De trapecistas y maromeros

¿Logreros y claudicantes? ¿Redrojos políticos?  Para contrastar su conducta con la fidelidad a principios permítaseme esta vez arrimarme a la advocación de la  Comandanta Ramona, que así se nombraba. ¿Recuerdan ustedes a la indígena chiapaneca de baja estatura, huipil chiapaneco y rostro oculto por el pasamontañas que militó en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el EZLN de aquel que fue alguna vez el Subcomandante Marcos? Con la presencia ausente, sé lo que digo,  de la guerrillera, voy a hablar de esos indecorosos, desvergonzados saltimbanquis de la grilla politiquera ayer mismo adversarios de ideología y que hoy, por asuntos de medro personal y de grupo, amanecieron abarraganados. Chuchos, grillos, chapulines, talamanteros de Nueva Izquierda. Baquetones.

Aquí recuerdo a la Comandanta Ramona, varona que en vida y muerte fue espejo y flor de virtudes cívicas, fidelidad a principios e integridad personal. Ella que con pasamontañas y colorido huipil se nos quedó como seña de identidad de la lucha civil contra el Sistema de poder. ¿Recuerda alguno de ustedes a la Comandanta  Ramona? ¿Recuerda alguno la respuesta que dio al entonces Zedillo, que le ofrecía trasladarla a esta ciudad para que le tratasen cierta enfermedad mortal de necesidad? Ella, la entereza y el temple y la dignidad personal:

“Nosotros nos levantamos en armas para que todos nuestros pueblos  tengan salud, no para que ustedes me curen a mí…”

(Yo entonces pensé en Leónidas el espartano mientras moría por su patria frente a los guerreros persas de Jerjes. Mozart en el aparato. A media voz, el Requiem.)

Los indecorosos, en cambio; los ventajistas: un basurero mi mente con las imágenes de un Angel de la guarda del perredismo cupular para el que todavía hace unos meses era todo un delincuente electoral y asesino de perredistas, hoy el bienamado al que Marcelo Ebrard, con la mano del gato (del Chucho), encaramó al gobierno de Guerrero. Pienso en la cáfila de  pragmático-utilitaristas que se arropan en la frase convenenciera derivada del  florentino:

“El fin justifica los medios”.

Reflexiono en un pragmático Muñoz Ledo, candidato presidencial del PARM que a su hora ligó acuerdo con el candidato de la Alianza por el Cambio, un tal Fox. Extrañados, los estudiantes tlaxcaltecas lo interrogaron:  “¿Pero por qué con  Fox?”

Así respondió el personaje que en su vida pública ha militado en  todos los partidos políticos del país:

– Me alié con Fox porque los estudiantes me lo pidieron. En todas las universidades en las que he estado presente las preferencias se inclinaban hacia Fox y hacia mí. Yo estoy en contra del presidencialismo, y eso es lo que buscamos Vicente y yo.

Y la nota de prensa: “Porfirio Muñoz Ledo sostuvo que continuará con el proyecto de convergencia con Vicente Fox, en el cual también participa Manuel Camacho Solís”. Sí, el prófugo del PRI, alquimista de Angel Aguirre, priísta encubierto. México.

Otro que tal. Cuando Carlos Salinas llegó a Los Pinos nombró como procurador general de la república a Ignacio Morales Lechuga, priísta de tradición. Pero terminó el sexenio y Salinas pasó a ser el hombre más aborrecido del país, y el salinista Morales a desmarcarse de él y desconocerlo.  Interrogado por el reportero, aquí su justificación:

(La entrevista y algo más, el lunes.)

“Pobre México…”

Pobre, sí. Tal fue la reacción del matutino ante la privatización de los ferrocarriles que prestaban un valioso servicio al país. En su sexenio se ufanaba un vende-patrias:

“En forma exitosa y de acuerdo con los tiempos previstos marcha la privatización que promovemos en gas natural, terminales portuarias, telecomunicaciones, petroquímica secundaria y ferrocarriles”.

Ferrocarriles. El nombre del privatizador, Zedillo, se asienta ahora mismo en la nómina de la empresa norteamericana a la que remató los ferrocarriles nacionales. ¿Y nosotros? ¿Cuál es la respuesta de las masas sociales? Tomo el matutino  y leo, de su sección editorial: “Pobre México. Un vulgo ignorante y unos periodistas vendidos batían palmas cuando se acordaron concesiones ferrocarrileras al yankee”.

Pues sí, pero no, mis valedores,  el editorialista no aludía a Zedillo, ni a Fox, ni al Verbo Encarnado, sino a Porfirio Díaz, uno de los primeros entreguistas que se han culimpinado ante el imperio. La fecha del matutino: 1885. La denuncia editorial:

“Mientras, los hombres pensadores temblaban por el porvenir de esta patria infortunada, victima de las ambiciones y de la improvisación. Los hombres pensantes veían en esas concesiones un peligro inminente para México, y no se equivocaron. En recompensa de las espléndidas  subvenciones concedidas a los yankees, éstos están arruinando al país por medio del contrabando de armamento, y debido a ciertas tarifas de conveniencia, concertadas de una manera embozada para proteger la industria extranjera con graves perjuicios de los intereses nacionales.

Por una mera casualidad, el Ministro de Fomento desconfió de los manejos yankees, y sólo apoyó las tarifas de una manera provisional y por corto plazo: cumplióse éste, prorrogóse en seguida, ha vuelto a cumplirse; y sin embargo no se ha podido conseguir que la Empresa del Ferrocarril Central modifique sus laterales tarifas. Rehúsa reformarlas, y para ello se vale de rémoras y pretextos inadmisibles. Por lo visto, nuestros agradecidos y caritativos empresarios, los americanos, obran ya en este país como si estuvieran en su casa. La conquista pacífica comienza ya a producir sus sabrosos frutos.

¿Qué sucederá mañana? D. Porfirio, que tuvo a bien romper con las inveteradas preocupaciones del inteligente y previsor Benito Juárez, puso a los yankees un puente de plata para que desde Nueva York pudiesen venir a esta capital, sin incomodidades, sin riesgos y a costa nuestra. A D. Porfirio toca sacar al país del espantoso atolladero en que está metido. ¡Ojalá y no sea ya demasiado tarde! (Periodista valiente, sí, pero cándido, digo yo.)

“A grandes males, grandes remedios. Si al fin hemos de romper con los que se tomaron media República hace 38 años, y que ahora tratan de apoderarse del resto por medios ingeniosos, vale más que suceda hoy. Mañana la obra será más difícil porque se habrán creado y robustecido grandes intereses americanos en esta República”.

Y esperanzador para tantos, al pie de plana el anuncio: “Específico de Henry, célebre remedio inglés. Es el único específico seguro e infalible para la curación rápida y radical de la impotencia, derrames seminales y toda clase de desarreglos producidos por excesos. Jamás ha fallado. Experiméntese. Depósito único en la República, Droguería Universal de E.Van den Wyngaert. Puente del Espíritu Santo núm. 1″.

