Teatro del absurdo

Agencia del ministerio público. Su titular (sonriente, obsequioso), saliendo al encuentro del recién llegado, que afianza por el cuello a un individuo de playera descolorida:

– ¡Caray, señor licenciado Leonardo Valdés, qué honra para esta su humilde delegación policíaca! Pásele por acá, si me hace el favor. ¿Es de usted el detenido, va usted a presentar acusación en su contra?

L. Valdéz, consejero presidente  del IFE:  – Un estafador. Yo mismo lo traigo ante la ley. Sírvase ordenar que se le tome la declaración respectiva.

Agente:- Pero tome asiento, señor licenciado. Siéntese en el mío, que está más duro. El otro sillón ya está bien guangoche y es muy incómodo. Así que es de usted el detenido.

–  Mío, y lo  traigo con usted porque, ¿pasa usted a creer? ¡Me quiso transar! ¡A mí, un licenciado! Quiso verme la cara, qué cara la suya.

– Pero para qué se fue a molestar, me hubiera remitido  a su criminal con un destacamento aquí del comandante Getulio. ¿Una coca, un no-es-café? ¿Un pegue o algo más fuertecito?

– Bueno, pero antes de que este asunto se enfríe, señor agente del Eme Pe,  permítame exponer mi denuncia.

– Expóngala, licenciado Valdés.

–  Pues nada, que aquí el delincuente me quiso ver la cara de su pendejo.

– ¿Tentativa de asalto o secuestro,  venta de droga, violación en grado de tentativa? ¿O  de plano, el reo se lo tiró…  a matar?

– Una estafa, más bien. Más mal, más peor. Pero caracso, si cuando menos hubiese sido una estafa moderna, novedosa, digna del ingenio característico del mexicano. ¡Pero querer hacerme su guey con el viejísimo truco del billete premiado, qué poca…

(Flanqueado por dos blue demons armados con fauces de alto poder, el acusado mira de frente. Parpadea apenas.)

– ¿Y cuándo se llevó a cabo la estafa en grado de tentativa, licenciado Valdés?

– Hace un rato, en las afueras de la sede del changarro. Del Instituto Federal  Electoral, quise decir. Que se asiente en el acta mi enmienda a la anterior expresión.

– Ya lo oyó, secretario, corríjasela. Y usted,  señor licenciado Valdés, ¿gusta seguir continuando?

– Ah, pues andaba yo cerca del edificio, en el iris de estirar las zancas (dígase en el acta «las piernas») después de batirme en duelo dialéctico con mis colegas del changarro. Caminaba muy quitado de la pena cuando en eso que veo cómo aquí el interfecto se me deja venir. Yo, a lo instintivo, metí la mano a la bolsa y saqué una moneda, pero no, el delincuente quería hacerme víctima de sus bajos instintos en materia de estafa, qué le parece.

– No se me duerma, secretario. ¿Tomó debida nota de los bajos instintos?

– Ya que se me arrimó, que me suelta su rollo: que ándele, que San Juditas me  acaba de premiar con el gordo, y que no le miento, que vea las listas de la lotería y verá que mi billete salió premiado, y que entonces por qué no lo cobras tú mismo, le digo, y que cómo lo cobro, jefecito, si tengo a mi vieja dolorida de sus partes y en un puro ay. “¿Así la dejaste  después de una noche de arrebatada lujuria?” Y que cuál arrebatada, que cólicos. “Orita mismo me la llevo a bailar”. “Pero los antros no abren hasta la noche.” “Me la llevo a bailar, pero a Chalma”. Y que cúbrame una corta y quédese con todo el gordo. Y me ponía frente a las narices esta burda falsificación de billete, qué poca madre la suya. Señor agente: examínelo. ¿Ve el 8 borrado de arriba para que parezca un 6? ¿Ve el 7, con el palito todo rasguñado, ya la pura puntita,  para que parezca un uno? Y luego este 4, pa su…

(Mañana.)

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