Así que día del abuelo…

Senectud, divino tesoro, que te vas para no volver. Sé lo que digo, mis valedores, que a estas alturas de mi existencia ya voy doblando el Cabo de Buena Esperanza. A medias del próximo mes cumplo un año más de mi vida, que a fin de cuentas resulta que fue uno menos, y ya lo advierte a alguno de sus amigos el tremendo Groucho Marx:

“Esa mala costumbre de cumplir años va a terminar por llevarte a la tumba”. (Macabrón.)

¿Aletazo de la muerte, tal vez?  Porque yo, a semejanza del marinero que a medias del mar se topó con el mensaje de auxilio en la panza de una botella, en aquel viejo ejemplar de viejos poemas que de la librería de viejo rescaté alguna vez, un viejo pedimento de auxilio me vine a encontrar. ¡En la inminencia de mi cumpleaños! Años de polvo y vetustez en el último rincón de la librería se prolongaron en mi biblioteca con aquel papeluco amarillento de vejez, y ello vino a ocurrir ayer mismo, en vísperas de un vagoroso Día del Abuelo, en la tarde aterida de lluvia friolenta que enlaciaba el ramaje de pinos y pinabetes. Yo, aquel suspirar…

Desde en la mañana arrastraba una indefinida depresión (ella me arrastraba a mí), y qué hacer, sino aferrarme al último recurso, ese que para algunos es el rezo milagrero, para algún otro la botella y para México librarse ya y para siempre de la cantaleta aquella de que “amigas y amigos”. ¿El recurso, para mí? Acunarme en mis libros, y la casualidad: apenas abriendo el vetusto volumen, a penas me remitió. Las tristuras, por conjurarlas, se refinaron.

Y no quiero morir. No quisiera morir – Amo la vida porque está colmada de poesía – Y de crímenes, y de odio y rabia y lágrimas…

El suspirillo, las vagorosas tristezas. Ya cerraba el libro cuando el papel encogido a dobleces se me vino a las manos. Lo fui desdoblando, leyéndolo, contristándome al tenor de la tarde aterida de amagos lluviosos. Era aquel un mensaje sin principio ni término, amarillento de vidas y  años,  en el que alguien que se confesaba viejo de edad (no “adulto mayor”, no seamos hipócritas para usar tan cursi eufemismo) aludía a su drama personal. El anciano, ¿vive o muere a estas horas? Leí:

“…con engaños y  tras de sustraerme a la mala mis pertenencias, en un asilo me fue a encarcelar  el menor de los hijos, el más amado de todos. ¿Cuándo ocurrió? Eso no logro ubicarlo, tanto se me ha raído la  memoria.

En el asilo acabé de envejecer. Pero, fuerzas de flaqueza, logré fugarme y venirme  a refugiar de mis hijos, solo y mi alma, en este cuartucho de azotea, vecino de gatos y lavaderos, abierto a vientos, lluvias y carrasperas. (Afuera de mi covacha las palomas, a zureos, reniegan de la llovizna.)

Tardes de domingo como esta son las más melancólicas para quien envejece de una soledad de lomo engrifado como gata en brama. Ah, soledad, la peor compañía del humano.  Por  conjurarla me he puesto a abrevar remembranzas en mi altero de viejas fotos, que más me dañan que aligerarme el espíritu. Ahí, macollo de ausencias,  oficio de mis fieles difuntos:  desvaídos rasgos de la que fue mi amantísima (canto, risa, el picor la especia, el geranio, el no-me-olvides, el deseo encuevado en el catre de latón). Qué joven fui una vez…

Me he puesto a barajar mis fotos: partos,  hijas, nietos, hijos ya muertos o más distantes todavía: desbalagados, o todavía más distantes: desagradecidos. Ah, esta herida que no cesa, el hijo fallecido por oscuro conflicto entre la sota moza y la sota de bastos…»

(El final del recado, mañana.)

Los viejos somos así

Por olvidar invoco el piadoso alzhaimer…

Algo les contaba ayer, mis valedores. ¿Qué les contaba? ¿Día de qué celebramos ayer? Ah, sí, el Día del Abuelo, que conmemoré en compañía de todas las gentes de mi familia, y las charlas aquellas, y las risas, los abrazos, los parabienes. ¡Día del Abuelo, júbilo colectivo!

(Pero a ver, un momento, fuera el alzhaimer. Yo no tengo familia con qué celebrar. Soy solo, sin más, y no existe compañía más peligrosa que la soledad. Hablando solo termina el desventurado, y algo más: tampoco tengo la buena ventura de ser abuelo. No conocí la dicha agridulce del nietecillo. No me lo dieron  el Tomás primogénito ni Mayahuel, esa sota moza tan bella que en ocasiones parece hacerlo a propósito. Pero este alzhaimer terco, que se ha aquerenciado conmigo. (¿Qué les contaba en la fabulilla?)

Y la coincidencia, mis valedores: amanecí con el ánimo marchito por una  terca depresioncilla que me llevó a aferrarme al libro, y en el de poemas antañones me fui a topar con aquel papeluco donde algún solitario se dolía del aislamiento, de la soledad, de los amores que se fueron, de los hijos ingratos. Aquí el final:

«Me he puesto a barajar mis fotos: partos,  hijas, nietos, hijos ya muertos o más distantes todavía: desbalagados, o todavía más distantes: desagradecidos. Ah, esta herida que no cesa, el hijo fallecido por oscuro conflicto entre la sota moza y la sota de bastos. Ausente uno más, que de mi se ha olvidado,  pero cuyo olvido fue menos ingrato que el de roqueño corazón que me encerró en el asilo. En estas ácidas, corrosivas tardes de domingo, intento olvidar y recuerdo; procuro recordar, y olvido. Olvidar, invocar el piadoso alzhaimer…

Obsesión: aún tan escaso de años y bienes como sobrado de ilusiones, fui padeciendo gozosas heridas de aquella sucesión de mujeres que, costras de las heridas, me dejaron no más que estas fotos, dedicatoria, fechas vetustas y unos marchitos pétalos emparedados entre sonetos, rimas y redondillas. De súbito, el fogonazo: llegó ella, la Mujer, y ahora mi mente burbujea de romanzas y trovas, luna llena, mandolina y ventana grifa de dalias. Y aquí estoy, y avizoro el final, y porque esta soledad pesa como plancha de acero sobre mente y corazón, voy a enviar este mensaje a ver si alguno…”

Ese “alguno” fui yo, y aquí finaliza el manuscrito. El papel en la diestra, por la ventana miré una tarde que la llovizna tornaba remedo de anochecer, y de noche todas las tardes son pardas. ¿Quién será, cómo sería el del clamoroso pedimento de auxilio? Yo, entera mi soledad, qué hubiese podido compartirle, si no tristuras para intercambiarlas como monedillas en desuso, descontinuadas…

Un suspirillo; en las pupilas el picor. Contemplé la tarde aterida, vi el encabezado del matutino:  “Solos,  millones de viejos”.

No me pregunten qué quise decir – es que tenía un nudo en las palabras.

Pero ayer mismo, mis valedores, ¿celebró alguno el Día del Abuelo? ¿Alguno se percató de la fecha de hace unos meses, Día del Adulto Mayor, eufemismo ridículo? En fin; alguno de ustedes que sepa de edad, achaques y añejos gritos de auxilio, conocerá la causa de esta mi depresión, que acabó de recrudecer el mensaje que me aguardaba en alguna de las páginas del poemario del siglo anterior.

«Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…»

Senectud, cuántos suspiros se cometen en tu nombre. Y qué hacer. No lloro, nomás me acuerdo. Trato de recordar, pero este alzhaimer persistente… en fin.

(¿Qué les decía?)

Sin huevos

Este es un recado, mis valedores, para uno al que ustedes conocen bien, ese que a todos nos ha afectado en la economía familiar y cuyas indecisiones e indefiniciones provocan en todos nosotros desánimo, desconfianza y arranques de rencor mal sofrenado. Digo al causante de nuestras penurias:

Grave que sus vaivenes y veleidades provoquen la desconfianza popular, pero más grave que sea usted signo y la clave de todo un país, el nuestro. ¿Lo merece, cree merecerlo? Cómo ha sido que  usted, santo y seña de todo México, se achicó ante su responsabilidad hasta el grado de permitir (¡propiciar!) que un intruso extranjero se infiltre en México y tome las decisiones que sólo a usted corresponden. Pero ya usted no pasa de ser la sombra de lo que debería ser para todos nosotros, a quienes debe el privilegio de estar donde está. Pero cuán cierto el versículo de la Biblia:

“Nadie puede aumentar a su estatura un codo”.

Usted, pequeñajo irredento, ningún margen de independencia conserva a estas horas; su dependencia del vecino del Norte es total, y denuncia su propia debilidad y que no pasa de ser lo que muestran sus hechos: un mediocre total, ya indigno de nuestra confianza, lástima.

