Peligroso

Hagamos de cuenta que fuimos basura – vino el remolino y nos alevantó. (Tonadilla popular.)

Peligroso me parece, dije a ustedes el viernes anterior,  que Margarita Zavala amenace con incrustarse en la burocracia política del país como dirigente de Acción Nacional  (¿»dirigenta», debo decir, disparate del tamaño de «presidenta»?), esto como vía para luego posar  sus dos reales en el sillón de Los Pinos. Peligroso, sigo diciendo ahora mismo, porque tal como escribí alguna vez ante ese vendaval que se llamó Marta,  y que con su segundo marido integró del 2000 al 2006 la «pareja presidencial»:

A las masas la de plasma me las tiene aturdidas, manipuladas; un pícaro con audacia las haría votar por la Niurka o cualquiera otra aventurera de esas. Las masas se van a la propaganda, al falso carisma, al relumbrón. Las masas, señora Marta, precisan de ídolos, no de estadistas. Quienes hubiese votado por usted son los mismos que votaron por el empresario y segundo marido de usted, y ahí el resultado. ¡Vamos,  México!

A tí te lo dije, Marta; entiéndelo tú, Zavala…

Así pues, mis valedores, la esposa del matancero del sexenio anterior intenta recorrer el pantanoso camino que conduce a Los Pinos. Yo, discípulo fiel de la historia, recuerdo los intentos de aquella Marta de Fox y su conducta desarreglada, que a los mexicanos tanto nos vino a costar en moneda nacional, o sea en dólares, durante los seis años que gobernó como parte integrante de la «pareja presidencial». ¡Vamos, México!

Aquí, ahora mismo, continúo con el recado que el viernes pasado envié a la esposa del matancero Calderón. Señora:

¿Se tantea usted capaz de un ejercicio de autocrítica como para  ya instalada en Los Pinos no ir a caer en los alardes baratos, carísimos para mí y los demás, de nueva rica? ¿Quién me asegura que ya logrado su intento no perderá cordura y decoro, y entonces aflore en público toda la zafiedad de algunas otras, y la supina ignorancia de todas ellas, y su codicia desbozalada y rampante vulgaridad cuando «primeras damas»? ¿Qué tal si ya en pleno deslumbramiento usted también por nunca haber sido, busca, por compensación de no ser, tener?

Sus derroches los pagaríamos yo y la multitud de aturdidos que hubiésemos caído en su hechizo y cruzáramos su nombre en la papeleta?  ¿Qué nueva catástrofe podría ocurrir si de pronto le brotasen,  salpullido de la mediocridad, esos instintos rupestres, pedestres, de la arribista, y a lo compulsivo le diera por figurar, por atragantarse de protagonismo y alumbrar su figura con todo el fulgor de todos los reflectores, las candilejas y los fuegos de artificio,  y a mis costillas se rodease de lujos, derroches y toda suerte de alardes de nueva rica? Señora:

Tiene padres, tal vez, como los tuvo Marta.  Tiene hijos como ella, y toda una familia detrás. ¿Caerá usted también en la abyección de atascar de dinero ajeno a toda esa parentela? ¿Dará mi dinero al padre, al hijo, al Espíritu Santo? Y lo catastrófico:

Manejar los restos del PAN no me parece empresa que requiera condiciones de excepción; peor de lo que lo dejó el carnicero no puede estar. Pero de ahí intentar treparse a Los Pinos, señora: ¿usted con madera de estadista? ¿Presidente de mi país? (¿»Presidenta» debo decir, como «jueza» y residenta»?)  No. Lo que es por mi voto usted nunca de los nuncas va a dar a Los Pinos. Usted hasta aquí llegó. Fue flor de un día, o más propiamente: flor de un sexenio, el de su marido. No más. Vale, y firmo para constancia. ¿O a lo mejor..? ¿O a lo peor..? (Lóbrego.)

Esa torva amenaza

Y aquí el peligro, mis valedores. Hace algunos ayeres lo expresé frente a todos ustedes  y hoy lo reitero porque se va concretando la amenaza que tanto temía. Se trata de una mujer.

Ella, la cautivadora, como a Ulises-Odiseo la sirena del mito, ya comienza a cantarme. A lo lejos. Yo, como el héroe, con cera me bloqueo los oídos. Ella tiende sus redes. De carnada me apronta una imagen si no hermosa, sí hermoseada, relujada con primor. Yo cerrando los ojos la dejo pasar; a ella, la cautivadora que a lo lejos me sonríe, me camela, guíñame un ojo; a ella, la mágica Circe que se me ha quedado en la mente. (No me tientes, hechicera…)

Miro su foto; la observo hasta bizquear. En ella advierto la imagen de una sirena ya madurona cuyo rostro no es bello, pero que aparece hermoseado por el maquillaje y el ángulo favorecedor. Le observo lo enérgico de sus rasgos, la apostura de su continente, su presencia y lo que el rostro evidencia del carácter de quien aspira a la entelequia: firmeza, audacia, decisión, la pura mesura, la ponderación. Pues sí, pero no…

No, que ella es mujer casada y, por lo que sé, de firme moral personal y arraigadas creencias religiosas. ¡Católica, válgame Dios, el de los ateos! Como sea, tal parece que anda en agencias de ganarse mi voluntad, algo que no ha de lograr, de eso estoy muy seguro. Desconfío de ella. Arisco, sí, por supuesto. Por ella misma conozco parte de su currículo, salpimentado de cualidades morales como mujer, hija, compañera de varón. Que ha logrado integrar una muy unida familia; que ambiciosa no es y que de modesta se precia, y de firmeza en amores y convicciones. La mujer fuerte de la parábola, pues.

Pues sí, pero no, que mi voluntad nunca va a conquistar con el puro currículo. No a este perro viejo en el oficio de seducir y ser seducido. Miro su foto y digo entre mí: “Eso que me dice se lo dice a tantos”. Y en lugar de que me le brinde me le blindo y me parapeto frente a las artes de matrona seductora que se exhibe ante las niñas, ellas tan candidas (las de mis ojos). Al influjo de sus cantos de sirena me hago atar al palo mayor y, como ocurre con Odiseo, la cera lacera mis oídos (cera de campeche, no cerilla por higiene deficiente), pero me evita el peligro de caer al hechizo de su reclamo musical. Yo, de tenerla enfrente, diría a la señora del cabello luengo, la mirada firme y, al parecer, el carácter roqueño:

– Señora mía (de su marido, más propiamente): cualidades humanas valiosas advierto en usted, ¿pero qué tal si una vez que la declare mi soberana pega el soberano cambiazo? ¿Qué,  si al respirar los aires de las alturas (gracias a mí y a tantos más que cayeran al hechizo de sus cantos), aflora en usted ese pequeño Mr. Hyde que todos llevamos dentro y que, mal que bien, mantenemos encadenado? Porque usted bien conoce que los de allá arriba son aires enrarecidos, que marean y trastornan y absorben el seso. Señora:

No creo que en usted se diese esa metamorfosis atroz,  de crisálida a gusanillo de seda (y joyas, dineros, derroches alucinantes) que sufrieron sus antecesoras, y nosotros con ellas, en la pretensión de escalar alturas para las que no tenían cualidades. A usted la percibo (la percibía por aquel entonces) una señora de espíritu, que es decir de razón, imaginación, lógica, vida interior, decoro, sensibilidad y la suficiente cultura como para no caer en los excesos de toda arribista. Usted perdone mi exceso de suspicacia, pero, doña Margarita Zavala, yo le pregunto…

(La tal pregunta,  mañana.)

¿Guantánamo, Abu Graib?

Con una mi amiga acabo de entrar al banco de aquí a la vuelta,  y qué experiencia espeluznante.

Horas amargas, interminables, tuvimos que soportar a pie firme porque a la espera del par de asientos frente al empleado del banco los usuarios no disponíamos de una mala silla donde posar nuestras dos reales. Que ya nos toque turno, ánimas santas (voy que vuelo para beato).

Y así pasó una hora, y pasaron dos, y yo ya aflojaba esta pierna, ya descansaba la otra y de reojo miraba a la amiga, rostro y escote húmedos de sudor. Caramba, decía entre mí, ¿Ningún gerente del banco tendrá la  necesaria sensibilidad humana como para percatarse de tan fiera situación? ¿Este banco no dispone del dinero suficiente para comprarse 6 sillas de plástico para quienes llevamos horas aguardando al que nos ha de atender? ¿Por qué esta carencia de sillas en un organismo extranjero que con dinero nuestro ha ganado miles de millones? ¿No tendrá para sus clientes, cuando menos para las mujeres, un pobre banquillo, así sea el de los acusados? Humillante.

Mis zancas, acalambradas. Alterada la circulación de la sangre, una de ellas sufría una marabunta de hormigas trepándole rumbo a las alilayas, pero la otra no, esa se me había dormido  y soñaba con el sillón.  De repente, mis valedores…

De repente observé adelante de mí a ese anciano que por fin, luego de  horas de espera lograba instalarse frente al joven empleado de vestimenta impecable, y aquel chorrito de voz humildosa frente al empleado sobrón: “Señor, yo quisiera..” ¡Y el dinero era suyo, del pedigueño!

