Perros de guerra

El 11 de septiembre, por horrible que haya sido, desde otro ángulo fue literalmente maná caído del cielo, porque proveyó de nuevo a la nación de Sentido, con “S” mayúscula. (M. Berman.)

Invasión, devastación, duelo, masacre: esto es lo que produce, amén de pérdidas y ganancias en dólares, la industria bélica de los Estados Unidos. Ayer nomás fue Vietnam. Hoy el arma mortal del Pentágono apunta a Siria, Ucrania, Venezuela…

En fin. De la violencia que ejerce el gobierno imperial contra el resto del mundo, dije a ustedes ayer,  no tenía más razones que las expuestas por  Chomsky y algunos  más. Que el analista no profundiza en la raíz del problema lo evidencia reciente ensayo del catedrático, historiador y crítico social norteamericano Morris Berman. La raíz del belicismo de EU se ubica en el síndrome de identidad negativa (reactiva). La tesis de Berman:

“Con México provocó una guerra fraudulenta. El conflicto esencial fue un choque de civilizaciones: la manera lenta y relajada del Sur contra la incesante expansión económica del Norte. Ambos bandos consideraban al otro como la encarnación del demonio; el resultado fue la pérdida de 645 000 vidas y una destrucción masiva del Sur. Esas cicatrices no han sanado por completo; para el Sur, la guerra no ha concluido del todo; el resentimiento es aún muy profundo.

Después vinieron los alemanes -aunque esa oposición parece perfectamente justificada- y luego los comunistas ‘ateos’ . La conversión de Rusia de aliado a enemigo ocurrió casi de la noche a la mañana, y no es difícil darse cuando de por qué: con Alemania fuera de la jugada, se necesitaba un enemigo para llenar el vacío existente.

(…) De cualquier manera, la Guerra Fría mantuvo ocupada a la nación norteamericana durante décadas, y la llamada defensa perimetral, que sostenía que cualquier alboroto en el mundo justificaba la intervención militar de EU, condujo a los desastres de Irán, Guatemala, Vietnam, Chile y demás.

Evidentemente, la estructura psicológica de la identidad negativa condujo a una crisis cuando la Unión Soviética se colapsó. De pronto no teníamos a nadie contra quien definirnos. La Guerra del Golfo de 1991 ayudó a llenar el vacío por un tiempo, pero los años de Clinton carecieron de mayor sentido. A falta de enemigo no teníamos idea de quiénes éramos. Llenamos el vacío con O.J Simpson y Mónica Lewinsky.  Finalmente, al atacarnos, el mundo islámico nos hizo el mayor favor. El terrorismo reemplazó  al comunismo como el vocablo clave y Bush hijo, al igual que Reagan con la Unión Soviética, no vaciló en representar la batalla como una guerra cósmica entre el Bien y el Mal. Era imposible argumentar que la política exterior norteamericana en Medio Oriente tuviera algo que ver en esos sucesos; sugerir algo del estilo equivalía a alta traición. No, nuestros enemigos eran malvados o dementes, o de preferencia ambas; fin de la historia.

Bajo el gobierno de Obama los dólares de los contribuyentes norteamericanos pagan la impartición de talleres que enseñan a la policía y a los militares que el Islam es una religión malvada que se propone destruir Estados Unidos, y que por lo tanto debe ser destruida antes. De nuevo, es el conflicto de la civilización contra los salvajes.

G. Kennan advirtió al gobierno que conceptualizar el comunismo como un monolito era un enorme error de juicio, pero como el maniqueísmo necesita figuras de cartón, los presidentes de EU no hicieron caso. Algo similar  ocurre hoy con el Islam”.

(Esto, horroroso, sigue después.)

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