Temible y hermético

“En el exterior, Méjico es el único país americano capaz de oponerse a la gente del norte y reconquistarse definitivamente”.

¿Podrá conseguirlo con gobiernos proyanquis despreciados por yanquis? Hoy, ante el acoso del Norte y la bajuna respuesta de los mediocres, me viene a la mente la grandeza mexicana que describen cronistas y poetas:

Y algunos de nuestros soldados decían que aquello que venia si era entre sueños…

Tal cuenta Bernal Díaz, sus pupilas encandiladas a la vista de un México-Tenochtitlan cuyas torres, cues y pirámides se erguían sobre espejo de la laguna. Siglos más tarde un cierto conquistador conquistado clamaría en un poema Méjico:

Contra los gachupines que alambican – residuos coloniales por sus venas – prepara tu fusil. Tú eres el indio – poblador de la sangre del criollo – Si él y tú sois Méjico, ninguno – duerma, trabaje, llore y se despierte – sin saber que una mano lo estrangula…

El fue Rafael Alberti, poeta español que primero nos conoció por los ojos de Bernal Díaz y más tarde paso a paso por el país. El poeta tornaba de Chile, Uruguay, Argentina y de donde la bota del Franco dictador lo aventó a la trasterra. En 1935 reseñó su encuentro con este México que él miró aún con jota, y cuyos conceptos, a mi ver, adquieren renovada actualidad hoy día, cuando advierto la presencia del Imperio sobre este país de proyanquis.. Y qué intensas y viscerales las impresiones que le produjo el choque con la tierra que conquistó la tizona de un cascorvo al que auxiliaron el Tonatihú de la barba bermeja y arroyos tlaxcaltecas salidos de madre. El poeta:

“El Méjico de Bernal Díaz aún está vivo, como él; pero dentro de un Méjico de hoy. Por eso mi encuentro con Bernal Díaz no es el tropiezo con un muerto, ni siquiera con un resucitado, sino con la realidad viva, palpitante, en movimiento”.

Así, del asombro al deslumbramiento, el poeta recorre la vieja Nueva España y un DF todavía a la medida de sus habitantes, y mal puede asimilar el encontronazo con esa realidad mexicana que se ha topado tan de repente:

“Triste historia es mi aventura, comparada con la de Bernal. Yo no libré batallas con los mejicanos conquistadores, porque me rendí al primer día. Pero me incorporé enseguida con todo mi entusiasmo a la ebullición de su sangre, y mi aventura mejicana, como sucede en las más fabulosas y secretas, no la puedo contar todavía.”

Pero la cuenta, y a lo apasionado discurre en derredor del nacimiento del mestizaje. De nuestra vecindad con el Imperio distante, un contrasentido,  la advertencia:

“Los problemas actuales de Méjico no se presentan ya a punta de lanza. Son los problemas internos de soberanía e independencia económica. Su nacionalismo revolucionario no son palabras sin sentido, si los hechos las van cumpliendo como se espera”.

Eres antiguo, horror de cumbres batidas por pirámides – trueno oscuro de selvas observadas -por cien mil ojos lentos de serpientes…

En prosa alude al México malgobernado por mediocres de criterio gerencial y vocación proyanki:

Méjico, temible, hermético, violento, rencoroso, no ha perdonado a los conquistadores. Y este sentimiento lo padece el criollo, que es, sin embargo, descendiente directo del encomendero; y lo padecen visitantes como Valle-lnclán, quien seguramente se hubiera batido contra Hernán Cortés hasta llegar a perder el otro brazo. Y lo padecí yo, y hoy quizá lo padecería el mismo Bernal Díaz, si advirtiera la invisible presencia de ese pabellón yanqui de los 48 estrellas y las 14 bandas”. (México.)

¡Otra cañonazo!

Intentó hacer amigos  a sus enemigos. Sólo consiguió transformar a sus propios amigos en   enemigos.

Crédulo como fue el presidente Madero, e inhábil para gobernar un país que levantó en armas, su exceso de buena fe lo iba a llevar hasta un terreno baldío donde la noche del 22 de febrero de 1913 recibiría un tiro, uno solo, en la nuca. Y ahí se inició una nueva etapa de la revolución.

Los Madero, Pino Suárez, Mondragón, Reyes, Díaz, Blanquet,  Henry Lane Wilson, Victoriano Huerta,  y una Ciudadela en llamas. Zopilotera y hedor, esa historia…

La historia de la Decena Trágica. Una mala decisión de gobierno, el complot de un quinteto de traidores y una zona de la ciudad que se incendia entre derramamientos de sangre. A 97 años del holocausto y ya con el juicio incontrovertible de la historia, escuece reconocer que  iba ser un manso  Madero y no Ricardo Flores Magón,  ideólogo y luchador civil, quien llevase al país a dar el salto de calidad. Más allá del calificativo de mártir no pudiese resistir ningún otro ese al que a su hora nombraban Panchito Madero.

Tú qué adalid vas a ser – te lo digo sin inquinas – gallo bravo quieres ser – y te falta, Chantecler, – lo que ponen las gallinas”.

Hasta allá permitió Madero que sus enemigos, al pretexto de una mal entendida “libertad de expresión y de imprenta”, perpetraran verdaderos delitos civiles en contra de la investidura presidencial. Uno de quienes más irían a zaherirlo fue José Juan Tablada, personaje de claroscuros: excelente en cuanto poeta y hombre de ingenio, reaccionario en su ideología, su odio al vitivinicultor lo llevó a vituperarlo con burletas sangrientas, sobre todo en la polémica que sostienen un perico y el gallo Chantecler, sainete al que pertenece la cuarteta anterior, vitriolo quintaesenciado.

Este mismo Tablada nos dejó la crónica exacta de los sucesos que detonaron la Decena Trágica. De su diario, fechado en 1913:

«Domingo 9 de febrero – De México me telefonean que la guarnición se ha sublevado al grito de ‘¡Vivan Félix Díaz y Bernardo Reyes!’, que se oye el tiroteo en los barrios y que el Presidente está en Chapultepec, en calidad de preso, por los alumnos del Colegio Militar (cadetes de la Escuela de Aspirantes, de Tlalpan, sublevados contra Madero por obra de Mondragón, mis valedores); que por las calles corren caballos sin jinete y que el tiroteo continúa. Coyoacán, sin comunicación de tranvías con la capital.

11.30 AM – J.M.A. me habla por teléfono. Dice que están tirando con metralla sobre la ciudad desde la Ciudadela, donde hay  tropas leales al Gobierno.

