Goliat Eruviel

Y se llegó la fecha de la contienda.  Fresco amaneció Goliat, hombre de guerra, como fresco amaneció el día en aquella explanada orillera del desierto. Del caserío, a lo lejos, el vientecillo acarreaba toques marciales, cajas de guerra,  rumor de  muchedumbres que se acercan, expectación. Hoy es el día. Hoy se jugará la suerte de dos tribus enemigas, y todo depende de él, de Goliat, hombre de guerra…

Confiado, sereno. Para el guerrero terminaron los días de tensión y esas noches que pasó en un dormitar miserable, del que a sacudidas lo desenterraban aquellas visiones donde se veía a sí mismo roto y caído, desmadejado y a merced de un enemigo todavía incógnito. ¿Quién sería él? A tantos rudos de talante fiero  observaba en la tribu enemiga. ¿A cuál de los tales en duelo a muerte tendría que enfrentar? Esta incertidumbre, las pesadillas y el amargor en la boca por tragos no de mosto sino de bilis.  Goliat Eruviel…

Pero la angustia quedó atrás; terminó por los buenos oficios de sus espías que día con día, infiltrados en las líneas enemigas, esforzábanse por descubrir la identidad del guerrero que se le iba a enfrentar. ¿Ese héroe curtido a contiendas, aquel gigantón, el de las correosas carnes, ducho en la lidia cuerpo a cuerpo? ¿Qué arma mortífera tendría qué confrontar? Y esa tensión,  el insomnio, el ahogo. Por momentos olvidaba resollar…

La noche de anoche, de la que hoy  se ríe con desdén, resultó la peor de las noches: al peso de las sombras se soñó decapitado por el rival incógnito. Lo zarandeó el ahogo y se alzó, jadeante y empapado en sudor, y a tarascadas buscaba el aire con qué revivir los pulmones. Mi enemigo, mañana, ¿quién irá a ser? El alba, allá afuera, hacía amagos de clarear. Eruviel, hombre de guerra…

El tal abandonó el lecho y trepó al montículo. A la lechosa claridad de la luna contempló la explanada donde se decidiría la suerte de dos tribus enemigas. Trémulo contempló el claro en la zona musgosa donde él (los de su tribu, detrás, expectantes), confrontaría  al enemigo. Y tal flaqueza del ánimo, que le retiraba el apetito de vivir. En figones, prostíbulos y tabernas lo extrañaban. Goliat.

Amaneció en el campamento. La hora sonó.  Los combatientes y sus tribus, en un ambiente electrificado, aguardan la señal. Ahora, sereno ya, despectivo, el gigantón mide con la vista al enemigo que tiene enfrente, que lo ve con tranquilo mirar. Y qué enemigo, dioses…

De no creerlo. ¿En qué estarían pensando los estrategas enemigos? Le enfrentan (¡a él, león guerrero!) no a un soldado de combate, no al veterano de mil contiendas, no a un general de su ejército, sino (de no creerse, dioses) ¡a un simple pastor de ovejas! A semejante Encinas de esmirriada catadura y tan corto de alzada, que no acaba de embarnecer. ¡Y sin armadura ni almete, ni escudo ni arma ninguna, que no sea el pecho al aire, la barba cana al frente ¡y una honda en la diestra! Dioses…

Goliat, en cambio: altísimo, formidable, corpachón forrado de acero y  el arma ofensiva dispuesta. Véanlo mirar al antagonista no con temor, no con precaución, ni siquiera con odio: con desdén. ¿Y ese redrojillo fue el que en mi mal sueño me revolcó en el polvo frente a mi tienda para terminar trozándome el cuello? Y luego crean en los sueños, espejismos de la tenebra. “Revolcar a Luis Felipe era  PAN comido; a este redrojillo Encinas, más fácil aún”.

¿Lo que más tarde ocurrió? La respuesta,  después del próximo tres de julio. (Se reciben apuestas.)

De interés social

Aquí finaliza, mis valedores, la crónica de mi excursión por alguno de los departamentos de interés social con los que el sexenio de Fox enriqueció hasta la náusea a los hijos de toda su reverenda Marta. Aquella tarde de miércoles, ya al pardear, arribé al depto. EF/96, y sin medir las consecuencias de mi temeridad me lancé a la empresa de abrirme paso desde la estancia  comedor hasta la habitación del agonizante don Camilito Rolón, maniobra inaudita ante una muchedumbre de vecinos, 8 ó 10, que se apretujaban en aquel espacio de 6 x 6 metros cuadrados. La multitud me arrinconó entre un muro de cartón-piedra y la barrigoncita de cara pañosa. “¡Oiga, que me va a malograr mi criatura!”

Intenté despegármele, pero cómo, si los Bribiesca Sahagún no planearon deptos. para barrigoncitas. Alcancé el dintel de la habitación, y entonces:

– Papá, papá, ¿me puedo oír todavía? / “Arg, arf”, jadeó el agonizante. “Arf, arg”. / “¿Me alcanza a oír, padre?”

Yo, aquel suspirillo. Me mordí el de abajo, el labio. De la estancia comedor llegaban retazos de chistes ecológicos (verdes). Del depto. de junto retazos de la balada romántica: “¡Es la boa!” A 5 mil decibeles. De acá, del RL diagonal 486: “Nuestro programa de casas y condominios de interés social…”

En eso, que del cielo desciende, (del piso superior): “Chente, que Gregory Conan  no es hijo tuyo, sino del compadre Chemín”. “¡Qué dices, pú…trida!” Del depto.  de junto: “¡Le puso el doctor – la mano en la cintura!”, mientras que un cristiano entregaba su alma a la eternidad. Esos huevitos Sahagún

El primogénito Rolón: “Papá, papacito, ¿me oye todavía?  Ya lleva tres días agonizando, qué sufridero…”

Los chamacos, pistojeando, rascándoselas, escarbándoselas. “Mi aguelito en artículo de muerte, él que de artículos y verbos pura madre que sabía”. “Pero los nacimientos qué bien le salían. Los de Navidad”. Yo, de ladito, en susurro: “Le ayudáramos a bien morir. ¿Me permite?” Mi rosario bendito: cada frotada, 300 indulgencias.

De pie, porque faltaba espacio para plantarse de hinojos, el primogénito acercó su boca a la oreja del agonizante, y aquellas desgarradas palabras, brotadas de la viva entraña del corazón:

– Papá, padrecito, ya tres días agonizando, qué sufridero.

Yo, sentimental que es uno, me sorprendí haciendo pucheros. Y a mi edad, y con estos mostachos. Ojos, nariz, pañuelo desechable. Abrí mi libro de oraciones: “He de morir, no se cuándo. He de morir, no sé donde”. La voz ahogada del primogénito: “Papá, ya lleva tres días agonizando.  ¿Me oye, papacito? Tres días con sus noches”.

