¡Tú, Peña, estás loco!

Y delante de los asistentes soltó la risa. El insulto de  Trump nos salpicó a todos.

          Por eso mismo  tomar esto en cuenta, mis  valedores. Un sastre de nombre Próculo vivía en aquel pueblo  y era un alma de Dios, corazón de malvavisco y tiernita condición. Con el tiempo derivó en solterón porque aquel carácter de queso tierno, tal temple de jericalla, no le alcanzó para agencias de una Issa amantísima, esa mielecita en penca que habita junto a los que hemos vivido con esa buena fortuna; la amadora amante que nos es todo y tantito más: tuétano, almendra y oxígeno del diario vivir, y esto me lo van a entender quienes saben de varonía y corazón de pan fresco.

A falta de hembra para asuntos de amor este bueno de  don Próculo había cifrado sus ilusiones en un caballo, sueño que soñaba dormido y despierto, imaginándose jinete sobre un penco bailador  y paseándose del puente a la alameda y del parían a la plaza de armas en cosas de lucimiento. Cachondeando su sueño don Próculo fue ahorrando centavo a centavo que le sobraba de alforzas, pespuntes y dobladillos, hasta que llegó a juntar los oros bastantes para hacer viva su gran ilusión:  aquel retinto de fina estampa.

¡Helos, helos, por do vienen, caballo alazán tostado, con un lucero en la frente y el sastre encima! Y a darle gusto a la vida, jinete y manojo de temperamento.

Darle gusto es un decir. Mal sentía al sastre sobre los lomos, el penco sobrón se alzaba, entero él, y  hacía  lo que sus criadillas le iban dictando, y al cuerno rienda y espuelas. ¿Que el sastre decía media calle y el penco media banqueta? Por la banqueta nos íbamos, a querer o no. ¿Que don Proculito decía calle real, y el cuaco callejón de las güilas? Por frente a la putas pasábamos, y a enrojecer a las risotadas, que para eso había mucho caballo para tan menguado Próculo.

Y fue así, mis valedores. Aquel domingo, a la hora de misa mayor, cierto charrito cerrero quedóse viendo al caballo. Cetrino el hombre, seco de carnes, estevadas las zancas, percudida la gamuza de chamarra y pantalón, cuarta de cuero crudo, varón  de los buenos cristianos que nacen, crecen y estoy por decir que se reproducen a lomos de penco. Y algo estaba por suceder…

Ahí miró al animal, ahí lo fue semblanteando, lo observó un rato, y entonces al sastrecillo, que sesteaba al pie: “Oiga, don, si me hiciera la valedura de emprestármelo un su ratito pa sentirle la condición”.

Y sí: de un brinco el charrito estaba horquetado en el penco y lo animaba con suave chasquido de labios: “Tch, tch, caballo”, y fue entonces.; aquel alazán sobrón, sintiendo jinete encima, decidió que el atrio del templo  era bueno para corcovos a esa hora dominguera en que mozas y demás gente de bien salían de sus devociones. Entonces (fijaros bien), ante lo desbozalado del bruto el charrito mete un apretón de zancas, un recio tirón de rienda, un enterrón de espuelas por las verijas y aquel  reatazo en el anca: “¡Penco cabrón!” Y que asegunda el cuartazo. “¡Jijodiún!”

Dicen los viejos de la comarca, y al decirlo sonríen con los puros ojos, que al poderío de la rienda y pegando ardido sentón, el penco desobediente, un calambre al ardor del cuartazo, giró la testa y con espantados tomates miró al charrito. Entonces (tomarlo en cuenta),  quebradita la voz, replicó a su mandón:

– ¡Ay, perdóneme, señor, creí que era don Proculito!

 Y ese mandón, mis valedores, ¿quién podrá ser? (¿Quién?)

Las ratas y el avaro.

En los campos de la fábula, mis valedores,  existió un avaro que en buen escondite atesoraba monedas de oro y en la cocina tres cachos de queso y uno de pan, provisiones que, magras y despreciables, mal sobrevivían a la acción predadora de un hervidero de ratas que infestaban el tugurio del avaro aquel. A la vista del poco queso y el magro pan siempre roídos él se desesperaba:

            -¡Maldición, tengo que exterminarlas!

            Exterminarlas, sí, ¿pero cómo? ¿Trampas en las que tuviese que malgastar rajuelas de queso? ¡Nunca dispendio tal! ¿Un gato? ¿Los resecos trozos de pan y los míseros cachos de queso exponerlos  también al gato? ¡Nunca! ¿Custodiar en persona las provisiones a costillas del sueño y las horas dedicadas al deleite onanista de cachondear las amarillas rodelas? Jamás, pero entonces…

            El avaro se devana los sesos, piensa que te piensa y trama que te planea, pero la solución andavete. Así se pasaba los días de claro en claro y de turbio en turbio las noches, y de la congoja al insomnio, y de ahí a la depresión y a la angustia. Fea situación.

             Pues sí, pero de repente, un amanecer de miércoles (un anochecer de sábado): “¡A la miércoles el problema! ¡Di con la solución! (Ustedes tomar nota.)

            Con paciencia y salivita, como es fama se logra todo en el salivero mundo de ratas, avaros y Sistemas de poder, ahí la primera parte del plan, que fue armarse de paciencia  y apostarse a la vera del agujero que daba al bajo mundo de los roedores; y a esperar, vigilar, contener el aliento. De repente:

 “¡La atrapé! Gracias, mi  Dios”.

            La segunda parte del plan: encerró a la peluda en una jaula de alambre, y la deja sin comer (No perder detalle.)

            Y ocurrió que al paso y peso del tiempo (que todo lo cura, lo enferma, lo agrava y agravia), cuando ya la dientona bufaba de hambre brincoteando y acalambrándose a espeluznos, el avaro la fue alimentando con cachos de carne fresca, con la que aplacó el hambre de la roedora. ¿Pero un  avaro derrochando en filetes? Carne era, pero de una rata que acababa de asesinar a escobazos. (¿Captan ustedes la idea?)

            Y así cada día dos o tres rajuelas de aguayón o chambarete ratunos le amansaban el hambre; pero de pronto a cerrar la despensa, y hasta otro día. A carne de rata sobrevivió la cautiva, y le fue tomando sabor y le agarró el gusto, pero luego el avaro le retiraba la carne, y la orejuda a bufar de hambre. ¿Se adivina el final?

            Con la roedora en delirio por un ayuno de varios días el avaro aprontó la jaula a la boca del agujero que hervía de ratas, abrió la reja y dejó escapar la hambrienta congénere. Ingenioso el avaro.

            Ingenioso, sí, porque de ahí en adelante la hambrienta inició una terrible devastación y creó una mortandad espantosa entre la ratuna  población, lo que devolvió la calma al avaro después de que aquel su ingenio le hubo ahorrado el gasto del gato y el queso en la ratonera. Mis valedores:

            ¿Anduvo errado el avaro al cazar a la roedora, encerrarla en la de alta seguridad y aficionarla a la carne de rata?  ¿Fue correcta su estrategia de dejarla en libertad para que perpetrase una sañuda devastación del animalero que infestaba la casa? Porque ocurre que ahora, vuelto a  reproducirse el hervidero de ratas, el avaro, según todos los indicios, repite la operación.  ¿Pero pone precio a la ratuna cabeza? (Uf.)

Al pie de la horca

“Esos hombres eran moralmente superiores porque cada uno era capaz de sentir gran amor por la humanidad”. (Mi retablillo anual.)

            El crimen fue perpetrado por el capitalismo (Chicago, 1º. de mayo, 1886) contra unos obreros que en su lucha por la jornada laboral de ocho horas y un pago salarial menos injusto aventaron su vida en prenda y alcanzaron el rango de mártires: August Spies, George Engel, Albert R. Parson, Adolph Fisher y Louis Lingg.

            Aquel primero de mayo, dicen las crónicas, amaneció caluroso. Muy temprano salió el sol, dorando los patios de la prisión. En su respectiva celda de condenados a muerte los ocho cautivos aguardan el patíbulo. Un ruido de cerraduras marca el final. Spies detiene su ambular de león enjaulado. “¿Ya es hora?”, pregunta. “Vamos afuera”, dice uno de los celadores, mostachos grandes e hirsutos.  “Así pues, llegó la hora de la verdad. Vamos”.

            Cinco de los ocho anarquistas condenados a la horca por la justicia de Illinois habían sido concentrados en un saloncillo de la prisión federal, no lejos del “portón de entrada” (Para ellos nunca más “portón de salida”). Los cinco condenados a muerte se miraron, ligeramente pálidos, pero tranquilos. “Salud, compañeros”, dijo uno de ellos. A la palabra “salud”, los otros intentaron una sonrisa. “¿Listos?”, preguntó el celador de los grandes mostachos. “Listos”, contestó Spies. Rumbo al patíbulo, sus palabras:

           -Sus leyes están en oposición  a la naturaleza y con ellas roban ustedes a las masas el derecho a la vida, a la libertad y al bienestar.