Lástima, sí, porque aquí, allá y dondequiera no recibe más que indiferencia y  desdén, que eso y más merece porque no merece más, y esto lo avalan la historia y la realidad objetiva. Lástima de economía popular, que usted tanto ha perjudicado. (¿Usted? No usted, sino quienes lo manejan como marioneta.)  A propósito:

En una cuestión coincidimos mega-ricos y el fregadaje del país: en nuestra compulsión por mirar hacia el Norte y confiar en el gringo todo lo que de usted desconfiamos, todo esperarlo del extranjero que se ha venido adueñando del país mientras que a usted, el responsable de nuestra creciente  vocación proyanki, lo desdeñamos. Y la vergüenza ajena que usted nos provoca a tantos; vergüenza propia, después de todo…

Cuántas esperanzas defraudadas, cuántos perjuicios causados por su indefinición, cuántas ganas de creer en usted, de volver nuestra cara a la suya sólo para encontrarnos con un ente amorfo,  gris, medianejo juguete de las circunstancias de aquí y del exterior. Por su culpa (de todos nosotros) hemos terminado por poner el destino común en el gringo. A propósito:

Cuanto más lo observo más le descubro lo corriente y picotón; lo miro ayuno de valor y enseñando el cobre de que está malforjado. Cada mañana mi primer pensamiento: amanecí, milagro de la vida, y enseguida: cómo habrá amanecido, si es que logró amanecer,  el pequeñín de tan pocas agallas y tan pocos alcances, el ninguneado por todos, el de la pinta insignificante del que se habla, si se habla, a lo despectivo.

Pobre de usted, representante de nuestro México. Pobres los que vivimos atenidos a usted, y la mala fortuna: mientras usted mira al Norte, los fuertes, los dignos, miran al Sur. Allá, en las tierras del Sur, los colegas dan al gringo la espalda y se fortalecen, y cobran peso, presencia y sustancia en el mundo. Son el orgullo de los hombres del Sur. Usted, mientras tanto, mediocre y bocabajeado, anda a estas horas de pedigueño a las puertas el vecino imperial (para el prepotente del Norte como si  no existiera, como si hubiese dejado de existir. Lo veo, lo compruebo, y este ánimo, que se contrista…)

Pero la culpa no es suya sino de todos nosotros, pesito mexicano: ya saldrá de de esta postración algún día, cuando todos nosotros… (En fin.)

De perros y huevos

Señor presidente: para ser ganador como empresario y buen líder se necesitan huevos, ¡muchos huevos!

Así en su momento reclamó a Fox el empresario C.S. de Anda. Hoy México anda sin huevos, situación que  me lleva al tema de la lucha libre, deporte que requiere muchos y muy bien puestos. Un día de aquellos me extravié en la sección deportiva, y aquella cursilería:

Una vez más el bien triunfó sobre el mal, y la joven sensación, Místico, volvió a pasarle por encima al rudísimo Averno. El aficionado disfrutó de un recital de alternativas en tres caídas.(¡!) El Místico ejecutó su valentía (sic) y tomó ventaja.

Y que “el arlequín boricua se acercó a los aplausos al dejar con vuelo afuera del ring a Warrior». Tropecé con los alias pintureros: Nitro, Sayko, Boy, Pierroth, El Sagrado, Black Warrior, en fin. Cerré el periódico y me puse a pensar en los tiempos de mi primera juventud, qué tiempos.

Aprendí aquellos nombres: Gori Guerrero, El Santo, Blue Demon, Rayo de Plata (a este táchenlo, era un caballo), y en épocas más recientes Konan, el Mil Máscaras, Fray Tormenta (sacerdote él, creo). Hoy, por lo visto, ya contaminó a los luchadores  la plaga de los nombrecitos que endilgan a los pobres escuincles: Vivían, Yinyer, Yeneviv, Cary, Yónatan. Ustedes, los aficionados, ¿simpatizan con los técnicos o se inclinan ante los villanos de las mañas arteras? Rodillazo, descontón, el chile en los ojos (chile en polvo) o la estrangulación directa, por no andarse con rodeos y, ojos desorbitados,  el aullido del “respetable”:

– ¡Mátalo, al cabrón!

Dije huevos, y en diciéndolo rindo homenaje a dos de los rudos más rudos, corazón bandolero:

– ¡El Perro Aguayo! ¡Cavernario Galindo, para el que quiera algo de él!

Ah, crispaciones faciales de fieras en brama, de bestias en paroxismo, sedientas de sangre! ¡Ah, esos tomates inyectados de coágulos enrojecidos, belfos espumosos de baba sanguinolenta, caninos y premolares mascando los hígados!

Perro y Cavernas fueron varones honestos en su profesión y respetuosos con un respetable que en la taquilla pagó por ver sangre derramada (de dos fieras del cuadrilátero, no de 95 mil mexicanos víctimas de una guerra particular que juzgará la Historia). Porque Perro y Cavernas desquitaron los pesos pagados para atestiguar cómo los dos se bañaban en sangre  en el encordado de la Arena México. Bien haya…

Esos fueron el Perro y el Cavernario: virtuosos en todas las malas artes del costalazo, del madruguete, del descontón. A pujidos, sudor y sofocos, en cada contienda subieron a partirle toda la suya a los Gori Guerrero y demás guerreros que personificaban el bien. Porque Perro y Cavernas eran villanos, y como villanos se esforzaron por ganar así fuese con recursos permitidos, si no había otra opción. Nunca en lo suyo mediocres, bien haya ese par de rudos, y a esto quería yo llegar.

Perro y Cavernas lidiaron a la pura verdad. Auténtica fue su rabia de contendientes como auténtica la sangre con que jaspearon el encordado. Ni un engaño en el cuadrilátero, ni una balandronada, que no fueron valientes de lengua, saliva y gargajo. Cara a cara defendieron su causa, cara a cara se agredieron y fue la cara la que mutuamente se partieron. Bien hayan.

Ellos dos, para sus contiendas, fueron limpios, leales. Ellos ni mecha corta ni caprichitos, ni venganzas de mala ley. Ellos exentos de esos rencores del carácter débil que se satisfacen de forma tangencial y torcida desde la alevosía, la ventaja y la Sota de bastos, Alejandra. Bien por el par. (Vale.)

¡Compatriotas!

De Chapultepec y sus pinos hablaba a ustedes ayer, y de una familia de osos que acaparaban la curiosidad de los visitantes, los Pe-Pe, Chía-Chía, Tohuí y congéneres, que a diario tenían sobre sí micrófonos, cámaras y reportajes. Los visitantes dominicales, aquella fascinación. Pero así pasan las glorias de este mundo…

Pepe-Pepe  de súbito se nos frunció, y de inmediato la jaula vino a ser  ocupada no por otro oso panda, sino por un oso irremediablemente gris, y tanto, que en el zoológico mal se recuerda, y de malas, al que nos resultó gris rata porque no se fue con las garras vacías, sino que de inmediato  cambió sus garritas de recién llegado por casimires gris Oxford. Color gris rata, precisamente.  ¿Su nombre, su alias? A saber. Lo que recuerdo de él es que toda su personalidad se enfocaba en una de las cejas alacranadas. Fue toda la gracia del oso gris, primer nopalito y el primer mediocre que intentó la trascendencia con el puro recurso de arquear una ceja. En reculones perito nos resultó tiempo después. Que el panda Salinas se robó la mitad de la cuenta secreta, pero que no me hagan caso, porque ya mi cerebrito lo tengo estropeado. Trágico.

Después del gris rata, ¿se acuerdan ustedes?, hasta la jaula mejor del  zoológico nos acarrearon al  que más tarde iba a alzarse con la mitad de la cuenta secreta, el panda más desagradable de ver, uno pelón, orejón y cascorvo, como comprado en barata de saldos, mother-nizador. Así anunció el matutino la llegada del nuevo plantígrado:

El gran movimiento en el aeropuerto fue motivado por el arribo del oso panda Chía-Chía, que llegó en un vuelo comercial desde  Chicago.

(¿No desde Dublín? Sabríamos después que de Chicago se acarreó la mafia y las mañas más perniciosas de los Al Capone y compinches. ¡Solidaridad, compatriotas!)

“La comitiva de recepción del panda estuvo encabezada por la directora del zoológico de Chapultepec, quien comentó que Chía-Chía viene a México para contraer nupcias con Tohuí, la osa mexicana” (¿A contraer nupcias? ¡A violarla, a vejarla, a saquearla el tanto de seis años, a ensombrecerla todavía más, padrotillo esperpéntico, valido de la ocasión, no olvidar la memoria histórica!)

“Chía-Chía fue transportado inmediatamente al zoológico de Chapultepec, donde fue colocado en un albergue aislado en tanto se aclimata y se acostumbra a sus nuevos compañeros».

(Los que no se pudieron aclimatar ni acostumbrarse al nuevo plantígrado fueron Colosio, Ruiz Massieu, más de 400 perredistas y cosa de 100 millones de mexicanos que mal soportaron la presencia del espurio impostor entre los pinos de Chapultepec. Hoy, encuevado en su cubil, sigue agitando el pandero de la grilla politiquera. Pregunten, si no, a su ahijado político, ese panda de copete padrotón que amenaza con ocupar una jaula en los pinos.)

Desde que Chía-Chía se enjauló en el zoológico veterinarios y guardabosques agarraron por su cuenta imagen y fama pública del espurio invasor y ándenle, a delinear en el engendrillo un halo de Divino Rostro y a arrodillársele al milagrero de pacotilla. Semejante fantasmón fachendoso, figurón de utilería, gesticulador del lenguaje, veneno dulzón, se alzó en el zoológico sobre serpientes y cocodrilos, orangutanes y dinosaurios y jilguerillos cantores, y fue rey del bosque y reinó sobre garras y picos, uñas, colmillos y lenguas bífidas. Tiempos calamitosos: Chía-Chía tuvimos todos los días y en todas partes, menos en la sopa, que nos la  escamoteó. ¡Solidaridad, compatriotas! Lóbrego.