Yo: “Resignación. El que cree en mí vivirá eternamente”. La de la nube en este ojo, miren,  a pasones de amoniaco trataba de que volviera en sí. El volvía en no; un pie ya en el éter, pero el otro todavía en el huevo (de depto.), abría sus párpados, los cerraba, sacaba fuerza de sus estertores. Como aferrarse a este mundo se aferraba a la mano del primogénito, entreabría unas pupilas a media luz, las enfocaba al hijo, intentaba un amago de sonrisilla, la del adiós…

Y ándenle: rápido de reflejos, en la reacción del agonizante aprovechó el rescoldo de luz, de vida, de esperanza viva, y como arpón, como lanceta, le lanzó el afilado berbiquí:

– ¿Me oye, papá? Oiga, no hay que ser. Lleva ya tres días agonizando, y sus nietos no tienen donde dormir porque usté está ocupando el cuarto de las criaturas…

Las cuales nomás pistojeaban, sorbían por aquí, se escarbaban por allá, se rascaban acullá. Los de los hijos de la Sahagún. (Qué hovos.)

Servidumbre humana

(A doña Lupe esta vez. La conclusión de la fabulilla que describe al agónico, mañana.)

Ellas laboran en condiciones de esclavitud, sometidas a maltratos, ofensas, discriminación y acoso sexual. Ellas trabajan sin vacaciones, seguro social, jubilación. Ellas, por doce o catorce horas diarias de trabajo rudo, devengan salarios de hambre. Ellas, las trabajadoras domésticas, carecen de todo derecho frente a la “patrona”.

– Cuando yo exijo mis derechos, me responden: ¿cuáles derechos, si tú sólo eres una sirvienta? ¿Una “gata”, derechos?

Alardoso, el macho: “¡Para carne buena y barata, la de la gata!”

La empleada doméstica, mis valedores, mal sobrevive en  una esclavitud no muy distinta de la de aquellas infelices que en la Grecia antigua servían a las amas de casa. Para que capten ustedes que 24 siglos apenas han desbastado esa condición de esclavitud, aquí copio un fragmento de cierto documento que muestra la condición de la esclava en el siglo III antes de nuestra era, a ver si notan demasiada diferencia entre la escena antigua y alguna de hoy día en algún hogar mexicano de clases media. La escena, entre dos matronas de nombre Metro y Corito:

– Siéntate, Metro. ¡Tú, levántate y acerca un asiento a la señora! Todo tengo que ordenártelo yo: tú, infeliz, no eres capaz de hacer nada por ti misma. Eres en esta casa no una esclava, sino una piedra. Ah, pero cuando mides tu ración de harina, bien que cuentas los granos, y si cae un tanto así, el día entero estás rezongando y bufando, que ni las paredes te aguantan. Bendice a esta señora, bribona, que si no fuera por ella, ya te habría dado de palos.

– Querida Corito, a mí también me tienes sufriendo este yugo; también a mí me hacen temblar de rabia, y día y noche ando ladrando como perro tras estas malditas. Pero lo que me hizo venir a verte…

– ¡Largo de aquí, imbéciles! ¡Son todas oídos y lengua, y en lo demás, pura pereza..!

(Más allá de la ruda escenilla contra las desdichadas y sólo a modo de detalle curioso: ¿saben ustedes a qué se debió la visita de Metro a Corito? Fue a pedirle  en préstamo cierto adminículo con el que la mujer se auto-gratifica, y a preguntarle quién se lo fabricó, para encargar uno propio. ¿Algo ha cambiado entre las..?)

La empleada del hogar. El poeta la mira pasar, y sonriente, bonachón y distante,  reflexiona acerca de la que llama “gatita”:

“Con la flor del domingo ensartada en el pelo, pasea en la alameda antigua. Ropa limpia, el baño reciente, peinada y planchada camina por entre los niños y los globos, y charla y hace amistades…

Al lado de los viejos, que andan en busca de su memoria, y de las señoras pensando en el próximo embarazo, ella disfruta de su libertad provisional y posee el mundo, orgullosa de sus zapatos, de su vestido bonito, y de su cabellera que brilla más que otras veces…”

Y su desafortunada reflexión:

“Las gatitas, las criadas, las muchachas de la servidumbre contemporánea, se conforman con esto. En tanto llegan a la prostitución (¡!) o regresan al seno de la familia miserable, ellas tienen el descanso del domingo, la posibilidad de un noviazgo, la ocasión del sueño. Bastan dos o tres horas de este paseo en blanco para olvidar las fatigas, y para enfrentarse risueñamente a la amenaza de los platos sucios, de la ropa pendiente y de los mandados que no acaban nunca. Danos, señor, la fe en el domingo, la confianza en las grasas para el pelo, y la limpieza de alma necesaria para mirar con alegría los días que vienen”. Lamentable reflexión. (¿O no?)

Agónico

Una vivienda digna y adecuada para todas las familias mexicanas es una prioridad fundamental de mi gobierno. Hoy en día ya no es problema adquirir una casa en México. (El padrastro de los Sahagún, por supuesto.)

Al trance agónico que sufrió un tal don Camilo Rolón aludí ayer aquí mismo, y que aquello ocurrió en un de esos palomares con los que en el sexenio de la “pareja presidencial”  traficaron los Bribiesca Sahagún. Una vez que a codazos entre la multitud (8, 10 vecinos) logré alcanzar la estancia-comedor (2 x 2 metros cuadrados), quedaron prensados los de la caderota, sus pechos, y la mía, mi nariz. Ella, tratando de ponerse de lado:

– De veras, digo, qué huevos.

Me ruboricé. “Créame que no es mi intención”.

– Hágase guey –y trató de propinarme el codazo, pero cómo. Se concretó al golpe verbal. Qué huevitos, pensé escandalizado. Por qué los hijos de toda su reverenda Marta no los construyen a la humana dimensión.

– Un puñito de casa, dijo ahí el de la cotorina azul plúmbago. “Tampoco hay que exagerar”, dije. Y él: “¿Qué no? ¿Sabe usté que cuando mi Licha recibe al sancho yo me tengo que salir, o nos hacemos estorbo?” “Cómo. ¿No espera a pie firme para lavar su honra?” “Mi honra es muy grande, oiga usté, para lavarla en un lavadero de este tamañito, y con el sancho encima de mí cuando se bajó de mi ñora. En este huevito de casa no caben los dos. (¿qué me quiso decir?) ¿Por qué cree que cuando salió con su premio la hija soltera del depto. EN/546 tuvo que salir por piernas el primo que tenían de arrimado y que se arrimó tantito más de la cuenta? Ah, qué huevos…

De repente logré avanzar unos pasos. Tres, cuatro, y rebasé la estancia comedor. Un resuello hondo, dos pasos más, y estaba yo en el dintel del dormitorio donde la muerte se había acomodado -de ladito. En el camastro, de ladito también, ya lívido y con el polvillo en la nariz, caedizos los párpados y afiladas sus facciones, don Camilito, aquel estertor, el  silbo agudo, el blanco traslúcido de la piel. Ah del agonizante…