          Del enemigo histórico: “Creen tener derechos sobre todas las personas, sus vidas y su libertad, aun el derecho a asesinar a quienes les son incómodos, cuando son diferentes, cuando no son parte de la amorfa masa o rebaño servil. ¡Tiempo llegará en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que hoy estrangulan ustedes!”

           Louis Lingg, por su parte, en el momento en que lo conducían fuera de la celda, comenzó a decir: “No es por un crimen por lo que nos condenan. Es por…” Y guardó silencio.  “No es por un crimen por lo que nos condenan”, repitió Lingg. “Nos condenan por nuestros principios. Pero yo desprecio su…” Guardó silencio.  

            Afuera sonaban las 10 de una mañana caliente en Chicago. Ya ante el patíbulo, Lingg iba a completar su mensaje final: “No es por  un crimen por lo que ustedes nos condenan; es por nuestros principios. Desprecio a todos ustedes; desprecio su orden, sus leyes, su fuerza, su autoridad. ¡Ahórquenme!”

            Antes de morir, Engel: “Las leyes de ustedes están en oposición con las leyes de la naturaleza, y mediante ellas roban a las masas el derecho a la vida, a la libertad y al bienestar. ¡Estoy listo!”

            -Pueden ustedes sentenciarme –Spies-. Pero que al menos se sepa que en Illinois ocho hombres fueron sentenciados a muerte por pensar en un bienestar futuro, por no perder la esperanza en el último triunfo de la libertad y la justicia.

           -Si la muerte es la pena correlativa a nuestra ardiente pasión por la libertad de la especie humana –Fischer-, entonces yo lo digo muy alto: ¡dispongan de mi vida!”

            Parson, al pie de la horca: “Sobre el veredicto de ustedes quedará el veredicto del pueblo, para demostrar las injusticias sociales de todos ustedes, que son  las que nos llevan al cadalso. Pero quedará el veredicto popular para decir que la lucha social no ha terminado por tan poca cosa como es nuestra muerte”.

            Héroes y  mártires. (A su memoria.)

Tula, mi madre

Mañana es el día del festejo inducido,  la fecha del beso, el abrazo, las mañanitas y el regalo envuelto en papel celofán. Yo no agasajé  a mi madre, que hubiera sido agasajar, al trascuerno, a los promotores, los aviesos comerciantes. A mí me la celebraron; fue así:

            Diez de mayo. Noche cerrada. De milagro alcancé el metro Indios Verdes en su corrida final del día. Acunado en mi asiento me deleitaba a la idea de tenderme en la cama y morirme unas horas. Bostecé, me adormecí, y aquella música; de cámara, barroca. ¿Una romanza medieval? Hice un esfuerzo y fugándome del sueño los entreabrí. Era una melodía producida por músicos ambulantes. ¡Y ejecutaban aquella dulce balada de la Europa medieval! Me despabilé…

            ¿El por qué del asombro? Por la metamorfosis que se puede advertir en el arte musical del metro. En anteriores sexenios, el viejo resquebrajado con una ciega guitarra, o al revés, voz de gargajo: “Gabino Barrera – no entendía razones – andando en la…” Sexenios después, el desempleado, haciendo de tripas acordeón: “Ay, quiéreme –  porque ya logré ponerte…” Más tarde (la necesidad), dos estudiantes, flauta y guitarra: “El cóndor pasa”. Después el trío, el cuarteto. Hoy, con la cultura de la telenovela que logra adquirir una casita blanca, todo un conjunto de cámara, con director, ejecutantes e instrumentos de época. Hasta parecen del Conservatorio, pensé, y  al de la batuta. “¿Pueden ejecutar algo de Bach?” El del violín, arete en la oreja: “No le haga caso al bigotón, maestro, que  hasta con la batuta puede perder. Y observe:  la gente se baja sin cooperar”.

            – Y en pleno vagón del metro utilizan violín y clarinete.

            – Clarinete el que nos dio el de Los Pinos, que nos pintó violín.

            – Y ese instrumento antiguo.  Hermosa siringa.

            – Siringa la que nos vino a acomodar, que a los concertistas profesionales nos botó a botear en el metro. ¿Sabe a dónde vamos ahorita mismo? A una serenata a la madre,  y tocar para madres ajenas me sabe a madres. Todo por llevarle unos cobres a la madre propia. ¿Qué le parece la madriza que nos acomodó el hijo de su atlacomulqueña madre?            

            Ahí, vivo de temperamento, el de la viola da gamba: “¡No le hagan plática al bigotón, que ya mero debemos bajarnos, y hay que estar puntuales, acuérdese!”

            -Y esa flauta dulce –dije yo-, y ese corno. Bella rondalla.

            – Nosotros, que hicimos rondalla con ese hijuesú que de promesas nos dio mucha flauta dulce, pero de empleo, puro corno y bandurria…

            Ah, las tristuras del desempleo. El del violín: “¡Tíznale, que se nos fueron sin su coperacha! Ya estamos solos en el vagón y no sé ni en qué estación andamos! Todo por su plática aquí con el bigotón”.

            ¿La estación en que estábamos? El de overol y aceitera en mano nos sacó de la duda: “A ver, no estorbar, que ando midiendo el aceite”.

            Me azoré. ¿Y este? ¿Un mecánico? El de la zampoña: “¿Lo ven? Ya estamos en el depósito, en el taller del metro. Nos fuimos en blanco porque ustedes se pusieron a echar plática con el bigotón. ¿Y ahora cómo nos regresamos a la serenata? ¿Gastar en taxi lo que no recolectamos?”

            Válgame. Lo tranquilicé: “No importa. ¿Cuántos son ustedes? ¿Once? Aquí tienen”. Puse en sus manos dos pesos con treinta y cinco centavos. “Todo suyo. Se lo reparten como hermanitos”.

            Fue entonces; entre todos los músicos, ejecutantes profesionales, me festejaron a Tula, mi madre. (Bueno…)

Bahía de Cochinos quedó atrás

Washington. La Cámara de Representantes aprobó un proyecto de ley dirigido a aumentar la seguridad en la frontera con México. La iniciativa exige controlar las zonas de gran tráfico en la frontera en dos años, y el control de toda la frontera en cinco, para lo que autoriza 10 mil millones de dólares para nuevas cercas y equipo tecnológico.

La nota de marras, empalmada a las  negociaciones que se llevan a cabo a estas horas entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos para reanudar unas relaciones diplomáticas rotas hace ya más de 50 años, me llevó a releer los cantares del poeta cubano Nicolás Guillén, que mueven, remueven conciencias  sin abandonar el plano del arte ni esos moldes de esencia cubanísima y universales, con la cadencia y el canto y el contracanto de un folklore que es mixtura de dos borbollones de sangre entremezclada: “Azúcar para el café – lo que ella endulza me sabe – como si le echaran hiel.

Malo. Por aquel entonces el poeta comienza apenas –a penas- a descascararse de su primera juventud, y es cuando a la vista de unos coronelitos de terracota y unos yanquis que han habilitado de mancebía la tierra cubana, escribe ¡a sus apenas 32 años! Si me muriera ahora mismo – Si me muriera ahora mismo, madre – ¡Qué alegre me iba a poner..!

Mal rodaban las cosas. Guillén, como quien no quiere la cosa –como quien no quiere la vida-, por no quedarse en la trova de las tristuras decidió involucrarse, pero hasta el cuello, en la militancia política. Viajó, asistió a congresos, hizo periodismo militante y por la causa del socialismo visitó fábricas, convenció remisos mientras seguía produciendo sus versos mágicos, con esas sonoridades y esos retumbos de instrumento percusor (precursor) que cantaban esas verdades que desenmohecen conciencias adormecidas de trópico, ron y analfabetismo. Y la esperanza, que los sucesos del Moncada y Sierra Maestra concretarían:

 Ay, diana, ya tocarás – de madrugada, algún día – tu toque de rebeldía – Ay, diana, ya tocarás.

Curioso: el mismo que de joven mentaba la muerte como un don apetecible, según vive aprende el oficio de la esperanza, que es el del rejuvenecimiento. El buen tiempo no iba a tardar para la cubanidad. Y llegó, y  entonces Guillén, ya joven a sus 57 años, con su poema Tengo celebró:

Tengo, vamos a ver – tengo el gusto de andar por mi país – dueño de cuanto hay en él – mirando bien de cerca lo que antes no tuve ni podía tener – Tengo, vamos a ver – tengo lo que tenía que tener.

