México, Cuba

Con banderas a media asta, Cuba vivió un día de actos en homenaje a Juan Almeida, Comandante de la Revolución y uno de los atacantes del Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1959, que falleció a los 82 Años de edad.

El Comandante de la Revolución murió hace un par de años. Si hoy lo recuerdo es para que sopesemos el peso y la dimensión histórica de los barbones de Sierra Maestra que hicieron y hacen una revolución, frente al luido personaje mexicano que ya en la agonía de su sexenio se decide a visitar la Isla, intrascendente maniobra  de bajo perfil  cuyo destino final es el polvo, el olvido,  el desván de la historia, y no más.

Juan Almeida, comandante de la Revolución. Como Ernesto Guevara, el propio Fidel Castro y tantos más, Almeida visitó México, y de aquí se fue en el yate Granma con la encomienda cumplida de liberar su Cuba secuestrada por uno de los tantos proyanquis y vendepatrias que gobiernan nuestros países al sur del Bravo. Yo, porque ello también toca la dimensión del héroe, recuerdo al combatiente con una anécdota humana y a ras de suelo: con su revolución todavía en cartuchera, este cubano Almeida se refería a nuestro país y sus alimentos terrestres y trataba de hacerse entender de un su paisano:

– En México me encontré con Efigenio, que llegaba de Costa Rica, parado en un puesto de tacos. ¿Sabes lo que es un taco? Una torta que hacen los mexicanos de harina de castilla, con un poquito de carne de puerco, enrolladita.

El viaje y la permanencia en México, el regreso a su tierra –a su Sierra- y ya en plena revolución, las impresiones de un Manuel Fajardo, combatiente de Sierra Maestra, sobre la detención de mercenarios gringos:

–  No es que tenga nada contra ellos, el problema político lo separo de mi opinión personal sobre estos marines que traté personalmente. La gente más despreciable que puede haber en el mundo son los marines norteamericanos. No he visto seres humanos más corrompidos que esa gente.

(¿Por qué a mí se me vino a la mente Guantánamo,  Abu Grahib?)

Pero dentro de la propia Cuba los contrarrevolucionarios hacían su labor de zapa a favor del yanqui. La versión de un Armando Valladares, poeta mediano por aquel entonces preso en alguna cárcel cubana:

– Recuerdo a mis compañeros fusilados. Pensé en Julio y en su desprecio por la vida, defendiendo sus criterios de Libertad y Patria, y pensé en todos aquellos que con una sonrisa en los labios marchaban a los paredones, y pensé en la integridad de aquellos mártires que morían gritando: ¡Viva Cuba Libre! ¡Viva Cristo Rey! ¡Abajo el comunismo..!”

Cuba en la pluma de C.W. Mills: “Escucha, yanqui: esos contrarrevolucionarios no tienen el valor para luchar con las armas en la mano. Lo que están haciendo, conspirar contra nosotros, les debe costar millones de dólares. Su propaganda contra nosotros, sus viajes, su sostenimiento: ¿de dónde sale tanto dinero? ¿De las compañías yanquis afectadas por nuestra revolución? ¿De la CIA? ¿Del Depto. de Estado? En Cuba hay muy pocos contrarrevolucionarios, y son impotentes para reunir otros elementos alrededor de ellos. Cuando los obispos salieron con una declaración general contra el comunismo, la mayoría de la gente de las iglesias simplemente se rió. Sabían que se trataba sólo de la ignorancia y el temor de los contrarrevolucionarios”.

Porque el héroe renace de sus cenizas…

Cuba, la de Fidel, la Cuba de Maceo, la de Raúl, la Cuba de nuestro genio americano José Martí,. La patria de Juan Almeida, héroe de la Revolución. Cuba, la invencible. (México.)

«Cumbres» nada más

Nuestra América mestiza y una más de sus «cumbres», que con la inevitable influencia del vecino imperial se celebra esta vez en Cartagena. Aquí la síntesis de un relato (de Puerto Rico, la autora) que a bofetones de esperpento, ironía y desprecio, ridiculiza las «cumbres» que bajo el patrocinio imperial aderezaban presidencillos de pueblos débiles. La síntesis del relato, con su sintaxis:

“Ron jamaiquino. Arrullo turístico de calypso. Sesión del Vigésimo Congreso para la Unidad Caribeña. Presentes todos los delegados de las Antillas Mayores. ¡Menos Cuba! Los de las menores habían formado, conmovedor acceso de humildad, mesa aparte. Mar, hotel, puesta de sol.

Estados Unidos presidía, sentado entre Puerto Rico y Jamaica. República Dominicana y Haití, en los extremos opuestos de la mesa. Rivalidad. Se repetían los brindis a la memoria de Duvalier y Somoza. Se denostaba a Cuba, temido tiburón. EU. subsidiaría generosamente a los países ahí reunidos con el noble fin de verlos encaminados por la senda de la democracia, y esto sólo a cambio de algunos kilómetros de cada uno de ellos para la instalación de discretas bases nucleares. (De alguna Iniciativa Mérida, tal vez.)

La orquesta. Un potpourrí de salsa, merengue y reggae. Vino un feliz salto al campo cultural. Para diversión del delegado de EU, los antillanos debatieron los méritos de cada isla en el terreno de las letras caribeñas. Espejito, espejito, ¿quién es el más colosal? El gringo sonreía, la luna llena alumbraba el Congreso.

Diez horas de brindis, arduas discusiones. Por unidad se decretó el esperado receso. Y se pasó a la cena a base de un menú diplomáticamente confederado: lechón, mofongo, mangú, camarones y langosta, habichuelas coloradas, aguacate encebollado y arroz con frijoles negros. Tamaña cena decidió el aplazamiento definitivo del congreso hasta el año siguiente. Los antillanos mayores se retiraron a sus habitaciones en el Kingston Heights; los menores fueron trasladados en minibús hasta sus hoteles en la parte baja de la ciudad.

El delegado de Martinica, atleta empedernido, se quedó frente al mercado, cosa de ejercitar las piernas y nalgas adormecidas por los silletazos del congreso. Deambuló por las calles oscuras disfrutando de la brisa fresca de aquel día jamaiquino. El Caribe era en verdad una sola patria. Negros, chinos, mulatos, indios, bajo el ala protectora de EU, se juntaban  en un solo ser para unir los pedazos, separados a golpes de historia, del viejo y siempre nuevo continente isleño.