Observé la escena: en aquel cuarto de 2×2 apenas cabía el camastro, pero con paciencia y salivita los hijos de don Camilito habían hecho caber también un crucifijo de este tamaño (de ladito, por la falta de espacio), una imagen de Juan Pablo II y, todo  vestido de amarillo y como a punto de embestirlo (de ladito), Satanás. La  sempiterna lucha del bien contra el mal. Ahora que ya fijándose: no Lucifer, sino el barbón del greñero, goleador del América.  Los deptos. de interés social…

Silencio, unción, recogimiento. Ahí, imponente, la muerte, que empieza a coexistir en la misma cama con el que agoniza, seca la boca y el aliento a sepulcro, ella y él de ladito. ¿De qué se moría? A saber. Todavía un día antes los doctorcitos del Seguro Social, categóricos en su diagnóstico: gripe o indigestión; un médico particular: cáncer; el doctor Simi: tres genéricos contra las paperas, y como nuevo. En un punto todos estuvieron de acuerdo: había que comprar el cajón. Yo ahí, contemplando al que se extinguía. Desgarrada voz, el primogénito: “Papá, ¿me alcanza a oír todavía..?”

De ladito junto al primogénito, el primogénito del primogénito pistojeaba, se escarbaba las narices, bostezaba. A su lado, la del ombliguito saltado y el de pecho, con su madre acá, en el dintel, sin poder entrar al cuarto porque de por sí ya era robusta desde que se la robó el Rolón chico, y luego el parto, y ese par de pechos que no leche, sino jocoque, pues… ni de ladito.

La agonía termina mañana. (De ladito.)

 

Huevitos Bribiesca

Hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres…

Tal afirma el poeta y así amanecí el día de hoy, todavía impresionado ante el espectáculo de la humana agonía. Ah de los agonizantes, esos desdichados que con un pie en este mundo y el otro en la eternidad, en madrugadas interminables dejan retazos de vida a trancos, a estertores, a bocanadas que van absorbiendo la muerte, esa inevitable de todos nosotros, los que alentamos todavía, pero que mañana o pasado…

Es así, mis valedores. Lúgubre como amanecí esta mañana, permítanme que les hable de cierto anciano que, según lo observé en su cama de agonizante, no va a aguantar hasta fines de abril para celebrar el sábado de gloria, que la gloria eterna se le va a adelantar en cualquier momento de miércoles, pobrín de él.

El agónico incidente acaba de ocurrir en una de esas unidades habitaciones que, palomares de este tamaño, edificaron (edificarán hoy  todavía, que la impunidad es la almendra de la corrupción) los beneméritos hijos de la honorable pareja Bribiesca Sahagún para medrar con la necesidad de esa desalada arribazón de paisanos que todos los días y desde todos los puntos de la rosa desembocan en este hormiguero descomunal; esos que en busca de la sobrevivencia van a recalar en los departamentos de interés social marca Bribiesca Sahagún. Es México. La noticia:

Desdeñan familias sus minicasas. El gobierno les construyó 200 viviendas de 4×5 metros cuadrados,  con una puerta, una ventana, un pequeño patio y una letrina seca. “No cabemos en ellas. Hay una letrina de cal, pero huele mucho, por tan cerquita que está de las minicasas”.

Ah, crueles palomares en que mal sobrevive el fregado de salario mínimo. Ah, ciudad deshumanizada la nuestra, que entre tantos humanos hemos terminado por deshumanizar, cruel paradoja. En fin, que sigue aquí el trance agónico.

Pues nada, que a uno de esos huevitos Sahagún acudí cierta noche de miércoles con la sana intención de ayudar a bien morir a un cierto don Camilito Rolón; en el trance de vida y muerte asistirlo dentro de alguna de las habitaciones de cierto condominio traficado por los hijos de toda su reverenda Marta. Ya oscureciendo llegué al depto. EF/96, y entré de ladito, porque las 8, 10 gentes que en ese momento se apiñaban en el depto. no permitían espacio para una más. Hasta el dormitorio  (2 x 2 metros) me escurrí a través de la sala comedor (3 x 2), y tuve que atravesar toda la cocina, 2 x 1 más 7 cms., con el cuarto de baño y sanitario de por medio, 80 por 76 centímetros y 36 milímetros, deshumanizada aritmética. Un cuarto de baño donde todo, todo tiene que hacerse así, miren: de ladito.

De repente, el atascadero de visitantes (8, 10 vecinos) me forzó a detenerme ya casi alcanzando la meta, o sea la habitación donde don Camilito se entretenía en agonizar. “¿Ya se atascó usted?” –me dijo uno de los vecinos que, prensado entre dos, mal  resollaba, de ladito también.

– Y lo malo es que ya no puedo dar paso adelante, ni recular.

– A recular al hotel, lépero alburero de miércoles –una caderona que así, de ladito, me los aprontaba en el cogote; su resoplidos.

– Caracso –mi interlocutor-, qué malas entrañas los traficantes que construyen tales huevitos. Qué huevitos de Sahagunes, de veras…

Qué huevitos, pensé, y en la apretura intentaba cuidar mi bajo vientre, pero dos cuñas humanas me sofocaban: el de la cotorina, aliento de epazote mal digerido, y mero enfrente de mí la caderota de marras que entre dientes rezongaba:

–         Qué huevitos, de veras.

 

AMLO, suertudo

Suerte la del tabasqueño, mis valedores. Años y sexenios ha caminado el pantanoso terreno de la politiquería, y al parecer ni se ha encenagado ni sufrido ningún resbalón. Su fama pública, intacta; su poder de convocatoria, cabal; su arrastre entre las masas sociales, acrecentada. AMLO ha resistido medidas ilegales e ilegítimas, desde calumnias y desafueros hasta campañas de prensa erizadas de vituperios y el apodo de “Peje” con el que no logran rebajar  ante las masas la imagen del “peligro para México”. El tal, hoy día, tan campante. ¿Por qué?

¿Será porque a diferencia de los pragmático-utilitaristas, cuyo espejo distorsionado son los H. Alvarez, Fernández de Cevallos, Gustavo Madero y los talamanteros Chuchos de una Nueva Izquierda alquilona y migajera, el tabasqueño se mantiene fiel y leal a principios, a valores y convicciones?

Pero a ver, un momento: su imagen aún incontaminada la debe no sólo a sus propios méritos, sino también a maniobras que hasta el primer domingo de julio del 2006 instrumentaron la Casa Blanca, Marta y su segundo marido, treinta mega-ricos cimarrones, el alto clero político, los medios de condicionamiento de masas y tantos intelectuales orgánicos que, entre todos, lograron su propósito de descarrilarlo y que no llegase a  Los Pinos. A todos ellos le debe su flamante figura política, ya que de no ser por ellos López Obrador mal-viviría encuevado en Los Pinos odiado por unos y por los más,  despreciado.