The Wall Street Journal ha revelado que el presidente mexicano compró en el 2005 una segunda residencia en un exclusivo club de golf a un empresario cuya constructora se ha visto beneficiada con importantes adjudicaciones. Ha revelado también que Luis Videgaray, el todopoderoso secretario de Hacienda, adquirió una segunda vivienda al mismo empresario, con el cual mantiene, como Peña Nieto, relaciones de amistad.

Mis valedores: el ánimo quebrantado ante un Peña que el  Imperio pone en vergüenza,  oigo la voz Guillén con estas preguntas que azozobran, que espeluznan:

¿Cómo estás, Puerto Rico – tú de socio asociado en sociedad? – ¿En qué lengua me entiendes,  – en qué lengua, por fin, te podré hablar? Si en yes, – si en sí, – si en bien, – si en well,, – si en mal, – si en bad, – si en very bad…

Guillén dice Puerto Rico; yo digo México, este al que el escándalo de casas blancas y de algún otro color que a estas alturas del presente gobierno befan y humillan a nuestro país. Por cuanto Quien, la revista… (Ah, México.)

Patria o muerte

Ay, diana, ya tocarás – de madrugada, algún día – tu toque de rebeldía – Ay, diana, ya tocarás.(Nicolás Guillén.)

Y el toque de rebeldía terminó redituando un magnífico resultado para la dignidad de  Cuba, porque según noticias de por estos días legisladores de los Estados Unidos  visitan la Isla con ánimo de reiniciar la relación entre ambos países. Una delegación de legisladores norteamericanos ha llegado a Cuba para analizar el acercamiento oficial. “En esta reunión se abordarán los principios y pasos para el restablecimiento de relaciones diplomáticas y la apertura de embajadas en ambos países”, señaló un comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores cubano.

Y quién pudiese preverlo, mis valedores. Muy atrás ha quedado el soberbio reclamo de los revolucionarios cubanos al terminar su epopeya libertaria, con aquel Escucha, Yanqui, que en 1960 publicó el sociólogo ¡norteamericano! C.W. Mills. Así, para  dos vecinos distantes el fin de un tiempo histórico  se torna inicio del que ha de venir. Aquel  inicio de 1959 llega a su fin. Cuba y los Estados Unidos reestablecen las relaciones diplomáticas rotas hace ya más de medio siglo, con todo los que significa semejante decisión. Mis valedores:

.           Yo, la imagen de Cuba en la mente, una Cuba enhiesta, pura heroicidad y toda pundonor, tan próxima a los mexicanos como distante de nuestros gobernantes, a la mente se me han venido virutillas de poemas del cubano Nicolás Guillén, que traigo a flor de memoria. Digo  este poema, digo aquel, y   verso a verso voy captando –catando, cantando- un anchuroso retazo de la historia nacional de la Islaa partir de la humana historia de su poeta, desde los tiempos anubarrados en que Cuba era, y no más, tres entidades distintas y una sola, indignante indigencia:

El negro – junto al cañaveral – el yanqui sobre el cañaveral – la tierra bajo el cañaveral – ¡Sangre que se nos va!

Regreso a la  mentada nota procedente de Washington y en mi mente la empalmo  a la conmemoración del asalto al Cuartel de Moncada que se concretó un 26 de julio de 1953 en Santiago de Cuba, y releo los poemas del citado  Guillén y percibo su poesía como zumo que es y  raíz de cubanidad, de esa cubana negritud que recrea a aletazos de versos de soberbia sonoridad, ritmo novedoso y buen son; de una bullanga y un dolorimiento que vienen del barracón y que se afincan en raíces del Africa distante desde donde los antepasados de Guillén fueron desgajados a la viva fuerza. Voces negras, ritmos alucinantes y esas onomatopeyas que retumban en las percusiones del bongó y la tumbadora, mágicos puntos y contrapuntos de la semilla afrocubana. Y la protesta, la denuncia, el testimonio social:

¡Hay que tené boluntá – que la salación no e – pa toa la vida!

La amargosa ironía del negro forastero en su propia tierra, y la protesta social, y esa exasperación que avienta al poeta a burlarse con aquel: Me río de ti, negro imitamicos – que abres los ojos ante el alarde de los ricos! Sarcasmo amargo con el que el poeta da esta soberbia definición de Cuba, la Cuba de aquel entonces:

Coroneles de terracota – políticos de quita y pon – café con pan y mantequilla – ¡Que siga el son!

Esta era Cuba en la perspectiva, vergüenza y dolor, de  su «poeta oficial»(sic.) Ahí, en la obra de Guillén,  está ya, vivo en cuerpo y rabia, el cantar del poeta comprometido con su día y hora, con su tierra y su negritud, para mover y remover conciencias. Porque al parecer, mis valedores:

¡Bahía de Cochinos quedó atrás!  (Sigo el lunes.)

Catarsis

Ya  tengo en casa al Jerásimo, primo mío y licenciado del Revolucionario Ins.. El drama ocurrió una noche de estas en un saloncillo destartalado donde un almácigo de redrojillos humanos confesaba su arrastrado oficio del diario vivir.

– Me llamo Juan y soy un alcohólico. Media vida me he pasado entre el alcohol y el delirium tremens. Ustedes dos,  los recién llegados,  bienvenidos.

Yo era uno de los dos. Conmigo el licor topó en tepetate, y si acudí a la sesión de AA fue por forzar al Jerásimo a acompañarme y que se mirase en el espejo de los esforzados que de bagazos humanos en sus días cacardientos, hoy nacen cada mañana, y esto a la pura fuerza de su redaños. (El, pistojeando, azorado.)

– Mi nombre es María. Soy alcohólica. Entre la orina y el vómito, al volver en mí me decía:  ¿tengo que vivir todavía un día más? Quería aullar…

Mi primo, la mano en la pretina del pantalón, para no derrumbarse aferrábase al asidero del  ánfora. Y qué de historias patéticas y de humanísimos testimonios. Glándulas y gañote se me fruncían en la catarsis colectiva de las humanas miserias.

– ¡Sixto me llamo, y soy un..!

Del cuadril y a lo disimulado mi primo sacó su anforita, se le enchufó al gollete, y el amamantón. Aquel pálido:

– ¿Vivir, seguir vivo? ¡Mi cuerpo se desgajaba por dentro, exigía alcohol, tsunamis de alcohol! Sobre mí toda la angustia del mundo, y aquella soledad…

La soledad del que perdió hijos, amigos y lo que es todo en el mundo: la mujer. “¡Dios, y así me juras que existes!”

Y el gemidillo, y el lamento, y el… “¡Jerásimo, qué haces, vuelve acá, esconde esa ánfora!”

– ¡Licenciado es mi nombre, y soy asesor!

Y que suelta su guácara de gemidos, prodigio de la catarsis colectiva, y que manotea y grita su compulsión:

– ¡Culpable soy yo! ¡La asesoría la he ejecutado en plan cacardioso! ¡Conozcan mis crímenes por los que respetuosamente  pido la muerte!

¡Jerásimo, qué desfiguros, esconde ese alcohol y cállate!

– ¿Mi delito mayor? ¡Que yo, en punto pedro! ¡Favor de lincharme, para empezar! ¡Yo, por culpa de esta, mírenla!

Y a medio vaciar, la bandereaba. A gritos: “¡Colegas anónimos: mea culpa!

–  ¡Jerásimo, vuelve en tí!, y el que presidía la reunión: “Tranquilo, señor, y esconda ese pomo!”

– ¡Que me capen, exijo!

– Serénese, qué tan grande puede ser su delito. ¿Violó, mató, descuartizó    en Iguala? ¿Masacró en Tlatlaya y trató su crimen?

– ¡Mucho peor! Yo, en punto briago…

Vomitó su crimen. “¡Por culpa de esta!” Y que  alza el pomo y lo arroja al cemento, donde formó un charquito apestoso. Entre seis, ocho anónimos lo redujeron. Ya desmadejado en el volks y con ayuda de don Gil, a Urgencias. Y sí, ya el primo resucitó.

– El sí, ¿pero los nuestros?

Qué pena, don Gil. (Y es que  al derrame del ánfora media docena de anónimos se aventaron al piso, y lo olisqueaban, y se soltaron lengueteando y arañando el cemento.) “A dos ya los localizamos ahogados”.

– ¿En el Gran Canal?

– Ahogados en alcohol. Del paradero de los otros cuatro, a saber. Todo por culpa del ebrio este.

Derrumbado en su camastro, el Jerásimo: “Este crudón moral. Cómo en punto briago fui a desatender a mis mejores clientes”.

– Ahí usted, energúmeno: “¡Yo soy el asesor de Peña! ¡Yo en punto pedro le aconsejé rematar el petróleo a los gringos! Yo, eructando licor, aconsejé a la seño Angélica que para aplacar la gallera simulara la venta de su casa blanca! Fui yo el borracho que…”

El borracho que manoteó.  Rasgos del rostro crispados:  “¡El cómodo!” (¡Hic!)

