Vientos electrizados

«Manifiesto a la Nación 2 de Octubre: Las perspectivas que se ofrecen al movimiento consisten en organizar, a niveles cada vez más elevados, la protesta y la oposición a un régimen cada vez más renuente a satisfacer las justas reivindicaciones populares. En adelante y para ser eficaz, esta organización deberá contar no sólo con los estudiantes, sino sobre todo con los sectores productivos de nuestra sociedad…»

Así es, mis valedores. Las aguas bajan turbias. Como en 1968, como después del 2 de julio del 2006, las masas se polarizan, se radicalizan, y un ambiente electrizado presagia tormenta, que ojalá no rebase los límites del presagia A propósito…

En las ruinas de Tlatelolco-1968 la vertiente proletaria-estudiantil fue capaz de crear unas formas de lucha que nos redituaron avances sociales, desde sindicatos independientes hasta la edificación de vivienda popular y una efectiva unión de diversos sectores productivos. Iba a ser LEA presidente, iba a ser el trabajo sucio de los colaboracionistas destructores del Comunista Mexicano los que lograrían destruir los logros del 68. Pero hoy los aires de Tlatelolco soplan, ominosos, y el conflicto del SME con el Poder electriza el ambiente. Viene aquí, pertinente, la herencia proletaria-estudiantil del 68. Que la estudien los electricistas, que rebasen la protesta multitudinaria. Los documentos de época:

Una de las tareas básicas del movimiento estudiantil es aunarlo con el movimiento obrero en las fábricas, sindicatos y empresas, por lo que esto ha de representar en el proceso democrático del país y como estímulo para otros movimientos de carácter igualmente popular o gremial. Lo más apremiante ha de ser estudiar las formas más adecuadas para articular de manera estable la acción de los estudiantes y la de los obreros.

Han funcionado las brigadas políticas de cada una de las diversas escuelas o facultades, cuya misión es informar directamente a la población, por medio de volantes, publicaciones y sencillos mítines, del significado del movimiento y acontecimientos que se vayan sucediendo a lo largo del proceso, a fin de contrarrestar la campana tendenciosa en relación al propio movimiento que llevan a cabo los medios de condicionamiento de masas, la gran prensa al servicio de los diversos intereses de la burguesía en el poder.

Los comités de Fábrica o de Sindicato de ayuda al movimiento estudiantil ha sido otra de las formas de actuar de los jóvenes. Los dichos comités están constituidos por grupos de obreros de las propias factorías o agrupaciones gremiales, las cuales mantienen informados del carácter y fines del movimiento al resto de los agremiados, ya sea por medio de volantes y de manera oral. En ocasiones son los propios estudiantes quienes explican a los obreros en las fábricas o en los sindicatos, de modo directo y de forma personal, acerca del objeto de su lucha y la razón por la que todo el pueblo debe participar, de forma preponderante la clase obrera.

Se planea integrar los comités populares (autogestionarios, digo yo): campesinos, estudiantiles, obreros o de grupos de la gente que habite en determinadas zonas urbanas. Se trate de que los proyectados comités sean como pequeñas semillas de una organización popular, nacional e independiente, que en el futuro pueda ser creada por la población. (Esa es mi propuesta hoy día. Pero unas masas apáticas, desidiosas, enajenadas…)

La acción del estudiantado ha centrado su expresión en las brigadas políticas, en los comités de fábricas y sindicatos, en los comités de defensa y autodefensa, etc. Infinidad de brigadas en toda la ciudad, realizan una intensa campaña de difusión del movimiento por medio de mítines relámpago de 150 brigadas políticas formadas por estudiantes de todas las escuelas en paro.

Del Manifiesto a la Nación 2 de Octubre: «Los estudiantes nos aliaremos de manera definitiva a los sectores productivos, destinados a promover los cambios en verdad revolucionarios que nuestra patria requiere. La organización estudiantil debe concluir necesariamente en la organización popular que, oponiéndose a las trabas que frenen el desarrollo histórico del país, convierte en realidad el objetivo de nuestro movimiento».

Objetivo, mis valedores electricistas, que sintetizó el clásico: un gobierno al que obedecer como sus mandantes. Sin más. ¿O que nos venzan las beatas del Verbo Encarnado? (México.)

Conócelos…

El ser humano, esa incógnita. «Conócete a ti mismo», aconseja el oráculo de Delfos, que Sócrates tomó de divisa. «Conócete, y conoce a los demás», le agrego. Porque, mis valedores, en el trayecto de mi existencia he conocido seres extraños, enfermizos, estrambóticos, cosa que los demás, al conocerme, dirán de mí. Y ya en el terreno de las confidencias…Tuve hace tiempo una relación de cortos alcances. Mujer de mediana edad, casada, bruscos ademanes y un rostro anguloso de pálida piel, supe por ella que su marido la había dañado, y que se vino a enredar conmigo porque conmigo el licor topó en tepetate. Trémula, ansiosa, la mujer exhibía los estragos de una aguda neurosis. «Y cómo no, ¿sabes lo que es vivir una miserable existencia? ¿Sabes lo que es tener en casa un marido dipsómano?

No, yo nunca he tenido un marido, dipsómano o no. Pero la relación resultó cojitranca porque nunca pude centrar a la compañera, dialogar con ella, llegarla a entender. Dañada por la enfermedad del marido. Mortífero.

Ahí andábamos los dos de un sitio a otro y sin permanecer en ninguno. Ella tensa, trémula, desalada; yo, detrás de ella, conocí su ansiedad, su indefinición, su inestabilidad emocional. Todo era reunirnos y ella, desencajada voz: «Entremos en ese cine». «¿Qué película quieres ver?» «La que sea». Y allá vamos, y a ciegas penetramos en una sala atestada, y a los minutos: «Vamonos». Y a recalar en la cafetería, y ordenar la bebida, y a lo distraído tomar dos tragos, y a un lado la taza. «Vamos al parque», y caminar tres pasos para luego, tensa la voz: «Llévame a Cuernavaca».

– ¿A esta hora de la noche? ¿Y por qué a Cuernavaca?

Nomás porque sí. Y allá vamos, y qué hacer sino buscar el escondrijo de las cortinillas color de rosa y los «Jardines de California», jabones, y a oscuras ejecutar lo previsto, ella ausente y como en el trance de aguardar un peligro inminente, y qué hacemos aquí, vámonos.

Camino inverso tornar a México, al parque, a la taza de café, al coche. Ella fatigada sin nunca encontrar su sitio, era, andaba y actuaba, pienso en algún protagonista de Camus, como un ser extraño, un extranjero que no encuentra el sitio a la medida de su ansiedad. «Cuánto daño le causó su marido dipsómano». Y la compadecía y me iba detrás de ella, la desatinada…

Lo supe más tarde, de casualidad. Un amigo de su familia periodista de oficio: «Me admira que no hayas roto con ella Ni su marido la soporta. El detesta el licor, y tener en su casa una dipsómana».

¡Dipsómana! Ella era la alcohólica «¿Y así la soportas, en pleno síndrome de abstinencia?».

Válgame. Entendí. Huí. Cobardón. Fue a principios del 2007, me acuerdo, y de no creerse: el amigo solía visitarme en casa y apenas al llegar se retiraba manos temblonas y rostro electrizado de tics. Cuando salíamos al café tomaba su taza chasqueaba la lengua (halitosis mortal) y desparramaba la vista. «¿Te parece que nos vayamos a algún otro sitio? A donde sea».

Y al figón, y al guisado, y olisquearlo, hacerlo a un lado, olvidarse de él, de mí, del mundo. Errante mirada. Vaya El síndrome de abstinencia, él también. ¿Pero abstinencia de qué? ¿Alcohólico? No, que tomaba su copa de vino, cerveza licor. ¿Una pasión amorosa una distinta preferencia sexual? No, que tenía compañera y era evidente el mutuo amor. ¿Entonces?

Ha sido hasta ahora mis valedores, cuando entiendo los horrores del síndrome de abstinencia privada de su licor, la compañera buscaba un sustituto que nunca iba a encontrar, y por ello vivía desalada soportando la compulsión del licor. Por cuanto al amigo y colega periodista…

Pobre infeliz. En retrospectiva lo compadezco, pero en modo alguno me alegro de que abandone, por fin, su periodo de abstinencia y de repente pueda satisfacer la necesidad de su droga Porque el vicioso permaneció en período de abstinencia ¡tres años eternos, tres! Servil por naturaleza vivió quemando copal a Fox, a Zedillo, a Salinas y aun al primer mediocre de las cejas alacranadas (MM). Y aquí la tragedia:

Buscándole al actual la más mínima acción de gobierno como pretexto para soltarse ventoseándole los panegíricos, los cantos, las odas (no odas, loas), el actual, en el limbo. Tres años y nada. Cortesano por naturaleza el adulón enloquecía en pleno síndrome de abstinencia cuando, de súbito: Calderón se atrevió con Luz y Fuerza del Centro. ¡Hurra, viva jip, jip…!

Tengo aquí enfrente la diarrea de elo­gios que el vicioso, ya curado de su abstinencia viene quemando día a día ante el altar del privatizador. ¡Todo un visionario! ¡Un hombre de Estado! ¡Salvador de la Patria! ¡Calderón! ¡Bien por él! ¡Hurra! (Agh.)

