Libre y asociado

Así pues, mis valedores, el gobierno del Verbo Encarnado se culimpina  ante las exigencias del vecino imperial. A cierta noticia del pasado martes me referí ayer aquí mismo, donde lo asienta el articulista:

Fuentes diplomáticas estadunidenses nos comentan que ese gobierno «espera resultados» pronto por parte de la PGR en torno a las investigaciones de casos de agresiones y amenazas en contra de periodistas y comunicadores en México.

Y la coincidencia, por demás elocuente: de cara a  la conmemoración de la toma del Cuartel de Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953, compruebo que Cuba, en los hechos, confiere sentido a vocablos como soberanía e independencia,  vacíos en el  vocinglero discurso oficial de Los Pinos.

La nota de marras, empalmada a la conmemoración de la Cuba libre, me llevó a releer los poemas del poeta cubano Nicolás Guillén, que mueven, remueven conciencias  sin abandonar el plano del arte ni esos moldes de esencia cubanísima y universales, con la cadencia y el canto y el contracanto de un folklore que es mixtura de dos borbollones de sangre entremezclada: “Azúcar para el café – lo que ella endulza me sabe – como si le echaran hiel.

Malo. Por aquel entonces el poeta comienza apenas –a penas- a descascararse de su primera juventud, y es cuando a la vista de unos coronelitos de terracota y unos yanquis que han habilitado de mancebía la tierra cubana, escribe ¡a sus apenas 32 años! Si me muriera ahora mismo – Si me muriera ahora mismo, madre – ¡Qué alegre me iba a poner..!

Mal rodaban las cosas. Guillén, como quien no quiere la cosa –como quien no quiere la vida-, por no quedarse en la trova de las tristuras decidió involucrarse, pero hasta el cuello, en la militancia política. Viajó, asistió a congresos, hizo periodismo militante y por la causa del socialismo visitó fábricas, convenció remisos mientras seguía produciendo sus versos mágicos, con esas sonoridades y esos retumbos de instrumento percusor (precursor) que cantaban esas verdades que desenmohecen conciencias adormecidas de trópico, ron y analfabetismo. Y la esperanza, que los sucesos del Moncada y Sierra Maestra concretarían:

 Ay, diana, ya tocarás – de madrugada, algún día – tu toque de rebeldía – Ay, diana, ya tocarás.

Curioso: el mismo que de joven mentaba la muerte como un don apetecible, según vive aprende el oficio de la esperanza, que es el del rejuvenecimiento. El buen tiempo no iba a tardar para la cubanidad. Y llegó, y  entonces Guillén, ya joven a sus 57 años, con su poema Tengo celebró:

Tengo, vamos a ver – tengo el gusto de andar por mi país – dueño de cuanto hay en él – mirando bien de cerca lo que antes no tuve ni podía tener – Tengo, vamos a ver – tengo lo que tenía que tener.

Mis valedores: el ánimo quebrantado ante los acólitos del  Imperio,  de golpe me llega la voz Guillén con estas preguntas que azozobran, que espeluznan:

¿Cómo estás, Puerto Rico – tú de socio asociado en sociedad? – ¿En qué lengua me entiendes,  – en qué lengua, por fin, te podré hablar? Si en yes, – si en sí, – si en bien, – si en well,, – si en mal, – si en bad, – si en very bad…

Guillén dice Puerto Rico; yo digo México, este al que el beato del Verbo Encarnado befa y humilla al permitir que el de la Casa Blanca «espere prontos resultados» de un gobierno sometido, que en silencio soporta (propicia) ese tono prepotente del vecino imperial. Yo digo México, al que le castran lo libre mientras me le zurcen lo asociado. (Tétrico.)

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