10.50 AM – Pretendo volver a hablar por teléfono y me contestan de la Central que están rompiendo las líneas y que ya no hay en servicio más que una sola…

12.10 AM – El mozo al que mandé para que comprara una pequeña despensa en previsión de probables escaseces dice que es imposible ir allá, pues el tráfico de tranvías continúa interrumpido.

5.20 PM – Telefonean que Mondragón ha intimado rendición al Presidente Madero encerrado en Palacio, dándole como plazo hasta las 6 de la tarde. Cualesquiera que sean los cargos al Gobierno, al hombre civilizado le repugnan estos brutales procederes de la fuerza bruta, que ya parecían proscritos de nuestra dinámica social.

5.50 PM – Que la Prisión Militar de Santiago y las redacciones de El País, La Tribuna y El Heraldo, han sido incendiadas por el populacho. Que llueven los proyectiles y la ciudad está llena de cadáveres.

“¡Un cañonazo! ¡Otro cañonazo!’”

(Esto sigue después.)

Significado oculto

Sabio serás, caminante, si lo descifras. Escucha: es un acantilado altísimo y solitario, que visitan sólo las aves marinas. Es una tarde otoñal, con un cielo anubarrado y un cierzo que riza las olas de un mar como encanecido. Es el zumbar del viento y el ríspido reclamo de las aves marinas. Y no más. ¿El mensaje oculto? Aguarda a escuchar el resto.

Dije y no más,  pero mentía; en una saliente de la roca permanece, solitario, un hombre. ¿Lo observas? Al cuello lleva un dogal, y en las manos sostiene, atada al otro extremo, una piedra. ¿Adivinas el aspecto del presunto suicida? Flaco, pálido y demacrado, todo ojeras y espinazo gacho, con evidencias de profundísima depresión. Ya irás entendiendo el sentido de la parábola.

Vencido de mala vida, el hombrecillo se encorva en dirección del abismo marino, lo observa con ojos donde anida toda la desolación de este mundo, lo mira sin parpadear, como si experimentase la atracción del abismo y la muerte inminente en el vientre helado del mar. Un paso más y… Pero el Gran Todo reservaba para la criatura un diferente destino. Verás.

De una caverna cercana acaba de surgir la figura de un tigre que se acerca, sigiloso, al hombrecillo. Con suavidad, para no sobresaltarlo, le comienza a hablar:

– Dice el arcano que el hombre no puede escoger su vida, pero sí su muerte. Te saludo.

El hombre vuelve su rostro; mira esas fauces salivosas, esos ojos como brasas. (Espero, caminante, que vayas captando el mensaje.)

– ¿Quién eres, que así turbas mi postrer bocado de vida?

– Yo soy el tigre que habita estas soledades. Te ruego que me honres visitando mi cueva y regalándome con la carne de tu cuerpo, como alimento.

El cierzo eriza la piel del presunto suicida.

-Te lo ruego, hombrecillo. No sé cómo llegaste hasta estas lobregueces ni qué riguroso destino te lleve a la decisión de quitarte la vida. Sólo sé que tu muerte en las aguas no habrá de reportar a nadie ningún beneficio. No a pez alguno  de las marinas profundidades, que despreciará el convite de tu carne porque se encuentra harto  y satisfecho con los buenos bocados que se allega en los arrecifes. Yo, en cambio, padezco de agruras, con mi panza asqueada de cornejas, gaviotas distraídas y una que otra caza menor. ¿Comprendes?

El hombre, con su piedra a cuestas, nada dice; parece ausente.

– Si decidido estás a morir, ¿por qué no regalarme tu carne? Piénsalo, que yo no he de forzar tu decisión, pero si allá abajo nadie agradecerá tu muerte; mi barriga, en cambio, te bendecirá y habrá de encomendar tu ánima a la misericordia del Gran Todo. Decide.

(A estas alturas, caminante, ya habrás entrevisto el oculto sentido de la fábula. Sigo.)

Oyendo las razones del tigre, el hombre medita: “No tengo escapatoria. O el tigre o el mar”. Entonces, filósofo del infortunio, recula hasta percibir el aliento fétido de la bestia. Dice: “Resuelto está. Devórame. Algún consuelo pudiese ser el que a alguno beneficie mi muerte”.

En diciéndolo se desata el dogal y con paso cansino camina detrás de la bestia. Ambos penetran en la caverna. ¿Has comprendido el oculto mensaje de la parábola? ¿No? Entonces permite que te haga escuchar las palabras que hombre y bestia se entrecruzaron en la oscuridad de la cueva:

– Bueno, ¿y cuál es tu nombre?

México. ¿Y el tuyo?

– Llámame tigre, sin más. O Economía internacional,  como mejor te acomode.

Y no más. Esperemos del Gran Todo, caminante, que no sea el tigre como lo pinta la fábula, porque entonces…

México. (¡Calderón!)

Plañideras

Crispante, mis valedores, explosivo se nos torna el ambiente previo al proceso electoral del próximo día 13 de noviembre en Michoacán. ¿Por otro edil sacrificado en esta delirante, inexistente  guerra  que lleva perdida Felipe Calderón? ¿Cuántas víctimas ha vomitado una presidencia municipal, cuántos el domicilio particular, cuántos la guardería infantil y la media calle, la carretera federal y los caminos vecinales o las veredas de la serranía? Millar y medio de niños han asesinado los rifles al servicio de Calderón, y a unos padres huérfanos de sus hijos ningún panista dio el pésame por esas criaturas cuya muerte no pasa de “daño colateral”.  ¿Por qué entonces, la sobre-reacción en el duelo por la muerte violenta del edil de La Piedad, en el territorio michoacano?

Ello se debe, mis valedores,  a los dividendos que con el falso duelo y los paños negros ofrenda el panismo a la cuenta de la Cocoa como ensayo para las elecciones del 2012. Es por ello que los histriones del blanquiazul sacan del armario la máscara y los velos oscuros,  se gotean los ojos con lágrimas de glicerina y con aspavientos y manoteos a la mitad del foro patrio y el alcahuetaje al tanto más cuanto de todos los medios de condicionamiento de masas claman al cielo y exigen justicia.

Nada tiene de novedosa la representación teatrera, burda imitación de la puesta en escena que instrumentó el Tricolor cuando le asesinaron a un Torre Cantú, su candidato al gobierno de Tamaulipas. Fue cosa de ver un huipil retorcerse al clamor de Beatriz Paredes culpando a Calderón de la muerte del candidato y a gritos y manoteos demandando justicia. Lo consabido.