Calma, no acelerarse, no precipitarse alguno de ustedes. Ya busqué, simple curiosidad,  el domicilio de marras. No existe más. (Lástima, ¿no?)

Lodo biológico

Siglos atrás, en la anchurosa imaginación de Rabelais, novelista francés, existió un reino de encantamiento que regían Gargantúa y Pantagruel y poblaba una sarnienta galería de curas rijosos, pícaros de la engañifa, hembras del toma-y-daca carnal y toda suerte de esos vagamundos que vienen y van a contracorriente de leyes y reglamentos. La picardía en pleno, pues.

Entre pícaros tales el más tal de todos era  Panurgo, rufián tramposo y  camandulero que cierto día, viajando en algún navío cargado de carneros que un comerciante llevaba al mercado, trabó con el borreguero agria disputa por un asuntillo teológico: que si Dios, siendo uno, era trino también. ¿Uno y trino? No me ech-inglés. La disputa terminó en una zanfranza a estacazos. De súbito:

– ¡Alto, los valientes no asesinan! El clérigo de a bordo logró amansar la tranquiza. Pues sí, pero no, que Panurgo  era de muy mala condición, mala entraña y corazón bandolero, y no quedó conforme con la ración de estacazos, y mucho menos con aquello de que Dios, siendo uno, es trino también. Rencoroso de natural, en un rincón del navío cavilaba buscando un desquite que no fuese a enfrentarlo con la justicia, como la puñalada trapera que tuviese que pagar en galeras. ¿Qué desquite será el adecuado, Dios mío según esto uno y trino?

Panurgo, como todo baquetón, era ingenioso, de modo tal que, de súbito, eureka; con el perfecto plan enfrentó al comerciante en carneros:

– Haya paz, y por que mire su buena merced que no le guardo rencor por aquello de que Dios, de ser uno, es trino, quiero tratar con vos un asunto de carneros. Vendedme uno, mi señor.

– Todo fuera como eso. ¿Por cuál os interesáis?

– Por aquel que está olisqueándole las verijas a la borrega. ¿Cuánto?

– El más gordo requerís; el más caro también.

Ahí se inició la maniobra del regateo. Que os ofrezco tanto por el carnero, pagadero en tres monedas de oro que son tres odas, y que no odas, que mi animalito no me robé, y que no voy a malbaratarlo como si  yo fuese Calderón, vos el gringo  y mi animalito PEMEX. Se cerró el trato y el remate del plan: Panurgo, con el carnero pataleándole los brazos, de repente arrimó el animal a la borda y a la vista de la manada lo arrojó de panza a las olas del mar. Venganza cumplida.

Cumplida, porque siendo el carnero el animal estúpido por excelencia, que a lo acrítico reacciona al lema de que “lo que hace la mano hace la tras”, el animalero de miércoles –de jueves- comenzó a saltar en fila india detrás del que le precedió en el salto, carneros dejaran de ser. ¿El mercader, entre tanto? Ese, chillando, en vano intentaba detener la borregada. ¿Panurgo? El tal, pepenado del palo mayor, se pandeaba de risa:

– Caro me costó el carnero, pero qué sabroso me vengo, por Dios uno y trino. Cómo me vengo, que hasta me estremezco al sabor de la dulce venganza.

A esto quería yo llegar: en esta temporada electoral: ¿cuál fue el primer  borrego que pegó el brinco de su partido al rival? ¿Cuáles, cuántos chaqueteros se fueron tras de él? ¿Cuántos convenencieros están a estas horas en el gobierno de cuántos estados federativos? Estúpidos son los borregos, sí,  pero no inmorales como esos chuchos ortega pragmático-utilitaristas huérfanos de ideología y dignidad personal, heces politiqueras que al  precio de la indignidad han logrado su tajada de medro personal. Provecho, chuchos  “perredistas” de la calaña de Angel Heladio, ángel de la guarda de tantos cadáveres no tan sólo de  Aguas Blancas y El Charco, sino también de la base social perredista. (Borregos y chuchos, agh.)

Baile, mi rey…

Los salones de baile, mis valedores. Aquellos de ustedes que lograron llegar más allá de la media vida rasparon suela, qué duda cabe,  en el Salón Colonia, el Nereidas, el California, Los Angeles...

Noche de sábado. Todos a embrocarse  el tacuche y los cascorros de dos vistas, y a danzonear como manda el Floresta.  Ah, los tiempos que fueron del mambo y la rumba, la guaracha y el danzón; tiempos aquellos no de un siniestro Fox sino de un glorioso fox trot, y  a moverlas al ritmo de la salsa y el rock, y vuelta al danzón, que no es moda efímera. “¡Hey, familia..!”

Los bailes del viejo salón de baile, qué tiempos. (Tú, la de la piel canela y el púrpura corazón bordado en la blusa transparente y sutil. Tú,  que siendo tan niña me enseñó a pescar. (Arponazos de penicilina, y la paz.) ¿Cuál fue tu nombre, dónde te hallas a estas horas, qué tierras andas pisando, vives aún? Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. ¿Me permiten? El lagrimón.)

Hoy día, en el horror de una inexistente guerra que genera muertos y heridos, vencidos y vencedores, pero que, amigas y amigos,  no es guerra sino  lucha por la seguridad que antes de la que no es guerra existía en el país, pareciera que vuelve la moda del baile de salón, porque después de todo, ¿que viene siendo la moda sino eso que pasa de moda para ponerse de moda otra vez? Esto lo vi y lo viví una noche de estas en cierto salón para baile y bautizos, primeras comuniones, quince años, fiestas de graduación, bodas, defunciones y vuelta a empezar con bautizos. La biografía del barrio, con su maestro de ceremonias: “Tú, quinceañera feliz, que arribas a la edad de las ilusiones color de rosa. ¡Un aplauso aquí para la agraciada  Yénifer Dayana Yeneví!”

Noche de baile. Llegué al Floresta, me atejoné en un rincón y observé a las parejas: dinámicas, entusiastas, escurriendo sudor, que al son de la Sonora Rastacuerabailoteaban pecho a pecho, hombro con hombro, cachete con cachete, cuadril con cuadril, monte con monte. Gózame, negra. En el sonido, a 10 mil decibeles, una descoyuntada música en brama que forzaba a los bailadores a zangolotearse como a las convulsiones de la epilepsia. Y de súbito: ¡La boa!

