Onanista (mental)

Merienda de anoche. Invitación del maestro. En el aparato, Mozart. Ahí, de repente, don Tintoreto: “¿Quién creen que regresa?  Madrazo, qué les parece. Lo acaban de descubrir en el reciente aquelarre de Peña Nieto y en las cercanías de la sede del PRI. No es por echarles a perder el tamal, pero tengo la horrible corazonada de que Madrazo vuelve al partido, y el Tricolor a Los Pinos”.

Silencio. Estupor.  Palideció Mozart. Desentonó.

– Y no sólo va a regresar. Para mí que el próximo presidente del país es uno que come a mi mesa,  la remachó el maestro.

¿Que qué? Me atraganté, y ahí la copia esperpéntica de La última cena: “¿Seré yo, maestro”, la Jana Chantal, travesti, y sonreía. “¿O soy yo?” El Síquiri fingía seriedad. “¿Yo? Como que lo dudo” –el Cosilión.

– Ninguno de ustedes –la jovencísima setentona de las zarcas pupilas, compañera del maestro, plantó en la mesa la segunda montaña de oaxaqueños-. “El agraciado es uno que mete su mano en mi plato y come de él”.

– ¡Ah, hingáu! Y que saca la mano y se da el sacón ¿quién creen ustedes?, mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins.

– Usted, licenciado. Regresa el PRI, según todos los indicios, y quién mejor que usted mismo  para cruzarse al pecho la tricolor.

Vi a mi primo enrojecer de vanidad; se sonrojó desde los cachetes hasta el propio tamal (oaxaqueño), sonrió blandamente, humilló los párpados y falsa modestia: “Ay, maestro, eso se lo dirá usted a todos”.

– En serio lo afirmo. Si en el sistema político existe congruencia usted tendrá tantas posibilidades como López Obrador. ¿Qué cualidades tiene tabasqueño que no tenga el hijo predilecto de Las Guilotas, Zac.? ¡Señor licenciado Jerásimo, presidente de México!”

-Ay, maestro  -esponjado de vanidad.

– Porque el campanazo de la historia…

El campanazo del celular. Llamada del partido. En posición de firmes, mi consnguíneo:  “Sí, licenciado Madrazo. Cómo no, licenciado Madrazo. Usted ordena, licenciado Madrazo. Como madrazo voy para allá, licenciado”.

Como madrazo se esfumó por esa puerta. Yo, escamado:

– Caray, maestro, ¿no pecó usted de excesivo? ¿Cómo va a ser candidato a Los Pinos un mediocre cuyo logro más significativo es haber llegado a jefe de manzana, y suplente?

-Ningún excesivo. Si eso que apodan política fue capaz de encaramar al actual  en Los Pinos,  ¿no puede provocar una machincuepa que dé con el primo de usted en los mismísimos Pinos? Después del actual, cualquiera. El Jerásimo, por qué no. ¿Zafio, estúpido, mediocre, vulgar? De acuerdo, ¿pero una sociedad como la nuestra puede parir un estadista del tamaño de Juárez y Cárdenas? (La maestra Agueda más tamales). “Puro mediocre de la alzada del Nopalito Ortiz Rubio al nopalito actual. Y nosotros, pasivos y dependientes. Pobre México.”

Discretamente tomé otros seis oaxaqueños para redondear la docena. El estómago, a reventar, y del tamal, al catre. Y ocurrió, mis valedores…

Esa noche soñé un sueño color de rosa donde miré a mi primo allá, en mero arriba, todo gloria y esplendor, y  a la vera de su trono yo mismo,  que me administraba una paraestatal, 6 fideicomisos y la concesión de la droga en el cártel de Neza. En sueños contemplé al rey, que me señaló con el suyo erecto, el índice: “Es el orgullo de mi nepotismo”.

Vínoseme aquella excitación.  Tensáronseme los nervios, el tamal se me frunció (el oaxaqueño). ¿Yo, manos libres?  ¡Guáu!, ladré, gringo de segunda,  y el ladrido me despertó a la crudísima realidad, al torzón, al  vientre hecho garras, ardoroso el tamal. (Macabro.)

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