Nobles pensamientos del martiniqués; su sombra, proyectada sobre las paredes, se vio de repente acompañada. Martinica se dio vuelta esperando toparse con los ojos endurecidos de un gendarme francés. El rastafariano de medúsicas trenzas y haraposa apariencia lo empujó contra un muro garabateado de consignas. La cuchilla mohosa acarició el cuello del delegado: Give the money, dijo el hombre. La mirada dijo el resto.

Al el cosquillero de la navaja en su cuello, el martiniqués contuvo el aliento. Luego, con la voz quebrada, la mirada empañada por el miedo:

– We are brothers, Caribes, Caribe, West Indies,  undestand?

Una presión mayor en la yugular le cortó la inspiración. El asaltante le estrujó la camisa de motivos africanos, puso sus pies desnudos sobre los esbeltos dedos que sobresalían de las sandalias Made in Jamaica del asaltado y dijo, con renovada urgencia: Shit, man, gime the money”.

Shit, man, ven a la «Cumbre de Cartagena»  y agradéceme la Iniciativa Mérida que te regalé. (¡Agh!)

Al peso mexicano

Así que ante el dólar vuelve usted a perder peso y devaluarse una vez más, pesito mexicano. Y qué hacer, sino expresarle el testimonio de aliento y solidaridad para uno tan ruda y reiteradamente devaluado, hoy que una comunidad erosionada de frustración, desesperanza y desánimo ante el Poder ha acabado por ver a usted con una revoltura de menosprecio y desdén, minimizándolo y denigrándolo sin percatarse de que con tal acción se denigra. Porque usted, valga poco o nada valga y apenas se distinga en la palma de la mano, es tuétano de lo nacional, sello e identidad que nos distingue como pueblo sobre la faz de la tierra. México.

Lo veo entelerido, trasijadón, con el rabo entre las zancas, y pienso en su prosapia y blasones, con  antepasados ilustres como aquel peso 07.20 de forma gallarda, sonido argentífero,

potencia cabal y ley de la buena; un peso entero todavía, que dictaba condiciones aquí y en corral ajeno. Hoy a usted, sombra de sí mismo,  lo  observo rodando sin rumbo. Las manos que apenas ayer lo atesoraban, hoy se desembarazan de usted como de alguno contagiado de enfermedad pegadiza. Mirándolo por la calle del menosprecio medito en los tiempos, qué tiempos, en que pisaba fuerte, con su empaque de señorón, de mandón. No lloro, nomás me acuerdo…

Lo que entonces pesaba, lo que se le guardaba en la bolsa a la divisa convenenciera,  pero realista: “En este mundo no hay más amigo que un peso en la bolsa». ¿Y ahora? Hoy se le mira, cachivache en desuso, sin enjundia, sin consistencia, sin peso -¡usted, el peso!-, sin eso que hay que tener. Capado.  Más antes, tema de conversación entre los pesudos que lo poseían; entre los fregados, que lo añoraban, entre un paisanaje que decía “un peso”, como decir Cuauhtémoc, Pancho Villa o la Virgen Morena. Pero ahora, en un Estado libre y asociado protegido por la Iniciativa Mérida y que  tiene al dólar de divisa nacional…

Y yo digo: que vuelva su real valía, que tornen águila y sol como signo de la vida y de la muerte. ¿O nunca más ese peso entero, todavía sin capar?

Lo miro en mi niñez, como entre sueños. Veo el gesto aquel, de las dinerosos, cerrar el trato de las hectáreas de tierra o la caballada, y decir trato hecho,  darse la mano y desabrocharse de la cintura la víbora de cuero crudo, vaciarla sobre la mesa y por el hocico de la cueruda alcancía  dejar salir la lluvia argentina de los pesos fuertes. Ah, aquel sonido, me acuerdo, que hagan de cuenta esquilas de jubileo y resurrección. El de usted, en cambio, hoy cascado cascajo y gargajo, y no más…

Pero ánimo, no fruncirse, no pandearse, no acabarse de arrugar. Usted volverá a ser lo que era cuando la gente de México vuelva a ser la de los pesos fuertes. Animo. Por ahora,  y en tanto ruede por ahí, bocabajeado, sépase que conmigo cuenta con un amigo que no se afrenta de usted; que cuando me lo pandeen soledad y abandono, patrimonio de vencidos, yo aquí lo aguardo con la bolsa abierta, y que mucho me cuidaré de desconocerlo como cualquier descastado de esos. ¡Cómo, si vivo en México, no en Puerto Rico! ¡Cómo, si usted aún porta la viva estampa del águila devorando la serpiente! Pero sigan los «guanabís» con sus sueños de gringos segundones  culimpinados ante el dólar, y va a ser la serpiente la que termine por devorar al águila, y entonces…  (México)

La náusea y el vómito

A la feria del caballo en Texcoco me referí ayer, y que la visité con mi única y el Ariel, y que observé con la rueda de la fortuna la fortuna de los creadores de nueva hornada de briagos, y en la casa de la risa la risa idiota de los ahogados de licor, y en los carros locos los locos de droga y licor. A marearse en el volatín cuando el alcohol ya los mareó hasta la náusea y el vómito. En la piquera disfrazada de figón: tres copas por un solo boleto, pero cuidao,  joven,  no se me caiga sobre el pipián. Nauseabundo.

Porque, mis valedores,  esos que año con año arman su trampa para inducir a las juventudes al licor tienen ahí el principal negocio: las cataratas de licor que a partir de la feria, con toros, cirqueros, berreantes y falseteros -ellas, en ropita procaz que exhibe pubis, cóccix y tatuajes vecinos del clítoris ante una concurrencia babeante de licor y lascivia- harán de los jóvenes un poco más briagos y afectos a toda suerte (mala suerte) de drogas. Vi a los feriantes deambular bamboleándose, insomnes sonámbulos, en la diestra una de presidente, casi tan dañino como los que malparen, para perjuicio de todos nosotros,  los partidos políticos. ¿Culpa de ellos o de los sobrios y los  borrachales? México.

Asistí a la feria y observé a los feriantes, jóvenes la mayoría: clavado en el pecho el mentón, erraban de la carpa al palenque, del merendero al bar y de ahí al muro donde recargarse, y al vómito. Pálidos todos, fija la pupila y la pupila errante, qué contrasentido, volvían al siniestro ritual de la borrachera en el antro de la feria internacional. Texcoco.