Porque el nuestro es el país del surrealismo y el astracán, el esperpento y la gesticulación de esos cuya acción politiquera lubrican con el falso duelo y las lágrimas de utilería. Nosotros, en tanto, como espectadores del torneo de tenis.

Sí, que hoy mismo, en nuestra crispada vida pública, de la piedad al odio no hay más que torcer el pescuezo para pasar del dolor ante los paños oscuros y el llorar de las plañideras al horror escandalizado ¡porque de forma insólita y repentina se descubrió excedida una cuenta pública en el erario coahuilense!

– ¡Moreira, ladrón, sinverguenza!

Ah, esas masas sociales cuyos sentimientos y acciones modelan y modulan la de plasma y el cinescopio. Esas,  a pendulear desde la piedad inducida por la muerte del edil hasta la iracundia manipulada contra el exgobernador de Coahuila. ¡Quién se iba a imaginar que en la claque política del país se escondiera un defraudador de los dineros públicos! ¡Quién iba a suponer que del panal de abejas que un insensato golpeara con el cañón de una AK-47 iba a brotar el enjambre de lancetas que, enfrentadas a decenas de miles de chaquetines color verde oliva, sembrarían en el patrio territorio más de 45 mil cadáveres, uno de los cuales sería el edil panista de La Piedad, Michoacán!

¿Por qué en esta cara de la moneda semejante alarde de compasión y piedad mientras que en esta otra tal estupor y el odio consiguiente? ¿Es este el primer edil sacrificado, es aquel el primer político al que descubren de presunto ladrón? ¿No advertimos en ambos casos la sobre-actuación de los histriones politiqueros, que con artes de mala ley a lo mañoso  manosean nuestros sentimientos  en provecho del Sistema de poder? ¿No nos percatamos de que agitan las ramas para luego recoger la cosecha de votos que como hojas secas se desprendan de la ramazón? Ah, politiqueros. Ah, México, nuestro país. (Lóbrego.)

 

Un diestro siniestro

Desprecio a los toreadores, que así arriesgan lo más valioso del hombre, su propia vida. (Saint-Exupery.)

“Toreadores” del empaque de Lorenzo Garza, mis valedores. Cuentan los viejos taurófilos que en cuanto figura de la tauromaquia el regiomontano fue siempre un diestro extremoso, y que del ruedo tenía que salir a hombros de la fanaticada o a hombros de unos gendarmes que lo iban a descargar en la  delegación policíaca, ya sea que hubiese redondeado una faena de escándalo o por achaques de un temperamento rijoso hubiera alzado la escandalera por sus pleitos verbales con el respetable. Lorenzo Garza.

Los “toreadores”. Ah, ese ritual de la seda, la sangre y el sol. Ah, ceremonia ancestral cuyas raíces se rastrean en la mismísima Creta de Minos, con la reina Pasifae ayuntada con soberbio astado de pelaje blanco, nupcias nefandas de las que nació el Minotauro. La fiesta del toro es festividad y es historia, tradición y sustancia en la España de los Cagancho, Manolete y Belmonte. Yo detesto la tal tradición, como abomino de todas las que implican violencia y desdén por la vida, en este caso sea la del toro o la del figurín pinturero que con traje de colorines se le planta enfrente, casi siempre por el negocio del tanto más cuanto, que ya tiene sintetizada la justificación:

“Más cornadas da el hambre”. (“Más cornadas da el hombre”, de su marido me dijo  mi acompañante. Quedo, al oído.)

Pues sí, pero en aquella ocasión mi renuencia a la exhibición de barbarie me la lidió aquella sota moza amante de toreros  y  toros, de tientas y tentaderos, a la que tuve que acompañar.  “Tengo dos boletos de sol. Torea uno que haz de cuenta Lorenzo el Magnífico”. Y allá vamos. La crónica.

Las cinco en punto en la “México”. El pregón clarinero desfloró los aires, y abrióse  la de cuadrillas, y salió el alguacilillo, y  al desgranar de los sevillanos arpegios arrancó el paseíllo, y válgame, lo que vieron mis ojos: ahí la esperpéntica estampa del diestro (ni a diestro llegaba; era zurdo): qué planta de chaparrón ayuno de todo carisma, figurilla cuya alternativa la tomó al trascuerno. Mírenlo (terno blanquiazul que le queda guango por todas partes): desde el primer tercio del ruedo se deja venir partiendo plaza que hasta parece la pura verdad. Miren cómo intenta un garbo inexistente y el salero del resalao sin más recurso que alacranar una ceja, pobrín. Pero vaya que el tal está resalao, y tanto que sala todo lo que tienta. ¿Ave? Cuervo de las tempestades.

Detrás del diestro (del siniestro, que también se le nombra al zurdo), su gabinete (“cuadrilla”, me corrige la dama. “No hables de lo que no sabes, bigotón”. “Si no hablo de lo que no sé, entonces de qué voy a hablar”). En fin, la cuadrilla del picapleitos (“picador, y es el que monta ese jamelgo”,  me volvió a corregir. Ella bien que sabe de cornúpetas, y no digo más), y  banderilleros, mozos de estoque, mulillas de arrastre (“mulas arrastradas, bueyes cabestros y bueyes Corderos”, me corrigió el de la bota de tinto),  y los monosabios (“monopendejos. Todos”, el susodicho).

Y que rasga los aires la clarinada, y que  se abre la de toriles, y que aparece el primero de la tarde: negro entrepelao, enmorriñao, corniabierto, 500 kilos sobre los lomos, una Zeta el fierro de la ganadería y astas de este largor, puntiagudas. “Inseguridad pública”. Se respira un tufo a sangre, a duelos y lágrimas.

¡Y la hora de la verdad! Aviéntese el diestro zurdo.  “¡Dejarme solo!”

Y fue entonces. Sin calcular su extrema debilidad… (Mañana.)

Tlatelolco

El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco. ¿A dónde vamos? ¡Oh amigos! Luego, eso fue verdad. Ya abandonan la Ciudad de México. El humo se está levantando. La niebla se está extendiendo…

Fue un día como el próximo domingo, pero de hace 43 años, cuando Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, anocheció empantanada de sangre recién derramada, para que al día siguiente amaneciera pulcra, recién relujada, como si horas antes no la hubiesen crispado de cadáveres. ¿Cuántos civiles asesinados? Doscientos, según documentos desclasificados en Washington, por más que muy otra es la historia oficial.