Observé a mi amiga: su resistencia comenzaba a flaquear. “Vámonos ya”, le propuse. Ya mañana Dios dirá. (Que la aureola de beato sea a mi medida) ¿Dios? Y yo por qué, dirá con la vetusta frase de Fox. Y sí, la amiga y yo nos vinimos, pero sin dinero para la despensa semanal. Con las manos vacías.

– Vacías no; me traje esta propaganda.

Por descansar los pies nos fuimos a Cádiz, donde relaté al maestro nuestra ruda experiencia bancaria. «Lea esa propaganda», me dijo.   En voz alta leí, con clichés y sintaxis bancaria también:

“Estimado(a) cliente: ¡Le damos la mas cordial bienvenida! (A tal servicio de sádicos llaman cordial bienvenida.) “Nuestro principal interés es brindarle el mejor de los servicios con una atención personalizada. Nos sentimos honrados con su preferencia, nuestro compromiso es satisfacer sus necesidades a través de una gran variedad de productos y servicios, con la finalidad de hacerle más sencillas sus actividades financieras. Ponemos a su disposición la mejor tecnología de nuestros sistemas ¡Pusieran media docena de sillas y personal suficiente para los cinco cubículos!) “Tecnología que nos permite estar a la vanguardia y tener clientes satisfechos. ¡Todo el personal de la sucursal lo atenderá con gusto!” (Qué poca madre extranjera.)

– ¿Captan ustedes la moraleja?

– ¿Moraleja?, dije yo. «Pues…»

–  La semejanza con quienes gobiernan este país.

Dijo mi amiga: «Pues…»

– Piensen. Ahorradores y masas sociales somos los dueños del dinero y de México,  nuestra casa común, pero banco y políticos nos tratan como si nos hicieran el favor. Para tenernos domesticados qué propaganda melosa en radio, TV y periódicos, pero no acudamos a exigir derechos u ahorros, porque entonces banquero y político se quitan el antifaz y esto es maltratar a unas masas agachonas y sufridoras que nada han aprendido más allá de renegar y exigir a quienes ni nos ven ni nos oyen. ¿Ya entendieron la moraleja?

(Pues…)

¿Guantánamo? ¿Abu Graib?

Que las desgracias no vienen solas, jura ese lugar común que con mi persona pareció confirmarse la mañana de ayer. En el vehículo transitaba por alguna de las avenidas de esta ciudad en dirección al domicilio de una cierta amiga viuda a la que le iba a hacer un favor, y pisaba el acelerador mientras me derretía con la sonata de Bach en la radio cuando,  en una de esas,  dí vuelta a la izquierda y de súbito: horror, como si la vuelta hubiese sido a la  «nueva izquierda» de todos los chuchos de la ciudad, y los resultados: en la remecida de fierros, hojalata y cristales, todo el frente del auto quedó con rasgos faciales de Chucho Zambrano con injerto de Andrés Granier. Esperpéntico.

Estacioné el chocado, me bajé y examiné la trompa del contrincante. Un cochecito compacto, ¿se imaginan ustedes? Si arrugado y chueco quedó mi chocante y en situación de viejo que implora el asilo de ancianos, el compacto quedó para la silla de ruedas. Y qué hacer.

¿Qué hacer? ¿Para qué pagamos puntualmente los servicios de la aseguradora? Yo, con la preocupación de llegar con la amiga: «A esperar, dije al del compacto. Ya conoce usted esta situación. De aquí a la llegada de los ajustadores, y luego  los trámites, la pesadilla, el horror. Un día perdido».

Y a aguardar, yo con la preocupación del favor que iba a hacerle a la amiga. Y aquel fruncimiento de nervios a la perspectiva de no ir a completar la docena y media de documentos que me iba a requerir el ajustador. Comencé a mojar el sweater. (De las axilas, nomás. Y aquella corazonada.) Me dispuse a aguardar.

¿A aguardar? Diez minutos no habían pasado cuando el par de ajustadores, el del compacto y el mío, ya se aplicaban a valuar los daños, y  ya le examinaban a este la trompa, y al otro le toqueteaban la cola, y los olisqueaban, y que escriba aquí nombre y alias,  y que firme aquí, allá y acullá, y que la huella de su gordo  al pie de página, y que ya puede retirarse. «Vete, y no choques más».

– ¿Ya? ¿Estoy libre? ¿En absoluta libertad?  ¿Sin ficharme?  ¿Sin fianza? ¿Así nomás?

Y en taxi allá voy, rumbo al domicilio de la amiga a la que yo, insensato de miércoles (era jueves) iba a hacer el favor de acompañar a la institución donde tiene su cuenta bancaria, de la que pretendía retirar la mitad del capital  para el pago de la despensa semanal. ¿Cómo fui a aceptar meterme  al cubil financiero?

– No tenga miedo (la amiga).  El banco, obvio,  no es mexicano. Los trámites deben ser rápidos.  Mire el folleto.

Miré, leí: «En (aquí las siglas) no tienes que esperar». Así, con  tuteo confianzudo. Yo, a la perspectiva del agradecimiento de la amiga reciente (viuda ella, para más señas), me había dejado enganchar. Y aquella corazonada…

Mis valedores: ¿Guantánamo, Abu Graib? ¡El Archipiélago Gulag, donde se nos sometió a aquella refinada tortura psicológica!  Horas y horas de espanto y horror. ¿Cómo fue que   pudimos salir con vida, o casi?

La entrada al banco no fue problemática. Registrarnos, exhibir desde el acta de nacimiento hasta el comprobante de no antecedentes penales ni pertenencia a los Zetas, La Familia o los Caballeros templarios. Y que va a tener que dejar su billetera, su credencial de elector y los resultados de su último análisis de colcoscopía y triglicéridos. ¿Va a ceder sus órganos?

Me permitieron abandonar el cubículo de revisión; pálido, desvencijado después del examen prostático, con la amiga me dirigí hacia el área de los cubículos. «Aquí no tienes que esperar».  Esperé. (Sigo mañana.)

Fernando, el espino del Metro

El líder Espino mantiene en la nómina del Metro a por lo menos 22 familiares (parejas, hijos, suegra,etc.)  con sueldo de hasta 21 mil pesos a un costo de medio millón de pesos mensuales. El CEN del sindicato ocupa 42 plazas de confianza. Sueldos de 20 mil mensuales.

Al deterioro del Metro me referí el viernes pasado, y hoy continúo con mis anotaciones como usuario del transporte colectivo.

Examiné el resto del vagón: los indicadores de ruta despapelados, descarapelados, leprosos. Y qué fue de aquella agradable voz femenina que en el sistema de sonido de los vagones iba anunciando  el nombre  de la estación a la que nos aproximábamos y la hora exacta. El vagón, como todo joven (sangre roja, caliente),  cantaba al andar, canto jocundo de enamorado. Hoy, viejo asmático… ¡Dios!

“Por favor, permita el libre cierre de puertas”. ¡Cuando el convoy iba ya en frieguiza! Hoy, al llegar a su máxima velocidad, la femenina voz: “En breve reanudaremos el servicio. Por su comprensión, gracias”. Ya el infeliz, con alzhaimer y demás achaques de la edad, farfullaba dislates y  una cosa por otra. Yo, ¿por qué me encogí en el asiento? ¿Por qué aquella pena, la vergüenza aquella, la nostalgia? La vejez, el aletazo de la Descarnada…

Un soterrado quejido al arribar a la estación. Un largo lamento cuando lo forzaban a continuar. Como que en su queja reclamaba la piedad del depósito donde descansar antes del inevitable deshuesadero. Y allá vamos, a querer o no, él  rechinando y no precisamente de limpio, que debajo de los asientos observé el pomo de plástico, la caja embarrada de salsas y mayonesas, el pegote de la goma de mascar, todo oliendo a desgaste, desajuste, aflojamiento, vetustez. (Mi ánimo se añublaba). En su pelleja los viejos grafitos: “Warriors”, “Puto yo”. Fechas, mensajes, entrañables nombres que el punzón garrapateó en los cristales: “Isa, Lisa, “María”, «Aída» (tú, la de todos los días). El aletazo del tiempo que se nos fue para nunca más, dejándonos a su paso tan sólo un desplumadero de recuerdos. No lloro, nomás me… en fin.

Y allá vamos, el reumático y el suspirante, el gotoso de los engranes artríticos y el pasajero que meditaba,  se dolía, y en silencio moqueaba. Allá vamos, en la tripa de la madre tierra, metros debajo de donde la vida fluye de cara al sol. A quejido, pujido y jadeos avanzábamos entre cimbrar de articulaciones mal ajustadas. Y de repente la súbita sacudida. En lo oscuro del túnel y entre dos estaciones se engarrotó el convoy. ¡Se apagaron las luces! ¡Jesucris…!

De inmediato, la iluminación, qué alivio, por más que sólo al 60  por ciento, y pistojeando. Sentí que en la cabina de mandos el operador soltaba  la rienda y clavaba el acicate en los corvejones del anciano anquilosado que al castigo reventó en rechinantes lamentos y estridencia de  ventosidad. En el equipo de sonido: “Por favor, permita el libre cierre de puertas”. Válgame. Y ya se avistan las luces de la terminal, y ya el operador aplica los frenos, y al rejón, el viejo asmático suelta el  lamento que implora piedad. Yo, mi ánimo gemelo del ánima del vagón, andaba ya al borde de los pucheros y la lagrimilla, y fue entonces cuando alcancé a ver de ganchete:  «Potrero». ¿Que qué? Tíznale, ¿cómo de que «Potrero», si yo iba nomás, a «Viveros»? Quise brincarme las trancas, corrí a la puerta, y en un convoy a su máxima velocidad grité, y los ojos de todos encima de mí:

– ¡Bajan, chofer! ¡Esquinaaa..!