Escalofriante, ­porque a estas horas sería el individuo más aborrecido de unas masas sociales lastimadas porque el miserable las habría engañado al incumplir la diarrea de promesas que barbotó en su campaña, y con toda razón, porque apenas acomodadas sus reales en el sillón de Los Pinos, su novatez como responsable del gabinete económico provocase una severa crisis económica y un deterioro creciente en el nivel de vida de las clases medias y populares. Tal vez.

Se entendería, entonces, que López Obrador no pudiese sacar de su bunker la punta del pie sin que se activase el hormiguero de guardias presidenciales,  tropas de asalto  y un equipo de logística que tuviese que aislar las 30 colonias circundantes, un francotirador en cada ventana, en cada azotea y en cada tinaco. Escalofriante, sí, porque por un inútil afán de legitimarse ya cargaría en su conciencia cosa de 40 mil cadáveres y una multiplicada cifra de viudas y huérfanos y multitud de dolientes.

¿Podría dormir? A Macbeth solo una víctima le espantó el sueño. ¿Qué  de somníferos y antidepresivos tendría que tragar y chupar López Obrador para lograr el sueño, así fuese crispado de pesadillas ensangrentadas?

De haber llegado a Los Pinos, ¿cuántas veces hubiese cambiado un mediocre por otro en su gabinete presidencial? ¿Su irrefrenable rijosidad de hombre inseguro e inestable emocional cuántos frentes de conflicto hubiese abierto en la claque política? ¿A los gobiernos de cuántos países habría confrontado?

¿AMLO, un presidente íntegro, responsable y patriota, que salvaguardase la soberanía del país, o al contrario: ya embrocada en el pecho la banda presidencial, como primera medida de gobierno  (“Borrachito me voy – hasta la capital – pa servir al…” Canten ustedes el resto.) se  hubiese ido a cuadrar ante Obama?

¿Con López Obrador en Los Pinos y por culpa del vacío de poder que generase su gobierno ya medio país se regiría por las leyes no escritas que impone el narcotráfico?

AMLO suertudo, flamante su fama pública dondequiera que él ande a estas horas. (Seguiré el lunes.)

Y lo mataron…

(Al héroe y mártir, mi retablillo anual.)

En su tierra lo mataron. Aquel 24 de marzo de 1980 mataron al religioso, al luchador, al héroe, al mártir. Lo asesinó un matarife de ARENA, la ultraderecha de Roberto D’Abuisson,  canceroso de cuerpo y ánima y matancero intelectual que contrató al sicario material. Un solo disparo  terminó con la vida de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador, mientras celebraba misa en su iglesia de San Salvador. Aquí, como el año anterior, a su memoria.

El religioso presentía su muerte y estaba presto a entregar la vida por la causa que amaba. La palabra viva del bienamado de El Salvador:

 He sido amenazado de muerte. Como cristiano no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro. Si llegasen a matarme perdono y bendigo a quienes lo hagan.

Profeta al modo de Isaías y defensor de los desvalidos, el arzobispo fue asesinado al elevar la hostia en instante de la Consagración. Su cuerpo cayó fulminado al pie del altar. Uno de sus fieles amigos:

“Lo supe esa tarde. Acababa de nacer la primavera. La mañana había sido calurosa y clara. Cuando lo supe, llovía. Una lluvia nueva, generosa, blanca, que envolvía los cerros. Oscar compañero había resucitado en la llama de una bala. Sólo una bala precisa, amaestrada, prevista. La lluvia fue el gran perdón que caía sobre El Salvador. El perdón del caído. El Mártir de América había ganado la batalla a sus asesinos”.

Eran años aciagos para El Salvador, sacudido por una crudelísima guerra civil entre la guerrilla del FMLN y el ejército del gobierno, apoyado, y cuándo no, por EU. (Su presidente anda a estas horas, marzo del 2011, pisando la tierra que la Casa Blanca ayudó a ensangrentar.) El conflicto se prolongó por 12 años; el armisticio se iba a firmar aquí,  en el Castillo de Chapultepec.

Como pastor estoy obligado por mandato divino a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse sus amenazas, desde ahora ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador. Yo resucitaré en las luchas del pueblo.

Y el final de la homilía que le granjeó una bala en el pecho:

– Yo quiero hacer un llamamiento a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles:

¡Hermanos: son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios, que dice no matar!

¡Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios! ¡Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla! ¡Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado! ¡La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación! ¡Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con sangre!

¡En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos: les suplico! ¡Les ruego! ¿Les ordeno en nombre de Dios! ¡Cese la represión!

Y lo mataron. Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador. (A su memoria.)

La náusea

Colosio, mis valedores. La escandalera expiró, pero el daño ahí queda: a calles, bulevares y avenidas, auditorios y centros deportivos les enjaretaron su nombre, y aun su cara de galán de barriada se congeló en bronces y mármoles. Pero no, para quien conozca su carrera política tal exceso fue inmerecido. La calentura cedió, por fortuna; de los tiempos esperpénticos sólo quedó la basurilla y el humazo de copal.

“El nombre del mártir en calles y plazas”. “Del pueblo a Luis Donaldo, héroe y mártir de la democracia”. “Acuden a visitar la tumba y la escultura donde reposan sus cuerpos. El héroe está con su brazo izquierdo apoyando a Diana Laura, lo que significa, la mano suave con la que trataría los problemas políticos, a la población humilde y a los indígenas. En tanto, el brazo derecho lo mantiene en alto, con la mano empuñada que demuestra la fuerza y la energía que, claro,  usaría para los problemas difíciles del país”.

Diana Laura no pudo resistir la ausencia de su amado y en la mañana del 18 de noviembre terminó de cansarse (¡!); hasta ahí, las noches eternas y de soledad, no resistió más la ausencia del compañero y extendió los brazos para que la recibiera”. Cursilería galopante:

Colosio era una luz en las tinieblas, un camino en la encrucijada, un ser superior que como Cristo, fue sacrificado por los rencorosos, los envidiosos, los que percibieron que era un hombre que haría un gobierno de equidad y justicia, y su interés mayor sería para los pobres. De honradez acrisolada, que prevalecería su espíritu democrático. Nuestro México querido y los pueblos de la Tierra de ese llamado Tercer Mundo, ya tienen en su calendario cívico y social otro héroe civil de leyenda e historia. Los mexicanos y extranjeros, mujeres y hombres, jóvenes y viejos, niños y niñas, hablarán en el México de hoy y del futuro, de un… ¡hombre, hombre! ¡Del niño que fue merecedor de ser premiado y traído al DF. ¿para qué? ¡Para que el señor presidente don Adolfo López Mateos  lo saludara, lo felicitara y lo premiara por haber sido alumno ejemplar y aplicado en la escuela de su querida tierra..! El no ha muerto, de sus cenizas brotarán las ideas nobles, el pensamiento creativo, la acción fecunda, el amor a México. Luis Donaldo, recordado como el provinciano que voló hacia su terruño… ¡nomás para darles a saber a sus amados padres que era candidato a la presidencia de la República!”

