¡Todos a pagar!

De cierta fabulilla hablé con ustedes ayer, y les relataba que en luengos ayeres y remotas tierras existió un país de magia y encantamiento habitado por una comunidad de antropoides que desde cierta cabaña situada en un bosque de pinos manejaba el amansador. Por ahí va la cosa.

Pues bien, pues mal, pues pésimo: cierto mal día, traicionando sus promesas de cuando llegó a la cabaña de pinos, el tal buscaba el arreglo al problema de la descapitalización.  Las ventas de cochera que desde 1982 habían venido organizando los antecesores, ya casi nada dejaron en plan de botín para él y aliados de aquí, de allá y de acullá. ¿Casi nada son luz y petróleo? ¡Y rápido!

– ¡A venderle al gringo el petróleo como garantía de que es patrimonio de todos ustedes!

Pero para venderlo había que comenzar pagando los recibos atrasados,  y quiénes otros,  sino los pobladores del bosque. Para los gastos primeros decidió que alimentarlos con la dieta acostumbrada era un desperdicio, y había que ir engordando el cochinito; los cochinitos de la mafia. Y sí, de ahí en adelante restringió la ración de alimentos, y lógico: a la changada le cayó de la changada, y en orangutanes,  gorilas y chimpancés estalló la inconformidad.  Se prendieron los focos rojos, y ahí su táctica, que los maldicientes afirman es plagio vil de un tal homo sapiens):

– ¡E-xi-gi-mos! ¡Este-puño-síse-ve!

(Muy a propósito: tal era la táctica que tan “buen resultado” les redituó contra el predecesor, uno chaparrito, peloncito, getoncito, de lentes. -¿Lo recuerda alguno? ¿Habrá podido olvidarlo?- Los descontentos de entonces, como los de hoy,  al monumento a la Madre.   “En la madre. Qué se me hace que les dejo ir el ejército». Pero ejército cuál, si a cartucho cortado y hedores de pólvora, sangre, llanto y dolor, lo traía meneado en su guerra particular, y qué hacer. Alzada la ceja  izquierda, lo único que se le alzaba, observó cómo los iracundos comenzaban a agitarse, protestar, tomar la calle, levantar los puños y organizar plantones y mega-marchitas. ¡E-xi-gi-mos!»

Ajale. «Ya mero les suelto a los granaderos», a los preventivos, a la ministerial, a la federal, a la judicial, a todas, existentes y canceladas”, aunque su  color  favorito era el verde olivo.  «¡Al plantón!» Y qué hacer. Crispado su ánimo, de repente la priísta salvación para el hombrecillo:

– ¡Vengo a garantizarles la propiedad de su casa con todo y petróleo! ¡Tengo ya el comprador!

– ¡Vino, vino!, clamó el de los pinos. «¡A tiempo vino mi sucesor!»)

Y vino. Hoy, frente al altero de recibos por pagar, puños en alto: «E-xi-gi-mos!» Mantas, pancartas, consignas vituperosas: “¡Nos quitas el petróleo y nos dejas sin luz! ¡Proyanqui!”

Ahí, abriendo los brazos, amoroso  “¿Cuál es su problema?”

– ¿Que cuál?  Se frena la mega-marchita. “¿Nuestro problema?” El de la cotorina azul: «Contra tus promesas de campaña, al gringo le ofertas luz, petróleo y las escrituras de la casa. Le entregaste el país, ¡y a nosotros una ración de hambre!”

Y que cuál es esa ración. «¡Tres plátanos en la mañana y cuatro en la tarde!”

El priísta, buen conocedor de changadas: “¿Tres plátanos en la mañana y cuatro en la tarde? Tienen razón, pero escúchenme: ¡Desde mañana van a tener no tres, sino cuatro plátanos por la mañana y tres en la tarde! ¡A ustedes sólo corresponde pagar los recibos de luz y petróleo!

¡Bravo! Reventó el júbilo. ¡Ya no tres, sino cuatro en la mañana, con tres en la tarde!» ¡Todos a ayudarle a pagar!”

Yo me quedé pensando. Qué más. Es México. (Vaya país.)

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