A rehabilitar el Metro. Es hora. Es ahora. (¡Ya!)

El metro y sus sinverguenzas

Nepotismo de medio millón al mes. Esposa, hijos e incluso su suegra, son parte de los protegidos de Fernando Espino con cargo al presupuesto del Sistema de Transporte Colectivo.

El Metro, mis valedores, valedor, a su vez, del fregadaje. Que opera con números rojos y que para paliar tal situación las autoridades consideran aplicar un aumento en el precio del boleto. De esta manera y  de forma todavía velada preparan el ánimo de los usuarios para que no vayan a resentir el leñazo que significa ese incremento que vendría a añadirse al del gas y las gasolinas, la canasta básica y los servicios públicos. Siniestro.

Entre las razones que justifican el posible incremento se considera el envejecimiento del equipo, que desmedra el servicio que presta a los usuarios. Y qué decir de las corruptelas que se perpetran  en un sindicato que en materia de sinverguenzadas no iba a ser la excepción, comenzando con los manejos perversos de ese dirigente sindical de nombre  Fernando Espino,  que a lo impune practica un nepotismo desbozalado.  («Pero únicamente con miembros de su familia», lo defendía ayer mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins.)

Y un achaque más del transporte público por excelencia en esta ciudad capital: ese pleito feroz que por el sustancioso negocio de dos mil 300 plazas sostienen a estas horas las autoridades y los cupulares del sindicato. Y luego por qué las deficiencias que en el servicio sufrimos sus millones de usuarios. Y qué hacer con el Metro, valedor del fregadaje…

Aquí me dispongo a exaltar la presencia de ese benefactor de los pobres, que en México lo somos todos, si exceptuamos a los ricos. Hace apenas algunos ayeres, ya con un pie en el estribo, de pronto ahí, en el matutino:

«¡Hubo tentativa de sabotaje en las instalaciones del metro! ¡Se sospecha de incondicionales del chantajista líder sindical, ese Espino clavado en la piel de la nación!

Me indigné,  me le trepé (no a Espino, al vagón), y válgame,  que  Urge un examen antidoping a los celadores del Metro».

¿Que qué? Cruz, cruz. Me trepé en el vagón, y el estremecimiento en la columna vertebral: “Columna vertebral de transporte en la Ciudad de México, el sistema de Transporte Colectivo Metro está en crisis ante la falta de mantenimiento de sus vías, trenes e instalaciones”.

Y que de continuar así, el próximo año podría sufrir un grave colapso. Ajale, ¿y entonces los que viajamos en él? ¿Nosotros qué? Nomás me quedé pensando y, mis valedores:

¿Recuerdan ustedes cómo era el Metro todavía hace algunas décadas? Nuevo, flamante, rechinando de limpio y acabado de engrasar, que como entre nubes se deslizaba en sus rieles. ¿Lo recuerdan? Ayer observé el vagón que me tocó en suerte, mala suerte,  y aquella tristura.  El tiempo, constructor y destructor. Suspiré.

Y es que en el áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada y de días y días de trabajar todos los días, el flamante vagón ha envejecido, y qué melancólico: apenas arrastrado por el convoy, al tener que avanzar  le escuché aquel largo quejido que de las entrañas le brotaba, y de los redaños aquel pujar. Al jalón de arrastre todos sus nervios y costillares se pusieron a chirriar, chillaron al modo del animalillo al que aplastan al pasar. Lo oí jadear mientras avanzaba, y arrojar chisguetes de viento que desparramaban humanísimos tufos de entrepierna, sudor y sufrimiento recóndito (yo, aquella tristura). Bajé los ojos; el piso, desbastado hasta  el material de la base.

(Esto continúa el lunes.)

Quinientos años después

Las supersticiones perpetúan el odio y la injusticia. Son residuos fósiles de creencias ya extinguidas; del remoto pasado, inmenso sepulcro, se levantan sus fantasmas para cruzar el paso a los que investigan la verdad. Son males que en el porvenir no tendrán remedio si es irreparable la mentira que esclaviza a los hombres y la ignorancia que los domestica. (J. Ingenieros.)

El pensamiento mágico y la superstición mis valedores, y a propósito: ¿cuál fue hace 500 años  la reacción de Hernán Cortes ante las fumarolas del volcán Popocatépetl? ¿Cuál ha sido la de algunos mexicanos 500 años después?

Hernán Cortés: «A ocho legua desta ciudad de Churultecal (Cholula) están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto dellas sino la nieve no se parece».

Del México actual. «Habitantes de San Pedro Benito Juárez, comunidad de la de más alto riesgo, realizaron una procesión por las calles de esta población para pedirle a Dios que cuide sus vidas, la de sus hijos y calme la situación en el volcán Popocatépetl».

Cortés: «Quise désta, que me pareció algo maravillosa, saber el secreto, y envié diez de mis compañeros, tales cuales para semejante negocio eran necesarios, y les encomendé mucho procurasen de subir la dicha sierra, y saber el secreto de aquel humo, de dónde y cómo salía».

Cierta dama difusora de la «mexicanidad«: «Venus dilata en su traslación 500 años, por eso cuando llegaron loe españoles se hablaba del regreso de Quetzalcóatl, no de ese pendejo idiota». (Hernán Cortés.)

«Los cuales trabajaron lo posible para subir, y jamás pudieron, a causa de la mucha nieve que en la sierra hay, y de muchos torbellinos que de la ceniza que  de allí sale andan por la sierra, y también porque no pudieron sofrir la gran frialdad que arriba hacía».

Una vendedora: «Me  dijo el volcán: Arrepiéntanse porque lo que están haciendo ya enojó a Dios. Yo los puedo castigar fácil,  pero si Dios se conmueve tal vez no pase nada».

Lo afirmó un campesino: «Tengo una comunicación estrecha con el volcán, el cual a través de los sueños me indica la gravedad de su enojo. Mientras me diga que no pasa nada no hay de qué preocuparnos, no hay por qué salirnos».

«Pero llegaron muy cerca de lo alto, y tanto, que están arriba comenzó a salir aquel humo, y dicen que salía con tanto ímpetu y ruido que parecía que toda la tierra se caía abajo».

San Pedro. Alcohol, música y baile durante los festejos en honor a la Virgen de Guadalupe continuaron con normalidad hasta que comenzaron los destellos en la boca del volcán. Los amigos se abrazaron y chocaron sus caguamas. «Aquí nos vamos a morir, no aplastados ni chocados, pues a la salida todos se van a hacer bolas».

Puebla. Tres mil cristianos se congregaron y pidieron perdón identificativo para que la ira de Dios no se desate sobre los hombres y haga erupción el Popocatépetl. «Lo cierto es que a veces cuando un pueblo se va llenando de maldad y la perdición y la destrucción interna de sus habitantes empieza a crecer de forma acelerada, Dios interviene para sacudir, para limpiar y llevar a su pueblo a sentarse a reflexionar sobre susa caminos».

«Y así se bajaron, y trujeron mucha nieva y carámbanos para que los viésemos, porque nos parecía cosa muy nueva en estas partes, a causa de estar en parte tan cálida, según ha sido opinión de los pilotos».

La difusora de la «mexicanidad»: Era Quetzalcóatl el que regresaba, no ese pendejo idiota estúpido de Cortés«.

Ah, México. (Nuestro país.)

Son putos ellos

Quién soy yo para juzgar a los gays (Francisco, Pontífice de Roma.)

La preferencia sexual distinta, mis valedores. Para ella también, como para  quienes profesan una distinta religión, son extranjeros o minusválidos o tienen distinto el color de  piel, el mundo significa violencia, discriminación y toda (mala) suerte de agresiones que en su contra perpetra una comunidad dogmática y prejuiciosa. Los gays, que nombra el Papa Francisco.

Pero no todo iba a ser negativo, que la hipocresía mundial, por aquello de enjuagarse la conciencia, dedica a lesbianas y homosexuales todo un día al año, al que otorga el pomposo título de  Día Internacional contra la Homofobia y emplea en exaltar la tolerancia, vocablo de tufo condescendiente, mientras en foros y mesas redondas condena toda agresión contra la diversidad sexual. Y hasta el año próximo. Lo usual.

Pero claro, tan horrorosa situación no es de hoy. Aquí, con sus arcaísmos, un  fragmento de Identidad latina y comentarios que me hace llegar un esforzado de los derechos del homosexual:

Piedad cristiana. El Tribunal de la Inquisición, para salvar nuestra alma, nos asesinaba en Francia, Alemania, Italia y España del 1183 al 1834. Con esa misma filosofía se sigue perpetrando tal genocidio.

¡Y qué decir de los indios! Don Francisco López de Gómara, hombre sabio y prudente, confesor del señor marqués del Valle de Oajaca, escribe en su monumental obra de la literatura universal denominada “Cosas Generales de la Nueva España o Hispania Victriz”:

Estos indios son dados a ese placer y contento y son putos ellos en demasía, en detrimento de la Ley y el Orden de Dios quien todo lo crió”.

