Ya tengo en casa al Jerásimo, primo mÃo y licenciado del (de lo que queda del) Revolucionario Ins. Hace rato, a lo tartajoso, me lo hizo jurar por mi mamacita (y por la tuya, para que refuerce): «Que lo ocurrido se quede entre nos. Mi carrera polÃtica, tú sabes». Jurado quedó. Y yo sé estar a la altura de un juramento. Lo que ocurrió, ahora voy a contarlo. Mis valedores:
Nunca llegué a imaginarme que en este sexenio se perpetrase una tan retorcida alianza y un compinchaje tan macabrón entre el Blanquiazul y el Tricolor. Esto lo vine a calibrar cierta noche de miércoles en aquel saloncillo destartalado, tufo a humedad, donde un almacigo de redrojillos humanos, con voz resquebrajada, confesaba su arrastrado oficio del diario vivir.
– Me llamo Juan y soy alcohólico. Media vida me he pasado entre una celda penal y otra del manicomio. Choques insulÃnicos y electrochoques. Ustedes dos, los recién llegados, sean bienvenidos.
Y ni cómo decirle que soy abstemio, que conmigo el licor topó en tepetate, y que si acudà al domicilio de Alcohólicos Anónimos fue por forzar al Jerásimo a acompañarme, por que se mirase en el espejo de aquéllos que, de bagazos humanos en sus dÃas cacardientos, hoy nacen cada mañana a pura fuerza de sus dos redaños. Azorado, pistojeando, el Jerásimo…
– Mi nombre es MarÃa. Soy alcohólica. Al volver en mà entre el perraco y el vómito, ya perdida la noción de mi tiempo de vida me preguntaba: ¿tengo que vivir todavÃa un dÃa más? QuerÃa aullar…
El Jerásimo, inquieto. Observé que, a lo disimulado, metÃa la mano a la pretina de la camisa y se aferraba al ánfora como al asidero para no derrumbarse. Y qué de historias patéticas las de esa noche de miércoles; qué testimonios humanos que gañote y criadillas me anudaban y fruncÃan en la catarsis colectiva de las humanas miserias.
– ¡Mi nombre es Lázaro, y soy un..!
De repente el Jerásimo, estremecidas de tics sus facciones, se dio el levantón. Vi que de acá, miren, del cuadril, sacaba su anforita disimulada en una bolsa de hojaldras, y le dio un besito al gollete. Un rápido amamantón. Un súbito suspirillo. Ahora hablaba aquel muy pálido, de cotorina color mamey.
– ¿Vivir, seguro vivo? ¡Mi cuerpo se desgajaba por dentro, exigÃa alcohol, rÃos de alcohol! Sobre mà toda la angustia de este mundo. Ven, muerte, clamaba yo en vano. Y aquella soledad…
-La soledad del que perdió a su amantÃsima, los chamacos, los amigos, todo. «¡Dios, . y asà me juras que existes..!»
Y el gemidillo, y el lamento, y el… ¡Jerásimo! ¡Qué haces, insensato, cuando menos esconde el ánfora!
– ¡Licenciado es mi nombre, y soy un militante de ese carcaje que apodan Revolucionario Ins..!
Y ándele, que suelta su guácara de gemidos (prodigio de la catarsis colectiva), y que se cimbra, manotea, grita su compulsión:
– ¡Culpable soy yo! ¡Toda mi trayectoria polÃtica la he perpetrado en plan cacardioso! ¿Saben cuál es mi crimen mayor, que estoy perpetrando ahora mismo, y por el que respetuosamente les pido la pena de muerte.?
– ¡Jerásimo, cierra la boca! ¡Esconde esa botella! ¡Baja de ahÃ, vente a sentar, qué desfiguros los tuyos!
– ¿Saben cuál es, correligionarios? ¡Yo soy aquel! ¡Yo, en punto pedro, he dañado profundamente al paÃs! ¡Yo, yo, mÃrenme bien, arrÃmense acá y castÃgueme, mándeme al penal de La Palma, que merezco esto y más! ¡Todo por culpa de esta, mÃrenla bien, correligionarios del pedro!
Y bandereaba la cacardiente Ah, los efectos de la catarsis.
A gritos: «Mea culpa, señores anónimos, colegas de la parranda! ¡Calculen el tamaño de mi delito, correligionarios! ¡Llevo dos meses y medio de asesor! ¡Culpable soy yo! ¡Yo, sÃ, yo soy el que ha venido aconsejando a Calderón cada una de sus medidas de gobierno! ¡Todas! ¡Esta, maldita sea.!»
Y que la alza y la arroja al suelo, donde formó un charquito apestoso. Entre seis, ocho anónimos lo redujeron. Ya desmadejado en el volks, me lo llevé enseguida a Urgencias. Y sÃ, ya el primo resucitó.
– Ã?l sÃ, ¿pero nuestra asociación qué?
Y don Gil Ch., de Alcohólicos Anónimos, me miraba sin parpadear. Qué pena Y es que la noche de autos, al derrame cardioso, media docena de anónimos se aventaron al piso, y lo olisqueaban, y se soltaron lengüeteando y arañando el cemento. «A dos ya los localizamos ahogados».
– Ah, en el Gran Canal del Desagüe, posiblemente.
– Ahogados, pero de alcohol. Del paradero de los otros cuatro…
Yo agaché la cabeza (Qué más.)