Final de fiesta, la tarde ya entre dos luces:  la fiesta de la rifa. «Por tantos pesos se lleva usté la de a litro, con la anforita pa la bolsa de su chamarra Sí, usté, ese que pasa babeando». Mi única y yo, en el espanto, tomamos al Arieluco, y a huir. Y fue entonces.

A la salida del recinto corrompido a licor, orines y vómito, observé la exhibición de dos caballos de la perico domé. El cuaco blanco, cuando pasé por su vera, miróme con sus ojos amarillosos mientras me pelaba toda su dentadura y decíame con los puros tomates: “Si serás cándido. ¿Qué tiznaos te ganas con hacer bilis y denunciar que ferias como la de Texcoco son gigantescas piqueras donde se envilece a la juventud y a la runfla de adolescentes aturdidos que caen en sus redes? En este país de borrachos, ¿quién canacos te va a escuchar? Mejor hicieras en darte al pedro tú también. Anda, llégale a la cacardienta ¿O quieres seguir haciéndole al idiota con prédicas en el desierto? Los briagadales, o sea todo México, ¿van a escucharte? Anda, ponte a chupar o lárgate, pero ya no la hagas de pedro”.

¡De pedro! El prieto azabache volteó los cuartos traseros, y… ¿porque le caí mal, porque me reconoció y supo que yo iba a alertar a ustedes contra la piquera descomunal de Texcoco? Lo cierto es que al pasar por su lado, la bestia (bestia, sí, pero ella en su juicio) me estampó en pleno rostro aquella exhalación, el suspiro salido de lo más recóndito del delgado, y con vía libre y a sirena abierta por todo el grueso. Me la hizo de fumarola, y qué hacer. ¿Competir con el penco, pagarle con la misma moneda? Más penco resultaría yo. Y el hedor.

Ya en la carretera, el Ariel: “Feria horrible”.

Mi única y yo nos miramos, sonreímos. Alcé los ojos al cielo, un cielo tan alto como el techo del volks. “Gracias, Dios,  que a mi niño le conservaste el candor”. Pero lástima:

– Horrible la feria.  Mucho chupe, sí, ¿y de botanas? ¿Nada? (¡Agh!)

¿Y usted conoce el rosadito?

Conque la Feria Internacional del Caballo, mis valedores. Conque después de tantos ayeres persiste la anual feria con la sede (Texcoco) convertida en la cantina más grande de Iberoamérica. Semejante condición pude comprobarla  hace algunos ayeres, cuando en mala hora se me ocurrió visitarla, y más malo todavía: que conmigo me haya llevado a mi única, y lo peor de lo peor: que con ella cargase también con el Arieluco, ocho años de su edad. Trágico.

Lo trágico se desató en la feria del cuaco de hace unos años, cuando aquella tarde sorprendí al Arieluco a 5 pulgadas del cinescopio. «¿Que qué? ¿Otro débil mental en la familia? ¿No basta conmigo? ¡Rápido, a desenajenarlo!”

A la viva fuerza lo aparté de la choricera de anuncios de sostenes de  diseño moderno que aderezaba una  botana de emputecidas jovencillas que bailoteando presentaban a las cámaras el redondeado volumen de su nalgatorio.“Deja de recibir esa radiactividad y trépate al BMW -al volks. cremita, más propiamente. Vamos a la feria provinciana, mi hijo. Ya verás qué hermosura de espectáculo”. Y mi única “Cálmate, hijo,  ya deja de llorar, que Televisa y TV Azteca no merecen una sola de tus lágrimas. Eso déjalo para los pobres de espíritu que ven sus telenovelas. Tú, a divertirte en el volatín y la rueda de la fortuna”.

A divertirte, dijo. Y allá vamos, a la feria provinciana…

La de Texcoco. Campo y tablas, la clásica lotería de cartones. Cantándolas, el gritón. Y que por abajo está la dama y por arriba está… ¡el catrín! Y que con polvos de guiscachota me querías enhechizar: ¡la muerte! Y que me la han vestido de charro,  y el Ariel: “¡Buena con esa! ¡Gané!” (¿La figura? Imagínenla.)

– Suerte de chamaco -el gritón-. ¿Pues no se acaba de ganar una de a litro con seis cocas seis para campechanear?

– ¡Salva a tu hijo, amor! ( mi Nallieli.) Nos zafamos de la lotería, dejamos al gritón con los brazos extendidos, un racimo de pomos colgándole en cada mano. Rápido, a buscar un juego infantil que no resulte dañino.

– ¡El tiro al blanco, pa!

El feriante le entregó un vetusto mosquetón, y ahí fue el tumbadero de patos, gansos, un burro de buen tamaño y uno que otro viejo güey. El feriante: “Caray con su puntería: doce tiros, nueve blancos. Y usted bigotón, no vaya a malograrle al chamaco su prometedora vocación. Va para Zeta que vuela”.

Y que intenta entregar el premio a su buena puntería: una de a litro, dos damajuanas y otra más de un líquido amarillento, que hagan de cuenta cuando uno lleva sus humanísimas muestras al examen de laboratorio. “Pal desempance va a llevarse este añejo; dos semanas añejado en barricas de ayacahuite legítimo”. Logramos huir.

El juego del dardo y los globos. El feriante: “Te los tronastes, güerejo. Te vas a llevar dos de a litro y una de rosado. ¿Conoces el rosadito?” Como si -culpa de tantos millones de briagos- México no estuviese ya demasiado rosadito. Texcoco.

Y que va a haber palenque (hubo palenque, con pomos, botellas, garrafas, damajuanas de licor, tal vez no todo adulterado), y que corridas de toros (las hubo, con litros y medios litros de alcohol), jaripeos y rodeos (frascos de a litro), juegos mecánicos, circo y gastronomía (cerveza para abrir boca; para cerrarla, cacardiosidad). Y mis valedores:  fue entonces.

En la noche de Texcoco observé a los feriantes: ellas y ellos, adolescentes y jóvenes, deambulando como zombis, muertos vivos, vivos muertos del licor que los mercachifles de la humana degradación les embombillaron, lavativa bucal. (Mañana.)

Periodistas

El pueblo no ejerce los derechos de soberano sino en las elecciones.

Tal afirmó a su hora don Joaquín Fernández de Lizardi, pero le faltó añadir que  el elegido del voto manda sin obedecer y el votante obedece sin mandar. Tal es la esencia de la «democracia representativa». El Pensador.

