme, sin estos churretes y lamparones. Trepó a su vehículo. Aceleró. (México.)

Los amos del basural

Y yo les pregunto, mis valedores: ¿cuál de los dos problemas calculan ustedes que resulte más áspero para el gobierno de la ciudad? Uno es el terreno donde vaciar los miles de toneladas de basura que se recolectan cada día; el otro, relacionado con la propia basura, es un tal Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, nombre excesivo para el legislador y líder priísta, cargos excesivos también,  que al igual que su padre (asesinado por asuntos de una mala pasión femenina), en basuras de toda especie ha venido medrando hasta la náusea. Es México.

El problema se derrama hasta las miles de familias que sobreviven de la basura. Los pepenadores, y yo alguna vez publiqué la fábula de la mosca y araña y me asombraba de que entre las moscas algunas se tornan arañas, como ocurre con los líderes sindicales y los del comercio ambulante y aquí lo inaudito: que el basurero produzca arañas multimillonarias como el susodicho priísta Cuauhtémoc Gutiérrez De la Torre. Y a propósito de moscas y arañas:

Hace algunos ayeres una revista científica, o algo por el estilo,  encargó un reportaje sobre los “pepenadores” a Mayahuel Mojarro (ella tan hermosa que en ratos pienso que lo hace a propósito), o tal vez prefiriese entrevistarse con algunos de ellos. Aquí la entrevista que, salida del basural, somete a todos ustedes esta sota moza de los ojos garzos (que no merecen llorar, sino que lloren por ellos, proclama el cantar):

“Fue aquel un súbito encontronazo con el universo de los desechos que arroja (lo más lejos posible) una ciudad consumista,  descomunal. Las pupilas de la intrusa (yo, Mayahuel) se desperdigaron por las vivas entrañas de aquella geografía inhóspita, y con todos los sentidos absorbía pelos y señales del basurero: tufos, agrios olores, el zumbar de los nubarrones de moscas, el revuelo de unos zopilotes que se refocilaban con los desperdicios…

– Zopilotes todos nosotros, que manejamos la basura de una ciudad que no pudiera sobrevivir con su porquería. Esta es su casa, señorita. ¿Qué es lo que dice que vino a preguntarnos?

La «intrusa» llevaba dispuesto todo un formulario de preguntas que se proponía plantear a algunos de los personajes del basural: formas de vida y de labor, datos, cifras, en fin. Abrumada por una realidad que no había imaginado se acercó al que se identificó con los zopilotes:  “Usted es el dirigente del gremio, ¿no es cierto?”

– Ningún dirigente. Sí, se me estima, me obedecen, pero aquí el único dirigente es este mundo, mírelo: el mundo de los desechos, de los desperdicios, de lo que se ha echado a perder, y con el que nosotros ganamos.

– Así que se logra vivir de la basura…

– Se sobrevive, y mal, todo el santo día rascándole aquí, espulgándole  allá, reciclando, clasificando. Mire en derredor. ¿Qué ve?

Todo un mundo de desperdicios, desde latas vacías hasta paquetes de algo indefinido, pasando por el cacharro desportillado, la ropa hecha garras, el peltre enlamado, el óxido, la descomposición.

– Y en este mar de desechos, ¿ningún objeto de valor?

– ¿Sabe qué es lo que hemos encontrado dentro de la basura? Más basura. Bultos, paquetes, todo vacío, menos algún pañal desechable.

– Pero algo de valor. Una joya, un reloj, algo.

– Antes sí, pero ahora, nada. Qué de valioso puede traer la basura, con esta basura de crisis que chicotea todo el país. Pregunte aquí a los compas del tiradero todo lo que antes llegábamos a pescar entre la basura. Pero ahora…

(Esto sigue mañana.)

Disparatorio

Tertulia de anoche en mi depto. de Cádiz. Invitado por mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins., se presentó aquel personaje que en silencio se puso a escuchar la controversia de los contertulios: que si república amorosa, y que si el chaquetazo de la Miranda, y que si Josefina  en Los Pinos, ¿y que en qué te basas? Pues en que ya hasta guapa la están sacando en las fotos.

