Yo a usted le perdonaría

De corazón le perdonaría, señor. Le perdonaría no las siete veces que los judíos preguntaban, sino las setenta veces siete que les respondiera Jesús. Setenta veces siete le perdonaría todo el mal que nos causó a tantos, comenzando con el fraude descarado que sin merecerlo  fue a encaramarlo a Los Pinos. Yo le perdonaría que para llegar a los susodichos se valiera de toda clase de tretas, alguna de ellas más o menos legítima. Se lo perdonaría, señor…

Que se valiera de la elección de Estado, que empleara sumas exorbitantes para manipular aturdidos y arrancarles su voto; que aceptara la ayuda interesada y convenenciera del alto clero político y los grandes capitales nacionales y apartidas. Le perdonaría que hubiese manipulado padrón electoral e información privilegiada desde el Estado y con la ayuda de ese pariente suyo, el tal Hildebrando, libre todavía  hoy, y su delito en la más abyecta impunidad. Le perdonaría que siendo zurdo todo su sexenio haya sido el de una  nefasta política ultraderechista, pariente mostrenca  de Yunques, Norbertos Rivera, monjas y beatas del Verbo Encarnado, curas paidófilos,  legionarios de Cristo y cristeros tardíos. Todo esto de corazón le perdonaría, señor.

Le solaparía que sea su persona tan falta de personalidad  como sobrada de mediocridad. (Esa su voz, ese su aspecto, su estatura, que toda la ropa le queda grande, y su desgarbo al caminar, su cortedad al expresarse, su cortedad de miras, su frase maldecida del “haiga sido como haiga sido”. Todo eso, tan impropio ya no de un estadista, pero ni siquiera de un presidente del país. Vaya, ni siquiera de un buen gerente de la sucursal México de la matriz en Washington. Yo, mexicano de México,  le perdonaría incluso esa afición etílica que tanto le criticó su maestro Castillo Peraza, con el que tan ingrato se portó  usted. Lógico, que esa reacción es de pequeñajos, como de pequeñajo y mediocre fue el rodearse en su gabinete legal y ampliado de puros mediocres para que no lo opacaran. Para que nadie le hiciera sombra, señor.

Le perdonaría que tras de un proceso electoral turbio, dudoso y mostrenco, y una vez trepado en Los Pinos, su primera medida de gobierno haya sido correr a Washington y, buen continuador del modelo neoliberal, en una jerigonza que intentaba ser idioma inglés se haya puesto a las órdenes de su jefe nato, el genocida de la Casa Blanca, para aprontarle las dos, me refiero a las entidades mexicanas que más apetece el imperialista: PEMEX y la energía eléctrica. No logró dárselas porque se le atravesó Manlio Fabio con el resto del Congreso de la Unión. Tal modelo de entreguismo iba a perpetrarlo el priísta sucesor. Ah, México.

Yo le perdonaría que su gobierno nos  haya resultado tan lesivo para las universidades públicas de mi país, vale decir: para la educación, la investigación, la ciencia, la cultura en general. Le perdonaría que su gobierno se estrenara con un aumento promedio a los salarios mínimos de apenas un 3.9 por ciento, mientras que simultáneamente se encarecieron los productos de la canasta básica, incluyendo ese alimento esencial del mexicano que es la tortilla, que con todo y el sucesor (no lo dijo, pero también por el método del “haiga sido como haiga sido” se logró encaramar en Los Pinos. Ah…zcárraga y socios); con todo y el sucesor, digo de nuevo, mantiene a estas horas crispado el ánimo del fregadaje del país. Tortilla y canasta básica.

Yo le perdonaría que esta mañana el pobre del pobre vaya a tener que alimentarse con… (Sigo mañana.)

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