¿Más leyes de estas?

¿Tomar la calle, señor Sicilia, y ¡e-xi-gir! más leyes que ya promulgadas nunca nadie cumplirá ni va a hacer cumplir? Cuando leo y escucho sus proclamas  (estilo trasnochado de Marcos el subcomandante) ¡e-xi-gien-do! del gobierno leyes que garanticen la seguridad en este que es el país de los 50 mil cadáveres, recuerdo leyes como aquella Cartilla de los indígenas que en su tiempo de gobernante mandó publicar Ernesto Zedillo. ¿La conoce usted? Una ley excelente, que más no se puede pedir. La denuncia de algún Sicilia de aquel entonces:
“En México los indígenas son víctimas de discriminación y viven en la pobreza extrema. Son tantas las violaciones a sus derechos que pareciera que ellos no existen o no tuvieran personalidad jurídica”.
¿Pero acaso  no fue el propio Zedillo quien liquidó tal deuda histórica? “¡Nunca más un México sin sus comunidades indígenas integradas al desarrollo nacional; nunca más un México sin oportunidades para todos, nunca más un México sin justicia, sin estado de derecho y sin respeto a la ley!”
Justicia que garantiza la susodicha Cartilla de los Indígenas, cuadernillo minúsculo (cabe en la palma de la mano) que Zedillo mandó publicar: “Los indígenas tenemos los derechos de todas las personas, hombres y mujeres, niños y adultos, sin distinción de raza, nacionalidad, idioma, pensamiento, creencias religiosas o políticas, o nivel económico, establecidas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Carga Magna, las leyes que se derivan de ésta y los pactos y convenios internacionales firmados por México.
Tenemos derecho: A la vida, a la libertad, a la seguridad personal y a ser tratados con dignidad y respeto. A no ser torturados, ni  detenidos ni encarcelados, a menos que se nos acuse de cometer una infracción o un delito. En caso de ser acusados de algún delito a ser juzgados conforme a la ley. Contar con las garantías que establece la Constitución. Tener abogado defensor y, si no dominamos el idioma español, a que nos auxilie un traductor con conocimiento de nuestra lengua, en todos los actos del procedimiento, y a que se nos considere inocentes mientras no se pruebe lo contrario.
Tenemos derecho a no ser discriminados, y a que se respeten prácticas, usos, costumbres y tradiciones étnicas, lingüísticas, religiosas, sociales, políticas o culturales que no atenten contra los principios establecidos en la Constitución ni contra los derechos de alguna persona. A que impere en nuestra familia la igualdad de derechos para el hombre y la mujer, el niño y la niña. Las mujeres tenemos derecho a un trato digno y respeto como seres humanos; a que no se nos someta a ningún tipo de violencia, sea ésta física, psicológica, moral o sexual, y a que no se nos haga víctimas de discriminación alguna respecto de los varones.
A la libertad de pensamiento, conciencia y religión, y a cambiar de religión.  A reunirnos pacíficamente o asociarnos con cualquier fin lícito, sin que nos obliguen a pertenecer a grupos o partidos.  A participar en asuntos políticos, de modo directo o a través de representantes libremente elegidos.  A elegir o ser elegidos para cargos públicos, con garantía de sufragio universal, libre y secreto.  A que se nos satisfagan de modo  oportuno, adecuado y suficiente nuestras necesidades los derechos laborales y sindicales.  A participar en actividades artísticas, culturales o científicas con garantía de nuestros derechos autorales. (Edificante legislación, ¿no le parece, señor Sicilia? ¿Y? Sigo después.)

La mala fe y el candor

Exigimos un Plan de Emergencia Nacional de atención a la juventud para garantizar el acceso a una educación pública, gratuita y de alto nivel académico para todos, así como empleo digno. (J. Sicilia.)
Voy a crear fuentes de trabajo, con empleo bien remunerado y cercanas al domicilio del recién egresado del centro de estudios. (L.F. Bravo Mena.)
Promesas inauditas, delirantes demandas. ¿Quién, quiénes guían a las masas sociales en este país? ¿Con qué luces del pensamiento científico y la  ciencia política? Las promesas de campaña, ¿cuánto nos salen costando? ¿Y  nosotros, en tanto? ¿Ni  todo lo que pagamos por las promesas siempre incumplidas nos fuerzan a pensar, a reaccionar? Mis valedores: este fenómeno sólo se explica, a mi juicio, por la vía de la educación que se imparte en México, de la cual van aquí algunos indicios:
Sobre el nivel de lectura en diversos países que acaba de publicar la UNESCO, cifras comparativas entre Japón y México: el hábito de lectura de los japoneses es de 91 puntos; el de los mexicanos, de 2 puntos. Horas efectivas dedicadas a la educación: 1,195 en Corea; 562 en México. Al ritmo que avanza en materia de calidad educativa, para alcanzar el nivel promedio de los demás países de la OCDE nuestro país va a tardarse alrededor de 50 años; para igualar al de Shangai, nada más 327 años. ¿Pero nosotros, en cambio, cuántas horas entregamos de forma domesticada, servil, al aparato de televisión que nos proporciona los opiáceos para que esta sociedad enferma continúe mansa, domesticada, apática, dependiente y renuente a pensar?  Bailes de niñas en pantaletas,  telenovelas,  los “reality shows”, que dicen los gringos de segunda y, sobre todo, el clásico pasecito a la red, con el que los gritones de la TV manipulan a tantos, y enfervorizan.
Tienden los comentaristas a acentuar el carácter estético del futbol. Hablan de estilos y técnicas como hablarían de una escuela pictórica, pero no debemos engañarnos: tan sólo se trata de crear una seudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Simulan un serio estudio de algo de lo que nada hay que comentar aparte de algunas elementales reglas de juego.
Mis valedores: ¿con semejante material radiactivo alimentar nuestro espíritu? Ah, entonces sí merecemos las promesas de los Erubiel y congéneres  y la exhibición  de la “ciencia política” que a estas horas exhiben los bien intencionados, supongo,  Eduardo Gallo, Isabel Miranda,  Alejandro Martí, Emilio Alvarez Icaza y Javier Sicilia, esa “ciencia política”, que no rebasa la exigencia de que todo el gobierno de gatos, por amor a Ratolandia, se vuelva vegetariano. Tal es la teoría política que los guía  en su justísima lucha por encontrar,  en la almendra viva de la corrupción, ese fruto dulcísimo que es la justicia. En los terrenos del Sistema de poder, imagínense…
Y así, a contracorriente del pensamiento científico, vámonos a organizar movimientos espontáneos, esos tan bien trovados por los intelectuales orgánicos, voceros de un Poder al que los “activistas” toman por aliado de las masas sciales. “Así, poeta, vas bien. Tú puedes. Por ese camino vas a encontrar la salida del laberinto”. Todo con el estilo cursilón, falsamente poético, que  en su momento caracterizó al Subcomandante Marcos en los inicios del difunto EZLN. Y qué hacer, si  nosotros nos negamos a pensar, a convertir nuestro pensamiento en acción, a todo lo que no sea reniego, exigencia y TV. Ah, México. (Qué país.)

Dolor, consuelo, demandas

La Caravana del consuelo, mis valedores, que en Ciudad Juárez remató su recorrido por la Ruta del dolor con la firma del Pacto ciudadano que exige al Estado, entre muchas otras demandas, la cancelación inmediata de la Iniciativa Mérida, juicio político al de Los Pinos y al titular de Seguridad y exterminio total de la corrupción pública. Así de fácil. Así de sencillo. A la estridencia de la caravana y la desmesura de las demandas, expuse ayer aquí mismo la conciencia y la falta de conciencia de enemigo histórico, teoría que he venido expresando ante todos ustedes con la analogía del tigre y los lugareños. Ahora pronto la fábula de Ratolandia, que imaginó el político canadiense Tommy Douglas y transcribí en este espacio hace algunas semanas, ilustra a cabalidad el concepto de enemigo histórico: según ella las masas sociales somos una comunidad de ratones que se ha dado un gobierno de gatos. Mis valedores:
Ratolandia está gobernada por una gavilla de gatos. Ahí es donde se ubica la conciencia de enemigo histórico. ¿Si estuviésemos conscientes de situación tan calamitosa para todos nosotros seríamos tan insensatos como para exigir a los gatos que muden de naturaleza y por amor a nosotros se priven de su alimento, que somos los integrantes de la comunidad? ¿Exigirles, demandarles, como sí se  exigiría, para provecho común, a un gobierno nuestro, un gobierno aliado, al que obedecer como sus mandantes? ¿Apuntalar nuestra exigencia con la táctica del plantón, la caravana y la mega-marchita, cuando es tarea y obligación perentoria de todos nosotros encontrar las tácticas efectivas, sin salirnos de la ley,  para desplazarlos y darnos un gobierno aliado? Y el final de la fábula:
Cansados de probar un gobierno de gatos negros, que al resultarles dañeros cambiaron por un gobierno de gatos blancos, y luego estos por uno de gatos pintos, maniobra que denominaron coalición, a alguno de los ratones se le ocurre la idea: “¿Y si para |finiquitar de raíz esta situación calamitosa para todos nosotros, integrásemos un gobierno ya no de gatos, sino de ratones?”
¿Ah, con que intentando  subvertir el orden? Y al calabozo. Y a continuar Ratolandia e-xi-gien-do al gobierno de gatos, y a forjarle caravanas por la ruta del dolor. A propósito:
Ayer dije que acabo de escuchar en la radio las opiniones “políticas” de los activistas Isabel Miranda,  Eduardo Gallo, Alejandro Martí y Javier Sicilia. Este último, en especial, surge de la nada como un personaje de arrastre en unas masas sociales laceradas por el Verbo Encarnado,  y válgame, que me alarmé; al escucharlos he reafirmado mi rechazo al simple movimiento espontáneo de masas y mi respeto irrestricto por el conocimiento científico y, en general, por la cultura política, con la certidumbre de que  no se adquieren de forma automática porque se haya sufrido la pérdida de un ser amado, y de que quien posee el don de congregar multitudes adquiere, de forma correlativa, la obligación de estudiar la historia, la realidad objetiva y la teoría política. ¿O un ciego guiando  una comunidad de ciegos?
Recuerdo, a propósito de líderes, muchedumbres y memoria histórica, aquello horroroso que perpetraron Cuauhtémoc Cárdenas en agosto de 1994, repleto el zócalo de descontentos por el triunfo de Zedillo en las urnas,  y A.M. López Obrador, zócalo lleno y Paseo de la Reforma tomado, después de la privatización personal de Los Pinos por parte de algún hijo desobediente del Verbo Encarnado.  (Pero de esto hablaré después.)