La Gordillo, Jonguitud…

Esta vez, mis valedores, la educación pública y sus «líderes morales». En nuestro país, según noticia del viernes pasado, 58 por ciento de los jóvenes entre 25 y 34 años de edad abandonan sus estudios antes de completar el bachillerato. Junto con Turquía, nuestro país ocupa el primer lugar cuando se mide la deserción entre 33 de 34 países que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo, OCDE. Desolador, y a propósito:

En el Estado de México, un día después de que el de Los Pinos reformara los artículos 3o. y 3l de la Constitución para tornar obligatorio el bachillerato, lo reconocía el titular de Educación, Raymundo Martínez:

– Actualmente en promedio cada año egresan 800 mil alumnos de las secundarias y alrededor de 288 mil no ingresan a las prepas. De secundaria tenemos un promedio de 800 mil alumnos que egresan de la secundaria y el 36 por ciento ya no entran a la preparatoria. Muchos no terminan la secundaria y por eso ya no ingresan. Además, faltan planteles.

¿Pues qué les parecen las medidas gubernamentales? ¿Así que con un problema nos enfrentamos? A reformar la Constitución, y asunto resuelto.   A reformas nos vamos, y a reformas solucionamos los problemas del país. ¿Y si en materia de educación, más allá de enmiendas constitucionales, se avocaran las autoridades correspondientes a mejorar el nivel de  la educación básica? ¿De qué sirve alcanzar el bachillerato con graves carencias en esa preparación básica?

Pues sí, pero lástima:  la educación primaria está en las manos no de la SEP, sino del SNTE, y no tanto del tal, sino de la Gordillo, y ahí se ubica todo el problema. Reproduje ayer mismo declaraciones del predecesor en el cargo que ocupa la «maestra», el profesor y dirigente que fue de «Vanguardia Revolucionaria» Carlos Jonguitud Barrios.

Después de años de silencio forzado después de que el entonces presidente Salinas, por trepar a la Gordillo  arrojara violentamente al potosino del cacicazgo que  había creado dentro del sindicato del SNTE, el «líder moral» de los maestro, y como tal dictador enriquecido con las cuotas sindicales, acuso a la actual «líder moral» de la educación pública del país:

– Claro que Elba Esther es una traidora: a mí, que la alcé de la nada, a la causa del magisterio, al propio sindicato. Una traidora, la Gordillo.

Por cuanto a la riqueza descomunal que la maestra ha acumulado muy al estilo de su difunto colega, el maestro rural Carlos Hank González, ironizó  Jonguitud: “¿Millonaria por herencia? Yo vi a esa mujer en condiciones de verdadera miseria. Eso de que su abuelo le dio millones son vaciladas como para Ripley…”

Traición y una riqueza inexplicable, vale decir,  que uno tras otro los de Los Pinos, esos mismos que a su hora se han llenado la boca con la ley y el  Estado de derecho, nunca han podido, nunca han  querido aclarar. ¿Calderón, dice alguno de ustedes? Ese mucho menos, él que hace cinco años apenas comenzó – comenzó a penas- a pagarle facturas, que a la Gordillo le debe media posadera en el sillón de Los Pinos.

Pues sí, pero aún permanecen,  vivas y requemantes,  las acusaciones nunca probadas que ligan a la Gordillo con muchos y muy diversos delitos de sangre, acusaciones a las que aludió el depuesto cacique potosino con aquella frase que tantas sugerencias dejó entrever:

– Ya en la lucha, Elba es capaz de muchas cosas.

¿Como haber tomado parte en hechos de sangre, concretamente el del profesor Misael Núñez Acosta, «caído en defensa de los pobres»? (México.)

Domesticidad de ovejas

Los mediocres son ciegos. No obedecen el primer mandamiento de la ley humana,  aprender a pensar, y el segundo, poner en práctica lo bien pensado.

Siguen aquí reflexiones que entresaco del análisis sobre la humana conducta expresada por  el estudioso sobre los dos grupos en que se divide la ralea humana: el mínimo de los idealistas y ese otro, aplastante,  que integra la mayoría de los mediocres. ¿A cuál de ellos pertenecemos algunos?

Afirma el especialista que una sociedad de mediocres da a beber al espíritu las aguas estancadas de la rutina y el dogma, la pasividad y el prejuicio, la desidia y la domesticidad. En ella no hay temple moral, sólo una pobre gente cuya personalidad se amolda a los prejuicios, su mente a las supersticiones y su voluntad a todo tipo de yugos. Esos pierden la dignidad y la posesión de su propio yo. Se tornan cómplices, se envilecen, caen en la servidumbre espiritual. Son turbas, son masa, son rebaño. Sin más.

Tres son los yugos (el analista) que una sociedad de mediocres impone a la juventud: rutina en las ideas, hipocresía en la moral y domesticidad en la acción. La moral no es una norma, sino una acción. Cada concesión en el orden moral causa parálisis en la dignidad e invalidez en el espíritu. Todo esfuerzo por libertarse de esas coyundas para escapar de la domesticidad de los que vegetan en su vocación de esclavos es una expresión del espíritu rebelde. ¿Nos vamos situando en alguno de estos dos grupos?

La respuesta al mediocre es juventud. Joven es el que puede resistirse a los intereses creados, no importa la edad física que marca la cronología.  Esta juventud es propiciada por los ideales, el ansia de perfección, el humanismo y la acción solidaria. La vida es gimnasia incesante de funciones armónicas, y esto sólo lo pueden ejecutar los jóvenes, no importa su edad. Ellos no envejecen prematuramente, y siempre es prematuro envejecer.

Cada vez que una generación envejece y reemplaza su ideario por apetitos bastardos, por el tener y no el ser,  la vida pública se abisma en la inmoralidad y en la violencia. Es entonces el tiempo de la renovación, y ésta viene de los jóvenes, no importa su edad, sino su espíritu. El joven lo es hasta que se muere. Los jóvenes sin ideales son viejos precoces. Ya están muertos y, dice el poeta,  “esperando que una mano bondadosa les eche una sábana encima”. Esos pueblos están enfermos y apenas lo saben. Pero muertos como están son un lastre para la comunidad. Ahí los jóvenes padecen una senilidad precoz, y un joven que se ha dejado marchitar es un joven patético.

Hay pueblos y épocas que precisan de estas conciencias de transformadores, pobres pueblos que sólo disponen de jóvenes envejecidos, de viejos decrépitos y de rapaces de la codicia y el  lucro. “Pero los idealistas son jóvenes que purifican lo viciado y caduco, cuya potencia está en las fuerzas morales; las alas del vuelo de los espíritus superiores transforman un mundo envejecido, anquilosado. El brazo de ese joven vale por cien brazos cuando lo maneja un cerebro ilustrado. Su cerebro vale cien porque lo sostiene un brazo firme”. Es el baqueano, el soñador, el adelantado; son los artistas, los  héroes y apóstoles, los conductores de pueblos que amacizan la justicia, la paz, la belleza, la verdad; y lo justo siempre es moral. Acatar las leyes puede ser sólo disciplina, pero inmoralidad. Respetar la justicia es deber del hombre digno, así tenga que elevarse sobre las imperfecciones de la ley. ¿Y nosotros? (Sigo después.)