De utilería

Vidas paralelas, mis valedores, la de la Marta, que aspiraba al sillón de Los Pinos, pero cuyas aspiraciones terminaron cubiertas de telarañas en algún rincón de La Estancia o de San Cristóbal, y la de la Sarah Palin, reina por un día que arañó la vicepresidencia de Norteamérica. Figura esta, protagónica del denominado Tea Party, a punta de excitaciones al racismo, la discriminación y la violencia contra todo lo que no fuese WASP (blanco, anglosajón y protestante) logró el asesinato de varios inocentes, que con su muerte asesinaron el futuro de una Palin que habrá de caer al desván de la historia lo mismo que la segunda esposa de Fox. Desde que saltó a la palestra política nacional como candidata de Partido Republicano a la vicepresidencia, en el 2008, la ex-gobernadora de Alaska no había experimentado un descalabro tan escandaloso en las encuestas. Los ciudadanos hoy la rechazan, sin más. Que así pasan las glorias efímeras.

Estoy mirando la foto de Marta,  dije a ustedes el pasado viernes, y la

describí en su corta estatura de dama insignificante que el tanto de todo un sexenio, casi tan ignominioso como el actual, fue reina de hojalata que luego se derrumbó, y con ella una historia que fue de surrealismo esperpéntico. Marta, a la que alguno se alcanzó la humorada de sacar de detrás de un mostrador de cierta farmacia veterinaria en Zamora, Mich. para encaramarla de “pareja presidencial” y candidata a Los Pinos. (Yo, que en su momento ironicé sobre tan delirante pretensión, ahora me arrepíento porque, mis valedores: ¿con  Marta hubiese estado gobernado el país de manera más desastrosa?) Hoy día apenas se atreve a sacar la cara, como ocurrió hace unas semanas  en la festividad con que un cierto  Antonio Chedraoui, arzobispo de la Iglesia ortodoxa, celebró 79 años de vida. La miro en la foto. Qué tiempos…

Menudita, peripuesta, flanqueada por (cuándo no) un jerarca del gobierno y otro de la Iglesia católica, ese Norberto Rivera asiduo a las rumbosas reuniones de la “alta sociedad” al que Marta debe el favor de la disolución matrimonial para dejarla en situación de madre soltera de los  Bribiesca Sahagún, cuyos hechos de corrupción demuestran que tienen muy poca o madre ninguna, soltera o no. La Sahagún.

Leo, a propósito, la noticia del domingo pasado: “Durante una reunión con miembros del Tribunal de la Rota -corte que decide la validez o anulación de los matrimonios católicos-, el papa Benedicto XVI pidió ayer a los sacerdotes mayor cuidado y severidad a la hora de autorizar los matrimonios católicos, así como a la hora de declararlos nulos”. Siempre que no se trate de “primeras damas” de países tercermundistas, ellas tan desprendidas con sus limosnas a El Vaticano. Laus Deo.

Existe en el surrealismo político del país esa trágica mujer que desde el gobierno tejió un poder de pacotilla y se atragantó de honras (fúnebres, por efímeras y deleznables.) Reina del esperpento, llegó al gobierno golosa de fama, riquezas, protagonismo, poder. Viciosa de lujos, derroches, riquezas, ostentación, su avaricia y compulsión por el poder le acarrearon el odio de las masas sociales. Marta, la de Guanajuato.

Pero a la reina de utilería la aplastó la realidad objetiva,  y su carácter de malvavisco la derrumbó. De ésta, que encaramada por, en y sobre un mandilón Fox, reinó ayer en México y hoy reina en las vacas de San Cristóbal, hablaré después, tanto hay en ella de malo qué comentar, como de la propia Palin, ex-gobernadora de Alaska. (Vale.)

Marta, la Palin…

Estoy mirando unas fotos a la medida de la reflexión sobre lo que pudo ser y no fue. En ellas observo, en primer término, a cierta personita en su real dimensión,      que es decir en su corta estatura física, mental y moral, una  trepadora que fue reina de hojalata y más tarde se derrumbó, y con ella toda una historia que fue de esperpento y surrealismo tropical. Marta…

Y cómo no iba a tornar a la nada de donde la sacó un repentino bandazo de ese viento que en invierno levanta hojarasca y basurillas; cómo no iba a volver a la nada de donde salió (la sacaron), si no para de ser figurilla de artesanía popular que los medios de condicionamiento de masas treparon a las alturas donde sólo los papalotes, los arribistas y los escarabajos excrementosos. Ella, pobre sueño de una noche de verano que al trepar hasta las arcas públicas las saqueó, a lo rapaz, y hoy vive, si ello eso es vivir, lejos del protagonismo, de las candilejas, de la ostentación, el rastacuerismo y los despilfarros de nueva rica. La estoy mirando en la foto, cierro los ojos, me pongo a pensar. Mis valedores…

Que los dioses enloquecen a quien quieren perder, se afirma, pero la realidad es otra: faltos de temple y carácter cuanto sobrados de odios, ambición y soberbia, algunos no son capaces de soportar un conflicto superior a sus fuerzas, y entonces se desbarrancan en la región de la locura. De la ficción y a memoria recuerdo, junto a locos notables como los de Maupassant y el de Gogol, al trágico rey Lear, cuyas locuras de cuando cuerdo  lo llevaron a las estrujantes escenas del viejo al que en pleno delirio abate la tempestad. El anciano insensato me parece el más humano de todos los trágicos entes de Shakespeare, el trágico de los humanísimos personajes. Lean El rey Lear. Y ya en los anchurosos terrenos de la mitología:

Ayax el héroe frente a los muros de Troya. Porque creía merecerlas reclamaba para sí  las armas del inmortal (ni tanto) Aquiles, recién fallecido.  Cuando Agamenón cedió esas armas a Odiseo-Ulises, tal fue la cólera de Ayax, que se atrevió a increpar a los dioses, culpa la más penada del Olimpo: la hybris, desmesura y soberbia. El sobrón fue castigado con la locura, y su mente tomó por guerreros troyanos un hato de ovejas, de las que hizo carnicería a filo de espada. Trágico doblemente, por la suprema crueldad con que se refina el castigo: tal como siglos más tarde Cervantes a don Quijote y con la aviesa intención de que se avergonzara de su hazaña ridícula,  los dioses devolvieron la razón al héroe. Refinado sadismo.

Ya la razón recuperada, Ayax caminó hasta la playa y en la arena enterró el pomo de su espada y se recostó en ella, del lado del corazón. ¿Don Quijote? Derrumbado en su cama, desencantado y agónico, renegó de pasadas locuras. A Sancho, que lo excitaba a levantarse y echarse a andar detrás de endriagos y dulcineas,  respondió el cuerdo, y aquí lo patético de la razón recobrada, que ya no se deja llevar por el fulgurante idealismo:

“No, Sancho amigo: en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”.

Triste, sí, mas no importa; se perdió un idealista y un soñador, pero esa bella locura es contagiosa: el Sancho Panza que fue zafio y vulgar es ahora el iluminado que anhela volver a los caminos del ideal (a abrir esos caminos) y enfrentar a gigantes y endriagos, y entre los astros volar a lomos de Clavileño. La locura del ideal no muere con el claudicante, que  otro tenderá el ala rumbo a “esa excelsitud inasible”. (Marta y la Palin, después.)

