Un país chupacabras

Tal acaba de declarar, aludiendo a Cuba, el ex-presidente Vicente Fox, que en la foto aparece arropado por el que fuera su gabinete presidencial (“mi gabinetazo”, que resultó agua de borrajas). El cabello de la testa lo abandona y el vientre le brota, pero el ácido de su lengua sigue en un ser. ¿Culpa de la lengua bífida que tome Prozac o por exceso de Prozac mantiene esa lengua bífida?  Pienso, a propósito, en las desviaciones psicológicas, yo que en mi primera juventud (hoy vivo la quinta, pero a todo vivir), pasé unos años en el seminario, donde me preparaba para  la sotana y la capa pluvial.

No fui sacerdote, pero en el seminario me infundieron como ideal y proyecto de vida emular a los monjes cenobitas, y como ellos encerrarme en la celda de un convento y dar el resto de mi vida a la oración, la meditación y el más riguroso silencio por amor a Dios. Era aquella la mística, eran la fe y el temple de un adolescente que, ya de añejón, a base de hablar ante los micrófonos de la radio iba a redondear el gasto familiar. Los caminos del destino son inescrutables, que dijo aquél. Mi devoción de cuando adolescente y aquel exceso de exaltación religiosa no me iban a arrojar, a la manera de ese extraño San Simón el Estilita, a pasar el resto de mi existencia empericado en lo alto de una columna, para desde ahí, de hinojos y a coro con auras y zopilotes, loar al Señor. Laus Deo.

Comes y te vas (Fox al Comandante Fidel Castro.)

Por cuanto a las desviaciones de la personalidad que ha creado la literatura universal, ¿alguno de ustedes habrá leído Bartleby, donde Melville refiere el  caso del escribano aquel? Cierta mañana, al recibir de su jefe la orden: “Copie estos documentos”, “preferiría no hacerlo”, le contestó Bartleby, y de ahí en adelante, en una extraña actitud de resistencia pasiva y rotura total del orden establecido, a todo y a todos contestó lo que sería su desgracia: “Preferiría no hacerlo”. Así hasta un final acorde con tan extraña manía.

Recuerdo en cierta comedia de un Jardiel Poncela que no respeto como escritor el caso de Edgardo, cincuentón y padre de familia que un mal día de hace décadas, como resultado de una decepción amorosa, decidió nunca más levantarse de la cama, donde llevó a cabo su vida de todos los días, hasta que cierta noche… En fin.

Leí de la chifladura del sabio aquel, personaje incidental de Mascaró, el cazador americano, novela de Haroldo Conti, que lo llevó a perfeccionar una bicicleta voladora con la que se dio a vivir en las alturas y desde su eminencia regodearse en orinar a los viandantes. Y qué decir del protagonista de El barón rampante, novela de Italo Calvino, al que pega la chifladura de vivir trepado a los árboles del bosque cercano a la ciudad,  y ahí llevar una vida “normal” y mantener relaciones de amistad y convivencia con sus amigos y conocidos, sin nunca volver a poner un pie en tierra. Extraño.

Oskar, personaje de El tambor de hojalata, de Gunter Grass; un día, a sus diez años de edad, decide nunca crecer, y es así como de adolescente transcurre su tiempo vital. ¿Alguno ha leído El licenciado Vidriera, de Miguel de Cervantes? En plena chifladura, el tal licenciado se cree forjado de vidrio, y toda su vida se cuida de que nadie lo vaya a romper. Y a esto quería yo llegar:

A Fox no le pido que emulando al Licenciado Vidriera se encierre en San Cristóbal, cierre la boca y antes de ofender a nadie  se muerda la lengua, no le vayan a romper toda su vamos a decir humanidad. (Sigo mañana.)

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