En América del Sur Vasco Núñez de Balboa, Adelantado del Siglo XVI, con su tan elevada piedad cristiana mató con perros a todo un pueblo de indios sólo porque practicaban la  homosexualidad como parte de sus ritos que los unían en vínculo con las divinidades ultraterrenas. Ese mismo marqués del Valle en su Primera Carta-Relación de la Justicia y Regimiento de la Rica Villa de la Vera Cruz a la Reina Doña Juana y al Emperador Carlos V, su hijo, dada en Nueva España en julio de 1519, dice de los naturales:

Todos son sodomitas y usan aquel abominable pecado”.

En Latinoamérica políticos homosexuales lanzan diatribas histéricas contra la homosexualidad. En el siglo XVII, en el Virreinato de la Nueva España (Méjico), figuran en este campo dos ínclitos personajes antagónicos entre sí, la poetisa Juana Inés de Asbaje (Sor Juana Inés de la Cruz),  lesbiana cuya imagen aparece en la moneda mejicana, mujer enamorada de dos excelentísimas señoras virreinas: la marquesa de Mancera, primero, y más tarde también de la marquesa de La Laguna, quien asimismo era condesa del dictado de Paredes de Nava.

En su poesía hallamos su grande amor por esas dos damas de Villa y Corte. Por ser mujer, por ser libre y por ser lesbiana ganó el odio y la ira del poderoso arzobispo misógino don Francisco de Aguilar y Seixas a quien su delirante misoginia hace de urdimbre homosexual. El protervo arzobispo  “en su servidumbre jamás permitió mujer alguna; en sus frecuentes pláticas doctrinales atacó con vehemencia cuantos defectos creía hallar en la mujer”. Se le oyó decir  “que si supiera que ha entrado una mujer en su casa, había de mandar arrancar los ladrillos que ella había pisado. No quería que en casa suya pusiesen mano las mujeres ni que le guisasen la comida ni oírlas cantar y ni siquiera oírlas hablar quería”.

En fin. La diversidad sexual, «tolerada». (Uf.)

La balada del suicida

La campaña sobre banquetas en mal estado que ha emprendido Reforma, mis valedores. Los participantes envían unas fotos que exhiben basura y hoyancos, ladrillos mal ajustados y lozas fuera de lugar, lo mismo en aceras del  Paseo de la Reforma que de colonias proletarias. Yo, por mi parte, envío el retrato hablado de unas banquetas de cuyo estado de deterioro he sido testigo y víctima. Porque en las madrugadas tengo que pisar esas trampas mortales.

Ayer mi lucha fue a tres caídas sin límite de tiempo por la banqueta lateral del periférico, no lejos del bosque de Tlalpan y de ese adefesio de templo católico al que  yo, por su arquitectura de esperpento, he bautizado, y perdóneseme la herejía,  como “Nuestra Señora de la Campamocha”, que tal bicharajo semeja el galerón con cuernos donde se oficia para los ricachones de la colonia.

Y ocurrió que al caminar entre vidrios de botella y latas vacías caí una vez más, y al levantarme sentí humedad en mi pierna, y del basural tomé un trozo de papel para limpiarme el lodo, la sangre o la suciedad, y fue entonces: ahí, con letras de molde: «No se culpe a nadie de mi muerte».  Yo, aquel estremecimiento. Me acerqué al farolillo, y el recado póstumo:

“Si no fallezco llegaré tarde el trabajo, forma más rigurosa de fallecer. Por aquí no hay transporte colectivo ni un taxi que no pudiera pagar para llegar a tiempo a mi trabajo, un par de colonias más adelante. Pero esta ciudad es la de su majestad el automóvil. El arroyo vehicular es transitable si su majestad sobrevive a los baches. Para el peatón, por contras, ¿quién le mantiene las aceras en buen estado? Yo ya no puedo con el peligro de esta banqueta donde cuadras atrás tropecé con un montón de troncos de árbol con todo y ramaje, y árboles aquí no existen. ¿Quién, quiénes, desde dónde habrán acarreado semejante osario vegetal?»

(Las banquetas, tiradas en el basural y flanqueadas de cuartuchos de lámina que al rato van a apestar a fritangas el viento de la mañana.)

“De hoy en adelante me echaré a correr por el periférico rumbo a donde me espera el reloj checador, a esta hora en que los coches van a más de 120 por hora. Si me salvo llegaré sano al trabajo, pero cualquier día me atropella un vehículo y se sigue de largo amparado por la penumbra del alba, y para mi todo habrá terminado. De mi muerte cúlpese sólo al jefe político de esta delegación, tan irresponsable como el de cualquiera otra de las 16 que conforman una ciudad que, según el estado en que mantienen sus banquetas, está prohibida para el peatón. Por cuanto al jefe de gobierno…”

Aquí el texto se corta de manera abrupta. ¿Del desventurado y su fin..?

Suspiré y seguí sobándome una rodilla que, cual doncella que viaja en minibús,  me habían desflorado los  filos y aristas de una loza de concreto.  La sangraza enrojecía mi rodilla, y aquel mal olor. Ya intentaba explicarlo por mi forma de ser, cuando el suspiro de alivio. La hedentina procedía del desecho con el que al caer me aplasté una costilla. La  izquierda. Auténtica izquierda, no de esa embustera “nueva izquierda”  de toda la jauría de chuchos a los que ahora prevengo:  no se les ocurra una madrugada de estas caminar por alguna de las banquetas de Tlalpan o la Magdalena Contreras; pueden resbalar y desflorarse una de sus pocas izquierdas, costilla o rodilla,  y sé  que si sangran  su sangre sí va a apestar a lo que creí que apestaba la mía.

El desdichado que se arriesgó a caminar por el periférico a las 6 de la mañana, ¿qué sería de él? (¿Qué?)

Del brazo y por la calle

Grietas, hoyos, registros abiertos y numerosos obstáculos dificultan caminar por las banquetas. Envíanos una foto de la acera que consideres menos caminable (sic) en la Ciudad y señala su ubicación exacta. Le daremos seguimiento.

Las banquetas de esta ciudad capital,  mis valedores. Hace algunas semanas el periódico Reforma emprendió una campaña para denunciar el mal estado de  las banquetas más estropeadas de la ciudad, en la que invita a los quejosos a enviar fotos que evidencien los tales desperfectos. Yo, víctima de hoyancos, lozas sueltas y canteras fuera de su lugar en las calles de la colonia que habito, héroe como soy de la Héroes de Padierna, en la Magdalena Contreras,  para mi denuncia no dispongo de cámara fotográfica, por lo que el siguiente retrato hablado constituye mi participación en la campaña del diario Reforma. A propósito:

¿Si el matutino realizara una campaña para ubicar ruidajos, droga y licor por los rumbos de esta colonia donde «la mano del cuico nunca ha puesto el pie»? Mi colaboración a la campaña de las banquetas en mal estado:

Eran las cinco y media de la mañana cuando dí mi brazo a torcer, con todo y costillas y rodilla izquierda. Levanté aquel papel para limpiarme la mancha en la ropa y válgame, era un recado póstumo. Leí: “Son las seis de la mañana (de algún día anterior, por supuesto). No se culpe a nadie de mi muerte”. Ájale, la sorpresa me forzó a acercarme al farol, y en leyendo el papel. aquel frío que me produjo espeluznos. “En la hora del alba me resigno a un suicidio inminente. De mi muerte hay algunos responsables…»

Escalofríos y espeluznos me produjo la lectura del papel que recogí del suelo para tratar de secar la pernera del pantalón,  empapada por el agua estancada en la banqueta. ¡Y resultó ser la carta póstuma de un suicida! Un recado sin fecha. Pensé: ¿llegaría la muerte para ese infeliz? Mientras leía el manuscrito me sobaba una costilla y  esta rodilla lastimada,  miren, que lloraba un hilillo de sangraza. Pero,  ¿y eso? ¿De dónde venía aquel mal olor? ¿De mi sangre? Dios, yo cuándo iba a pensar que soltara aquel tufillo a boñiga. ¿Pestilencia provocada por asuntos de mi genio dificilón, mis ironías y sarcasmos, lo sangrón que soy? ¿Así apesta por culpa de ser lo que soy, un vil pseudo-neo-comunistoide? Pero aquel documento me sollamaba las manos. Seguí la lectura. (A los edificios, tigres dormidos, llegaban sus primeras víctimas, los empleados de la limpieza. Ah, esos pobres encarcelados, los guardias de seguridad.)

“Que no vaya a morir frente a T.V. Azteca, cuyos terrenos ando pisando. Que mi sangre no sea ese alimento espiritual del mexicano que representa la nota roja. Si llega mi muerte cosa abominable será que mi deceso sea morboso festín de los zopilotes de la pantalla de plasma». Yo, la torcedura del tobillo izquierdo. Y es  que cuadras atrás me había tropezado con uno de los tubos que gente inconsciente coloca para que gente inconsciente no trepe sus coches a la banqueta.  Y antes, el resbalón en un montón de basura y desechos de perros y humanos, y los trastabilleos en charcos de agua corrompida, y baches y desnivel de la banqueta, y postes de luz, y postes con señales de ductos de PEMEX, y los postes de anuncios, y cráteres por placas de cemento que se rajuelearon, y yerbajos y botellas y frascos y pomos y lata rodadas en la banqueta. Todo esto cerca del bosque de Tlalpan, no lejos del templo católico más horroroso y grotesco que mis ojos han contemplado, un adefesio que… (Mañana.)