No fue un terrorismo cualquiera

“¡Fue un intento de suprimir nuestra cultura de libertades!” (Mira, mira.)

Tal vez el tema no venga al caso, pero tal ves sí, porque hoy allá  es Charlie Hebdó y ayer aquí fue  la Guerra de los pasteles, un episodio de la historia patria donde nuestro país sufrió una de las más dolorosas humillaciones por parte de un gobierno sobrón. El de Francia, precisamente. El infamante episodio pasó a la picaresca nacional con el nombre burlesco de la Guerra de los pasteles. Aquí una somera reseña de lo ocurrido en 1838, con Anastasio Bustamante de presidente.

Se acusaba al ministro Molé, que dirigía los destinos de Francia, de debilidad con las potencias extranjeras. Para mostrar energía y poder se fue contra  México, que preparaba la campaña de Tejas. El gobierno de Francia, atenido a la superioridad de sus fuerzas armadas, reclamó a nuestro país sumas exorbitantes por concepto de indemnizaciones a ciudadanos franceses que habían sufrido algún perjuicio en las guerras civiles. Esperpéntica la demanda de un tal Remontel, pastelero, que exigía 60 mil pesos, suma equivalente a muchos millones de hoy día. El gobierno del mediocre Bustamante no atendió aquel reclamo con la diligencia adecuada para desactivarlo y se exhibió no como el estadista que precisaba el país, sino como un funcionario mediocre al igual que todos los de su ralea. El gobierno francés envió diez buques de guerra al tiempo que lanzaba un ultimatum al que el Ministro de Relaciones contestó con la negativa a toda clase de arreglos mientras la escuadra invasora permaneciese en aguas mexicanas. Francia declaró rotas las relaciones con México y bloqueó los puertos del Golfo.

España se involucró en el conflicto. El Contralmirante Carlos Baudín,  Ministro plenipotenciario de su país, arribó a México en la fragata Nereida y tuvo una entrevista con el Ministro mexicano, al que exigió una respuesta al ultimátum de Francia sin obtener una respuesta satisfactoria. Trece días más tarde la escuadra francesa rompió sus fuegos contra San Juan de Ulúa.

La violencia de Francia contra nuestro país se había declarado. Como respuesta, el Gral. Antonio Gaona, con 1,100 soldados y 47 cañones, resistió por más de 4 horas un ataque de la escuadra gala, que empleaba 108 piezas de artillería, y el testimonio del Comandante de Veracruz:

“Gaona capituló de manera cobarde”.

Es la historia que escriben los mediocres, y la historia, cansada de crear… (¡Cuidado!) Y fue entonces: los mediocres acudieron a los servicios del tenebroso, según la historia oficial, López de  Santa Anna, que en medio de una niebla de la que se aprovechó el invasor, perdió una de sus piernas. Más adelante, ante las pretensiones de volver a la presidencia, circularía la cuarteta: “Santa Anna quiere corona – la tendrá de hoja de lata – porque si la quiere de oro – le constará la otra pata”.

Conclusión de la felonía francesa contra nuestro país: con el tesoro público en bancarrota, un gobierno que había jurado nunca reconocer deuda alguna al francés ni entregarle un centavo, a querer o no pegó el reculón y pagó no 60 sino 600 mil pesos que no debía, y el colmo del esperpento: al paso del tiempo y con un gobierno francés disminuido, cuando México intentó pagar 200 mil que restaban de la “deuda” ya no había quién los reclamara. Mis valedores:

 Con los mediocres Bustamantes de hoy día tener presente el terrorismo contestatario de un trío de islamistas contra Charlie Hebdó, pero no por eso olvidar la Francia de la Guerra de los pasteles. (Vale.)

¿Celebraciones? En el panteón

Y cuánta razón asiste a Orwell cuando afirma que todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros. ¿Pues qué, a escala de vidas humanas no valen lo mismo unas que otras? ¿Las 45 que fueron asesinadas en la comunidad de Acteal, Chiapas, un 22 de diciembre de 1997 valen menos que los 11 funcionarios del semanario francés Charlie Hebdo? ¿Valen más los satíricos que befan las figuras de Cristo y Mahoma que los evangélicos que en Chiapas son perseguidos, torturados y asesinados  por priístas católicos? Pero fanáticos también por los rumbos de Hidalgo.  Ixmiquilpan:

“La mayoría católica de esta población prohibió que los restos de una indígena evangélica fuese sepultada en el panteón local. En abril del 2001  el delegado municipal prohibió la sepultura de un difunto protestante en el cementerio porque sus parientes practican una religión diferente a la de la mayoría, que es católica”. El abogado de los Evangélicos:

– Los católicos rechazan a lo obcecado la coexistencia. No es la primera vez que se muestran intolerantes, ya antes impidieron enterrar a  dos finadas, entre otros vecinos muertos en  distinta religión.

Contra la atrocidad del fundamentalismo islámico lo aconseja el religioso: ¿Qué significa, oh musulmán, ese aire de superioridad? Abre tu corazón al cristiano, libera tu mente de esta vanidad. Siguiendo a Mahoma, ¿te consideras creyente y a él le consideras infiel por seguir al Mesías? Cada cual reza a lo que cree; su Dios es hechura de sí mismo, y al rezar se honra a sí mismo. Por eso anatematiza las creencias de los demás, lo que no haría de ser justo. El desagrado hacia la religión ajena se basa en la ignorancia. Dios, el Omnipresente y el Omnipotente, que no está encerrado en ningún credo ni religión. A donde quiera que os volváis allí está el rostro de Dios.

El místico sufí: Lo importante no es lo que una persona dice de su fe, sino lo que esta fe hace de esa persona.  Si sientes en lo más profundo de ti mismo que eso que te incita al bien es tu amor por Dios y tu amor por los seres humanos que Dios ama; si piensas que el mal consiste en apartarse de las personas porque Dios las ama como te ama a ti, y que perderás tu amor por Dios si haces daño a aquéllos a quienes él ama, todos los seres humanos, entonces tú eres discípulo de Jesús, cualquiera que sea la religión que profeses.

¿La violencia un asunto de religión? No,  que de religión nada tiene y sí mucho del salvajismo que el dogma vomite sus heces de intolerancia, prejuicios y sectarismos que revientan en violencia demencial. Teopisca, Chis. “Existe un clima de hostigamiento e intolerancia religiosa. El cabildo acordó negar en definitiva a los cristianos evangélicos la celebración de sus actividades religiosas por ser un espacio reservado a la Iglesia católica. ‘Si quieren hacer sus celebraciones, pues háganlas en el panteón’”.

Un sacerdote jesuita: Todos tenemos la suficiente religión para odiarnos, pero no la necesaria para amarnos los unos a los otros. Y Tertuliano: “Cada quien es libre para adorar a su propio Dios. Esto no daña a terceros. Imponer una religión es contrario a la religión.

El presidente municipal de San Juan Chamula, priísta:

Vamos a seguir matando a todos los no católicos. Les mocharemos la cabeza. Paraje por paraje nos vamos, y a seguir cortando cabezas.

¿Los comentaristas? Esos,  silencio. ¿El cardenal Rivera, que ora por las víctimas del fundamentalismo? Ese, silencio.  Es México. (Qué país.)

El periodismo, mi oficio

Revisar libertad de expresión en los medios. exige el Sec. de Gobernación. Se ordena a los mediosabstenerse de difundir manifestaciones que busquen denigrar, calumniar, infamar, injuriar o atacar la honra y reputación del PRI y sus candidatos. El infractor se hará acreedor a una sanción.

La libertad de expresión en México, mis valedores. La obscenidad  se publicó en el matutino de hace algunos ayeres, pero en nuestro país  no hubo fundamentalista que vengara la ofensa. La deyección del desbozalado ultraderechista:

“En 1968 un grupito de locos, hoy transformados en opulentos burgueses,  montaron una grotesca conspiración golpista para derribar al gobierno y montar la dictadura marxista. Se estrellaron contra Díaz Ordaz, apoyado resueltamente por el ejército. Sólo contaron con la militancia aborregada de la clase social más fácil de manipular por su inexperiencia e inmadurez: algunos estudiantes de universidades dominadas por la caterva intelectualoide del marxismo.

Utilizaron a su santón y lamebotas castrista: Lázaro Cárdenas, quien montado en el toldo de su auto, en el zócalo capitalino, arengó a una masa de gritones para ocupar Palacio Nacional. La respuesta de los motineros enemigos de México: ¡Revolución Sí, Olimpiada No! Pero obreros,  campesinos, clases medias y la Nación entera les dieron la espalda.