Todos los campos de la expresión escrita dominó el personaje: el periodismo, su genuina vocación,  y la sátira, la versificación, el drama y esa novela en donde crea, para ejemplificación y reflexiones morales un personaje inmortal: El Periquillo Sarniento, flor y espejo de la picardía y desenfadado lenguaje de calambures y doble sentido que a todos nos resultaría familiar si en este país se acostumbrase la lectura. Lizardi dejó la obra de intención didáctica y de ejemplaridad, visión esperpéntica con la que ponía en evidencia las desmesuras y los desafueros de su tiempo, esas que perpetraban  las autoridades civiles, el clero y los militares de aquel entonces. ¿Y los de hoy?

Por cuanto al grado de heroicidad que suponía el oficio de periodista en los tiempos aciagos del porfirismo ese fue el sello de identidad de Lizardi: censura y prisión, persecuciones y agobios económicos, y vuelta a empezar, algo lógico para un periodista de su trascendencia y valor personal en el gobierno de Díaz.

¿Por qué Lizardi caía en prisión? Por sátiras que describen el México de principios del siglo XIX. ¿Distinto al México actual? ¿Qué tan distinto?

“Nada falta a tu dicha, patria mía, – Tienes frailes, langosta, policía, – Puertos sin naves, tropas sin calzones, – Caminos solitarios con ladrones, – Siempre apretada tu tesorería, -Partidos y colores a porfía, – Papel que vale menos, aunque debe, – Un rey que lo conoce y no se atreve, – Faltaba un año santo: en este día, – ¡Bendito Dios!, el Papa nos lo envía…»

Y qué vigencia mantienen las reflexiones que Lizardi nos legó en los periódicos más o menos efímeros que fundó a lo largo de su ejercicio periodístico. Por este párrafo pueden juzgarse:

Compárese los males que pueden sobrevivir a la República, entre que se anulasen las elecciones y los que le vendrían con algunos diputados elegidos por tramoya, esto es, que no merezcan serlo. En el primer caso se mina la soberanía de la nación. En el segundo nada se pierde con seis u ocho representantes ineptos, sino diez y ocho o veinte y cuatro mil pesos anuales…

Y cuánto de humano, cuánto de aleccionador y de melancólico se trasmina en la nota que redactó el periodista cuando tuvo que dar por muerta la publicación del Correo Semanario de México. La nota la tituló Despedida, y a la letra dice:

“La escasez de subscriptores, que no proporciona que se costee este periódicos, y mis graves enfermedades, no me permiten continuarlo. Doy gracias a los señores subscriptores que han tenido la bondad de favorecemos hasta el final, suplicándoles dispensen las erratas, dilaciones y otros defectos que no he podido evitar.

A los señores subscriptores que aún restan algunos piquitos, suplicamos proporcionen su remisión, pues no habiéndose costeado el periódico, claro es que nuestro bolsillo debe pagar lo que falte.-México, 4 de mayo de 1827″.

Y a propósito: ¿hoy día cuántos periodistas comparten las penurias de El Pensador?  ¿Cuántos de esos que a estas horas enfervorizan a las masas sociales para que se interesen en sufragar viajan desde su mansión – chofer, guardaespaldas- hasta la oficina del diario o estación de radio o  de TV? ¿Cuántos? México.

Benemérito, El Pensador.  (A su memoria.)

Mi ofrenda anual

Como cada año, mis valedores: este viernes de la Semana Mayor entrego a todos ustedes el imaginario reporte sobre el  Ajusticiado que imaginarios discípulos hacen llegar a su madre. “Compañera María:

Sobre el paradero de su hijo Jesús Equis, desaparecido desde principios de  semana, tenemos informes de que fue acusado de terrorista y aprehendido por los rumbos de Chalco, donde decía sus parábolas al pobrerío. Secuestrado por el ejército, el compañero Jesús fue recluido en una cárcel clandestina y presentado ante el procurador de justicia, que no al no encontrarle elementos de culpabilidad se negó a juzgarlo, para luego lavarse las manos y ponerlo en las de los militares, que toda una noche lo torturaron. No delató a sus compañeros de lucha. Frente a los torturadores se comportó como lo que es: el purísimo espejo y la flor de todas las humanas virtudes. Jesús.

Quienes lo conocimos jamás lo podremos olvidar. Cómo, si fue un varón de estatura cabal que tuvo un gran amor por su vida, y que siendo su vida lo que tenía de más valor y lo único suyo, fue  su vida lo que aventó por delante a la hora de certificar su alianza con paisanaje al que amó sobre sí mismo. Que eso le sirva de consuelo en la almendra de su amargura, compañera María.

La vida del luchador fue sencilla, al ras; gustaba de caminar con los pies desnudos por la orilla del lago y subir la montaña y alimentarse de frutillas y tenderse a la vera de los trigales. Amaba el mar…

Se sabe que practicaba la meditación; que era dado a reunirse con el pobrerío y a los desheredados aconsejarles de igual a igual con palabras del diario, que son agua y savia, sustento y raíz. Y sus parábolas, compañera: que el reino de la Verdad es semejante a un grano de mostaza que el pico de un ave… (Su hijo Jesús, alias El Nazareno, fue humano hasta el tuétano; tanto, que días antes del prendimiento se reblandeció de repente, le sudaron sus manos y la frente se le perló de sudor: “¡Padre, aparta de mí este destino! Pero no se haga mi voluntad, sino…”

A su hijo, señora María,  le agradaban las cosillas pequeñajas, las de todos los días; amaba la compañía de los pobres, los lisiados y alguna ramerilla de poca monta (por ser de tantas, qué contrasentido); él tuvo la mansedumbre del hombrecillo de siempre y su temible fiereza cuando se trata de morir por su verdad. Jesús, compañera, tenía que acabar como termina todo el que  tiene tamaños para encararse a la burguesía cimarrona, sabañón infecto del Sistema de poder, hija putativa del imperialismo del Norte (del norte de Roma). Por eso fue que su  hijo, señora,  acabó hecho tirlangas de luchador, retazos de varón enterizo, piltrafa de Hombre, sin más. Así pagó su osadía magnífica ese varón de virtudes al que a estas horas los sádicos están segando la vida a lo despacioso para mejor disfrutar su agonía. ¿Le servirá de consuelo, señora? No pasa de la media tarde, dicen.