(Más pandas, en breve.)

Gaviotas, para empezar

Tarde friolenta, con amagos de llovizna, que me contristó el ánima y la orilló al suspirillo, la laxitud y el oficio de los viejos (no “tercera edad”, no “adultos en plenitud”, no practiquemos el arte hipócrita del eufemismo); tarde, decía, que  fue la del sábado pasado, pizarrosa y con bandazos de viento. Tarde que me orilló al oficio de recordar, entre pesadumbres. A mi oído Bach. Y aquella tristura…

Allá, por los rumbos de Chapultepec, unos vapores neblinosos que difuminan el verde y los ocres. En silencio contemplé los álamos enhiestos, los ahuehuetes vetustos y unos pinos ya atacados de un mal incurable, ya irremediablemente decrépitos y carcomidos de polilla por culpa de algunos animalejos a punto de ser expulsados del bosque, y a hacer  leña del árbol caído (en desgracia). A la mente se me vino cierta evocación, al ánimo la tristura y al pecho el suspiro –tengo ese don, el de los suspiros-.  Contemplé los pinos ya cancerosos, y resfriado el espíritu dije entre mí con el clásico, ensombrecido el  ánimo:

“Así pasan las glorias de este mundo…”

Sí, que entremirando el zoológico y los pinos en ruinas, carcomidos de corrupción, depredación impune, un descrédito total y ese lago de Chapultepec que sería insuficiente para contener la sangre que ha derramado el más feroz de los habitantes del bosque, a la mente se me vino la evocación de ciertas familias de animalejos privilegiados a lo demencial: la de los osos panda, que en su momento disfrutan de la tumultuosa popularidad que les otorga un paisanaje manipulado, y una atención, unas honras, un protagonismo y unos gastos de mantenimiento que en forma alguna merecen, según la mediocridad de semejante recua de  Pe-Pes, Tohuís y congéneres. Así pasan las glorias…

Muchas familias de pandas ha habitado entre esos  pinos a cuerpo de rey, de caudillo, de sátrapa, de dictador, de autócrata Quetzalcóatl y Quinto Sol, diosecillos de pacotilla, algunos de ellos sometidos a su Primera Panda (pareja de pandas aquella que de quedar una migaja de Justicia en el mundo, de la jaula de oro que ocupó hasta el 2006 debió ser cambiada a la que se merecen y se han ganado: la de  El Altiplano.  Con todo y panditas depredadores. Pero  estamos en México.

Uno es el primero de la runfla de pandas que se me viene a enjaular a la mente. El Pepe-Pepe mentado, ¿lo recuerdan ustedes? ¿Lo habrán podido olvidar? Al que  hicieron creer Quetzalcóatl. Y se lo creyó.

Musito ese nombre y me llega la evocación del berraco que en derredor congregaba torrentes y contingentes de Rosa, Luz, Alegría y mafias de periodistas que le aplaudían dichos, gracias y carantoñas de irracional. En el zoológico los Ratones Verdes no tendrían delanteros, pero sí el Pepe-Pepe muchos traseros a su disposición en los pinos, traseros aquellos que se tornaron andancia con sus andares de gracia, salero y fiebre hormonal. Pompa(s) y circunstancias se nos volvió aquel zoológico. Los visitantes, en tanto, semejante fascinación. Oh, qué estatura de estadista la del licenciado Pe-Pe. Con él «ya la hicimos». (aturdidos que no fuéramos.)

Pues sí, pero de repente, lo previsible: el panda se nos pandeó; la embolia le torció los belfos, le engarrotó los músculos que antes tuvieron movilidad y le inmovilizó los que se vivían engarrotados por fuerza de Rosa, de Luz y Alegría, y fue  entonces.

Qué tiempos aquellos, que amenazan con volver, ahora con otra clase de fauna. Gaviotas, para empezar. Sin el carisma y la gracia de las Tohuís, pero…

            (Sigo mañana.)

La hora del lobo

Ayer fue a Arturo Montiel, hoy es el turno de Calderón. Llegó el tiempo en que unos a otros se protegen las espaldas a base de alianzas secretas y compinchajes donde se aplica la táctica del toma y daca, del quid pro quo, y de que aquí no ha pasado nada. Así ha ocurrido con Fox y su parentela política; enriquecida hasta la náusea,  es protegido por el de los Pinos. Peña protegió a Arturo Montiel, Calderón a Fox como éste a Zedillo, que a su vez cuidó las espaldas al anterior, el cual…

Protegerse las espaldas. En el matutino del pasado lunes leo que «No uno, ni dos, ni tres. Nos aseguran que pueden llegar a cinco los encuentros entre el hombre de Los Pinos y el virtual presidente electo. Sólo una de esas reuniones fue hecha pública».

Y que al menos una fue concertada hacia el atardecer y se extendió más allá de la media noche. Que el contenido de tales encuentros se ha mantenido en el más riguroso secreto incluso para los más cercanos colaboradores. A saber lo que se pidió y lo que se ha concedido. Lo único cierto es que los perjudicados vamos ser la ley, la justicia y las masas sociales. Peña y Calderón,  entre tanto: me das y te doy, y aquí no ha pasado nada ni habrá de pasar más allá del primero de diciembre. Es México. Mis valedores:

Por que podamos calcular lo que nos espera a partir del próximo diciembre van aquí las alianzas recientes, contrarias todas al interés de las masas sociales, que han concertado los dos partidos políticos que en su carácter de fiel reflejo del vecino imperial van redondeando su proyecto de bipartidismo en nuestro país. La historia afirma, al respecto, que a la hora de concretar acuerdos que beneficien al Sistema de poder en perjuicio de las masas el PRI ha sido aliado recalcitrante de Acción Nacional, con el añadido del entenado, del pariente pobre, del clan migajero de los chuchos talamanteros que cargan el alias de Nueva Izquierda, y que son los encargados de la obra negra y el trabajo sucio. Chuchos.

Por que no se nos pierda la memoria histórica: de las recientes alianzas que han establecido los dirigentes del PRI con «las braguetas bendecidas», que dijo aquél:

1998.- PRI y PAN votaron juntos la legislación electoral salinista para eliminar las coaliciones y candidaturas comunes de los partidos.

1991.-PRI y PAN votaron juntos la quema de los paquetes electorales de 1988 para eliminar la evidencia del fraude que arrebató el triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas.

1991.- PRI y PAN votaron juntos un resolutivo para apoyar la elevación de cuotas en la UNAM propuesta por el rector Sarukhán.

Ese año PRI y PAN reformaron el artículo 27 Constitucional para privatizar el ejido.

1993.- PRI y PAN votaron juntos la reforma al Código Penal para permitir la libertad bajo fianza a los servidores públicos corruptos.

1998.- PRI y PAN recortaron el presupuesto del Distrito Federal y el de las universidades públicas.

1998.- PRI y PAN, aliados, aprobaron el Fobaproa.

PRI y PAN han  venido impulsando juntos los mismos proyectos lesivos a la ciudadanía, proyecto en el que de forma más o menos  encubierta colaboran los chuchos que en el panorama del ejercicio politiquero sobreviven con las migajas que les reditúan la obra negra y el trabajo sucio.

Pues sí, pero mientras tanto, mis valedores, a estar preparados: Peña y el beato del Verbo Encarnado son personajes polémicos, controvertidos, y a punta de acuerdos secretos intentan maquillar una biografía personal impresentable.

Es la hora del lobo. Cuidado, mucho cuidado. (Vale.)

Nosotros, los de entonces…

Ya no somos los mismos. Ni la calle de mis amores, ni sus casonas neo-porfirianas, ni unos vecinos que conocí de entorchados y pergaminos (nunca me dirigieron la palabra), ni yo, en tantas formas tan venido a menos. Cuánto nos sale debiendo el gobierno. Cuánto nos debemos a nosotros mismos. Mis valedores:

El sábado pasado, a esa hora mortecina de la media tarde en que las cosas parecen ya estar añorando la cobija y el jergón, regresé a la colonia de vieja alcurnia y me interné en mi calle; en lo que de ella sobrevive a penas. Y ocurrió que una vez que en Londres México se bañó en oro, y de la mano de sus nuevos héroes se encaramó hasta la punta de la gloria, yo me di a recorrer la calle que habitara hace años: seis, siete cuadras de casonas porfirianas con recios portones que recordaba siempre cerrados, pero lo que ahora me vine a encontrar: setos parduzcos, banquetas destartaladas, cacarizos muros con tatuajes de grafitos, tandadas de perracos, cinco deyecciones por cada animal. Frente a mí, brazos abiertos, la sombra apenas de aquel mi amigo Felipe de Jesús de los años viejos.

– Llámame por mi apellido: Cánovas, porque el nombrecito de pila… ¿Sabes que hasta el fin del sexenio no lo vuelvo a usar?

En silencio nos abrazamos. Alguno suspiró. En el viento otoñal, tufarada de mal aliento, me cachetearon tres voces tipludas, amelcochadas, que si de hombre, que si de mujer:  Eres la gema que Dios…

– Extraño lugar este donde me citaste, Felipe de… perdón. ¿Es una cafetería?”

En el zaguán de la casa habitación una mesa con su mantel, cuatro sillas, una cafetera doméstica, cucharas, azúcar, y una mesera que resultó ser… “Oye, ¿no es ella doña Nilda Eudevilia, de la aristocrática familia de los Montalbán?”