Del matutino: “El nudo en la garganta se rompió y las lágrimas rodaron hasta caer en ese que ahora cobija a Luis Donaldo. Un árbol de la esperanza. Un ahuehuete de 44 años de vida, la misma edad que él tenía. Las balas no pueden asesinar al pensamiento, las balas no pueden masacrar la inteligencia, las balas no pueden detener la sed de libertad!”

¿Odas? No odas,  Beatriz Paredes: “Donaldo – No nos absuelvas – tú, el generoso, el de la sonrisa franca y los – ojos niños, de tan sinceros – no nos absuelvas – El sencillo, esforzado, pertinaz – no nos absuelvas – el leal, el demócrata, el honrado, -no nos absuelvas, – no nos absuelvas, no nos absuelvas, Donaldo, – prívanos del descanso, del buen – dormir, que nos lleve tu osadía.

 ‘Reconozco que la modernización – económica – sólo cobra verdadero sentido cuando – se – traduce en mayor bienestar para las familias – mexicanas, y que – para que sea perdurable – debe acompañarse – con el fortalecimiento de – nuestra democracia´,

 Que nos convoque tu audacia – No nos absuelvas  – Que sólo encontremos la expiación – cuando germinen tus ideales”.

(Agh.)

El mediocre y su lenguaje

Se manipula de manera consciente para sembrar la confusión y evitar que se pueda percibir la realidad.

Al lenguaje me referí ayer aquí mismo, y hablé que en la medida en que lo aprecio me lastima escuchar la forma sañuda en que lo maltrata el mexicano, y es como para preguntarse: ¿esa viciosa manera de expresión de los diversos estratos sociales es contagio de los “conductores” de radio, televisión y prensa escrita, o son las masas sociales quienes inficionan todos los medios de condicionamiento de masas? Mis valedores:

Lo pavoroso es esa metástasis que cunde en la comunidad, donde un disparate se adopta de forma instantánea y simultánea. Y que “hoy inicia”, y que política “agresiva”, y que   “a la brevedad”, y que ropa  “casual” cuando se fue de “chópin” al “mol”, para “lucir fachion”, y que  “cuestionado el funcionario, contestó”, y que “accesar”, y que  la “localía”, y que la “secresía”, y que “luce divino”, y que ¡guau!, ya el gringo nos enseñó a ladrar. Ah, el servilismo del mexicano hacia el idioma imperial en la industria del periodismo y en sus adictos; ah, la secreta aspiración del “guanabí” a percibirse gringo de segunda…

El lenguaje: ¿cuál es el más antiguo del mundo? ¿Se han desarrollado todas las lenguas a partir de una fuente común? ¿Cómo se fue creando nuestro medio de comunicación verbal? No podía haber pensamiento sin lenguaje, sostienen algunos; que sin pensamiento no había lenguaje, los contradicen otros más, alegato bizantino.

El lenguaje. En el principio eran los homínidos, y hembras y machos existían separados en clanes. Fue el habla primitiva, fueron los sonidos guturales, los que crearon el espíritu. Y que el principio no fue razonar, sino sentir. Que las necesidades dictaron los primeros  gestos y las pasiones las primeras voces. Rousseau contradice a quienes afirman que los hombres inventaron la palabra para expresar sus necesidades. “Tal aseveración es insostenible. Su origen proviene de las pasiones, de las necesidades morales. Todas las pasiones acercan a los hombres, a los que la necesidad de tratar de vivir obliga a evitarse. No es el hambre ni la sed, sino el amor, el odio, la piedad, la cólera, los que les han arrancado las primeras voces”.

El lenguaje y su alto riesgo. Cuidado con el lenguaje, mucho cuidado, porque la forma en que lo utilicemos nos exhibe de entes idealistas o simples mediocres. El uso inmoderado del “dicho popular”, por ejemplo; ese recurso que la ignorancia toma como “sabiduría popular” y que sólo evidencia el tamaño de la mediocridad de un Sancho criticado por Don Quijote:

“¡Eso, Sancho! ¡Encaja, ensarta, enhila refranes! ¡Castígueme mi madre! ¡Estóyte diciendo que excuses refranes, y en un instante has echado aquí una letanía dellos!”

 El proverbio, el cantinfleo, el habla empedrada de muletillas. El individuo exhibe su mediocridad con giros verbales de factura tan corrientes como los que acaba de soltar el hombre de la banda tricolor:

– Dicen que Sonoíta ahora se llama Plutarco Elías Calles. Yo le voy a seguir llamando Sonoíta, “para los cuates”.

De Carlos Pascual,  embajador de Estados Unidos en nuestro país: “Yo le diría: no me ayudes, compadre”.

Y la calidad de esta frase pronunciada por quien detenta el cargo más eminente en la pirámide política del país:

– ¡Ese Carlos Pascual le echa mucha crema a sus tacos!

Mis valedores: ¿así hablan ustedes? ¿Así quieren hablar? ¿Por qué no dejar que sean otros los que al hablar exhiban su grado de  mediocridad? (Seguiré con el tema.)

Decir amor, por ejemplo

Esta vez el lenguaje, mis valedores. En el taller de lectura del domingo anterior me referí a ese tema que me parece fundamental para salir de ese lóbrego hondón de la mediocridad en que tantos vegetan, y ni aun tienen conciencia de su condición.  Principio y fin del citado taller es, aun antes que el propio lenguaje, el amor. Amor a nosotros mismos, a la Nallieli amantísima, a los seres del mundo que nos rodea, a la vida en todas sus manifestaciones. Qué más, qué mejor.

Porque el único recurso para no morir del todo y permanecer algún tiempo en la memoria de algunos es el  amor, esa fuerza espiritual que nos impele al valimiento, a esa solidaridad que nos garantice la trascendencia, o al final de la ruta nos aguarda una muerte definitiva. Yo, a propósito, profeso enorme amor al lenguaje, ese vínculo del pensamiento que si falsificas, falsificas también el pensamiento (Chomsky).

Ese es uno de mis grandes amores, y cómo no voy a amar el recurso supremo de comunicación entre humanos, si con él confesé a mi Nallieli mi naciente amor, que se acrecienta al ritmo con que lo reafirmo y lo reafirmo al ritmo con que se acrecienta.  Cómo no valorar el lenguaje, si es el medio de expresión espiritual con el que expreso mis pensamientos, mis sentimientos, mis sensaciones, mi desprecio por la mediocridad de quienes no tienen respeto por el idioma, y que ni siquiera son conscientes del naufragio al que lo arrojan apenas abren la boca. Lóbrego.

