Quebrantos y duelos

Lo que sea de uno que sea de todos. En el Centro de acopio de El Valedor todas las donaciones son bienvenidas y llegan de todas partes y a todas partes regresan, de  Oaxaca al Estado de México y de San Lucas Amalinalco a las comunidades indígenas de la Sierra Norte de Puebla. El Centro de acopio se mantiene fuerte, enterizo, porque lo alimentan ustedes, atenidos al Libro en esa su frase que es síntesis del humanismo: “Si no tú, quién. Si no ahora, cuando”. Gratificante.

Gratificante, sí, pero de algo pesaroso quiero hablar con ustedes; algo personal, pero común a todos nosotros si ocurre que estamos vivos; y a propósito: que la vida es sueño, murmura Segismundo, y agrega, melancólico:

– Soñemos, alma, soñemos…

Y es que la vida es sueño, o el sueño vida, según, y las dichas de esta vida, por engañosas, hermanas son de las que vivimos durante el sueño, y nuestras vidas están tramadas con el material de los sueños, y nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, y …

Yo los invito, mis valedores, a desintoxicarnos; por un momento a dejar de lado el sonido y la furia del rugido y la sangre chorreante con que la nota roja alimenta el espíritu de tantos de ustedes. Que esta vez platiquemos de amor. ¿O qué, ustedes nunca se han enamorado, nunca han padecido ese gozo inefable? ¿No han gozado esa muerte viviente que significa la ausencia de la única? ¿No han vivido, pues? ¿Qué se van a llevar al sepulcro? ¿Toda una programación de telenovelas y el clásico pasecito a la red que mamaron del cinescopio, de la de plasma? Atroz.

Mis valedores: para aquellos de ustedes que a estas horas sufren o han padecido achaques de amor, abandono y soledad, y que buscan alivio en los dicharajos embusteros  de que mal de muchos es consuelo de quién sabe cuáles, y de que un clavo saca otro clavo, y de que  en este mundo mujeres es lo que sobra, y demás tufaradas de mal aliento que arroja la misoginia, hago a un lado el ruidajo de hojalata que generan los medios de condicionamiento de masas para hablarles de amor y de sueños, de sueños y amor, hermanos de sangre casi siempre derramada desde las frágiles telas del corazón. Alma mía de mi ausente, y ojos que te vieron ir… mi única.

Aquí y ahora recuerdo a aquella que me provocó un sueño que terminó en pesadilla el día que anocheció en mi cama y amaneció en algún rumbo sin rumbos; ella, su imagen ausente que a todas horas me acosa, no logra vencerme por más que me asalta a deshoras del día e intenta encuevarse en mi mente, tomarla a sangre y dolencia, y hornazas y crispación, y tornarla un caos de recuerdos, añoranzas, vivencias, dolor. A la luz del día venzo su acometida ventajista. Siento sus manos golpeando los muros de mi cerebro, y azotarle las ventanas y, al modo del ladrón poquitero, con ganzúa tratar de violar la cerradura de la puerta. Me endurezco entonces, remacho las quijadas y esto es concentrarme en mi lectura, la redacción de mis artículos periodísticos, de mis ficciones todavía inéditas, de los acordes de la cantata, el motete, la sinfonía. Aguanto a pie firme el temblorcillo de manos, la crispación, la sudoración, y retengo el aliento, endurezco las carnes del corazón. Me encomiendo a mi Dios, a la enjundia de mis redaños. ¡No al Prozac, señor ex-presidente! ¡No al licor, dogo al otro! En mi juicio. Ah, pero en sueños; cómo,  dormido, neutralizar su estrategia cuando me sorprende indefenso. Es ahí donde arroja sobre mí todas sus fuerzas y me masacra con su aparición engañosa. (Sigo mañana.)

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