Cristian Vargas, por ejemplo

Nuestros «representantes populares», esos 400 legisladores en quienes recae la altísima responsabilidad de crear leyes y aceptar o rechazar las iniciativas de ley que les envía el Ejecutivo. ¿Cuáles son los políticos de carrera que integran la LXI legislatura? Los candidatos del 2006, según la relación que hiciera el maestro en la tertulia de antenoche, fueron una aberrante colección de cantantes, sexólogos, curanderos, figuras de la farándula y del clásico pasecito a la red. ¿Con ellos nos fue peor que hoy con los Cristian Vargas? El estudioso:

– A los diputados actuales les falta preparación. Quisieron subsanar tal carencia en dos meses. Los diputados no se improvisan. Qué sentido tiene tener ahí gente tan inútil. (Toda una cáfila de cobrones, digo yo. Habló el maestro):

– Ya en 1985, ante la ausencia de más de cien legisladores que holgazaneaban en la cafetería de la Cámara o se reportaron enfermos, lo admitía el ex locutor y líder de la bancada priísta Luis M. Farías:

– Efectivamente, entre los diputados hay uno que otro flojo, aunque en realidad no hace falta que los 400 (aún no se trepaba a 500 su número) asistan a las sesiones. La presencia de unos cuantos, que son los serios y cumplidos, es suficiente. ¿El faltista mayor? El actor David Reynoso…

Un actor. Años más tarde, el también actor López Tarso se defendía de sus críticos cuando diputado: «Son tonterías esas críticas. En mi gestión logré que los actores no llevaran el libro mensual, que no se declarara cada mes, sino al año. ¿Usted cree que un diputado llega a la Cámara con un plan ya concebido? Uno llega dispuesto a colaborar en el grupo lidereado por alguien.

– Pero en todas las campañas se hacen promesas, programas.

– No, oiga, no. Yo durante mi campaña nada prometí. Lo único que dije fue: «si es que puedo haré algo por mejorar la vida de todos ustedes». Quede muy claro que mejorar las cosas no es su función. Tiene que estar ahí en la Cámara para enterarse de qué ley se discute, luego levantar el dedo cuando lo tiene que levantar, o así lo considera. Es todo.

Molesto, el actor calificó de «tonterías» la crítica de que él sólo levantó el dedo para votar, por ejemplo, a favor de una miscelánea fiscal que dañaba a su propio sector: «Mire: sería un absurdo que el diputado de los actores (sic) dijera: ¡Yo no apruebo! ¿En contra de la opinión mayoritaria? Qué les pasa…

– ¿Cuántas veces subió a la tribuna?

– Sólo en dos ocasiones. El PRI sabe a quién mandar al foro…

Y que si revisamos el Diario de los Debates, podremos comprobar que, en sus tres años de ejercicio, no suben a la tribuna ni una sola vez. A esto se agrega que sólo un pequeño núcleo tiene presencia en el Poder Legislativo: el de los bien preparados. ¿El resto? Bah…

Agosto de 1991. El actor Julio Alemán, se comprometía, formal:

– En cuanto yo sea diputado lograré que en radio y televisión se incrementen y difundan programas que fortalezcan nuestra identidad nacional para frenar la penetración cultural. ¡Es un compromiso! (¿Y…?)

Pero los deportistas también, todos ellos inútiles e faltos de preparación para ocupar una curul. En julio de 1991 fue entrevistado el nadador Felipe «Tibio» Muñoz, que andaba en plena campaña: «¿Sus sueños inmediatos?»

– Sí, bueno, mira: el sueño de todo deportista es la política. Lo que «nosotros» hemos hecho es comprometernos a hacer un trabajo honesto.

– ¿El comprometerse ha sido su estrategia de campaña?

– No, no, no. ¡Esa no es estrategia! ¡Esa es la pura verdad…! (¡Sic!)

– ¿Qué tan politizado se encuentra, señor Muñoz?

– Bueno, mira, eso no sabría yo decirte La política es tan amplia y tan vasta, ¿verdad?, que dudo que muchos de nosotros, los que aspiramos a diputados, estemos politizados. Tampoco.

– ¿Entonces su preparación para ocupar la curul…?

– Déjame decirte que a mí me gusta mucho más la práctica que la teoría. Porque la política es, sin duda, una ciencia a la cual habría que dedicarle una tesis. Toda una tesis. (¡Resic!)

– ¿Tiene muchos deseos de ser diputado?

– Muchos, porque el sueño de todo buen deportista es ser diputado.

Válgame. Clamaba un Bernardo Segura, marchista:

– ¡Mi medallita de bronce por una diputación! ¡Quiero ser diputado por lo que represento para el pueblo! ¡Las resoluciones que tomaré serán «reales»…!

¿Algo peor que votar por especímenes tales? Sí, el abstencionismo.

Y ahora, de repente, ya es legislador el tal Cristian Vargas atrabiliario rompedor de puertas, de reglas, de bocas, de… (A patadas. Fúnebre.)

Diputados bergantes

Primero rompió a patadas una puerta del Palacio Legislativo, después tuvo un enfrentamiento verbal con un asambleísta del PRD, más tarde golpeó a dos trabajadores y se apoderó de una bicicleta. Tiene cuatro averiguaciones previas (sobreseídas) vinculadas con actos de violencia. Es Cristian Vargas, priísta, representante popular en la Asamblea Legislativa del DF.

Tertulia de anoche. Rencorosa voz, don Tintoreto:

– Cómo tiznaos puede ocurrir que fulanos de esa ralea puedan pisar un recinto legislativo. Cómo soportar que yo mismo les pague para que en representación mía se atrevan a cometer semejantes barbajanadas.

Habló la Jana Chantal «¿Y los partidos políticos? ¿Esos cuándo habían postalado individuos más alejados de la vocación de servicio a sus votantes? Pásenme por ái el gordolobo para calentármelas antes de irme a hacer esquina.

– Pero sí, los partidos se han atrevido a postular para candidatos a especímenes de la calaña de esos que propusieron en el 2006. ¿Recuerdan ustedes a algunos de ellos? (El maestro, su libreta de las pastas negras.)

– Aquí están. Hijos de tigre, pintitos los dos: Cirilo Vázquez, hijo de su padre, cacique de Veracruz. Carlos Mario Villanueva, hijo del priísta Mario Vilanueva, narco y ex gobernador, hoy en El Altiplano.

Ahí la lista del esperpento político, y válgame: Paquita la del Barrio, Yuri, cantante, o casi, Rogelio Guerra, actor, ¡Eric del Castillo…!

– De entre estos saldrían los agraciados de «encuestas de opinión», componendas, alianza y vil dedazo, que llevaron sobre sus lomos la responsabilidad de crear, aprobar o, en su caso, rechazar el entramado de leyes y reglamentos que norman la vida del país. Un desprecio para nosotros, ¿no?

Alguno aquel amamantón al gordolobo. Otro más se rascó la nuca. Alguien (¿fui yo?) suspiró. «Sigue la lista: María Novaro, cineasta, Ruiz Esparza y Mejía Barón ex futbolistas. ¿Ana Guevara? No, que ella aspiraba a la gubernatura de su entidad, Sonora. Este año fracasaría como delegada en la Miguel Hidalgo.

Pensé: ya nos tomaron la medida Nos vencen por nuestra pura ignorancia dejadez, dependencia desidia. (Muy quedo, Bach. Una cantata)

– Y si alguno de ustedes, todavía despistadón, preguntase por «el perfil» de los tales, y qué tan aptos pudieran haber resultado a la hora del trabajo legislativo, y si entre los tales se coló algún político de carrera que con algún derecho corretease la curul, sigo aquí con el nombre y la profesión de algunos que ustedes van a reconocer de inmediato. Tomar nota.

La tomamos. «El militar insubordinado Basilio Gómez, con quien aquí nuestro Valedor se entrevistó cuando el teniente andaba a salto de mata.

– Me acuerdo, sí, ¡y las opiniones que vació sobre mi grabadora! ¡De preescolar en materia política!

– También fueron propuestos el curandero Sergio Castro, la «Miss» Tabasco Janet Hernández, Manuel Bribiesca, padre de presuntos delincuentes, el sexólogo Rubén Carvajal y, sin ánimo de ironizar porque fuera de sus aspiraciones como representante popular me merece un respeto absoluto, alguien a quien no atino a nombran si Jorge Gómez Regalado, como aparece en su credencial de elector o sólo Amaranta, nombre que designa su vocación, preferencia sexual, atuendo y actividades laborales.

Silencio. Nomás me quedé pensando, y entre mí decía «cuántas opciones sugiere el surtido rico de presuntos padres patricios. Cuánta paz el saber, en el 2006, que en la Cámara velarían por mis intereses un actor, una cantante, el ex goleador o la preciosa Amarante, si desestimo el pequeño detalle (o a lo mejor ni tan pequeño, vaya uno a saber, aunque mejor quedarse en la ignorancia) de que se trata de uno de mi mismo género. El maestro siguió con su choricera de nombres: caciques, sexólogos, cantantes y futbolistas, reliquias del clásico pasecito a la red, Bribiesca. Esos, ¿el Legislativo de mi país…?

– De semejante diputación alguno de sus voceros: Reconocemos que fue una de las más improductivas que ha habido en las últimas décadas.

Apreciación corroborada por el catedrático Javier Santiago Castillo, de la Univ. Autónoma Metropolitana: «La mayoría de los legisladores llama la atención por su falta absoluta de preparación. No conocen ni la historia de México. No son capaces de hilar tres frases seguidas. Son cantinflescos. Cantinflas tomó su estilo y su forma de expresión de los diputados de época. Le daban vueltas a las cosas sin decir nada Así son estos y aquellos». Lóbrego. (Sigo mañana)

¿Derechos humanos en México?