Fue en 1978. Los reporteros se acercaron al Gral. José Hernández Toledo, jefe que fue del Batallón Olimpia la tarde de Tlatelolco:

– General, ¿realmente falleció el número de personas que se afirma murieron el 2 de octubre del 68?

Rotunda, la respuesta del  militar: “No, miren, en Tlatelolco no falleció ninguno”.

La historia oficial, ese interesado manipuleo de la crónica que viene desde Tlacaélel (¿desde antes?) en una tradición que han mantenido los alquilones al servicio del Poder, como aquel de nombre Rafael Solana, hoy difunto y ya desde antes muerto en vida, una vida que dedicó a quemar incienso a los premios literarios, al presidente en turno y a la belleza de la que fuese “primera dama”. De la masacre (¡no genocidio!) de Tlatelolco lo publicó el Solana de marras:

– Ganas de exagerar que tiene la gente.  El 2 de octubre fue una catástrofe de muchísimas menores proporciones que un accidente de aviación no muy grande, o que unas vacaciones de Semana Santa en las carreteras del país, mucho menor que el incendio de un teatro, ¿y a eso se le ha pretendido  dar dimensiones de epopeya? ¿Y se ha llegado a la exageración ridícula de decir antes de Tlatelolco y después de Tlatelolco? Pero cómo, ¿acaso, cuando el choque de trenes en Topilejo, se llegó a decir antes de Topilejo y después de Topilejo? Qué ganas de exagerar…

Que Tlatelolco nunca más. Hoy, cuando aquí, allá y en todos los rumbos de la rosa se encienden los focos rojos, cuando las aguas bajan turbias y parece que el Poder intenta despertar al México bronco, vale decir desde lo íntimo del cogollo del espíritu:

Que Tlatelolco nunca más. Nunca…

Pero lo que es el poder de los medios de condicionamiento sobre unas masas domesticadas:  en el sangrante amanecer de Tlatelolco la ciudad capital amaneció  en brama olímpica, colguijes y banderitas  tremolando al viento como signo de confraternidad, mientras el represor autócrata, manos tintas en sangre, clamaba ante la rosa de los vientos:

– ¡Todo es posible en la paz!

Y todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos; con esa lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados

Bueno, sí, pero más allá de la historia oficial,  ¿qué fue lo que realmente se perpetró en Tlatelolco? ¿Cuáles fueron sus antecedentes, y qué consecuencias produjo en nuestro país? Lo apuntaba The York Times hace unos años:

“Si la historia la escriben los ganadores, la de México podría sufrir una importante corrección. Una Comisión de la Verdad sería ser una ventana hacia un panorama de secretos, una caja de Pandora política. De ser abierta, podría destruir al Revolucionario Institucional, que durante 71 años de dominio en México controló el flujo de información, los archivos del Estado y la versión oficial de la historia. Muchos capítulos de la versión oficial son falsos o están llenos de huecos”.

Mis valedores: es  Tlatelolco. Es México. (Este país.)

No lo perdono, señor

Con el respeto debido a su altísima investidura: mucho y en muchas formas ha lesionado usted al país y a la mayoría de sus habitantes durante sus casi 5 años de mal gobierno; pero señor, para comenzar, yo le perdonaría las tretas de mala ley con que en compinchaje con los mega-ricos, la Gordillo, el duopolio de TV y las sotanas, logró encaramarse hasta la mera punta de Los Pinos.

Yo le perdonaría que usted, el que un 1º. de diciembre juró cumplir y hacer cumplir la Constitución, se haya tornado cómplice de la corrupción lucrativa e impune de los Salinas, Montiel, Fox y Bribiesca, Sahagún y Gordillo, Romero Deschamps y demás bandidos de nuestros dineros.

Podría perdonarle que cuando candidato presidencial nos haya mentido con aquello de bajar los impuestos, suprimir la tenencia del auto y que sería usted el presidente del empleo. Tal vez le perdonaría todos sus embustes, como también que con el la complicidad de Norbertos OnésimosEl Yunque, los legionarios de Cristo, cristeros tardíos y beatos del Verbo Encarnado, siga asestando puñaladas de pícaro al Estado laico.

Podría perdonarle esa indecorosa maniobra de apoyar con toda la fuerza del Estado a su hermana Cocoa, señor.

Le perdonaría que a estas alturas de su gobierno, verborreico por naturaleza y de mecha corta por deformación, se haya contrapunteado con unos priístas a los que debe el logro de colocarse la Tricolor, y el cogobierno en los primeros tiempos de su sexenio; que se haya malquistado con las bases sociales de su propio partido y que para asuntos del trabajo sucio se haya allegado a los  chuchos talamanteros,  alquilones de la mala política, esa que rinde dividendos en metálico.

Tal vez perdonaría que se haya contrapunteado con el pueblo de Norteamérica motejándolo de vicioso y  drogadicto, y con Obama porque  haya surtido de armas  a los cárteles del narcotráfico mexicano, y que  no haya sentado en la silla eléctrica a las dos que criaturitas le nacieron a la señora esposa del Chapo Guzmán.

Le pudiera perdonar los gasolinazos, la carestía de la canasta básica, unos aumentos en el salario mínimo que no rebasan el 5 por ciento y su preferencia por la macroeconomía y los mega-ricos que lo treparon hasta Los Pinos.

No, y sus derroches en anuncios publicitarios de radio y televisión, a cual más de embusteros,  que tiene el nulo decoro de pagar con los dineros de una masa social depauperada por sus prácticas neoliberales, señor. Esto, sin gota de vergüenza, porque sabe que a una masa social mansa, apática y dependiente se le puede faltar al respeto.

Con dificultad podría perdonarle que haya arrojado a la calle a 44 mil trabajadores electricistas y que ahora, con la CFE, tengamos que pagar unos apagones carísimos.

Con mucha más dificultad le perdonaría el derramamiento de sangre en el territorio nacional, y que contra el más elemental respeto a los derechos humanos haya convertido mi país en un puro valle de lágrimas, duelo, terror y familias deshechas que lloran un hermano desaparecido, un marido asesinado, un padre descabezado, un hijo que nunca habrá de volver…

Todo podría perdonarle, señor. Lo que no le perdono ni nunca le he de perdonar, como tampoco la Historia, es que su delirante brama antinarco haya desperdigado en el territorio de mi país un reguero de hasta mil 333 cadáveres de criaturas, algunas recién nacidas.  Esa sangre indeleble lo va a derrumbar en el hondón más siniestro del desván de la Historia. De por vida, señor. De por muerte. (Vale, y firmo para constancia.)

