(Al Dr. Octavio Medina, que me proporcionó el material.)
Los Estados Unidos, gendarme mundial. En la era moderna primero fue Corea, después Vietnam, muchos otros países de aquí y allá invadidos por los marines, y ahora mismo Irak, Afganistán, Siria, Ucrania, Venezuela. ¿De dónde esa vocación belicista? Sí, la industria de la guerra, una de las principales industrias del vecino imperial. ¿Pero la raíz de tan desaforado belicismo? No en estudios del norteamericano Noam Chomsky, sino en su paisano Morris Berman, catedrático, historiador y crítico social. Mis valedores: leí al analista, y ahora creo entender, más allá de Chomsky y de Michael Moore, el afán que lleva al Pentágono a pisotear países débiles, donde el triunfo llevará semanas. Cisjordania, El Líbano, Granada, ejemplo paradigmático.
¿Por qué esa compulsión bélica del Pentágono? Categórico, Berman:
«Tomo prestado un concepto de Hegel, el de ‘identidad negativa’ . Hegel no utiliza ‘negativa´ en el sentido de ‘mala’; más bien se refería a ‘reactiva’. La identidad negativa, dijo Hegel, es aquella que se construye por oposición a algo o a alguien. Permite desarrollar fronteras del ego muy sólidas, siempre en conflicto con el enemigo; pero como se forma por oposición, en realidad no tiene ningún contenido. Como resultado, aparenta ser fuerte, pero en realidad es débil, porque su propia definición está totalmente supeditada a una relación con algo más. ¿Qué sería un amo, pregunta Hegel, sin el esclavo? Eliminamos al esclavo y el amo no tiene nada más que lo defina.
Mi argumento es que este concepto de identidad negativa se aplica con especial precisión a Estados Unidos y a la historia del continente americano. En sus diversas formas, la oposición fungió para los colonos como una estrella polar narrativa que les permitió dotar de sentido a sus vidas. Como demuestra contundentemente Bercovitch, era una narrativa religiosa, así que no pasó mucho tiempo para que se volviera maniquea, una narrativa donde el enemigo, quienquiera que fuera, era el más malvado entre los malvados. El blanco de ese odio autocomplaciente ha ido cambiando con el tiempo pero la forma, su estructura de oposición maniquea, ha permanecido igual. Así que los indios americanos desde el principio fueron vistos como simples salvajes que obstaculizaban la ‘civilización’, y fueron tratados en consecuencia. Cada día de acción de gracias, los norteamericanos se sientan a la mesa a disfrutar de un pavo para celebrar el genocidio y cuasi extinción de toda una población indígena. La Guerra de la Independencia de Estados Unidos trajo consigo el siguiente blanco, los británicos, aunque en realidad ya estaban en la mira desde que los primeros colonos partieron rumbo a América, a partir de 1620. En la visión de los colonos, Gran Bretaña era decadente y corrupta, jerárquica y orgánica, en tanto que nosotros -ciudadanos de la futura Estados Unidos de Norteamérica– éramos esencialmente no británicos, no europeos, sino más bien republicanos, es decir, antimonárquicos. En los libros de historia americanos casi nunca se discute el terror y la brutalidad con que fueron tratados los realistas, aquellos americanos que no se plegaron a esta visión en blanco y negro, pero aun así existen ciertos registros: se les intimidaba constantemente, los bañaban en alquitrán y los cubrían con plumas, se les confiscaban e incendiaban sus propiedades, se les echaba de sus casas y a menudo se les asesinaba por ser ‘traidores’.
Por cuanto a la guerra con México… (Mañana.)