Esta vez los derechos humanos, mis vale­dores, esos que, palabras del jurista, se ubi­can en la raíz de todos los problemas capi­tales de nuestro tiempo. El pasado viernes se cerró la convocatoria para la inscripción de aspirantes a canonjías, privilegios y suel­dos exorbitantes que entre todos habremos de costear al elegido para regentear esa bu­rocrática simulación que de nuestros im­puestos recibe miles de millones, la Comi­sión Nacional de los Derechos Humanos.

Un pueblo, mis valedores, que se colo­ca al margen de la justicia, vive una vida de oprobio e indignidad y de manera inexorable termina por sucumbir, pero aquí la nota optimista: el Financial Times, de Was­hington, afirma que el gobierno de Méxi­co dio pasos sin precedentes para contro­lar las labores policiales y asegurar el res­peto irrestricto a los derechos humanos. Fecha: 17 de junio de 1991. Y otra más: que el presidente de la CNDH y el Procurador General de la República firmaron un conve­nio para que las instituciones de procuración de justicia en el país se abstengan ya de violar los derechos humanos, y es co­mo para preguntarse: ¿cumplirán el convenio Jorge Madrazo y Antonio Lozano Gracia?

¿Ustedes qué opinan? El documento que pudo haber sido firmado ayer mismo calza fecha del 28 de abril de 1996. Y otra más:

La democracia de un país se mide por el respeto a los derechos humanos. (Fran­cisco Paoli Bolio.)

Tales noticias, mis valedores, encie­rran su muy buena moraleja, ¿pero cuál? Piénsenlo.

Derechos humanos. A décadas de dis­tancia lo afirma don Emilio Rabasa, jurista experto en relaciones internacionales: Lo malo es que no sabemos cuáles son los de­rechos naturales del hombre.

Por vislumbrar detalles de un tema candente: de la declaración de la UNES­CO en 1947 transcribo para todos ustedes, quejosos de que no se respetan sus dere­chos de hombres y ciudadanos:

Los derechos del hombre son valores: señalan lo que es natural y justo, pero ade­más exigen; son aquellas condiciones de vi­da sin las cuales, en cualquier fase histórica dada de una sociedad, los hombres no pue­den dar de sí lo mejor que hay en ellos co­mo miembros activos de la comunidad, porque se ven privados de los medios para rea­lizarse plenamente como seres humanos.

Cinco tipos de derechos humanos es­tipulan las declaraciones mundial e inte­ramericana de 1948:

1- Los civiles, que han sido bandera de lucha contra un poder injusto y aluden al respeto a la vida misma, a la libertad, a la seguridad personal y a la prohibición de los castigos crueles o degradantes y a no sufrir discriminación alguna en razón de raza, color, sexo, lenguaje, origen nacional, etc. Proscriben la pena de muerte.

2- Derechos políticos. Se reconoce el del individuo a tomar parte en el gobierno de su país y tener acceso en condiciones de igualdad a las dignidades públicas. La voluntad del pueblo será la base de la autoridad del gobierno (el voto, sí, pero respetado); así, los pueblos tienen derecho a definir su status político y desarrollo económico, social y cul­tural, además de disponer, como lo estimen prudente, de su riqueza y recursos naturales.

3.- Derechos económicos. Incluyen la libertad de trabajo, el tener condicio­nes favorables en las labores, la protec­ción contra el desempleo, el derecho a re­cibir una retribución favorable que asegu­re al trabajador y su familia una existencia compatible con la dignidad humana y a un nivel de vida adecuado para su salud y de su familia, incluyendo alimentos, vesti­do, habitación, cuidados médicos y servi­cios sociales necesarios».

4- Derechos sociales. Incluyen el dere­cho al descanso y al ocio, al igual que el del objeto de asistencia y cuidado especial que deben garantizarse a la maternidad y los ni­ños, nacidos dentro o fuera del matrimonio. Todos gozarán de la misma protección social.

5.- Derechos culturales. La educación elemental será gratuita y obligatoria La educación superior, al igual que la de índo­le técnica y profesional, se pondrá al alcan­ce de todos. La educación estará dirigida al desarrollo completo de la personalidad humana y promoverá el entendimiento, la tolerancia y la amistad y la tolerancia entre todos los grupos raciales y religiosos. To­dos los ciudadanos tienen derecho a par­ticipar en la vida cultural de la comunidad, de gozar las artes y de compartir el avance científico y sus beneficio. A esto se le nom­bra; «derechos del espíritu». ¿Se cumplen en nuestro país? ¿Los tutela ese embeleco que apodan CDNH? (Es México.)

Una red de agujeros…

El «descubrimiento» de América, mis valedores. En torno al suceso histórico que dividiría en dos la historia de nuestro mundo lo afirmaron en su momento Marx y Engels, ni más ni menos:

«Eso y la circunvolución de África, ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición…»

Hoy, a 517 años del «Tierra a la vista», la celebración, y el comentarista: Los que tal vez no encuentren motivo de celebración son los indios, que no entenderán que se hable del descubrimiento cuando sus antepasados llevaban milenios en estas tierras. Si hubo descubrimiento fue el indio el que descubrió, por ejemplo, que sus tierras originales no eran suyas, sino de un señor que se llamaba la Corona; que sus dioses no eran ciertos; que su piel cobriza era signo de inferioridad y motivo de discriminación; que él y todos sus ancestros habían vivido en el pecado; que de entonces en adelante debía llevar otro nombre, uno cristiano; de gente, pues; que era indio. Entró a otra historia por la media puerta de abajo, como los perros. Y aquello lleva ya siglos…»

¿Fue Colón el primer visitante de nuestros antepasados indígenas? Malqueriente de su gloria, M. André. «En Porto Santo Colón conoció por casualidad a Alonso Sánchez, que había desembarcado, moribundo; lo llevó a su casa y se enteró por él de que la Antilia, de donde él retornaba, existía en realidad (…) Desde ese momento el objetivo principal de la vida de Colón fue descubrir la Antilia y las otras tierras de la parte occidental del océano. Pero no quiso que se dijese con fundamento que había seguido los pasos de otros, que no había descubierto, sino simplemente encontrado lo descubierto por otros».

Las primeras impresiones de Colón: «Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras. Les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor con que tuvieron mucho placer».

Pues sí, pero también iba a advertir las piezas de oro que los isleños llevaban en la nariz, y entonces: «No puedo errar en el ayuda de nuestro Señor que yo no le falle adonde nace (ese oro)». Metal que habría de provocar una devastación cuyo tamaño logramos entremirar en la tremebunda requisitoria de Bartolomé de las Casas, Protector de las Indias: «La causa porque han muerto y destruido tan infinito número de ánimas los Cristianos, ha sido solamente por el oro y henchirse de riquezas en muy breves días».

El oro, obsesión del «descubridor»: «Cansado me adormecí gimiendo: una voz muy piadosa oí (…) Dios (…) maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan ricas, te las dio por tuyas (…) De los atamientos de la mar Océana que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves, y fuiste obedecido en tantas tierras (…) Y es que yo vide en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos días primeros que en la Española en cuatro años (…) De allí sacarán oro (…) El oro es excelentísimo (…) y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al paraíso…

Colón, el esclavista: «Diréis a Sus Alte­zas qu’ el provecho de las almas de los dichos Caníbales que cuantos más allá se llevasen serían mejores (…) que otros ningunos esclavos».

Esclavos. El benemérito De las Casas, dolorimiento e indignación luego de sesen­ta años de genocidio: Dolorimiento e indignación: «Andaban los Españoles con perros bravos aporreando los indios, mujeres y hombres. Una india enferma, viendo que no podía huir de los perros que no la hiciesen pedazos como lo hacían a los otros, tomó una soga, y atóse al pie un niño que tenía de un año, y ahorcóse de una viga; y no lo hizo tan presto que no llegaron los perros, y despedazaron al niño: aunque antes que acabase de morir lo bautizó un fraile.

En la Visión de los vencidos se recoge el lamento de nuestra raíz indígena, masacra­da por nuestra española raíz: «Y fue nuestra herencia una red de agujeros». Pues sí, pero mientras el mundo permanezca no acabaran la gloria y la fama de México-Tenochtitlan». Tal es su destino, sin más. (México.)

El aprendiz de brujo

Un brujo existía en la comarca, mis valedores, al que un Mefistófeles de masquiña, que en el bajo mundo de los truhanes conocían por su alias de TRIFE, despojó de sus mágicos poderes para cedérselos a cambio del alma a cierto hombrecillo común, vulgarzón de aspecto, ente humano sin pizca de carisma, simpatía personal, duende ni ángel, que hasta el de su guarda había desertado de la encomienda, según la vergüenza que le inspiraba proteger a un mediocre de ese calibre.

– Mediocre naciste y mediocre vas a morir, sentenció Mefistófeles. Ya eres aprendiz de brujo, pero con todo y tu magia, para lo único que sirves es para el balde, la escoba y el trapeador. Anda, a barrer la casa, que los huéspedes anteriores convirtieron en chiquero.

«Eso para mí es PAN comido. ¿Pero barrer a escobazos? Ni en mi propia casa. ¿Para qué me vendió el TRIFE los poderes mágicos, si no para que otros barran por mí?»