Ella, sí, que a pasitos contados llegó, con pulso temblón llenó las dos tazas, y a pasitos contados se alejó por el corredor. “Aristócratas víctimas de la crisis. Ahora verás lo que queda de la calleja”.

Y allá vamos, rumbo a la casa de Cánovas, amigo de mi niñez. “Ando en agencias de poner mi propio changarro.  Por eso te pedí que vinieras. Quiero pedirte una orientación”.

Dejé unas monedas sobre el mantel y allá vamos, rumbo a la casa del amigo, al final de la calle, y según caminábamos: Dios, que en la zona de casonas porfirianas, afrancesadas, cortadas a la medida de las añejas familias cortadas a la medida de la aristocracia de principios del XX, contemplé el espejo de mi México actual. Vejez, incuria, abandono. Y al avanzar:

– ¿No es esta la residencia de los Aréchiga, caballeros de Colón?

El ánimo contristado leí en la ventana, detrás de unas rejas de mucho primor, el letrerito pudoroso: “Clases de piano. Ropajes de niños dios. Se preparan niños para la primera comunión”.  A poco andar, en otra casona un nuevo letrero: “Se renta pieza a dama de buenas costumbres”, y enfrente:

¿Qué utilidades  puede reportar a los Gálvez de Céspedes la venta de cochera? Una ringlera de chamarras de medio uso, tenis todavía de buen ver, camisetas. Para atraer clientela,   un radiecito con música a medio volumen. Boleros. Y a esperar marchantes.

– No, y los apretados Orendáin.

Ellos, que habilitaron uno de los cuartos que dan a la calle, y en la ventana han colocado ringleras de yerbas de olor (poleo, cilantro, orégano del cerro) sin letrero ninguno, que el pudor mantiene la vendimia en una discreta exhibición.

– ¿Te acuerdas de la señorita Gracia, la solterona que fue sobrina de diversos curas?

(Mañana.)

Desconsuelo y dolor

Salir con la frente en alto a pesar del dolor…

Leí la frase doliente, dije a ustedes ayer, y venteé la tragedia. Observé las fotos que publicó el matutino (de esto hace algunos ayeres): rostros de niños, de jóvenes y maduros, un puro ardimiento y un majestuoso dolor,  que a lágrima viva y a puño crispado expresan pena, rabia, desesperación. Yo, apenas las miré en el periódico, me sentí reblandecido al ajeno dolor. ¿Un nuevo episodio de violencia en brama entre la R-15 y la AK-47? ¿El resultado del “daño colateral”, como llama a la matanza de niños, doncellas y embarazadas el jefe nato de mi general Galván? Me sorprendí haciendo pucheros, me fui al morbo de los detalles, y fue entonces. De súbito…

Leí la noticia, y válgame: las tales muestra del sufrir colectivo tan sólo me provocaron desprecio, impaciencia, exasperación. ¿Por insensible? No, que el desprecio, el desdén hacia estos rasgos lacrimosos fue mi reacción natural a las causas del llorar colectivo: ¡en el graderío del estadio futbolero un equipo del clásico pasecito a la red había caído a los infiernos de la segunda división, y sus fanáticos se retorcían a la pena, la impotencia, la desesperación! ¡El Necaxa, que descendía a los infiernos de la “Primera A“ y arrastraba a su Perra Brava al llorar y el rechinar de dientes! Y los puños que se alzan al cielo, y los rostros acalambrados, y ese que (pudibundo Julio César al recibir las mortales puñaladas) oculta en la camiseta listada de rojo y de blanco los visajes que le arranca el insufrible dolorimiento. Así viejos y niños, ese en la flor de la edad y ese par de jovencitas que se deshacen en llanto. ¡Por las peripecias del clásico pasecito a la red! Ah, héroes vencidos, héroes por delegación..!

Yo, ¿honrar esas lágrimas, las mismas y de la misma calidad de las que se han desparramado a la advocación de Pedro Infante, Juan Pablo II, La Morenita, la telenovela? Miré las fotos, medité en el “Salir con la frente en alto“, del futbolista en derrota, pensé en los del llanto colectivo:

“El fútbol, espectáculo para las masas, sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita cuando menos una participación por delegación de las proezas donde se requiere fuerza y habilidad, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida. El futbol, deporte por delegación, es privativo de la sociedad de clases. Las clases altas practican personalmente el deporte (golf, polo, tenis, equitación): sólo las clases bajas están reducidas al espectáculo pasivo del fútbol que los entrena para la dependencia, la pasividad, la permanente minoría de edad mental”. Mis valedores:

Las lágrimas de los de la foto, ¿espontáneas? Por supuesto que no. Son pasiones, emociones y reacciones mañosamente inducidas a lo artificial y artificioso en el débil de espíritu. Son los opiáceos de las masas oprimidas, deprimidas, enajenadas. Alineación, manipulación, dependencia, televisión. ¡Nos bañamos en oro! ¡Los héroes, la gloria, México!

Pero felicidades: el llanto quedó atrás. Para el que apenas ayer se retorcía las entrañas «su» Necaxa vuelve a pastar en la grama de la primera división. Hoy, la alegría se tiñe de rojo y blanco; es la “alegría” con que el Sistema apuntala en las masas un agónico sentido del diario vivir una vida que se arrastra al ras del desánimo. Pornografía, licor y el clásico pasecito a la red. Y no pensar, no reflexionar. Felicidades por «su» Necaxa. (Es México.)

Oh dolor…

Salir con la frente en alto a pesar del dolor. La vida continúa..

Leí la frase, me estremecí, venteé la tragedia del héroe, su temple, bizarría y estoicismo, su serenidad ante el infortunio. A la mente se me vinieron las levantadas figuras de la epopeya clásica. Si Eneas, en la hornaza de Troya, a la que el triunfante Odiseo conmina a abandonar con tan sólo lo que lleve encima. El héroe vencido, hijo amantísimo de su padre Anquises, por no abandonarlo a su suerte en las ruinas de la ciudad se lo echa sobre los lomos: “es lo único que llevo encima”,  y se retira con él.

“A pesar del dolor. La vida…”

Si un gemebundo Aquiles ante el cadáver de su amado Patroclo, o si el héroe rebelde por excelencia, un Prometeo encadenado a la roca del Cáucaso después de hurtar del Olimpo el fuego divino para con fuego convertir en divinos a los mortales. ¿Qué personaje, enfrentado a los dioses, al hado, a la Moira, pudo, al caer al hachazo del insobornable destino, levantar la frente y “salir con la frente en alto a pesar del dolor?” Lean, si no las conocen, esas tragedias clásicas, conmovedoras. Antígona…

Frente en alto a pesar del dolor, empresa vedada a nosotros los débiles, los del corazoncillo de jericalla, sensibleros que a flor de pupila cargamos esa furtiva lágrima que en ocasiones no logramos domeñar, y que de improviso salta, rebelde, a la vista de todos, nos descompone los rasgos del rostro y lo colorea de vergüenza. Las lágrimas que la muerte nos vino a exprimir cuando se llevó a la madre Tula o cuando la vida, insensible, se raptó a mi Nallieli, que ya está fuera del mundo; y al retorcimiento de la dolencia cómo clamar, simplemente: la vida continúa. ¿Es vida la nuestra o sólo su apodo, su alias? Tula, Nallieli, mi juventud, yo mismo…

Y ya a la orilla de todo -medito enloquecido- en lo que he sido- en lo que es ido

Por ahí va el poeta. Y qué hacer. ¿Salir con la frente en alto? Miro las fotos de los dolientes, intuyo el drama. ¿Qué trecho de tu vida puedes haber caminado tú, que te desmoreces al dolor, con tus veinte años apenas, a penas? Tú, el de barbilla incipiente, que con lágrimas sin veda, pudor, intimidad, asperjas los cuatro rumbos de la rosa, ¿eres, acaso, más joven que ese de junto que miro levantando a los cielos unos puños crispados, tanto como los rasgos de un rostro distorsionado, contorsionado, charamusca del dolor que se expresa a aullidos? Ah de esos ojos remachados, de esa boca abierta de par en par,  de los puños que encaran los santos cielos y amenazan con derrumbarlos, acabar con ellos, y con todo y con todos, y así dar muerte al dolorimiento. Con la frente en alto. Trágico.

Acaso más me impresionen las expresiones faciales de ese otro en la foto, imagen expresionista de un dolor que va metamorfoseándose mientras que el ceño se frunce, las cejas se tornan colas de escorpión y de la lágrima que se reseca emerge una ardida exasperación, una árida rabia en esas fauces que se erosionan mientras los dientes parecen a punta de morder, triturar. A tarascadas…

El anciano de junto: volcán que se apaga, sus grietas aún rezuman lloraderos de humedad, grietas resecas por las cataratas, contrasentido patético. Y qué será más de impresionar: la lágrima viril, el rabioso llorar, la pena ya sosegada, cansada del áspero oficio del diario vivir, o el sacudirse en sollozos del niño que comienza a saborear el amarguísimo sabor de la humana dolencia. Miro las fotos. Duélome al verlas. Yo, reblandecido al ajeno dolor… (El lunes.)