Los entes humanos estamos configurados de forma tal que lo más familiar nos resulta transparente y por ello con dificultad lo advertimos, mientras que sólo lo novedoso llama nuestra atención. «Los aspectos de las cosas más importantes nos están ocultos por su simplicidad y familiaridad. Uno es incapaz de advertir algo porque lo tiene siempre delante de sus ojos». Esto ocurre con muchos factores de la vida, pero de forma preponderante con nuestra facultad lingüística, porque el lenguaje, de sernos tan natural, nos pasa inadvertido en sus sorprendentes características.

Yo soy lo que hablo y como lo hablo. Me enaltece al enaltecerlo, y al degradarlo me degrado con él. Respetarlo es respetar mis propios pensamientos, mis sentimientos, mi comunicación con el mundo, el mío. Sentir hondo, pensar alto y hablar claro, la recomendación del filósofo.

¿Pero si al sentir hondo y pensar alto le falla el hablar claro, de modo tal que el lenguaje se reduce a un innoble cantinfleo? Ello sería como si el individuo dotado de altivez, un  alto concepto del decoro y un su retazo de vanidad, cuidase al máximo su arreglo personal y se presentara ante los demás con un atuendo impecable,  pero   apenas abre la boca, a cantinflear;  su atuendo atildado no pasó de apariencia, porque el lenguaje acusa una estructura de adobe y cartón corrugado.

 El cantinfleo. Por su comicidad en la carpa y las primeras cintas de cine trascendió Cantinflas, pero sobre todo por el “retrato hablado” que trazó de la forma de hablar de las masas sociales, con todo y esas espinillas en la piel de un rostro hermoso que son las muletillas.

 “Este, digo, o sea, ¿no? Quiero decir, porque de repente, ¿verdá? Ora sí que esto…como si dijéramos, pero más sin embargo  “tiene” mucho que no lo veo, y es que, la verdá, ¿cómo se llama? ¿Sabes qué? Lo que pasa es que” “¡Guau!” (Hasta eso aprendimos del gringo: a ladrar. ¡Guau!)

“Hay una sola manera de degradar permanentemente a la humanidad, afirma el filósofo, y es destruir el lenguaje”.

(Sigo mañana.)

El rito vacío

La anual, banal ceremonia con la que un discurso oficial desganado conmemora la nacionalización petrolera, que hoy cumple 75 años de una accidentada historia que es flor y espejo de la del propio país, con sus luchas y logros, tropiezos y claudicaciones; una paraestatal que soporta el lastre de un sindicato corrompido y unos funcionarios entreguistas que la han tasajeado según exigencias  del exterior. Aquí, en un aniversario más de la riqueza petrolera “propiedad exclusiva de los mexicanos”, va un esbozo de su trayectoria desde que un estadista nacionalizó el energético hasta los tiempos de Fox y del Verbo Encarnado:

J. Torres: “Los petroleros son la aristocracia obrera, con beneficios únicos que abarcan sustanciosos salarios y créditos, becas, servicio médico, vacaciones, vivienda, etc”.

El matutino: “PEMEX, campeón mundial en empleo y último en ingresos. Con sus 138 mil 701 trabajadores, la paraestatal mexicana se ubica en primer lugar de una lista que incluye empresas de EU, el Reino Unido, España, Venezuela y Brasil. A la hora del rendimiento, con sus 284.1 miles de dólares anuales por trabajador, se ubica al final de la tabla, muy lejos de la cifra récord que en productividad registra Exxon Mobil, de EU: 1,956.9 dólares”.

Para el Ing. Saade Atille PEMEX es prototipo de corruptelas. Chiapas,  Tabasco, Campeche, Poza Rica, etc”. Mis valedores: desde Merino y Vivanco hasta  Aldana y Romero Deschamps, ¿habrán variado sus condiciones originales? Clamaba el priista M. Osorio Marbán:

“¡Es el más honesto de todo el país! No es un sindicato blanco. Es revolucionario. Los ataques provienen de los enemigos de la Revolución”.

¿El sindicato ha cambiado desde 1978, cuando el Arq. Mario Basañez abocetó su retrato? “Como la mayoría de los sindicatos del país, el de PEMEX favorece los intereses de la empresa, desarrollando un sindicalismo revisionista y mediatizado, en el que es cotidiano el tráfico de los contratos y las plantas de trabajo y el control del obrero mediante la cooperativa de consumo que funciona como una verdadera tienda de raya”.

El Memorándum Brzezinski, 1978: “Debemos incluir las conversaciones sobre gas y petróleo de México dentro de una amplia agenda de cuestiones bilaterales. La clave son los energéticos. Los mexicanos nos han dejado la puerta abierta. Toca a nosotros decidir si ya es tiempo de entrar, o cuándo”. Y años después: “G.W. Bush podría ofrecer a México fondos para convertir PEMEX en la mejor empresa petrolera del mundo. Si Bush padre proporcionó una ayuda similar a Salinas, el apoyo ahora tendría más razón: Bush hijo y el presidente actual quieren integrar un acuerdo energético norteamericano. Necesitamos más energía. Así de simple”.

E. Zedillo, en 1996: “La privatización que promovemos en ferrocarriles, telecomunicaciones, terminales portuarias, aeroportuarias, gas natural y petroquímica secundaria, marchan de acuerdo con los tiempos previstos y en forma exitosa”.

M. Basáñez: “Debido a sus recursos económicos ha permitido a sus líderes, en contubernio con los altos funcionarios de PEMEX, enriquecerse a costa del trabajador”. Y el líder petrolero Romero Deschamps:

– ¡Gracias en nombre de México, Pres. Zedillo, por su lección de democracia, por el ejemplo de patriotismo y por esta muestra de sensibilidad al sentir del pueblo de México, por escuchar los argumentos y darnos su respaldo! ¡Gracias a su patriotismo, su democracia y su sensibilidad, el petróleo y sus derivados están a salvo de la privatización!

México. (PEMEX.)

Jauría del Verbo Encarnado

Huatulco, Oax. “El director de Recursos Humanos del Ayuntamiento de Santa María Huetulco, Enrique Hernández, emitió una circular interna (‘código de vestimenta’, la denominó) para prohibir a las trabajadoras el uso de minifalda, pantalones ajustados y escotes, al igual que ‘sombras’ en el rostro y afeites exagerados”. Las secretarias deberán atender al público con ropa formal tipo sastre”. Mis valedores…

Semejante edicto se publicó la semana anterior con la anuencia de Lorenzo Lavariega, el edil, pero pudiese haber calzado la firma de un Fray Antonio de Escaray en el año de gracia de 1691, cuando moralina y buenas conciencias de la comunidad virreinal aludieron a las malas costumbres y la forma impúdica y descarada con la que damas y caballeros de la alta sociedad se exhibían en los sitios públicos portando vestimenta procaz e indecorosa que despertaba, que exacerbaba los instintos libidinosos. Clamaba en su prédica y lanzaba anatemas un Fray Antonio de Escaray escandalizado y aspaventero:

“¡Qué más incentivo a la lujuria que ver a las mujeres con una zaya toda abierta por delante, para que por la abertura se vea la otra zaya, o a los hombres con unos calzones tan ajustados, que en la misma estrechez manifiestan la forma del muslo, y algo más que por la decencia conviene callar!”