Y ándenle, que el aprendiz de brujo camina hasta aquel rincón, se enfrenta a balde y escoba les avienta unas palabras mágicas, y entonces: ¡milagro! Balde y escoba al conjuro, cobraron una vida morbosa, antinatural, y al propio tiempo, como todo lo vivo y aun lo inanimado que recibía el influjo de aquel hombrecillo, como por mágicas artes quedaron deshilacliados y malvestidos de harapos, que sólo lanzarse a buscar empleo les faltó, como millones de desdichados, por las malas artes del brujo balín. Y al subempleo, qué más. De barrenderos…

El resto del cuento lo conocen ustedes: el aprendiz de hechicero no supo manejar la escoba y a cubetazo y cubetazo la casa se inundó de por acá, mientras de allá agonizaba de sequía Impotente ante el reto, el brujo de pacotilla huyó de la catástrofe que su torpeza había generado, y entonces:

¡Una segunda oportunidad, Mefistófeles! ¡Mi alma ya te vendí, pero me quedan los asientos de un pozo petrolero!

Mefistófeles movió la testa, se rascó la nuca, lanzó un esputo (¿un qué?), y entonces: «Por los asientos te voy a dar (una nueva oportunidad)».

Se la dio, y se fue al Diablo nuestro petróleo, lástima.

Y sí: de repente el brujo frustrado apareció encorvado sobre una tosca mesa que alumbraba un hachón, a un lado la calavera y enfrente una báscula vetustos legajos y antiguos mamotretos con fórmulas, ecuaciones, grabados cabalísticos e invocaciones en lenguas ignotas. A unos pasos el horno, donde se fundía un lingote de metal. «En alquimista me transformó Mefistófeles. Ahora he de transmutar en oro todo el plomo que me pagó por Cantarel».

Con paciencia y salivita, como es fama se logran los imposibles, el alquimista dio de tragar al fogón con arrobas y arrobas de metal, hasta que de repente: ¡eureka!, el alquimista de pacotilla había logrado la transmutación. ¡Convirtió en plomo todos los lingotes de oro que le entregó por los veneros de petróleo el Diablo! Helos ahí: montones y montones de plomo que habían sido de áureo metal. «Y qué hago con él. Ni modo de desperdiciarlo…»

Helo ahí, gacha la testa y empañados los lentes por el fogón de la fragua, hasta que luego de mucho pensar:

– Claro, sí, por supuesto…

Al rato, mis valedores, escuadrones y pelotones de sardos repartían plomo entre los lugareños. A plomo por cabeza.

Tercera oportunidad ya no tuvo el mediocre. Invocó a Mefistófeles, pero esta vez recibió en plena ceja arriscada una tufarada de azufre a modo de gas intestinal. Ya con qué tentar al diabólico, que no fuera con algo muy íntimo y del que pudiese salir lastimado. Solo y su alma (cuál, si ya la cambalachó) echó a andar y se internó en la aldea y en eso, no lejos de la plaza ahí, en plena acera, aquel enfermito al que los dolientes ayudaban a bien morir. Ahí, la idea descabellada casi tanto como él:

– ¿Puedo ser útil? Haiga sido como haiga sido, yo soy doctor.

Hundidos los pómulos, traslúcida la piel, boca reseca, aliento a sepulcro, a cadaverina. Se pueden contar todos sus huesos. «El enfermo se nos muere de debilidad, doctor».

De hambre, sí. Carestía desempleo, pobreza extrema el desdichado desfallecía de hambre. De necesidad. «¿Podrá curarlo, doctor?»

– Por supuesto. Me he entrenado con «amigas y amigos» que se mueren de hambre. Para curarlo de su debilidad y que recupere su vigor, consíganme de inmediato un dos por ciento de sanguijuelas. Una sangría del dos por ciento y el enfermo va a quedar como nuevo».

Lo dijo, y se fue por la calle. Quijote de sololoy, miraba al cielo y así decía: «Con esto acabo de salvar a la humanidad».

De súbito aquel rayo en seco. Pero ni rozó al aprendiz de todo y oficial de nada que no sea del mal fario y la salación. Lástima para nosotros. (¿No?)

De abortos y píldoras

Frente al debate que produjo la iniciativa de permitir que la píldora del día siguiente se venda sin receta en las farmacias, la aprobación de otro compuesto con efectividad de cinco días pasa inadvertida.

El aborto y la píldora del día siguiente, mis valedores. Sigo aquí con el tema polémico, de requemante actualidad, atacado por la intolerancia de un clero que por sistema se opone a los métodos anticonceptivos implementados por la Secretaría de Salud. La «píldora de emergencia», afirman científicos y facultativos, no es abortiva, sino tan sólo un método para evitar embarazos, lo que anula toda posibilidad de un aborto; pero qué vale la ciencia contra el prejuicio y el dogma; desde lo alto de todos los pulpitos el clero y sus tufaradas de fuego infernal:

– ¡Claro que es un aborto! ¡Anatema, excomunión a los réprobos…!

Aborto. ¿Se practica en nuestro país? Qué pregunta. «En México, se afirmaba hace más de tres décadas; en México las mujeres abortan, pero queremos creer que no es cierto; el Estado cree castigar el aborto y por ello quiere creer que no existe. El número de juzgados y sentenciados es casi imperceptible frente a los millones de abortos con las leyes actuales. La sociedad cierra los ojos mientras aborta a escondidas, y el fenómeno sigue en aumento por la actitud puritana del Estado de mantener una norma legal impracticable. Es horroroso que las mujeres aborten en condiciones antihigiénicas, pero es peor que el Estado las sancione por abortar.

«La sociedad mexicana, durante toda la historia de su evolución, ha practicado y practica el aborto inducido ilegal, al margen, a pesar y en virtud de la legislación penal que siempre lo ha sancionado. La clandestinidad en que se realiza, debido a la prohibición legal, repercute en creciente agravamiento en aspectos de la vida comunitaria».

Tal era el panorama allá por 1976. A más de tres décadas de distancia, ¿cambió la situación del aborto en México? Leo, me entero y voy de una a otra sorpresa: «El aborto lo practican mayormente mujeres casadas, con muchos hijos, católicas y en una edad promedio de 30 años. No es, como se dice, un problema de jóvenes, de solteras o de relaciones extra conyugales o ligeras. En el Distrito Federal los médicos practican sólo uno de los cada 12 abortos producidos, y las mujeres no sólo mueren por aborto, sino que, además, quedan lesionadas, en un porcentaje alto, en su capacidad reproductiva, sexual y de estado general».

Las opiniones de quienes conocen del tema, los especialistas en un problemón tan sensible, tan delicado: «Sólo un factor tiende a inhibir entre los pobres el número de abortos: el miedo. La paciente pobre no tiene los recursos económicos para acudir a un sanatorio de calidad, de modo que se resigna a parir un hijo no deseado o se arriesga y se somete a un aborto barato, burdamente practicado y, por lo mismo, sumamente peligroso. El único factor universal en torno al aborto es la determinación de mujeres desesperadas que, al enfrentarse a embarazos no deseados, intentan a cualquier costo que se les practique un aborto…»

Porque ocurre que en México coexisten dos países, uno ficticio y otro real. La contradicción entre estos dos niveles es enorme. Su consecuencia es el predominio de la mentira que a su vez, es una de las causas de la corrupción y la inmoralidad públicas. El problema del aborto es un ejemplo muy claro de esta situación. Las prohibiciones contra el aborto prolongan y fortifican el país irreal, el país de las frases, frente al país real, que es el país de los hechos. La legislación que condena la práctica del aborto debe suprimirse.

Objetivo, imparcial, tal expresaba el Informe de 1976. ¿Algo ha cambiado hoy día, en los beatíficos tiempos del gobierno arrimado a la advocación de San Felipe de Jesús y las beatas Verbo Encarnado?

México, 6 de oct., 2009. En un país garante de la libertad de conciencia, de la autonomía del Estado frente a lo religioso, la igualdad y la no discriminación, la alianza PRI-PAN ha propiciado que en 16 estados de la República se prohíba la despenalización del aborto y que la mujer, amenazada de cárcel y excomunión, pueda decidir sobre lo que ocurre en su propio cuerpo. Roberto Blancarte: «¿Dónde quedaron los argumentos científicos? ¿Dónde quedaron los derechos de las mujeres? ¿Dónde quedó el Estado laico, garante de la libertad de conciencia, de la autonomía del Estado frente a lo religioso y de la igualdad y la no discriminación? ¿Dónde?» México. (Qué país.)

Esperpéntica

Esto, mis valedores, lo redacté para ustedes cuando en los oídos del cuerpo social restallaban las altisonancias del «góber precioso», del «góber piadoso», de Emilio Gamboa. Hoy, en los tiempos de la abyección, no quiero desperdiciarlo. Dice:

Es noche de sábado. La mente un paño de lágrimas, me arropo en la nostalgia de los adioses, yo que a despedidas me he pasado la vida, y a despedidas descascarando las telas del corazón. Es noche; cerrados, mis ojos buscan a tientas la advocación de Santa María. No la de Lourdes, no la de Fátima; Santa María la Redonda, con su tocaya y vecina, Santa María la Rivera. A la distancia del tiempo y la geografía, entre el Garibaldi mariachero y el Tepis Company de bandolero corazón, y desde aquel que fue San Juan de Letrán hasta San Juan de Aragón, rastreo el ánima y estilo de lo que perdimos, de lo que se fue para nunca más: la carpa…

Aquí te nombro, carpa del arrabal, voz y pulso de la barriada, su perfil, su ánima, su estilo, su identidad. Contigo se nos fue la última carcajada de la cumbancha, que abría la tarde y la noche con el pregón motivoso del gritón, bocina de victrola en boca: «¡Prrr! ¡Prrr…! ¡Señoras y caballeros, la función va a empezar! ¡Dos tantas por un solo boleto! ¡Pasándole por ái, prrr…!