Nosotros, los de entonces…

Ya no somos los mismos. Ni la calle de mis amores, ni sus casonas neo-porfirianas, ni unos vecinos que conocí de entorchados y pergaminos (nunca me dirigieron la palabra), ni yo, en tantas formas tan venido a menos. Cuánto nos sale debiendo el gobierno. Cuánto nos debemos a nosotros mismos. Mis valedores:

El sábado pasado, a esa hora mortecina de la media tarde en que las cosas parecen ya estar añorando la cobija y el jergón, regresé a la colonia de vieja alcurnia y me interné en mi calle; en lo que de ella sobrevive apenas. A penas. Y ocurrió que una vez que en Londres México se bañó en oro, y de la mano de sus nuevos héroes se encaramó hasta la punta de la gloria, yo me di a recorrer la calle que habitara hace años: seis, siete cuadras de casonas porfirianas con recios portones que recordaba siempre cerrados, pero lo que ahora me vine a encontrar: setos parduzcos, banquetas destartaladas, cacarizos muros con tatuajes de grafitos, tandadas de perracos, cinco deyecciones por cada animal. Frente a mí, brazos abiertos, la sombra apenas de aquel mi amigo Felipe de Jesús de los años viejos.

– Llámame por mi apellido: Cánovas, porque el nombrecito de pila… ¿Sabes que hasta el próximo primero de diciembre no lo vuelvo a pronunciar?

En silencio nos abrazamos. Alguno suspiró. En el viento otoñal, tufarada de mal aliento, me cachetearon tres voces tipludas, amelcochadas, que si de hombre, que si de mujer:  Eres la gema que Dios convirtiera en mujer.

– Extraño lugar este donde me citaste, Felipe de… perdón. ¿Es una cafetería?”

En el zaguán de la casa habitación una mesa con su mantel, cuatro sillas, una cafetera doméstica, cucharas, azúcar, y una mesera que resultó ser… “Oye, ¿no es ella doña Nilda Eudevilia, de la aristocrática familia Montalbán?”

Ella, sí, que a pasitos contados llegó, con pulso temblón llenó las dos tazas, y a pasitos contados se alejó por el corredor. “Aristócratas víctimas de la crisis. Ahora verás lo que queda de la calleja”.

Y allá vamos, rumbo a la casa de Cánovas, amigo de mi niñez. “Ando en agencias de poner mi propio changarro.  Por eso te pedí que vinieras. Quiero pedirte una orientación”.

Dejé unas monedas sobre el mantel y allá vamos, rumbo a la casa del amigo, al final de la calle, y según caminábamos: Dios, que en la zona de casonas porfirianas, afrancesadas, cortadas a la medida de las añejas familias cortadas a la medida de la aristocracia de principios del XX, contemplé el espejo de mi México actual. Vejez, incuria, abandono. Y al avanzar:

– ¿No es esta la residencia de los Aréchiga, caballeros de Colón?

El ánimo contristado leí en la ventana, detrás de unas rejas de mucho primor, el letrerito pudoroso: “Clases de piano. Ropajes de niños dios. Se preparan niños para la primera comunión”.  A poco andar, en otra casona un nuevo letrero: “Se renta pieza a dama de buenas costumbres”, y allá, enfrente:

¿Qué utilidades  puede reportar a los Gálvez de Céspedes la venta de cochera? Observé la ringlera de “jeans” y chamarras de medio uso, tenis todavía de buen ver, camisetas. Para atraer clientela,   un radiecito con música a medio volumen. Boleros. Y a esperar marchantes.

– No, y los apretados Orendáin…

Ellos, que habilitaron uno de los cuartos que dan a la calle, y en la ventana han colocado ringleras de yerbas de olor; sin letrero ninguno, que el pudor mantiene la vendimia en una discreta exhibición.

– ¿Te acuerdas de la señorita Gracia, la solterona que fue sobrina de diversos curas?

(El lunes.)

¡Al sonoro rugir del..!

El himno mexicano sonó (sonó, escribió el reportero del matutino) pletórico (¿sabrá lo que significa tal adjetivo?) en Wembley mientras la bandera verde, blanco y roja (así, en masculino y femenino), prodigiosa y hermosa (sic), subía al cielo.

Analfabetismo funcional, cuántos disparates se vomitan en tu nombre. Pero a propósito del himno que «sonó» en Wembley: nativo soy de un poblado que en mis años tiernos vivía un tiempo congelado en la rutina del diario vivir que cabía en el canto del gallo y un madrugar de campanas, del día rayonado a ladridos, rebuznos y toros en brama. Ya al pardear, el cencerro, la majada  y el toque de esquilas que convocaban al ángelus, y hasta otro día, calca del anterior y molde para el que vendrá después. La noche de mi región: pacífica convivencia del trasnochador con la bruja y el ánima en pena, y la paz.

La paz, pero  de súbito, mis valedores, la rutina se trizó una mañana, cuando en penco cuatralbo, con un lucero en la frente, nos llegaba el lucero de la revolución, don Pánfilo Natera.  Helo ahí, fusca al cinto, saludando con  la gorra norteña.  Yo, la tricolor de papel en la diestra, con dos docenas de aturdidos de primeras letras escuché de repente en la de redilas atascada de músicos, ¡el himno nacional! “¡Mexicanos, al grito de..!” Yo, inflado de tricolor emoción:

– Cuando crezca voy a ser revolucionario.

Como crecer, no alcancé la alzada de Gulliver, y como revolucionario no pasé de liliputiense, pero la lucha se le hace. Crecí en edad y tuve ocasión de escuchar, siempre en horas de excepción y yo en posición de firmes, los acordes del himno de mi país. Húmedas las pupilas, una fuerza interna me forzaba a alzarme y soñar en una patria libre y digna cuando lo seamos los mexicanos.  Era mi himno patrio, inaccesible al deshonor…

¿Que si belicosas las cuartetas que redactó Bocanegra? ¿Que en ellas se exalta al “bravo adalid” que terminaría dándoselas de emperador? “Si a la lid contra hueste enemiga – nos convoca la trompa guerrera, – de Iturbide la sacra bandera -¡Mexicanos!, valientes seguid”. (Válgame.) ¿Que alabanzas a «cojo inmortal»? Culpas fueron del tiempo y no del bardo. Pues sí, pero aquí mi pregunta, mi preocupación, mi mortificación…

¿Envejeció mi espíritu? ¿Después de vejez apátrida? ¿Qué metamorfosis sufrió mi sensibilidad, que todavía hoy tanto me siguen emocionando  los acordes de La Marsellesa, del himno español y del de la Gran Bretaña, pero no del mío, hermoso al par de  los susodichos? ¿Por qué esta insensibilidad?  El himno de mi país sigue siendo el mismo. ¿Entonces? Sospecho que el daño se ubica no en nuestro símbolo patrio, como tampoco en mí; que la carcoma está en la rutina, en la saturación. Porque, mis valedores,  a resultas de alguna presunta disposición (deposición) de doña Margarita, cuando la hermana predilecta del hombre de la(s) pompa(s) y circunstancias era todopoderosa, en las estaciones de radio, puntualmente, el guerrero pregón, flor y espejo de mexicanidad,  me anuncia que finaliza la  programación nocturna, con el último acorde cediendo espacio a algún noticiario redactado en un español de masquiña, de pacotilla. Día con día «suena»(sic) el himno patrio a modo de cortinilla de la programación radiofónica, esto a la misma hora todos los días, rutina que terminó por cegarme las fuentes del entusiasmo cívico. Y aquí la pregunta, mis valedores: ¿sólo a mí me acontece el fenómeno? ¿A ustedes no? ¿A ninguno de ustedes?   “¡Mexicanos, al grito de…!” (México.)

Héroes, oro, gloria (México…)

 

Esa fascinación, ese abandono de sí mismo que el futbol ejerce sobre amplias masas populares constituye un vasto movimiento de diversión y de mistificación; cumple una función de compensación simbólica y de exultorio. Los capitalismos lo utilizan como medio de adiestramiento gregario y control psicológico de las masas a través de sus reflejos condicionados.

Conque México se cubrió de oro. Los analistas:

“No tenía idea de la explosión de locura que se produce si se encierra en la misma probeta una crisis económica, un desencanto por las instituciones del país, una bolsa de café y una virgen de madera dorada, y esa mezcla se deja desintegrar bajo el sol mojado de los tristes trópicos. Jamás un país me había dado la impresión de estar enajenado en bloque, pasmado entre un pasado ausente y un porvenir ilegible. Si en ese cuerpo enorme y febril se inocula pasión futbolística, la razón se tambalea. En ese organismo en estado de baja resistencia el cáncer del futbol ataca uno tras otro a todos los órganos y los roe ferozmente”.

Como espectáculo para las masas el futbol sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita cuando menos una participación por delegación en las proezas donde se requiere fuerza, habilidad y destreza, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida.

«Ganamos, anotamos un gol», y no se han movido de las gradas.»Es el orgullo apasionado del mediocre». El deporte por delegación es un fenómeno  de la sociedad industrial de masas, el santo y seña de la sociedad de clases. Las clases altas practican el deporte: golf, tenis, hockey, equitación, polo, esgrima; sólo las clases bajas están reducidas al espectáculo pasivo del futbol. La inmensa mayoría rara vez toca un balón. El aficionado es espectador pasivo que participa por delegación de los triunfos de su equipo favorito, a cuyos partidos asiste a distancia, desde una tribuna, enajenándose en el jugador profesional, al que eleva a la categoría de ídolo.