Observé al invitado: mediana edad, porte altivo, atildado atuendo y tan perfumado como perfumado resultó el tabaco de su pipa. De repente se animó a tomar la palabra, y entonces…

Al escucharlo se me vino a memoria la tierra de mi nacimiento y hogar de  mis años muchachos. Jalpa Mineral era por aquel entonces un poblado de gente pobre, pero llegó el bracerismo y los indocumentados se fueron, y en el pueblo comenzó a caer la pepena de dólares. Pues sí, pero en mi terruño  ya no quedan hombres, que no sea aquel almácigo de viejos que sentados a la puerta de la vivienda aguardan, pacíficos, que la muerte pase por ellos. Adultos y jóvenes andan en la pizca del betabel y los dólares de Texas y California. Mis valedores:

Pobre entre los pobres fue mi familia. Yo vengo siendo sobrino de un sastre de mala muerte (lo aplastó una carreta) e  hijo de zapatero remendón. Este recién llegado a la tertulia me vino a recordar cierta polémica en que una vez se enzarzaron el sastre y el zapatero. Aquel sostenía la tesis de que es elegante un varón si porta buena ropa  por más que traiga zapatos viejos, y el remendón, por contras: el hombre siempre será elegante si calza choclos flamantes, así sus trapos sean de pobrete. Ropa o zapatos; su mentalidad de gente pobre no podía imaginar a un hombre con recursos económicos para cubrir ambos gastos.

En la tertulia, el del atuendo impecable hablaba de asuntos políticos.

– Bueno, yo diría, o sea que en materia de grilla política, ¿verdad?, podemos decir que unos le van ora sí que al Peje, ¿no? Pero la verdad, hay que ver que Josefina como que se va perfilando,  quiero decir, para darnos ora sí que tamaña sorpresa. Pudiera ser, aunque digo, a lo mejor…

Mis valedores: en esta tierra de pobres hispanohablantes que no damos importancia al lenguaje y que ni siquiera estamos conscientes de la forma en que lo destazamos apenas abriendo la boca, muy bien vestidos podemos presentarnos ante los demás, pero a la hora de hablar…e

– Bueno, pero o sea: menos mal (dirá aquí alguno). Para mí que más vale andar siempre de las de acá, echando tiros con un atuendo bien elegantón. Porque después de todo si hablas como todos, ¿quién va a notarte algo raro? Total…

Si hablas como todos: un lenguaje empedrado de clisés y muletillas, para luego encajar en cada frase los «este», «o sea», «y bueno», «yo diría»,  «de repente, verdá?» y un gratuito e inmotivado «¿no?» Ustedes conocen ese catálogo del disparate donde se apretujan los hoy inicia, a la brevedad, política agresiva y el asqueroso «tiene» dos semanas que no la veo. Ahí el traje cortado a la medida y los finos zapatos del visitante se fueron al voladero, que en su forma de expresión mostró en plena lengua la infamante marca del mediocre. Mis valedores:

¿No nos merecería más respeto un individuo que más allá del atuendo corriente, con su lenguaje mostrase que a él no lo ha desfigurado el subdesarrollo verbal? ¿Qué será más de culpar, como dijo la monja, el figurín peripuesto que padece halitosis verbal, o el de ropa nada vistosa que se exprese con propiedad? O sea, la verdad. (Digo, ¿no?)

Sotanas y pedofilia

La barca de Pedro, mis valedores. El artefacto hace agua por todas partes y está a punto de zozobrar. Esto viene repitiéndose de forma periódica, pero desde hace decenas de siglos el navío sigue adelante con su navegación, conducido por una tripulación que aglutina a reverendos de toda laya, desde padrecitos virtuosos hasta padrecitos de varias criaturas nacidas de distintas madres.  La barca de Pedro. A propósito:

Que entre la jerarquía católica la pedofilia del sacerdote no se considera delito, recurso que evita el escándalo y la denuncia penal contra ese sacerdote pedófilo al que la jerarquía católica se concreta a reubicar en distinta parroquia, y la paz. Recuérdese el célebre caso del padre Marcial Maciel, a quien arropó El Vaticano y que así «justifica» un  Renato Ascencio, por aquel entonces obispo de Ciudad Juárez:

– La ropa sucia se lava en casa. Nosotros tenemos nuestras propias autoridades y procedemos  través de nuestros propios tribunales eclesiásticos. En caso de detectar a sacerdotes que abusen sexualmente de menores, la jerarquía católica no los entregará a las autoridades judiciales, sino que los juzgará en sus tribunales y con sus propias leyes, no más.

¿El rigor de esas leyes? Roberto Blancarte, estudioso del tema: «La  pena máxima que el derecho canónico puede establecer en casos de abuso sexual es la pérdida del carácter clerical (…) y de una vida de oración y penitencia. Penas ligeras  comparadas con las que se quiere aplicar a quienes practican abortos».

Y como para apuntalar la aseveración de Blancarte, la noticia del pasado viernes:  «Un sacerdote católico de Nueva York, de los principales organizadores de la multitudinaria misa que ofició el papa Benedicto XVI en el estadio de los Yanquees en 2008, es acusado de haber abusado de una decena de adolescentes en los años ochenta en un colegio del barrio de Harlem. El cura pedófilo fue castigado por la Santa Sede a una vida de oración y penitencia».

