Yo, aquel suspirar…

Que la dependencia alimentaria de muestro país ha aumentado de modo alarmante, acusa la nota periodística publicada de la semana anterior, y que esa dependencia alimentaria se deriva del abandono en que los sucesivos gobiernos han mantenido al agro y la creación de un mercado que concentran y acaparan las grandes empresas. Total, que tales achaques provocan la insuficiencia de la producción nacional. Todo esto, y mucho más, es México. Mis valedores:

Leí la noticia y fue entonces cuando, a propósito, me decidí a relatar para todos ustedes la historia de mi tía Gabriela, una sota moza de tierra adentro y mediana edad a la que un domingo de aquellos fui a visitar al manicomio. Mi tía la de las zarcas pupilas…

Después de su amor malaventurado y la separación de aquel marino danés de nombre impronunciable, mi tía Gabriela regresó al caserón familiar y a la familia de muy noble estirpe,  pero en su diario vivir dentro de unos muros antañones que olían a pétalos recién macerados evidenciaba que había quedado irremisiblemente dañada del mar y sus marineros, y fue así como de los peñascales de mi Zacatecas se volvió a fugar. La tía Gabriela desapareció, y en mucho tiempo de la soñadora de mala ventura no volvimos a saber ni su rastro. Y es que la malquerida, buscando de puerto en puerto al danés de impronunciable nombre  que ella repetía en sueños, pasó de Tuxpan a Veracruz, y de ahí a Coatzacoalcos, a Salina Cruz, a aquel remoto Puerto Peñasco, buscando durante doce, quince años, al perdido amor. Y vaciando en los mares el resto de su fortuna…

– Tú sí me entiendes, ¿verdad? Siento que tú me comprendes porque estás chiflado como yo, pobrecillo niño viejo. ¿O viejo niño, tal vez? ¿Qué edad tienes? ¿No sientes que tú y yo andamos viviendo de más y en un mundo ajeno? Como que habitamos en vidas hurtadas a sus legítimos dueños, ¿no lo percibes a medias de esta tarde de domingo? Ay, ay, que lo dijo el poeta: “Tanta vida y jamás”. Tú sí me entiendes, ¿verdad que tú sí me entiendes..?

Las zarcas pupilas se le rasaron. Una gota exprimida del ánima se deslizó mejilla abajo. En un pecho que fue de cimas y era de simas, el suspirar. Yo, el deseo de salir de aquel rinconcillo remoto del jardín trasero del manicomio, y un impulso de recomponer la figura, que se me desencuadernaba, y salir huyendo. Porque yo digo, mis valedores, ¿habrá dolencias más pegadizas que locura y tristuras? Dios, yo con estos mostachos y haciendo pucheros…

– Tú sí entiendes que yo, buena amante del mar, nunca iba a poder vivir en nuestro Zacatecas, ¿verdad? Demasiada tierra, demasiados peñascos. ¿Sabes, hijo? En ciertas noches de fantasías en brama hasta mi duermevela arribaba el barco aquel cargado de marineros, y atracaba en un puerto en penumbra, y mi amoroso danés bajaba la escalerilla al encuentro de mis brazos, y me subía a bordo, y esto era pasarnos la infinita noche tocando puertos de nombres exóticos y atracar en muelles fantasmales,  y en barrios penumbrosos acompañar a mi danés entre rones y negras de pechos empitonados que llevan pelambre color azafrán. Todo en mis sueños, lástima.

Y escucha, porque tú, chiflado también,  sí me entiendes: duelen los sueños más que la realidad porque son mucho más crueles, ya que ellos no se prestan a la ilusión, como la realidad. ¿Oyes allá, lejos? Como trenes que se despiden, ¿Estás oyendo, Tomás..?

Yo, a modo de respuesta, sólo agaché la cabeza. Suspiré. Qué más…

(El final de este desventurado amor, mañana.)

Gaviota y amor

La dependencia alimentaria de México ha aumentado de modo alarmante por el abandono del campo, la insuficiente producción nacional, y un mercado que concentran las grandes empresas.

La nota en el matutino del pasado lunes me lleva a contar para ustedes esta historia de amor:

Fue un domingo en la tarde. Apático, el sol. Entelerido.

– Acércate, hijo. Mi chifladura es pacífica –y la tía Gabriela sonreía.

Yo, por aquello de las dudas, al reunirme con ella en el jardincillo apacible del manicomio me fui a sentar en el otro extremo de la banca. El bochorno me impedía hablar. Ni dónde poner los ojos. Ella:

– Acércate, que tu tía es inofensiva.

De ganchete la observé; la reclusión le ha conferido una apariencia de beatitud: carnes amojamadas, traslúcida la piel y mansos sus ojos, como moldeados para columbrar distancias y ausencias, sobre todo de pupilas adentro, donde más lejanas son las ausencias y más ausentes las lejanías.  La oí suspirar…

Y fue así, mis valedores; aquel cacho de domingo lo pasé con la tía Gabriela por hacerle compañía, por aligerarle la soledad. Ah, las tardes de domingo, del día más lóbrego, letárgico y macilento para quienes habitamos en la almendra de la soledad; los suicidas en ciernes, los nostálgicos, los desahuciados, los abandonados, yo…

Una historia de amor. Según la plática familiar, desde muy tierna mi tía Gabriela vivió las horas muertas hojeando un viejo álbum de estampas marinas que le cayó  por causalidad. Barcos, sí, todo tipo de barcos: balandros, veleros, bajeles, navíos de ágiles velas, trasatlánticos que, frente a las pupilas de una tía fantasiosa, cruzan eternamente las ondas del glauco mar. A la de fantasía atorrenciada los ojos se le iban, encandilados, tras la salina inmensidad, y su espíritu se llenaba de gozo y se sacudía en urgencias de tornarse gaviota que, alas de argentada espuma, marcara la ruta marinera sobre los lomos del mar. “Boga, boga, marinero. Boga, boga, bogavante”. Canturreos…

Mi tía Gabriela creció, alcanzó la edad de merecer, y entonces vino a heredar la fortuna de aquel su padre minero de ascendencia rubia y apellido con reminiscencias de whisky escocés. Fue entonces cuando la susodicha tía se desapareció por primera vez. Cierta madrugada anocheció y no amaneció, que se nos fue de viajante en aquel carromato sonámbulo que, como el son, “se lleva a los hombres a las orillas del mar”. La enamorada del océano y sus marineros iba al encuentro de su destino: conocer el mar, las gaviotas, los barcos, los marineros. “Boga, boga, bogavante…”

Veracruz. Ahí estaba aquella mañana la tía Gabriela, el vivo asombro en las zarcas pupilas frente a la rizada inmensidad. En el muelle, cabeceando su modorra, el barquito camaronero.

-Uno de juguete, comparado con los navíos de mi niñez, los del libro de estampas. ¿No te estoy aburriendo, hijo?

De ahí en adelante, los puertos: Tuxpan, Coatzacoalcos, Salina Cruz, Manzanillo, algún Champotón, algún ignoto Puerto Peñasco. Y entonces a marinar, en la mejor de sus acepciones. La tía Gabriela, novelera velera de vela y timón…

Un hombre de mar, danés, fue el gran amor de mi tía la de una fantasía encandilada. Con aquél de nombre impronunciable anduvo los siete mares y algunos más, y con él dilapidó media fortuna por la fortuna de dilapidarla con él. Pero ya de vuelta al hogar, aún paciente impaciente de aquel sufriente amor de nombre impronunciable…

(Mañana.)

Memoria histórica

Ayer olvidamos la invasión norteamericana a Veracruz, o nunca supimos de ella. Hoy hemos olvidado las explosiones del 22 de abril de 1992, cuando hicieron explosión los lloraderos de gasolina que inundaban las cañerías del Sector Reforma, en Guadalajara. El entonces presidente Salinas prometió castigo para los causantes de la tragedia que dejó cientos, miles de víctimas. De esto han pasado ya 22 años.  ¿Y? Lo advertía Juan Delgado N. en el Congreso jalisciense:

El caso no tiene por qué cerrarse, a menos que los ciudadanos lo olviden. Por cuanto a esta Comisión: es hora de que no tiene acceso ni siquiera a los peritajes del caso.

Contestó Alberto Orozco, ex-gobernador panista: “¿Y qué? ¿Nos  vamos a pasarla vida  llorando?” Y el canónigo Felipe Buz: “Este hecho de las explosiones no debe provocar polémicas. Hay que olvidar”. El obispo  Martín Rábago  hizo un llamado al olvido y la reconciliación”.

Olvido, impunidad. “Los damnificados presentan querella ante la Procuraduría Gral. de Justicia de Jalisco contra el gobernador Guillermo Cosío Vidaurri, por ejercicio indebido y abandono de servicio público, abuso  de autoridad y genocidio en grado de tentativa”, y que las víctimas de la explosión no fueron las 210 que afirma el gobierno. Fueron 2 mil 197. En los días que estuvo acordonada la zona por ejército y policías, se rescataron cientos de cadáveres más, que por las noches se llevaron a hornos crematorios del Ejército y privados. Se quemaron 70 cuerpos diarios durante 27 días. Pero ustedes, priístas, espérense, que ya vienen las elecciones.