Y ya bajo la lona embreada: ¡Mi señor  don Resortes Resortín de la Resortera! «¡Cheñor Patiño, cheñor Patiño!» «¡Ese Palillo! ¡Te lo… por el etc»! Desde el cielo de los artistas carperas, que es decir el cielo del oropel, la chaquira y la chaqueta (¡Ese Borolas, hágamela… caridad!»), requintean las benditas ánimas del clásico trío del bolero «romántico», y las risotadas de la gayola al son del cómico apicarado de esa carpa donde se nos quedó un buen retazo de adolescencia, el de aquella señoras pechugas, y semejantes carnazas, ya cuarentonas, de tamaño familiar y familiar sexualidad, lonja libre y celulitis a discreción, que hinchan una trusa color mamey al son del meneo, del zangoloteo agasajador; que a bandazos de carne pura atizaron la combustión de unas hormonas apenas espinillentas o ya en el cuarto menguante. No lloro, nomás me acuerdo… (Los camerinos, como el mejor, el más oloroso queso gruyere: por todos lados acribillados a agujeros para por una módica cuota poder fisgonear a la de cumbia y danzón cuando se muda de trapos…)

Aquí te nombro, fantasmón del arrabal, candileja de la nocturna cachondería, del amago camal y el onanismo frenético, el contagio venéreo y esa pornografía encabritada que, en la postal, se distribuye al olor de unos sanitarios pintarrajeados («puto yo»). Y yo, con Manrique, pregunto: ¿qué se fizo el bataclán? Las carpas de la Aragón, ¿qué se fizieron? Tan preclaros vestigios de una cultura de entraña popular, la del desahogo y la sátira, del calambur y la frase de triple sentido, se nos murieron de inanición. El Tivoli, su hijo legítimo, natural y muy «putativo», cayó y calló a la puñalada trapera de aquel puritano Uruchurtu, mal aprendiz de dictador. Hoy, por sacar la cara por el postrer estertor de lo que la carpa fue, apenas un diluido teatro Blanquita

Esta noche de sábado me duele el México que se desdibuja para nunca más, que con la TV se nos pierde como se nos perdieron la moneda, las costumbres y la tradición, para tornarnos gringos de pacotilla despreciados por los gringos. Esta noche miro en la mente al cómico que gesticula, ademán procaz y en la diestra caracolitos, ante un auditorio de sombras nada más. Porque la carpa se nos murió en olor de desidia, de apatía, de indiferencia total.

¿Resistirá el Blanquita? Si no, ¿qué camino le queda al tandófilo sino alcoholizar su frustración en la piquera o la briaga de buró? No. Que el paisa siga gustando del sketch carpera, que no se me vaya a volver adicto de ese siniestro bataclán de los cómicos virtuales, patetismo puro y puro esperpento, que desde el partido político maman para sus bufonadas nuestros dineros. Que el asiduo de carpas y cómicos albureros no se torne vicioso de esos del negocio de la política y la política del negocio. Que no me lo diviertan las bufonadas de los aprendices de legisladores que rostro enharinado juegan el juego del pastelazo verbal, el insulto procaz y el indecoroso circo verborreico. Que el gusto del tandófilo no se vaya a degenerar con las patéticas machincuepas de un Juanito esperpéntico, invento no de AMLO, ni siquiera del TRIFE, sino de unos periodistas que al cálculo de que suya era la revancha, se ufanaban, exultantes y mordaces, al morder los zancajos del tabasqueño: «¡Bravo! ¡Al Peje le salió el tiro por la culata!» ¿Le salió a quién? México. (Esa carpa nacional.)

Tlatelolco, retablillo anual

El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco. ¿A dónde vamos? ¿Oh amigos! Luego, eso fue verdad. Ya abandonan la Cuidad de México. El humo se está levantando. La niebla se está extendiendo…

Tlatelolco. Fue un día como hoy, pero de hace 41 años, cuando Plaza de las Tres Culturas anocheció empantanada de sangre recién derramada, para que al día siguiente amaneciera pulcra, recién relujada, como si horas antes no se hubiese crispado de cadáveres. ¿Cuántos civiles muertos? Doscientos, según documentos des­clasificados en Washington, por más que muy otra es la historia oficial. Es México.

Fue en 1978. Los reporteros se acercaron al general José Hernández Toledo, jefe del Batallón Olimpia la tarde infausta de Tlatelolco:

– General, ¿realmente falleció el número de personas que se afirma murieron el 2 de octubre del 68?

Rotunda, la respuesta del ameritado militar (¡por el honor de la patria!):

– No, miren, en Tlatelolco no falleció ninguno.

La historia oficial, ese oficial e interminable embuste; ese interesado manipuleo de la crónica que viene desde Tlacaélel (¿desde antes?) en una tradición que han mantenido los alquilones al servicio del Poder, como aquel nombrado Rafael Solana, hoy difunto y ya desde antes muerto en vida, una que dedicó a quemar incienso a los premios literarios, al presidente en turno y a la belleza de la que fuese «primera dama». De la masacre (¡no genocidio!) de Tlatelolco lo publicó en el difunto Siempre el Solana de marras:

– Ganas de exagerar que tiene la gente. El 2 de octubre fue una catástrofe de muchísimas menores proporciones que un ac­cidente de aviación no muy grande, o que unas vacaciones de Semana Santa en las carreteras del país, mucho menor que el incendio de un teatro, ¿y a eso se le ha pretendido dar dimensiones de epopeya? ¿Y se ha llegado a la exageración ridícula de decir antes de Tlatelolco y después de Tlatelolco? Pero cómo, ¿acaso, cuando el choque de trenes en Topilejo, se llegó a decir antes de Topilejo y después de Topilejo? Qué ganas de exagerar…

Que Tlatelolco nunca más. Ni el de la derrota de los meshicas ni el de la masacre de mestizos por parte de un Sistema de Poder nunca autocrítico, sino autocrático y autoritario. Hoy, cuando aquí, allá y en todos los rumbos de la rosa se encienden los focos rojos; hoy, cuando las aguas bajan turbias y parece que el Poder intenta despertar al México bronco, vale desear desde lo íntimo del cogollo del espíritu:

Que Tlatelolco nunca más. Nunca…

Pero lo que es el poder de los medios de condicionamiento de masas, voceros oficiosos del Sistema de poder: en el sangrante amanecer de Tlatelolco la ciudad capital amaneció en brama olímpica, colguijes y banderitas tremolando al viento de otoño como signo de confraternidad, mientras el autócrata represor, manos tintas en sangre, clamaba ante la rosa de los vientos:

«¡Todo es posible en la paz…!”

Y todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos; con esa lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados…

Bueno, sí, pero más allá de la historia oficial, ¿qué fue lo que realmente se perpetró en Tlatelolco? ¿Cuáles fueron sus antecedentes, y qué consecuencias produjo en nuestro país? Lo apuntaba hace unos años The York Times: «Si la historia la escriben los ganadores, la de México podría estar a punto de sufrir una importante corrección». Sí, porque según el díario de E.U., «cuando candidato, Vicente Fox prometió formalmente una Comisión de la Verdad». Pero a ver, un momento…

¿Fox? ¿El diario neoyorkino creyó la palabra de Fox? ¿La creyó alguno de ustedes? ¿A Fox? Y es que, a decir del citado periódico, «la Comisión de la Verdad podría ser una ventana hacia un panorama de secretos, una caja de Pandora política De ser abierta, podría destruir al Revolucionario Institucional, que durante 71 años de dominio en México controló el flujo de información, los archivos del Estado y la versión oficial de la historia. Muchos capítulos de la versión oficial son falsos o están llenos de huecos…»

Por contras, mis valedores: algunos vislumbres de la verdad se columbran en ciertos documentos que el general Marcelino García Barragán, Secretario de la Defensa Nacional en el sexenio del matancero, reveló a Javier García Paniagua, hijo suyo, documentos que he de transcribir aquí mismo un día de estos. (Aguarden.)

¡Cristianismo sí, comunismo no! 1-Octubre-2009

Y al pregón reaccionario los fanáticos de ultraderecha encendieron Tlatelolco la hornaza de la matanza descomunal. Hoy día, a punta de agresiones a las masas populares, El Yunque y Onésimos y Riveras, las beatas del Verbo Encarnado y los beatos del gobierno actual pudieren incendiar una vez más la pradera. Por si algo pudiésemos aprender de la historia, aquí la reseña de los sucesos que precedieron a la masacre del 2 de Octubre:

Fue en septiembre cuando los reaccionarios perpetraron la manipulación de unas masas sociales que, ánimos en llamarada, habrían de caer en la bestialidad del linchamiento allá en San Miguel Canoa, Puebla. Lo proclamaba, triunfal, El Heraldo, de memoria infeliz:

¡Manifestación Anticomunista en la Plaza México! Cerca de 12 mil ciudadanos y jóvenes (sic) se congregaron ayer para realizar un acto de desagravio a nuestros símbolos nacionales, que derivó en una exacerbada manifestación anticomunista. Gritando: ¡Vivan los granaderos! ¡Viva México! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, comenzaron a llega, desde las once y media de la mañana, en compactos grupos que antes habían participado en otra manifestación en la Batalla de la Basílica de Guadalupe. A las 12 horas, 3 mil mujeres, jóvenes y ancianos, habían extendido numerosas mantas y exhibían pancartas: ¡Comunismo en México, jamás! Cristo Rey, tú reinarás, Contra los traidores, Muera la bandera rojinegra, Dios, patria, familia, libertad, Cristianismo sí, comunismo no, Apátridas comunistas fuera de México, etc…
                El principal organizador, desde un micrófono, desde un micrófono, dirigía las porras: ¡México nunca será comunista! ¡Viva México! ¡Mexicano! ¿Estás dispuesto a defender tu patria? Los gritos, las porras: ¡México, México!, subrayadas por el rítmico chocar de las manos de los asistentes: ¡Vivan los granaderos! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Muera Castro Ruz! Cuando ya había allí cerca de 12 mil personas, los dirigentes de la Coalición de Organizadores para la Defensa de los Valores Nacionales dieron la orden y un grupo de muchachos salió al ruedo con un monigote hecho de cartón que representaba a los guerrilleros: gorra cuartelera, camisa y pantalón verde, luengas barbas, en las manos u libro nefando; el diario del Che…