– Lo que me recuerda (le recordó al maestro en nuestra tertulia de anoche) el suceso que aconteció en el XVI en Sevilla, según nos queda constancia en los escritos de Melchor de Santa Cruz. Aquí, lenguaje antañón, la crónica:

«Un sacerdote mató a un zapatero de la misma ciudad, y un hijo suyo fue a pedir justicia; condenóle el juez de la iglesia en que no dijese misa en un año.

Dende a pocos días el Rey don Pedro vino a Sevilla, y el hijo del muerto se fue al Rey y le dijo cómo el arcediano de Sevilla había muerto a su padre. El Rey le preguntó si había pedido justicia. El le contó el caso como pasaba. El Rey dijo: ¿Serás tú hombre para matarle, pues no te hacen justicia? Respondió: Sí señor. Pues hazlo, dijo el Rey. Esto era víspera de la fiesta del Corpus Cristi. Y el día siguiente, como el arcediano iba en la procesión cerca del Rey, dióle dos puñaladas y cayó muerto.

Prendióle la justicia, y mandó el Rey que lo trujesen ante él. Y preguntóle por qué había muerto a aquel hombre. Señor, porque mató a mi padre, y aunque pedí justicia, no me la hicieron.

El juez de la Iglesia, que estaba cerca, respondió que sí se la había hecho justicia, y muy cumplida, por cierto. El Rey quiso saber la justicia que se le había hecho. El juez respondió que le había condenado que en un año no dijese misa. El Rey dijo a su alcalde: Soltad este hombre, y yo le condeno que en un año no cosa zapatos».

Mis valedores: ¿a los alcahuetes de garañones de sotana arriscada les podría servir de lección? ¿Ustedes qué opinan?  (Trágico.)

Radioactividad

El duopolio de la televisión, mis valedores. Del tema hablé ayer aquí mismo a todos ustedes,  y de los perjuicios que causan en algunos pobres de espíritu esos denominados «líderes de opinión», muchos de ellos voceros oficiosos del Sistema de poder del que forma parte el duopolio de marras. Semejantes perjuicios se tornan críticos en tiempos de plena efervescencia electoral. Como ejemplo de la manipulación que aplican los medios de condicionamiento de masas redacté una síntesis de «Miguel y María», relato que alude a aquel par de jubilados que viven una existencia  monótona, gris, insignificante, sin imaginación. Un par de mediocres, como lo somos todos si exceptuamos a los idealistas.  Concluye el relato:

Miguel y María cenaban los restos de la comida del mediodía frente al cinescopio donde el locutor recitaba, engolada voz,  las noticias de la nota roja cuando, de repente: «En la esquina de Avenida 10 y Calle 13, suburbio de la ciudad, un ómnibus se trepó  a la banqueta repleta de gente, atropellando al matrimonio de Miguel González y María Martínez de González. La señora falleció en el acto, y el señor González cuando era trasladado al hospital«.

Miguel y María permanecen en silencio. En un silencio larguísimo. El resto de las noticias ya nada importa. Luego María, retirando los restos de comida fría:

– ¿Oíste eso, Miguel? ¿Somos nosotros los muertos? ¿Ya estamos muertos, Miguel?

Un titubeo. El locutor hacía el recuento de pérdidas y ganancias en la bolsa de valores.  Tensa voz, angustiada, María:

– ¿Ya estamos muertos, Miguel? Lo acaban de decir en la televisión. Tengo miedo.

María, por favor. Las víctimas se llaman como nosotros. Eso es todo.

– ¿No seremos nosotros los fallecidos? Es la televisión la que lo acaba de decir.

– ¿Y eso qué? Tranquilízate. Las víctimas se llaman González y Martínez como los miles que viven en esta ciudad. Olvídalo, sigue cenando.

Un nuevo silencio. María pareció tranquilizarse, pero su actitud ya no fue la misma. “Pero Miguel, si estuvimos en esa misma esquina a la hora en que fuimos a cobrar nuestra pensión. Tengo miedo, Miguel, mucho miedo…”

– ¿Pero miedo de qué? A ver, ¿tienes algún hueso roto, te duele algo, te reventó un autobús, estás metida en un ataúd? ¿Estás muerta, acaso?

– Hablaron de eso, de que ya estamos muertos, Miguel. Lo dijo la televisión, y la televisión nunca  se equivoca. Tomaría los datos de la policía, y la policía tampoco se equivoca. Le voy a rezar a la Virgen. Tú también arrodíllate.

Silencio. Llegaba la media noche. Comenzó a llover.