Pasadas las elecciones, “en el olvido, damnificados de las explosiones experimentan impotencia, coraje, decepción y falta de justicia. Lilia Ruiz, representante de los lisiados, dijo que el triunfo de Acción Nacional en el gobierno se debió en mucho a su dolor, ya que la sociedad puso todas sus esperanzas en el nuevo partido, que los ha abandonado por completo. Su situación no mejoró con el cambio, y al contrario: la poca ayuda que conservaban (despensas) les fue retirada por el gobierno panista para comprar pavimento”.

Año 2 mil. “El Congreso del Estado promete que reabrirá las investigaciones, pero más de 500 afectados reclaman justicia, ya que su situación se agrava y las autoridades han actuado con una política de limosnas en lugar de reparar el daño por un mandato judicial. Acusan al  panista Alberto Cárdenas de dar carpetazo al problema social”.

1996. “Tras larga agonía, muere otra víctima de la explosión, por daños cerebrales. Cuatro años los pasó en estado vegetativo, después de que su padre murió en la explosión”. Abril de 1993. El ex gob. Alberto Orozco Romero: “Ya, señores. Hablar del 22 de abril es insano. Yo odio ocuparme de ese asunto. No vamos a pasar el resto de la vida hincados, llorando. La tragedia ocurre en cualquier país, las guerras cobran miles de muertos, y no por eso la gente se pasa el resto de la vida llorando a los caídos. Ya. Definitivamente no podemos vivir sólo de llorar tragedias. Miren: los familiares, si desde el cielo nos están viendo, verán con más simpatía que estemos reconstruyendo, y a ellos les gustaría más que estuviéramos laborando, más que llorar y llorar junto a su tumba. No podemos seguir rumiando el rencor”.

Antonio Lozano Gracia, el entonces procurador: “El caso es cosa juzgada. No puede reabrirse el expediente en virtud del precepto constitucional”.

Mis valedores: esta es la impunidad. Esto es México, nuestro país. ¿Y nosotros? (Ah, masas…)

Comes y te vas

Pasó la efeméride. Con la consabida cautela el Sistema de poder tuvo que referirse a la invasión de marines a la ciudad de Veracruz. Pero, mis valedores, semejante prudencia no es privativa del gobierno actual, que se manifestó con Fox cuando el malaventurado episodio del “comes y te vas” al comandante Fidel Castro Ruz, cuya presencia en México fue vetada por el norteamericano  Bush junior. Pero sí, que la historia se repite. Décadas antes ocurrió, a decir del cronista:

“Solíamos hablar, entre nosotros, de atraer a Rubén Darío. Valenti, uno de los nuestros, nos oponía siempre con esta advertencia profética:

– No, nunca vendrá a México. No tiene tan mala suerte.

Rubén Darío vino a México, por su mala fortuna, en 1910, para la celebración del Centenario de la independencia, Fue enviado a México por el gobierno de Nicaragua.

Vinieron días aciagos; el Presidente Madriz cayó al peso de Washington, y el conflicto entre Nicaragua y los EEUU se reflejaba en México. La nube cargada estallaría al menor pretexto, y ninguna ocasión más propicia para desahogarse contra el yanqui que la llegada de Darío. El hormiguero universitario pareció agitarse. Los organizadores de sociedades, los directores de manifestaciones públicas habían comenzado a distribuir esquelas y distintivos. La aparición de Darío se juzgó imprudente; quedó detenido en Veracruz, y de incógnito pasó a Jalapa. Un hacendado lo invitó a cazar conejos…

Lo hicieron desaparecer y en la celebración del Centenario se encontraba en La Habana. Acosado por los periódicos, Federico Gamboa, el novelista y diplomático, tuvo que expresar su opinión. Como no había medio de salir airoso del trance contentando a todos, prefirió salir a lo discreto, resolviendo las preguntas del reportero en estos o parecidos términos:

– Es una verdad reconocida que todo problema de Derecho internacional debe plantearse de manera que las premisas correspondan exactamente a la realidad de los hechos, para que así pueda científicamente asegurarse, etc..

No quería molestar al gringo ni perder el tiempo en discutir, conforme a derecho, lo que estaba decidido ya conforme a prudencia. Darío iba a recibir más tarde un desagravio en los Estados Unidos. La Sociedad Hispánica de Nueva York, la Liga de Autores de América, la Academia Americana de Artes y Letras, lo saludaron con entusiasmo. Alfonso Cravioto, en nombre del Ateneo, fue hasta Veracruz a llevarle el saludo de los intelectuales. Darío:

“El Gobierno mexicano me declaraba huésped de honor de la nación. Al mismo tiempo se me dijo que no fuese a la capital, y que esperase la llegada de un enviado del Ministerio de Instrucción Pública. Entretanto, una gran muchedumbre de veracruzanos, en la bahía, en barcos empavesados y por las calles de la población, daban vivas a Rubén Darío y a Nicaragua, y mueras a los EEUU. El enviado del Ministerio de Instrucción Pública llegó con una carta del Ministro, don Justo Sierra, en que, en nombre del Presidente de la República y del Gabinete, me rogaba que pospusiese mi viaje a la capital. Y ocurrió algo bizantino: el gobernador me decía que podía permanecer en territorio mexicano unos cuantos días, esperando que partiese la delegación de los Estados Unidos para su país. Yo tenía mis razones para creer más, porque me daba a entender que aprobaba la idea mía de retornar en el mismo vapor para La Habana.

Hice esto último, pero antes visité Jalapa, que generosamente me recibió en triunfo, y el pueblo de Teocelo, donde fui aclamado”.

Es México, mis valedores. (Y qué país…)

Del éxodo y el llanto

Iba a ser en abril, pero de 1931, cuando los españoles proclamaron su Segunda República. También iba a ser también en abril cuando un tal generalísimo, “caudillo de España por la gracia de Dios”, inició su dictadura. Ahí se iba a desgranar la mazorca de exiliados que se desparramaron por todos los rumbos de la rosa. Para fortuna de tantos,  pero más para nosotros, Lázaro Cárdenas recogió la arribazón de tantos que tanto bien iban a generar al país en tantas ramas del arte, la ciencia, la industria,  el pensamiento filosófico, en fin.

Estoy mirando en las fotos niños de ayer que hoy son ancianos y ancianos que hoy son sombra, polvo y un persistente recuerdo. Telón de fondo, la imagen imponente del navío  Sinaia, que en mayo de 1939 nos trajo a la flor y el espejo de una España que tras la masacre de la República se moría de la otra mitad, que dijo el poeta. Los trasterrados iban a insuflar una bocanada de oxígeno fresco en la cultura nacional. Beneméritos.

Hoy, muertos la mayoría, dejaron entre nosotros y acá se nos queda su voz poética, y de ella espigo estos fragmentos en los que, frente a un retorno por entonces imposible –que aún existía aquel generalísimo de todas las Españas-, vislumbraban la querencia “del éxodo y el llanto”. Océanos, tierra y derrotas de por medio, Juan Domenchina y la ausente presencia de Madrid:

“Cómo me dueles y me sobresaltas – en ti y sin ti, por próximo y distante – Cómo te llevo a mal traer, errante; – cómo mis brincos de ternura saltas. – Cómo te siento aquí, porque me faltas – y allí en tu estar y ser, tierra constante – donde se llenan de tu luz radiante –  los días, y las noches son tan altas…”

Los campos de Castilla, en la añoranza de Ernestina de Champorcin: “Te sueño con palmeras y un cielo sin celajes – cristal inconmovible de insólita pureza – espejo sin ternura donde apenas tropieza – algún árbol reacio a todo vasallaje…”

Gente, hontanar y raíz que atrás se quedaron a la hora de la desbandada, Rafael Alberti: “¿Quiénes sin voz de lejos me llamáis – con tan despavorido pensamiento – y en aterrado y silencioso viento – sin sonido mi nombre pronunciáis…?”

Luis Cernuda, poeta dulce y blasfemo, amante de su distante España  hasta los entresijos del tuétano: “¡Si nunca más pudieran estos ojos – enamorados, reflejar tu imagen! – ¡Si nunca más pudiera por tus bosques –el alma en paz caída en tu regazo – soñar el mundo aquel que yo pensaba – cuando la triste juventud lo quiso! – Tú nada más, fuerte torre en ruinas – puedes poblar mi soledad humana…”

Pedro Garfias, poeta de los mayores, un mísero destino y una vida arrastrada: “Tus cordilleras de salvaje aliento – tus íntimas, profundas, dulces vegas – tus eriales rutilantes al sol – como medallas de tu pecho presas – y tus altos castillos apoyando – en tu bastón, una vejez sincera – mirando eternamente, España mía, – sobre la palma de mi mano abierta…”

Y así también Agustí Bartra, Nuria Parés, Luis Rius, Emilio Prados, Moreno Villa y tantos más. Hoy cuánto se antoja decir sin ruido, de pensamiento adentro, esto de un León Felipe que murió sin volver a lo que vivió añorando:

A tus entrañas vuelvo, Madre  (…) – Que ya no quiero más que esto: – volver a las primeras sombras de mi cueva materna – y al pozo profundo de mi huerto familiar – cuyas aguas antiguas tienen las mismas sustancias que mi sangre…”

El español del éxodo y el llanto; el poeta de la memoria y la nostalgia de la raíz. Hoy, aquí,  su voz y su nostalgia. (Exodo y llanto, España.)