El 2 de octubre los traidores lanzaron a las juventudes a su última trampa sangrienta. Su estrategia: provocar a nuestras Fuerzas Armadas. Nuestro Ejército no cayó en la trampa. Nuestros soldados fueron agredidos por los francotiradores terroristas que previamente se habían escondido en lo alto de los edificios. El Ejército protegió primero a los civiles que se vieron envueltos en la balacera. Después dirigió el fuego contra los francotiradores. El complot traicionero de la antipatria roja fue aplastado y el Ejército salvó a nuestra nación. Si México es libre es gracias a la valerosa y fiel acción del Ejército Mexicano, que afrontó la guerrilla del golpismo extranjerizante, fundado en las férreas y patrióticas voluntades del Presidente Díaz Ordaz.

Al designársele embajador en España (1977) Díaz Ordaz recordó en una tempestuosa entrevista de prensa que si de algo se sentía orgulloso era de su conducta en esos trágicos meses del otoño del 68, pero de lo que más se sentía orgulloso era de sus acciones ese 2 de octubre. ´Puse todo en la balanza, mi seguridad, mi nombre, mi honor, mi vida misma, pero al fin salvé a México de haber perdido nuestra libertad. Eso lo estamos gozando todos, incluso usted, muchachito, pues si no hubiera ocurrido así, usted no estaría ahí preguntando’.

La conjura comunista del 68 fue la gran derrotada. México y sus libertades los ganadores, gracias a la firmeza patriótica de Díaz Ordaz y nuestro Ejército Nacional.¡Y que sigan chillando los huérfanos del Kremlin!”

Las suciedades de género distinto:   En 1999 lo publicó Mario Renato Méndez en la revista Por Esto:

Una madrugada me llaman y me dicen: ¿Cuánto te tocó? / ¿Cuánto me tocó de qué?  / No había reconocido la voz. / No te hagas, que también tú recibiste tierras en Cancún. / Me empezó a sonar familiar la voz, pero no la reconocía bien. / ¿Quién habla?, pregunté. Era El Mulixto, o sea Luis Donaldo Colosio. Yo le decía así: Mulix, y él me decía El Grandote. Y empieza la plática y me voy enterando que Carlitos Menéndez Navarrete recibió 300 hectáreas para guardar silencio absoluto sobre las actividades del narcotráfico en Quintana Roo.

El  periodismo, mi oficio. (Uf.)

¡Viva la muerte!

El grito que un 12 de octubre de l936 lanzó algún franquista anónimo en la Universidad de Salamanca, repetido ahí mismo por el general franquista José Millán-Astray, parece  resonar nuevamente, de manera simbólica,  en el mundo occidental: ¡viva la muerte!

Porque ocurre que con motivo de la masacre de 11 funcionarios del semanario Charlie Hebdó, más un policía que guardaba las instalaciones, perpetrada el pasado 7 de enero, funcionarios gubernamentales  con muy poca aceptación por parte de los ciudadanos aprovecharon el derramamiento de sangre por parte de algunos fundamentalistas islámicos para elevar sus bonos reprobando el asesinato y entonando loas a una hipotética libertad de expresión. ¡Viva la muerte! ¿Por los suelos la popularidad de Francois Hollander? ¡Viva la muerte! ¿Marino Rajoy en dificultades ante sus paisanos españoles? ¡Viva la muerte! ¡El genocida Benjamín Netanyahu! ¡Y los comentaristas a mentar choques de civilizaciones y exaltar una hipotética libertad de expresión. Bien hayan  oportunismo y doble moral, porque quienes protestan contra la barbarie son los representantes de naciones invasoras, guerreras, genocidas, colonialistas, saqueadoras de las riquezas de las naciones débiles. ¡Viva la muerte! Dígalo, si no, el comercio en brama desatado por la masacre.

Así es como el orbe vive a estas horas un estridente ruiderío mediático y un obsceno proceso de doble moral,  dividido entre los buenos, los civilizados, y los fanáticos fundamentalistas que no soportan, en obsequio de la libertad de expresión, burlas recientes y befas de los caricaturistas de Charlie Hebdo contra Mahoma el profeta, como antes tomaron de blanco para sus befas a Cristo Jesús. Y que viva la libertad de ofensa, blasfemia y sátira, y que nadie trate de tomar represalias contra la libertad de expresión…

Por lo pronto, el asesinato de casi una veintena de entes humanos ya reditúa buenas ganancias: de un modesto semanario que de un tiraje de 60 mil ejemplares ahora amanece entregando a los ávidos ¡5 millones! Y lo que falta. Todo por la acción de un grupo de fanáticos asesinos, sin más.

¿Sin más? El de los asesinos de casi una veintena entre periodistas y policías es terrorismo,  y hay que castigarlo según la ley. Por supuesto, pero cabe aquí la pregunta: ¿se trata de un terrorismo causa o de un terrorismo efecto? ¿Pasado y presente de naciones europeas con sus acciones de guerras, invasiones, colonizaciones, masacres y genocidios, saqueo de los recursos naturales e imposición de dictadores y gobiernos peleles, esos no constituyen actos de terrorismo? ¿Los  Nixon, Truman, Kennedy, los Bush y sus aliados ingleses, franceses y demás gobiernos anuentes, no  perpetraron monstruosos actos de terrorismo al por mayor, como lo llama Noam Chomsky para distinguirlo del terrorismo al por menor, el contestatario (táctica errónea) que perpetran sus víctimas?

Causa y efecto. El horror ocurrido hace días en París, ¿la eterna lucha de Oriente contra Occidente?  No. Grecia frenó a los persas de Darío y Jerges, pero éstos fueron agredidos por la rebelión de los jonios. En Platea, Maratón y Salamina los griegos se redujeron a la defensa de su territorio. Ahí, en el IV a.J., Occidente rechazó la autocracia y como sistema político impuso en el mundo la democracia. ¿Y? ¿Cuál es la historia de las naciones europeas y del dañero mayor, el de la atómica sobre Hroshima y algunas más? Pero  la hipocresía y una doble moral que, misterios de la axiología, por ser doble carece  de autoridad moral. (Sigo después.)

¡Goool!

Fin de semana. Ciudad capital. Tarde parda, lluviosa. Embotellamiento en el sur. En el tablero del auto oprimo uno de los botones de la radio y me entero, cosa que alivia el agobio de una marcha vehicular a 50 metros por hora: si nos atenemos a los comentarios radiofónicos (graves, sesudos, prosopopéyicos) mi país  es la capital mundial del clásico pasecito a la red. Estimulante.

En una polémica que entrevera voces vehementes escucho que “me perdonan, pero el Chicharito no es Romny”.  Rápido el cambio al siguiente botón. “Bueno, pero notemos que el Atlas se sublima cuando juega con las águilas”. Y que el Tri ya tiene la nueva mentalidad que le inyectó un Piojo. Yo, los dientes apretados, de repente válgame, que me antellevo una de las vallas anaranjadas que asesinan tres de los cuatro carriles. ¿Que qué? Ah, bueno. Quezque mi madre. Gracias.

Apachurro el botón de junto. ¿Así que “empate intenso”? ¿Así que el Toluca, con ese portero? ¿Localía, nueva mentalidad, nueva filosofía? ¿En el clásico pasecito a la red? Motores recalentados adelante y atrás, que amenguan el frío de la tarde. El siguiente botón. Y qué campanuda la voz cuando afirma que “mientras en nuestro futbol no exista una fe y una mística vamos a seguir en la media tabla. Porque los dueños de clubes…”

¡Y el condenado micro, que casi me incrusta su trompa  en la salpicadera!  Freno el balón. El coche, quise decir. Aprieto los dientes. El  siguiente botón y la tronante voz: “El aficionado tendría que ¡exigir! a la directiva. ¿O qué, la opinión de quien paga su boleto no es prioritaria?”

Doble apretón al control, y el merolicronista: “porque lo acaba de asegurar el dueño de las chivas: amenacé al Piojo con transferir a Chicharito si no lo debutaba!” (si no lo debutaba, pa su). Y “algo  tiene que hacer el nuevo entrenador para sacar del bache a las chivas. Desde que a chivas lo adquirió  (vale) Vergara… (¡Ya me soltó el albur!)

Válgame. ¡”Alargan su invicto!” Siento seca la boca, y sí, en efecto: mi país es la capital mundial del futbol. Aquí se vive, se siente, se respira y se come futbol. Por lo visto (por lo oído) “nuestro” balompié debe ser el mejor del orbe, si así merece la gracia del comentario en nueve estaciones de radio capitalinas. De otra manera el aficionado no se dejaría  manipular por una cáfila de merolicronistas que así me lo convierten en héroe por delegación…

Oscurece. La lluvia, en un ser. Frío el ambiente, con un vientecillo que se incrusta en la médula de los huesos. Pero muy poco me falta ya para la cobija y el edredón. La última posibilidad en la radio y ahí el milagro: en la postrera de las opciones una  untuosa voz de varón me jura que el mejor guardaespaldas que puedo conseguir, uno que me enseña la caridad, el amor y la fe es Dios. Vaya, pues. En mi país no sólo de gol vive el hombre, gracias sean dadas al guardaespaldas divino.