El vocerío creció: gritos exasperantes (sic) exigían: ¡Quémenlo, quémenlo, quémenlo!, y quienes tal pedían subrayaban su exigencia con enérgicos ademanes, con el pulgar tenso, apuntando hacia la arena. Alfonso Aguerrebere, desde el micrófono, estimulaba esas manifestaciones: ¡Queremos Chés muertos! ¡Mueran todos los guerrilleros apátridas!, volvió a gritar, y la multitud respondía exaltada: ¡Mueran todos los guerrilleros apátridas!, volvió a gritar, y la multitud respondía exaltada: ¡Mueran! Alguien, en la arena, junto a un camión en el que había unas mantas con las siglas del MURO, exigía nervioso: ¡Gasolina, dónde hay gasolina! Otros acercaron cerillos al guerrillero y, segundos después, todo allí era fuego, gritos incontenibles, casi histeria.

Los presentes entonaron nuestro sagrado Himno Nacional Mexicano.

Mantas y pancartas: El comunismo destruye a la familia, Comunismo en México nunca, Muera el comunismo, Dios, patria, familia y libertad. ¡Viva México! ¡Muera el comunismo! ¡Viva la virgen de Guadalupe..!

                De ahí, al linchamiento: Puebla, 18 de sept., 1968. “Un campesino y tres excursionistas fueron linchados por los habitantes de San Miguel Canoa. Instigados por el cura católico Enrique Meza, azuzaron a los habitantes contra el grupo, diciéndoles: “¡Son comunistas!”

Todo se inició cuando un grupo de excursionistas empleados de la Universidad Autónoma de Puebla y un amigo procedente del DF trataron de ascender al monte Malintzin a cuyas faldas se encuentra San Miguel Canoa. Obligados por el mal tiempo regresaron al pueblo y por lo avanzado de la hora no les fue posible hallar transporte hasta esta ciudad. Iban a pernoctar en San Miguel Canoa,  pueblito de 5 mil habitantes. Buscaron asilo. Se les negó. El campesino Lucas García ofreció a los jóvenes su casa. Al rato, las campanas de la capilla repicaban y por el micrófono del Zócalo se informó: había un grupo de comunistas, e iban a izar una bandera rojinegra. Dos mil lugareños armados con rifles, cuchillos y pistolas, fueron a la casa de Lucas, exigiendo la entrega de los excursionistas. De nada valieron las explicaciones; él y varios empleados de la UAP fueron sacrificados a machetazos. De milagro escaparon cuatro, uno fingiéndose muerto tras re recibir un machetazo en la cabeza”.

La ultraderecha, mis valedores, que así y en provecho propio, manipula unas masas dogmáticas, ignorantes y atacadas (atascadas) de prejuicios. (Lóbrego.)

Gótica

Las leyendas de horror, mis valedores. Copio de una obra maestra del género: «El verano de 1816 fue en Suiza excepcionalmente lluvioso y desagradable. Lord Byron y Percy Bische Shelley los dos mejores poetas jóvenes de Inglaterra, estaban por entonces en Ginebra. Entretenían su tedio de las noches contándose cuentos de fantasmas. Byron propuso que cada uno de los asistentes a aquellas reuniones escribieran una historia de terror. Luego conversaron acerca del principio de la vida y la posibilidad de volver a infundírsela a un cadáver.

Mary, la joven esposa de Shelley, subió a acostarse, pero no pudo dormir. Con los ojos cerrados vio mentalmente las imágenes que más tarde iba a desarrollar en su novela Frankenstein, o el Prometeo moderno…»

Y sería la tormenta que se aplanaba afuera de mi ventana, sería la novela de Mary Shelley que estuve leyendo, o tal vez una cena sobrecargada de grasas, especias y condimentos. Lo cierto es que la noche del domingo pasado tanto me sumergí en la lectura de aquellas escenas de escalofrío, y tanto me impresionó la historia que tantos de ustedes conocen por el libro o el cine, que esa noche viví la aventura de la novela de horror, y la viví de la siguiente manera:

En sueños me vi encerrado en aquel caserón sombrío. En la pesadilla me observaba caminando por un corredor penumbroso y a la luz del hachón que sostenía con su mano sana el engendro aquel, jorobado de torcido mirar que me conducía escalones abajo. «¿A dónde me lleva?» Me atreví a preguntarle.

– Al sótano -me contestó en un gruñido. El lo está esperando…

– ¿El? ¿Y quién es él? -el espanto me hacía tembloriquear.

Con un gemido me respondió, y al silencio volvimos, y yo seguí al contrahecho. Intolerable me resultaba el tufo a humedad, a rancio, a corrupción, a orines de las ratas que infestaban el castillo. Y aquella taquicardia. Intenté despertar. Todo inútil.

De repente y sin apenas darme cuenta de su presencia: ¡el personaje aquel que se arropaba en la penumbra! Su voz, el sentido de sus palabras me hicieron estremecerme:

– El Valedor, yo suponer.

– ¿Quién es usted? ¿Qué lugar es este? ¿Quién me trajo hasta acá? ¿Para qué me trajeron…?

Distinguí su rostro, imposible. Hundido en aquel sillón de alto respaldo, el personaje se oscurecía en la penumbra. Su voz, su acento extranjero:

– Please, sentarse usted. Serr bienvenido.

– Sí, pues, ¿pero quién es usted? ¿Cuándo, dónde, de qué nos conocimos? ¿Dónde estamos? ¿En qué país…?

– Mi serr científico. Parra mis colegas yo serr un fool, un loco. Yo saberr que usted tenerr interrés (interrés, no me corrijas, computadora estúpida, ¿no ves que era teutón?); interrés, decía, en adelantos de la investigación científica. Que usted querrer conocerr mistemos de la vida y la muerrte.

Toqué madera mientras lo oía rreirr (reir, perdón) entre dientes. Me estremecí en sueños y miré en torno. Era aquel un laboratorio en penumbra, con los muros tapizados de tableros y estructuras que hervían de matraces y retortas, tubos en serpentina e instrumentos de medir, todo punteado de luces intermitentes. Un suave ronroneo, que supuse de algún generador de energía eléctrica. Intenté despertar, y aquellos latidos desaforados, y aquella arritmia y aquella voz… (¿No los estoy aburriendo? ¿No se me han asustado en demasía? Sigo, pues.) Aquella voz: «Así que venirr usted a conocerr a la crriatura. Mostrrársela tú, Miquelángelo.

¿Miquel qué? El cual, entre gruñidos guturales, me condujo hasta el otro extremo del laboratorio, y con aquel garfio, o sea su índice engarabatado, señaló hacia la cortina marrón. Lo vi dudar. El hombre de la penumbra:

– Tú tenerr valorr. Tú jalarr la corrtina y descubrrirr la sábana.

Obedeció el baldado. Recorrió la cortina y con gesto dubitativo fue descubriendo la sábana que cubría el camastro de hierro, monumental, y entonces… ¡horror! Con la diestra contra los labios, muy a lo dama del cine mudo, ahogué el grito de espanto. En el…

(Esto, mañana)

De mis recuerdos…

Esta vez nuestro México, mis valedores, este México nuestro (y de los gringos, de los chinos y coreanos, de los españoles, de los…) Este México siempre fiel a sí mismo y a su espejo diario, pero cambiante siempre, renovado siempre, renacido como en una perpetua ceremonia del ruego nuevo y del Nuevo Sol. México, el nuestro, el de todos nosotros, de Washington, la mayor parte; de los mexicanos, las sobras. Las puras zurrapas. Permítanme que recuerde los tiempos aquellos que se me fueron para nunca más. Qué tiempos aquellos que no han de volver. A propósito…

En esta noble y vial he invertido más de un tercio de mi propia existencia, y bien sé que con ese tercio no me levanto, que es el tercio del diario vivir una vida deleitosa a destellos y arrastrada las más de las veces, y qué hacer. No lloro, nomás me acuerdo. Y el suspirillo…

Recuerdo los años en que a tamborazos bajado del cerro arribé a esta ciudad capital todo engentado, todo encandilado y sin saber para dónde ganar, como allá decimos. Fue entonces cuando me aveciné y avecindé en la colonia Morelos y caí a vivir de arrimado en cierta vecindad de la Plaza del Estudiante, en la cálida cercanía de cines, piqueras, mancebías y mercados, en mi rostro el aliento cálido de Tepis Company. Tiempos los de la primera de mis juventudes (ando quemando mi última.)