¡Que se larguen esos perros!

A la memoria histórica me referí ayer, esa de la que gobiernos totalitarios y dictaduras perfectas se empeñan en despojarnos. Pero no ir a olvidar, mis valedores, que fue un día como ayer, pero 1914, cuando el que hoy invade Iraq y Afganistán descargó sus tropas en la ciudad y puerto de Veracruz y masacró a tantos patriotas “porque las autoridades mexicanas se niegan a saludar a nuestra bandera”.

Aquel  21 de abril de 1914, a las 11 horas con 20 minutos, soldados de infantería yanqui descendían del Florida, el Utah y el cañonero Pariré, e iniciaban la invasión, y fue entonces: “El pueblo jarocho, cantando La Adelita,  se lanzó a las calles. Se produjeron escenas de tremendo patetismo. Aureliano Monfort, gendarme, fue el primer patriota mexicano abatido por las balas dum-dum, expansivas del invasor. Horas después, entre tanto defensor anónimo, caería asesinado Andrés Montes, carpintero de oficio. Dramático fue el caso de la muerte de Charrito, un humilde vecino del puerto. Loco porque ya no tenía parque, se echaba pecho a tierra gritando: “¡Viva México! ¡Viva México! Y lo mataron.

Los vecinos, al verlo morir, lo enterraron ahí mismo, en la calle. Charrito

El cadete Virgilio Uribe cayó de espaldas. Horas después se acercó un anciano y preguntó: ‘¿Qué nuevas me dan de mi hijo?’ Le presentaron una guerrera manchada de sangre. El anciano besó aquella sangre mientras lloraba en silencio…”

El testimonio de la niña que se quedó huérfana cuando una bala expansiva le asesinó a Andrés Montes, su padre: “Estaba yo en el colegio cuando nos despacharon a casa porque los gringos iban a entrar. Mi mamá estaba muy azorada porque habría tiros y cañonazos. Mi papá estaba trabajando en la carpintería que teníamos en la casa. Estaba callado, trabajando en silencio.

Eramos seis hijos: la más chiquita tenía 10 meses de nacida. Mi papá salió de la casa al oír los primeros disparos. No regresó sino hasta las 6 de la tarde y ya venía armado con un rifle, unos tiros y  dos tanates de pan y miniestras para que tuviéramos qué comer mientras él estaba afuera. Como si lo estuviera viendo ahora mismo: mi mamá, rodeada de nosotros, le suplicaba: ‘No te vayas, Andrés, no nos abandones, mira que tenemos niños muy chiquitos. ¿Qué hacemos si te matan? ¡Hazlo por nosotros!’ Mi padre, que siempre fue muy callado, pronunció tranquilamente estas palabras:

Ahorita no tengo madre, ni esposa, ni hijos. Sólo veo que tengo una patria muy linda y tengo que defenderla de la infamia yanqui. Aquí te dejo colgado este machete: anoche lo afilé bien para que al primer gringo que se atreva a entrar en esta casa, le moches la cabeza”.

Mi mamá le rogaba que se quedara; él la agarró y le dio un empujón, y fue así como pudo quitar la tranca de la puerta y salirse a la calle otra vez. Como mi papá no llegó en toda la noche, en la mañana salió a buscarlo mi madre. Era un peligro, pues los tiroteos seguían. Fue entonces cuando supimos: mi papá peleó solo, callado. Lo mataron al anochecer. Una bala expansiva le destrozó el estómago. Ya no fui a la escuela. Mi mamá nos dijo: ‘ahora todos tendremos que trabajar’”.

Entretanto el cadete José Azueta,  19 años de edad, agonizaba en el hospital de la Cruz Blanca Neutral. El contralmirante Fletcher envió unos cirujanos para que lo atendieran. El joven héroe, al verlos, se cubrió el rostro con la sábana:

– ¡De los invasores ni la vida! ¡Que se larguen esos perros!

Por cuanto a nosotros,  ¿ignorarlo, olvidarlo al gusto del Sistema de poder?  (Trágico.)

Perros de guerra

¿Existe tarea más ingrata que recordar un pasado repleto de desdichas, cargado de iniquidades?

Así se duele Carlos B. Delorme, historiador, después de analizar episodios patrios tan dolorosos como la toma de Chapultepec (sept., 1847) por tropas norteamericanas. Un pasado que por culpa de López de Santa Anna iba a ser de verguenza para los mexicanos. Cuántos más culiprontos proyanquis seguirían  ese ejemplo para entregar al gringo retazos de soberanía nacional. Hoy, por que no se nos muera la memoria histórica, van aquí unos apuntes de la invasión de marines gringos a la ciudad y puerto de Veracruz, tantas veces heroica. El pretexto del presidente  W. Wilson para invadirla:

“Sabedor Huerta de la carga que traía el Antilla ordenó el bloqueo de Tampico y despachó dos cañoneros para que lo hiciesen efectivo; entonces el gobierno americano se opuso, declarando que Tampico era puerto abierto y debía quedar abierto, y mandó dos poderosos acorazados, que siguieron de cerca de los cañoneros y protegieron el desembarco de las municiones”.

Huerta no actuó como proyanki esta vez. No por su culpa, como tampoco de  Venustiano Carranza, la de barras y estrellas, para verguenza nacional, amaneció tremolando a toda asta en el palacio de gobierno de esta ciudad capital, como ocurrió en  1847 por causa de aquel López de Santana modelo y precursor de los vendepatrias.

Fue en 1914, un 21 de abril, cuando W. Wilson ordenó a sus  tropas invadir la ciudad de Veracruz. El telegrama que preludiaba la crisis: “Chihuahua, 21 de febrero, 1914. Sr. Venustiano Carranza: inglés William S. Benton trató de asesinarme en Cd. Juarez. Pude desarmarlo y lo entregué a un consejo de guerra, que lo condenó a muerte. Respetuosamente, Gral. Francisco Villa”.

La amenazante reacción de Washington: “Sr. Carranza: mi gobierno exige pronta averiguación. De otra suerte se complicará gravemente la situación y obligará a este gobierno a tomar medidas sumamente serias. Estamos seguros de que Usted obrará inmediatamente. W.H. Bryan, Sec. de Estado”.

Pero el fusilado era súbdito inglés, y así lo hizo saber don Venustiano al de la Casa Blanca, pero la fementida Doctrina Monroe estaba vigente desde 1823. La prensa de Washington: “Carranza desafía la Doctrina Monroe. Al negar el permiso a nuestro Depto. de Estado para investigar el asesinato de Benson, Carranza  no hace más que dar una bofetada al Pres. Wilson en plena cara y patear la Doctrina Monroe. En 90 años que tiene de vida esta Doctrina, ninguna de las más grandes potencias europeas ha hecho jamás lo que hace ahora el Jefe de los mexicanos que están fuera de la ley” (sic).

Washington, 15 abril, 1914. “El Pres. Wilson recibe a diputados y miembros de las Comisiones de Relaciones Exteriores del Senado y la Cámara y los entera de su decisión de invadir Veracruz a causa de que sus autoridades se niegan a saludar a la bandera de las barras y las estrellas. El  Senador Chilton, de Virginia Occidental: ¡Yo los obligaría a saludar a la bandera, así tuviera que volar toda la ciudad”.

El Senador W. Borah: “Yo sólo puedo decir que si la bandera de Estados Unidos llega a ser izada en México, nunca será arriada. Este es el principio de la marcha de Estados Unidos hasta el Canal de Panamá”.

Aquel 21 de abril de 1914, a las 11 horas con 20 minutos…

A contracorriente del Sistema de poder, que distorsiona o extingue en las masas la conciencia histórica,  mañana  la crónica del desembarco de marines gringos en la ciudad y  puerto de Veracruz. (Vale.)

El jubileo de la máscara

Ser o no ser, mis valedores. He ahí el problema, que dijo aquél. Porque se es o tan sólo se aparenta ser. Porque se es un rostro o tan sólo una máscara, un fingimiento, una falsedad. Ahí radica ese problema que degenera en la apariencia, el tartufismo,  la simulación, la gesticulación. Ser o no ser, y a propósito:

Estos que ahora vivimos, los de la Semana Santa que hace ya algunos ayeres ciertos jacobinos del gobierno apodaron Semana Mayor, son días de prueba para el mexicano que profesa la religión mayoritaria del país, la católica. Pero abran ustedes la ventana, asomen la cabeza, dejen ir la mirada y podrán comprobarlo: los días de la inconmensurable pasión y muerte del Ungido son para el católico los días de la playa, la “discotec”,  la bebida y la práctica desaforada de la sexualidad. Y ahí, de alcahuete, el pragmatismo del alto clero católico. El año anterior, en su sermón de Semana Santa, lo afirmó el cardenal Francisco Robles Ortega, arzobispo de Monterrey, y su prédica fue secundada en la radio por un tal  padre Aguilar:

– Tengo el gusto de recordar a los católicos que durante la Semana Santa hay que combinar paseos y actividades vacacionales con oración y meditación acerca de la muerte y resurrección de Jesucristo. La Semana Santa también debe tener su dosis de espiritualidad.