Boicot

Las enseñanzas que nos brinda la historia, mis valedores. Valiosísimas todas, sí, pero es una lástima que nosotros nos rehusemos a aprovecharlas. Una de ellas se produjo apenas en el 2003. Medio centenar de marchantas de Perisur, cansadas de la inseguridad y el peligro que reportaba acudir de compras al susodicho, donde algunas ya habían sufrido robos por causa de una deficiente vigilancia o algo semejante (para el caso que reporto el origen del descontento es lo de menos), decidió actuar por su cuenta y se posesionó de estacionamiento y accesos del conjunto comercial, y con volantes y de viva voz invitaban a los visitantes a aplicar un boicot contra Perisur.

Boicot. No menos, no más, pero con su convocatoria aquel medio centenar de descontentas prendió focos rojos en la zona comercial de Santa Fe y otras negociaciones, y rápido, mientras se redobla la guardia, a sintetizar el antídoto y de inmediato ponerlo en práctica para neutralizar el daño que amenazaba contagiar al comercio organizado. Y sí.

El antídoto funcionó. Varios comisionados de los comerciantes se entrevistaron con las desestabilizadoras. El boicot, se les dijo, era una medida inútil, perjudicial  para el comercio y los clientes. ¿Por qué no adoptar una medida en verdad efectiva contra la inseguridad pública?

– Pero cuál, dijeron.

– Unanse a todos nosotros, los miles de descontentos que el próximo  domingo vamos a hacer una marcha desde el Angel hasta el zócalo para exigir al presidente Fox que aplique las medidas pertinentes contra la inseguridad pública. Ya veremos si las autoridades resisten nuestra “movilización” del próximo domingo.

Tal era su invitación, y yo fui testigo: a la mañana siguiente las inconformes continuaban con su maniobra en las inmediaciones de Perisur, pero esta vez ya no proclamaban el boicot, sino que invitaban a la clientela a  tomar parte en la mega-marchita del domingo siguiente.

Como aconteció con la de 1997 contra Zedillo, la “marcha blanca” que le forjaron a Fox congregó a millares de descontentos. ¿Y? ¿Cuál fue el resultado? A la vista del fracaso de la toma de la vía pública, ¿las rebeldes de Perisur serían capaces de aplicar un ejercicio de autocrítica y calibrar el peso específico de estos dos vocablos: mega-marchita y boicot?

Esto lo cito porque advierto que el descontento de las masas sociales cunde en los países del orbe, con miles de “indignados” que se rebelan “contra  la avaricia de las corporaciones, el servilismo de los políticos y un sistema financiero global diseñado para proteger al 1º.  por ciento más rico del orbe”.

Cuánta energía social desperdiciada.  Porque, mis valedores, ¿conocerán  esos “indignados” la síntesis del quehacer revolucionario pacífico? Caliente el corazón, pero fría la cabeza. ¿Sabrán que el cambio de un Sistema de poder ya intolerable es tarea intransferible de esos “indignados”, que lo habrán de lograr cuando dejen de exigir y, a la luz de la autocrítica, asuman,  y organizados en comités autogestionarios realicen el cambio en las estructuras del gobierno y coloquen en Los Pinos de cada país un gobierno que mande obedeciendo, un gobierno al que obedecer como sus mandantes?

¿Egipto, dice alguno de ustedes? ¿Túnez, Libia, Siria? ¿Qué la caída del  “dictador” se debió a tal  “movilización” multitudinaria, sin más? No, un momento; ya no tenemos derecho al candor: “La OTAN prepara maletas para salir del territorio libio”. No el libio, no el tunecino; fue el asesino mundial, el Drácula sediento del petróleo ajeno. Y no más. (Vale.)

El parto de los Montes

Estoy de fiesta, mis valedores. Los Montes bautizan, y me invitaron al mole,  de Atocpan o oaxaqueño. La Bicha, sí, de la vivienda 36, que parió mellizos. El triponcillo es el vivo retrato de cierto ingenierillo, estadalero u operador de excavadora de los que se afanan en los escarbaderos de la futura Supervía que irá de aquí hasta Los Pinos, soñador que no fuera Ebrard. ¿No advertirá el del abrazo de la Plaza Mariana, que al apapachar a Norberto Rivera y al beato del Verbo Encarnado apuñaló por la espalda el laicismo y desbieló el motor que pudiese trasladarlo hasta el sillón de allá arriba?

Total, que el recién nacido hagan de cuenta el excavador de la Supervía, bien haya el chamaco. Pues sí, pero lástima: la hermanita gemela también ha salido con cara de escavador. Trágico. El susodicho, después de la excavación,  anocheció y no amaneció en la obra negra, y ojos que te vieron ir…

“No importa –con sus molotitos de carne, el abuelo, eufórico-. Yo les doy mi apellido, que tengo más Montes que la Madre Sierra”.Y que para el bautizo piensa echar la casa por la ventana. “Total, que de todas maneras Ebrard me la cuarteó con su trabajada”. Y que un fiestón para celebrar que las dos criaturas vinieron predestinadas de Dios. “Y si no, bigotón, ¿cómo iban a sobrevivir al recinto del mal donde fueron a nacer estos inocentes?” (¿Recinto del mal? Ajale. Más tarde iba a enterarme del tal.) Aquí la crónica del alumbramiento de los Montes gemelos.

La Bicha, según su propia versión, comenzó con las contracciones por ahí de las 6 a.m., con don Cuco Montes todavía esperanzado en que todo se redujera a lo indigestos que en la noche resultan pozole y  tlacoyos. Cuando se rindió a la evidencia, ya con la cabecita del primero pidiendo pista para aterrizar, don Cuco solicitó al sanatorio una ambulancia que en menos de tres horas levantaba a la parturienta, y vámonos a cubrir las 20 o 25 cuadras que nos separaban de Urgencias. “Aguanta, Bicha”. Yo, de acomedido.

10:13 a.m. A sirena abierta nos enfrentamos a las callejas del Centro Histórico. En el callejón de Mil Metros, contra-esquina de Mil Usos,  nos engarrota el primer embotellamiento del día. Los 14 militantes de la Federación Popular Revolucionaria de Comerciantes en Ropa Reciclada y Similares, que bloquean la Avenida Juárez con todo y el hemiciclo del Benemérito: “¡Este! ¡Puño! ¡Síse! ¡Veee..! ¡Exigí! ¡Mooosss!