A su memoria

Y qué hacer, mis valedores. Se nos fue don Samuel Ruiz García,  mientras que acá se nos quedan finqueros, comerciantes y el alto clero católico, enemigos ancestrales de un indígena chiapaneco huérfano porque se le murió el padre, el tatic. Más tarde he de referirme a su tarea pastoral dentro de la palabra viva del Evangelio, que predicó desde la Teología de la Liberación. Mientras, aquí un esbozo de ese Chiapas de indígenas y terratenientes que marcó el mundo del tatic Ruiz García.

Ocosingo, 1994. “¡Religión y fueros! La vieja consigna de militares, terratenientes y el alto clero tronó una vez más. ¡Acábenlos, aniquilen a todos esos de una vez por todas!

“El grito se paseó por las calles en boca de ganaderos que niegan ser caciques, comerciantes que rechazan ser encarecedores de precios y   finqueros que protestan si se les dice latifundistas:

– ¡Que se acabe, que se aniquile de una vez por todas a esos indios!

“Finqueros,  ganaderos y comerciantes, en marcha por las calles, son los más ricos de la región. ¡Aquí todos somos gentes decente. Si los indios no tienen ni lo más indispensable es porque son flojos y no producen ni lo que se comen! ¡La gente que tiene es porque trabaja! ¡Los indios no producen ni para ellos mismos! ¡Y todavía el obispo les da de comer!”

En Canek, de Abreu Gómez: “El padre Matías decía misa por las tardes. En los sermones no hablaba de los milagros; prefería explicar cosas relativas a la injusticia de los hombres. La iglesia donde oficiaba se llenaba de gente, es decir, de indios. Los ricos se quedaban en casa, murmurando. A los que le llamaban la atención por su conducta, contestaba:

– Has de saber que para eso tengo permiso del señor Obispo.

Las limosnas que recogía para el culto las repartía entre los indios. A los que le pedían explicaciones, decía:

– Has de saber que el padre Matías le dio permiso al padre Matías para hacer la caridad del mejor modo posible”.

México, 1995. Diputados priístas enviaron una carta a Juan Pablo II, con esa sintaxis: “Santo Padre: Comunicamos a Su Santidad con todo el respeto que el pueblo de Chiapas y México, durante 18 meses ha estado viviendo un conflicto armado que lejos de resolver la marginación de las comunidades indígenas y ante su indisposición al diálogo, el conflicto armado se ha convertido en interés político de desestabilización.

“Papel muy importante en esta situación ha desempeñado el obispo de la diócesis de San Cristóbal, Samuel Ruiz García, y los párrocos y catequistas de dicha diócesis, pues ha sido evidente su trabajo promotor al odio y al enfrentamiento entre hermanos, actitud que habla del trabajo pastoral. Por lo que solicitamos a usted en bien de México, de la Iglesia católica y de Chiapas que el obispo Samuel Ruiz García sea removido de esa diócesis a cualquier otro lugar, pero fuera de México”.

Pero el padre Matías se nos ausentó de su ermita; el tatic Ruiz García se alejó al modo de Canek, héroe maya, y el niño Guy, difuntos como el propio  tatic:

Cuando Jacinto Canek subió al patíbulo, los hombres bajaron la cabeza. Por eso nadie vio las lágrimas del verdugo (…) En un recodo del camino Canek encontró al niño Guy. Juntos y sin hablar siguieron caminando. Ni sus pisadas hacían ruido, ni los pájaros huían delante de ellos. En la sombra sus cuerpos eran claros, como una clara luz encendida en la luz. Siguieron caminando y cuando llegaron al horizonte empezaron a ascender”.

Con ellos ascendía don Samuel Ruiz García, el tatic del indígena. (A su memoria.)

Mexicano canceroso

Ocurrió con el médico. Charla de amigos. Observé al paciente  que con dificultad abandonaba el consultorio: en la medianía de su edad, pero macilento su rostro, amarilla la piel, abatidos el mirar y los lomos.  Al pasar a tres pasos de distancia, vacilantes pasos, me azotó su aliento cadavérico.

– La próstata, ¿sabe usted? -El oncólogo.

Una dolencia menor, con los avances de la ciencia médica, comenté.

– ¿Y esos avances qué pueden contra la testarudez y el machismo de un paciente enfermo más de su mente que de próstata y genitales? Ignorancia, falsa hombría, prejuicio. Como tantos otros “machos”, este acaba de rechazar el tratamiento médico.

Más café. “Cáncer de próstata. Para iniciar de inmediato su tratamiento le solicité  varios exámenes. Sanguíneo, para empezar. Se indignó: ¡A mí  ningún Drácula de sanatorio me la va a chupar! Su sangre.  ¿Este mexicano que así rechaza una insignificante sangría estará enterado de que durante estos años y sólo para cubrir los intereses del Fobaproa zedillista tanto él como usted, yo y el resto de mexicanos hemos venido padeciendo un sangrado de cientos de miles de millones al año? ¿Sangría tan brutal ha dolido a este canceroso mexicano? ¿Se lamentó, protestó? ¿Se enteró, tan siquiera?

Que le pidió un examen coprológico, y el escándalo: “No, doctorcito. ¿Yo con tales inmundicias?”

– El, que día, tarde y noche, se atasca hasta el cuello (¡hasta la mente, hasta el espíritu!) con inmundicias del calibre de lo que traga en la TV. Le hablé de un electro. Que cómo iba a estar enfermo un corazón que le ha salido tan querendón. Querendón, sí,  con todas, a excepción de la esposa: con la vecina, la doméstica, la oficinista. Al puro examen con el estetoscopio –sobre la camina, que a un macho ninguno le anda por las tetillas-, soplos, arritmias. Yo, la ética, la terquedad: “Se requieren algunos otros exámenes”.

“¿De mi qué? ¿Mi semen? Recato, doctor, qué desfiguros.

El cual, recatado, es macho promiscuo que se vive regando su semen debajo de cuantas faldas, faldillas y minifaldas se le paran por enfrente. Y a desparramer preñeces, abortos, contagios venéreos.

Mi amigo el oncólogo se atrevió a sugerirle un examen más.

– A golpes me hubiese atacado de no impedirlo su extrema debilidad cuando le insinué un posible daño en su izquierdo, con la eventualidad de operárselo. “¿Yo atentar contra mi virilidad?” Que uno de su condición se para frente a la vida con la frente muy en alto y toda  la hombría en su nidal. “Yo con ella soy hombre cabal, y con ella me van a echar la tierra encima. A mí la hombría nadie me la corta, doctor”.

La hombría. Ahí nomás, frente a su testículo canceroso, los gobernantes de este país, tan faltos de testículos cuanto sobrados de indignidad, a nombre de 110 millones de machos van a mendigar a la Casa Blanca que gobierne por ellos y meta en cintura a los narcos de Ciudad Juárez. Ellos se agachan ante el vecino imperial, pero un mexicano se niega a extirpar de su organismo un foco de infección cancerosa. No, pero lo que faltaba…

“¿Tacto rectal? ¿A mí? ¿Que me baje los pantalones y me culimpine ante usted?  ¿Yo, dejar que me viole la hombría? ¿Soy maricón, al que le puede meter todo el índice?

– El, que el tanto de 70 años y  sin asomo de protesta se dejó gobernar por el índice. El, al que en el 2006 le embombillaron no el índice, sino toda la mano de un impostor. La zurda, para redondear la metáfora. Ante mexicanos de este calibre, mi valedor, ¿qué puede la ciencia médica?

(Pues…)

El relato infantil

El relato infantil, mis valedores. Mi madre, al amamantarme (dos años y medio, suertudo que soy), me dormía no con el clásico de Blanca Nieves o Pulgarcito. Ella, zacatecana de origen:

“Grábatelo, mi hijo: el Señor Dios, en la santa misa, reveló a un señor obispo el instante en que dos impíos caían de cabeza en los apretados infiernos. Uno fue el indio Juárez; el otro hereje, el impío Calles, verdugode los santos sacerdotes que tuvieron que hacer la cristera por amor a la santa Iglesia. ¿Ya te dormiste, mi hijo?”

Tal el cuento que arrulló mis ensueños de mamón. Dejé la teta, qué lástima, y tuve que entrar a la escuela, lástima peor. Mi niñez fluyó como la de todo niño zacatecano: con una estampita del cura mártir Miguel Agustín Pro en las manos, pero no una estampita cualquiera, sino una milagrosa. La cartulina mostraba, en negativo, los rasgos lechosos de un rostro informe, como forjado con ectoplasma, del que en el centro se advertía un puntito oscuro como travesura de mosca. Las instrucciones para provocar el prodigio:

“Mírelo el devoto de manera fija y sin parpadear durante el tiempo que tarda en rezar un Padre Nuestro y una Ave María con la intención de que Miguel Agustín sea canonizado muy pronto. Luego mírese al cielo y oh prodigio: ahí aparecerá el rostro del siervo de Dios”.

Y sí. Luego de mirar el puntito, ¡el milagro! Gigantesco, imponente a todo lo amplio del firmamento zacatecano, contra la claridad purísima se revelaban, ya en positivo, los rasgos del padre Pro, virgen y mártir del impío Calles. Los rasgos de barretero zacatecano me acompañaron al seminario donde, gracias sean dadas a las sotanas, aprendí a hablar y escribir en español: Suertudo que soy, repito.

En fin, que mi niñez zacatecana transcurrió a la diestra del padre, mi don Juan, y de aquella runfla de tíos, corazón cristero. Cabalgando con ellos (en ancas del penco, con la intención de que mis cristeros parientes conmigo se protegieran las espaldas por cuestión de algún rencoroso adversario de religión), viajaba yo hasta La Cañada, y detrás mezquites y encinas, fortines naturales, me topaba con aquellos montones de casquillos de máuser y carabina, cáscaras de la almendra de plomo con que el general Gorostieta y sus fanáticos (“¡Viva Cristo Rey!”) agujeraban la cuera de guachos pelones del “impío” Calles. Esto con el pecho protegido con el escapulario de paño con la leyenda:

“¡Detente, bala enemiga, que el corazón de Jesús está conmigo!”

Fue así como encontraron la muerte mis cristeros paisanos en su intento por desencuadernar la Constitución. Los difuntos de sotana y chaparreras quedaron, junto a los casquillos vacíos, detrás del pochote aquel, y del huizachito, y de la varaduz. Hoy, los restos de una Constitución desencuadernada hasta las pastas, ¿dónde fueron a quedar? Los ideales de los Gómez Farías, Mora, Juárez  y demás liberales, ¿no murieron de inanición por más que algunos ideólogos intentaron resucitarlos en la Convención de Aguascalientes y después Cárdenas? Sí, ellos lograron aplacar a los levantiscos de sotana y capa pluvial; pero que (a la  buena Fox y a la pésima el otro) trepan a Los Pinos los beatos del Verbo Encarnado, y entonces…

Las sotanas triunfaron, Los Rivera, Sandoval  y congéneres, dueños son de la voz, la homilía, la encíclica, la política del país y el 130 de la Constitución. Hoy, mancornados a los yunquistas del Verbo Encarnado, los reverendos dictan condiciones y ladean el país totalmente a la derecha. ¿Nosotros, en tanto? (México.)

Casi el paraíso

Las vacaciones, mis valedores. ¿Cuántos días serían de descanso? En mi retiro perdí la noción del tiempo, qué ganancia mejor. Todavía en el suburbio aquel  de Guadalajara y ya a punto de enfilar la trompa –del volks- en dirección de alguna casa de campo perdida a mil leguas de todas partes, un mi familiar me sorprendió con la recomendación:

– Para aguantar aquella soledad primero tenemos que apersonarnos en el negocio del Güero Palma, y que nos surta de  mercancía.

Ajale. Me azozobré.  ¿Del Güero Palma? ¿Para resistir la soledad? Con la del Güero Palma la resistirán los débiles de carácter, me refiero a la mercancía,   porque yo, aunque el espíritu abatido desde mi reciente drama personal (la separación de los amantes), a puro elaborar la etapa del duelo, quijadas trabadas y  dos que tres lagrimillas, y este sudar y un pujar hondo y profundo. ¿Pero mercancía del Guero tal..?

El Güero Palma. Así resultó llamarse el tendajón de la esquina. Pastas para sopa, galletas y jericallas, canela y tortas ahogadas, piloncillo y petróleo para las lámparas. Ya repleto el morral allá vamos en el volks.  y anochecemos en la casa de campo para, de repente, el milagro del día en el día del milagro, porque nos vino a amanecer el mugir de las reses y el exultante cantar de unos gallos que a kikiriquís fuerzan al sol a cumplir con su obligación, rostro sanguíneo y congestionado que asoma rayandome con todas sus letras de luz la gloria de la mañana, la de una naturaleza viva y estallante de fulgores. La Madre Natura

Ah de la naturaleza, madre nuestra de todos los días. Ah de  los aromas, tufos y  humores –humus, mantillo- de una  Madre Natura en celo, viva, palpitante y abierta toda de par en par, al reclamo de la semilla la hendeja de su entrepierna. A concebir, a parir, a desparramar vida que repta, vuela, florece.  Yo, al asalto de las ahogadas –las tortas- y la panela y el requesón, caminé por el  paraíso, decrépito Adán que iba poniéndole nombre a todas las cosas del nuevo mundo que me salía a recibir. Mundo, tiempo y criaturas vírgenes, aún sin mancillar por ese violador de espíritus que es el monstruo de mil cabezas: prensa escrita, radio, teléfono, Televisa, TV Azteca, el horror…

Pues sí, pero lástima, la gloria quedó atrás. Ahora, yo expulsado del Edén (solo, sin Eva a quien culpar porque me diera a morder, toquetear, lenguetear, el fruto prohibido, que no llegué a saborear); ahora, repito, ya dando cara a la ciudad capital, el ánimo se me frunce a la perspectiva de trocar el mugido de aquellas reses por el de otras cuyos bramidos se encargan de desparramar los medios de condicionamiento de masas. La alucinación.