Atroz. Pragmatismo puro que ofende a Dios y ni agradece el Diablo, y si se habla de la religión que la mayoría de los mexicanos asegura practicar: Jueves y Viernes Santo, Sábado de Gloria y Domingo de Resurrección, ¿qué significan para el cristiano primitivo? Para el moderno católico, ¿qué significan? Uno proviene de la religión humanista de Jesús el Cristo y el otro de la religión autoritaria de Constantino que reafirmó Teodosio, y ahí la notable diferencia de actitud y de conducta, de los dichos y las acciones. Trágico.

Por cuanto al católico mexicano, el difunto obispo Genaro Alamilla lo definió, generalizando:

En materia de religión el mexicano no pasa de ser un analfabeta. Es muy doloroso reconocerlo, pero la Iglesia Católica debe reconocer que se ha olvidado de orientar a los feligreses sobre el verdadero sentido del cristianismo. En lugar de impartir adecuadamente la doctrina, sólo ha privilegiado el culto. La Iglesia no ha ejercido la capacidad de enseñar adecuadamente la doctrina católica porque ha preferido dedicarse sólo al culto, provocando con ello que México sea una nación de analfabetismo religioso. Yo considero que de nada sirve que haya muchas misas, rosarios, imágenes de santos y procesiones, si el pueblo no conoce realmente el significado de la cristiandad, y no respeta los diez mandamientos.

Y es así como el mexicano católico arrastra esta  Semana Santa y befa su “religión” sin que a nadie le parezca una conducta aberrante.

¿Los clérigos, mientras tanto? Esos, hundidos hasta el alzacuello en la grilla política. Cuando se les conmina a concretarse a los asuntos de su ministerio responde Norberto Rivera, cardenal arzobispo de México:

–         ¡El profeta no debe callar!

¿Profeta él? Onésimo y Sandoval Iñiguez, ¿profetas? La diferencia abismal entre dichos y acciones la explica el teólogo:

La fe sin obras está muerta, pero las obras tienen vida aun sin la fe. El bien que hace el ateo cuenta igual que el bien de los creyentes. Las buenas obras acercan a Dios incluso a quienes no creen en él. Un incrédulo que hace el bien está salvado. Un creyente que no hace el bien está perdido. Crear el reino de Dios es más valioso que solamente creer en él”.

(Vale.)

Piedra de escándalo

Qué más incentivo a la lujuria que ver a las mujeres con una zaya toda abierta por delante, para que por la abertura se vea la otra zaya, o a los hombres con unos calzones tan ajustados, que en la misma estrechez manifiestan la forma del muslo, y algo más que por la decencia conviene callar.

Las buenas conciencias frente a las malas costumbres de la comunidad, mis valedores.  Es el  México del año de gracia de 1691, y concretamente la ciudad de Querétaro, donde en el colmo del escándalo y la indignación, un Fray Antonio de Ezcaray clama la protesta que encabeza esta columna. De ello han transcurrido ya 323 abriles, pero texto, escándalo e indignación de las buenas conciencias, pudiese fecharse el día de hoy. Y si no, ir tomando nota: En Querétaro también, pero tres siglos y  décadas más tarde, se manifestó el criterio que de los gobiernos panistas:

Se procura que la mujer se vista de manera apropiada y no con inmoral minifalda. En la Universidad, a los alumnos queremos formarlos y decirles cómo deben vestirse.

En Monterrey, indignados vecinos protestaron porque algunos “panorámicos” anunciaban sostenes. La productora tuvo que “vestir” el torso de la modelo, y la autoridad fue obligada por los vecinos a retirar los anuncios en los que se promovía el uso del preservativo para evitar el VIH/Sida”.

En 1691, el fraile Predicador de Su Majestad: “Qué más incentivo a la lujuria que ver a una mujer agarrotada por la cintura y tan pomposa de lo restante que con la zaya que traen puesta pudieran vestirse cuatros pobres doncellas. Qué más culpables que ponerse un manto, tan transparente, tan pernicioso, que descubre a la mujer de pies a cabeza, añadiendo a este manto una red infernal de puntas, para que por ellas les vean el pelo rizado, las rosas, el chiqueador, la toca, un diluvio de cintas, botones y otras superficialidades”.

Tres siglos y años más tarde, en Villahermosa, Tab., el  gobierno emite el Bando de Policía y Buen Gobierno, uno de cuyos artículos lo estipula: Habrá sanciones para los ciudadanos que anden desnudos dentro de sus casas y será sancionada la exhibición pública de figuras que sean obscenas o atenten contra la moral y las buenas costumbres. Esto, en una ciudad donde proliferan las esculturas que recrean, desnuda, la figura humana.

Mérida, 2005. “Las instalaciones de la Unidad de Atención Psicológica, Sexual y Reproductiva, que aboga por el derecho al aborto y al sexo con responsabilidad, fueron apedreadas por militantes de grupos religiosos radicales.

Y la aspaventera visión de Fray Antonio de Ezcaray:

“Innumerables pecados se cometen por los trajes profanos, afeites, escotados y culpables ornatos, que en estos miserables tiempos y en los antecedentes ha inducido el infernal Dragón para destruir, y acabar con las almas, que con su preciosísima Sangre redimió nuestro amantísimo Jesús. Tal visión de Apocalipsis abarca Querétaro y ciudades españolas”.

Querétero, Qro., 323 años más tarde: “El Reglamento del Buen Decir tuvo que ser cancelado por la polémica que levantó la inclusión de sanciones a las personas que utilizaran un lenguaje soez en la vía pública”.

El Predicador: “Qué más provocación que la diversidad de formas y figuras en los vestidos. Hoy son de un modo y mañana de otro: ya acuchillados, ya más estrechos, ya abiertos, ya con muchos pliegues, y con otras hechuras (…) Hay vestidos blandos, suaves, provocativos a la lujuria como las camisas de olán, cambray, bretaña, holanda o las camisas bordadas con las mujeres por seda”. (¡Réprobos!)

Desconcierto de Aranjuez

El presente es un relato que en un principio dudé en incluir en esta sección de artículos y fabulillas porque alude a una experiencia personal acerca de un servicio social del que no había oído hablar ni me interesaba, pero que me ha provocado un raigón de agradecimiento. Se trata de un mundo fuera del mío al que  acabo de entrar. Mis valedores:

Soy físicamente sano y por lo mismo desconozco la cultura de la enfermedad, y es por ello que la súbita punzadilla me espantó y trájome atarantado durante media semana. Y qué hacer, sino acudir a mi Aída madrina, remedio de los problemas que yo no pueda solucionar, y ella, la benemérita:

– A consultar al especialista del Sanatorio Español.

Yo no tengo, como ella, derecho a los servicios de la institución como no sea con el pago correspondiente al especialista en cuestión. Me mostró una lista de los susodichos, y ándenle, qué sonorosos los dos, tres apellidos, con muchos “de” e “y” intercalados entre un Sanjurjo Moratinos, un Montero Benavente  y un Aranjuez Perelló de Córdoba.

Fecha y hora de la cita, difíciles. Que una agenda saturada, que una convención en Rochester, que… la punzada, síndrome Obama,  invasora. Yo la zozobra, el temor y el temblor. Finalmente:

El día de la cita llegamos con dos horas de anticipación y con dos horas de retraso pudo verme la cara el especialista Aranjuez. En los cinco, siete minutos que permaneció con la testa clavada en alguna carpeta antes de percatarse de mi presencia revisé el consultorio, y sí,  hace juego perfecto con un estacionamiento de setos bien recortados, la elegancia y ambiente perfumado de la sala de espera, la discreción de la melodía instrumental y la belleza y buenos modales de las recepcionistas. Finalmente, observándome inquisitivo, el Aranjuez: “Diga”.

Dije. Me vio la cara, me oyó la cuita, me tendió una receta y volvió a su carpeta. Y qué pandilla de ceros arrastraba el dígito en la factura, que nunca nadie tanto cobró por tan poco. Y a surtir la receta, y la punzada a surtirme de lleno, porque las costosísimas medicinas nomás Valentín Madroño, y qué hacer.

Entre punzadas se atravesó la Navidad. Yo, por sacudir la rutina del diario vivir, una semana planeé vacacionar en Cuernavaca. Tres cuartos de un día soporté, parte de ellos atejonado en un cubículo de este tamañito, miren. Porque ocurrió que a media mañana, bajo un sol como toro padre, la española y yo recorríamos una calleja de barrio, torcida como sus aceras y salpimentada de tortillerías, artesanías y vendimia de celulares, cuando Aída, de repente:

– Esa pequeña farmacia tiene un consultorio anexo.

Y allá vamos, y a la espera de mi turno observé a los pacientes, que hacían juego perfecto con el consultorio, la calle y la entrañable barriada. Media hora después ya estaba yo en el cubículo de noble austeridad frente a la joven de bata blanca y aspecto mestizo, su cédula profesional como único adorno en el muro de triplay. Ante la morenita abrí la boca, abrí el corazón, abrí todo lo que me pidió abrir. Un examen, una receta, el pago por honorarios tasado en morralla. Cápsulas y pastillas, en la farmacia anexa. Conclusión:

Doctora y medicinas no alcanzaron la suma que cobró el estacionamiento del Aranjuez. La punzada, un día después, muerta del todo, y yo del todo a vivir. Hace rato pensé en Aranjuez, en  Sanjurjo, en la morenita del triplay, e inclinando la testa ante la imagen de esa maga y taumaturga que me traje en la mente, aquí y ahora  le ofrezco este mi ex-voto. ¿El Aranjuez? /(Bah…)

 

Y a jalar la carreta…

Me refiero al conjunto escultórico que España donó a nuestro país y que fue colocada en la Plaza Miravalle. Cité el viernes pasado la noticia del DDF acerca de que cierran la plaza de marras para construir en las inmediaciones reductores de velocidad. La noticia me trajo a la mente el mensaje que dirigí a La Cibeles  cuando yo recién llegado a esta noble y vial. Dije entre mí a la diosa de la fertilidad campestre en la mitología de la antigua Grecia:

– Ruegue a Zeus, señora,  que usted no vaya a correr la suerte de que se la roben o terminen ofendiendo su honra. Que permanezca completa, no me la vayan a coger como objeto de rapiña y vaya a parar al jardín de alguna residencia de funcionario sexenal.

En fin, que a la hora de presumir nosotros también tenemos estatuas: ecuestres (algunas), pedestres (las más), erguidas (las menos), y culimpinadas (las de hoy), todas de héroes epónimos, falsos y verdaderos, dignísimos exponentes de la cultura de la derrota que forma la historia de mi país; las tenemos alineadas a lo largo de uno que nombramos Paseo de la Reforma, por el paseo que a la reforma le han dado sotanas y capas pluviales que manejan la vida pública y púbica del país. Tenemos multitud de estatuas de unos héroes que fueron pasto de la derrota y que cayeron de cara al sol una vez que clamaron al cielo y burilaron en la historia su célebre frase: “Va mi espada en prenda”, “Me quiebro, pero no me doblo”,  “Mi pasión por México”. Hermosas frases y hermosas estatuas, o casi,  porque a la que no le falta un brazo fáltale un ojo, una zanca o como a las de hoy: “lo mero prencipal”.  No heridas son  de campaña, señora, que serían heridas heroicas; descuido, incuria, desdén. Es México.

Y ya que hablamos de estatuas: una madre tenemos allá por Sullivan, pero qué clase de madre: de cantera vil, descalza, vestida de bailarina folklórica o de mesera del Sanborn’s; una madre así de flaquita, de chiquirritica, símbolo enhiesto de un estacionamiento que ya cerraron por incosteable. Y luego nos enchilamos porque nos gritan que qué poca estatua tenemos. Así nos insultan quienes nos conocen a fondo.

Es cuanto, señora diosa  Cibeles. Edificante resulta que haya llegado usted a nosotros por la vía del afecto español, ahora que más afectuoso les va resultando nuestro petróleo, pero ese ya es otro cantar, cante jondo.

Me reconforta su estatua de diosa,  no que hasta ahora pura estatua de pícaros y  Tartufos, de simuladores y demás gentualla que por malas artes se encaramó en el pedestal sexenal o en los altares  del culto católico. Pregunte por ahí sobre la   masacrada estatuaria de un Alemán que a su hora  tanto daño causó a la nación, y de un garañón de tamaños, la del primer espurio de la historia reciente del país y esos adefesios que manipuladores erigieron a la (mala) memoria de cierto correligionario corrupto él, cuyo único mérito fue recibir un balazo en la nuca. Y la estatua de Fox, la de los beatos cristeros…

Y al igual que los leones que jalan su carretón, los de las estatuas uncieron a la suya a unos leones a los que domesticaron porque  despreciamos la historia, nos negamos a crecer y asumir, y seguimos delegando en ellos una y otra vez. Y a seguir uncidos y jalándoles la carreta…

Es cuanto, diosa Cibeles. Esta es su casa.  Que le sean leves DDF y palomas. ¿Sismos, temblores? Juegos de niños junto a la acción de los Lics. Jerásimos. Cuidado, mucho cuidado con esos chuchos que alzan la pata y… ¡de nueva izquierda, imagínese!

En fin. Es México. (Qué país.)

Y a jalar la carreta

Por la Plaza Miravalle pregunté a ustedes el pasado viernes. Que si los árboles aún no habían sido asesinados y toda la plaza arrasada, y si a La Cibeles todavía  no se la habían robado u ofendido en su honra de mujer. Ahora transcribo el mensaje que hace años, cuando fui a visitarla, dije entre mí a diosa del conjunto escultórico  regalado por el gobierno español:

– La veo, señora, en su buena carroza tirada por esos dos gueyes.

– ¡Que no son gueyes, so pasmao! ¿No les ves la melena?

– Y la planta de leones, ¿pero leones tirando de una carreta?  Sólo que se hable de leones capones. Sí, sé que ese par de felinos  son dos espíritus castigados, casi tanto como los mexi­canos, porque nosotros leones pudiésemos ser, y ocelotes, jaguares y águilas. ¿Y en qué vinimos a parar, que así permitimos la masacre de árboles que en esta Plaza Miravalle perpetró Carlos Hank cuando regente de esta muy noble y vial? Y después de esa cuántas otras masacres; ¡de humanos, señora, la mayoría inocentes!  (A estas horas seguimos uncidos y jalando el carretón para vivir mejor porque la solución somos todos y él sabe cómo hacerlo, y alternancia en democracia, empleo para todos y para progresar vamos a dárselo al gringo, nuestro energético. Nosotros, jalando y  uncidos. Es México.)

Bella su estampa, señora, y la del conjunto escultórico: copeteadas las manos de mieses, racimos, frutas y espigas, como cuadra a la diosa de los frutos que da la tierra. ¿No serán importados de Texas por aquello del TLC? ¿Quizá, previsora,  a modo de bastimento se los trajo usted misma de España? Porque por acá sólo ají en su versión mexicana.

Observé en la escultura a ese par de chamacos de corta edad. Nalgoncitos, encueraditos (bocato di cardenale, y de cura, y de fraile), cargando cestas de frutas que haga de cuenta nuestros chamacos. Así los verá todo el santo día (¿qué diablos tiene de santo?) zanqueando los carromatos, sólo que en lugar de mieses, chicles, y en lugar de frutos, tarugaditas de plástico. De racimos, sólo los que Madre Natura les colocó en su nidal. Y claro, en lugar de tan rotundo nalgatorio (aguayones de niñez bien cebada), unas limas exprimidas; traserito de mestizo, de tercermundista deudor del agio internacional. México.

Porque a diferencia de los nalgoncillos de bronce de su escultura, los nalgoncitos de carne (poca) y huesos, muertos de hambre y criadores de lombrices y otros bichos,  pero orgullosamente mexicanos, son felices acunados, posición fetal, en la entraña de la democracia, como nos juran 50 millones de carísimos spots (así, a lo gringo), que los nalgoncitos pagamos a los Peña y congéneres. Porque, señora, no olvidar el país al que la vinieron a tirar. ¿Cuándo me iba a imaginar que tantos de estos muertecitos de hambre iban algún día  a posar sus dos reales en el sillón de Los Pinos, y desde allí el que no nos resultó bandido nos salió dipsómano,  y el que no, vendepatrias. (Esto por más que en su tierra, señora, de rey para abajo las corruptelas son reales y van de padres a hijas, yernos, cuñados, sanchos, entenados, en fin.)

Por la magnificencia del grupo escultórico deduzco que viene usted de una tierra próspera, no tan diatiro como la nuestra. ¿Pues qué, vuestras reformas os resultaron más de provecho que a nosotros las nuestras? ¿Me guarda el secreto? Nuestra  democracia nos ha valido lo que se le unta al queso, cuando queso tenemos. Pero eso sí: cómo nos la mientan, que a mentadas democráticas nos traen esos del discurso oficial.

Esto termina mañana. (Vale.)

¿Leones o bueyes?

El Gobierno del DF. anunció que el lunes 7 de este mes  iniciará el cierre parcial en las inmediaciones de la Glorieta de Cibeles para construir los reductores de velocidad. Estos trabajos durarán una semana. La rehabilitación prevé saneamiento de la vegetación.

La Plaza Miravalle, mis valedores, cuánto tiempo hace que no sabía de ella. Así pues, ¿ahora resulta que resistió a Carlos Hank? ¿Que  existe todavía?  Aquel su macizo de árboles gigantescos, ¿sigue en su lugar? La estatua de La Cibeles que España donó a nuestro país, ¿todavía nadie  se la ha robado? Esto lo pregunto a ustedes porque hace años que no visito la plaza de marras, y porque se publicó la siguiente noticia allá en los tiempos en que el regente de la ciudad era nada menos que el por aquel entonces poderoso profesor Carlos Hank, hoy difunto y olvidado, o casi:

La Cibeles muere de sed entre mugre y abandono. En su majestuosidad, la estatua muestra el descuido y el menosprecio de las autoridades capitalinas hacia nuestros escasísimos parques, fuentes y jardines.

Yo, nostálgico, recuerdo que ya vivía en esta ciudad capital cuando La Cibeles tomó po­sesión de una Plaza Miravalle por aquel entonces flamante, como recién estrenada, con aquellos sus árboles gigantescos, aún sin asesinar. Yo un día de aquellos visité a visitar la plaza, miré La Cibeles, y así entre mí decía a la diosa de la  Grecia antigua:

– Señora Cibeles, sea usted bienvenida a su nuevo hogar. Que la madrileña nostalgia le sea llevadera y la contaminación y altura sobre el nivel del mar poco le afecten sus alvéolos pulmonares.

Por cuanto al macizo de verdes que el profesor Hank mandó asesinar para plantarla a usted, su carreta, la tracción animal  (dos leones) y los dos chamaquitos del conjunto escultórico, yo ya perdoné al regente dañero, qué otro camino me quedaba. Lo perdoné, ¿sabe usted por qué? Porque perdonar a los sobrones del Sistema de poder es vocación de agachones como yo. Usted me entiende, ¿no es cierto?

De agachones, sí, porque los mestizos de Cortés y Malintzin ya olvidamos el verbo asumir, y todo lo delegamos en los Hank sexenales. Protestamos, sí. En manada exigimos también, aborregados en el zóca­lo capitalino, y a propósito: esté usted preparada, porque ya tendrá ocasión de hartarse a la voz de otra de las altivas maneras de protesta ciudadana, que compendiamos en cinco viriles toques de cláxon.

Porque a los descendientes del guerrero águila y el conquistador extremeño nuestras virilidades, allá en la entrepierna, se nos van trocando en cornetas de aire comprimido para que mediocres, neuróticos y acomplejados, a claxonazos gritemos nuestra hombruna protesta contra el automóvil de adelante o contra el de al lado, con la neurosis crispada, encrespada,  por la constante agresión del Poder, nuestro enemigo histórico. Que lo es, la historia y la realidad objetiva nos lo estampan en pleno rostro, pero nosotros nos negamos a entenderlo. Porque nosotros, señora, no sabemos asumir. Delegamos y exigimos, por más que la historia nos grite la inutilidad de esas acciones. Protestamos mentándole la Cibeles al Poder, y en una mentada esperamos la solución a la desmesura de los sobrones del Sistema. Trágico.

La observé un día de aquellos, doña Cibeles.  Es usted una diosa ya madurona, pero aún de buen ver, muy plantosa en su carromato tirado por esos dos güeyes. “¡Que no son güeyes, so pasmao!”, ya la escucho protestar-. “Leones son, ¿no les ves la melena?”

La melena se las veo, y el fierro –el fiero- mirar, pero… (Esto sigue mañana.)

Gutiérrez y otras basuras

Cuauhtémoc Gutiérrez,  líder priísta y dirigente de pepenadores al igual que lo fuera su padre, que murió asesinado por una mujer. Pero ahora sucede que este Cuauhtémoc nos resultó más basura que la de los tiraderos que a-penas dan alimento a los pepenadores y hasta la náusea enriquecen al verraco  de las “edecanes” que le arrima una alcahueta. La escritora Mayahuel Mojarro, conté a ustedes ayer,  entrevistó a algunos trabajadores de un tiradero ubicado al oriente de la ciudad. La sota moza enfiló para el rumbo y a media mañana ya estaba de charla con algunos pepenadores.

– Así que se logra vivir de la basura…

– Se sobrevive, y mal, todo el día rascándole aquí, espulgándole  allá, reciclando, clasificando. Mire en derredor. ¿Qué ve?

Un mundo de desperdicios, desde latas vacías hasta paquetes de algo indefinido, pasando por el cacharro desportillado, la ropa hecha garras, el peltre enlamado, el óxido, la descomposición.

– Y en este mar de desechos, ¿algún objeto de valor?

– ¿Sabe qué es lo que hemos encontrado dentro de la basura? Más basura. Qué de valioso puede traer la basura, con esta basura de crisis que chicotea a las pobres clases medias. Más antes  algún suertudo llegaba a encontrar el anillo de oro, los cubiertos de plata. Pero hoy, con esta crisis…

Semioculta en el zanjón basuriento una mujerona, chamaco a la espalda, espulga el tapiz de desechos. “Yo sí me encontré alguito más o menos valioso: aquí a mi marido. Lo reciclé y lo hago servir. Es ese molacho. Se llama  Pedrín”.

El hedor, insoportable; el paisaje, desolador. Allá, muy arriba, un cielo mortecino como espejo del basural que es espejo fiel de ese cielo. En los cerros de basura las evidencias del consumismo. Montones de desperdicios: moños verdes y rojos, árboles navideños, esferas trizadas, santacloses que sonríen o sueltan la carcajada, como burlándose. ¿Algún paisano de Cd. Nezahualcóyotl  habrá visto en su vida una nevada, un  reno, un abeto?

El pepenador levanta las cajas de cartón ya sin regalo; la mujerona recoge envases de Coca-Cola y cajetillas de Marlboro. Más allá un cónclave de zopilotes. Telón de fondo, el edificio del penal. Oscuro, lóbrego, siniestro, con sólo ese rayo de sol que cayó preso entre los delincuentes y los pobretes sin más amparo que el de su Santa Muerte. Detrás de unas rendijas que ahí adquieren categoría de “ventanas”, los “internos”, eufemismo puro, dejan vagar una mirada ciega de envidia por la libertad de unos pepenadores presos de su propia indigencia…

Las preguntas se acumulan en la mente, ¿pero cómo concretarlas frente a la realidad que arde en las pupilas? ¿Qué preguntar que supere la realidad tatuada en la piel pringosa de tales manos pepenadoras? ¿Convocar a la nata de cuervos humanos que planea rascando el pellejo y las tripas del basural?  ¿Indagar qué fue lo que el chamaco (o su madre) encontró en la basura, que ahora lo chupetea, lo mastica minuciosamente?

Mayahuel se retira. Se alejó o creyó retirarse del submundo oxidado y pestífero, pero no, que en sus sentidos se lleva tufos, sonidos, paisajes, un persistente zumbar de moscardones y la visión del minucioso espulgar de manos como tarántulas en pellejos y tripas del basural. La sota moza alcanzó las vías del tren, cruzó el paraje, y ya lograba el refugio del vehículo que la tornara al mundo cuando observó su atuendo y recordó que antes de bajar al inframundo la tela conservaba un color uniforme, sin estos churretes y lamparones. Trepó a su vehículo. Aceleró. (Es México.)

El Basuritas

Basura humana nos resultó  ese  Cuauhtémoc Gutiérrez,  ahora ya ex -dirigente del PRI en el DF., a quien los comentaristas no bajan de cerdo, patético y deleznable. Tal es ese Basuritas que a decir del editorialista F. Zea posee, cuando menos,  un par de “virtudes”:

Tiene el manejo de grupos muy violentos en el DF. y una cantidad de recursos inagotable provenientes de la explotación de los pepenadores. Esto corrobora la bajeza del tipo, que se aprovecha de la más baja de las necesidades de los que buscan algo entre la basura.

Necesidades que esa inhumana basura aprovecha para hacerse llegar, por medio de su alcahueta, los servicios sexuales de una tropilla de alquilonas para satisfacer los instintos de semejante sapo inflado que nunca por sí mismo y sin paga de por medio compañía femenina  pudiese lograr.

Pero hablando de otra basura, menos sucia que el tal representante del “nuevo PRI”, yo a ustedes pregunto: ¿cuál de los dos problemas calculan que resulte más áspero para el gobierno de la ciudad? Uno es el terreno donde vaciar los miles de toneladas de basura que se recolectan cada día; el otro, relacionado con la propia basura, es el tal Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, nombre excesivo para el que ha sido legislador y líder priísta, cargos excesivos también de un individuo que al igual que su padre Rafael (asesinado en 1987 por asuntos de una mala pasión femenina), en basuras de toda especie ha venido medrando hasta la náusea. Es México.

El problema de la basura de los tiraderos (no me refiero a los tiraderos políticos)   se derrama hasta las miles de familias que sobreviven de la basura: los pepenadores. Yo alguna vez publiqué la fábula de la mosca y araña y me asombraba de que entre las moscas algunas se tornan arañas, como ocurre con los líderes sindicales y los del comercio ambulante, y aquí lo inaudito: que el basurero produzca arañas multimillonarias como el susodicho priísta Cuauhtémoc Gutiérrez, y  a propósito de moscas, arañas y sapos inflados:

Hace algunos ayeres una revista científica, o algo por el estilo,  encargó a Mayahuel Mojarro (ella tan hermosa que en ratos parece que lo hace a propósito) una entrevista con alguno de ellos. Aquí el trabajo periodístico de la sota moza de los ojos garzos (“que no merecen llorar, sino que lloren por ellos”):

“Fue aquel un súbito encontronazo con el universo de los desechos que arroja (lo más lejos posible) una ciudad consumista,  descomunal. Las pupilas de la intrusa (yo, Mayahuel) se desperdigaron por las vivas entrañas de aquella geografía inhóspita, y con todos los sentidos absorbía pelos y señales del basurero: tufos, agrios olores, el zumbar de los nubarrones de moscas, el revuelo de unos zopilotes que se refocilaban con los desperdicios…

– Zopilotes nosotros, que manejamos la basura de una ciudad que no pudiera sobrevivir con su porquería. Esta es su casa, señorita. ¿Qué es lo que dice que vino a preguntarnos?

La intrusa llevaba dispuesto todo un formulario de preguntas que se proponía plantear a algunos de los personajes del basural: formas de vida y de labor, datos, cifras, en fin. Abrumada por una realidad que no había imaginado dijo  al que se identificó con los zopilotes: “Usted es el dirigente del gremio, ¿no es cierto?”

-Ningún dirigente. Sí, se me estima, me obedecen, pero aquí el único dirigente es el mundo de los desechos, de los desperdicios, de lo que se ha echado a perder, y con el que nosotros ganamos.

(Esto sigue mañana.)

La náusea

Que fui invitado, dije a ustedes ayer, a la ceremonia del bautizo de una de las calles de cierto poblado ribereño de esta ciudad capital. De noche me transportaron y depositaron en aquel cuarto de una posada. Me dormí, y en sueños deambulé por la tierra de mi querencia, y a la primera llamada de la misa  primera, con la escoleta de burros y gallos contemplé en sueños  cómo se encienden las crestas de la serranía para luego parir un sol tierno y juguetón que a lo travieso descobija los bultos que había embozado la noche. Yo, aquel desarrapado de primeras letras. Qué tiempos…

Después, del puente a la alameda, en  sueños pulsaba el alma de unos viandantes que me saludaban a flor de sonrisa, más fragante que la flor de jacalazúchitl; ellos, mis paisanos, que aún rigen su existencia por el voleo de campanas y esquilones que convocan a jurar que al tercer día resucitó de entre los muertos. Devociones aromadas con efluvios decimonónicos. Soñemos, alma, soñemos…

Y a recorrer en sueños calles, jardines y plazoletas, y a visitar a un Nazareno que en su hornacina (barroco tardío, churriguera temprano) se moría de tedio. Y al parián, a la artesanía regional. Calles, plazoletas y callejones rechinando de limpio. Mis ensueños, de los que a lo brusco me sacó el cohetón y me espabilaron los retumbos de la tambora: “Para que salga el lucero, cabrona,” (Así dice.)

Medio día. Allá vamos, en convite, entre el fragor de la pólvora, las porras y los jaleos de unos nativos eufóricos que remolcándome dejaban atrás plaza, tianguis, feriantes y  juegos mecánicos para enfilarnos hacia aquel callejón en la orilla del caserío enfiestado de pulque, tequila, cacardiosidad (yo no). ¡Y de repente, válgame! A lo instintivo traté de cubrirme la nariz; y es que el callejón resultó ser la mala conciencia del caserío que al rayo del sol ventoseaba tufaradas de pudrición y carroña de perros muertos. En aquel muladar la pestilencia se amazacotaba con heces enfermas de enfermas entrañas que iban ahí a descargar su conciencia. Orillera de la tierra grifa de basura, la acequia de aguas negras, renegridas. Reprimí el impulso de vomitar. Socarrones, los de la comitiva me observaban de ganchete y sonreían. ¿Por qué? Vine a saberlo después.

¿Pero por qué la vecindad de la pudrición con la parroquia, las guilas, el parián y el palacio municipal?  “De ahí sale la peor pestilencia”, me explicó uno de la comitiva, y que la hediondez se refina con el calor que reverbera en los charcos de aguas negras del corralón del rastro. “Los matanceros tiran aquí vísceras, huesos, carcajes”. Y que esa pudrición  se reviene de hediondeces refinadas con la basura, los humanos desechos, el agua corrompida y la cargazón de hortalizas y fruta podrida que llega desde el mercado, hociqueadas de perros ñengos y chanchos gordos, unos  cuinos y otros talachones, que en santa paz se disputan las heces con cuervos, auras y zopilotes. Nauseabundo, sí, pero ahora, ya en mi casa, considero que el asco tuvo un final feliz. Y si no, juzguen ustedes:

El callejón. Los tambores callaron, la pólvora enmudeció, nativos e invitados nos arremolinamos frente a la placa.  Redoblante y tarola un redoble, y fue entonces: la concurrencia conteniendo la respiración, corrí  la cortinilla, y mis  valedores: ahí, bronce que relumbra a los últimos rayos del sol,  entre el fragor de las maldiciones, todas de madre arriba, silbadas o a gritos, el muladar de las heces tuvo su nombre:

Calle Felipe de Jesús Calderón  Hinojosa.

(¡Puagh!)

Descendí a los infiernos

Los festejos regionales. Hace unos días fui invitado a  descubrir la placa con el nombre y los dos apellidos de un connotado político en una calle de un caserío cuya ubicación no registro con fidelidad. Los organizadores me treparon a un vehiculo, me plantaron en el cuarto de una posada y hasta mañana, a la festividad. ¿Sería en las goteras de esta ciudad o en la entrada de una población aledaña? ¿En el Edo. de México, posiblemente? En fin, que la ceremonia resultó trepidante con la alharaca de toda la población.  En la tarde se agasajaron con carnitas y barbacoa (yo no), y por la noche bebieron licor (yo menos) y prendieron fuegos artificiales. Sólo la santa Iglesia se abstuvo de participar y permaneció con sus campanas mudas, como atufadas. Ni rezos ni agua bendita, lástima.

Mientras en el jolgorio y la jácara de los aldeanos yo descorría la cortinilla que dejó al descubierto nombre y apellidos en un bronce recién pulido, pensé: que al festejado no vaya a atacarlo el síndrome Colosio, un personaje tan gris como turbio a la hora de las comaladas de millonarios de que habló Portes Gil. Como la exaltación inmerecida del sonorense, los ejemplos abundan de la gloria efímera que han conocido algunos que dieron su nombre a calles, auditorios, dispensarios y plazas públicas, para después retirárselos para nunca más. En el Estado de México, sin ir muy lejos.

¿Recuerdan ustedes a Arturo Montiel cuando tenía de pareja a una Maude, francesa? ¿Recuerdan que en su sexenio Montiel colocó su nombre y el de toda su Maude a calles, auditorios, hospitales y demás? Ni Colosio ni Maude, mucho menos Montiel, merecen tal desmesura ni semejante  culto a la personalidad. Y a propósito, mis valedores:

¿Qué resta del nombre de Arturo Montiel? ¿Qué de toda su reverenda  Maude? ¿Y qué de la muy honorable familia Salinas, desde Raúl el viejo hasta el exconvicto Raúl? En mayo de 1999 el Congreso retiró el reconocimiento de hijo predilecto de Nuevo León al expresidente Salinas, que había sido concedido por el gobierno estatal priísta en 1994. Patético.

Dic. del 2002. “Diez empresas (TV 4, Sabritas, Pepsi, Bimbo, etc.) impondrán su sello corporativo en la placa de identificación de miles de calles, por un convenio que suscribieron con la Sec. de Desarrollo Urbano y Vivienda, Laura Itzel Castillo de titular. Sobre las críticas perredistas a los anuncios el delegado de la Miguel Hidalgo, el panista Arne aus den Ruthen Haag, ironiza: Provienen del pudor socialista”

Agosto de 1991. Una calle de la Colonia Guerrero llevará el nombre de Daniela Romo, popular e internacional cantaautora, que dice: “Creo que no lo merezco, porque yo lo único que he hecho es dar lo mejor de mí cuando canto: Todo, todo, todo”.

Mayo de 2002. En la delegación Gustavo A. Madero existe una colonia que ostenta el nombre de ¡Verónica Castro!

Cancún, 1992. Centenares de habitantes del municipio Felipe Carrillo Puerto realizaron una marcha-plantón para protestar por el cambio de nombre que las autoridades pretenden realizar a esa cabecera municipal y denominarla Chan Santa Cruz.

Y así los Echeverría, Salinas, Bribiesca Sahagún, su segundo marido y los hijos de toda su reverenda Marta. ¿Qué caparazón de armadillo los amuralla, que han logrado sobrevivir a la vergüenza, las befas y las maldiciones, y en la más abyecta impunidad devoran las buscas que lograron agenciarse en su paso depredador por los dineros de todos nosotros, que deberían haber servido para el beneficio de nosotros todos?

(Viene mañana el final.)

Tienes frailes, langosta, policía

De don Joaquín Fernández de Lizardi  hablé a ustedes ayer, y relacioné su labor con el grado de heroicidad que suponía el oficio de periodista en los tiempos aciagos del porfirismo. Porque ese fue el sello de identidad de El Pensador Mexicano: censura y prisión, persecuciones y agobios económicos, y vuelta a empezar, algo lógico para un periodista de su trascendencia y valor personal en un gobierno como el de Díaz.

Tenerlo presente: el pueblo no ejerce los derechos de soberano sino en las elecciones.

(Derechos de soberano, digo yo,  perfectamente acotados, porque  con su voto las masas eligen a quien le presenta un mejor proyecto de nación, pero su voto resulta totalmente inútil a la hora de hacer efectivo semejante proyecto.)

Todos los campos de la expresión escrita dominó El Pensador: el periodismo y la sátira, la versificación, el drama y la novela, donde crea ese personaje inmortal, El Periquillo Sarniento, flor y espejo de la picardía que a todos nos resultaría familiar si en este país se acostumbrase la lectura.

El Periquillo nació en 1816, y de inmediato recibe la aceptación popular, no así la crítica, que se mostró reservona ante los hechos “escandalosos” y el lenguaje desenfadado el personaje. Noches tristes data de 1818, al igual que el primer volumen de La Quijotita y su prima, cuyo segundo tomo aparece al año siguiente. Don Catrín de la Fachenda se editó en 1819. Tiempo después El Pensador deja de lado la novela y se dedica de lleno al periodismo, su genuina vocación. Atrás quedaba una obra copiosa, raíz de la literatura mexicana como de la francesa son, distancias guardadas, Gargantúa y Pantagruel. Lizardi dejó la obra de intención didáctica y de ejemplaridad, visión esperpéntica con la que denuncia las desmesuras y los desafueros de  mundo y su tiempo, como a su hora Rabelais, con sus dichos Gargantúa y Pantagruel, recriminó los hechos corrompidos que perpetraban el clero, los militares, las autoridades civiles de aquel entonces…

Y qué vigencia mantienen hoy mismo las reflexiones que Lizardi nos dejó en las planas de los periódicos que fundó a lo largo de su ejercicio periodístico, periódicos más o menos efímeros.

Compárese los males que pueden sobrevivir a la República, entre que se anulasen las elecciones y los que le vendrían con algunos diputados elegidos por tramoya, esto es, que no merezcan serlo. En el primer caso se mina la soberanía de la nación. En el segundo nada se pierde con seis u ocho representantes ineptos, sino diez y ocho o veinte y cuatro mil pesos anuales.

Y cuánto de humano, mis valedores; cuánto de aleccionador y de melancólico se trasmina en la nota que redactó El Pensador ya cuando tuvo que dar por muerto su  Correo Semanario de México. La nota que tituló Despedida (no contaba con  el apoyo “oficial”):

“La escasez de subscriptores, que no proporciona que se costee este periódicos, y mis graves enfermedades, no me permiten continuarlo.

Doy gracias a los señores subscriptores que han tenido la bondad de favorecemos hasta el final, suplicándoles dispensen las erratas, dilaciones y otros defectos que no he podido evitar.

A los señores subscriptores que aún restan algunos piquitos, suplicamos proporcionen su remisión, pues no habiéndose costeado el periódico, claro es que nuestro bolsillo debe pagar lo que falte”.

México, 4 de mayo de 1827. El Pensador.

Esto escribía nuestro progenitor literario y periodístico para entonces ya atacado de tuberculosis, pobreza, desaliento, soledad…

Don Joaquín Fernández de Lizardi. (A su memoria)

Estrella polar del periodismo

Los periodistas en México, mis valedores. Yo, uno de tantos,  pienso en la estatura moral de ese a quien el oficio condujo hasta Belén  (la cárcel). Pienso, y cómo pudiese ser de otro modo,  en mi don Joaquín Fernández de Lizardi, El Pensador Mexicano, que vivió su vida  (1776 a 1827) en los tiempos anubarrados de la lucha de independencia, personaje admirable.

Admirable, sí, por su vida y obra como liberal, moralista y filósofo, que ejerció actividades lo mismo de educador que de satírico e intelectual; pero El Pensador fue, primero y antes que nada, varón de virtudes que a golpes de denuncia pública defendió sus ideales, formuló sus cuestionamientos y difundió su verdad por todos los medios a su alcance: el ensayo, el libelo, la farsa, el artículo, la novela y hasta la misma versificación. El Pensador Mexicano, creador del inmortal Periquillo Sarniento que no han leído los mexicanos porque los mexicanos no leen, una verdadera lástima.

¡Qué diferente contraste hace lo que el lector ha leído escrito en España bajo un sistema monárquico, y lo que ve en México acerca de la libertad de imprenta, bajo un sistema republicano!

Fernández de Lizardi. Novelista fue, dramaturgo y versificador por necesidad de expresión, el primer fabulista que parió nuestro Mundo Nuevo si hacemos a un lado a Fernando de Alba Ixtlixóchitl y algunos más que nacieron al arrimo de frailes y conquistadores. Sería  el oficio del  periodismo el que iba a alzar a Lizardi como héroe civil que dedicó toda su vida a la denuncia de vicios y corruptelas de un México que se asomaba a la independencia. Su juicio contra desahogos hepáticos como esos que solía deponer en Los Pinos el imprudente de mecha corta y afición etílica (¿lo recuerdan ustedes? ¿Habrán podido olvidarlo?):

Hace la discordia tanto daño en el cuerpo político como las contagiosas en el físico.

La historia pública de Lizardi arranca de 1811, cuando a los 34 años de su edad se mete de lleno a la difusión de las ideas, así en los campos del periodismo como en los de la ficción y en esa suerte de volandera mercadería que fueron las hojas sueltas en donde se desbalagaban rumbo a todos los rumbos sus sátiras e invenciones, sus arengas y denuncias, sus reclamos a favor de la moral y las buenas costumbres; hojas que se leían en callejas y plazas públicas, en la posada, el figón, el camino real; hojas que prefiguraban esa literatura que, peripecias históricas más adelante, soltarían las prensas de Vanegas Arroyo para difundir las calaveras de Posada y aquella levantisca literatura que ayudó a desmoronar la vera efigie de Porfirio Díaz; hojas que difundieron la cultura popular en la forma del corrido que iba a perpetuar   las hazañas del arriscado y el valentón, y la jácara y los lances de amor. Soberbio.

¿Por qué tuvo que cancelar su Correo Semanario de México, del que fue fundador, caer a la cárcel  y morir en la inopia?  A causa de sátiras de este tamaño contra sotanas y capas pluviales:

Nada falta a tu dicha, patria mía, – Tienes frailes, langosta, policía, – Puertos sin naves, tropas sin calzones, – Caminos solitarios con ladrones, – Siempre apretada tu tesorería, -Partidos y colores a porfía, – Papel que vale menos, aunque debe, – Un rey que lo conoce y no se atreve. – Faltaba un año santo: en este día, – ¡Bendito Dios!, el Papa nos lo envía.

Por aquellos tiempos aún no se consolidaba el país como lo que es el día de hoy: un estado de derecho,  laico y democrático, paladín de los derechos humanos (¡Uf!)

A dos nalgas

El libro esta vez, mis valedores, La lectura fue el tema que el domingo anterior propuse a todos ustedes en nuestro espacio comunitario de Domingo 6 que se transmite los domingos por Radio UNAM. Hablé entonces, y lo hago una vez más, de un hábito tan menospreciado en nuestro país como que es el de la lectura. De modo realista agregué la aclaración: consciente estoy de que incitar a las masas a  leer  corre la misma suerte de cuando ese inconsecuente cuanto de buena intención censura el licor y exhorta a los adictos a que abandonen la botella. Trabajos de amor perdidos, porque romper inercias es empresa difícil para el individuo que carece de fuerza de voluntad; porque para abandonar la de plasma y acercarse al libro, como para liberarse de tabaco, licor y televisión,  se requieren temple, carácter y determinación.

No está de más recordar a sus buenas mercedes que el mexicano medio, sumido en la mediocridad, lee libro y medio al año; que lee libro y medio porque es mediocre, y que es mediocre porque lee apenas el tanto de  libro y medio en un año. Y esa lectura alude al desarrollo y la  superación personal, imagínense. Quien logra aficionarse a la lectura ¡alcanza los cuatro libros al año! Lóbrego.

Porque a diferencia de comunidades de países llamados del primer mundo  el mexicano es renuente a la lectura como anuente a la pantalla de plasma, y esa es la manera más directa, más contundente, más aplastante, de mantenernos en la mediocridad y en el subdesarrollo mental, que es el más nefasto de los subdesarrollos. Y apartados del libro, como desdeñosos de toda manifestación cultural, cómo salir de esa horrorosa mediocridad en que estamos inmersos y de la que no alcanzamos a darnos cuenta porque tal es el modo de vida general. Patético.

Porque tanto a escala personal como de naciones quien lee manda porque la lectura lo convierte en Heracles, y quien  no lee no pasa de ser un enclenque Ificles mental,  y tiene que resignarse a obedecer. Sin más. (Recuerdo, a propósito, aquel pasaje de alguna novela de lo real maravilloso donde cierto individuo, encerrado varios meses en un recinto de puerta remachada, comió y descomió dentro de aquel ambiente viciado sin percatarse del tufo corrompido que inficionó la habitación. Desde fuera alguien abre la puerta, penetra el oxígeno limpio y es entonces cuando la pestilencia lastima a los dos. A nosotros todavía nadie nos abre esa puerta, imagínense.)

Ah, pero  así como escogimos todo un día para alabar a la madre, a la mujer o a los humanos de preferencia sexual distinta a quienes habremos de menospreciar el resto del año, así ocurre, por desdicha, con un artículo nobilísimo como es el libro. Muchos visitantes en el Palacio de Minería y otras sedes de ferias internacionales, para que una vez disipada la polvareda de la  feria y los libros volvamos al amor de nuestros amores: la pantalla de plasma a la que ofrendamos vida, mente, criterio, voluntad. Todo.

Por cuanto a ustedes, mis valedores,  ¿cuántas horas han dedicado esta semana al  galano arte de leer? ¿Y cuántas, sentados a dos nalgas, han entregado a la televisión?   No, por supuesto, no es gratuita nuestra condición de masas encerradas en un cuarto cerrado. Y qué hacer, si…

Todo esto es  México, el de los muy pocos libros y los  muchos Salinas y Azcárragas. (Agh.)