Ya falta poco. Ya apenas alcanza resuello, entre lloraderos de una aguilla que mana de de sus mataduras. Una morra, María de Magdala, le repite quedo: Tu vida, compita, mucho valió, pero tu muerte valdrá mucho más. Tu muerte cegará y segará la injusticia y la explotación del hombre por el lobo del hombre. Tu muerte será el acicate para persistir en la contienda (¿en la utopía?) contra la inhumanidad del humano. Que a tu muerte podamos vivir; que tu muerte sea nuestra vida. Muere ya, y muere en paz, compañero del alma,  compañero”.

Jesús, flor, espejo y frutilla madura de la Humanidad. (INRI.)

Espantajos

(Inusitado: en un acto de gobierno De la Madrid logró reunir a dos espantajos históricos:  LEA y JLP. Inusitado también: en sus exequias, logró reunir a otros dos, y fue así:)

Existió, mis valedores, un hombrecillo que vivía, solo y su alma, en la medianía de una plantación que cultivó el tanto de 6 años, por más que todo lo que sus manos tocaban se malograba y fruncía. Las pocas vainas y espigas que se lograsen terminarían como botín de animales dañeros que él, temple de jericalla, no se atrevería a enfrentar. Tal situación lo mantenía en la almendra de la angustia y la soledad. Lóbrego.

|           (Porque el temor, si no da vida, mata.)

Al amanecer cada día el granjero dejaba el jergón y salía a examinar el cielo, no fuese ocurrir que un sol demasiado ardoroso sorbiera la humedad del terreno y resecara la plantación. Después se daba a deambular por almácigos, arbustos y árboles frutales, y examinaba el estado en que amanecieron la fruta, el racimo, la vaina la espiga, la flor. Y aquello era allegar tierra a la mata y abono a la tierra y agua al abono y cauces al agua para que regase la tierra Así días, meses, 6 años. Pues sí, pero lástima, porque de todos los males del sembradío la culpa era del hombrecillo; de su torpeza y mediocridad. En fin.

Y ocurrió que para espantar cuervos y gavilancillos predadores de la mazorca dio en clavetear el sembradío con espantajos a cual más de esperpénticos; ventrudos algunos y flacos los más, este disfrazado economista, de político el otro, y uno de sardo y otro de policía que metiesen espanto en las negras alas que tachonaban un cielo estallante de luz.

(Porque la soledad, si no templa, aniquila).

El solitario oteaba los horizontes donde los peñascales se plagan de nuberíos ovachones. Que no llueva más; que el exceso de lluvia no venga a pudrir las raíces; que el granizo no desgarre los retoños. Que…

La plantación se arruinaba. Frutillas en agraz se desprendían de la rama y caían al suelo, se encanijaban los racimos y las vainas se enroscaban, se desfloraban y escupían la semilla, y así el tubérculo, y así la espiga, y así la flor. El solitario, impotente e incompetente ante aquel desastre, como alucinado recorría la plantación, y aquí intentaba resembrar, y allá enriquecer con abono el terreno, y por dondequiera desparramar chorros de agua que de tuviesen la catástrofe, pero nomás la regaba. Y fue entonces…

Al solitario le dio por hablar solo mientras palpaba cada frutilla; olisqueábala, le buscaba la plaga dañera. “¿Será una plaga de insectos? ¿Llegaría con el viento? ¿Qué animalejo predador pudo atacar los racimos mientras yo dormía? ¿Por qué todo lo verde que tocan mis manos se marchita y se torna gris? ¿Por qué?  Y esta angustia, esta soledad ante su torpeza de granjero improvisado”. Miguel.

(Malo cuando el solitario cae en el embeleso del soliloquio. Pésimo.)

Y ocurrió que soledad y torpeza terminaron por hacer mella en el infeliz. Cierto día, ronco de hablar su monólogo, detúvose a la mitad de la finca, en silencio contemplo aquel desastre de hojas, frutas, espigas, racimos, vainas y flor. Desencajó del terreno aquel par de espantajos, se los llevó consigo y de repente sonrió con una enajenada sonrisa, y entonces…

Sereno por vez primera (el grado más alto de la angustia arroja una desesperada serenidad), junto a su propio féretro clavó los dos espantajos, miró los rostros de paja de Calderón y Salinas y así les decía, sonriendo: «Juntos los tres colegas. ¿Platicamos?»

Y es que el hombre, cuando… (En fin.)

Así se escribe la historia

Miguel de la Madrid ofrece consejos al presidente electo y le muestra total voluntad para estar atento y en darle opiniones o consejos.

Miguel de la Madrid, mis valedores. Algunos felones lo defienden después de muerto.  Personaje de luces y sombras, el presidente de la «renovación moral» se fue como vino: silencioso, discreto, cobijado en su bajo perfil. Sólo en alguna ocasión provocó una tormenta con sus declaraciones de que Salinas se robó la mitad de la cuenta secreta y de que los dineros de Raúl, el hermano, despedían un tufillo a dinero lavado, qué contrasentido. Al declarante lo forzaron al reculón, y aquí no se ha dicho nada. De la Madrid.

Su obra como presidente de México ya la historia se encargó de juzgarla. A quienes benefició ya se encargarán de hablar mal de él, como de forma tardía sus enemigos alabarán sus acciones positivas como funcionario público. Yo, por mi parte, mis valedores:

El avocado para suceder a López Portillo era García Paniagua presidente del PRI. Creía don Javier  (me lo dijo) contar con la anuencia del presidente, pero en las manos de JLP se recrudecían los problemas en la economía y las finanzas, y ese fue el pretexto para hacer a un lado al aguerrido político y privilegiar a quien desde su oficina en la difunta secretaría de Programación y Presupuesto iba a abrir las puertas al mal llamado neoliberalismo. Y así hasta hoy.

A su hora lo revelaría JLP en alguno de sus libros de memorias: «¡Cuántas precipitadas heterodoxias en el manejo de la candidatura de De la Madrid! Que propició la carrera «meteórica» de García Paniagua porque necesitaba, en el horizonte político, «una figura recia, maciza, de fuerte raigambre popular». Que fue un lógico precandidato. Pero empezó a significar problemas. «Tuve que actuar».

Y actuó a favor del economista. El 28 de septiembre de 1981 anotó en su diario: «El PRI nominó a Miguel de la Madrid. Me encomendó, como de costumbre, el trámite. Directamente cité a García Paniagua y a los representantes de los tres  sectores y al presidente de los diputados. Va a ser un magnífico candidato y un estupendo Presidente».

Por cuanto a la «oposición»: que Acción Nacional nomina a Emilio Madero. «La Izquierda no acaba de coaligarse».