Ahora me topo con que “la economía está más fuerte que nunca”, y que “el 201 será un año exitoso”, y que “en México no hay más ley que la que democráticamente nos damos los mexicanos”, porque los mexicanos vivimos una “democracia vibrante”. ¿Una qué, una cómo?

Menos mal que como para reponernos de semejantes agresiones a la inteligencia y el sentido común tenemos ahí nomás, para alimentar adecuadamente el espíritu, las putañeras aventurillas de aventurerillas que acaban de violar a un tal  Kalimba, y tenemos también la edificante biografía profesional del Jota Jota,  y la del Azul, la del Blanco y la del Amarillo, que si no…

Nos faltan al respeto, mis valedores. Nos vencen por nuestra propia ignorancia. La tarde de ayer, a propósito, ¿cuántas horas de su tiempo vital regalaron ustedes al cinescopio o a la de plasma? (México.)

Tristuras del arrabal

La carne de hospital, mis valedores. ¿Habrá en este mundo soledad humana más aplastante que la del camastro de hospital de barriada? Fue ayer tarde, ya al pardear. Erraba yo por los corredores del sanatorio de mala muerte, tufos de morgue y desinfectante, cuando rematé frente al catre donde, posición fetal, se enroscaba aquel desdichado de pálida cuera y pupila ausente. A riesgo de que mi buena intención se malinterpretase: “¿Puedo serle de alguna utilidad? Traerle algo de estanquillo, llamar por teléfono a su familia…”

Mutismo. Ausente del mundo, el enfermo siguió con las pupilas fijas en la pared. Ah, la medida de la humana soledad…

– ¿Acepta que le haga compañía unos minutos? Quizá le alivie hablar de su padecimiento. O si prefiere estar solo…

Silencio. Ya abandonaba el cubículo. “Siéntese, pues…”

La silla, reflejo del hospital: una pata, quebrada; torcida otra más, y asiento y respaldo ya en fase terminal (hemorroides, vértebras torcidas). Seguí de pie. “¿Muy dolorosa la intervención quirúrgica? Lo noto alicaído”.

– Y cómo fregaos no, si yo nací para perder, sin estrella y estrellado. Yo cargo encima la mala suerte, el mal fario,  la salación. -Un suspirillo.

Pensé: ¿sida, tal vez? ¿Cáncer? O quizá la amantísima, que lo acaba de abandonar. La muerte en vida lo llevaría a atentar contra el remedo de vida que vivió después. Lo vi removerse.

– Porque yo, cuando sano, enfermo; cuando enfermo, grave. Si me agravo, muerto estoy. Así me verá: solo y mi alma. Un apestado. Ah, mi destino…

Afuera, ulular de trenes que a bramidos se dicen adiós. ¿Trenes? ¿Cuáles? ¿No serán fieras patrullas que olieron la carne humana? ¿Ambulancias enloquecidas que, parturientas, intentan dar a luz, (a sombras) su cargazón de dolor y muerte?

– Este catre no lo dejo enfriar. Me le voy un tiempo y aún tibio de mis humores cuando regreso…

El gargajoso clamor del ánima arrabalera, tufaradas de alcohol, desde la calle entra a empellones en la canción del flagelado : “Pa qué me sirve la vida – cuando se trái amargada…’’

– La Navidad aquí me la pasé, vuelto un santo cristo por cuestión de la pastorela. Como a mí me tocó ser Luzbel. Una costilla hecha garras, que la espada del Miguel me la dejó flotante…

Y que familia, ninguna, y que por sentir el humano calor y la humana compañía se ofrece para participar en cualquier acto público. “¿Sabe que la Semana Santa participé en la pasión de Iztapalapa? Judas…”

Quebranto, tribulación, amargura. “Un centurión romano de falda tableada y sandalias se me dejó venir por derecho y mire”.

Molacho. Que aceptó actuar en la batalla del 5 de mayo. “Pero no me la dieron de Zaragoza. De Juárez, ya de perdida. No. De Saligny. Un zacapoaxtla en brama de patriotismo, nacionalismo y tlachicotón, me sorrajó un puntazo de mosquetón que me desacabaló el par.

– Ahora entiendo su preocupación.

– Qué va a entenderla.  Mire la nueva invitación. Quezque un digno remate del Bicentenario.

Leí el argumento. Una especie de drama griego, pero esperpéntico. El escalofrío. “Rechazó tal crueldad,  supongo”.

– Supone mal. En qué estaría yo pensando. Mi mala suerte, el mal fario,  la salación. Primero Luzbel, después  Judas, zuavo, y ahora…

-Pero esto resulta trágico. ¡En la alegoría va a representar al México de hoy y a sostener encima a un Calderón todavía más salado que usted y que saló a todo México! ¿Sabe lo que usted va a perder?

– Claro, el otro, el que me queda vivo del parecito…

Mordió la almohada Lo oí sollozar. Yo me la persigné. (Qué más.)

Un Madrazo más

Roberto Madrazo, mis valedores. Desprestigiado en el juego y rejuego politiquero del 2006, la claque política lo daba por muerto como daño colateral de las urnas. Yo entonces, profeta de pacotilla, le predije que a su hora volvería a figurar en el herradero político. Y sí, ya el difuntito comienza a aparecerse en público, y a manifestarse en los “medios”. Porque el político lo es de toda la vida por más que no esté en activo y cargue el desprestigio de traicionero y ladrón. Comienza usted a enredar los hilos de la tenebra. A enredarse en ellos, tal vez, le digo.

¿Cartucho quemado? Quien eso diga ignora las reglas politiqueras y la labor de usted mismo desde que se inició como dirigente del sector juvenil del Revolucionario Ins.. ¿Usted, un cadáver político? ¿No fincó su currículo y escaló posiciones a punta de transas, cesiones, claudicaciones y arreglos que lo llevaron a realizar el trabajo sucio para los que estaban en el candelero? Ya trepado al poder, ¿no lo amacizó a fuerza de corruptelas y compinchajes? ¿No aprovechó el puesto para aventarse sobre los dineros públicos? ¿No robó, depredó, derrochó y compró voluntades y complicidades? ¿Entonces..?

