Zopilotera y hedor

Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, mis valedores. El autor intelectual de su muerte fue un Henry Lane Wilson, embajador de Estados Unidos en nuestro país. Se vivían horas trágicas, «pero yo voy a poner orden», se engallaba el diplomático, y reportaba al presidente Taft:

«El General Huerta es sobre todo un soldado, un hombre de acero, de gran valor, que sabe lo que quiere y cómo alcanzar su objetivo. No creo que sea muy escrupuloso en sus procedimientos, pero lo creo un patriota sincero y se separará gustoso de las responsabilidades de su puesto tan pronto como la paz y el restablecimiento de las condiciones financieras del país lo permitan. El acaba de enviarme un mensajero anunciándome que puedo estar seguro de que va a tomar medidas que den por resultado la remoción de Madero, esto es, su caída del poder, y que el plan ha sido perfectamente meditado».

Y llegó el 19 de febrero de 1913; Madero y Pino Suárez fueron aprehendidos; el asesinato sobrevendría tres días después. Lane Wilson se reunió con todo el cuerpo diplomático. Su brindis: “¡Esta es la salvación de México! En adelante habrá paz, progreso y riqueza. Lo de Madero lo sabía yo desde hace tres días. Debió ocurrir hoy en la madrugada. ¡Salud!”

Fue un 21 de febrero de 1913 cuando dos varones anochecieron presos en una celda del penal. Sus horas estaban contadas y su suerte echada. Ellos aún ignoraban que traición y felonía les cortarían la vida, pero los asesinos ya alistaban las armas. Las víctimas: un presidente y un vicepresidente de México. La orden de disparar el arma asesina salió de uno apellidado Cárdenas, al que ordenó otro de apellido Huerta, a quien  manipulaba uno de apellido Lane Wilson, el asesino intelectual. Abyecto.

(En la tarde del día 20 la señora Sara Pérez, esposa del presidente Madero, con una  de sus cuñadas se presentó ante Lane Wilson y le solicitó interpusiera su influencia para salvar a los detenidos. La respuesta del tal:

– Vuestro marido, señora, no sabía gobernar; jamás me pidió ni quiso escuchar mis consejos. El Señor Huerta hará lo que mejor convenga”.

– Señor, otros ministros se esfuerzan por evitar esa catástrofe.

– Ellos… ellos no tienen ninguna influencia. -Y despidió a la esposa del presidente de México.)

El magnicidio se perpetró en la tenebra. Francisco Cárdenas, ex-rural y mayor del ejército, comandó el piquete de asesinos y aplicó a los cadáveres el tiro de gracia. Detrás, encuevados en sus madrigueras, cinco felones aguardaban la “buenas noticia” del magnicidio: Aureliano Blanquet, Félix Díaz, Manuel Mondragón, Victoriano Huerta,  cabecilla del trío, y el titiritero que movió todos los hilos de la conjura: Henry Lane Wilson, embajador norteamericano. Trágico.

El cuerpo diplomático organizó una fiesta, donde Lane Wilson brindó por un México gobernado por Huerta.  Algún diplomático preguntó: “¿No irán a matar esos hombres al presidente?”

– Oh, no. Madero es un loco, un fool, un lunatic que debe ser legalmente declarado sin capacidad para el ejercicio de su cargo. Madero está irremisiblemente perdido. A Madero lo encerrarán en un manicomio. El otro, Pino Suárez, ese sí será fusilado. Es un pillo, y nada se pierde con que lo maten.

– No deberíamos permitirlo, clamó el ministro de Chile.

– Ah, replicó entonces Mr. Henry Lane Wilson, embajador de Estados Unidos en México; ah, no,  que en los asuntos interiores de este país no debemos mezclarnos. Allá ellos, los mexicanos…

La historia de los vecinos distantes,  zopilotera y hedor. (México.)

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