Cuba

Azúcar para el café – lo que ella endulza me sabe – como si le echaran hiel.

Así describía el poeta Guillén la situación de una Cuba que hasta los tiempos de Fulgencio Batista fue mancebía de gringos intoxicados de alcohol y demás sustancias, y cuyos ancestros se adjudicaban la posesión de la Isla.  John Adams en 1783: «Las islas del Caribe constituyen apéndices naturales del continente americano. Cómo resistir la convicción de que la anexión de Cuba será indispensable para la continuación de la Unión».

La independencia de Cuba, epopeya de siglos. «Cuba ha venido a ser de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión», afirmó el Presidente J.Q. Adams. «Ya separada de España es incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar por fuerza hacia la Unión, a la cual le será imposible dejar de admitirla en su seno».

En 1812, “un mapa de los EEUU levantado por su gobierno  incluía los territorios mexicanos de Texas, Nuevo Santander, Coahuila, Nuevo México y parte de Nueva Vizcaya y Sonora, como también la Isla de Cuba como parte natural de la Unión».

En 1898, la flota de guerra de los EEUU bloquea la Isla, invade por sorpresa Santiago de Cuba y se apodera de la bahía de Guantánamo. Años más tarde lo afirmaba Manuel Sanguily: “¡Los invasores ya han visto a Guantánamo: jamás renunciarán a su posesión! ¡Y la bahía de Guantánamo ya es de los EEUU!»

Muchas décadas más tarde, profecía y esperanza en el poema de Guillén:

 Ay, diana, ya tocarás – de madrugada, algún día – tu toque de rebeldía – Ay, diana, ya tocarás.

Y la diana resonó cuando el asalto de Fidel y sus compañeros de lucha  al Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, acción que iba a ser el preludio de la revolución libertaria de América, una revolución cuyos orígenes, afirma el patriota cubano,  son las luchas del  Presbítero Félix Varela, del Céspedes Padre de la Patria, el Generalísimo dominicano que convirtió el machete en arma y alma independentista, el Bayardo Agramonte, el Calixto de las tres guerras y una estrella en la frente, el Maceo de fuerza en el brazo y en la mente, el Martí Autor Intelectual, el Camilo del pueblo y el Che de América.

A la hora en que el comando de libertadores se disponía al asalto al cuartel Moncada les habló el Comandante Fidel:

«Como en el 68 y en el 95, aquí en Oriente damos el primer grito de ¡Libertado o muerte! Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras ¡óiganlo bien, compañeros!, el movimiento triunfará. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la isla. La consigna es no matar sino por última necesidad.  Jóvenes del Centenario del Apóstol!»

Curioso: el Guillén que de joven mentaba la muerte como un don apetecible, aprende según vive el oficio de la esperanza, que es el del rejuvenecimiento. El buen tiempo no iba a tardar para la cubanidad, y llegó. Entonces Guillén, ya joven a sus 57 años, con su poema Tengo celebró:

Tengo, vamos a ver – tengo el gusto de andar por mi país – dueño de cuanto hay en él – mirando bien de cerca lo que antes no tuve ni podía tener – Tengo, vamos a ver – tengo lo que tenía que tener. (Sin más.)

Pero, mis valedores, la epopeya libertaria no ha terminado. Juan Pablo II: «En la Isla el marxismo ha muerto». Y  a los católicos cubanos: «No desfallezcan bajo un gobierno comunista. Ustedes sigan regando la viña del Señor».

(No lejos, Miami vigila. ¿Pero es de cuidado?)

Cuba una y única. Patria o muerte, venceremos. Y vencieron. Vencen cada día. (¡Cuba!)

Del esperpento

Así pues, mis valedores, mejor presidente nos vino a resultar  Fox que el verdadero creador de México en cuanto Nación. De la misma ralea del boquiflojo nos han resultado panistas y  tricolores que al llegar al poder clavetean de estatuas el territorio patrio y  enjaretan nombres de sus héroes particulares a calles, vías rápidas y avenidas. Aquí algunos ejemplos.

En el gobierno del guanajuatense  Alberto Cárdenas se develó una estatua en memoria del que fuera candidato presidencial panista Manuel J. Clouthier.

Culiacán,1995. “La calle Juan de Dios Batís cambió de nombre: se llama Calle del Chapo en honor de Joaquín Guzmán Loera. El ayuntamiento de Culiacán, durante el trienio 1987-1989, autorizó el nombre de esa avenida”.

Marzo de 1997. “La Av. Cordilleras cambió de nombre para llevar el de un político panista, y Periférico fue nombrado como Manuel Gómez Morín, fundador del blanquiazul. En León, Gto., por lo menos una docena de calles y un bulevar han sufrido modificaciones de nomenclatura durante las tres administraciones panistas que han gobernado el municipio”.

Agosto de 2002. “En la comunidad Macario Gómez, municipio de San Francisco de los Romo, Ags., hay una calle con el nombre de Manuel Alvarez Gutiérrez, el Tijuano, detenido al que reclama EU para juzgarlo por la comercialización de metanfetaminas en territorio estadunidense».

San Luis Potosí, 1996.  “Un niño sostenía una cartulina con la demanda: “La Cecilia Ochelli de Salinas no tiene drenaje, Sr. presidente. También necesita agua y luz».

Abril de 2004. “En la nomenclatura de la Cd. de México y de la zona metropolitana existen 16 calles que llevan el nombre de Carlos Salinas de Gortari, 5 del traidor a la Patria Victoriano Huerta y 60 de Gustavo Díaz Ordaz, uno de los responsables de la matanza de Tlatelolco».

Santa Catarina, NL., sept. del 2000. “En este municipio panista 200 calles y avenidas y 4 colonias que llevaban el nombre de Carlos Salinas y de su padre, Raúl Salinas Lozano cambiaron de nombre. En mayo de 1999, el Congreso retiró el reconocimiento de hijo predilecto de Nuevo León al ex presidente, que había sido concedido por el gobierno estatal priísta en 1994″.

Dic., 2002. “Diez empresas (TV Canal 4, Sabritas, Pepsi, Telcen, Bimbo, etc.) impondrán su sello corporativo en la placa de identificación de miles de calles, mediante un convenio que suscribieron con la Sec. de Desarrollo Urbano y Vivienda, cuya titular es Laura Itzel Castillo. Sobre la críticas a los anuncios el titular de la Miguel Hidalgo, «Es pudor socialista, ironiza  el panista Arne aus den Ruthen».

Santiago de Chile, 2002. “Una calle capitalina lleva el nombre de Mario Kreutzberger en homenaje a Don Francisco, animador de televisión».

Agosto de 1991. “Una calle de la Col. Guerrero llevará el nombre de Daniela Romo, popular cantaautora. Creo que no lo merezco, porque yo lo único que he hecho es dar lo mejor de mí cuando canto: todo, todo, todo, declara».

Mayo de 2002. “Una colonia de la Del. Gustavo A. Madero ostenta el nombre de Verónica Castro«.

Finalmente: Poza Rica, Ver. 1978. “Se inaugura en la plazoleta un busto que mandó colocar Oscar Torres Pancardo, dirigente petrolero,  que representa  a Ovidio Hernández, integrante del trío Los Panchos, porque el líder lo admira bastante”.

A propósito, mis valedores: ¿qué ocurrió con los nombres de Maude y Arturo Montiel tatuados en clínicas, auditorios, avenidas y algunos otros edificios públicos del Edo. de México?

Calles Chapo Guzmán y El Tijuano. Esto sólo en  México. (Qué país.)

¡Yo soy Oaxaca!

“Soy Oaxaca en la presencia de sus siete regiones; en sus trajes de vértigos en colorido que roban al paisaje los tonos de su luz; en el perfil moreno de sus mujeres disímiles de carácter, a veces místicas, humildes, soñadoras y también alegres y agresivas en la belleza; fieles hasta la obsesión y sacrificadas hasta el coraje!

La Guelaguetza. mis valedores. Los  Lunes del Cerro. En la añoranza mantengo las imágenes de Oaxaca.  Cierro los ojos, me miro de piel adentro y me veo mano con mano de una mujer, una sota moza que es flor y espejo de Ciudad Ixtepec: mi Nallieli («Yo te amo», en zapoteco). Con ella planeaba asistir al espectáculo, magia y esplendor, de la Guelaguetza, soberbia expresión de cultura, folklore, raíz, tradición y seña de identidad de ese abanico y mosaico de tantos pueblos: Oaxaca. El gusto se nos frustró, lástima.

¿Alguno de ustedes habrá asistido a los Lunes del Cerro en el del Fortín, ribereño de la ciudad? ¿Alguno ha admirado esa que es, a ojos, oídos y espíritu, maravilla de color y fulgores y encantamiento de sones, tonadas, clamor y recitaciones de música y flor, holanes y plumas, y brillos y cintas y juegos coreográficos que saben a raíz de un pueblo que es tantos pueblos, y esencia e idiosincrasia, e identidad? ¡Yo soy Oaxaca!