Recuerdo el derroche demencial que perpetró para llegar al sillón de Tabasco. Una docena de cajas repletas de documentos originales certificaron que por encima de los menos de cinco millones de pesos que le autorizaba la ley se fue usted sobre más de 230 millones que salieron de nuestros bolsillos,  con los que compró votos y compinchajes y cuyas migajas repartió entre periodistas chayoteros y clérigos regalones, cáfila de poca-verguenzas que agradecieron a usted a su modo, por ejemplo: cada que alguno documentaba sus robos, los de sotana, porque no saben crear, salían con la muletilla:

– El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

No, y el congreso local, domesticado: “El señor gobernador no cometió el ilícito que se le imputa, y de haberlo cometido eso no representa, según los códices vigentes, una falta grave”. Y désele el carpetazo, y aquí no ha pasado nada. Es la impunidad. Es México

De su riqueza ilícita. ¿No asombró al mundo la lista de casas, departamentos y vehículos de lujo que aquí, allá y acullá, adquirió usted cuando funcionario público? ¿No fue un escándalo internacional como las depredaciones de sus congéneres Salinas, Montiel, Fox y Cía?

Pero genio y figura:  usted mismo, ¿no abochornó al país y al resto del mundo cuando, corredor en algún torneo de Alemania, mientras los competidores arrojaban los bofes hizo parte del recorrido en un autobús y llegó a la meta tan fresco como lo que es, un desvergonzado?

Que como político está usted desahuciado. Que abominan de usted tanto el PRI como las demás siglas compinches, mientras que el paisanaje nada más lo desprecia. ¿Y? ¿Qué con eso, mi señor? ¿No era Hank, cuando murió, político en activo? ¿No es la Gordillo voto de calidad y fiel de la báscula? ¿Cree usted que Calderón va a tocarla con el pétalo de una ley, cuando ella fue, junto con Washington, la TV, 30 mega-ricos y el clero político,  la palanca que encaramó a Calderón para que viva, si eso es vivir, en Los Pinos?

Usted, si en este mundo hay justicia, políticamente va a resucitar. ¿Que cómo si es un perfecto mediocre? ¿Y no es un mediocre perfecto, por más que imperfecto, todo el gobierno, de Calderón al último de sus personeros? ¿No es el Cordero hacendario un mediocre aplastante?

Usted resucitará, señor. ¿Nosotros? Bah. Después del Verbo Encarnado un Madrazo más… (Lástima.)

“¡Somos campeones!”

Llegó el alimento, mis valedores. Ha llegado el maná para esa  Perra Brava que se agostaba por falta de su alimento espiritual. Porque desde hace semanas y hasta el día de hoy lo único sustancioso que lo mantenía con vida eran los jeringazos de hemoglobina (la nota roja, “reina del reitin”) que le embombillan el cinescopio y la de plasma. Pero ahora sí, completo  viene el sustento  para los pobres de espíritu: la regazón de cadáveres que les proporciona  el de Los Pinos y el clásico pasecito a la red que le arrima el duopolio de la TV.. Banquetazo.

Porque decir Perra Brava es decir pan y futbol; muy  poco de lo primero, pero del otro, hasta reventar. Decir Perra Brava es remitirnos a la manipulación de unas masas enajenadas que más allá de la carestía de las subsistencias van a pagar su boleto y a abarrotar el graderío del Goloso de Santa Ursula, y con tal acción multitudinaria practicar ese lóbrego onanismo mental que consiste en vivir peripecias ajenas, y tomar como propias las “hazañas” de unos alquilones del balompié que por practicarlo cobran altísimos sueldos. El fanático, en tanto…

Ese, mírenlo ahí,  sentado a dos nalgas en el graderío, calientes cabeza y garganta y las tripas empanzonadas de agave y lúpulo, enajenación en que cae también el fanático y sus compadres frente al televisor. Miren ahí al fanático, jugando al héroe por delegación. Obsérvenlo, vientre fofo y lonjudo a la mitad de su edad. Ese enajenado  no juega, no sabe jugar, no tiene condición física para practicar el juego, pero cuánto sufre, qué bárbara forma de vibrar y sentir como propias las acciones de los alquilones del espectáculo. “¡Ganamos! ¡Goleamos”. “Si sufrimos esta derrota fue porque no supimos desarrollar un juego de conjunto”. ¿Nosotros, tú, ustedes? Macabrón. ¿Que no? Juzguen ustedes:

Llegó a mi correo electrónico. Ya a punto de borrarlo examiné su contenido, y válgame, lo que el remitente comunicaba al orbe. Aquí, respetando su sintaxis, la parte sustancial del mensaje del cándido que asumió como propias las “hazañas” ajenas:

“¡Ya lo pueden gritar! ¡Somos campeones! Millones festejan, millones lloran, millones se abrazan…

Este título es nuestro y no lo íbamos a regalar. La afición respondió como lo que somos: CAMPEONES.

El primer tiempo fue duro, difícil, peleado, intenso y sin goles…

Y sucedió, ¡la gente lo empató! Sí, lo empató con ese apoyo impresionante que le enchinó la piel a todos los presentes. La gente empató el marcador con goles de (aquí un par de nombres) en cuestión de pocos minutos…

En el aire se podía respirar el gol, ese gol que habíamos esperado nada más que 13 años y que estaba aguardando por que alguien se pusiera el traje de héroe para anidarlo en las redes y hacer que medio país gritara ¡CAMPEON!

Todo una fiesta, todo un carnaval que a muchos nos durará toda la vida. El himno del equipo se tocó una y otra vez, cada una de ellas coreada y cantada por todos los presentes, al igual que el ‘Dale campeón, dale campeón´, seguido del ´Palo palo palo, palo bonito palo ehh, ehh ehh ehh somos campeones otra vez…

La fiesta no terminó y no terminará durante mucho tiempo. El (aquí el nombre) ES CAMPEON, Y AHORA SÍ, ¡¡¡Haber (sic) quién nos aguanta!!!

VENGAN CAMPEONES, FESTEJEN QUE ESTE TITULO YA ES

NUESTRO!!! EL NUESTRO, EL MÁS GRANDE!!! 13 TITULOS Y HABER QUIEN NOS ALCANZA!! GRACIAS A TODOS LOS QUE NOS DIERON ESE TITULO! ¡YA SON HÉROES..!!!

Ah, los mediocres. Ah, los pobres de espíritu. (Con los “héroes” del fanático sigo mañana.)

La separación de los amantes

Al Centro de acopio me referí  ayer y anudé la referencia con mi única, ausente para nunca más. Aclaré que aunque asunto personal, el amor y la ausencia son la sustancia de la relación de pareja, de modo tal que la mitad de ustedes habitan en ese estado de gracia que es el amor y el resto  en plena elaboración de la ausencia. ¿Que alguno ni amor ni dolorimiento? Difunto es, y ni lo sabe ni le interesa, lástima.

