La separación de los amantes

Al Centro de acopio me referí  ayer y anudé la referencia con mi única, ausente para nunca más. Aclaré que aunque asunto personal, el amor y la ausencia son la sustancia de la relación de pareja, de modo tal que la mitad de ustedes habitan en ese estado de gracia que es el amor y el resto  en plena elaboración de la ausencia. ¿Que alguno ni amor ni dolorimiento? Difunto es, y ni lo sabe ni le interesa, lástima.

Sigo con la relación de esa mi única cuya imagen me asalta en pleno día, y que apretando los dientes y todo lo apretable logro vencerla. Sin las muletas del inválido espiritual: que si el Prozac, que si las copas, que si…

En el día me asalta la imagen de mi única y yo aguanto su embestida tres, cuatro siglos de 60 segundos cada uno, y al final, boca amarga y fruncimientos de espíritu, ¡triunfé! Percibo alejarse en derrota la dulcísima sombra. Y a seguir viviendo (¿esto es vivir?). A existir en la almendra de mi soledad. Ah, pero en la medianía de mi sueño, el desquite…

Ahí sí rindo la plaza a los fuegos fatuos que, embeleco dulcísimo, me hacen creer que ella está conmigo como cuando yo era yo feliz y no lo sabía. Suelto entonces la madeja del amor, el sufrimiento, la ternura, las lágrimas. Si ustedes me vieran en pijama y bata bajar a la cocina y, hervoroso todavía, poner a hervir la de tila para los nervios…

Pero achaques de la ausencia: un sueño (blanco y negro) me visitó  anoche; callejón en penumbra, corazón del barrio bajo. En cierto acto circense desangelado el oficiante, vestido de oriental, acaba de serruchar a la joven que, entera y espléndida, sale de su ataúd, ¡me sonríe! El mago la apresura para seguir camino. Yo, desesperado por no perder el rastro de la niña del ataúd que me sacara del de la soledad, le pregunto dónde volver a encontrarla “Donde haya una feria”, responde con esa su voz, y va retirándose mientras yo, a lo desesperado, le pido sus señas telefónicas.    “No tengo teléfono”.

Tensa ella, anhelante. Yo: “anote el mío”, y tomo un trozo de papel, ¡y el bolígrafo no tiene tinta! Lo restriego en el papel y logro asentar los primeros seis dígitos: 56-52-00…

(Niña, regresa encontrémonos en la región de mis sueños, donde vivamos una vida de ilusión y embeleco. Regresa.) “Vámonos ya”, le urge el mago. Ella sonriéndome, aguarda el cacho de papel. ¿Cuáles son las dos últimas cifras, Dios? Y es tal mi esfuerzo de concentración, y es tal el ímpetu por que ese cordón umbilical no se rompa, que abro los párpados. Ahí, en la penumbra, las fosforescentes pupilas, mirándome “¡Un 2 y un 6 los dígitos que faltaban!”, le grito.

En el claror del alba mi clamor fue escuchado por la cortina, el buró, el libro encima las pupilas del gato, que confundí con las que miraba en mi sueño. Dolido, desalentado, le pasé una mano por el pelaje, como acariciar una que cuál su nombre seria. Si en sueños pudiera saberlo, para mí no todo estaría perdido. Y es aquí donde regresa el  Centro de Acopio de El Valedor.

Volví a dormirme, y en sueños señoras diversas cargaban con víveres y medicinas. Vi la oportunidad para deshacerme de estas que me apesarn. “Llévenselas, pocas me quedan, de algo pueden servir a algunos”. Se negaron. “Nomás estorban. Ya ni se usan”. Y adiós. Qué les costaba llevárselas. Estropeadas, pero casi enteras; desteñidas, pero aún con rastros de color. Me quedé con mis ilusiones, lástima. Boca amarga al despertar, y a seguir cargando unas ilusiones inútiles que escarban la llaga y la vuelven a humedecer. (Nallieli.)

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