El futbol es un medio de despolitización de  masas, un señuelo para alejarlas de la cultura política. El menosprecio hacia el fanático se evidencia hasta en las condiciones inhumanas que se le hacen sufrir en los estadios, que son lo más parecido que existe a un campo de concentración, donde ni siquiera falta el alambrado de púas.

La comunicación que se provoca en el futbol es del tipo de las multitudes espontáneas que se forman en ocasión de un linchamiento. No es de extrañar que suele terminar en   violencia.

De súbito, desde las galerías rompen a rodar las pasiones crispadas y los insultos, los frustrados deseos semanales. La turba de aficionados sugiere de pronto la imagen de un viejo decrépito que se exaspera en sus vanos esfuerzos por poseer a una adolescente.

La verdadera pasión es fría. El entusiasmo, en cambio, es por excelencia el arma de los impotentes.

Los merolicronistas de medios impresos y electrónicos: “Tienden a acentuar el carácter estético del futbol. Hablan de estilos y técnicas, pero que no nos engañen: intentan crear una seudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Hacen un serio estudio de algo de lo que nada hay que comentar, aparte de algunas elementales reglas de juego».

Pero el futbol es rey, dios, dictador, negocio, enfermedad,  enajenación, política,  manipulación. Todo, menos un deporte.

¡Y México se cubre de oro y de gloria!  (Qué país.)

Hasta agotar existencias

Calderón fue apegado a la ortodoxia neoliberal (…) Hizo un esfuerzo por seguir avanzando en la privatización. Liquidó a Luz y Fuerza del Centro, pero cuando intentó avanzar en la privatización de Pemex se topó con la oposición de la izquierda (L. Meyer, 9-VIII-12.)

Y la fabulilla de mi invención. Media tarde. Por la calleja se acerca el Ungido, paz en el rostro y en las sandalias el polvo de los caminos. Ahí despidió a sus apóstoles, les daba su bendición y así les decía:

– A mis criaturas prediquen la viva palabra de Dios. Aquel que busca a mi Padre habrá de repartir sus bienes entre los pobres para luego seguirme.

Que ustedes son la sal de la tierra, y que…

Ya cae la tarde cuando los discípulos se dispersan por los caminos y las  veredas. Solo y su alma,  Jesús el Cristo siguió su andar hasta que allá, en la distancia, se columbraron las techumbres de Jerusalén y la silueta del templo de Salomón. En la hornaza del crepúsculo se incineraba el sol mientras que el romero alcanzaba las goteras de Jerusalén y por esa calleja se acercaba al templo. Y fue entonces:

De súbito El Nazareno  se da el encontronazo con la arribazón de los mercachifles. Una turba de griegos, romanos, fenicios y bárbaros se afana en desmantelar el templo de Salomón. Gentualla innoble del trato, de mano en mano se van pasando cálices, paños y candelabros que tasan en tejos, talegos y monedas exóticas como la algarabía de su lenguaje, local y extranjero. El espectáculo del toma y daca crispó al Nazareno. Su pecho conoció la iracundia:

– ¿Y esa depredación? ¿Y esos mercachifles? ¡Los sacerdotes del templo metidos a traficantes!

Prendió del manto al que se afanaba con su cargamento de cofres y candelabros, el cual: «¿Y este loco de dónde salió, por qué jalonea?»

Resopla bajo su carga de paños, que aun algunos va arrastrando por el suelo. Jesús:

– ¡Mi casa es casa de oración, y ustedes la han convertido en cueva de mercachifles! .

– ¿Bueno, y tú por qué nos interpelas? Para todos hay, cálmate.

Otro más, con su carga de vasos y cálices: «No le hagas caso, Habacuc, ha de ser uno de esos santones que se creen iluminados».

– Cálmate. Allá adentro queda mucha mercancía, pero tienes que pagarla al chaparrito aquel, mira.

Y señalaba al hombrecillo jetón, peloncillo, ceja arriscada. Jesús abre su boca:  “¡Judas, tú cerrando trato con el publicano!”

– Maestro, ¿tú aquí? Pero no, cuál publicano. Japonés, y en euros. Me acaba de mercar oro, incienso y mirra.

– Ya miro;  tu comercio es repugnante.

– Dije mirra, y además candelabros, lámparas, gobelinos. Barata de quemazón. Hasta agotar existencias. Aquel gringo me acaba de comprar Luz y Fuerza del Centro y me dio un adelanto por PEMEX, Mexicana de Aviación y algunas otras cosillas.

– Te envié a predicar la virtud y hacer el bien a mis criaturas.

– ¿Y no es lo que estoy haciendo? ¿No les estoy agenciando un montón de divisas? Firmado, mira.

– ¡Una hipoteca! ¡Hipotecaste el templo de Salomón! ¡Vendepatrias, ¿qué es lo que llevas ahí, bajo el manto?

– Artesanía popular. Tengo al cliente esperando.

– ¡El Tabernáculo del templo!

El Primogénito de los Muertos se volvió a los muertos que iban pasando, abrió los brazos y clamó a toda voz: «¿Deténganse, miren el templo! ¡Estos Judas les saquean sus riquezas! ¡Atiendan,  escúchenme! ¿No les importa que una mafia  de Judas les hurte su patrimonio?”

¿A ellos, Jesús? ¿Acaso no los conoces? ¿Aún no conoces a todos los hijos de toda tu santa madre, la de Guadalupe? (¡Dios!)

¿Será zurdo Peña?

“No Colibrí a la Izquierda, como nos lo presenta la historia oficial. Por su instinto sanguinario y su aspecto espantable, Huitzilopochtli significa “Colibrí Siniestro”.

Tal afirma el cronista, cuando el colibrí verdaderamente siniestro habitó alguna vez en Los Pinos, y así nos fue a todos con el tal. A propósito: el Día Internacional de los Zurdos, que se conmemora el día de hoy. ¿Zurdo alguno de ustedes y sufre por ello alguna suerte de discriminación? Porque tal es la condición de las masas: rechazar todo y a todos los que de alguna forma son diferentes, y aquí lo trágico:  la discriminación contra la mano zurda la ejercemos y padecemos todos, porque nos hemos mutilado de manera voluntaria la mano izquierda hasta convertirnos en hemipléjicos y manejarnos al 50 por ciento de nuestra capacidad manual, sin  apenas darnos cuenta del potencial que desperdiciamos.

Toda la civilización ha sido forjada con la mano diestra porque nos hemos mutilado de la otra mitad. ¿Por qué razón dejamos la zurda sin el adiestramiento de la diestra? ¿Por qué la cultura ancestral clasifica de negativo todo lo que concierne a la zurda?  ¿Cómo, cuándo, por qué se originó esa maldición? Una pista para encontrar la respuesta pudiese encontrarse en el mito de la antigua Grecia: con la diestra cercenó Crono la virilidad de Urano (Saturno), mientras que con la izquierda le afianzaba los genitales, maniobra que la marcó de impura e indigna de la misma educación que la diestra, mutilando con ello nuestra potencia manual. Nosotros, aun sin conocer el mito, a menospreciar la zurda…

Y ya que andamos por la recoleta región testicular: ¿cuál de sus manos colocó Jacob en la virilidad de un su padre anciano y casi ciego a la hora en que se hace pasar por Esaú el primogénito y de forma fraudulenta dar testimonio (testi, de testículos) para así apoderarse de la primogenitura, con todas las ventajas que ello supone? La diestra, sí, por supuesto. ¿Y con qué mano bendijo el viejo Isaac al tramposo, si no con la diestra? ¿En dónde  están a estas horas, si nos atenemos al Libro, lo mismo el padre engañado que  el hijo inescrupuloso, con todo y madre que le inspiró el fraude y lo ayudó a perpetrarlo? Ellos, de acuerdo con la Promesa, a la diestra de Dios. Para los ubicados a la zurda, la maldición. “¡Id, malditos, al fuego eterno!”, clama en el Valle de Josafat a los desdichados a los que ha sentado a su izquierda.

Discriminación.  El  universo se divide en dos mundos que se atraen o repelen, se implican o excluyen según graviten hacia uno u otro sentido de los polos y mutuamente se complementan. Todas las oposiciones que presenta Madre Natura muestran ese dualismo fundamental que para nosotros es motivo de discriminación: luz y tiniebla, día y noche, oriente y sur frente a norte y  poniente. Por uno la vida asciende y resplandece; por otro desciende y se apaga. Arriba moran, inmortales,  los dioses; acá, los mortales que se traga la tierra; más abajo se ocultan las serpientes, y en la profundidad los demonios. Para la cultura de la discriminación el cielo es la diestra, y la tierra la zurda.

Del Día Internacional de los Zurdos. “Discriminación aberrante”, enfatizó el maestro en la tertulia de anoche. “Eso es ignorancia y superstición. ¿Están ustedes de acuerdo?”. Todos, sí, por supuesto. Pues sí, pero de repente, en el silencio que siguió a la pregunta, El Síquiri, cautelosa voz:

– ¿Será zurdo Peña? Porque un zurdo más y al país se lo acaba de cargar la…

(Sh…)

Escatología gubernamental

Así que el 5 de junio Día de Luto Nacional…

– ¡Qué mierda de gobierno!

Tremenda requisitoria de un mexicano  que así califica el gobierno del Verbo Encarnado: de simple lodo biológico.