Diez de la noche. Logré llegar a mi casa, tomar mi infusión para aplacar los nervios y tomar también la revancha, vengativo que soy. Solo y mi alma en mi habitación, clamo, alta voz:

Tienden los comentaristas a acentuar el carácter estético del futbol. Hablan de estilos y técnicas como hablarían de una escuela pictórica, pero no debemos engañarnos: tan sólo se trata de crear una seudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Simulan un serio estudio de algo de lo que nada hay que comentar, aparte de algunas elementales reglas de juego.

Merolicronistas del duopolio dejaran de ser.

¡Y goool de..! (México.)

 

¡Perdí la razón!

De aquel mi viaje a San Miguel de Allende les hablé ayer, y de que a mí, citadino distante de ciertos rigores de  Madre Natura, un sol como toro en brama me sancochó los sesos y me arrojó a la región de la fiebre y los delirios. Aquel mediodía mi anfitriona sanmiguelense: “El balneario no te bajó la fiebre, pero la doctora sí te va a aliviar”. Y allá vamos. “Es veterinaria”, me dijo. Yo, aquella corazonada…

La granja porcina. Mi razón, enrevesada. La doctora hablaba por teléfono. Larga distancia al DF. “De inmediato va para allá su pedido”. Colgó. Me observó. Enterada de mi dolencia dijo a mi anfitriona: “Déjemelo aquí, yo lo regreso a su destino”. Y quedé en manos de aquella hembra de ojos verdes y redondos. “Circe es mi nombre. Aquí espere”. Y desapareció. El ruido de la licuadora. Yo, la punzada en las sienes. Insolación.

– Beba.

Bebí el líquido verdiespeso con leve gusto a licor, con ácido sabor de raíces y jugos de alguna yerba levemente olorosa a laurel. Y fue entonces. ¿Qué tan prolongado sería aquel sueño en que me derrumbé? ¿Fue desmayo, sopor, delirio que me arrojó fuera de mi? ¿Cuánto  tiempo me habré salido del tiempo, del mundo, de la vida? Y lo que son de embelecadores los líquidos verdiespesos: poco a poco fui saliendo de mi muerte fingida, y sentí mi cabeza a punto del estallido, y el latir de mis sienes, y el quejido que me brotó de un gañote anudado. Hasta  lo más recóndito de una conciencia entumecida escuché a  la nombrada Circe, leve acento extranjero:

– Ya es hora de entregar el pedido. A cargar el camión.

Unos brazos me alzaron por hombros y piernas;  quedé en posición fetal. Bamboleos. A las sacudidas sentí en mi inconsciencia la dureza del piso en cuadriles y costillar y el  tufo aquel entre agrio y nauseabundo. Escuché en derredor la barahúnda de ásperos sonidos. Con precaución entreabrí los ojos, y ahí el leve claror de una tarde que cede ante la oscuridad que se insinuaba en el recinto que me transportaba. ¿A dónde? Mi mente, lúcida, ya sin rastro de la insolación, pero…

¿Y ese rumoreo como de sonidos que parecían salir de gargantas ebrias con algo animal en sus inflexiones? En la penumbra de la hora miré en torno,  ¡y el horror! Iba yo  rodeado de cerdos de toda forma y tamaño: cuinos, capones,  ñengos talachones de lomo cerdoso que parecían sostener un animado diálogo de gruñidos. ¿Pero sus voces no tenían tintes humanoides? ¿Y no me observaban algunos? ¿No parecían secretearse? ¡Y ya no era el efecto de la insolación! ¿Tendría razón la delirante parrafada “científica” que acababa de leer?

 “Con los avances de la ingeniería genética será factible reproducir gemelos idénticos o  fecundar óvulos de otras especies con esperma humano. Será posible la cruza de humanos y animales”.

En la entraña del espanto me puse a atender el gruñir de los cerdos. Algunos seguían observándome, se secreteaban, sacudían las orejas.  Sentí enloquecer ¡porque al modo del mítico Melampo entendía yo el lenguaje de los irracionales! ¡Y discutían acerca del destino que les aguardaba en la ciudad!  Se me acercó una cerdita de pelaje  blanco:

– ¿Y usted, compañero? ¿Va destinado al narco, al ejército, o a la policía?

– No, yo lo miro como que  medio zacatón. Pa mí que a ese lo mandan pa candidato del PRI o del PAN.

Habló el ñengo talachón, espinazo de cerdas amarillentas:

– ¿Ese? ¿No ven que es capón? ¡Ese va pa candidato de los chuchos! ¡Es nuevo izquierdero, el  muy poca madre!

¿Yo chucho? ¡Nooo!, y el gruñido me salió del cogollo del corazón.

Quezque chucho. (Agh.)

Cerdos nada más

De mi viaje a San Miguel (de) Allende hablé a ustedes ayer, y que lo recorrí de la mano de Tehua, que me alojó en su casa. Yo, mano en mano de mi amorosa sonsacadora, inicié aquel deambular de barrio en barrio, ella relatándome leyendas, consejas, díceres y tradiciones orales que hablan  (susurran) de personajes hazañosos en olor de formol y de  naftalina que poblaron, que fundaron San Miguel Allende. Tehua, la que enseñó a las alondras a cantar.

– En la casuca aquella, al final del callejón, se aparece el ánima de un caballero de alcurnia que mancilló a su propia hija, la cual, no pudiendo soportar semejante horror, ¿qué crees?

Y que detrás de esa barda barbona de yedras habitó La Malmaridada, que al ser muerto su amante por el marido (ay, Dios) invocó al Maligno, y por acá el ánima del ajusticiado, y el arriero del camposanto, el monje abarraganado que al entrar en trance de muerte… Las almas de las fieles consejas…

Noche cerrada. San Miguel Allende me llevó de la mano a deshilar el tejido de su vida nocturna.

Salón por salón, antro por antro, yo,  agua de chía o  mi café de olla, viví aquella noche tibia y callada que parecía aguardar a un Flaco de Oro que le romanceara el bolero de mucho amor. (¿No los estaré aburriendo? Sigo, pues.)

Otro día, la gloria de viandas sápidas, aromáticas, cilantro y orégano, dulces dulcísimos, unas pirámides, no de Keops sino de nieve, chupeteadas al amor de las frondas de la plaza principal, yo cerrando los párpados y abriendo de par en par las papilas gustativas para mejor percibir los sabores: nuez, coco, cajeta envinada (¿no les hace agua? Perdón). Nieve con qué torear ese garañón de fulgores y reverberancias que partía plaza por medio cielo, o partía cielo por media plaza. Cuándo iba a imaginarme lo que vendría después…

Ahí, las vetustas canteras, arte y abolengo, la Casa de la Cultura: óleo, acuarela, música de cámara. En el corredor murales, y en el aula el poema de pie quebrado, la endecha, el alejandrino, la octava real. Y el sol, que se desplomaba en olas de lumbre, sol en brama que me sollamaba los sesos, y el ardor en las venas, y el ahogo y las punzadas. “¿Acalorado? Al balneario, mi valedor”. Y allá vamos, al remolino de los delirios.

Allá enfilamos por una carretera que en pleno mediodía hervía de reverberancias. Yo, el calenturón. “La granja, ¿la ves?”. La vi: “Parece casa de gringos” “Es de gringos y cochinos”, dijo ella, y yo: “Cochinos y genocidas, que por el mundo desparraman sangre, miseria, lágrimas y dolor”.

Que ese era gringo de otros cochinos, de los que más allá de los cisticercos a nadie hacen mal; que aunque gringo, era amigo, y que alguna tisana me daría para retirarme el ardor de la sangre. Como calabaza en tacha los sesos, a punto de estallar como conflicto israelí-palestino, por más que ese no  es de los sesos, sino de los esos. Y el solazo, y la resolana, la sofocación y el ahogo. Llegamos. Oí vagamente: “Los capitalinos, mister, que no aguantan nada”.

El frescor de la finca. Más allá de la malla ciclónica, la promiscuidad de chanchos graneados, unos cuinos y otros ovachones, los guerejos trompa rosada, los enteros, los capones y los hocicotes,  los cerdosos cerdos de espinazo erizado de  púas, los gruñidores talachones, y aquel alboroto, que ni  diputados en plena sesión. Mi cabeza, mis pobres neuronas, ánimas que se me tateman en el purgatorio del sol.

En la oficina, el gringo al teléfono. Larga distancia. Al hablar apapachaba en sus brazos…

Esta fantasía termina después.  (Por hoy sólo Tehua.)