De esto que, en el colmo del escándalo y la indignación, publicó en la ciudad de Querétaro el referido Fray Antonio de Ezcaray, han transcurrido ya tres siglos y un par de décadas, pero texto, escándalo e indignación de las buenas conciencias pudiesen fecharse el día de hoy, y no sólo en Huatulco sino en todo el territorio tricolor, coto privado de la beatería del Verbo Encarnado. Es México. Y si no, vayan tomando nota…

En Querétaro también, pero trescientos veinte años más tarde, se manifiesta el criterio que priva en los gobiernos panistas del resto del país: “Se procura que la mujer se vista de manera apropiada y no con inmoral minifalda. En la Universidad, a los alumnos queremos formarlos y decirles cómo deben vestirse”.

En Monterrey, indignados vecinos protestaron porque algunos “panorámicos” anunciaban sostenes. La productora tuvo que “vestir” el torso de la modelo, y la autoridad fue obligada por los vecinos a retirar los anuncios en los que se promovía el uso del preservativo para evitar el VIH/Sida”.

En 1691, Fray Antonio de Ezcaray: “Qué más incentivo a la lujuria que ver a una mujer agarrotada por la cintura y tan pomposa de lo restante que con la zaya que traen puesta pudieran vestirse cuatros pobres doncellas. Qué más culpables que ponerse un manto, tan transparente, tan pernicioso, que descubre a la mujer de pies a cabeza, añadiendo a este manto una red infernal de puntas, para que por ellas les vean el pelo rizado, las rosas, el chiqueador, la toca, un diluvio de cintas, botones y otras superficialidades…”

Tres siglos y años más tarde, en Villahermosa, Tab., el  ayuntamiento de Centro emite el Bando de Policía y Buen Gobierno, uno de cuyos artículos lo estipulaba: “Habrá sanciones para los ciudadanos que anden desnudos dentro de sus casas y será sancionada la exhibición pública de figuras que sean obscenas o atenten contra la moral y las buenas costumbres”. Esto, en una ciudad donde proliferan las esculturas que recrean, desnuda, la figura humana.

Mérida, 2005. “Las instalaciones de la Unidad de Atención Psicológica, Sexual y Reproductiva, fueron apedreadas… (¿Por quién o quienes? Sigo mañana.)

¿Peor que el alcohol?

Entre la vida y la muerte después de destrozar su auto por evadir un retén del alcoholímetro

Leí la noticia, mis valedores, y recordé la benemérita labor de Carlo Coccioli, a varios años de su viaje definitivo. Aquí, de su libro Hombres en fuga:

¡Ayúdeme! Si usted no me ayuda moralmente… tres días, tres noches… No logro dejar… ayúdeme…

“Es una equivocación, pensé; no conocía aquella voz. Luego he oído mi nombre bien pronunciado. He dicho: Soy yo”.

Soy Carlo Coccioli, pudo haber contestado a la urgida voz del  anónimo desesperado, desgajado por el licor y a punto del derrumbe final que, desde el teléfono público, imploraba el auxilio del novelista que había logrado sobrevivir al licor. En páginas estrujantes de la obra documental titulada Hombres en fuga lo asienta el valedor lo mismo de dipsómanos que  de animalillos en desamparo:

“Eran las ocho de la noche. Toda la tarde había llovido, esta estación de las grandes lluvias es interminablemente tétrica”. Y que al otro lado de la líneas, la anónima voz:

– Ahora estoy lúcido, es decir, casi lúcido: ¿cuánto durará? Puedo beber hasta quince días, hasta morir…

– ¿De dónde está telefoneando? ¡Contésteme!

“Un silencio. Después: que estaba en el centro”.

– Escúcheme con atención. ¿Lograría llegar al Cine Las Américas?

Arreglada quedó la cita. Que él era humilde y muy mal vestido.   Que al verlo, Coccioli se espantaría. “Nada me espanta. Nada”. Ni la voz del alcohólico desahuciado, ni la de tantos redrojillos humanos que gracias a la humana calidad de Coccioli, supieron de la resurrección de la carne hasta entonces  ahogada en licor.

– No resisto el dolor; quiero dejar la botella…

Y al grupo de Alcohólicos Anónimos, milagro del humano valimiento, hasta donde Coccioli, suave y sin turbulencias, los conducía:

“Aquí, en Alcohólicos Anónimos, nos quitan la botella, pero a cambio mucho nos dan. Lo que nos quitan (nos quitamos) nos lo devuelven con usura. El enfermo alcohólico que intente eliminar la botella sin recurrir al grupo no sólo es muy probable que no lo logre, sino que también aumenta sus penas. Aquí, nosotros, vivimos con alegría”.

Bendito sea Dios, que da la alegría. El canto de Coccioli tiene, para mí, resonancias bíblicas: “¡Cuán terrible es el grupo, cuán majestuoso, apoyado así sobre lágrimas y sangre, cuán bello, y cuán rebosante de amor, rebosante de amor ¡Cuán bello es el grupo, cuán lleno, lleno, lleno de Dios! Bendito sea Dios que ha creado A.A., el grupo”. Mis valedores…

Yo, por traer ante ustedes, a varios años de su ausencia definitiva, la memoria de Coccioli, pude haber espigado en alguno de los 32 libros que nos legó el novelista italiano avecindado en México, desde  ese Fabricio Lupo que hace medio siglo fue piedra de escándalo porque el novelista sacaba del “closet” el amor que por aquel entonces no se atrevía a decir su nombre. O de Cuauhtémoc, obra ya cercana a nosotros, o alguno de sus artículos periodísticos en donde reiteraba su decidida pasión por la defensa de la vida en su mínima expresión para los insensibles: la de  los perracos, que hasta allá abarcaban su humana calidad y su valimiento humano, pero preferí traer a ustedes el sub-mundo reflejado en Hombres en fuga, obra testimonial por la que siento un reconocimiento particular porque a cuántos habrá auxiliado a salir del licor, esos que en la botella habían requemado vida, destino, futuro, familia, autoestima, dignidad, todo. Por eso y más recuerdo hoy a Coccioli. (Benemérito, sin más.)

Onanista (mental)

Merienda de anoche. Invitación del maestro. En el aparato, Mozart. Ahí, de repente, don Tintoreto: “¿Quién creen que regresa?  Madrazo, qué les parece. Lo acaban de descubrir en el reciente aquelarre de Peña Nieto y en las cercanías de la sede del PRI. No es por echarles a perder el tamal, pero tengo la horrible corazonada de que Madrazo vuelve al partido, y el Tricolor a Los Pinos”.

Silencio. Estupor.  Palideció Mozart. Desentonó.

– Y no sólo va a regresar. Para mí que el próximo presidente del país es uno que come a mi mesa,  la remachó el maestro.

