Judío Errante

Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?

Y díjole Jehová: «La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Por legitimar tu llegada ilegal al paraíso desataste entre tus hermanos  una matanza que no sabes como frenar. La guerra que en mala hora declaraste contra los de tu raza ha provocado sangre, duelos, quebrantos y lágrimas. Contra ti claman las almas de más de 60 mil cuyos cadáveres se esparcen en una tierra que de no ser por la misericordia de mi corazón sería tierra baldía y estaría maldita por culpa de  tus  acciones carniceras».

– Tuve valor para enfrentar a los criminales.

– ¿Valor tú? ¿Cuántos guardianes precisas para acallar el temor, porque sabes que cualquiera de los que habitan la tierra sueña con arrebatarte la vida? ¿Acaso te has ganado el aprecio y el reconocimiento de los que te rodean? ¿A alguno reconoces por amigo?

Caín humillaba la testa. «Ahora, pues, que se agota el tiempo de tus iniquidades, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tus hermanos. Cuando labres la sementera fruto mostrenco te habrá de dar;  errante y extranjero serás en la amplitud de toda la tierra antes de lo que imaginas. ¿Dónde te ocultarás? ¿Qué comunidad de humanos aceptará dar sustento a uno que así se ha empantanado las manos con el torrente de sangre de sus hermanos de raza?»

Fatalista, resignado, el matancero: «Me echas hoy del suelo que habito, y de tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra, y cualquiera que me hallare me matará».

– Ninguno podrá darte el consuelo de la muerte.

Y Jehová puso señal en Caín.  Ni la merecida muerte violenta ni la inmerecida hospitalidad de quien ignorase  la sangre derramada por el carnicero. «Para ti no existirá la hospitalidad, que así como algunas flores cierran sus pétalos ante la presencia del insecto dañiño, hostiles te serán todos los pueblos de todos los rumbos. Errante andarás por la tierra, y mi señal te hará cargar la verguenza por toda una eternidad».

Torva mirada, Jehová observó al asesino de sus hermanos abandonar la heredad. (Ya había enviado emisarios secretos  a todos los rumbos en procura de asilo, pero sabía que una tras otra, las comunidades le negarían la entrada. Pueblos de todas lenguas, sistemas políticos y creencias religiosas rechazarían la idea de acoger entre ellos al Judío Errante que tras sí dejaba un almácigo de cadáveres a flor de tierra y otros más hacinados en fosas clandestinas.)

Diciembre. Ahí fue el ir y venir del Judío Errante, encuevado en los escondrijos donde le sorprenda la noche, lejos de todo humano contacto. Ahí sobrevive apenas, a penas, marcado con el signo de la sangre derramada, sin más familia que mujer e hijos; sin más riqueza que la mal habida, sin más ángeles guardianes que escuadrones ya de verde olivo, ya de civil. «¿Me protegen o me tienen cautivo, vigilantes de que no me vaya a escapar?»

A Caín, como a Macbeth,  el sueño se le ha desterrado. «Desearás la vida, y la vida se te ha de negar. Convocarás a la muerte, y no escuchará tus lamentos». Caín.

Y ocurrió que observando desde este montículo un caserío arropado en capullo de llamas vivas, Lot se dolía:  

– Trágico tu final, ciudad hasta ayer dichosa. Virtuosa fuiste, y bienamada del cielo, pero tu buen corazón te acarreó la ruina. No te atrevas a recibir a ese maldito de Dios, te repetía yo, pero tú, blanda de entrañas…»

Ah, Sodoma, entre todas desdichada. (Fin.)

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