Miguel, no quiero que estés muerto, tengo mucho miedo, Miguel.

El aludido no contestó. Afuera los ruidos se asordinaban. La pareja de ancianos se había quedado absorta frente al cinescopio. La noche, electrizada, tenía un sabor a desdicha, «a eso insondable de la vida y de la muerte».

– ¿Esto no será la muerte, Miguel? Tengo miedo de estar muerta y no saberlo. ¿La muerte pudiera ser así..?

Impresionado por la oscuridad de la noche, de la vida y de la muerte, Miguel no contestó, pero supo que estaban fatalmente solos. Nadie, ante la noticia de su muerte, se había ocupado de ellos; nadie en la aplastante mediocridad de una vida de jubilados. Y fue entonces: de repente  Miguel encontró aquella solución, la que cuadra a todos los pobres de espíritu viciosos del cinescopio y ahora pronto de la pantalla de plasma:

– No te preocupes más, mujer. Total, ya mañana, en el noticiario, López Loret Aristegui dirá si estamos muertos o no.

Y ya. (Lóbrego.)

Muerto el espíritu

Los televidentes, mis valedores, esos pobres de espíritu que, hipnotizados por el cinescopio o la pantalla de plasma,  viven, piensan y actúan (si eso es actuar,  pensar y vivir) de acuerdo a la manipulación de los mal llamados  «líderes de opinión», la mayoría de los cuales aleccionan a las masas sociales de acuerdo a los intereses del Sistema de poder, del que esas empresas de televisión forman parte y donde actúan con un protagonismo cada vez más determinante. Y a propósito:

Nunca  como en los tiempos del proceso electoral es definitiva la influencia de tales medios de condicionamiento de masas para inducir en el televidente la intención del voto, con el agravante de que la víctima es convencida de que no actúa enajenada, sino de acuerdo a su propio criterio. Trágico.

Esto lo ilustran en forma soberbia aquel par de adictos y dependientes, Miguel y María,  personajes de cierto relato argentino del que resalto el incidente central. Juzguen ustedes.

La tal es (¿o era?) una pareja de jubilados que en su modesta vivienda sobrevive (¿sobrevivía?) como cualquier pareja de mediocres irredentos: comiendo, tejiendo, regando macetas, entregando media existencia al televisor y recibiendo de frente y sin protección alguna el material altamente radiactivo que a semejantes mediocres entrega el duopolio de televisión, desde la nota roja y las series gringas hasta las telenovelas, el clásico pasecito a la red y las jovencitas que al son de la cumbia cimarrona bailotean en calzones minus-culitos. Y ocurrió aquella noche de febrero…

Frente al cinescopio, Miguel observó de reojo a María: “Qué vieja está. Qué joven fue una vez.  Cuántos años hará desde aquel entonces». Cada vez más anciana, pensó. Cada vez más cerca de la muerte. Como yo, como todos, que para el humano tal es la única certeza: la muerte. Miguel seguía absorbiendo del aparato manipulador las historias de siempre, que van desde una violencia inaudita hasta la extrema felicidad. Sin matices.

“Nunca un tema de pobreza, nunca una historia sobre las miserables pensiones que recibimos los viejos burócratas. Siempre problemas del corazón; nunca del estómago”. Desde la otra parte de la casa la voz de María:

– ¿Ya cenas, Miguel? ¿Vienes al comedor?

– Aquí mismo. Pero rápido, que ya viene el noticiario.

Y el noticiario llegó. María había traído la cena, y ambos, absortos en el cinescopio, se pusieron a comer los restos de la comida del mediodía. De repente, a medias del catálogo de noticias intrascendentes, ahí aparece la reina de la programación, la soberana del nivel de audiencia: la nota roja. Fue entonces cuando el cinescopio se cimbro, morboso y aspaventero, al ventear de la sangre, de la estridencia, del horror. El hablantín del micrófono:

“En la esquina de Avenida 10 y Calle 13, suburbio de la ciudad, un ómnibus se trepó a la banqueta repleta de gente, atropellando al matrimonio de Miguel González y María Martínez de González. La señora falleció en el acto, y el señor González cuando era trasladado al hospital. El conductor del colectivo logró darse a la fuga. Pasando a las víctimas de la guerra contra el narcotráfico…»

Aquí, en la sala, silencio. Un larguísimo silencio. Un quejidillo de María, que había retirado el plato de comida fría. «¿Oíste eso, Miguel?»  El resto de las noticias ya no importaba.

Miguel, ¿oíste? ¿Somos nosotros los muertos?

– Por Dios, María, se trata de una equivocación; de una coincidencia.

– Tengo miedo, Miguel.  ¿No seremos nosotros los muertos?

(El desenlace, mañana.)