Música de viento

El juicio de los vecinos sobre el presente sexenio, mis valedores. Fue opinión general en la tertulia de anoche: el sexenio del Verbo Encarnado nos ha resultado de la pura chiflada. Y a proceder en consecuencia. Yo, a modo de motivación para apuntalar la propuesta de don Tintoreto, lavado en seco y a todo vapor, leí para los contertulios las siguientes noticias publicadas en plena campaña que encaramó al michoacano en Los Pinos:

Rechifla al PAN Edomex opaca el inicio de campaña de Felipe Calderón. Fue una silbatina de más de cinco minutos”. Silbatina y sillazos en el arranque de campaña de Roberto Madrazo, con una pelea donde volaron sillas y golpes. Al recibir a Madrazo, en Pachuca, la silbatina de los estudiantes fue general.

Eso, en aquel entonces, y lo predecible: el verdadero madrazo contra los mexicanos resultó ser ese que ahora mismo perpetra, sé lo que digo, la primera de cien giras que en apenas tres meses llevará a cabo a lo largo y ancho del territorio nacional. Todo por la pepena de votos. ¿Seremos tan aturdidos que..?

En fin, que ante el peligro de que nos vaya a tocar el coletazo de una de las tales giras los vecinos del vecindario no queremos permanecer a la orilla de la historia, y con tal fin nos estamos preparando para recibir al de Los Pinos como él se merece.

Don Tintoreto, se angostan o enanchan corbatas, llevó a cabo un sondeo entre los vecinos, y válgame el Verbo Encarnado, que el resultado fue  desolador: nadie en el vecindario, si exceptuamos al ponente,  El Síquiri y el joven juguero,   dominaba el arte de los chiflidos, y qué hacer. Por consenso, aclamación general y alguno que otro chiflido, el propio autor de la iniciativa resultó comisionado para entrenarnos, con los otros expertos en comisión de consejero y encargado del control de calidad. El mentor titular suspiró, la meneó, se la rascó:

– A ver qué puedo hacer con ustedes. Tal vez con paciencia y salivita… Pero eso sí: entre los educandos tendrá que haber mucha disciplina. Doña Pragedis, por principio de cuentas: a los entrenamientos acude con su dentadura completa, la de arriba y la de abajo, o así como viene ahora mejor  ni se me presente a la cátedra.

Y es así, mis valedores, como en este mi depto. de Cádiz, habilitado de salón de prácticas, nos congregamos docena y media del vecindario, que intentamos aprender el arte misterioso del chiflido. (¿Quién iba a imaginar ese fenómeno colectivo que se produjo después? ¿Instinto, milagro, fenómeno paranormal?)

– Pero ya, de volada a la praxis -se impacientaba El Síquiri-, o llegaré tarde al torneo. Estoy en muerte súbita. (Torneo de billar.)

Don Tintoreto, muy en su papel: “La teoría en primer término, vamos a ver: hay de chiflidos a chiflidos. Uno fue el del arriero y otro el del oficiante del mecapal. Uno es el del patrón y otro el del desempleado. De un modo chifla el microbusero, muy distinto al del chavo banda. Pero hoy un factor ha logrado unificar el lenguaje de la chiflada; 114.5 millones de mexicanos al unísono chiflamos en el mismo tono, con la misma cadencia, el mismo son y una intención idéntica cuando logramos avistar en la distancia, más allá del cerco de militares, al chaparrito de lentes.  Recomiendo topar apuntes.

Nomás me quedé pensando, y el espeluzno me estremeció las zonas abajeñas: a las masas todo se nos va en chiflidos, que es decir en pura música de viento. Y qué hacer, si las masas sociales nos negamos al ejercicio de pensar.

(Mañana.)

Domesticidad de ovejas

Los mediocres son ciegos. No obedecen el primer mandamiento de la ley humana,  aprender a pensar, y el segundo, poner en práctica lo bien pensado.

Siguen aquí reflexiones que entresaco del análisis sobre la humana conducta expresada por  el estudioso sobre los dos grupos en que se divide la ralea humana: el mínimo de los idealistas y ese otro, aplastante,  que integra la mayoría de los mediocres. ¿A cuál de ellos pertenecemos algunos?

Afirma el especialista que una sociedad de mediocres da a beber al espíritu las aguas estancadas de la rutina y el dogma, la pasividad y el prejuicio, la desidia y la domesticidad. En ella no hay temple moral, sólo una pobre gente cuya personalidad se amolda a los prejuicios, su mente a las supersticiones y su voluntad a todo tipo de yugos. Esos pierden la dignidad y la posesión de su propio yo. Se tornan cómplices, se envilecen, caen en la servidumbre espiritual. Son turbas, son masa, son rebaño. Sin más.