Aplastante, sí, ¿pero por qué el exabrupto?  ¿Por la crisis recurrente que en todos los órdenes cimbra el país? ¿Por la pobreza, la  carestía, el desempleo, la ingerencia de Washington en asuntos internos de este país,  el borbollón de sangre, luto, dolor y lágrimas que ha producido la guerra particular del Verbo Encarnado hasta el grado de convertir la imagen de México en una verguenza internacional? ¡Qué mierda de gobierno!

Ese fue el exabrupto que a principios de junio lanzó un ciudadano a escasos metros de la residencia oficial de Los Pinos. Lodo biológico.

Pero no. No fue la pobreza ni fue el desempleo. La escatológica expresión fue provocada por la justicia a que en el presente sexenio están sometidas las masas sociales. Porque en una comunidad la justicia es sangre y oxígeno, que es decir todo, y esa comunidad no es nada cuando la privan de la justicia y aplican las leyes a lo selectivo, a lo discrecional, a lo convenenciero. En verdad, mis valedores, qué lodo biológico de un gobierno al que una sola ventaja le advierto: que va de salida.

Pero a propósito: el  exabrupto contra Los Pinos lo lanzó a principios de junio del 2010 el mexicano Abraham Fraijo, padre de una de las 49 criaturas que fallecieron un año antes, Emilia de nombre, en la guardería ABC, de Hermosillo, Sonora. Qué justicia de excremento, se pudiese expresar ante los hechos del presente gobierno. A mediados de semana de aquel junio, por fin, el de Los Pinos accedió a recibir a unos cuantos padres de las víctimas, una lista selectiva de ellos, los que parecían menos dispuestos a linchar a Calderón. “Porque sí, se exaspera Gabriela Warkentin en el matutino: “Porque se mantiene cuidado de la imagen, de las palabras, de las presencias. Parálisis y mezquindad, así es como se lee”, puntualiza.

Por su parte, Calderón prometió ir a Hermosillo en fecha próxima, pero más tarde en Los Pinos, por temor al linchamiento, se anunció su abstención. Que compañones de lodo biológico.

La dicha entrevista se cometió, sé lo que digo, a puerta cerrada, pero trascendió el diálogo entre los padres hoy huérfanos de sus hijos y el titular del Ejecutivo, que así intentó domesticarlos:

– Les ofrezco Seguro Social para los niños lesionados.

– Queremos justicia.

–  Les ofrezco una ceremonia oficial el 5 de junio, con pase de lista de todas las víctimas, por riguroso orden alfabético.

– ¡Justicia! ¡Sólo queremos justicia!

Demeritando la enseñanza oficial, el de Los Pinos  elevó la oferta: “Que los sobrevivientes estudien en escuelas privadas”. Y a un año de distancia:  También les ofrezco que habrá apoyo psicológico para los menores lesionados”.

–  ¡Justicia!

– Puedo decretar el 5 de junio como Día de Luto Nacional.

Ellos, tercos: justicia.

– Les ofrezco estudiar cuidadosamente las conclusiones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Porque a un año de distancia, los magistrados de marras ya emitieron sus señalamientos sobre el almácigo de cadáveres de criaturas, mientras que a la justicia le cubren los ojos con una gruesa venda de fojas y folios e impunidad. Por aquellos días comentaba Alberto Barranco:

“ABC de la impunidad…”

Es que por ahí se pronuncia a sotto voce, porque ahí se asordina, se acalla algún apellido de prosapia sexenal: Gómez del Campo.

Qué mierda de gobierno… (En fin.)

Hermano en el camino, Solalinde

Por su protagonismo al frente del albergue Hermanos en el Camino, el sacerdote Alejandro Solalinde ha sido destituido del cargo por la jerarquía católica.

Una más de ese clero político que no admite más protagonismos que los de Rivera  y congéneres, protagonismo que se magnificó en el reciente proceso electoral, donde la sotana y la capa pluvial inclinaron las preferencias del voto en los pobres de espíritu. El retrato hablado del candidato, en palabras del obispo  Onésimo Cepeda:

Uno con la cola limpia: ese es el candidato ideal.

Tan horroroso protagonismo viene exacerbándose desde 1988 en los tiempos recientes, cuando un Salinas urgido de “legitimación” desnaturalizó el 130 constitucional, del que a su hora afirmó Dn. Jesús Reyes Heroles:

Respeto a la religión y respeto a la política, que no otra cosa es nuestro Art. 130 constitucional. Salinas: “Las iglesias y las agrupaciones religiosas tendrán personalidad jurídica como asociaciones religiosas una vez que obtengan su correspondiente registro”.

El reculón salinista desbozaló el protagonismo de un clero que desde el púlpito y ya sin recato lanza anatemas y excomuniones, condena leyes, exalta a Peña, sataniza a aquél y controla el voto de los pobres de espíritu. «Desde los orígenes de Hispanoamérica, afirma el historiador, religión y política dependieron una de otra y se influyen una a la otra».

Dn. José Ma. Luis Mora, político liberal: “Todo lo que incide en el fervor se capitaliza en poder político para la Iglesia. A mayor fervor popular, mayor control sobre los fieles, quienes, sin racionalidad,  se caracterizan por un alto nivel emocional. Cada mexicano debe preguntarse a sí mismo si el pueblo existe para el clero o si el clero ha sido creado para satisfacer las necesidades del pueblo”.

El clero político: «La ley para la despenalización del aborto aprobada por la ALDF pone en evidencia el rostro autoritario y fascista del PRD».

Contra el derecho de la mujer a disponer de su cuerpo el obispo Jonás Guerrero: «¿Qué diríamos de El Mochaorejas si nos dijeran que tiene derecho a secuestrar, a cortar los dedos de sus víctimas, a asesinar a nuestros familiares? Ahora ´’se justifican’ los actos vandálicos de los asambleístas del PRD, que ellos llaman derechos´».

Santiago Creel cuando Sec. de Gobernación de un Estado laico: «El gobierno  reconoce sin disimulo el papel trascendental de la Iglesia Católica, ahora en posibilidad de realizar abiertamente sus actividades, de brindar un servicio y de difundir su mensaje eucarístico de luz y vida».

El sacerdote V. Amil, citado por J. Meyer: “Ya sea que el príncipe haga buen o mal uso de su poder, ese poder siempre es conferido por Dios. Incluso si su gobierno es tiránico hasta el punto de que deje de ser un príncipe y se convierta en un demonio, incluso entonces… debemos seguirle siendo fieles, no permitiéndonos más recurso que el de apelar a Dios, Rey de Reyes que puede en el momento oportuno ayudarnos en nuestras tribulaciones».

Dn. Jesús Reyes Heroles:

«En el pasado, a nombre de la religión, se entró en el cambalache político; se politizó en el mal sentido la religión y se dio origen a una mezcla lesiva a la libertad de conciencia y a la dignidad religiosa. En otros países a nombre del cristianismo se hace mala política, se entra en el toma y daca del comercio de las cosas y de los hombres. Nuestra Ley impide estas actitudes que desmedran la religión».

Eso, ayer. ¿Y hoy, en el sexenio del Verbo Encarnado? (Dios.)

Jauría

¿Qué quedó de nosotros? Mi ciudad y yo mismo, ¿dónde fuimos a extraviarnos? La calle de mi barrio, ¿en qué ha venido a parar? Al primer canto del gallo y al primer rayo del sol salía yo a caminarla, rumorosa de jilgueros, cenzontles, canarios y torcacitas. Limpia mi calle, olorosa a eucalipto y a patio recién lavado, que yo recorría con pisada firme y un optimismo que me hacía imaginar color de rosa el futuro de mi ciudad. Pero en eso que llega a Los Pinos el beato del Verbo Encarnado y con fauces de alto poder desfigura el rostro de la Suave Patria

Es por eso que ahora, por miedo al secuestro virtual, verbal o efectivo, no me atrevo a salir de mi depto (él, mientras tanto, bien arropado en su bunker particular) y mucho menos andar por mi calle si no es con el sol bien alto. Me topo entonces, y aquí su ruda metamorfosis, con un zoco turbio de tufos a cebolla y orégano, a epazote, cilantro y fritangas al mojo de ajo, que ventosean unas casas que apenas ayer fueron hogares y hoy, gracias al hombrecillo del bunker, han degenerado en patéticos changarros que en calidad de saldos ofrecen toda suerte de sopas y sopes, la chalupa y la carnaza,  el pambazo, la garnacha y esas tortas ahogadas en toda clase grasas y sebos, mantecas y aceites, comestibles algunos. De portones con reminiscencias del porfirismo cuelgan hoy,  saldo y remates, los calzones usados y las chanclas viejas. Yo a traspiés caracoleo entre latas y frascos vacíos, papel de envoltorio embijado de sebos pestíferos y restos de yerba: las narcotienditas, espinillas en el rostro de mi calle. Patético. De tarde en tarde, corazón bandolero, me arriesgo a salir a la calle a esa hora de entre dos luces en que  La Porciúncula llama a la primera del Angelus. El corazón en la boca…

Camino, sí, pero ahí me salta el primer ladrido; lo libro y me acosa el gruñido; avanzo, y una discordante sinfonía de aullidos que van del pit-bull y el rod-willer al perraco de la calle que una mujer de la calle recogió, qué buen corazón. (Ahora mismo, mientras esto redacto, ¿los oyen? En las orejas me chillan los perros de mi vecino de al lado.) El temor, el temblor, el terror de mi barrio, que se manifiesta a ladridos…

A la dama del perraco callejero, la única en el vecindario que ha aceptado cruzar palabra conmigo, le comenté ayer la discordante sinfonía que tasajea el amanecer. “Aturden el barrio a ladridos. ¿No le parece el de los vecinos una precaución que raya en psicosis?”