Dentro de la ambulancia La Bicha, todavía ecuánime, experimenta los dolores cada 12 minutos flat. Yo, que le ayudo a bien parir, voy tronándomelas de nervios, las manos. “Calma, bigotón”. Me sonríe. “Respira hondo”, me dice. Su frente, húmeda de sudor.

12:26 p.m. Logramos librar la mega-marchita de los 14 y avanzar casi media cuadra. Y aquel calorón. Metros adelante, integrantes de la Asamblea de Barros, Artesanías y similares, que secuestraron Venustiano Carranza y anexas. Yo, semejante ansiedad. Mis nervios, pariendo cuates. Los de la mega-marchita, ambulantes desplazados: “¡Ebrard, carboncito,  sal para fuera y óyenos!”

13:12: La ambulancia, el frenón. Los de esta nueva mega-marchita poco exigen: paz en el orbe, fuera gringos de Irak y Afganistán, juicio político a Calderón! ¡El pueblo-unido- jamáseráven-cído!” Los coches, atrapados sin salida. Vendaval de cláxons, música de viento. Como si seis millares de cláxons pudiesen enfriar el ardor revolucionario de los Wallaces, Martís y Sicilias. Las causas de los marchantes, justísimas, casi siempre. Sus estrategias, pésimas, porque… (Mañana.)

Psicosis y paranoia

La población del DF está sufriendo un proceso de paranoidización progresiva como mecanismo defensivo ante la reducción paulatina del espacio vital y el incremento de la violencia y la criminalidad. (J. V. Rocabert.)

La intolerancia, mis valedores, síntoma de una sociedad abrumada con problemas de salud mental. Suspicacia, temor, desconfianza que nos tornan cardos espinosos dentro de una comunidad donde  unos a otros nos rechazamos y donde tenemos la casa por cárcel. La intolerancia es nuestro símbolo y seña de identidad en tanto comunidad como resultado de casi cinco años del sangriento gobierno del Verbo Encarnado. Miedo, temor, desconfianza, suspicacia, crispación y su desembocadura en la intolerancia. ¿Cuántos de nosotros nos desplazamos en esta ciudad soportando apenas nuestra cargazón de psicosis? A principios del sexenio anterior éramos uno de cada seis quienes registrábamos esta carencia de salud mental.  Hoy día, en el México de las cabezas sin cuerpo y los cuerpos descabezados, ¿cuántos andaremos en el filo de la susodicha psicosis? Intolerancia.

La intolerancia de los capitalinos, afirma la psiquiatra Elsa Robinskis, se ha agudizado en los últimos años debido a la falta de disciplina, respeto y responsabilidad social.

Intolerancia y religión. Lo afirmó Tertuliano hace 1,800 años (y fue tachado de hereje): “Por ley natural y por ley humana, cada uno es libre de adorar a quien quiera. La religión de un individuo no perjudica ni beneficia a ninguna otra persona. Va contra la naturaleza de la religión el imponer la religión”.

En San Juan Chamula, el cacique: “Aquí está prohibido no irle al PRI y practicar una religión distinta a la católica.  Nosotros somos católicos y priístas por tradición. No estamos dispuestos a aceptar a personas de otra religión ni de otro partido político. En el pueblo todo aquel que no se sujeta a  las tradiciones y costumbres es expulsado. La presencia de un solo partido y una sola religión es lo que nos ha mantenido unidos. Nosotros vamos a seguir matando a todos los no católicos. Les cortaremos la cabeza. Paraje por paraje nos vamos, y a seguir cortando cabezas”.

Cuando los expulsados se quejan ante el gobierno y éste trata de aplicar la ley, afirma E. A. G., presbítero, ellos amenazan con cambiar de partido político. Así manipulan al gobierno. Antes, los votos del PRI eran negociados  con la cancelación de órdenes de aprehensión en contra de ellos. Ahora las casillas se llevaron a los parajes y ahí las rellenaron. El candidato priísta acordó con las autoridades chamulas que si votaran por el PRI les permitirían que las expulsiones continuaran.

Del Instituto de lo Sagrado Luz sobre Luz: “Todavía falta mucho camino por recorrer para que la tolerancia de la que hoy se habla en México se convierta en un verdadero aprecio y reconocimiento de la diversidad”.

Tumbalá, Chis. Los mil 500 habitantes de  Emiliano Zapata fueron obligados por un grupo armado a abandonar el lugar, luego de que les quemaron treinta y ocho casas y saquearon las escuelas y la tienda de abarrotes. Varios secuestrados fueron llevados a El Naranjal y La Revancha, donde se les encerró en el templo y se les mantuvo tres días sin probar alimento. “Nos querían convencer de que cambiáramos de religión”. En Ahuacatenango, cinco campesinos heridos dejó como saldo la agresión de grupos católicos encabezados por las autoridades caciquiles priístas. Socorristas de la Cruz Roja Mexicana se negaron a prestar auxilio a las víctimas”.

Dios. El dios de ellos. (México.)

 

Siento que voy a volverme loco

Y fue así, mis valedores, como volví a recuperar la fe en la razón humana, que andaba extraviando en aquella casa de locos. El manicomio, sí,  que acabo de visitar. Ah, esos extraviados de su razón que, ausentes de este que es el mundo chato y prosaico de la realidad, a lo sonámbulo van y vienen de un rumbo a otro de su propio universo de lo irreal y distorsionado, tan real para ellos, y que ellos han forjado armónico, según imagino, y  luminoso de magia, de hechizo, de encantamiento; un universo a la medida de un cerebro exaltado, distorsionado, feliz; el mundo de los privados de su razón. Yo, receloso, los observaba al tiempo que mi guía, comedido y gentil, me iba mostrando el jardín, el dispensario, los dormitorios, la población de internos, ellas y ellos. Comedido y gentil, pero de súbito:

– Me gustaría contar con usted para algo que traigo entre manos y me trae excitado…

Me escamé, de reojo le examiné las manos. Nada indecoroso relacionado con la entrepierna parecía proponerme el de los bifocales. Soporté la tentación de indagar el objetivo para el que querría contar conmigo y seguí observando a aquellos desdichados de la enrevesada razón, soberanos de antros nebulosos donde conviven, cohabitan con su delirante ralea de alucinaciones, ellos gimientes y gesticulantes que ya a lo furtivo, ya a lo estentóreo y siempre a lo desatinado, con lo inexistente razonan sus incoherencias en el cautiverio perpetuo de la celda con barrotes de fierro, libre tan sólo la errante pupila que se posa en la  cresta del árbol aquel, en el crestón del cerro, en la nube, en el azul, el todo, la nada, en fin. Yo, aquella humana compasión. Mi guía volvió al objeto “que traía entre manos”.

