Humanismo

Los afectos del hombre, mis valedores. Ayer se los dije: yo, que detesto el culto a la personalidad y esa admiración bobalicona que los pobres de espíritu profesan al futbolista, al cantante o a la estrellita de gran canal del gran canal de desagüe que nombran «de las estrellas», tengo y mantengo una admiración si titubeos y un afecto entrañable por mi don Gabriel Vargas, varón de virtudes y creador, entre otras sagas y otros personajes, de ese mural vivo y palpitante del barrio bravo que es La familia Burrón.

La literatura mexicana, con todo y provenir de un tronco tan vigoroso como la picaresca española, nunca se ha significado por haber creado personajes de altura de El lazarillo de Tormes, El diablo cojuelo. La celestina y toda aquella soberbia galería de picaros abarraganados con alcahuetas y mendicantes, curas rijosos y putanconas trotaconventos. Nuestra literatura no, que nunca ha delineado al verdadero picaro nacional. Un Periquillo Sarniento, cuando más, fatigante por el sermoneador de espesa moralina, un Canillitas hija no de arrabal sino de las lecturas de Valle Arizpe, y ese Pito Pérez plañidero, lastimero, auto-conmiserativo, que desprecia a la humanidad cuando nada de provecho le aportó en la vida, en fin. Andan por ahí, vivos actuantes, un Margarito Ledesma, el Poeta de Chamacuero, y mi primo el Jerásimo, licenciado del (de lo que queda del) Revolucionario Ins. Y ya.

Porque en este país de picaros, la picardía se vive, pero por vivirse parece no tener tiempo de novelar sus vivencias. Pues sí, pero el picaro del Siglo de Oro español ha venido a reencarnar en la picardía sabrosa creada por Don Gabriel Vargas, aderezada con todos los jugos, los zumos, la idiosincrasia y el «recovequisno» del ser nacional. El picaro, entre nosotros, se ha venido a perpetuar en aquel Jilemón Metralla truhán, modelo de sinvergüenzas, y en esa doña Borola que vive, que sobrevive al día y a puro valor, y arropada en las divisas del paisanaje hoy día:

El que no tranza no avanza -El que venga atrás que arreé -El que tiene más saliva traga más pinole, y a mi no me den, póngame en donde hay…

Pues sí, pero doña Borola es, en el fondo y por encima de todo, puro amor a los suyos, los de su familia, y pura solidaridad con el vecindario, que es decir con el fregadaje de siempre Una buena persona, doña Borola

La susodicha, a una vecina: «¿Ya esculcó a su viejo para ver si esconde la papeliza?» La interpelada:- «Yo pensé que mi viejo escondía el dinero en las chanclas, pos todas las noches se acostaba vestido y no se quitaba los cacles ni a la de cien…»

Ahora recuerdo a ese desdichado de, la vida arrastrada y el áspero oficio del diario vivir que es Ruperto Tacuche, delincuente arrepentido al que los policías, ávidos del cohecho (y ya se sabe: al cohecho, pecho) impiden volver a la senda que nombra del bien. En fin, que La Familia Burrón, como toda obra de arte, es el espejo, por más que distorsionado, donde se mire toda una sociedad, con virtudes y defectillo, en el entramado de nuestra realidad nacional. Mis valedores:

La obra de mi don Gabriel da a cada lector su fruto distinto, según. A mí, imaginero y fabulador, me abrió a golpes de hazañas y peripecias de lo campirano (Juanón Teporochas, El güen Caperuzo) y lo citadino (Jilemón Metralla, La Familia Burrón) la facultad de imaginar, sentir, evocar. A mí, payo de Zacatecas avecindado en Guadalajara durante mi primera y segunda juventudes -hoy vivo la tercera, pero a todo vivir. Ya mañana Dios dirá-, la visión agraria de mi don Gabriel me descubrió la saga de provincia, de los paredones de mi Jalpa Mineral y zacatecana La visión de la vecindad borolesca me llevó a imaginar la vida y milagros de una ciudad que era en mis sueños fascinación y ánimo de aprehenderla en sus tipos populares, y llevarla a las páginas de mis novelas, y reflejarla en mi periodismo de radio y prensa escrita. Hice míos los hallazgos de ese lenguaje sápido, sus giros apicarados, el caló barriobajero, su sabor de colonia brava, de arrabal. Un día, su lógica secuencia -consecuencia-, saqué a la luz la revista que fue prolongación de mi periodismo escrito y radiofónico: El Valedor, que arrimada a la advocación de La Familia Burrón tuvo a bien asesinarla un tal líder de una tal asociación de voceadores, apodado Gómez Corchado. Si alguno la leyó sabrá todo lo que en todo debo a doña Borola y su creador.

Me honro con su amistad, y si alguno de ustedes demanda que lo defina como persona, lo diré al modo del propio varón: no más que un simple vecino, uno que mira con simpatía todo lo que se haga en provecho de los demás. Eso es todo, dice él, pero esto, en nuestros tiempos de deshumanización y egoísmos feroces, es mucho, tanto como el propio mi don Gabriel Vargas, un ser humano, humanísimo. Y ya. Qué más. (Qué mejor.)

Un pensamiento en “Humanismo

  1. En paz descanse mi querido valedor, un hombre sencillo que al escucharte a mis 15 años de vida, formaste poco a poco mi pensar político. Mi padre como tú, también era lector asiduo de la familia burrón, era tan alegre mi padre que le ponía apodos con cariño, a mis vecin@s a una de ellas le decía Borolas Tacuche., jajaja era divertido leerlos.
    Tu alma seguramente esta en un lugar cálido, armonioso, tranquilo, todos los domingos siete te escuchaba. Ahora lo haré todas las noches para recordar tus enseñanzas y no olvidar las lecciones.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *