Reforma energética

¡Obama en Toluca! ¿Tendría  razón el poeta al afirmar que fue el Diablo quien escrituró a nuestro país los veneros del energético? Tuvo razón, según todos los indicios, porque la paraestatal es abastecedora no sólo de crudo y de billones de pesos para la administración pública, sino también de pugnas «ideológicas», intereses políticos y económicos, una desbozalada corrupción y saqueos demenciales aquí y en el exterior. ¡Y ahora pronto el entreguismo del energético al vecino imperial! Mis valedores: el texto siguiente fue publicado hace un año corrido, pero supongo que viene a cuento tras los intentos fallidos de los neoliberales, de M. de la Madrid a Calderón. ¡Pero que el PRI regresa a Los Pinos, y no con su rancio “nacionalismo revolucionario”, sino con una compulsión entreguista que de inmediato hizo víctima de lo que los anteriores no lograron ofertar a los grandes capitales: PEMEX y la Comisión Federal de Electricidad!

Aquí, de los fraudes fechados añejos a la demagogia petrolera de Calderón, el difunto (político, ni tan difunto):

En 1920 el  Gral. Salvador Alvarado se defendía de suspicacias sobre cierta concesión  para construir un oleoducto de de Tuxpan al DF.:

– ¿Que yo, sin ser petrolero, haya hecho un magnífico negocio con esa concesión? ¿Estas empresas sólo corresponden a extranjeros?

El Demócrata, 1920: “El multimillonario petrolero Bohey dio al clero de Tampico la cantidad de 400 mil pesos para la construcción de un templo católico. El petrolero norteamericano Dihey, para salvaguardar sus cuantiosos intereses de posibles atentados sociales en su contra, erogó 500 mil pesos para el sostenimiento de obreros católicos. Por medio de la fe cristiana, del oro de EU y de las prédicas religiosas, se intenta enfrentar entre ellos mismos a los obreros sindicados.

El gobierno mantiene su política nacionalista en materia de petróleo. Esta misma semana se han otorgado concesiones a A.P. Wichers, a la sociedad anónima E. T. y Cía., y a otras 2 compañías extranjeras.

Financial Times, 1989. El arresto de dirigentes sindicales de PEMEX tiene por objeto permitir la privatización, no un intento de moralización de la industria petrolera.

De la Madrid: La política privatizadora permitirá encauzar el desarrollo integral del país y el crecimiento autosuficiente.

Salinas: Este cambio es nacionalista. Celebremos el nuevo desarrollo. Estas reformas estructurales permitirán democratizar el capital, atender los objetivos nacionales de la soberanía y de la justicia y recorrer la vía moderna de México.

Zedillo: Las privatizaciones garantizan el crecimiento sostenido que generará los empleos bien remunerados que demandan los mexicanos.

Fox: Las privatizaciones sacarán adelante al país. Los recursos excedentes se destinarán al pago de la deuda social.

Calderón: La inversión privada en PEMEX, garantizará el desarrollo nacional. Habrá más escuelas, hospitales, carreteras, agua potable, electricidad, vivienda. Habrá recursos para crear preparatorias y universidades. La inversión privada permitirá superar la pobreza y garantizar la educación. Habrá fondos para las entidades del país; tren suburbano en la zona metropolitana, tarifas eléctricas más justas  y  competitivas para la industria, supercarreteras; servicios para la población, disminuir la brecha de la desigualdad, terminar con la pobreza y la desigualdad, acelerar el paso por la justicia,  cerrar la brecha con el México agraviado, el de la pobreza».

Ah, México. (Qué país.)

Saliva negra

A las aberraciones psicológicas de personajes creados por la literatura universal me referí ayer porque intento entender a uno de esos engendros que de tanto en tanto suele malparir la grilla política. Sí, a ese Vicente Fox de la bífida lengua que al engaño del “cambio” (que se convirtió en “lternancia” que se convirtió en humo y agua de borrajas) trepóse a Los Pinos para desde ahí inventar, segundo marido de una esposa segunda,  la “pareja presidencial.” Aquí un esbozo del perfil psicológico del boquiflojo de marras.

Yo atajé a Chávez. Con el retiro de la embajada mexicana en La Habana mandé un mensaje fuerte a Fidel y Hugo para que se quedaran fuera de nuestra política. Que   Chávez no estuviera tentado a enviar dinero del petróleo a su candidato presidencial favorito. Fidel y Hugo querían ver al Peje convertir a la democracia mexicana en un régimen de un solo hombre.

A Fox no voy a pedirle que al modo del cervantino Licenciado Vidriera viva su vida creyéndose de vidrio y por lo tanto temeroso de que alguno de los tantos damnificados de su negra saliva, desde el Fidel comandante hasta López Obrador, le vaya a romper su vidriosa humanidad.

A Fox cómo pedirle que a la manera de Simón el Estilita (no estilista, por favor) se encarame hasta la punta de una columna y ahí se engarrote, en silencio y oración, hasta que levite y lo recoja su Dios. Al Fox de la lengua larga no le voy a pedir que como el personaje de Poncela decida no alzarse más de su cama y desentenderse del transcurso de los episodios nacionales, con lo que él y este país saldrían gananciosos. No le habré de suplicar que se encarame en algún armatoste volador como el personaje del Mascaró de Conti,  porque desde allá arriba seguiría emporcándonos con sus desechos corporales. No. Yo, de él sólo hubiese deseado…

Que los cubanos se pongan a trabajar, que  no anden limosneando dinero. Cuba es un país chupacabras. (Fox.)

De ese sólo hubiese querido, lo querría hoy mismo,  que al modo de Bartleby, a cuya estatura no le llega ni al dedo meñique del pie derecho –de ser el izquierdo embonaría con Calderón, ese zurdo siniestro, pleonasmo vil, que ahora regresa al país al pretexto de la sucesión del dirigente panista, y nosotros como si nada-, tuviese los riñones que de repente le brotaron al escribano, de modo tal que cuando el gringo  impuso a Fox, como a Calderón, esa serie de medidas violadoras de lo que nos queda de soberanía para rematar con la Iniciativa Mérida, esos contratos de riesgo en PEMEX que tanto lesionan al país y tanto nos lesionan a los mexicanos (y ahora, con el sucesor del sucesor, las reformas laboral y energética. ¿Y nosotros?), que Fox, de repente varón de tamaños en su nidal, a las exigencias de Washington hubiese replicado, y no más: Preferiría no hacerlo.

De Fox quisiera, mis valedores,  que al contrario de El barón rampante se bajara ya de la copa, me refiero a la de Los Pinos, y que  dejara de andarse por las ramas. Que emulando a los monjes cenobitas  intentase hablar con neuronas, no con  glándulas salivales. Que dejara de hablar a lo pentonto y ventoseando ataques hepáticos;  que pensara para hablar y no hablara para darnos a todos en qué pensar, escandalizarnos y detestar, despreciar, esa salivosa diarrea que a todo y todos salpica. Fox,  después de befarse al intentar la befa de un país hermano, ¿pudiese, ya en su vejez, adquirir el recato del varón de vergüenzas en su nidal? ¿Decoro, pudor, dignidad, autocrítica? ¿El Fox de la lengua bífida y la negra saliva? ¿Ese? (Bah…)

Un país chupacabras

Tal acaba de declarar, aludiendo a Cuba, el ex-presidente Vicente Fox, que en la foto aparece arropado por el que fuera su gabinete presidencial (“mi gabinetazo”, que resultó agua de borrajas). El cabello de la testa lo abandona y el vientre le brota, pero el ácido de su lengua sigue en un ser. ¿Culpa de la lengua bífida que tome Prozac o por exceso de Prozac mantiene esa lengua bífida?  Pienso, a propósito, en las desviaciones psicológicas, yo que en mi primera juventud (hoy vivo la quinta, pero a todo vivir), pasé unos años en el seminario, donde me preparaba para  la sotana y la capa pluvial.

No fui sacerdote, pero en el seminario me infundieron como ideal y proyecto de vida emular a los monjes cenobitas, y como ellos encerrarme en la celda de un convento y dar el resto de mi vida a la oración, la meditación y el más riguroso silencio por amor a Dios. Era aquella la mística, eran la fe y el temple de un adolescente que, ya de añejón, a base de hablar ante los micrófonos de la radio iba a redondear el gasto familiar. Los caminos del destino son inescrutables, que dijo aquél. Mi devoción de cuando adolescente y aquel exceso de exaltación religiosa no me iban a arrojar, a la manera de ese extraño San Simón el Estilita, a pasar el resto de mi existencia empericado en lo alto de una columna, para desde ahí, de hinojos y a coro con auras y zopilotes, loar al Señor. Laus Deo.

Comes y te vas (Fox al Comandante Fidel Castro.)

Por cuanto a las desviaciones de la personalidad que ha creado la literatura universal, ¿alguno de ustedes habrá leído Bartleby, donde Melville refiere el  caso del escribano aquel? Cierta mañana, al recibir de su jefe la orden: “Copie estos documentos”, “preferiría no hacerlo”, le contestó Bartleby, y de ahí en adelante, en una extraña actitud de resistencia pasiva y rotura total del orden establecido, a todo y a todos contestó lo que sería su desgracia: “Preferiría no hacerlo”. Así hasta un final acorde con tan extraña manía.

Recuerdo en cierta comedia de un Jardiel Poncela que no respeto como escritor el caso de Edgardo, cincuentón y padre de familia que un mal día de hace décadas, como resultado de una decepción amorosa, decidió nunca más levantarse de la cama, donde llevó a cabo su vida de todos los días, hasta que cierta noche… En fin.

Leí de la chifladura del sabio aquel, personaje incidental de Mascaró, el cazador americano, novela de Haroldo Conti, que lo llevó a perfeccionar una bicicleta voladora con la que se dio a vivir en las alturas y desde su eminencia regodearse en orinar a los viandantes. Y qué decir del protagonista de El barón rampante, novela de Italo Calvino, al que pega la chifladura de vivir trepado a los árboles del bosque cercano a la ciudad,  y ahí llevar una vida “normal” y mantener relaciones de amistad y convivencia con sus amigos y conocidos, sin nunca volver a poner un pie en tierra. Extraño.

Oskar, personaje de El tambor de hojalata, de Gunter Grass; un día, a sus diez años de edad, decide nunca crecer, y es así como de adolescente transcurre su tiempo vital. ¿Alguno ha leído El licenciado Vidriera, de Miguel de Cervantes? En plena chifladura, el tal licenciado se cree forjado de vidrio, y toda su vida se cuida de que nadie lo vaya a romper. Y a esto quería yo llegar:

A Fox no le pido que emulando al Licenciado Vidriera se encierre en San Cristóbal, cierre la boca y antes de ofender a nadie  se muerda la lengua, no le vayan a romper toda su vamos a decir humanidad. (Sigo mañana.)

Gótica

Mis valedores: Frankenstein. Diversas versiones cinematográficas han abrevado en la novela gótica que nació en cierta desapacible noche de Suiza en que los poetas Lord Byron, Shelley y Mary, su esposa, para hacer llevadera la noche, discurrían sobre asuntos tan frívolos y livianos como la vida y la muerte, los fantasmas, el galvanismo y esa novedad científica que por aquel entonces era la electricidad. Y ocurrió que en un momento determinado se lanzaron el reto: escribir, cada uno por su lado, un relato sobre el tema de la vida y de la muerte.  Luego  se retiraron a dormir y se olvidaron del proyecto de marras. Ellos sí, pero no Mary Shelley, a quien laceraban en lo vivo los experimentos científicos sobre la posibilidad de dar vida a un cadáver. Y fue así como esa noche de vientos helados nacieron el Dr. Víctor Frankenstein y su imponente criatura que nunca tuvo un nombre específico, pero que en la tradición ha usurpado el nombre de su creador: Frankenstein.
            Espantable criatura, pero desvirtuada por los directores de cine. Según la versión más corriente (en sus dos acepciones), cuando al experimento integrado con retazos de cadáveres le falta sólo el cerebro, el científico envía a Igor, su ayudante, a hurtar el de un sabio que acaba de fallecer, pero ocurrió que al tratar de apoderarse del cerebro en la morgue se le cae y se estropea. En su atolondramiento Igor toma la masa encefálica de un criminal recién ejecutado por la ley, cerebro que regirá las acciones perversas y destructivas de un monstruo que provocará el terror y la muerte mientras en la sala de cine los espectadores van a sujetarse de las coderas y a apretar las mandíbulas. Así de fácil, de simple, se resuelve el problema de la perversidad ingénita de Frankenstein. Resuelto.
            ¿Resuelto? No, que más allá del simplismo, de facilismo tal, Frankenstein nos sugiere muchos significados. Porque en la novela de Mary Shelley el engendro nació puro, inocente, y en sus correrías y su contacto con los lugareños intentaba la cercanía, la comunicación, el entendimiento, la amistad. Ellos, por contras, cuando se les acerca lanzan gritos de horror y le llaman monstruo espantable antes de huir despavoridos, cuando no es que se junten para atacarlo como a animal predador.
          Y fue así como al paso de los días la criatura es acosada, atacada y  reducida a la completa soledad, y como el rechazo humano, la soledad y la conciencia de la propia fealdad y del horror que inspira le masacran la autoestima y van tornándolo malo, violento, perverso, vil. Frankenstein se torna destructivo y entre sus víctimas se incluyen los seres que más ama el científico, Prometeo moderno que se atrevió a hurtar el fuego sagrado de la vida, “patrimonio de Dios”. Y aquí el simbolismo para mí el más sustancioso:
          A Frankenstein, nacido inocente, lo van modelando los lugareños que destruyen todo lo diferente, lo que sus dogmas, prejuicios y fobias, no alcanzan a comprender; y ahí los temores y la violencia destructiva, que en este caso se les revierte.  Lean la novela y recuerden: la diferencia entre el hombre de cultura y el mediocre está en que aquél dice: “No vi la película, pero he leído la novela”. El mediocre afirma lo contrario: no haberla  leído, pero sí haber visto la película. (Mañana.)
 

 

 

 

 

Chuchos capones.

Los chuchos de Lafontaine, mis valedores. Por prevenirme de alguna debilidad de conciencia, dije a ustedes ayer, el fabulista del XVII me relató ese de sus cuentecillos que  tiene de protagonistas un lobo feroz que se tuerce de hambre y un chucho izquierdero muy bien graneado a expensas de Gobernación. El lupus:

– Sé que al igual que los intelectuales orgánicos, tú también tienes tu beca del FONCA.

– Jugosa la tengo, ¿tú gustas? ¿Por qué no haces lo que yo para mantener la barriga llena?, dijo a su pariente lejano (todos los parientes pobres son parientes lejanos). “Total, sólo tienes que ponerte a la orden del amo para cuidarle la finca y ladrar a tiempo”.

Al amo y su hijita consentida: “Con sólo que le sonrías y le muevas la cola, porque de “prole” no te ha de bajar. Pero tu premio:  truzcos de pavo, pichones, huacales de pollo y buenos cachos de filete mignón. ¿Conoces el mignón?”

– En fotos.

Así, trota que te trota, se acercaban a la casa grande en los pinos. A la perspectiva de las pechugas ajenas el lobo famélico fruncía las propias y discretamente babeaba. “Ya me veo llenando la tripa”. Y mis valedores, fue entonces:

Entonces fue. Caminando, caminando, el mamífero advirtió aquellas marcas en el pescuezo del chucho talamantero.

– ¿Y eso? Os váis quedando calvo de vuestro cogote.

– Nada serio. Total,  no fijándose…

El chucho olisqueó el muro de la casa en los pinos, alzó la de atrás y

trazó fulgurante rúbrica. “¿Ves? Aquí los becados y los chuchos del amo tenemos libertad de expresión”. El lobo insistió:

– ¿Nada serio, decís? Pero si la traéis toda pelada, la pelambre del pescuezo.

– Me la peló la argolla.

“Chance y le reviro el albur”. Ahí el chucho:

– La argolla del big chif me la peló, la cuera.  En la noche me atan,

– ¿Que qué? ¿Os atan? ¿Pero os dejáis atar?

– Es requisito de la casa grande para merecer beca del FONCA y visita a Gobernación. Dejarse apergollar del pescuezo. Lo aceptan los vivos, lo aceptaron los muertos y pasaron por gente de izquierda.

– ¡No!¿Y a qué más se te obliga?

– Naderías. A ladrar hoy contra el antecesor lo que ayer le lamías. A lamer hoy lo que ayer censurabas. Hoy aplaudir lo que ayer criticabas. Si ayer condenaste el intento de asesinato del 27 constitucional, hoy aplaudir que lo acaben de apuñalar por la espalda. Fácil.

– ¡Tíznale, pero qué forma de chaquetear!

– Para un chucho como yo y mis compinches de nueva izquierda chaquetas y reculones son pan comido,  y con eso comes tu pan todos los días.

– Ni un solo día. Yo no podría chaquetear.

– Porque te estorban. Pero no te preocupes, que allá adentro te cortan el parecito de obstáculos. Mírame a mí, livianito y ágil, ya sin alilayas que me estorben para bailar al son que me toque el chif. Recular, culimpinármele, y una vez capón, los capones bien guisados no te han de faltar. ¿Qué, te los dejas cortar?

El lobo bufó: “¿Cortar?  ¡Cortar madres! ¡Muérame de hambre, pero con mi dignidad entera y bien afincada la varonía en su nidal! Yo, lobo, parar en chucho talamantero…”

Lafontaine remató su fábula: “Y pegando aquel brinco descomunal el lobo feroz soltó la carrera y desapareció en la distancia. ¿Entendiste?”

Decrépitos juicios del fabulista, pero lo inaudito: ¿sin compañones un lobo feroz? Eso se queda para los intelectuales del FONCA (vivos y muertos) y para los chuchos izquierderos, no para todo un lobo feroz.

(Vale, y firmo para constancia.)

El reculón

(¡Levantáos, becarios del FONCA  vivos y muertos, venid a juicio!)

– Espero en Dios que esto que te cuento te pueda servir.

Y el  fabulista Lafontaine comenzó su relato: “Erase que se era un lobo feroz”.

Válgame (suspiré), éste me va a recitar el de Los tres cochinitos.

– Era feroz cuando los tiempos de bonanza, porque hoy andaba en el puro carcaje, la cuera embarrada a los costilleres y con un hambre  ya canosa de tan vieja, pobre lobo feroz.

El bueno de Lafontaine, tan pasado de moda. Reprimí un discreto bostezo, como tal vez alguno de ustedes lo intenta disimular.

– ¿Y sabes por qué andaba el buen lobo trasijado a punta de necesidad? Por la espléndida jauría de perros bravos que custodiaban la finca. Unos perrazos de esta alzada, mira, con unas fauces de alto poder que ni los Caballeros Templarios o los torturadores de Alfredo Castillo. ¿Te imaginas?

Seguí chiquiteándome aquel negro bien caliente. Discretos sorbitos.

– Atormentado por un hambre inclemente, el lobo se atrevió a acercar

sus pasos a la casa grande, cuyas bardas y perros bravos guardaban parvadas y tandadas de pavos, gallinas, cerdos cuinos y talachones y alguno que otro capón.

Y ocurrió, según Lafontaine, que el famélico animal fue de repente a toparse con aquel chucho que deambulaba por el bosquecillo de pinos. Rápido de reflejos, el lobo se relamió: “mas que sea de perro, pero yo he de llenar la tripa, el duodeno y vías periféricas”. Pues sí, pero qué va: el chucho aquel era fuerte y bien graneado. Calculando fuerzas y a querer o no el mamífero carnicero dio el reculón y se vio precisado a echar mano del de Carreño, me refiero al manual. Ahí brillaron la diplomacia y los vocablos azucarados (a qué extremos de ridículo no nos llevará la necesidad):

– Buenas las tengáis, don chucho. Oh, Dios, qué magnífico aspecto el vuestro, mi señor.

– Eso se lo dirás a todos –  el chucho se esponjó de vanidad.

Pero qué extraño: a diferencia de los de casco, forifai, patrulla y botas hasta las vamos a decir rodillas, el chucho este era de no malos instintos y se dolió de su primo lejano (todos los parientes pobres son parientes lejanos).

– En tus manos (en tus garras, más bien), está el verte tan proteinado como aquí tu parientón. Deja montes y cañadas donde tú y los tuyos braman de hambre, famélicos y pordioseros.

“Pordiosera tu tiz…” Ardido hasta la rinconera donde nunca pega el sol, el lupus dio el arriscón de fauces, pero ante la disparidad de fuerzas físicas, ni modo: al de Carreño otra vez. Un nuevo reculón, que hasta parecía no lobo feroz, sino un chucho, un vil chucho de nueva izquierda cuando así conviene a su pragmatismo como colaboracionista operador de la obra negra y el trabajo sucio del de la finca de los pinos. Reculó, y aun intentó una sonrisilla.

– Vente conmigo a la casa de los pinos aquellos, ¿la ves? Ahí gozarás de retazo con hueso todos los días. ¿Te apetecen los capones?

“Y hasta sin capar. Con esta hambre de chucho”, piensa el lobo feroz, y de nuevo a la diplomacia: “Que me place”, y la sonrisa de blancos colmillos y premolares.

Y allá van los dos primos, moviéndolas al andar.

–  Pero decidme qué tareas deberé ejecutar para desquitar la frita.

– Minucias. Ladrar contra visitantes inoportunos, espantar pedigueños, cuidar la finca. Por cuanto al amo…

(Más del lobo y el chucho, mañana.)

Amor amantísimo

¿Y ustedes, mis valedores? ¿Aún habrá alguno que caiga en la trampa de esos comerciantes corruptores de un sentimiento sublime como es el amor? ¿Un regalo adecuado al tamaño de ese amor, o del vil consumismo, de la aviesa manipulación? Yo, que detesto tan sucias campañas para enganchar pobres de espíritu,  prevengo a algunos: dejen de obedecer al mercachifle. A la Unica digan su amor leyéndole quedo los fulgores de un arte que ha sido capaz de trovar ternezas, pasión y el erotismo del sentimiento amoroso. Para ello aquí envío a ustedes estos relumbres de aurora boreal. Díganlos a su Unica quedo, de boca a oído, de boca a boca, a sangre, a entraña, a espíritu. Aquí los siempre, siempre y los nunca, nunca, del amor que se enciende, fulgura y, si no se le aviva cada día, termina por erosionarnos el corazón con su llovizna de cenizas. De la abundancia del corazón habla el poema oriental:

Maldije la lluvia que caía sobre mi techo y me impedía dormir. Maldije el viento que sacudía mi jardín. Pero llegaste tú, y di gracias a la lluvia porque has tenido que quitarte tus ropas mojadas, y di gracias al viento, que apagó mi lámpara…

Habíamos agotado las palabras de amor. Callamos entonces, y al igual del silencio que se establece entre dos ejércitos que han de librar batalla, hubo un silencio profundo entre nosotros. Y libré la batalla de amor. El ruido de los sables estaba en nuestros besos. Los suspiros de los heridos en nuestros estertores. La algarabía de los carros de guerra estaba en las arterias.

Y te conservé contra mí como un estandarte destrozado…

Recuerdo esa mañana de Damasco y el silencio del jardín donde tú te adormías. La sombra de tu cuello era azul. Tus senos subían y bajaban con ritmo de fuente. Tus brazos, en abandono, eran dos arroyos de plata en la hierba; las mariposas se posaban sobre tus uñas, tomandolas por rosas. ¿Contemplaría mi padre, en ese instante, vírgenes más bellas en los jardines del Paraíso? Me extendí a tu lado, como un mendigo a la vera de una mezquita…

Aquella noche nevaba sobre el jardín. Yo tenía frío y tú no lo advertiste. Contemplabas los grandes árboles bajo los que antaño te esperé tantas veces. Aquella nieve caía sobre nuestro pasado. ¿La promesa que me hiciste bajo la acacia en flor? ¿Dónde está el rocío que empapaba las flores de la acacia..?

Dejaste caer en el polvo el tulipán rojo que yo te había dado. Lo recogí. Ya era blanco. En aquel instante había nevado sobre nuestro amor…

Yo había suspendido en la puerta de la amada una guirnalda de flores de manzano, haciendo exhalar a mi laúd un canto de amor. Al otro día la encontré. Unos claveles del jardín de mi vecino adornaban su traje. Me encerré en mi morada, rompí mi laúd, lloré…

Una canción a lo lejos. Es un mendigo. Puesto que canta ese viejo que nunca ha poseído nada, ¿por qué lloras tú, que posees tan hermosos recuerdos?

Sus manos. La mañana de nuestro primer encuentro fue la mano derecha de mi bienamada la que me envió en gracioso saludo su corazón y sus labios. La tarde de nuestro primer encuentro fue la mano izquierda de la bienamada la que abrió su túnica para que mis besos se posaran sobre sus senos. Así, y por todo lo que les debo todavía, cantaré a las manos de mi bienamada.

 Dolor, ¿por qué despiertas? Mi bienamada partió, y cómo recordar algo más que sus dos manos sobre sus ojos en lágrimas…

Issa, mi amor amantísimo. (Tú…)

Muerte y amor

La voz de la tierra, mis valedores, voz que vibra en sus tonadas y  consejas y en  leyendas tales como Manchay Puitu, el cantarillo del miedo, título de una antigua leyenda nacida en Los Andes entre los pueblos quechuas peruanos y la Bolivia colonial. Hoy me nace traer ante ustedes esa remota historia de muerte y amor que nació en tiempos distantes en las grandes montañas de crestas nevadas. Manchay Puitu…

La conseja encierra ingredientes de amor, una quena doliente  y la muerte. No más. Humanísimo, el humano dolorimiento resuena hoy todavía en los sones de la quena aquella por un amor rmalaventurado como suele ser el de tantos.  Issa, tú, mi amantísima…

Manchay Puitu. Así pues, de protagonistas la sota moza, su amador, una quena y la muerte. Cuenta la leyenda colonial que para hurtarle el cuerpo a la esclavitud el indígena no tenía más que uno de dos senderos: el arte religioso o el sayal de fraile. El aborigen aquel, descendiente del Padre Sol hasta que Pizarro llegó a eclipsarlo en el juego de cruz y espada, se hizo fraile como artificio contra la servidumbre, y repartía su diario vivir entre el oficio divino y el muy humano de amarse con cierta soberbia moza de Potosí, donde ubicábase la parroquia. Pues sí, pero…

Pero aquel sentimiento expresivo y fogoso se tornó piedra de escándalo. La superioridad eclesiástica decidió intervenir y miró de separar al par de amantes enviando al fraile hasta la remota ciudad de Los Virreyes (Lima.) Ruda separación, días interminables, descorazonamiento de la sota moza, que se agostó hasta el límite de la vida y tantito más allá, hasta el camposanto potosino, donde quedaron sus restos. Pero el amor, vencedor de la muerte…

Los tiempos de la penitencia se cumplieron para el fraile que, desalado, se vino al olor de su pasión amorosa sólo para toparse con la horrorosa realidad: su amantísima, había fallecido en la espera. Lacerado de su razón el amador sin fortuna  se encerró en su parroquia, malviviendo de responsos y rogativas entre visitas al camposanto. Y fue así, mis valedores…

Aquella noche de extravío el fraile cava la tumba, y de los restos mortales hurta una tibia, y en el despojo muerto iba a nacer viva la quena y con sus sones dar voz e identidad a los pueblos quechuas, y ocurrió que al soplar su instrumento aquel artista amador, poeta y hombre de amoroso ardor, dio en introducir su quena en un cantarillo forjado con una  clase de arcilla especial, de modo  tal que produjo unos sones con resonancias lúgubres, tormentosas. Y cuán melancólicos yaravíes no saldrían del humano instrumento, que al oírlos el vecindario  se iba a santiguar, conmovido, para acabar bautizándolo como Manchay Puitu, cantarillo del miedo. Animo contristado, en la noche solían escuchar:

¿Qué tierra cruel ha sepultado – a aquella que era mi única ventura? – Lozana la dejé como una flor – ¿Algún viento maligno se la ha llevado? – Voy siguiendo su rastro – voy buscando su sombra – ¿Es ella quien me da su sombra en el camino – o es sólo el velo de mis lágrimas? Yo soy la noche misma. Busco la soledad -Yo soy la propia carne de lo dolorido – y quiero huir de mi pensamiento, pero no – Le arrancaré siquiera un hueso – y lo tendré en mi seno tal si fuese ella misma – Se convertirá en quena entre mis manos – Y llorará mis propias lágrimas – desde la eternidad – y desde el origen  de la luz – ¿Es tal vez ella quien me está llamando? – No Es tan sólo el lamento de mi quena…

Issa, tú, la amantísima. (Amor.)

Mamita, ¿no te enojas?

Francisco el pontífice. Su prédica reformista hiere de lleno la reaccionaria de Norberto Rivera y congéneres, mafia clerical que insiste en aquello de que el padre tiene derecho de dar al niño la educación que crea conveniente. El  pensamiento mágico y milagrero en las escuelas.

Trampa verbal, porque  así como el padre no tiene derecho a medio matar a golpes al niño ni darle a comer hongos venenosos,  tampoco le es permitido,  según la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (1948),  violar el derecho del niño a la educación científica y manipular al rebaño católico con libelos tan aviesos como este:

“Mamita, ¿no te enojas? Yo quisiera decirte: – no quiero ir a la escuela; no quiero ya estudiar. – ¿Por qué?…No sé qué pasa Las cosas que me enseñan, – el profe que tenemos, los libros que nos dan… – Y es que., (tú ya lo sabes)… no sé cómo decirlo – las cosas de la escuela yo creo que están muy mal.

Nos dicen, por ejemplo, que las revoluciones – en las que mueren tantos y roban a cuál más, – son siempre provechosas, que dan más libertades, – que buscan la justicia, que la “fraternidad”. – Y de los guerrilleros, nos dicen que son buenos, – que son “libertadores”, que ven por los demás… – Por eso, mamacita, quisiera preguntarte: – ¿Es bueno ser ratero? ¿Es bueno secuestrar?

El libro nos enseña la foto de un chinito, – que dizque fue un gran héroe, allá por el Viet Nam, – que “liberó” a su pueblo. Mamita, te pregunto: – ¿Son buenos los traidores? ¿Es bueno asesinar..? -Que China es un ejemplo; que Castro es bondadoso; – que Cuba, un paraíso, que en Rusia hay libertad – ¡Que todos son iguales..! Mamita, te pregunto: – ¿son buenas las mentiras? ¿Se puede así engañar? ¡No quiero ir a la escuela! ¡No quiero ya estudiar!

Las cosas de la vida, las cosas del Amor, – que crecen con nosotros en nuestra pubertad, – las cosas que son buenas, las cosas que son santas, – que tú misma dijiste debemos de cuidar, – que son como una flor que se abre cual capullo. – Y que después de un tiempo un fruto nos dará. – Y que por eso mismo, para que no marchite, – con un pudor sagrado debemos de cuidar.

De esas cosas, mamita, nos dicen en la escuela, -conceptos tan extraños que hasta vergüenza dan.- Tú misma me dijiste que nuestro cuerpecito – es un caballo brioso que quiere relinchar, – pero como un jinete, yo puedo dominarlo – si pongo’ gran empeño, si pongo voluntad. – También tú me enseñaste que debo de guardarme, – que mi alma es un tesoro, que debo entregar – el día que yo me case, y mientras, con modestia – con alma alegre y pura, guardar la castidad. – Que el cuerpo es bueno, es santo; que no debo mancharle,- que si me estimo en algo, lo debo respetar.- Y sin embargo, mami, el texto nos enseña -¡que las masturbaciones son algo natural! Mamita, ¿no te enojas? Quisiera yo decirte: – no quiero ir a la escuela, no quiero ya estudiar.  

Nos dice nuestro libro que todo cuanto existe, – que todo fue formado por vil casualidad, – que no hay un Ser Supremo, que el mundo se hizo solo, – que no hay Orden Perfecto, que no hay Eterno Plan. -¿Es cierto, mamacita, que de hoy en adelante, – los niños en el mundo tan huérfanos están? – ¿Es cierto que los niños, al terminar el día – se tienen que ir solitos y sin poder rezar? – ¿Es cierto que no existe mi Ángel de la Guarda, – que cuida con ternura mi sueño angelical? – Mamita ¿no te enojas? Quisiera yo decirte: – ¡No quiero ir a la escuela! ¡No quiero ya estudiar!”

¿Y a la hoguera el libro de texto gratuito? (Ah, sotanas. Ah, México.)

Cortoplacismo

El dueño del presente es dueño del pasado. El dueño del pasado es dueño del porvenir.

Los desheredados de Jano, venerada deidad. Protector de los romanos de la antigüedad, su templo tenía dos puertas, una mirando al oriente, símbolo de la mañana, y la otra al poniente en referencia al final del día.

Dos rostros poseía Jano, que miraban en direcciones opuestas: uno al pasado y el otro al porvenir. Al comienzo de un conflicto bélico se invocaba su protección y mientras éste duraba las puertas del templo permanecían abiertas de par en par, que se cerraban sólo en los escasos tiempos de paz. Mis valedores: obvio es el símbolo. Para entender nuestro mundo en lo que atañe a asuntos políticos  tenemos que utilizar dos rostros, uno que mire al  pasado y el otro que observe el porvenir. Así lograremos desentrañar nuestro aquí y ahora después de entender la historia.

Pero ocurre que unas masas estudiosas y bien informadas resultan muy peligrosas para los sistemas de poder, por lo que todos los medios de acondicionamiento social, parte integrante del Poder, nos saturan con una política que no trasciende el corto plazo, la inmediatez. A todos nosotros (no a mí)  como radioescuchas (yo no), como televidentes (yo menos)  y lectores de la plana editorial en los diarios, nos inoculan (no a mí) el virus del cortoplacismo, necesario, sí, cuando  se complementa con un contesto histórico del que carecemos (no yo).

Nefasta para nosotros, tal situación incluye carnadas apetitosas que a precio de oro pagamos sin conocerlas,  como el señuelo de la democracia. ¿Esa qué significa para nosotros, según la propaganda nos hace creer? Tan sólo ir a votar un día cada tres años para dibujar una equis en un cartoncito; y así los vocablos violencia (¿cuál, porque existen violencia causa y  violencia efecto), terrorismo (¿el terrorismo de Estado o el terrorismo contestatario?), economía (¿la macro, floreciente en el país para beneficio del Poder, o la micro, la economía familiar?) A propósito:

¿Se imaginan ustedes la escena de una película de la que les proyectan únicamente el rollo 6? Ven ahí a un individuo garrote en mano intentando golpear a ese que huye a todo correr. Villano y víctima, es obvio. Pero no, que si les hubiesen proyectado la cinta completa sabrían que ese que huye despojó de su cartera al del garrote; que la víctima acudió inútilmente al policía y al ministerio público y entonces, por recuperar su prenda, se echa detrás del ladrón. Ahora sí se aprecia la verdad del garrote y de quien huye de él. Pero ahí el cortoplacismo. ¿Con  base en el rollo 6 que el Sistema nos proyecta en los medios entenderemos el mundo político más allá de la sórdida politiquería del PRIPAN y sus “chuchos” colaboracionistas que se autonombran nueva izquierda, tan auténtica como el 31 de este mes?

Yo, periodista, no aludo al Sistema. Nada bueno para nosotros espero del tal. En el oficio eché mi resto a las masas, pero por culpa de esas masas pasivas, manipuladas y enajenadas, los del Poder ya nos perdieron el respeto, ya nos tomaron la medida, nos vencen por nuestra pura ignorancia y por nuestra pura ignorancia nos convierten en colaboracionistas de ese enemigo histórico del cambio de sistema que precisamos y que nadie más que las masas tienen que realizar.

¿Sueño guajiro? ¿Y a quién se befa con esa expresión? Mis valedores: una guerra incruenta, o casi, nos declara el Poder. Desaprensivos, nosotros mantenemos remachadas las puertas del templo de Jano. ¿Algo bueno para nosotros podemos esperar? (Lóbrego.)

Del esperpento

Las cumbres caribeñas y el vecino imperial. Recuerdo el relato que a  bofetones de ironía, sorna  y desprecio, ridiculiza aquellas cumbres que de año con año y con el patrocinio imperial aderezaban dictadorcillos de los pueblos débiles, o no hubiesen permitido que los sojuzgaran los Trujillo y Duvalier. La síntesis del relato, con su sintaxis:

“Un ron jamaiquino en la cabeza. Un arrullo turístico de calypso. Mesa llena en esta última sesión del Vigésimo Congreso para la Unidad Caribeña. Presentes todos los delegados de las Antillas Mayores. ¡Menos Cuba! Los de las menores habían formado, en un conmovedor acceso de humildad, mesa aparte. Mar, hotel, puesta de sol…

Estados Unidos presidía, sentado entre Puerto Rico y Jamaica. República Dominicana y Haití, en los extremos opuestos de la mesa. Rivalidad. Se repetían los brindis a la memoria de Duvalier y Somoza. Se denostaba a Cuba, temido tiburón. Los EU. subsidiarían generosamente a los países ahí reunidos con el noble fin de verlos encaminados por la senda de la democracia, y esto a cambio sólo de algunos kilómetros de cada uno de ellos para la instalación de discretas bases nucleares.

La intervención de la orquesta sacó a todo mundo de sus asientos con un potpourrí de salsa, merengue y reggae. La vuelta a la mesa favoreció un feliz salto al campo cultural. Para la diversión del delegado gringo los antillanos se dedicaron a debatir ampliamente los méritos de cada isla en el terreno de las letras caribeñas: Espejito, espejito, ¿quién es el más colosal? El gringo sonreía, la luna llena alumbrando el Vigésimo Congreso para la Unidad Caribeña.

Diez horas de brindis, arduas discusiones. Por unidad se decretó el  esperado receso. Y se pasó a la cena a base de un menú diplomáticamente confederado: lechón, mofongo, mangú,  camarones y langosta, habichuelas coloradas, aguacate encebollado y arroz con frijoles negros. Tamaña cena decidió el aplazamiento definitivo del congreso hasta el año siguiente. Los antillanos mayores se retiraron a sus habitaciones en el Kingston Heights; los menores fueron trasladados en minibús hasta sus hoteles en la parte baja de la ciudad. El delegado de Martinica, atleta empedernido, se quedó frente al mercado, cosa de ejercitar las piernas y nalgas adormecidas por los titánicos silletazos del congreso. Deambuló por las calles oscuras disfrutando de la brisa fresca de aquel noviembre jamaiquino. El Caribe era en verdad una sola patria. Negros, chinos, mulatos, indios se amalgamaban bajo el ala protectora del águila estrellada, en un solo ser para juntar los pedazos, separados a golpes de historia, del viejo y siempre nuevo continente isleño.

Nobles pensamientos del martiniqués; su sombra sobre la pared se vio de repente acompañada. Martinica se dio vuelta esperando toparse con los ojos endurecidos de un gendarme francés. El rastafariano de medúsicas trenzas y haraposa apariencia lo empujó contra un muro garabateado de consignas. La cuchilla mohosa acarició el cuello del delegado: ¡Give the Money!

Ante el cosquillero de la navaja en su cuello el martiniqués contuvo el aliento. Luego, quebrada la voz y la mirada empañada por el miedo:

We are brothers, Caribes, Caribe, West Indies, undestand?

Una presión mayor en la yugular le cortó la inspiración. El asaltante le estrujó la camisa de motivos africanos, puso sus pies desnudos sobre los esbeltos dedos que sobresalían de las sandalias Made in Jamaica del asaltado. Con renovada urgencia: Shit, man, gime the money!”

¿Cumbres con EU? (Bah.)

El tiburón y sus sardinitas

Estamos decepcionados porque la CELAC, con su declaración final, haya traicionado la dedicación de la región a los principios democráticos al aceptar el sistema unipartidista de Cuba. Encontramos esta circunstancia inexplicable para una organización que se supone que apoya la democracia y los derechos humanos tal y como constató en la declaración de Santiago redactada en la primera cumbre de la CELAC. (Washington.)

México, Cuba y el vecino imperial, mis valedores. Hace algunos días se clausuró la II Cumbre de la CELALC, Comunidad de Estados Latinos y Caribeños, celebrada en La Habana, Cuba, con la asistenta de prácticamente todos los jefes de gobierno latinoamericanos. Obvio, ni Canadá ni los Estados Unidos fueron invitados. El éxito enorme que dicha Cumbre significó para Cuba ha llevado a Washington a  protestar por medio de su Departamento de Estado:

“Los asistentes a la Cumbre, al no expresar cuestionamiento ninguno hacia el régimen autoritario que mantienen los Castro, abrazaron de hecho el castrismo”.

Que el Gobierno de Raúl Castro no recibió además críticas directas de ninguno de los asistentes a la Cumbre por el asunto de los derechos humanos tal y como sucedió por ejemplo en 1999, cuando los reproches del presidente mexicano Ernesto Zedillo por la situación de las libertades Cuba terminó por congelar la relación especial de su país con la Isla. Tiempo después se encrespaba Manuel Bartlett, por aquel entonces priísta:

– Zedillo es un cobarde, un inmoral, un cínico y  desvergonzado. Ese no pasa de ser sirviente de Fox y del Monetario Internacional. Me da vergüenza que se diga priísta orgulloso, porque nunca lo fue. Ese no vale más allá de lo que podría decir cualquier empleado de una empresa transnacional como él, porque es el don Roque de los intereses extranjeros. Lo menos que podría hacer es guardar silencio, callarse la boca. Nos llena de vergüenza y desprecio todo lo que hace y dice Zedillo.

Y ya que se mentó a Fox: hoy que el presidente Peña, por recomponer los vínculos que Zedillo y el propio Fox estropearon durante su tiempo en Los Pinos, condona el 70 por ciento de la deuda de 500 millones de dólares que Cuba mantenía con nuestro país, el gesto de reconciliación encrespa al de San Cristóbal:

– ¡No veo por qué hay que estarle perdonando la deuda. Que se pongan a trabajar y no sigan siendo chupacabras, que lo único que están buscando es quién les de dinero de gratis!

Semejante personaje fue el Presidente de este país. Con su modo de expresarse escucho a mi  padre Juan: “No, mi hijo, no me almiro de Fox. Me almiro de ustedes, los gobernados, que así muestran la materia con que están forjados”.

Conclusión: al clausurar la Cumbre de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) que concluyó el antepasado miércoles, los jefes de Estado y de Gobierno difundieron una declaración final en la que se proponen dar batalla a las grandes lacras del continente, la pobreza, el hambre y la desigualdad; condenan el bloqueo de EU a Cuba y respaldan el proceso de paz en Colombia. El documento incluye una mención al fallecido presidente de Venezuela Hugo Chávez, impulsor de la CELAC en 2011, al que hoy calificaban de “humanista incansable”. Y que al coincidir con la clausura de la Cumbre “se conoció otro éxito diplomático para Cuba. Los países de la Unión Europea alcanzaron un consenso para abrir la negociación de un acuerdo bilateral con La Habana que construya un nuevo marco de relación entre ambos”.

(Cumbres caribeñas, el lunes.)

Oficio de tinieblas

El poder de los símbolos, mis valedores. Me referí ayer al Santo, el Enmascarado de Plata, que murió un cinco de febrero de hace 30 años, como un cinco de febrero nacieron dos documentos de los que nadie hace caso. ¿A ustedes dice algo la fecha de 1857? ¿Y la de 1917? ¿El documento que calza la segunda fecha en algo beneficia a alguno de ustedes?  En fin, que aquí finaliza la  endecha anual que entono a la muerte del Santo, el Enmascarado de Plata. símbolo popular.

Porque a tu advocación se arriman ésos a los que dejaste solos y mortecinos, huérfanos de algo porque se quedaron sin Santo y seña. Desde aquel cuadrilátero al que hayas ido a parar mira y ruega por nos; por la desfalleciente esperanza de esa fanaticada que acá se queda luchando un día sí y el otro también en este encuentro desigual que a cotidianas caídas que estamos sentenciados a perder con los rudos del costalazo por las malas artes de árbitros vendidos, cuando no comprados. Mira por ellos que, siempre perdidos, de tus triunfos sacaban los suyos (héroes por delegación; ah, terca inmadurez la suya), y el desquite contra los rudos, esos del negocio de la política y de la política del negocio que mantienen al luchador de salario mínimo con la espalda en la lona. Patético.

Santo señor de la menesterosa esperanza en esta arena que nombramos México: tu capa y máscara fueron (en olor de leyenda lo son todavía) la materialización lentejuelera del heroísmo, la honestidad y el valimiento para esos a los que la soberbia de una hija del que ocupa Los Pinos motejó cierta vez de  «proles», y el triunfo del bien sobre el mal; fueron y será el símbolo populachero de la Justicia, acá donde Justicia no existe para el respetable más que en el pregón de los demagogos. Nos la nombran, sí; nos la cantan, nos la predican, nos la mientan. Ya sería mucho que también nos la aplicasen. ¿En el México de los alcahuetes de la corrupción lucrativa e impune?

Santo que en gallardas contiendas desenmascaraste a tantos, ¿y a ésos cuando, Señor? Te rogamos, óyenos a los que en lugar de asumir delegamos ya en mesías, ya en demagogos, en ti mismo, Santo Señor...

Mis valedores: el Santo se nos murió hace tres décadas. Yo, para todos ustedes dejo aquí esta memoria anual de ese surrealismo de tenis y calzón corto que se cría en el subdesarrollo donde hay tantas esperanzas exhaustas qué enderezar. Dejo aquí mi endecha y mi réquiem para ese Santo que de lucha a lucha se nos fue tornando sustancia y ánima del ánima popular, su argamasa y su estilo, su seña de identidad. El Santo se nos murió, y ahora quién irá a sacar la cara (la máscara) por la esperanza de los damnificados de siempre, de los debilitados, los desdeñados, los ignorados entre los anónimos, los que carecen de rostro,  pero no de   máscara. Quién va a sostener, en los vuelos de una capa granguiñolesca que revolotea entre las cuerdas del cuadrilátero de arrabal, esa desfalleciente esperanza y ese orgullo maltrecho de un paisanaje que, reitero, se niega a asumir; que prefiere seguir delegando en enmascarados de la política y del cuadrilátero,  como esta vez en El Santo, el Enmascarado de plata Delegar, lóbrego destino de una fanaticada que por eso mismo, por delegar en el Sistema de poder, su enemigo histórico, tiene siempre su lucha perdida contra los villanos del cuadrilátero. Y qué hacer, cuando el aficionado se niega a pensar, al ejercicio de autocrítica, a la verdadera organización. Qué…

Santo, Santo, Santo, el Enmascarado de Plata de la santería popular. (A su memoria)

Santo de los menesterosos

El Santo, mis valedores, en el retablillo anual. Va aquí, para todos ustedes, el memorial con el que año con año me arrimo a la advocación de ese Santo de la santería popular que parió y crió la imaginería de la conciencia popular, y que  permanece vivo en la memoria colectiva por gracia y milagro de esas vetustas películas de villanos y malandrines, atroces vampiros y una cohorte rozagante de Teres Velázquez y Reginas Torné en ropitas menores que convoca El Santo y la de plasma exhuma esta tarde y mañana también. Porque vivo está enmascarado, redivivo en la conciencia colectiva a contracorriente del tiempo que todo lo borra. (Hoy pudiera también referirme a algunas otras efemérides significativas, pero me parece ocioso evocar los años de 1857 y 1917 si a lo entonces ocurrido en la fecha de hoy nadie les concede la menor importancia. En fin.)

El Santo, El Enmascarado de Plata. Ocurrió hace 30 años, pero en tratándose del Santo tutelar de esa arena llamada México 30 años no es nada. Santo Señor  de los menesterosos…

Fue un cinco de febrero de  1984, me acuerdo. Otro día el paisanaje amanecía huérfano porque de repente se le fue el Santo al cielo, el Santo de su devoción,  Qué tiempos aquellos. Nosotros, los de El Santo, ya no somos los mismos, que afirma el poeta. Mis valedores: yo, al recuerdo del símbolo popular, este cinco de febrero entono mi endecha anual, y celebro el oficio de tinieblas porque se nos fue El Santo al cielo.

Y lo que es el poder de los símbolos. Este ya inscrito en la mitología popular y conservado en el formol de la  imaginería de las masas  permanece vivo en la memoria colectiva por gracia y milagro de esas vetustas películas de naftalina  que una y otra vez la de plasma exhuma ante ustedes. Vivo está, redivivo a contracorriente del tiempo que, aliado fiel del Alzheimer, todo lo borra. El Santo,  el  Enmascarado de plata. A propósito:

Fue en día como el de mañana cuando el paisanaje amanecería huérfano porque de repente se le fue El Santo al cielo. El Santo de su devoción. A mí de repente se me llenan de remembranzas mente y pupilas en derredor de la vera efigie de uno de los que muy pocos, tal vez ni él mismo,  identificaban como un tal Rodolfo Guzman Huerta, pero que todos conocíamos, quizá hasta él mismo, como el Enmascarado de plata. Qué tiempos. Nosotros, los de El Santo, ya no somos los mismos, que no es lo mismo El Santo que mil Konan después. En este nuevo aniversario de la fecha infausta en que  se nos fue El Santo al cielo entono la endecha:

Santo, Santo, Santo, señor de los cuadriláteros. Santo Enmascarado de plata, te rogamos, óyenos. Sanchopancesco quijote de máscara y capa cirquera, ahí donde ahora tomas resuello tras de caer vencido en la rigurosa lucha a una sola caída y sin límite de tiempo, escucha a estos tus devotos, los que acá nos quedamos. Esto te lo digo porque eres Santo tutelar de la fanaticada de todas las arenas arrabaleras donde se creyó -se cree- en ti y en ti se confía como nunca en ninguno de esos luchadores rudos, villanos del golpe bajo, la trampa y el costalazo, que han dejado memoria ingrata en esa arena que se nombra México. Te lo digo también por lo que en mi gente eres de ánima y estilo, de amalgama e identidad, contraseña y memoria colectiva. Porque percibo que mueres al modo del Nanahuatzin del panteón náhuatl, requemado en la hornaza para revivir Quinto Sol, símbolo y Santo de la santería popular. Porque a tu advocación se arriman ésos que … (La endecha sigue mañana.)

 

Estratega del daño colateral

Yo le perdonaría, dije ayer,  que todos los pobres mexicanos pobres, que en México lo somos todos si exceptuamos a los ricos, vayan a tener que engañar el hambre con puros tacos de frijoles con chile, pero ya sin frijoles. Ya sin tortilla. ¿Me entiende usted?

Le perdonaría que en su momento y a lo esperpéntico se haya disfrazado con un chaquetín de mílite sobre una camisa de civil, y que se haya dejado encasquetar una gorra color verde olivo con cinco estrellas como cinco soles, atuendo que a usted le sentó como a la acémila un par de aretes. Se lo perdonaría. Esperpento, surrealismo, contradicciones, todo le perdonaría, como también que para su gobierno (de algún modo lo tengo que designar) haya adoptado o dejádose adoptar tantas medidas que fueron las propuestas del que usted descalificó como “un peligro para México” y un aliado del ya difunto Hugo Chávez, ese mismo al que usted acababa de caravanear en la tierra de Augusto César Sandino, como antes fue a contemporizar con un “gober precioso” al que tan rudamente descalificó cuando usted candidato a Los Pinos.

Yo esperaba que su persona, como si de pronto recibiera, al modo de los discípulos de Jesús,  el carisma de algún espíritu santo, se hubiese sobrepuesto a su talante de apenitas y, con la primera medida de estadista y hombre con los tamaños en su nidal, se hubiese atrevido a dar el “quinazo”. ¿Cómo, con quién? Con el antecesor en Los Pinos. Era de justicia elemental, esa justicia debidamente asentada en esa Carta Magna que usted, a pujidos porque lo atrinchilaban panistas, perredistas, sargentos y uno que otro coronel, juró que iba a defender, o que la patria se lo demandase. Es muy probable que la  miró en la primera plana:

“Guanajuato. Con la ampliación de la carretera de dos a cuatro carriles y la transformación del centro de la comunidad rural de San Cristóbal, el ex Presidente Fox, junto con Marta, pretende cumplir un anhelo: tener un pueblo mágico, con museo, restaurante, biblioteca, hotel de cinco estrellas, centro comercial y centro de estudios para la democracia”.

Señor, ¿pueblo mágico? ¿Y las sospechas fundadas de corrupción? Esos corruptos son una herida abierta en el ánimo colectivo mientras los miremos en completa libertad. ¿Pueblo mágico? ¿Ellos, los Fox-Bribiesca-Sahagún? ¿Ellos, los Korrodi amigos de Fox, los Aldana y Romero Deschamps, los Montiel protectores-protegidos de Peña a lo cínico y descarado  van a seguir pasándose la ley por los dos tompiates, tanto como ese Fox que anuncia inversiones por 500 millones de dólares en el PEMEX que Peña privatizó?  ¿Fueron ellos tan fuertes como  débil usted?

Lo anterior le perdonaría, pero no  esta amenaza: que usted, causante del daño colateral de su guerra insensata (“apenas” el 10 por ciento, que significó miles de cadáveres de niños, ancianos, mujeres, el que iba pasando, el que murió por error), pretenda usar no la mano del gato precisamente, sino del Cordero, para tornarse el fiel de la balanza en las elecciones del nuevo presidente del PAN y vomitar  ese Madero que trae usted atravesado en el gañote. ¿Semejante ventolera la planeó en su juicio, señor?

Porque al involucrarse una vez más, a lo descarado, en asuntos de grilla política dejaría usted su exilio encubierto para regresar al país. Estaría en su derecho, pero vuelva a pisar esta tierra y eso, créame, yo jamás iría a perdonárselo. Queda dicho y vale. (Daño colateral…)

Yo a usted le perdonaría

De corazón le perdonaría, señor. Le perdonaría no las siete veces que los judíos preguntaban, sino las setenta veces siete que les respondiera Jesús. Setenta veces siete le perdonaría todo el mal que nos causó a tantos, comenzando con el fraude descarado que sin merecerlo  fue a encaramarlo a Los Pinos. Yo le perdonaría que para llegar a los susodichos se valiera de toda clase de tretas, alguna de ellas más o menos legítima. Se lo perdonaría, señor…

Que se valiera de la elección de Estado, que empleara sumas exorbitantes para manipular aturdidos y arrancarles su voto; que aceptara la ayuda interesada y convenenciera del alto clero político y los grandes capitales nacionales y apartidas. Le perdonaría que hubiese manipulado padrón electoral e información privilegiada desde el Estado y con la ayuda de ese pariente suyo, el tal Hildebrando, libre todavía  hoy, y su delito en la más abyecta impunidad. Le perdonaría que siendo zurdo todo su sexenio haya sido el de una  nefasta política ultraderechista, pariente mostrenca  de Yunques, Norbertos Rivera, monjas y beatas del Verbo Encarnado, curas paidófilos,  legionarios de Cristo y cristeros tardíos. Todo esto de corazón le perdonaría, señor.

Le solaparía que sea su persona tan falta de personalidad  como sobrada de mediocridad. (Esa su voz, ese su aspecto, su estatura, que toda la ropa le queda grande, y su desgarbo al caminar, su cortedad al expresarse, su cortedad de miras, su frase maldecida del “haiga sido como haiga sido”. Todo eso, tan impropio ya no de un estadista, pero ni siquiera de un presidente del país. Vaya, ni siquiera de un buen gerente de la sucursal México de la matriz en Washington. Yo, mexicano de México,  le perdonaría incluso esa afición etílica que tanto le criticó su maestro Castillo Peraza, con el que tan ingrato se portó  usted. Lógico, que esa reacción es de pequeñajos, como de pequeñajo y mediocre fue el rodearse en su gabinete legal y ampliado de puros mediocres para que no lo opacaran. Para que nadie le hiciera sombra, señor.

Le perdonaría que tras de un proceso electoral turbio, dudoso y mostrenco, y una vez trepado en Los Pinos, su primera medida de gobierno haya sido correr a Washington y, buen continuador del modelo neoliberal, en una jerigonza que intentaba ser idioma inglés se haya puesto a las órdenes de su jefe nato, el genocida de la Casa Blanca, para aprontarle las dos, me refiero a las entidades mexicanas que más apetece el imperialista: PEMEX y la energía eléctrica. No logró dárselas porque se le atravesó Manlio Fabio con el resto del Congreso de la Unión. Tal modelo de entreguismo iba a perpetrarlo el priísta sucesor. Ah, México.

Yo le perdonaría que su gobierno nos  haya resultado tan lesivo para las universidades públicas de mi país, vale decir: para la educación, la investigación, la ciencia, la cultura en general. Le perdonaría que su gobierno se estrenara con un aumento promedio a los salarios mínimos de apenas un 3.9 por ciento, mientras que simultáneamente se encarecieron los productos de la canasta básica, incluyendo ese alimento esencial del mexicano que es la tortilla, que con todo y el sucesor (no lo dijo, pero también por el método del “haiga sido como haiga sido” se logró encaramar en Los Pinos. Ah…zcárraga y socios); con todo y el sucesor, digo de nuevo, mantiene a estas horas crispado el ánimo del fregadaje del país. Tortilla y canasta básica.

Yo le perdonaría que esta mañana el pobre del pobre vaya a tener que alimentarse con… (Sigo mañana.)

¿Un Tartufo más?

Años de mi vida pasé en el seminario, dije a ustedes el viernes pasado. Para recorrer el camino del sacerdocio tenía que resignarme a abjurar de los tres enemigos tradicionales del alma: demonio, mundo y carne.

¿Renunciar al mundo? ¿Pues qué,  nos habíamos emparentado? ¿Al demonio? ¿Cuándo habíamos tenido algo que ver yo y el tal? ¿Renunciar a la carne, y no para hacerme vegetariano sino casto per secula seculorom? ¿Renunciar a la niña que cargaba en mis sueños dormidos y en mis sueños despiertos, la que en mi mente seguía ofreciendo flores en un mes de mayo?

Y acá estoy. Dios y yo nos perdonamos mutuamente. Sólo ando en el mundo con el demonio adentro y la carne en sancocho. Ruda decisión la de traicionar el “llamado de Dios” y exponerme al castigo divino, pero suertudo que soy: en el seminario estudié dos disciplinas vitales: moral y gramática. En ésta aprendí a distinguir entre lo perfecto y lo que tan sólo es pluscuamperfecto, y en moral lo que a juicio de la conciencia es bueno o es malo,  sin más. Sin medias tintas, sin matices, sin justificaciones, y ya. Si bribón, no lo soy por ignorancia, y  a salvo mi libre albedrío. Con el diario vivir, el decidir a diario. Decidir mi vida en pareja, decidir que conmigo nunca iban a poder el licor, el tabaco, las grasas, los sebos, las aguas negras, la cooptación del Poder. Pues sí, pero ahora, de pronto…

Pienso y me cimbran los espeluznos: pasé por el seminario, vestí la sotana y como cura iba a intentar domeñar los naturales instintos de Madre Natura. Ya antes del seminario conocí el claustro donde me preparaban para monje capuchino, la flor y el espejo de los franciscanos más cercanos al Seráfico de Asis. Yo ahí, fanático de mis principios y convicciones, me cilicié y sometí a privaciones y disciplinas en verdad espartanas, hasta que mi sistema nervioso tronó y fui rescatado por un obispo que me internó en el seminario: juegos, estudio, canto, recreo; vida, pues. Pero bondadoso, comprensivo que fue Dios conmigo (o el hado, la moira, el azar), porque entre más lo pienso…

El horror: de haber llegado a los votos, ¿qué sería yo a estas horas, infeliz de mí? ¿Un cura que predicase el desprendimiento de los bienes terrenales mientras viviera la vida opulenta de Onésimo Cepeda? ¿Uno que proclamase al César lo suyo y a Dios etc., mientras anduviera de entrometido hasta la tonsura en la politiquería, como el pri-panista Norberto Rivera? O de plano y al derecho: amador irredento de la mujer y  oficiante de esa expresión máxima de la humana libertad que es la cultura del erotismo, ¿habría yo logrado domar a Madre Natura o me habría derrumbado a impulsos de una sexualidad sesgada, torcida, morbosa, en fin? ¿Habría yo tornado adúltera a “mi más efusiva penitente”, que dijo poeta? Semejantes transgresiones a la castidad, ¿me producían espeluznos en la conciencia, y viviría condenado en vida? Dios.

En el proceso de la salvación del ánima el buen cristiano suele iniciar, como Agustín el de Hipona, una vida de disipación y pecado, pero a tiempo de enderezar el rumbo. María Egipciaca comenzó trepando a todos los lechos de todos los libertinos y acabó trepándose a los altares. Pero yo, lástima, comencé por la sotana y la oración del Oficio Divino y puedo sufrir el riguroso destino que marca el dicharajo: “El que de santo resbala hasta el infierno no pára.”

¿Paidófilo yo? ¿Otro Marcial Maciel al que apapachara Juan Pablo II, que de beato tiene lo que yo de cura?  ¿Ese sería mi destino si me hubiese ordenado sacerdote? (Dios)

Carísimos

El destino del hombre, mis valedores. ¿Qué es el destino? ¿Una predestinación, que decían ciertos filósofos de la Antiguedad griega, con la Moira, Atropos, Cloto, y Laquesis vigilando la ruta del hombre desde que salía del vientre materno hasta que ingresaba al vientre de Gea, la madre tierra, madre universal? No, que el hombre modela su propio destino, por más que  basado en elementos previamente existentes, porque “yo soy yo y mi circunstancia”, que dijo aquél. Yo soy yo, mi circunstancia y mis decisiones, que en el uso de mi libertad con cargo a mi responsabilidad tuve y tengo que tomar desde que adquirí el discernimiento hasta el día de hoy. Acertadas unas y equivocadas las más, tales decisiones han hecho de mí el amasijo de elementos contradictorios que soy. Por vía de ejemplo va aquí la determinación que tuve que tomar en mis años muchachos y que iba a marcarme rumbos, estilos y formas de ser para toda la vida.

Payo pobre entre los pobres de aquel villorrio pobre, con mis ocho años sobre los lomos y en la diestra los cuadernos de primaria  deambulaba por mi barrio cuando en eso veo que se me acercan dos damas con aspecto de fuereñas y vestimenta monjil. Se frenaron, me miraron, me observaron, me abordaron, y ahí fue de las muchas preguntas sobre mis gustos, aficiones y devociones, para terminar con aquella noticia que me estalló con estrépito de bomba unipersonal:

Dios te requiere para su servicio.

¿Qué, quién, Dios? ¿Y yo a Dios para qué puedo servirle? Yo, enamoriscado de una que era la niña de mis ojos, ¿de cura? Ah, pero no de un curita de pueblo, cura miserito, sino de monje, ni más ni menos. Un monje capuchino, flor y espejo de la orden de Francisco de Asís. Yo, hacerle al monje…

Y que meditara si aceptaba el convite o me atrevía a rechazar a Dios. “Nosotras vamos al templo; al regreso nos comunicas tu decisión”. Que de ser afirmativa las llevase con TulaJuan para recabar su permiso. “La salida a México, la capital, mañana”.

En mis manos la decisión. Dios allá arriba, nomás mirándome. De mí,  sólo de mí, dependía que aguardase a las monjas o correr a refugiarme en la casa y cerrar la puerta, donde ni Dios me pudiese localizar. Y qué hacer,  Dios, qué decidir. Ahí me quedé estacado, amorcillado en el quicio de la puerta que daba al rastro municipal; y aquel escalofrío, y la boca reseca, y los calambres de mediodía para abajo (abajo del cinturón). Yo,  que nunca me había alejado tres leguas del caserío, ¿viajar a México? ¿Yo, hacerle al monje? ¿Qué desaforado animal me golpeaba los costillares? ¿Taquicardia?  Un impulso forzábame a huir y otro, cerrando los ojos, a pescarme de los tres pelos de la fortuna, y echarme a volar por encima de aquella vida arrastrada de niño pobre entre pobres y como pobre, discriminado, que esa costumbre es feroz en mis andurriales. Yo, los ojos pelones, me frotaba las manos, me las torcía y retorcía, y ya iniciaba la huida, y ya me lograba frenar, y esas ganas de desaguar, y esas… y el temor al retorno inminente de las monjas, sin menospreciar la de Dios. Cerré los ojos. Remaché los párpados…

Cuando los abrí ya andaba pisando Mixcoac, rumbo al sacerdocio. Terminar la primaria, iniciar estudios superiores, y que ahí se entremete la Moira y me plantea la decisión personal: ¿tenía yo vocación para sotana y bonete, o puro bonete de vocación? ¿Abjurar del demonio? Fácil. ¿Del mundo? Más fácil aún. ¿Dejar la carne, y no para hacerme vegetariano sino casto per secula seculorum? ¿Cómo? ¿Y estas glándulas que..? (El lunes.)

Pocos hombres quedamos

Y yo, dolorido y nostálgico, me tengo que rendir a la evidencia: ya no hay hombres en mi región. Y pensar que más antes, como allá decimos…

Cierro los ojos, en la añoranza contemplo mi tierra zacatecana, por aquel entonces ella tan nueva como yo mismo, que estrenaba mi primera juventud (hoy doy remate a la póstuma), y declaro a toda voz: aquellos hombres muy hombres que conocí en mis derrumbaderos zacatecanos, desde el hazañoso Pánfilo Natera hasta una Jovita Valdovinos, cristera de arriscada tradición, con el padre y los hermanos caídos a media serranía del Cañón de Juchipila mentado, la 30-30 en las manos y el Viva Cristo Rey en el último aliento. Bien haya los de corazón bandolero y redaños en su nidal…

De ahí le venía lo bragado a los valientes en la región: de la militancia cristera, con sus secuelas de odios, rencores y reconcomios, de modo tal que al valor de un sotol o un tequila salía en hervores la mala sangre por razón de la mujer, los linderos de la tierra o agravios que van heredándose de padres a hijos y familiares. Y quién que es no lo es con el arma en la diestra, fusca o puñal cachicuerno, de esos afamados de Jalpa, Zac. que ya deben tantos muertitos. Y qué familia que se respete no tiene un cristiano en el panteón, en la conciencia, en el recuerdo y los rezos del oficio de los fieles difuntos…

Dos calles paralelas tenía mi pueblo, y los bragados mantenían la sana costumbre: fusca en la diestra y en cuaco prieto retinto o alazán tostado, desde el arranque de ambas calles se venían uno por esta calle y el otro por la paralela, a pasito corto como sin prisa mayor,  rumbo a la plaza, donde ambas calles desembocaban. Los aldeanos, observando desde la puerta del zaguán, desde la ventana. Alguna estrujaba el escapulario. Animas del purgatorio…

Allá vienen los dos jinetes, y al llegar a la boca-calle ambos quedan al descubierto, y entonces se apuntan ya con la 45, ya con la 38 especial. Y a descargarla contra el rival en amores cuando no en odios mortales, y si la puntería andaba falla o era voluntad de Dios, ambos buscaban la próxima bocacalle, y llegaban a las cuatro esquinas, y vuelta a empezar. ¿Que resistían hasta llegar a la plaza? Ya ahí obstáculo ninguno les impedía el sano propósito de darse en la madre, a soltar toda la carga contra las carnes del aborrecido rival. Y uno cae, cuando no los dos, y aquí se acaban pasiones. Dios los haya perdonado. Los machos de mi región…

Pero no, mis valedores, no quedan hombres en mi querencia, donde yo conocí el sabor del miedo, uno que no me abandona, que conmigo se vino como mi segunda naturaleza. Me acuerdo.

Ocho, nueve años tenía de vida, con mi padre ausente, cuando yo, del barrio de arriba, me trencé en amigable discusión con uno del barrio de abajo e hijo del matancero del pueblo. La negra noche de mi mal en un callejón sombrío nos topamos, e intercambiamos razones él con un leño y con una piedra yo, a quien el pánico llevó a ganar la polémica y las manos tintas en sangre de mi rival. Y ahí la amenaza de muerte. Yo, de ahí en adelante, el miedo pánico.

Años después me atreví a salir, y ahora pronto lo supe: ya no hay hombres en mi región. La certeza me la dio el matutino del pasado lunes, y qué dolorosa: “Zacatecas, Zac. La alta migración deja sin hombres a muchos municipios zacatecanos que, por esa migración, se convierten en pueblos fantasmas, o donde sólo quedan hogares con jefas de familia y mujeres solas”.

De esto alguno o algunos tienen la culpa, ¿pero quién, quiénes? (Lóbrego.)

 

Y mi honda es la de David

José Martí trabajó para la patria, trabajó para América. Martí es una idea. Se sienten sus pisadas calientes de santo por la expiada, ungida senda del honor y la gloria de América.

Su idea, su palabra y espíritu: el día anterior a su muerte en combate redactó en este párrafo la síntesis de una existencia de pensamiento y acción:

“Ya estoy todos los días en situación de dar mi vida por mi país y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo-; para impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los EEU y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”.

Otro día, con su sangre, iba a cimentar la palabra. Sí, ¿pero cómo pudo, se pregunta el estudioso martiano, comprender que se abrían nuevos peligros para América Latina y que se hacía necesario declarar la hora de su segunda independencia? ¿Qué elementos de la nueva etapa histórica en que entraba por aquellos años el mundo capitalista alcanzó a conocer Martí? El mismo parece responderlo en unas frases que se han hecho célebre por lo que la repetimos: “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas”.

Las entrañas del rapaz, que así se expresaba del territorio que se extendía al sur:

“Basta una ojeada al mapa de Norteamérica para comprender que México forma geográficamente y por otros conceptos un todo con los EU. ¡Hermosa provincia tropical para adquirirla para nosotros! De ahí, el pabellón de las estrellas seguirá hasta el Cabo de Hornos, cuyas olas agitadas son el único límite que recocemos para nuestras ambiciones”.

Y entonces la voz de profeta, las advertencias del baquiano, del adelantado. Si “nuestra”  América hubiese escuchado esa voz:

“¡Cuidado! Los EEUU tienen sobre nuestros países miras muy distintas a las nuestras; miras de factoría y pontón estratégico. Jamás hubo en América asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los EEUU –potentes, prepotentes y determinados a extender sus dominios en nuestra América- hacen a las naciones americanas de menor poder”. Y que tal convite: “podrá festejarlo con prisa el estadista ignorante y deslumbrado, podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles. Pero el que vigila y prevé, ése ha de inquirir qué elementos componen el carácter del que convida y el del convidado, y si están predispuestos a la obra común por antecedentes y hábitos comunes, y si hay riesgo de que los elementos  temibles del pueblo invitante se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del invitado.

Ni pueblos ni hombres respetan a quien no se hace respetar. Cuando se vive cerca de un pueblo que por tradición nos desdeña y nos codicia es deber continuo y de necesidad urgente erguirse cada vez que haya justicia u ocasión, a fin de mover a respeto a los que no podemos evitar. Ellos, celosos de su libertad, nos despreciarían si no nos mostrásemos celosos de la nuestra. Ellos, que nos creen inermes, deben vernos a toda hora prontos y viriles.

Hombres y pueblos van por este mundo hincando el dedo en la carne ajena, a ver si es blanda o si resiste. Y hay que poner la carne dura, de modo que eche fuera los dedos atrevidos. ¡Cuidado!”

Y la referencia a su segunda patria:

Más ha hecho México en subir hasta donde está que los EEUU en mantenerse decayendo de donde vinieron. ¡La civilización en México no decae: Comienza!

José Martí. (A su memoria.)