¡Apasionante país el nuestro! Se asiste al ocaso. Se siente que otro sol va a nacer. Hasta el considerado cariño de la gente. País cruel y tierno. Calavera de azúcar…

Sigue la crónica de aquellos tiempos anubarrados: «Ya García Paniagua dejó de ser presidente del PRI. Ya Ojeda lo es. Y Javier en Trabajo. ¡Cuántas cosas en un mes! Días densos, apretados, desagradables. Pero empecemos por el principio.

García Paniagua constituyó, y de algún modo constituye, un problema en la sucesión: exhibió su inconformidad y el ambiente se hizo denso. El manejo que tiene de la Prensa, mezcla extraña de temor e intereses, curiosa actitud de nuestros intelectuales, ha hecho desagradable el tránsito».

Los entretelones del aquelarre político que no trascienden a las masas sociales, renovada su esperanza y enfervorizadas para votar:

«La víspera de que iniciara su campaña, Miguel me mandó señales de angustia y me pidió con vehemencia que se lo quitara de encima o no podría llevar adelante una buena campaña. La desconfianza era brutal. Llamé a García Paniagua«.

El sacrificado no se resignó. Abandonó la carrera política y se refugió en su rancho jalisciense. Es la historia. En fin, que los muertos entierren a sus muertos.

Miguel de la Madrid. (A su memoria.)

Periodista, fabulista, héroe civil

¿No advertís que aunque yo muera jamás faltarán escritores instruidos y resueltos que continuarán combatiendo los abusos..?

El Pensador Mexicano, mis valedores.  A él he de referirme esta vez; a su obra magnífica. El héroe civil fue el primer fabulador que parió nuestro Nuevo Mundo, si hacemos de lado a don Fernando de Alba Ixtlixóchitl y algunos más que nacieron al arrimo de frailes y conquistadores. Lizardi dedicó su vida a la denuncia de vicios y corruptelas de un México que se asomaba a la independencia. Periodista por vocación, fue al propio tiempo novelista y dramaturgo, y por necesidad de expresión, versificador. Admirable.

Admirable, sí, por su vida y obra como liberal, moralista y filósofo, que ejerció actividades lo mismo de educador que de satírico e intelectual. Pero El Pensador fue, antes que nada, varón de virtudes que a golpes de denuncia pública defendió sus ideales, formuló sus cuestionamientos y difundió su verdad por todos los medios a su alcance: la novela, el ensayo, el libelo, la farsa, el artículo, la versificación. Lizardi, creador del inmortal Periquillo Sarniento. Los mexicanos no lo han leído porque los mexicanos no leen. Punto.

Qué diferente contraste hace lo que el lector ha leído, escrito en España bajo un sistema monárquico, y lo que ve en México acerca de la libertad de imprenta, bajo un sistema republicano.

La historia pública del Pensador arranca de 1811, cuando a los 34 años de su edad se mete de lleno a la difusión de las ideas, así en los campos del periodismo como en los de la ficción, y en esa suerte de volandera mercadería que fueron las hojas sueltas en donde se desbalagaban rumbo a todos los rumbos sus sátiras, invenciones y arengas; sus denuncias y reclamos a favor de la moral y las buenas costumbres; hojas que se leían en callejas y plazas públicas, en la posada, el figón, el camino real, y que prefiguraban esa literatura que, peripecias históricas más adelante, soltarían las prensas de Venegas Arroyo para difundir las calaveras de Posada y aquella levantisca literatura que ayudó a desmoronar la vera efigie de Porfirio Díaz. Tales hojas difundieron la cultura popular en la forma del corrido que iba a perpetuar las hazañas del arriscado y el valentón, y la jácara y los lances de amor. Soberbio.

Hace la discordia tanto daño en el cuerpo político como las contagiosas en el físico.

No fueron propicias las circunstancias donde se vino a delinear el primer gran mural de la vida y las costumbres del México que nació a la vida independiente, mural que El Pensador fue realizando con lenguaje de típica y acendrada raigambre popular, con la fiel recreación de tipos de la mejor tradición picaresca derivada de la española –Guzmán de Alfarache y compinches magníficos-, tales como el tahúr y el sacármelas, el recuero y el coime, el bandido y el matasiete. Y aquellos los escenarios de la picardía lizardiana: el calabozo, el mesón, la mancebía y demás universidades del crimen y la vida arrastrada.

Fernández de Lizardi lanza a la vida pública el primer ejemplar de El Pensador Mexicano en octubre de 1812, donde vacía sus primeros ejercicios periodísticos y comienza a ejercitar la denuncia pública, con el resultado normal para aquellos tiempos calamitosos: el editor y articulista fue a pagar con cárcel su oficio arriesgado, y de entonces vendría a derivarse un modo de ser, un estilo de vida que marcaría la existencia de El Pensador, hasta el día en que llegó la tuberculosis, y detrás la muerte. (Sigo mañana.)

¿Flor de virtudes?

Jorge Carpizo, mis valedores. Jurista, político, catedrático, el recién fallecido fue un personaje controvertido al que apenas ayer se lanzaban dardos de crítica hasta la PGR que él encabezó, y a Gobernación, y a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Lo recuerdan ustedes en aquel entonces? Carpizo, Salinas, Prigione,  los hermanos Arellano Félix…

Ocurrió hace algunos años, cuando el Dr. Carpizo arribó a la sede de la CNDH. Yo visité un reclusorio y miré a algunos presos, y hablaron conmigo, y redacté el siguiente recado que hoy, ausente el Dr. Carpizo, presento de nuevo a ustedes:

Dr. Jorge Carpizo, fundador y presidente de la CNDH:  lo invito a que venga conmigo. Quiero mostrarle que no por nombramiento presidencial sino por vocación se involucra el humano en la defensa de los derechos humanos. Por humanismo, por una mística se defienden. ¿Pero usted, de repente adalid de esos derechos por mandato salinista? ¿Usted haciéndola de peón de Salinas para zurcir los entuertos que perpetra Salinas? Y usted no es ingenuo. ¿Entonces?  ¿Qué viene siendo, doctor?

Y la forma en que se ha echado a “defender” esos derechos, doctor. Conozco por boca de las propias víctimas o sus familiares el procedimiento que aplica usted desde su oficina de la CNDH: escucha, detrás de un escritorio, cuando accede a escuchar, y ahí su respuesta: «¡Bueno, sí, pero pruebas, documentos! ¡Que vengan los afectados y exhiban pruebas!” Ellos, doctor, a estas horas encerrados, quebrantados, medio muertos después de la más reciente sesión de “interrogatorio científico…»

Y allá van, desde su escritorio, la recomendación, el recado, el telefonema, el oficio sellado o el memorando dirigido a los violadores: “En referencia a denuncias que obran en poder de esta H. Comisión…” ¿Con tal burocracia defiende los derechos humanos? ¿No estará construyendo a golpes burocráticos su carrera política?  Dr. Carpizo:

Le reitero la invitación del paseo, los dos juntos. Es que quiero mostrarle, demostrarle en carne viva, desflorada carne, con lloraderos de sangre todavía, la forma en que la tortura contra los desdichados sospechosos de ser sospechosos violenta los derechos elementales del mexicano. ¿Quiere verlo con sus propios lentes? ¿Se atreve, abogado defensor de los derechos humanos?

Entonces álcese del sillón y vayamos al reclusorio y solicitemos una entrevista con los infelices a los que acaban de entregar los representantes de la “justicia”. Ahí , doctor, van a ver sus lentes lo que yo he presenciado: carnes rotas, desgarradas con clavos las plantas de los pies, masacrados los testículos y hechos garras los costillares, y aquellas lenguas quemadas a toques eléctricos, y aquellas narices rotas, y secuelas del agua mineral, y la cabeza, que fue sumergida en la taza del excusado. A la viva fuerza, al sadismo vivo, a la patología vil…

¿Se anima, doctor? Vayamos al reclusorio, y verá lo que va a ver, y verá también que si es varón de virtudes desecha esa encomienda, porque sabrá que ninguna honra agrega a su curriculo proseguir con el oficio de los oficios firmados, cuando en las celdas de tortura se sigue desgarrando infelices. En el sillón de la CNDH, por contras, sí engaña a las masas con aquello de que esas siglas castigan la represión que perpetra el gobierno, el del propio Salinas. Bote esa chamba, doctor. Tantas hay a la medida del varón de principios, vergüenza, decoro, dignidad. Bótela, Dr. Carpizo. Y ya. (Es cuanto.)

Judío Errante

Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?

Y díjole Jehová: «La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Por legitimar tu llegada ilegal al paraíso desataste entre tus hermanos  una matanza que no sabes como frenar. La guerra que en mala hora declaraste contra los de tu raza ha provocado sangre, duelos, quebrantos y lágrimas. Contra ti claman las almas de más de 60 mil cuyos cadáveres se esparcen en una tierra que de no ser por la misericordia de mi corazón sería tierra baldía y estaría maldita por culpa de  tus  acciones carniceras».

– Tuve valor para enfrentar a los criminales.

– ¿Valor tú? ¿Cuántos guardianes precisas para acallar el temor, porque sabes que cualquiera de los que habitan la tierra sueña con arrebatarte la vida? ¿Acaso te has ganado el aprecio y el reconocimiento de los que te rodean? ¿A alguno reconoces por amigo?

Caín humillaba la testa. «Ahora, pues, que se agota el tiempo de tus iniquidades, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tus hermanos. Cuando labres la sementera fruto mostrenco te habrá de dar;  errante y extranjero serás en la amplitud de toda la tierra antes de lo que imaginas. ¿Dónde te ocultarás? ¿Qué comunidad de humanos aceptará dar sustento a uno que así se ha empantanado las manos con el torrente de sangre de sus hermanos de raza?»

Fatalista, resignado, el matancero: «Me echas hoy del suelo que habito, y de tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra, y cualquiera que me hallare me matará».

– Ninguno podrá darte el consuelo de la muerte.

Y Jehová puso señal en Caín.  Ni la merecida muerte violenta ni la inmerecida hospitalidad de quien ignorase  la sangre derramada por el carnicero. «Para ti no existirá la hospitalidad, que así como algunas flores cierran sus pétalos ante la presencia del insecto dañiño, hostiles te serán todos los pueblos de todos los rumbos. Errante andarás por la tierra, y mi señal te hará cargar la verguenza por toda una eternidad».

Torva mirada, Jehová observó al asesino de sus hermanos abandonar la heredad. (Ya había enviado emisarios secretos  a todos los rumbos en procura de asilo, pero sabía que una tras otra, las comunidades le negarían la entrada. Pueblos de todas lenguas, sistemas políticos y creencias religiosas rechazarían la idea de acoger entre ellos al Judío Errante que tras sí dejaba un almácigo de cadáveres a flor de tierra y otros más hacinados en fosas clandestinas.)

Diciembre. Ahí fue el ir y venir del Judío Errante, encuevado en los escondrijos donde le sorprenda la noche, lejos de todo humano contacto. Ahí sobrevive apenas, a penas, marcado con el signo de la sangre derramada, sin más familia que mujer e hijos; sin más riqueza que la mal habida, sin más ángeles guardianes que escuadrones ya de verde olivo, ya de civil. «¿Me protegen o me tienen cautivo, vigilantes de que no me vaya a escapar?»

A Caín, como a Macbeth,  el sueño se le ha desterrado. «Desearás la vida, y la vida se te ha de negar. Convocarás a la muerte, y no escuchará tus lamentos». Caín.

Y ocurrió que observando desde este montículo un caserío arropado en capullo de llamas vivas, Lot se dolía:  

– Trágico tu final, ciudad hasta ayer dichosa. Virtuosa fuiste, y bienamada del cielo, pero tu buen corazón te acarreó la ruina. No te atrevas a recibir a ese maldito de Dios, te repetía yo, pero tú, blanda de entrañas…»

Ah, Sodoma, entre todas desdichada. (Fin.)

Mamá Maurita

“Los Legionarios de Cristo inician una fuerte campaña para impulsar la beatificación de Mamá Maurita, la madre de Marcial Maciel. Tiene una pagina web donde se publica su oración, se invita a presentar nuevos milagros y se anexa una cuenta bancaria para depositar “a la causa.» (Milenio.)

¿Ustedes, mis valedores, ya se apresuraron a depositar una parte de su gasto semanal para que Ratzinger beatifique a la santa madre del ya casi beato padre (de familia), el difunto  Marcial Maciel? ¿Cuál de esos dos beneméritos será el que se primero encarame a los altares, la santa Madre Maurita o su hijo el padre de hijos naturales y putativos, paidófilo bisexual y fundador de los Legionarios de Cristo, bienamados de Norberto Rivera, cardenal de la Iglesia Católica? ¿Cuál es su candidato para la primera de esas aureolas?