Yo, con aquella familia que me daba a valer, era feliz, pero lástima: por aquel entonces no lo sabía. Claro, sí, bien conozco el dicharajo: «el muerto y el arrimado…» Pero, no, que el arrimado apesta sólo cuando se trata de familiares. Con una familia de extraños uno nunca llega a apestar. Nunca con mis valedores de aquella benemérita vecindad. Me acuerdo…

Muy temprano a salir a la plaza y de ahí caminar unas cuadras, y mirar la barriada, y olfatear sus humores, observar a sus gentes y captarles sus modos, a oírles ese dejo cantadito al hablar, y contemplar aquel raigón de ciudad, la barriada, y bebérmela por los ojos, por todos los poros de la pelleja. A iniciar un rendido amor por mi ciudad adoptiva a la que he demostrado mi amor con dichos, con hechos, con mis acciones. Así hasta hoy. Mis valedores…

En el recuerdo estoy viendo aquel retazo de mi ciudad: calles que se engrifan de beneméritos buscavidas, parques erizados de muchachejos que con cemento levantan sus castillos en el aire, basural de las cuatro esquinas espulgado a ladridos y hocicazos, iglesias casi siempre vacías, y casi siempre repletas de clientes unas casas privadas de mujeres públicas; allá, públicos edificios abiertos siempre de par en par; sin guardias, sin armas de alto poder, sin sistemas de circuito cerrado ni neuróticas medidas de seguridad; sin paranoias ni ese temor que provoca la mala conciencia de un Calderón tan amado del pueblo que se ve forzado a vivir encuevado, y si va y si viene se desplaza detrás de la bota cuartelera, y hasta en Bellas Artes tiene que atejonarse tras las vallas artes. No. Otro México era el que me dio la bienvenida. Otra aquella, mi ciudad (¿No los estaré aburriendo? Sigo, pues.)

Me acuerdo de que en la banca del parque me sentaba a ver la vida pasar y ver pasar a los chilangos (a las chilangas, más bien. Yo todas las cosas de la vida, del mundo, del demonio y la carne, las miro siempre a través del filtro femenino.) Y en una de esas miré a dos vejanconas tras la querencia del super-chiquito (que se los reviro, cuidado). Habló la del chemisse color mamey.

– Qué iremos a hacer con esta situación tan diatiro. Yo antes tan buenas pechugas, y ahora puros pellejos…

– La edad, Romelia, que no perdona

– Las pechugas de pollo, Jesusa. Carísimas. Y luego el alza del bisté, de la leche, qué mala leche la de los comerciantes. Y luego esta escasez de huevos…

– Huevos los de López Paseos, según nos resultó pata de perro. Don Adolfo a viaje y viaje y a vieja y vieja, y acá vieja y vieja lo estamos pagando con la mala leche y los huevos inalcanzables, que ya sólo arañarlos…

– Huevos de berraco. ¿Sabe que el presidente es un enamorado de miércoles?

– ¿Nomás de miércoles? Pregúntele a los que le cuidan su leonerita allá por los rumbos de la..

¿De la qué? Discretamente, como pastoreando un gallo, me fui detrás de las dos de las pechugas. De pollo. Y lo que iba escuchando…

– Pero usted de qué se queja Romelia. Dichosa usted, que va a pasar a mejor vida

(Esa vida mejor, mañana)

Programa en vivo por internet

Ya se terminaron las pruebas y ajustes necesarios para transmitir un programa en vivo por internet conducido por el maestro Mojarro.
El programa se comenzará a transmitir a partir del lunes 21 de septiembre a las 6:30pm todos los dias.
Para ver el programa sólo hay que ir a la siguiente página:

http://www.ustream.tv/channel/elvaledormx

Para los que no puedan ver el programa en ese horario, se grabará y quedará registrado en ustream, por lo que pueden entrar después a la misma dirección y ver los programas que se han transmitido.

NO SOLO ESCUCHEN EL PROGRAMA, comuniquense con el maestro al número que también es Fax  56520026 o escriban a su correo elvaledormx@hotmail.com para cualquier comentario o sugerencia, que el maestro SIENTA NUESTRO APOYO para que no se cancele este proyecto

El horario del programa aun no se establece del todo pero la transmision comienza a las 18:30pm (México D.F.) todos los dias

¿Calderón? Como relojito…

Malhaya esta mi costumbre de cumplir años, hábito pernicioso que va a dar conmigo en la tumba. El viernes pasado, mis valedores, les hablé del cumpleaños aquel en que mi Nallieli (y ojos que te vieron ir…) ciñó en mi muñeca un hermoso ejemplar de Cartier, tepiteño de origen: «Para que mires la hora en que te sigo amando, mi valedor». Ella, la única (no lloro, nomás me…)

Y qué bello aspecto del Cartier, y qué precisión con la que arrancó a galopar, precisión que sostuvo el tanto de seis, siete horas, porque ya después… Acudí al relojero, y él: «En dos días lo va a tener marchando como relojito». Tres meses después pude abrochármelo (el reloj) en la muñeca. Pues sí, pero tras un arranque indeciso, el tepiteño ya atrasaba, ya adelantaba, ya se negaba a dar un paso más, hasta que en mala hora dejó de funcionar. Yo, por teléfono:

– ¡Se me paró, señor! ¡A las 11:43…!

Y que lo viera por el lado positivo, y que el vaso medio lleno. «Dos veces al día, a las 11:43 de la mañana y la noche, su mollejón va a darle la hora exacta. Algo es algo, dijo el diablo, y… ¿Se sabe el albur?»

Colgué. Pero yo no soy de los que se rinden. Ahí me tienen con el cebollero en la diestra (cachicuerno, 16 pulgadas de largo, con un letrero que dice: «guárdame ái»). Y esto fue menear resortitos, jurgunear engranes, ajustar áncoras, bornear manecillas y enchuecar espirales, hasta que el diminuto universo volvió a caminar. Perfecto. Como caminar, mi molleja camina, sí, pero ya adelanta al caminar, ya acelera, ya recula, ya trota o se frena, ya galopa o gazapea, o se para de pronto y el súbito arrancón, en estampida; luego avanza a media rienda corcoveando como cuaco pajarero, y se adormece y se muere para revivir con una marcha pareja, uniforme. Sí, pero todo esto en reversa, reculón que no fuera. Ah, pero qué hermoso mirábase ceñido a mi zurda, con su legión de romanos (los números), su carátula de un blanco marfil y su hechura escandalosamente nacional. Y «lo echo enM exico esta vie necho«…

Mis valedores: ayer fui solicitado para una entrevista de prensa con cierto corresponsal extranjero de apellido Yoshio, Tétzu, Matzumoto, Matzutula o Tulas de esas. Y qué ocasión más propicia para exhumar mi Cartier. Fanático de la puntualidad, llegué a la cita con hora y cuarto de retraso; y es que el mollejón me juraba ser ligeramente pasado el mediodía, cuando el mediodía estaba más pasado que chavo con bolsa de chemo contra las chatas. Impaciente, el nipón me susurró algo en su lengua; por aquello de las dudas se lo reviré en la mía. Y que enciende la Sonny, y que comienza la entrevista.

– ¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?

Por Tula, mi madre, tuve que jurárselo. El Matzumecha «El presidente del empleo que no iba a subir los impuestos, ¿ha cumplido a los mexicanos?»

Tragué saliva. Lo notó el Matzurita. «El juramento, acuérdese. Con un gabinete presidencial donde caben Lujambio, Ruiz Mateos, Chávez, Lozano y García Luna, ¿cómo marcha el gobierno? Decir la verdad, acuérdese».

¿Decir la verdad? Por decirla me han chispado de mis espacios en tele, radio y periódicos, que sólo un cachito de Radio UNAM me dejaron. Pero cómo zafarme del juramento. Seguí chiquiteándome el negro fuerte y bien caliente (el café). Y qué hacer. Ilumíname, Santo Cristo del Veneno. Y sí, me iluminó. De ganchete observé mi Cartier. «¡Con Calderón el país marcha como relojito! Como este, mire. Lo juro».

– ¿Por su madre, señor?

– Y por la suya para que refuerce. ¿Geisha? ¿Cómo ejerce la profesión?

– Extraño. Desde el exterior observamos un gobierno mediocre. En fin. La justicia ¿se aplica en México? He oído que los Montiel, los Salinas y los hijos de toda su reverenda Marta andan libres, y que a Ignacio del Valle y vecinos de Atenco les echaron un siglo en El Altiplano. México, ¿un estado de derecho? El juramento, acuérdese. ¿Cómo marcha en México la justicia?

– Como relojito, señor Matzukaki. Como mi Cartier.

–  En síntesis: ¿cómo anda México con el gobierno de Calderón?

– Como relojito -di unos discretos manazos a mi molleja, que se acababa de atascar-. Como este, como mi Cartier.

– Really? El juramento, acuérdese. -Me atraganté, tosí, me metí dos dedos: y es que con los manazos al tepiteño se le habían cuatrapeado las manecillas, y caído en la taza el segundero. Al chupetón me lo fui a sacar de la epiglotis. Disimuladamente me zafé el mollejón.

– Con un estadista como Calderón, mi país como este relojito, lo juro. Hasta pensamos reelegirlo. No al relojito, sino al estadista

Bajé la mano y acá bajita la mano tiré el mollejón debajo de la mesa. A la escupidera (Total…)

Agadir nunca más…

¡Libérame de la muerte viva! ¡Libérame de la vida en la muerte, libérame de la vida y de la muerte…!

México, 19 de septiembre de 1985, de triste recordación. Y cómo pudiese ser de otro modo, si fue un día como el de maña­na, pero de hace ya 24 años, cuando esta nuestra casa común amaneció a ser lo que desde entonces ha sido: la herida que no cesa, y el llanto y el duelo colectivo por la tragedia descomunal. Digo sismos del 85 y se me viene a la mente Agadir, la ciudad de Marruecos a la que un sacudimiento te­lúrico arrancó desde sus cimientos. Agadir, que hace cosa de medio siglo fue remeci­da por un sismo semejante al de nuestra ciudad. Esta, la de nosotros, sobrevivió en­tera, más entera que antes, que la sobrevi­vencia es su signo. «Mientras el mundo per­manezca no acabarán la fama y la gloria de México-Tenochtitlan». La ciudad marroquí fue destruida, pero la nuestra se irguió, su­turó sus mataduras y siguió su destino: al­tiva, inmutable, eterna México.