¿Que qué? Me atraganté, y ahí la copia esperpéntica de La última cena: “¿Seré yo, maestro”, la Jana Chantal, travesti, y sonreía. “¿O soy yo?” El Síquiri fingía seriedad. “¿Yo? Como que lo dudo” –el Cosilión.

– Ninguno de ustedes –la jovencísima setentona de las zarcas pupilas, compañera del maestro, plantó en la mesa la segunda montaña de oaxaqueños-. “El agraciado es uno que mete su mano en mi plato y come de él”.

– ¡Ah, hingáu! Y que saca la mano y se da el sacón ¿quién creen ustedes?, mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins.

– Usted, licenciado. Regresa el PRI, según todos los indicios, y quién mejor que usted mismo  para cruzarse al pecho la tricolor.

Vi a mi primo enrojecer de vanidad; se sonrojó desde los cachetes hasta el propio tamal (oaxaqueño), sonrió blandamente, humilló los párpados y falsa modestia: “Ay, maestro, eso se lo dirá usted a todos”.

– En serio lo afirmo. Si en el sistema político existe congruencia usted tendrá tantas posibilidades como López Obrador. ¿Qué cualidades tiene tabasqueño que no tenga el hijo predilecto de Las Guilotas, Zac.? ¡Señor licenciado Jerásimo, presidente de México!”

-Ay, maestro  -esponjado de vanidad.

– Porque el campanazo de la historia…

El campanazo del celular. Llamada del partido. En posición de firmes, mi consnguíneo:  “Sí, licenciado Madrazo. Cómo no, licenciado Madrazo. Usted ordena, licenciado Madrazo. Como madrazo voy para allá, licenciado”.

Como madrazo se esfumó por esa puerta. Yo, escamado:

– Caray, maestro, ¿no pecó usted de excesivo? ¿Cómo va a ser candidato a Los Pinos un mediocre cuyo logro más significativo es haber llegado a jefe de manzana, y suplente?

-Ningún excesivo. Si eso que apodan política fue capaz de encaramar al actual  en Los Pinos,  ¿no puede provocar una machincuepa que dé con el primo de usted en los mismísimos Pinos? Después del actual, cualquiera. El Jerásimo, por qué no. ¿Zafio, estúpido, mediocre, vulgar? De acuerdo, ¿pero una sociedad como la nuestra puede parir un estadista del tamaño de Juárez y Cárdenas? (La maestra Agueda más tamales). “Puro mediocre de la alzada del Nopalito Ortiz Rubio al nopalito actual. Y nosotros, pasivos y dependientes. Pobre México.”

Discretamente tomé otros seis oaxaqueños para redondear la docena. El estómago, a reventar, y del tamal, al catre. Y ocurrió, mis valedores…

Esa noche soñé un sueño color de rosa donde miré a mi primo allá, en mero arriba, todo gloria y esplendor, y  a la vera de su trono yo mismo,  que me administraba una paraestatal, 6 fideicomisos y la concesión de la droga en el cártel de Neza. En sueños contemplé al rey, que me señaló con el suyo erecto, el índice: “Es el orgullo de mi nepotismo”.

Vínoseme aquella excitación.  Tensáronseme los nervios, el tamal se me frunció (el oaxaqueño). ¿Yo, manos libres?  ¡Guáu!, ladré, gringo de segunda,  y el ladrido me despertó a la crudísima realidad, al torzón, al  vientre hecho garras, ardoroso el tamal. (Macabro.)

¡Reelección de Salinas!

Los migajeros, mis valedores. Los colaboracionistas. A la compraventa de conciencias en las arenas movedizas de la política me referí ayer aquí mismo y traje a cuento la actuación de  los viejos dirigentes del Comunista Mexicano, logreros algunos de ellos que hoy  se agazapan bajo el logotipo del Sol Azteca, desde donde provocan la derrota de ese partido para con ello medrar a escala personal.  Esos, confabulados con antiguos administradores del negocio familiar de Talamantes conocido como  Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, son los protagonistas del movimiento del 68 cooptados por Echeverría para que a lo largo de la guerra de baja intensidad de los años 70 le hicieran el trabajo sucio. Es la historia.

Son ellos los Chuchos  dialoguistas y gradualistas de Nueva Izquierda, profesionales de la derrota con que se posicionan como colaboracionistas del Sistema de poder del que forman parte. Apenas ayer tenían de interlocutor en Gobernación a Fernando Gómez Mont. ¿Reciben hoy instrucciones de Francisco Blake Mora, el sucesor en el Palacio de Cobián? Aquí, anunciada en el matutino, la empresa con la que los cupulares del Ferrocarril planeaban hace unas décadas su nuevo negocio:

México. Están dadas las condiciones para la reelección, asegura el PFCRN.

En la edición del matutino correspondiente al 26 de agosto de 1992 aparece la foto de tres dirigentes del Ferrocarril  de marras: Tomás Correa de este lado, Héctor Delgado del otro, y en el centro: típico: de lentes,  bigotazos, chamarra negra y corbata a rayas, el declarante: Jorge Amador Amador, secretario general del PFCRN. “Están dadas las condiciones  para la reelección”, el principio de sus declaraciones.

Era el sexenio de Carlos Salinas y México estaba en plena etapa de Solidaridad y liberalismo social. Fiel a su querencia, el Ferrocarril de Talamantes clamaba para hacerse oír del “compatriota”:

“La no reelección no es un dogma. Se puede discutir cuando haya consenso para hacer las modificaciones de nuestra Carta Magna”.

Esto, para reforzar las declaraciones de un Jesús González, presidente de la Confederación Nacional de la Pequeña Propiedad (CNPP), quien afirmó, con esa sintaxis: sería muy sano la reelección en el país”.

Los partidos PAN, PARM y PPS aseguran que no cederán ante el intento del PFCRN de modificar la Constitución para permitir la reelección de Salinas. Al respecto Jesús Ortega, coordinador del área electoral del CEN del PRD, hace constar que “hay muchos gobernadores, como Francisco Ruiz, que también están promoviendo la reelección”. En tanto un Jorge Amador, secretario general del Ferrocarril reiteró que “la  no reelección no es un dogma, se puede discutir cuando haya consenso para hacer las modificaciones de nuestra Carta Magna que propicien la reelección del Sr. Presidente Salinas de Gortari.

En conferencia de prensa en la que estuvo acompañado por Tomás Correa y Héctor Delgado, dirigentes del multicitado  Ferrocarril, el talamantero subrayó que “los tiempos están convocando a que se reinicie un proceso histórico para mejorar las condiciones políticas del país y entrar a una fase de modernización y reestructuración”.

Por su parte, el dirigente perredista Ramón Sosa Montes (aún no daba en la coquetería de machihembrar sus dos apellidos) advirtió que el tema de la reelección es muy delicado, porque sería traicionar los principios que intentaron dar libertad y justicia al país, aunque… (Sigo después.)