Sigo con la relación de esa mi única cuya imagen me asalta en pleno día, y que apretando los dientes y todo lo apretable logro vencerla. Sin las muletas del inválido espiritual: que si el Prozac, que si las copas, que si…

En el día me asalta la imagen de mi única y yo aguanto su embestida tres, cuatro siglos de 60 segundos cada uno, y al final, boca amarga y fruncimientos de espíritu, ¡triunfé! Percibo alejarse en derrota la dulcísima sombra. Y a seguir viviendo (¿esto es vivir?). A existir en la almendra de mi soledad. Ah, pero en la medianía de mi sueño, el desquite…

Ahí sí rindo la plaza a los fuegos fatuos que, embeleco dulcísimo, me hacen creer que ella está conmigo como cuando yo era yo feliz y no lo sabía. Suelto entonces la madeja del amor, el sufrimiento, la ternura, las lágrimas. Si ustedes me vieran en pijama y bata bajar a la cocina y, hervoroso todavía, poner a hervir la de tila para los nervios…

Pero achaques de la ausencia: un sueño (blanco y negro) me visitó  anoche; callejón en penumbra, corazón del barrio bajo. En cierto acto circense desangelado el oficiante, vestido de oriental, acaba de serruchar a la joven que, entera y espléndida, sale de su ataúd, ¡me sonríe! El mago la apresura para seguir camino. Yo, desesperado por no perder el rastro de la niña del ataúd que me sacara del de la soledad, le pregunto dónde volver a encontrarla “Donde haya una feria”, responde con esa su voz, y va retirándose mientras yo, a lo desesperado, le pido sus señas telefónicas.    “No tengo teléfono”.

Tensa ella, anhelante. Yo: “anote el mío”, y tomo un trozo de papel, ¡y el bolígrafo no tiene tinta! Lo restriego en el papel y logro asentar los primeros seis dígitos: 56-52-00…

(Niña, regresa encontrémonos en la región de mis sueños, donde vivamos una vida de ilusión y embeleco. Regresa.) “Vámonos ya”, le urge el mago. Ella sonriéndome, aguarda el cacho de papel. ¿Cuáles son las dos últimas cifras, Dios? Y es tal mi esfuerzo de concentración, y es tal el ímpetu por que ese cordón umbilical no se rompa, que abro los párpados. Ahí, en la penumbra, las fosforescentes pupilas, mirándome “¡Un 2 y un 6 los dígitos que faltaban!”, le grito.

En el claror del alba mi clamor fue escuchado por la cortina, el buró, el libro encima las pupilas del gato, que confundí con las que miraba en mi sueño. Dolido, desalentado, le pasé una mano por el pelaje, como acariciar una que cuál su nombre seria. Si en sueños pudiera saberlo, para mí no todo estaría perdido. Y es aquí donde regresa el  Centro de Acopio de El Valedor.

Volví a dormirme, y en sueños señoras diversas cargaban con víveres y medicinas. Vi la oportunidad para deshacerme de estas que me apesarn. “Llévenselas, pocas me quedan, de algo pueden servir a algunos”. Se negaron. “Nomás estorban. Ya ni se usan”. Y adiós. Qué les costaba llevárselas. Estropeadas, pero casi enteras; desteñidas, pero aún con rastros de color. Me quedé con mis ilusiones, lástima. Boca amarga al despertar, y a seguir cargando unas ilusiones inútiles que escarban la llaga y la vuelven a humedecer. (Nallieli.)

Quebrantos y duelos

Lo que sea de uno que sea de todos. En el Centro de acopio de El Valedor todas las donaciones son bienvenidas y llegan de todas partes y a todas partes regresan, de  Oaxaca al Estado de México y de San Lucas Amalinalco a las comunidades indígenas de la Sierra Norte de Puebla. El Centro de acopio se mantiene fuerte, enterizo, porque lo alimentan ustedes, atenidos al Libro en esa su frase que es síntesis del humanismo: “Si no tú, quién. Si no ahora, cuando”. Gratificante.

Gratificante, sí, pero de algo pesaroso quiero hablar con ustedes; algo personal, pero común a todos nosotros si ocurre que estamos vivos; y a propósito: que la vida es sueño, murmura Segismundo, y agrega, melancólico:

– Soñemos, alma, soñemos…

Y es que la vida es sueño, o el sueño vida, según, y las dichas de esta vida, por engañosas, hermanas son de las que vivimos durante el sueño, y nuestras vidas están tramadas con el material de los sueños, y nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, y …

Yo los invito, mis valedores, a desintoxicarnos; por un momento a dejar de lado el sonido y la furia del rugido y la sangre chorreante con que la nota roja alimenta el espíritu de tantos de ustedes. Que esta vez platiquemos de amor. ¿O qué, ustedes nunca se han enamorado, nunca han padecido ese gozo inefable? ¿No han gozado esa muerte viviente que significa la ausencia de la única? ¿No han vivido, pues? ¿Qué se van a llevar al sepulcro? ¿Toda una programación de telenovelas y el clásico pasecito a la red que mamaron del cinescopio, de la de plasma? Atroz.

Mis valedores: para aquellos de ustedes que a estas horas sufren o han padecido achaques de amor, abandono y soledad, y que buscan alivio en los dicharajos embusteros  de que mal de muchos es consuelo de quién sabe cuáles, y de que un clavo saca otro clavo, y de que  en este mundo mujeres es lo que sobra, y demás tufaradas de mal aliento que arroja la misoginia, hago a un lado el ruidajo de hojalata que generan los medios de condicionamiento de masas para hablarles de amor y de sueños, de sueños y amor, hermanos de sangre casi siempre derramada desde las frágiles telas del corazón. Alma mía de mi ausente, y ojos que te vieron ir… mi única.

Aquí y ahora recuerdo a aquella que me provocó un sueño que terminó en pesadilla el día que anocheció en mi cama y amaneció en algún rumbo sin rumbos; ella, su imagen ausente que a todas horas me acosa, no logra vencerme por más que me asalta a deshoras del día e intenta encuevarse en mi mente, tomarla a sangre y dolencia, y hornazas y crispación, y tornarla un caos de recuerdos, añoranzas, vivencias, dolor. A la luz del día venzo su acometida ventajista. Siento sus manos golpeando los muros de mi cerebro, y azotarle las ventanas y, al modo del ladrón poquitero, con ganzúa tratar de violar la cerradura de la puerta. Me endurezco entonces, remacho las quijadas y esto es concentrarme en mi lectura, la redacción de mis artículos periodísticos, de mis ficciones todavía inéditas, de los acordes de la cantata, el motete, la sinfonía. Aguanto a pie firme el temblorcillo de manos, la crispación, la sudoración, y retengo el aliento, endurezco las carnes del corazón. Me encomiendo a mi Dios, a la enjundia de mis redaños. ¡No al Prozac, señor ex-presidente! ¡No al licor, dogo al otro! En mi juicio. Ah, pero en sueños; cómo,  dormido, neutralizar su estrategia cuando me sorprende indefenso. Es ahí donde arroja sobre mí todas sus fuerzas y me masacra con su aparición engañosa. (Sigo mañana.)