Tehua, canto de alondra…

María del Rosario Graciela Rayas, mis valedores, queretana de San Miguel (de) Allende, sé lo que digo.  ¿Que no la conocen, que nunca la han oído mentar? En cuanto les diga su nombre artístico la van a reconocer. Tehua, privilegiada voz y en algún tiempo mi amiga, con la que dos días antes de su fallecimiento dialogué por teléfono y conocí lo grave de la enfermedad que la llevó más allá de la Gran Interrogante.Platicando, platicando, “ya me hiciste reír”, me dijo, y yo agradecí con ese rato de humor el hecho de que a su hora me haya llevado a San Miguel Allende, alojado en su casa y mostrado la vida nocturna de aquella mágica comunidad. Hoy, a meses de su deceso, la recuerdo escuchando conmigo y yo con ella aquella música de cámara, Tehua una copa  y yo mi infusión de flor de tila. Tehua, la bienquerida…

En cierta mañana de San Miguel Allende sufrí aquella insolación, y no atino a dar con la causa de la repentina alucinación que a manera del mítico Melampo pude entender el lenguaje de los cerdos en cierto criadero en las goteras del caserío. Hoy, boca arriba en mi cama, pienso en Tehua, en la magia de San Miguel, en la fementida insolación que me llevó a escuchar el diálogo de los cerdos,  y me pregunto:

¿Sería el sol, sería el tanto nadar en la alberca? ¿Fue mi conciencia, por disfrutar de la compañía clandestina de cierta dama casada? ¿Ya estaré para el psiquiatra?, me preguntaba. Lástima grande sería, porque los tales suelen cobrar por media hora como damisela del Tlalpan nocturno, pero mucho más caro, y proporcionándole al cliente mucho menos placer.

Estoy, en mi remembranza, en el atardecer de San Miguel Allende.  A lo lejos, las campanas. A lo lejos. A oscuras como permanezco en mi cama, en la mente se me agolpan las imágenes deleitosas de aquel caserío de magia y encantamiento que se desparrama, se despatarra, en la ladera del cerro. Y el sueño, andavete…

Todo ocurrió hace ya tantos ayeres, en la azozobrante compañía de aquella sota moza voz de miel y azúcar cande, cantadora de las viejas canciones de la tierra vieja, que me llevó a reencontrarme con la ciudad de Querétaro (cantera rosa, baldosas, cielo de color azul cielo) y que, tonadas y leguas más tarde, de súbito,  al salir de un recodo: “San Miguel de Allende, mi amor”.

Su amor aquel San Miguel que se me venía encima. Quedé encandilado. Ah, vista magnífica de aquel caserío pespunteado de arcadas, follajes, muros conventuales. Ahí, con un sol en derrumbe que se estrellaba en el horizonte, la vista de un panorama cubista de luces, luciérnagas, rajuelas de plazas y calles y callejones, de follajes y hornacinas, nidal de nocturnas consejas. San Miguel Allende

Esa calleja empedrada, esos arcos, el patio recoleto, una mansa manada de azoteas sesteando al amor de los flecos de un follaje rabiosamente verde, y el deambular de sombras pueblerinas y, de repente, en la gloria del crepúsculo, el collar que se desgrana: la reventazón de esquilas y el voleo de  campanas. Ah, el entramado de calles que, al modo de mi Zacatecas la capital, resultan ser una broma pesada. Y ya trepar por el callejón, ya bajar calle adelante, detenerse en el manchón de eucaliptos y contemplar, desde esa eminencia, un caserío de lo real maravilloso que olía a poma y poema, a raíz, a miel recién derramada, que diría Rulfo. Y ese aire diáfano que se me venía encima con el cuajarón azul de todo el firmamento. Yo, de repente, aquella corazonada. Cuándo iba a imaginar…

Eso, mañana. Por hoy, recordar a Tehua, la bienquerida. (Vale.)

Para usted, ese enfermo bipolar

Este mensaje le envío para asegurarle que a medida que pasa el tiempo va usted desmereciendo a mis ojos. Que  no ha estado a la altura de las expectativas que aún despierta en algunos desesperados que se afianzan a usted como al clavo ardiente. Porque entre los vecinos es usted un enclenque en quien pocos confían. Cuándo iba yo a imaginar que  un forastero sobrón y acomodaticio viniera ¡a la propia casa de usted!, y a querer o no desplazarlo, dictar condiciones y a acaparar el interés de amigos y malquerientes. Uf.

Usted es nuestro paisano, radica entre estos vecinos  y con la anuencia de todos está donde está. ¿Y? ¿Cuando por voluntad vecinal un mediocre ha logrado crecer en presencia y prestancia, evitando el sello de marioneta inmadura, de criatura  pequeñina e insignificante, que en su propio terreno camina de puntitas tratando de no  hacer ruido al forastero que le tomó la medida y lo exhibe de inservible, o casi, ante el vecindario? De dar pena. Propia y ajena. De no ser un ente sin espinazo, ¿permitiría que lo domine un forastero que vino al barrio a imponerse y a minimizarlo, a ordenarle y a ponerlo en evidencia delante del vecindario? Suerte ingrata: tener que depositar nuestra esperanza  en uno que se culimpina ante el prepotente fuereño. Por eso es que sus paisanos de mala intención me  lo tienen en poco, pero los de blando corazón lo tenemos en nada, sin más. ¿Habrá posición más lastimosa  y desairada que la suya, mi señor?

Observo su actuación siempre errática, fluctuante y sin  dirección, característica  de su trastorno bipolar: en su reciente etapa maníaca contagió a los vecinos de su  euforia y optimismo, qué bien. Pues sí, pero ahora, en su etapa depresiva, no ha tardado en desmoronarse y desmoronarnos en desalientos y depresión. Lóbrego.

Pero masoquista que soy: despertando apenas (a penas)  me avoco a saber de usted, y el enterarme de lo aguda y grave que amaneció su depresión, qué contrasentido, me tumba las alas del corazón.

Yo tengo un empleo, por más que muy mal remunerado, pero con usted no gano para verguenzas. Parecería que la Moira se ha propuesto ensañarse con usted; que las Erinias se complacen en castigarlo como ni siquiera a Orestes luego de que asesinó a su madre (la madre de Orestes, que usted, por sus actos, no parece tener a quien asesinar.) Señor:

¿Sabe usted que la reacción inestable del adicto al licor o a otras drogas es muy semejante a los bandazos que caracterizan su bipolaridad manifiesta, señor? Ahora mismo examino, a modo de electrocardiograma, el subibaja de su conducta reciente,  tan estrepitosa y decepcionante, y qué hacer…

Pero un momento, que la befa no es nada más para usted; a querer o no, todos la compartimos por habernos culimpinado al parejo de usted, y así  mantenernos ante la prepotencia del fuereño invasor. Usted padece en silencio la humillación, pero nosotros aun alardeamos de nuestro vasallaje al intruso, que a lo desvergonzado imitamos en su lenguaje, sus modas y modos, su código de valores, en todo. Somos imitamicos, que dijo el poeta, pero imitamicos de segunda cada día más…

Pero pensándolo bien: todos sus defectos son nuestros defectos, y algo positivo para usted: los dinerosas y de medio pelo me lo ningunean, pero las masas populares con qué avidez lo oprimen en sus manos, lo acarician y cachondean.  lo cuentan y lo vuelven a contar. Todo lo bueno y lo malo de usted lo es de todos nosotros, entrañable y endeble pesito mexicano. Y qué hacer, si  todo esto es México, nuestro país. (Uf.)

“Tal vez un jalón de orejas”

Tal pudo haber sido el resultado de la entrevista que acaban de sostener Peña y Obama en Washington, porque, según la nota del 6 de enero en Reforma, “El Gobierno mexicano está abierto a escuchar las preocupaciones de funcionarios estadounidenses en torno al caso de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa. Obama quiere un vecino estable”.

Pena propia y ajena, vergüenza por mí y por gobiernos castrados que nunca  atendieron las advertencias de nuestro genio americano José Martí. Va aquí, por flagelarme, La compra de la república, fantasía de G. Papini.