Y hablo con la voz de mi fértil suelo, de mis agrestes montañas, de mis fecundos bosques y de mi tierra erosionada; con los cafetos y la copra señoreando el cielo con la brisa de un mar intensamente azul, que retrata entre sus aguas las alturas; también, y con el agrio dulzón de mis piñas derramando sus mieles en las bocas que rezan un rito de emoción. Así, con esos labios, voy a dialogar hacia mí misma. (Cálida trova de F. H. Domínguez.)

Mis valedores: cerrados los ojos contemplo la parvada de danzantes llegados de las siete regiones, cuajarón de penachos y máscaras, danzas y ofrendas, que al vivo rayo del sol ejecutan un mágico ceremonial acompasado a tonadas que a toda garganta y a pecho abierto claman en tono mayor, o salmodian a lo hondo, a lo melancólico, en un acompasado tono menor. Desde hace algún tiempo me abstengo de asistir, que me lo impide un poderoso obstáculo.

Y cuánto echamos de menos, mi única y su servidor, la asistencia a los Lunes del Cerro,  fiesta que es de los sentidos y el espíritu. Hace tiempo, mi mano en la de mi istmeña, año con año presenciaba esa síntesis y amalgama de lo indígena, mestizo y español, donde se quema el copal a Centéotl, diosa del maíz tierno, y el incienso a La del Carmen que se nos vino de España y convive en santa paz con la Princesa Donají, el rey Cosijoeza  y el arrogante Zahuindanda, Flechador del Sol.  Nos abstenemos de asistir a la contemplación de la «briosa raza de bailadores de jarabe», que dijo aquel.

Contando las horas se nos iban los días, pero nos hemos quedado vestidos y alborozados, con zeta, yo con mi chaleco de pelos y mi única con los collares de monedas de oro, su atuendo de tehuana y el “resplandor” con que habría de enmarcar el resplandor de su rostro.  ¿El causante del acto fallido? Un delincuente que yo, olvidando que vivo la justicia mexicana, hubiese jurado que no iba a terminar su sexenio porque de repente iba a cambiar el palacio de gobierno por el de Lecumberri. El de alta seguridad, más propiamente, pero nada. Justicia a la mexicana. Mi Nallieli y su amador hemos dejado vacío nuestro lugar en el Cerro del Fortín porque sospecho que ahí pudiese encontrarme con Ulises Ruin, Ruiz de alias.  Es la justicia. Es México. (Qué país.)

Tenebrario

De cierto maizal y el improvisado agricultor que hoy por hoy lo cultiva conté ayer mismo la fábula.

Verano. Todo florece en derredor. Solo y su alma, el agricultor vigila, insomne, unas milpas donde maduran los granos de la mazorca, y al amanecer cada mañana revisa los perjuicios que en la noche causó una nata de picos ávidos. «Será una plaga de insectos? ¿Llegaría en el viento? ¿Serán de la zorra esos rastros? ¿Qué animalejo depredador pudo atacar aquellos racimos mientras yo dormía?»

Y qué hacer. El solitario ya palpa esta frutilla, ya la olisquea, ya le le buscaba el dañero que la hubiese atacado.  “¿Será una plaga de insectos? ¿Llegaría con el viento? ¿Qué animalejo predador pudo atacar los racimos mientras yo dormía? ¿Por qué a mi vista todo lo verde se torna gris? ¿Por qué se marchita todo lo que toca mi mano, por qué?»

Y esta angustia, y esta soledad, y la autoestima por los suelos porque en cada planta, en cada espiga, en cada vaina percibe el desprecio y el aborrecimiento por su torpeza como granjero impostor. Y fue entonces.

En un inútil empeño por espantar la nata de picos y alas perjudiciales se le ocurrió el consabido recurso del chambón: paja, varas, cuerdas, ropas deshilachadas y desflecados gorros de paja, y he ahí a los espantajos, en la medianía del maizal: grotescos, los guardianes de lo  sembrado inspiraban más repulsión que temor, y de poco sirvieron como guardianes de la labor. Esperpénticos.

Soliloqueando recorre la plantación y palpa cada frutilla, soliloqueando la olisquea, le busca la plaga. Soliloqueando:

– ¿Pierdo el juicio? ¿Enloquezco? ¿Paranoia, la mía?

Fue por aquellos días cuando el solitario dio en la manía peligrosa de hablar solo. (Porque la soledad, al igual que el obstáculo, si no templa, aniquila.)

Y fue entonces. Anochecía. En la tenebra que se aplanaba sobre su mundo, el dueño del maizal se encaró al par de espantapájaros. Uno y otro parecían  sonreír y burlarse del que perdía la razón.

Y aconteció que cierta mañana el agricultor improvisado, luego de  observar los daños de los pájaros de cuenta, se encaró al par de espantajos, los miró de frente, y ya extraviada la razón, les hablaba con nombres de recién bautizados:

– ¿Por qué, Maderito y Zambrano, me miran con sorna y burla?  ¿Por qué al mirarlos observo la cara de Judas Ortega?  ¿Por qué violaron el pacto?  ¿No les compré la conciencia? Alquilones de oficio y de beneficio, ¿por qué el chantaje, Maderito y Zambrano?

Entre  maizal y racimos, insomne: «¿Me faltó aprontarles más paja? ¿No les bastó Baja California? ¿Chantajistas, además de alquilones y colaboracionistas? Su  vocación de migajeros, ¿dónde quedó?

(Porque tramar espantajos es muy riesgoso.)

– Lástima de dinero, tiempo y trabajo invertidos en ustedes, Maderito y Zambrano.

Y ocurrió, mis valedores, que preocupaciones, desvelos y una sañuda angustia padecida en soledad terminaron por hacer mella en el solitario. Ronco de hablar su monólogo, aquél día el hombre se detuvo a la mitad de la plantación, contempló en silencio el desastre amarillento de hojas, frutas, espigas, racimos, vainas, flor. Mudo contempló el desastre y, sereno por vez primera,  sonrió con sonrisa enferma, frutilla mostrenca de una razón trastornada. (Porque el grado más alto de la angustia arroja una desesperada serenidad.) Entonces, al par de espantajos:

–  Ah, reculones,  vuelven a entrarle al negocio del Pacto por México. ¿Ahora cuánto le va a costar al país?

Y es que el hombre, cuando… En fin. (Peña., Ortega.)

Espantapájaros

Verano. La tierra, henchida de frutos, aguarda a los cosechadores contratados por el dueño del terreno labrantío para levantar la cosecha. Los peones de la cuadrilla anterior desmontaron  la tierra, la sembraron, escardaron y limpiaron de yerbajos inútiles, para luego ir a emplearse con algún otro  agricultor. Lo demás lo vinieron a hacer las tormentas de un cielo que ahora ha quedado limpio, como recién lavado con aguas lustrales.   Solitario, el dueño del maizal se la vive vigilando y  cuidando de animales perjudiciales el sembradío. Ahora todo es aguardar.

Mientras maduran mazorcas, espigas y vainas, el agricultor se mantiene vigilante. Apenas amaneciendo abandona el jergón y sale a contemplar el cielo, no vaya a ocurrir que un sol demasiado ardoroso sorba la humedad del terreno y reseque la plantación. Entonces se da a deambular por almácigos, arbustos y árboles frutales, y examina el estado en que amanecieron la vaina, el racimo,  la espiga, la flor. Y esto es  allegar tierra a la caña, abono a la tierra, agua al abono y cauces al agua para que riegue la tierra, qué más.

Preocupado, el agricultor otea los horizontes, allá donde cerros y peñascales se plagan de nubes ovachonas o ñengas, según. Que no llueva más. Que el exceso de lluvia no pudra las raíces. Que los retoños no sean desgarrados por un granizal repentino. Que…

Así vive el campesino, al pendiente de un sembradío que es promesa de grandes dones.

Pues sí, pero lástima: el dueño de aquel terreno sembrado sin arte cultivó una tierra mal desmontada. Ayuna de los cuidados de un operario conocedor, el sembradío sobrevive devastado por depredadores de uña y garra, lástima.

Con ánimo de espantar el azote de mazorcas y vainas (cuervos, gavilancillos y otros picos depredadores) al agricultor inexperto  se le ocurrió el remedio que más a la mano tenía: recurrió al auxilio  de  un par de espantajos, a los que ubicó en el corazón del sembradío y encomendó la vigilancia de mazorcas y racimos contra  la nata de alas y picos que rondaba debajo un cielo estallante de sol. En ciertas ocasiones el agricultor tomaba la honda, y a arrojar pedradas al cielo. Nunca acertaba a ningún predador. Solo y su alma, abrumado de temores, el agricultor deambulaba, insomne, vigilando la siembra. Estaba ya por caer en cierta manía aberrante. Funesto día aquel.

El solitario individuo  comenzó a comprobarlo con la angustia en la sangre: por su impericia la plantación se agostaba, se había arruinado, sin más. Frutillas en agraz se desprendían de la rama y caían al suelo. Se encanijaban los racimos, se enroscaban las vainas, desflorábanse y escupían la semilla. Y así el tubérculo, y así las espigas, y así la flor. Y es que el solitario individuo no había nacido para agricultor, que para ello se precisan cualidades de las que él carecía. Impotente para manejar el desastre, como alucinado recorría la plantación, y aquí intentaba resembrar, y allá enriquecer con abono el cascarón del terreno, y por dondequiera desparramar chorros de agua que detuviesen la catástrofe. Nada. La regaba, no más. Patético. Entonces fue cuando cayó en aquella práctica aberrante, que fue la de hablar solo, de solo interrogarse y solo contestarse. Alarmante.

