Pocos hombres quedamos

La tasa de desempleo se mantiene elevada, informa el matutino. Yo, mientras tanto,  dolorido y nostálgico, me rindo a la evidencia: ya no hay hombres en mi región. Y pensar que más antes, como allá decimos…

Cierro los ojos y en la añoranza contemplo mi Jalpa Mineral, por aquel entonces tan nueva como yo mismo, que estrenaba mi primera juventud (hoy vivo la quinta, pero a todo vivir). Hombres muy hombres conocí en mis derrumbaderos zacatecanos, desde el hazañoso Pánfilo Natera hasta una Jovita Valdovinos de arriscada tradición, con el padre y los hermanos caídos a media serranía de Morones, la 30-30 en las manos y el Viva Cristo Rey en el último aliento. Bien haya los de corazón bandolero y redaños en su nidal…

De ahí la fama de bragados a los valientes en la región: de la militancia cristera, con sus secuelas de odios, rencores y reconcomios, de modo tal que al valor de un sotol o un tequila salía en hervores la mala sangre por cosas de la mujer, los linderos de la tierra o agravios que van heredándose de padres a hijos y familiares. Y quién que es no lo es con el arma en la diestra, fusca o puñal cachicuerno, de esos afamados de Jalpa, Zac. que ya deben tantos muertitos. Y qué familia que se respete no tiene un cristiano en el panteón, en la conciencia, en el recuerdo y los rezos del oficio de los fieles difuntos…

Dos calles paralelas tenía mi pueblo, y los bragados mantenían una sana costumbre: fusca en la diestra, jinetes en prieto retinto o alazán tostado, desde el arranque de ambas calles se venían uno por esta calle y el otro por la paralela, a pasito corto, como sin prisa mayor,  rumbo a la plaza, donde ambas calles desembocaban. Los aldeanos, observando desde la puerta del zaguán, desde la ventana. Alguna estrujaba el escapulario. Animas santas…

Allá vienen los dos rivales, y al llegar a la bocacalle quedan al descubierto, y entonces se apuntan ya con la 45, ya con la 38 especial. Y a descargarla contra el rival en amores cuando no en odios mortales, y si la puntería andaba falla o era voluntad de Dios ambos buscaban la próxima bocacalle, y llegaban a las cuatro esquinas, y vuelta a empezar. ¿Que resistían hasta llegar a la plaza? Ya ahí obstáculo ninguno les impedía el sano propósito de darse en toda la madre, a  toda  cargazón de plomos contra las carnes del aborrecido rival. Y uno cae, cuando no los dos, y aquí se acaban pasiones. Dios los haya perdonado. Los machos de mi región.

Pero no, no quedan hombres en mi querencia, donde yo conocí el sabor del miedo y las noches en vela. Porque nueve años tenía de vida, mi padre ausente, cuando   me trencé en amigable discusión con el hijo del matancero. En un callejón sombrío nos topamos  e intercambiamos razones él con un leño y con una piedra yo, que gané la polémica y las manos tintas en sangre de mi rival. Y ahí el juramento de mi  muerte, y el cuchillo fajado a la cintura. Yo, de ahí en adelante, el pánico.

Y ocurrió que la noche aquella, en plena oscuridad, el cuchillo topó con carne ajena a la mía. «Ah, perdona, no era contra tí». «No tengas cuidado», y otro día sepultaron al adolescente que no la debía. Huí del pueblo, y hasta hoy, que lo supe:  ya no hay hombres en mi terruño. “La alta migración deja sin hombres a muchos municipios zacatecanos que se convierten en pueblos fantasmas, o donde sólo quedan hogares con jefas de familia y mujeres solas”.

De esto alguno o algunos tienen la culpa, ¿pero quién, quiénes? (México.)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *