Gutiérrez y otras basuras

Cuauhtémoc Gutiérrez,  líder priísta y dirigente de pepenadores al igual que lo fuera su padre, que murió asesinado por una mujer. Pero ahora sucede que este Cuauhtémoc nos resultó más basura que la de los tiraderos que a-penas dan alimento a los pepenadores y hasta la náusea enriquecen al verraco  de las “edecanes” que le arrima una alcahueta. La escritora Mayahuel Mojarro, conté a ustedes ayer,  entrevistó a algunos trabajadores de un tiradero ubicado al oriente de la ciudad. La sota moza enfiló para el rumbo y a media mañana ya estaba de charla con algunos pepenadores.

– Así que se logra vivir de la basura…

– Se sobrevive, y mal, todo el día rascándole aquí, espulgándole  allá, reciclando, clasificando. Mire en derredor. ¿Qué ve?

Un mundo de desperdicios, desde latas vacías hasta paquetes de algo indefinido, pasando por el cacharro desportillado, la ropa hecha garras, el peltre enlamado, el óxido, la descomposición.

– Y en este mar de desechos, ¿algún objeto de valor?

– ¿Sabe qué es lo que hemos encontrado dentro de la basura? Más basura. Qué de valioso puede traer la basura, con esta basura de crisis que chicotea a las pobres clases medias. Más antes  algún suertudo llegaba a encontrar el anillo de oro, los cubiertos de plata. Pero hoy, con esta crisis…

Semioculta en el zanjón basuriento una mujerona, chamaco a la espalda, espulga el tapiz de desechos. “Yo sí me encontré alguito más o menos valioso: aquí a mi marido. Lo reciclé y lo hago servir. Es ese molacho. Se llama  Pedrín”.

El hedor, insoportable; el paisaje, desolador. Allá, muy arriba, un cielo mortecino como espejo del basural que es espejo fiel de ese cielo. En los cerros de basura las evidencias del consumismo. Montones de desperdicios: moños verdes y rojos, árboles navideños, esferas trizadas, santacloses que sonríen o sueltan la carcajada, como burlándose. ¿Algún paisano de Cd. Nezahualcóyotl  habrá visto en su vida una nevada, un  reno, un abeto?

El pepenador levanta las cajas de cartón ya sin regalo; la mujerona recoge envases de Coca-Cola y cajetillas de Marlboro. Más allá un cónclave de zopilotes. Telón de fondo, el edificio del penal. Oscuro, lóbrego, siniestro, con sólo ese rayo de sol que cayó preso entre los delincuentes y los pobretes sin más amparo que el de su Santa Muerte. Detrás de unas rendijas que ahí adquieren categoría de “ventanas”, los “internos”, eufemismo puro, dejan vagar una mirada ciega de envidia por la libertad de unos pepenadores presos de su propia indigencia…

Las preguntas se acumulan en la mente, ¿pero cómo concretarlas frente a la realidad que arde en las pupilas? ¿Qué preguntar que supere la realidad tatuada en la piel pringosa de tales manos pepenadoras? ¿Convocar a la nata de cuervos humanos que planea rascando el pellejo y las tripas del basural?  ¿Indagar qué fue lo que el chamaco (o su madre) encontró en la basura, que ahora lo chupetea, lo mastica minuciosamente?

Mayahuel se retira. Se alejó o creyó retirarse del submundo oxidado y pestífero, pero no, que en sus sentidos se lleva tufos, sonidos, paisajes, un persistente zumbar de moscardones y la visión del minucioso espulgar de manos como tarántulas en pellejos y tripas del basural. La sota moza alcanzó las vías del tren, cruzó el paraje, y ya lograba el refugio del vehículo que la tornara al mundo cuando observó su atuendo y recordó que antes de bajar al inframundo la tela conservaba un color uniforme, sin estos churretes y lamparones. Trepó a su vehículo. Aceleró. (Es México.)

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