– Primero, y antes de exponerle mi plan y pedirle que lo secunde: ¿qué opina de estos primeros años del gobierno calderonista? ¿Cómo puede calificar la medida gubernamental de nuestro señor presidente, que en un alarde de valentía que lo dibuja como estadista de fuste, y como vía para dar a los mexicanos la seguridad y justicia que se merecen, tuvo la visión de enfrentar a los capos del crimen organizado? ¿Querría usted cooperar en un proyecto para que el titular del Ejecutivo..?

Un repentino estremecimiento en el bajo vientre. Involuntario, el rechinar de dientes. Con asco y rabia intenté apartarme del de bata blanca, pelos negros y caspa gris, pero el temor a perderme en los laberintos del edificio y extraviar la puerta de salida me llevó a soportar las palabras del sospechoso. “Pero que no vaya a resultar lo que estoy sospechando”, pedí al cielo, y seguimos explorando los entresijos del manicomio. En el fono de la sombría edificación un repentino vocerío. Después, el silencio que peinaban ráfagas de un viento resfriado.

– Porque usted, si es un ciudadano con valor civil y justiprecia la medida de gobierno  adoptada por nuestro señor presidente, sabrá apreciar la entereza de quien resiste a pie firme las críticas de los malintencionados (locos peores que los que tenemos encerrados en las celdas especiales de allá, mire).

Cerrando los ojos lo dejé pasar. Obsequioso (pobre, pensé, cuánto más le valdría ser uno más de los residentes de la “casa de salud”),  me llevaba por celdas, jardín, corredores de un infierno donde deambula aquel hato de desventuras, racimo de desatinos dispersos o aborregados, distantes todos de todo y de todos. Fuera del mundo; como aquel que con desvaída sonrisa y pupilas errantes cargaba encima su locura pacífica. (Esta locura termina el próximo lunes.)

 

La querella del “mundo nuevo”

Esta vez, mis valedores, el encontronazo de los dos mundos, que se produjo un día como hoy, pero de hace 519 años.  Mi retablillo anual:

Cuando ellos llegaron nosotros teníamos la tierra y ellos la Biblia. Cierren los ojos, nos dicen. Cuando los abrimos ellos tenían las tierras y nosotros la Biblia.

¿Qué tan cierto es, mis valedores, que nuestros pueblos ya dilapidaron identidad y conocimientos, pensamientos y formas de ser y vivir de su raíz indígena que guardaban hasta la llegada de “tan crueles y despiadados conquistadores”? Del encontronazo de dos mundos:

“Vimos llegar tres enormes embarcaciones cargadas con nuestro porvenir. No han parado de ir y venir desde entonces. Así lo contaba el mito de los tradicionales de nuestra tierra, quienes lo leyeron en las mismas estrellas que orientaban a los navegantes hacia América. Ahora cuentan que cumplimos doscientos años de la independencia. Pero nuestra memoria tiene miles de años, recuerda que el territorio no se llamaba como hoy, ni hablábamos como hoy, y comíamos otros alimentos, y pasaban las cosas de otra forma. Estamos acá y somos millones, es el grito de los indígenas de toda nuestra América que construyen hoy el territorio tradicional superando la sociedad del mercado, levantados sobre los propios pies y renovados del mito que avisó lo que la historia nos ha traído, así como su terminación”.

Visión y versión de Marx y Engels:

“El descubrimiento de América y la circunnavegación de Africa ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición”.

¿Fue Colón el primer visitante de nuestros antepasados indígenas? Malqueriente de su gloria, M. André: “En Porto Santo Colón conoció por casualidad a Alonso Sánchez, que había desembarcado, moribundo; lo llevó a su casa y se enteró por él de que la Antilia, de donde él retornaba, existía en realidad (…) Desde ese momento el objetivo principal de la vida de Colón fue descubrir la Antilia y las otras tierras de la parte occidental del océano. Pero no quiso que se dijese con fundamento que había seguido los pasos de otros, que no había descubierto, sino simplemente encontrado lo descubierto por otros”.

Por conocer algo más del alumbramiento dificultoso del “nuevo mundo” aquí un esbozo de la aventura de lo real maravilloso que  a lo largo de 33 días iba a recalar en la isla de los “arruacos”, Guanahní, en retacillos que entresaco de libros diversos. La revelación que el sacerdote egipcio hiciera a un Solón apabullado ante una cultura de Egipto que a la de Atenas exhibía en pañales (en Platón las tierras del Mundo Nuevo se columbran, se insinúan apenas entre las nieblas de la fantasmagoría y el realismo mágico):

“Las escrituras dicen que una gran fuerza domeñó en cierta época vuestra ciudad (Atenas); esta fuerza se dirigía osada a toda Europa y Asia desde el mar Atlántico. Delante de su desembocadura, que vosotros llamáis Columnas de Hércules, había una isla mayor de Libia y Asia juntas, desde la que se abría a los navegantes el paso a las otras islas, y desde estas islas, a todo el continente de allende este verdadero mar”.

(El descubrimiento,  mañana.)

 

¡Quémenlos!

El comunismo destruye a la familia, Comunismo en México nunca, Muera el comunismo, Dios, patria, familia y libertad. ¡Viva México! ¡Muera el comunismo! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!” (Pancartas y mantas.)

Tlatelolco ayer; hoy, el aborto. ¿Cuánto ha avanzado el país en respeto a derechos humanos  desde el MURO y cristeros tardíos hasta el Estado laico que encarcela a mujeres que se atreven a abortar? Por de entender mejor los sucesos de Tlatelolco presenté ayer ante ustedes la parte inicial de la crónica que en septiembre de 1968 publicó El Heraldo, de infeliz memoria, sobre la encerrona que llevaron a cabo militantes del MURO y fanáticos de la prédica clerical. Mis valedores:

Hoy, según sus acciones, Washington, el gran capital, las sotanas, El Yunque y el duopolio de televisión marcan los rumbos del país a un beato del Verbo Encarnado que un 1º. de diciembre, al embrocarse la banda presidencial, juró cumplir y hacer cumplir la Constitución. Laus Deo. Aquí finaliza la crónica de El Heraldo sobre el acto masivo que los dirigentes de la Coalición de Organizaciones para la Defensa de los Valores Nacionales (sic) realizaron en el estadio futbolero de esta ciudad para apoyar la inminente represión cuartelera contra los “comunistas” y el “oro de Moscú”.

“Cuando ya había casi 12 mil personas dieron la orden, y un grupo de muchachos salió al ruedo con un monigote de cartón que representaba a los guerrilleros: gorra cuartelera, camisa y pantalón verde, luengas barbas, en las manos un libro nefando: el diario del Che. El vocerío creció: gritos exasperantes (sic) exigían: ¡Quémenlo, quémenlo, quémenlo!

Subrayaban su exigencia con enérgicos ademanes, con el pulgar tenso apuntando hacia la arena. Alfonso Aguerrebere, desde el micrófono, estimulaba esas manifestaciones: ¡Queremos Ches muertos! ¡Gasolina! ¡Dónde hay gasolina! La multitud rugía, exaltada: ¡Mueran! ¡Gasolina! Algunos acercaron cerillos al guerrillero, y segundos después todo allí era fuego, gritos incontenibles, histeria. Los presentes entonaron nuestro sagrado Himno Nacional Mexicano”.

De la gasolina y El Heraldo al linchamiento: Puebla, 18 de sept., 1968. “Un campesino y 3 excursionistas fueron linchados por los habitantes de San Miguel Canoa, instigados por el cura Enrique Meza.  “¡Son comunistas!”

Todo se inició cuando un grupo de excursionistas empleados de la Universidad Autónoma de Puebla y un amigo procedente del DF trataron de ascender al monte Malintzin, a cuyas faldas se encuentra San Miguel Canoa. Obligados por el mal tiempo regresaron al pueblo y por lo avanzado de la hora no les fue posible hallar transporte para el regreso. Buscaron asilo para pernoctar en San Miguel Canoa, pueblito de 5 mil habitantes. Se les negó. El campesino Lucas García ofreció  su casa a los jóvenes. Al rato las campanas de la capilla repicaban. Por el micrófono del Zócalo se informó: había un grupo de comunistas que iban a izar una bandera rojinegra. Dos mil lugareños armados con rifles, cuchillos y pistolas, fueron a la casa de Lucas, exigiendo la entrega de los excursionistas. De nada valieron las explicaciones; él y varios empleados de la UAP fueron sacrificados a machetazos. De milagro escaparon cuatro, uno fingiéndose muerto tras de recibir un machetazo en la cabeza”.

De Tlatelolco, mis valedores,  a la celda carcelaria para las embarazadas que se atreven a abortar, ¿cuánto ha avanzado el Estado laico que rigen televisión,  mega-ricos, sotanas y beatos del Verbo Encarnado? Clama el poeta: Mi país. (Ah, mi país.)

 

 

¡A lincharlos!

Cristianismo sí, comunismo no”  apenas ayer; hoy día, cárcel a la mujer que se atreva a abortar. Mis valedores: de 1968 al 2011, ¿ha avanzado este país? ¿Cuánto ha avanzado? ¿Retrocedido, tal vez? ¿Cuánto pudo haber reculado desde el Tlatelolco de Díaz Ordaz hasta el México de los 50 mil cadáveres que ha generado la cofradía del Verbo Encarnado? Laico es el Estado mexicano, jura la Carta Magna. ¿Es laico el Estado? A sofocos y trompicones, pero al enjaretarse la banda presidencial el que todavía el día de hoy habita en Los Pinos juró cumplir y hacer cumplir la Ley fundamental. ¿Ha honrado su juramento? ¿Nosotros, en tanto, qué?

En fin. Como para pulsar el ambiente que llevó al estallido de Tlatelolco  transcribo la reseña de alguna de las acciones públicas con que un mes antes del Dos de Octubre los Norberto Rivera y Sandoval Iñiguez de aquel entonces, por aquel entonces al trascuerno (a trasmano, quiero decir) lograron incendiar una pradera que hoy día, a golpes de El Yunque, El Vaticano y el beaterío del Verbo Encarnado, pudiesen convertir en hornaza una vez más. Por si algo pudiésemos, quisiéramos aprender de la historia:

Fue en septiembre cuando los reaccionarios perpetraron la manipulación de unas masas que, ánimos en llamarada, días más tarde habrían de caer en la bestialidad del linchamiento en San Miguel Canoa, Puebla. que organizó y dirigió un presbítero de nombre Enrique Meza, que la jerarquía católica trasladó a alguna parroquia oaxaqueña después de su acción. Y no más. Es México, un Estado no sólo laico, sino de derecho también. Septiembre.

Lo proclamaba, triunfal, El Heraldo, de memoria infeliz: ¡Manifestación Anticomunista en la Plaza México! Cerca de 12 mil ciudadanos y jóvenes (sic) se congregaron ayer para realizar un acto de desagravio a nuestros símbolos nacionales, que derivó en una exacerbada manifestación anticomunista. Gritando: ¡Vivan los granaderos! ¡Viva México! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, comenzaron a llegar, desde las once y media de la mañana, en compactos grupos que antes habían participado en otra manifestación en la Basílica de Guadalupe. A las 12 horas, 3 mil mujeres, jóvenes y ancianos, habían extendido numerosas mantas y exhibían pancartas: ¡Comunismo en México, jamás! Cristo Rey, tú reinarás, Contra los traidores, Muera la bandera rojinegra, Dios, patria, familia, libertad, Cristianismo sí, comunismo no, Apartidas comunistas fuera de México, etc

El principal organizador, desde un micrófono, dirigía las porras: ¡México nunca será comunista! ¡Viva México! ¡Mexicano! ¿Estás dispuesto a defender a tu patria? Los gritos, las porras: ¡México, México!, subrayadas por el rítmico chocar de las manos de los asistentes: ¡Vivan los granaderos! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Muera Castro Ruz!

Cuando ya había allí cerca de 12 mil personas, los dirigentes de la Coalición de Organizaciones para la Defensa de los Valores Nacionales dieron la orden y un grupo de muchachos salió al ruedo con un monigote hecho de cartón que representaba a los guerrilleros: gorra cuartelera, camisa y pantalón verde, luengas barbas, en las manos un libro nefando: el diario del Che…

El vocerío creció: gritos exasperantes (sic) exigían: ¡Quémenlo, quémenlo, quémenlo!, y quienes tal pedían subrayaban su exigencia con enérgicos ademanes, con el pulgar tenso, apuntando hacia la arena. Alfonso Aguerrebere, desde el micrófono, estimulaba esas manifestaciones: ¡Queremos Ches muertos! ¡Gasolina! ¡Dónde hay gasolina!

(Esto sigue mañana.)