“He comprado una República. La ocasión era buena y el asunto quedó arreglado en pocos días. El Presidente tenía el agua al cuello; su ministerio, compuesto de ineptos, era un peligro. Las cajas del país estaban vacías; imponer  nuevos impuestos hubiera sido la señal del derrumbe de todo el clan que se hallaba en el poder. Un agente americano que se hallaba en el lugar me avisó. El ministro de Hacienda corrió a Nueva York; en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de dólares y asigné al Presidente, a todos sus ministros y a sus secretarios, unos emolumentos dobles de aquellos que recibían del Estado. Me han dado en garantía –sin que el pueblo lo sepa- las aduanas y los monopolios. Además, el Presidente y sus ministros han firmado un contrato secreto, que me concede prácticamente el control sobre la vida de la República.  Aunque yo, cuando voy allá, parezca un simple huésped, soy, en realidad, el dueño del país. En estos días he tenido que dar una nueva subvención para la renovación del material del ejército. Me he asegurado, a cambio, nuevos privilegios…

El espectáculo, para mí, es bastante divertido. Las Cámaras continúan legislando (en apariencia) libremente. Los ciudadanos siguen imaginándose que la República es autónoma e independiente, No saben que todo cuanto se imaginan poseer –vida, bienes, derechos civiles- despende en última instancia de un extranjero desconocido para ellos, es decir, de mí…

Mañana mismo puedo ordenar la clausura del Congreso, una reforma constitucional, el aumento de tarifas de aduanas, la expulsión de mi país de los emigrados. Podría, si yo lo quisiera, revelar los acuerdos secretos de la camarilla ahora dominante y derribar así al Gobierno, desde el Presidente hasta el último secretario. Y no me sería difícil obligar al país que tengo bajo mi mano a entrar en una guerra que no le incumbe, que no es suya. Esta facultad oculta e ilimitada me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todos los fastidios de la comedia política es una fatiga bestial; pero ser titiritero que detrás del telón puede solazarse tirando de los hilos de los fantoches obedientes a su movimiento, es una voluptuosidad única. Mi desprecio de los hombres encuentra un sabroso alimento y mil confirmaciones…

Yo soy el dueño incógnito de un país en desorden (…)  Quizá otras naciones viven, sin darse cuenta, bajo una dependencia análoga de soberanos extranjeros”.

No, quiero suponer, las naciones que a la advocación de Bolívar integran la UNASUR, cuyos gobiernos no viajan de obsecuentes (no voy a escribirlo como lo pensé)  a ofrecer en charola de crudo la reforma energética y otras diez más. No ellos, que comienzan a darse cuenta de lo bien que sienta al humano  la dignidad.

Mis valedores: este es el México manejado por los hermanos siameses: el PRI tricolor y el PRI albiceleste, alcahueteados por el colaboracionismo amarillento de los chuchos migajeros.  (Trágico.)

La industria del narcotráfico

Así pues, mis valedores, ¿cómo se inician los horrorosos tiempos del narcotráfico, con su secuela de sangre, luto y dolor en un México que por eso mismo se torna vergüenza internacional? Aquí el remate del documento que aclaras la génesis y desarrollo del horror que, iniciado hace décadas, continúa el día de hoy. Con sintaxis, comillas y anotaciones del remitente:

.En toda la década de los setenta, en el ámbito de la política se encumbra la corrupción con impunidad, creando una era de “oscurantismo político” en donde la ética es absolutamente desechada.

Entrada la época de los ochenta ya estaba maduro el campo de la política para ir dando paso al proyecto económico neoliberal. Fue tal la acumulación de riqueza al amparo de la corrupción, que los dueños de enormes fortunas aprovecharon la oportunidad de apoderarse también del poder político.

Después de Carlos Salinas y hasta el día de hoy los presidentes de la República han sido simples empleados de los “poderes fácticos”, esto es, de los dueños de las grandes empresas, oriundas o transnacionales, que son los que los colocan en Los  Pinos.

Algo que debemos considerar como parte del análisis es lo siguiente: en el siglo pasado existieron dos grandes guerras mundiales. Estas guerras fueron enfrentamientos entre competidores del mismo signo que luchaban por apoderarse de los mercados. A semejante fenómeno se le denomina “pugnas interburguesas”. Son  constantes los enfrentamientos entre grupos monopólicos para apoderarse de las plazas o mercados.

En el caso de la guerra de Irak resulta evidente que los dueños de las grandes corporaciones petroleras apoderadas del gobierno de los Estados Unidos fueron quienes declararon una guerra de la que  salieron beneficiados.

El Narcotráfico como una Gran Industria

El narcotráfico fue creciendo, sobre todo al amparo del consumo dentro de la población de los Estados Unidos, hasta convertirse en una de las empresas más rentables del mundo. El ejército y las policías eran los factores que desde los gobiernos (federal, estatal, municipal) instrumentaban la producción, la transportación y la distribución de las sustancias enervantes. Los altos mandos tenían a su servicio a miles de elementos civiles que eran los que laboraban en esa empresa descomunal.

Los “civiles” comenzaron a destacarse, ya que ellos eran los productores y distribuidores directos de la droga. Una parte sustancial de las ganancias se quedaban con tales colaboradores. Esa rápida y gigantesca acumulación de riqueza fue convirtiendo la parte civil del narcotráfico en uno de los elementos de los poderes fácticos. En todo el mundo, incluyendo para del gobierno de EU el narcotráfico compra alcaldías, gubernaturas, senadurías, diputaciones, jefaturas de zonas militares, procuradurías, presidencias de la república, etc.

La lucha contra el narcotráfico que pregonan  los gobiernos es una farsa. Los EU son los consumidores más grandes del mundo y nunca se realiza la aprehensión de los grandes capos de la droga, aunque audazmente se atreven a autonombrarse los certificadores de las naciones que cumplen o no a su criterio de lucha contra el narcotráfico. ¿A ellos quién los certifica?

La guerra de ese narcotráfico en nuestro país es una pugna interburguesa en donde cada uno de los cárteles de la droga busca apoderarse del mercado de los otros competidores, pero donde en forma alguna se busca combatir un  narcotráfico que  sigue creciendo. Caso emblemático es el del vecino imperial. Tal es nuestra realidad  hoy día. (Trágico.)

Militares y narcos, ¿siameses?

Sigue aquí el documento que me hizo llegar el maestro sobre la génesis del crimen organizado en este país, que describe los enfrentamientos provocados entre miembros de la policía del DDF y la Federal de Seguridad por la disputa de las “islas” de la UNAM, que convirtieron en centro de  distribución de drogas.

El Narcotráfico como Atracción del Turismo Extranjero

En el puerto de Mazatlán, Sin., antes de 1964 prácticamente no existía el tráfico de drogas. A partir de esa fecha se fue incrementando la distribución de la mariguana entre los miles de jóvenes norteamericanos que llegaban como turistas a las playas mazatlecas. Fue tal el auge en la distribución de mariguana que se incrementó exponencialmente el flujo de jóvenes norteamericanos que vacacionaron en las playas mazatlecas. Miles de vacacionistas inundaron los malecones y las playas fumando, abierta y públicamente, la mariguana. En las pláticas entre jóvenes amigos mazatlecos a veces llegaba un integrante metido en el tráfico, y al preguntársele si no tenía miedo de ser encarcelado, sonreía y se ufanaba de que su padrino era el gobernador del Estado.

El caso anterior sólo fue un exponente más del modelo que se aplicó en todos los centros turísticos del país.

Inicios del Narcotráfico como Industria en el Distrito Federal. Caso Colonia Tlacotal

Un egresado de la Preparatoria Popular escribió un libro autobiográfico en donde narra su origen poblano y la búsqueda de estudios por medio de la cual llega a la ciudad de México, asentándose en la  Tlacotal cuando esta colonia apenas empezaba a poblarse. En sus inicios, los pobladores del la Tlacotal eran personas de escasísimos recursos, pero vinculados al trabajo. No existían conflictos entre vecinos y sí y una gran solida4idad. En esa colonia vivieron el profesor Lucio Cabañas y su hermana.  Ambos eran profesores de escuelas primarias que ayudaban en sus reatos libres a los niños en su educación y, además, organizaban a la población  para llevar a cabo mejoras en la colonia.

Conforme se fue poblando la colonia fueron llegando jóvenes de otras colonias, y entre ellos elementos de la policía (madrinas) para invitar a los jóvenes a inscribirse en el Pentatlón con la motivación de desarrollarse en el deporte. A los reclutas se les daba un apoyo de 450 pesos. Para muchos jóvenes percibir esa cantidad era una fortuna, y por lo tanto aceptaron el ofrecimiento de hacer deporte y ganar dinero.

Todo parecía ideal, pero los “madrinas” iban seleccionando a ciertos jóvenes para preparar a unos como lo que al poco tiempo fue el grupo paramilitar Los Halcones. A otros se les entrenó como narcotraficantes. El Pentatlón no sólo operó en la colonia Tlacotal, sino en toda la ciudad de México.

Corrupción, impunidad y Gran Concentración de la Riqueza

Durante cinco décadas la Gran Familia Revolucionaria, es decir: la clase política mexicana, apoderada de las instituciones, generó un modelo de desarrollo que permitió, vía el Erario Público, acumular todo tipo de fortunas. La corrupción, aunada a la impunidad, generó una “subcultura” a la que se le designó como “cultura priísta”. La corrupción impune ha perneado todos los espacios de la sociedad. Todo se compra y todo está en venta, principalmente las conciencias.

En los 60s. se da una gran proyección a la ideología individualista inculcando el pragmático-utilitarismo. No ha importado, para esta cultura, el daño social que se ocasione, si reditúa ganancias para aquéllos que generan proyectos inescrupulosos.

(Mañana el final.)