(Porque la soledad, si no si no templa, aniquila.)

Abrumado, el solitario cayó en la manía de  hablar con el par de espantajos, y así les decía:

– ¿Y ustedes de qué me sirvieron? ¿Por qué incumplieron su palabra? ¿Que les faltó? ¿No les puse la paja suficiente?

(El resto del soliloquio, mañana.)

Kafkiano

Un rasgo común entre un joven europeo que ataca con bombas incendiarias y el muchacho que asalta y viola en un microbús: ambos son incapaces de ponerse en el lugar de los demás. Sin la oportunidad de leer, su imaginación y su sensibilidad quedaron muertas. (J.E.Pacheco, escritor.)

Y perdonando la curiosidad, mis valedores: ustedes, durante los casi siete meses que van del año, ¿cuántos libros llevan leídos? ¿Cuántas horas han dedicado a la lectura (no a un libro de «superación personal» o de  «desarrollo humano», donde los que aconsejan van a tener el castigo de quienes aconsejaron a Job)? ¿Cuántas horas alimentaron su espíritu con ese libro que alimenta el espíritu, lo robustece y enfila rumbo a la inalcanzable  entelequia, que dijo el clásico? Y a ver la televisión, ¿cuántas horas han invertido? ¿A cuál de los dos ejercicios (leer, ver la de plasma) favorece el balance? Entonces, ante el resultado que yo sospecho, rindámonos a la evidencia: cada uno de nosotros es lo que su espíritu es, y su espíritu es lo que le damos por alimento, y se impone la conclusión: por cuanto leemos y asimilamos de lo leído somos idealistas, pero no pasamos de mediocres por la acción de ese opio que el Sistema de poder, con objeto de mantenernos dóciles, mansos y domesticados, nos inocula desde la pantalla de plasma. Sin vuelta de hoja. Sin cambio de canal, más propiamente. Sin más.

Y luego por qué  somos lo que somos. Por qué somos como somos; por qué estamos como estamos; por qué nos damos semejante gobierno, por qué permitimos que nos lo impongan; por qué lo aceptamos y lo soportamos; por qué, debatiéndonos en tan mortificante crisis global, recurrente, nos mostramos negados para el ejercicio de pensar, que entonces pudiésemos ejercer la autocrítica y crear estrategias y tácticas que nos llevasen  a darnos un gobierno aliado al que obedecer como sus mandantes. ¿No está ahí, mis valedores, la explicación del por qué nos hemos atornillado en el puro reniego, la pura exigencia  y la pura mega-marchita, que de puras no tienen nada? Ah, este nuestro país, que así exhibe tan siniestro balance entre el ejercicio de la lectura y el de las horas que permanecemos aplastados a dos nalgas frente a la pantalla de plasma, en una posición que en la lectura reproduce la de El Pensador de Rodin y frente a la TV remeda la postura del lugar excusado. ¿Lo dije antes? Es México.

Y hablando de leer, mis valedores: ¿alguno de ustedes ha leído a Kafka, o tal vez  lo citamos como al Quijote o La Biblia, no por conocimiento de la obra sino tan sólo por imitación vil? Que esta situación es kafkiana, y que si Kafka escribiese la crónica mexicana su literatura sería costumbrista, y tonteras de ese calibre. Los mediocres son temerarios, y no les arredra ponerse en evidencia como ignorantes que «piensan» con cabeza ajena porque  sólo repiten opiniones y conceptos que escuchan en los diversos medios de condicionamiento de masas. A propósito:

Uno de los tales (mediocre, ignorante y ayuno del más elemental sentido de recato y autocrítica) es ese personaje de triste memoria como presidente que fue del país y que hoy, tragicómica figura del esperpento y la picaresca política, se nos ha convertido en el rey de burlas que sigue causando lástima y vergüenza ajena. Sí, un Vicente Fox que a todo lo largo  de su sexenio se permitió la desmesura de llenarse la boca con citas de libros que evidenciaba no haber leído.

– ¿Presidentes de México? A todos me los llevo de calle, incluido Juárez.

 (¡Dios! Esto sigue después.)

Rey de burlas

– Ya  en serio, don Vicente, ¿fue usted mejor presidente que quién y peor que cual?

– Pues mira, me los llevo de calle a todos, incluido Juárez.

¿Que qué? Esto es como para preguntarse: ¿cómo entender a Fox? ¿Como entender su disparatario? ¿Tanta insensatez cabe en un individuo que a su hora tantos motivos de queja, desánimo, frustración y burletas aportó a las masas? ¿Tendrá conciencia, el ex ya de tantas cosas,  de que las masas lo han erigido como  rey de burlas? ¿Es él quien se burla de ellas? ¿Es inmune a los aletazos de la humillación? ¿Tiene un formidable sentido del humor? ¿Lo tiene, o no,  del ridículo? ¿Es Fox un conchudo de siete suelas? ¿Cómo resiste la cargazón de un  ridículo que así le desgarra su fama pública? ¿Fuerza de carácter? De ser  este el caso, ¿de dónde saca tal fuerza? ¿De su pura enjundia? ¿De la yerba o del Prozac y demás cápsulas tranquilizantes? Uno que no fuera Fox y en tanto  las comunidades de aquí y allá lo señalan de insensato, ¿dónde ocultaría la cabeza? Mis valedores: ¿es Vicente Fox personaje trágico, o no pasa de ser uno más de los hilarantes protagonistas de la picaresca de rompe y rasga de mi país? Aquí me parece imperativo enviar un mensaje a la persona que considero adecuada. Señora Marta Sahagún:

Desde que terminó el malhadado sexenio de la «pareja presidencial» usted ha vuelto a ser lo que siempre ha sido y a lo que parece predestinada, porque no se le ven tamaños para nada mejor: la dama anónima que, enclaustrada en algún punto de la provincia, vegeta en un discreto anonimato, y nada más.

Otra característica que advierto en usted: no ha caído en lo que tantas compañeras de los que llegaron a alojarse en Los Pinos. Ni divorcio, ni separación, ni el ridículo que la que fue esposa de Salinas antes de Ana Paula: permitir que toda una colonia de esta noble y vial lleve el nombre de Cecilia Ochelli de Salinas, síndrome del que ni la actual ha resistido, que permitió que una cáfila de ser-viles enjarete su nombre a una desventurada colonia de alguna población de Veracruz. Muy distinta nos resultó usted.

Usted, la persona que tuvo tantísima influencia con su «alto vacío» en el sexenio de la «pareja presidencial»: ¿por qué no evita que su marido se convierta en el rey de burlas, befa que de alguna manera le llega a usted? Todo varón trata de quedar bien con la dama de sus amores, pero las acciones del suyo, señora, lo proclaman como carente de todo decoro, altivez, mesura y sentido de la dignidad. Boquiflojo sin asomo de autocrítica, precisa de alguien que le jale la rienda si no quiere sentir vergüenza ajena por gracejadas de su compañero como la más reciente, en la que se ubicó por encima del Benemérito. El, un Fox al que nadie con una mínima dosis de sentido común pueda alabar, de no ser el rastrerillo de la adolescencia fingida como la propia voz, ese Chavo del 8 que con Fox en Los Pinos se atrevió a asegurar: vocecita  fingida como todo lo que integró su personalidad:

–  Fox ha sido en 100 años el mejor presidente del México.

Doña Marta: ¿la gran masa mereció en el gobierno a ese Fox que se llevó de calle al Benemérito?

Aquí dejo de teclear, miro hacia el frente y la mirada se me extravía más allá de esos árboles, de la ermita, de un firmamento gris, pizarroso. Mirando sin ver (viendo sin mirar), pienso y medito: si a usted,  doña Marta, le sobrevive un tanto así de vergüenza, decoro, dignidad y autoestima, estas noches le han sido   le serán de insomnio. ¿O también usted? ¿O usted tampoco? En fin. (Sigo mañana.)

Tragicómico esperpento

Lo dije hace algunos ayeres: novelista soy; por achaques del oficio me aplico al estudio del ser humano desde ángulos sociológicos, psicológicos, fisiológicos, etc. Lector por oficio, intento bucear en aguas profundas de personajes como Hamlet, Macbeth, Lear y Ricardo III, o paradigmas del esperpento como El Lazarillo, El buscón, La celestina, El diablo cojuelo o La pícara Justina. Trágicos unos, esperpénticos los más, por ellos me asomo a la dimensión de reacciones, pasiones y  sentimientos desmesurados de la humana condición: amor y celos, odio y crueldad, avaricia, terror y las desbozaladas venganzas junto a la farsa, el astracán, el ridículo. Cito de memoria este pasaje de El Buscón cuando niño:

«Comencé a sospechar de mi madre cierto día en que llegué de la escuela. ¿Y esos moretones en la cara? Me preguntó. De un pleito que acabo de tener con uno de mis condiscípulos, respondí. Te motejó de puta, imagínate. Que ese es tu oficio, se atrevió a afirmar. A golpes defendí tu honor.  La carcajada de mi madre me escamó: Hay cosas evidentes, pero para qué comentarlas en un aula escolar».

Tales vidas y milagros de la ficción tomo de espejo (distorsionado) donde mirar mi humana estatura e intentar la hazaña de conocerme, reconocerme, según la clásica exhortación del oráculo de Delfos que Sócrates tomó de divisa: “Conócete a ti mismo”.