– ¿Y qué otro remedio le queda al jodido para conjurar su miedo? ¿Esconderlo en un bunker como lo esconde uno al que me abstengo de nombrar porque se me agria la malpasada de anoche?  ¿Conseguirse pelotones de guaruras del Estado Mayor Presidencial, federales, la DEA? ¿Dos o tres mastines de pedigrí como esos que  al tanto más cuanto le pelan al Peje  colmillos y premolares desde sus medios de condicionamiento de masas? ¿Doberman como esa soberbia jauría que mantiene el de Los Pinos?

(Achis, achis.) “¿Cómo cree que intenta espantar a López Obrador, si no es cuchileándole a esos podencos a los que se suman los chuchos de Nueva Izquierda? «¡Echenle montón! Después, para ustedes, las sobras del comelitón”.

La náusea. Oyendo a la sota moza a la mente se me vinieron, vaciladores, aquellos versitos:

“Cuando un mastín forastero – pasa por una ciudad – chuchos de la vecindad – le van a oler el trasero. – El mastín (grave, mohíno) – ve la turba que babea – alza la pata, los mea – y prosigue su camino”.

(Sin más.)

Virgos que remendar

La Celestina, mis valedores, de la que a su hora afirmó Cervantes: “Libro, a mi entender, divino, si no encubriera más lo humano”. La Celestina. ¿Conocen la historia de la alcahueta inmortal? ¿Alguno ha leído la Tragicomedia de Fernando de Rojas, fundamental de la picaresca española y, con El Quijote y todo Quevedo, obra cumbre del acervo literario español? La Celestina, esa maestra suprema del alcahuetaje, zurcidora de virgos, bruja y ensalmadora, y esperpento genial. La nota del diario me la trajo a la mente:

Aumenta la demanda ante los ginecólogos para la reconstrucción del himen por parte de jóvenes casaderas que quieren engañar al novio. La himenoplastia consiste en coser con hilos finísimos, o con hebras del cabello de la paciente unir las secciones desgarradas del himen. Esta operación se realiza horas antes de la boda, para que en el lecho, el flamante marido piense que se ha casado con una mujer virgen”.

Pero aquí el riesgo: “Por lo regular, la novia se delata en la noche de bodas porque se comporta sexualmente mejor que una mujer sin experiencia».

Terminé de leer, y reflejo condicionado: ¡La Celestina, componedora de virgos! Fui al estante, tomé mi ejemplar. A la distancia de más de 500 años sigue ufanándose: “Pocas vírgenes has visto tú en esta ciudad que hayan abierto tienda a vender de quien yo no haya sido corredora de su primer hilado. ¿Pues qué? ¿Habíame de mantener del viento? ¿Conócesme otra hacienda más que este oficio?”

Y que son varios miles de virgos los que ha remendado esa inmoral que a una Areusa avergonzada porque la visitaban dos, aconseja:

“Aprende de tu prima, que tanto ha aprovechado mis consejos: uno en la cama y el otro en la puerta y otro que suspira por ella en su casa, y con todos cumple (…) Y todos piensan que no hay otro y le dan lo que ha menester. ¿Y tú piensas que con dos que tengas, que las tablas de la cama lo han de descubrir? ¿De una sola gotera te mantienes? Más pueden dos y más cuatro, y más dan».

Celestina cínica, tercerona inmoral, que así arruina a tantos por alcahuetear a Calixto, y que Melibea se le rinda sexualmente. Yo quería seguir leyendo, pero ya era la medianoche, y aquel sopor, el letargo, la duermevela. Me dormí. (Por suerte La Celestina es sólo ficción de la España del XVI. Hoy, aquí, entre nosotros, qué tendría que hacer una tercerona. Y fue entonces.)

– ¿Aquí qué tendría que hacer, dices tú, que te pasas de cándido? (Cascada su voz, pero entera en sus dejos toledanos.) ¿Acaso no sabes que en tu país viven y medran docenas de Celestinas hermanas mías y primas carnales, todas discípulas mías, todas iguales o mejores que yo misma para zurcir doncellitas desvirgadas?

– ¿Ah, sí? (Salte ya de mi sueño, vieja embustera, causa de malos amores de trasputín y  traspatio.) «¿Y quiénes son esas zurcidoras de virgos rotos que operan en México?»

Valdés Zurita y Luna Ramos, para empezar.

Ajale. Mi sueño comenzó a ser pesadilla cuando puso en mis manos aquellos papeles. «¡Oiga, que son las leyes con que los funcionarios del IFE y el TRIFE sancionaron el reciente proceso electoral!»

– Leyes impolutas que los violadores volvieron putas.  Ah, pero ahora los hipócritas intentan disimular los destrozos, y yo digo: ¿Qué saben Valdés y Luna de zurcir virgos? Mira los costurones con que los violadores pretenden venderlas a ustedes en calidad de doncellas. Obsérvalas, pobrecillas:  desfloradas y vueltas a remendar. ¿Qué hace La Celestina en México, dices? ¿Cómo anda el virgo de tu Carta Magna? (Válgame.)

 

Macarena y Pancho Rojas

De repente, en plena tertulia, el escándalo. Las dos rijosas irrumpen por esa puerta, una llevando a la otra a remolque. La tía Conchis, jadeante:

– ¡Resuelto el misterio de la ropa perdida! ¡Vacía tu bolsón, Macarena!

La aludida, trabajadora doméstica de La Maconda (Sra. viuda de Vélez), intentaba zafarse, huir, escapar por la puerta falsa; no la del suicidio, sino la de servicio. “¡Vacíalo!”

– Nomás porque una es pobre la tratan de humillar, y tampoco.

– ¡Tu bolsón, Macarena, vacíalo aquí delante de todos!

Y ahí fue, mis valedores. Al unísono eran interrogados aquí La Maconda sobre el robo de ropa y allá Pancho Rojas sobre la compra de votos, y los dos inculpados  recurrieron a la tramposa maniobra de la «desubicación». Oí a la inculpada y al legislador:

– ¡Aunque pobre doméstica tengo mis derechos humanos!

– ¡Los priístas somos los principales interesados en que se aclare esta situación! ¡Porque nuestros actos han sido siempre éticos y legales!

– ¡Vacía tu bolsón!

– ¡No voy a caer en provocaciones!

– ¡Nosotros no vamos a caer en provocaciones.

– ¡Vacíalo!

A querer o no. Ahí, el desparramadero de sedas y ropita de algodón.

– ¿Hubo compra de votos y mucha mano negra en el triunfo de Peña?

–  Responderemos con acciones en beneficio del país.

– ¿Pero hubo graves irregularidades en el proceso electoral? ¿Sì o no?

– Esas obras son las acciones que propuso el triunfador en las urnas:  modernizaciòn de la vida econòmica para crear los empleos que se requieren.

– ¿Hubo o no hubo irregularidades graves, por màs que IFE y TRIFE, criterio de miércoles,  juren que fueron «leves»,

– Esto lo lograremos mediante un alto y sostenido crecimiento econòmico con el concurso de los sectores privado y social.

– ¡Què hay de Soriana y Monex?

– Todo esto lo lograremos con reformas profundas como la hacendaria y laboral.

– ¡Vacìe la bolsa de los votos, de las tarjetas de Monex y los millones en efectivo que demuestran el exceso en el gasto de su propaganda electoral!

A querer o no. La Macarena y Pancho Rojas variaron su respectivo bolsón. Y ándenle que ahí,  en la alfombra, a la vista de todos, el desparramadero. “¡Mi brasier de fayuca! ¡Mi fondo, que andaba perdido!”

Y ahí las sedas grifas de alforzas, encajes, tira bordada en forma de corazón. Chonchines de este tamañito, y esos sostenes con unas copas que ni las del torneo Libertadores.

– ¡Mi peluca tordilla y mi beibidol! ¡Esas pantimedias como que las quiero reconocer! ¡Mi porta-ligas!

– ¡Viejo, los que me compraste para mi cumpleaños! ¡Y estos colorados, que me los puse el 31 de diciembre! ¡Y estos calados que calamos tú y yo en una noche  pasional!  Primera lavada y volaron del tendedero!

Quedaban esos chonchines minusculitos, color magenta, cocolitos violeta y al frente moñito fiusha y un corazoncito traspasado, todo en diminutivito. Yo, de reojo mirábalos, cuando el juguero:

– ¿Son suyos, seño Lichona? ¿De usted, señito Maconda?

Yo, el sofocón. Un color se me iba y un trago de saliva se me venía cuando el Jerásimo: “Esos choninos, ¿no los conozco?” (Trágame, tierra. Alfombra y duela, más bien.)

La tía Conchis:  “¿Por qué escondías esta ropa en tu cuarto?”

– ¡Basta!, y al levantón, Valdès Zurita, invitado a la tertulia,  da con tetera y florero en la alfombra: “¡Exijo respeto para el triunfador y respeto por la democracia!

Alejandro Ramos, titular del TRIFE: «¡Todo fue legalito, y punto!»

Yo, con el sofocón de que identificaran al dueño del chonchín fiusha, me solté aplaudiendo. «Bien por nuestra democracia»! (¡Bravo!)