¿Difícil que un garañón de sotana como el muerto Maciel consiga la beatitud? No lo es, si ocurre que Ratzinger prolongue la política de Karol Wojtyla, aquel “amigo” de México que hizo chuza de hasta 34 asesinos y torturadores cristeros a los que enjaretó la etiqueta de mártires. Y qué tufaradas de azufre exhala tan sospechosa arribazón de fanáticos al “club de la aureola”. Y es que por estos días la santidad se abarata, se cosecha al por mayor y se nos torna pandemia. Por santos no vamos a parar, que ahora se ensamblan a escala industrial. Laus Deo.

Y si no, mis valedores: ¿no consiguió patente de santo un personaje como José María De (este “De” se lo enjaretó a capricho) Escrivá, fundador de ese Opus Dei, cuyos opositores denuncian, entre otros «pecados» del beato, «la acumulación de riqueza», y aquella de que  “el Opus Dei es peor que una secta, son mercaderes del evangelio, que destrozan vidas humanas?»

Pero ha sido beatificado. Con el beato Escribá ya lo es también Juan Pablo II. Ya suelta un tufillo a «santo» el verraco padre Maciel, al igual que su santa Mamá Maurita. ¿O qué, iban a ser desperdicio los ríos de dinero que a manera de sobornos los legionarios han evacuado en las arcas de El Vaticano por aquello de que ya alucinan con el insaciable padrecito Maciel trepado en su niño (trepado en su nicho, quise escribir; travesuras del inconsciente); en su nicho de ermitas, capillas, templos, basílicas y catedrales? Y a esto quería yo llegar.

Quería llegar a los métodos burocráticos que advierto en el criterio vaticano frente a la santificación de aspirantes, y lo ejemplifico con un santo mexicano al que hasta hoy nada me ligaba más allá de una perfecta indiferencia y por el que ahora siento una recóndita compasión: otro Felipillo santo, un tal Felipe de Jesús Calderón, al protomártir mexicano lo acaba de declarar públicamente su “patrón”. A San Felipe de Jesús, que de tal desafuero no es responsable, válgame…

La burocracia de El Vaticano:  el español y beato Escrivá murió de viejo, en su cama, y en lustros fue canonizado. De viejo murió el polaco Juan Pablo II, y por la vía rápida se le colocó la de beato. En la flor de su edad, el mexicano Felipe de Jesús fue martirizado junto con sus compañeros de evangelización en tierras niponas:

“Cada uno fue sujetado a una cruz con argollas y cuerdas; dos de aquéllas se colocaron en las muñecas, otras tantas en los pies y una en el cuello. Felipe de Jesús fue el primer crucificado: alanceado en tres partes, dos por los costados y una por el pecho, murió murmurando el nombre de Jesús”.

A diferencia de Escrivá y Juan Pablo II, el de Jesús  fue canonizado 265 años después de su muerte. (Dios.)

Sombras nada más

Veo un México de comunidades indígenas, que no pueden esperar más a las exigencias de justicia, de dignidad y de progreso; de comunidades indígenas que tienen la gran fortaleza de su cohesión, de su cultura, y que están dispuestos a creer, a participar, a construir nuevos horizontes.

Veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales.

Luis Donaldo Colosio, mis valedores, ¿lo recuerdan ustedes? Más allá de bronces y mármoles, auditorios y plazas públicas, calles y callejones sin salida que mal soportan el nombre del sonorense que en su momento les endilgó el PRI-Gobierno, ¿qué queda a estas horas de aquel mediocre candidato presidencial del PRI cuya máxima hazaña fue morirse de muerte violenta? (Toda muerte es violenta). Nada queda, o casi nada. A lo desganado, por no dejar, unos cuantos desocupados del Tricolor van a hilvanar este fin de semana, en la rutina del ritual, tres frases hechas, y ya. Ah, pero aquello que fue hace 18 años…

Hace 18 años logró salpicarnos el chapoteadero de sacarina, cursilería y lagrimeo de glicerina que habrían  de expeler esos oportunistas histriones de la necrofilia con  vocación de plañideras que a lo aspaventero iban a perpetrar el aquelarre del oportunismo ventajista para sacar raja y tajada de aquel coyote de su misma loma al que antes masacraron como recurso para luego vendérselo a los incautos como héroe, mártir y salvador de la patria. Mucho cuidado, dije a todos ustedes por aquel entonces. Mucha cautela, que semejante dulzor es el de ciertos venenos. Del copal, el humazo, se me quedaron algunas volutas:

“El nombre del mártir en calles y plazas”. “Inauguración de la Plaza Colosio. Asiste. Mexicanos por la victoria”. “Del pueblo a Luis Donaldo, héroe y mártir de la democracia…”

“Desde las primeras horas de este día, decenas de magdalenenses acudieron al panteón  a visitar la tumba y la escultura de bronce en el centro del mausoleo donde reposarán los cuerpos del matrimonio Colosio”.

Y que la escultura del tal está unida a la de su esposa Diana Laura, con su brazo izquierdo apoyándola, “lo que significa, aclara un H.J. Islas, ingeniero,  la mano suave con la cual el candidato trataría los problemas políticos, a la población humilde y a los indígenas (sic). En tanto, el brazo derecho lo mantiene en alto, con la mano empuñada que demuestra la fuerza y la energía que seguramente usaría para los problemas difíciles del país”. Válgame.

Diana Laura. La mujer que siempre brilló con luz propia, no pudo resistir la ausencia de su compañero Luis Donaldo y en la mañana del 18 de noviembre (1995) terminó de cansarse (¡!); hasta ahí, las noches eternas y de soledad, no resistió más la ausencia del compañero y extendió los brazos para que la recibiera…”

Melcocha, sí, pero de un A.M. Barrasa el verdadero monumento a la cursilería: “Colosio era una luz en las tinieblas, un camino en la encrucijada, un ser superior que como Cristo, fue sacrificado por los rencorosos, los envidiosos, los que percibieron que era un hombre que haría un gobierno de equidad y justicia, y su interés mayor sería para los pobres. De honradez acrisolada, que prevalecería su espíritu democrático. Nuestro México querido y los pueblos de la Tierra de ese llamado Tercer Mundo ya tienen en su calendario cívico y social otro héroe civil».

(Mañana.)