Conócete y busca la salud mental, que has de conseguir con arraigo, identidad, vinculación y varios otros elementos, uno de ellos imperativo: la trascendencia; si no por lo que construyes, sí por lo que logres destruir. De la humana necesidad de “no morir del todo” sirva de ejemplo cierto individuo que en Efeso se agostaba en el oficio de borreguero y, según calculó su aplastante mediocridad, poco margen tenía de obtener la tan anhelada trascendencia. Pero sí, la consiguió cabalmente, ¿y saben ustedes cómo logró trascender? La misma noche en que nacía Alejandro Magno el pastor incendiaba una de las siete maravillas del mundo: el templo de Diana (otra, que no la cazadora). ¿Que si el borreguero logró trascender? Búsquenlo por su nombre en todos los diccionarios y en todas las enciclopedias: Eróstrato.

Pero el estudio de lo humano no se reduce a los entes  literarios o a los de la Antiguedad; comienza y termina con seres reales del diario vivir, donde se incluye la fauna que gesticula en ese sub-mundo del surrealismo y el esperpento que es la política del país. Uno de ellos observo, de la vida real, que reputo a la medida de la ficción, así para el drama como para la farsa, y que con holgura pudiese hermanarse con entes de la picaresca como con los condenados del Dante. ¿Es un ser trágico? ¿Un conchudo y  baquetón? ¿Un inconsciente, un irresponsable? Porque el varón de vergüenzas en su nidal trae el pudor, la vergüenza y el decoro a flor de conciencia, y tiene en tanto su imagen y  fama pública, por lo que mucho se cuida de mantener el recato como salvaguarda de la propia dignidad, o cómo lo van a recordar cuando fallezca si es que no consiguen olvidarse de él. Y a esto, mis valedores, quería yo llegar: el que fue el presidente (de fachada) de mi país en el sexenio, el sarcasmo lo afirma, de Marta Sahagún. Vicente Fox, por supuesto.

Fox. El Fox de José Luis Borgues y de la mujer como simple «lavadora de dos patas» llega ahora al clímax de la ridiculez y la falta de autocrítica con su más reciente autoelogio, donde se ubica muy por encima de sus colegas en el gobierno del país.  Los recovecos de la humana condición. (Mañana.)

Pocos hombres quedamos

La tasa de desempleo se mantiene elevada, informa el matutino. Yo, mientras tanto,  dolorido y nostálgico, me rindo a la evidencia: ya no hay hombres en mi región. Y pensar que más antes, como allá decimos…

Cierro los ojos y en la añoranza contemplo mi Jalpa Mineral, por aquel entonces tan nueva como yo mismo, que estrenaba mi primera juventud (hoy vivo la quinta, pero a todo vivir). Hombres muy hombres conocí en mis derrumbaderos zacatecanos, desde el hazañoso Pánfilo Natera hasta una Jovita Valdovinos de arriscada tradición, con el padre y los hermanos caídos a media serranía de Morones, la 30-30 en las manos y el Viva Cristo Rey en el último aliento. Bien haya los de corazón bandolero y redaños en su nidal…

De ahí la fama de bragados a los valientes en la región: de la militancia cristera, con sus secuelas de odios, rencores y reconcomios, de modo tal que al valor de un sotol o un tequila salía en hervores la mala sangre por cosas de la mujer, los linderos de la tierra o agravios que van heredándose de padres a hijos y familiares. Y quién que es no lo es con el arma en la diestra, fusca o puñal cachicuerno, de esos afamados de Jalpa, Zac. que ya deben tantos muertitos. Y qué familia que se respete no tiene un cristiano en el panteón, en la conciencia, en el recuerdo y los rezos del oficio de los fieles difuntos…

Dos calles paralelas tenía mi pueblo, y los bragados mantenían una sana costumbre: fusca en la diestra, jinetes en prieto retinto o alazán tostado, desde el arranque de ambas calles se venían uno por esta calle y el otro por la paralela, a pasito corto, como sin prisa mayor,  rumbo a la plaza, donde ambas calles desembocaban. Los aldeanos, observando desde la puerta del zaguán, desde la ventana. Alguna estrujaba el escapulario. Animas santas…

Allá vienen los dos rivales, y al llegar a la bocacalle quedan al descubierto, y entonces se apuntan ya con la 45, ya con la 38 especial. Y a descargarla contra el rival en amores cuando no en odios mortales, y si la puntería andaba falla o era voluntad de Dios ambos buscaban la próxima bocacalle, y llegaban a las cuatro esquinas, y vuelta a empezar. ¿Que resistían hasta llegar a la plaza? Ya ahí obstáculo ninguno les impedía el sano propósito de darse en toda la madre, a  toda  cargazón de plomos contra las carnes del aborrecido rival. Y uno cae, cuando no los dos, y aquí se acaban pasiones. Dios los haya perdonado. Los machos de mi región.

Pero no, no quedan hombres en mi querencia, donde yo conocí el sabor del miedo y las noches en vela. Porque nueve años tenía de vida, mi padre ausente, cuando   me trencé en amigable discusión con el hijo del matancero. En un callejón sombrío nos topamos  e intercambiamos razones él con un leño y con una piedra yo, que gané la polémica y las manos tintas en sangre de mi rival. Y ahí el juramento de mi  muerte, y el cuchillo fajado a la cintura. Yo, de ahí en adelante, el pánico.

Y ocurrió que la noche aquella, en plena oscuridad, el cuchillo topó con carne ajena a la mía. «Ah, perdona, no era contra tí». «No tengas cuidado», y otro día sepultaron al adolescente que no la debía. Huí del pueblo, y hasta hoy, que lo supe:  ya no hay hombres en mi terruño. “La alta migración deja sin hombres a muchos municipios zacatecanos que se convierten en pueblos fantasmas, o donde sólo quedan hogares con jefas de familia y mujeres solas”.

De esto alguno o algunos tienen la culpa, ¿pero quién, quiénes? (México.)

Ratones y flautas

La flauta de Hamelín, mis valedores, ¿recuerda alguno la antañona leyenda?   ¿La desconoce alguno? La síntesis del legendario incidente ubicado en el siglo XIII alemán:

La ciudad de Hamelín fue sacudida por una plaga de ratas, y no atinaban los lugareños en la manera de exterminar los roedores. De repente aparece un desconocido que ofreció  la solución del mortificante problema; mediante el pago correspondiente libraría de los bichos a la ciudad.  Los aldeanos se comprometieron al pago, y fue entonces: el fuereño tomó su flauta y comenzó a sacarle unos sones extraños, misteriosos, a cuyo sonido todas las ratas salieron de sus escondrijos y como hipnotizadas se fueron detrás del son. Ya congregada la nata de roedores en derredor del flautista, éste se dirigió hasta el río cercano, y la solución: todas las ratas   perecieron ahogadas. El  misterioso flautista reclamó su recompensa, pero los payos se negaron a pagarle. Ofendido, desapareció de Hamelín.

Tiempo después, la venganza: mientras los lugareños, en el templo, se dedicaban a sus devociones, el personaje de la flauta volvió a tañer su instrumento, pero esta vez  frente a los niños de Hamelín que, hipnotizados, a los mágicos arpegios avanzaron hasta el río. Luto general. Llanto y rechinar de dientes.  Ya cumplida su venganza, del flautista nunca volvió a conocerse su pardero. En la tertulia de anoche, y sobre la alienación que produjo el flautista,  el maestro:

– Algo está alienado cuando su existencia no corresponde a su esencia, cuando está fuera de sí.

Y en ese estado, fuera de sí,  detrás de la flauta de Hamelín que en nombre del Poder (son el Poder) tañen los medios de condicionamiento de masas, como sonámbulos avanzan  unos pobres de espíritu cuyo ánimo pendulea  entre la desilusión por el que se fue y la desalada esperanza por el recién llegado a Los Pinos, y entre la esperanza que generan casillas y votos, y la desilusión y sombría pesadumbre  que les provoca un tal Chepo Hamelín  de la Torre porque al  mal manejo de su flauta ante una plaga de roedores del clásico pasecito a la red «nos hizo perder hasta con unos amateurs de Panamá».  Mis valedores:

No voy a tratar ante ustedes un tema que me repugna, como es ese del héroe por delegación que sentado  a dos nalgas mueve el esférico, gambetea, se perfila y tira a gol, pero la suerte en contra o el árbitro… Todo con el par de nalgas aplastándose  en el estadio o frente a la pantalla de plasma. No, que en breve habré de referirme a la mansedumbre, la dependencia y la inercia de ese desdichado que así se va tras la flauta del Poder Aquí, en torno a la manipulación colectiva de los flautistas del Hamelín futbolero:

“Tienden los comentaristas a acentuar el carácter estético del juego; se habla del estilo de los jugadores del mismo modo que se puede hablar de una obra pictórica. Pero no debemos extrañamos: se trata de crear una pseudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Se simula un serio estudio de algo de lo que no hay nada que aprender o comentar más allá de algunas elementales reglas de juego”.

Futbol. «Como espectáculo para las masas sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita al menos una participación por delegación en las proezas donde se requiere fuerza, habilidad y destreza, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida».

¡Y goool! Ah de las masas. (Sigo después.)