Hoy, como cada año, evoco la trage­dia de Agadir, que sobrevive en el estreme­cido testimonio del poeta Arthur Lundkvist, quien logró salvar la vida en el drama sís­mico que arrancó del mapa la ciudad. Días después, ya vuelto a Suecia, su país, so­bre la experiencia traumática del derrum-

be de toda aquella ciudad creó un extenso poema, vivido, lírico y visceral, «para cum­plir un deber para conmigo y con los de­más, tanto para con los supervivientes co­mo con los muertos de Agadir». Y así tituló su poema: Agadir.

Hoy mismo, con fragmentos del poe­ma, me propongo recordar, honrar, testi­moniar mi homenaje a tantos que sucum­bieron bajo las furias del sismo que aca­lambró los entresijos de nuestra ciudad Por cuanto a Agadir, la desventurada, aquí algunos fragmentos del poema de Lundkvist, que invito a pronunciar; en silen­cio, tal vez:

El cielo estaba azul, un azul demasiado duro, un cielo de éter y acero, – el sol era un homo abierto y el día una piedra blan­ca laminada por lenguas violeta, -las nubes llegaron demasiado de repente, como hu­mo de carbón, bajas y pegadas al mar (…) De repente el suelo se sacudió, profundos estremecimientos recorrieron la tierra – los perros contestaron de todas partes con au­llidos prolongados, y un lamento sordo sur­gió de las gentes. – Sí, ahora todo dependía del capricho de la tierra, de su indiferencia o de su ira.

Me oí gritar en sueños (nunca podré saber lo que grité, – nunca podré saber si me dije algo que no sé – en el mismo momento en que fui arrojado de la cama (o instintivamente me tiré de ella) y me acu­rruqué en el rincón mientras el terremo­to crecía irresistiblemente – y las sacudi­das se hacían más fuertes, más violentas, parecían venir de todas partes al mismo tiempo, – una revolución que surgía de las entrañas de la tierra, un irrefrenable bai­le que interrumpía, – un trueno de las pro­fundidades, abrumadoramente pesado, -un estallido de paredes, un agrietamiento, un desmoronamiento…

¿Cuánto tiempo duró? – ¿diez segun­dos? – ¿más? ¿menos? – o nada de tiem­po, un tiempo que cesó – o perdió su ex­tensión determinada, – quizá un oscuro globo de tiempo comprimido – y el mun­do volvió a existir, silencioso e inmóvil, – la conciencia se volvió a unir al cuerpo, yo volví a sentirme vivo (…) Y la desolación: por todas partes huellas de la mano de la muerte, la descarga de la rabia, – muros de piedra lanzados al lado opuesto de la calle como con una burlona carcajada to­davía audible, – bugamvilias en flor que se inclinaban como incendios triunfantes so­bre las casas derruidas…

– ¡Libérame de la muerte viva! – Más insoportable que la locura es esta tum­ba en las tinieblas, – las piedras me cu­bren y me rodean, piedras derrumbadas, -no hay aire suficiente ni para que respi­re una rosa; – ¡asfixíame de una vez, como un lazo, como unas manos estranguladoras! – ¡Ahógame, aplástame con un bloque de piedra! – Todo menos esta espera en la nada, esta tortura en el ara del sacrificio, -¡arranca ya el corazón de la víctima, cla­va ya el cuchillo de piedra! – ¡Es preferible una lucha a muerte que este cautiverio!

Agadir, nunca más, – Agadir, para siem­pre en nosotros, ciudad Manca de vida y de la muerte, vida y muerte unidas en un so­lo cuerpo, – Agadir, hundido ya en el pasa­do, espejismo eterno ante nosotros, – Agadir, preparación, advertencia – de lo que quizá nos espera: la gran aniquilación, – el mundo en ruinas, la tierra desolada, sólo el humo de la muerte desvaneciéndose en el espacio, nunca más, – para siempre – Agadir».

Ellos, o aún mejor: ustedes, los caídos del Jueves Negro, son todos presencia en la memoria colectiva. Ustedes. Todos. (A su memoria.)

Cuba, invencible…

Porque el héroe renace de sus cenizas. La noticia que difunde la América Mestiza de José Martí.

Con banderas a media asta, Cuba vivió un día de actos en homenaje a Juan Almeida Bosque, Comandante de la Revolución y uno de los atacantes del Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1959, que falleció el pasa­do viernes, 11 de septiembre, a los 82 Años de edad.

Juan Almeida, comandante de la Re­volución. Como Ernesto Guevara, el pro­pio Fidel Castro y tantos más, Juan Almei­da visitó México, y de aquí se ausentó en el yate Granma con la encomienda cum­plida de liberar su Cuba secuestrada por uno de los tantos proyanquis y vendeptrias que gobiernan nuestros países al sur del Bravo. Yo, porque ello también toca la dimensión del héroe, recuerdo al comba­tiente con una anécdota humana y a ras de suelo: con su revolución todavía en car­tuchera, este cubano Juan Almeida se re­fería a nuestro país y sus alimentos terres­tres, y trataba de hacerse entender de un su paisano:

– En México me encontré con Euge­nio, que llegaba de San José de Costa Ri­ca, parado en un puesto de tacos. Tú sa­bes lo que es taco, ¿no? Una torta que ha­cen los mexicanos de harina de castilla, con un poquito de carne de puerco, y enrolladita así…

Enrolladita Por cuanto a los Esta­dos Unidos, el combatiente de la triunfan­te revolución intentaba entender y hacer­se entender del yanqui, y en la pluma de C Wright Mills, norteamericano, se formula­ba aquellas interrogantes:

«¿Qué o quiénes son hoy los Estados Unidos? ¿Y el Pentágono? ¿El imperialismo va a decidir el uso de tu gran fuerza, yan­qui, en relación con Cuba y con todos los pueblos del mundo hambriento? ¿El de­partamento de Estado? ¿El yanqui o el pue­blo de los Estados Unidos…?»

El viaje a México, la permanencia de meses -¿años?-, el regreso a su tierra -a su Sierra– y ya en plena revolución, las im­presiones de un Manuel Fajardo, comba­tiente de Sierra Maestra:

– La detención de los norteamerica­nos fue una de las medidas más valientes de la guerra Se cogieron como a 38. No es que tenga nada contra ellos, el proble­ma político lo separo de mi opinión per­sonal sobre estos marines que traté perso­nalmente: la gente más despreciable que puede haber en el mundo son los marines norteamericanos. No he visto seres huma­nos más corrompidos que esa gente

(¿Por qué a mí se me vino a la mente Guantánamo, Abu Grahib?)

Pero no sólo el yanqui. Dentro del propio territorio cubano los contrarrevo­lucionarios hacían su labor de zapa a favor de los yanquis. El retrato hablado de los tales en la versión de un Armando Valla­dares, poeta mediano por aquel entonces preso en alguna cárcel cubana:

– Recuerdo a mis compañeros fusila­dos. Pensé en Julio y en su desprecio por la vida, defendiendo sus criterios de Liber­tad y Patria, y pensé en todos aquellos que con una sonrisa en los labios marchaban a los paredones, y pensé en la integridad de aquellos mártires que morían gritando: ¡Viva Cuba Libre! ¡Viva Cristo Rey! ¡Abajo el comunismo…!”

«Escucha, yanqui: esos contrarrevo­lucionarios no tienen el valor para luchar con las armas en la mano. Lo que están haciendo, conspirar contra nosotros, les debe costar millones de dólares. Su propaganda contra nosotros, sus viajes, su sostenimiento: ¿de dónde sale tanto di­nero? ¿De las compañías yanquis afecta­das por nuestra revolución? ¿De la CIA? ¿Del departamento de Estado? En Cu­ba hay muy pocos contrarrevoluciona­rios, y son impotentes para reunir otros elementos alrededor de ellos (…) Cuando los obispos salieron con una declaración general contra el comunismo, la mayo­ría de la gente de las iglesias simplemen­te se rió. Sabían que se trataba sólo de la ignorancia y el temor de los contrarrevo­lucionarios».

Triunfante la Revolución de Sie­rra Maestra, y en la versión de C. Wrig­ht Mills, la voz de Cuba, sus advertencias al yanqui: «Lo que debes hacer, en nues­tra opinión, es actuar políticamente en tu propio país, asegurar que tu gobier­no no utilice la violencia, ni directa ni in­directamente, contra la Revolución Cuba­na. ¡Manos fuera de Cuba!, eso es lo único que queremos de ti. ¿Es pedir demasia­do? Con eso, la nueva nación que esta­mos dando a luz se sentiría muy aliviada y se reducirían enormemente los dolores del parto (…) Que tu gobierno reconozca que Cuba es un Estado soberano. Que tu gobierno renuncie para siempre a la ab­surda e histérica idea de que puede des­truir todo lo que significa nuestra revolu­ción. Lo que queremos de tu gobierno só­lo puede expresarse en una palabra: nada. O en dos: déjanos tranquilos».

Cuba, la de Fidel, la Cuba de Raúl, la Cuba invencible Maceo y de nuestro Jo­sé Marti, el genio americano. Comandan­te Juan Almeida, héroe de la Revolución. (A su memoria)