Tres son los yugos (el analista) que una sociedad de mediocres impone a la juventud: rutina en las ideas, hipocresía en la moral y domesticidad en la acción. La moral no es una norma, sino una acción. Cada concesión en el orden moral causa parálisis en la dignidad e invalidez en el espíritu. Todo esfuerzo por libertarse de esas coyundas para escapar de la domesticidad de los que vegetan en su vocación de esclavos es una expresión del espíritu rebelde. ¿Nos vamos situando en alguno de estos dos grupos?

La respuesta al mediocre es juventud. Joven es el que puede resistirse a los intereses creados, no importa la edad física que marca la cronología.  Esta juventud es propiciada por los ideales, el ansia de perfección, el humanismo y la acción solidaria. La vida es gimnasia incesante de funciones armónicas, y esto sólo lo pueden ejecutar los jóvenes, no importa su edad. Ellos no envejecen prematuramente, y siempre es prematuro envejecer.

Cada vez que una generación envejece y reemplaza su ideario por apetitos bastardos, por el tener y no el ser,  la vida pública se abisma en la inmoralidad y en la violencia. Es entonces el tiempo de la renovación, y ésta viene de los jóvenes, no importa su edad, sino su espíritu. El joven lo es hasta que se muere. Los jóvenes sin ideales son viejos precoces. Ya están muertos y, dice el poeta,  “esperando que una mano bondadosa les eche una sábana encima”. Esos pueblos están enfermos y apenas lo saben. Pero muertos como están son un lastre para la comunidad. Ahí los jóvenes padecen una senilidad precoz, y un joven que se ha dejado marchitar es un joven patético.

Hay pueblos y épocas que precisan de estas conciencias de transformadores, pobres pueblos que sólo disponen de jóvenes envejecidos, de viejos decrépitos y de rapaces de la codicia y el  lucro. “Pero los idealistas son jóvenes que purifican lo viciado y caduco, cuya potencia está en las fuerzas morales; las alas del vuelo de los espíritus superiores transforman un mundo envejecido, anquilosado. El brazo de ese joven vale por cien brazos cuando lo maneja un cerebro ilustrado. Su cerebro vale cien porque lo sostiene un brazo firme”. Es el baqueano, el soñador, el adelantado; son los artistas, los  héroes y apóstoles, los conductores de pueblos que amacizan la justicia, la paz, la belleza, la verdad; y lo justo siempre es moral. Acatar las leyes puede ser sólo disciplina, pero inmoralidad. Respetar la justicia es deber del hombre digno, así tenga que elevarse sobre las imperfecciones de la ley. ¿Y nosotros? (Sigo después.)

Ideal y bazofia humana

¿Qué es el hombre?, se pregunta Martin Buber, y en El hombre mediocre José Ingenieros establece la diferencia abismal que se advierte entre el hombre de ideales y la “bazofia”:

Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana.

Para que nos miremos en ese espejo, nos conozcamos y reconozcamos,  algunas diferencias entre el mediocre y el hombre de ideales.

Vuelo del águila es el espíritu del idealista; el del mediocre es apenas un vuelo de gallina. El ideal eleva el espíritu al impulso de una necesidad innata de perfección; el mediocre repta fundido con la masa de la que forma parte. Uno es el individuo, otra es la masa. El del individuo, más allá de la edad física, es un espíritu joven. El de la masa, más allá de la cronología, es un espíritu envejecido. Mediocre y hombre de ideales jóvenes nacen, pero uno permanece joven de espíritu mientras que el otro envejece al contagio de la mediocridad en la que sobrevive. Y como para reflexionar: el humano nunca puede permanecer en un mismo nivel. O asciende al impulso del ideal o como mediocre desciende hasta el hondón de lo vulgar. Trágico.

El idealista crea; la masa repite; uno cambia cada día; para el otro, cada día es de rutina. Uno, al avanzar, abre caminos; el otro sólo sabe caminar por sendas trilladas. Esos que adquieren la fuerza moral consiguen también valimiento, decoro, dignidad, moralidad. Ellos piensan como deben pensar, dicen lo que deben decir y cómo deben decirlo, y proceden como una conciencia limpia les marca. Son los humanistas. El optimismo es su símbolo.

Ellos no aceptan la domesticidad ni la mansedumbre, ni la aceptación acrítica. Ellos no transigen por sobornos ni premios.  Ellos no tienen vocación de esclavos, como los mediocres que cada seis años esperan que el nuevo amo les dé un metro más de cadena. Su conciencia no tiene precio. No se venden, no se compran, no se alquilan, no claudican. Ellos poseen el temple para mantener sus principios y valores y convicciones. Ellos están lejos de la esclavitud de la costumbre y la rutina, del incapaz de crear, del fanatismo, del dogmatismo, el prejuicio,  la superstición, del pensamiento mágico, de la modorra, de la milagrería, del linchamiento,  de los pobres de espíritu que, envejecidos, han renunciado a vivir. Los mediocres delegan en la Providencia más que en las propias fuerzas. Los idealistas no delegan. No esperan nada del azar. No esperan  todo del destino.  Ellos, al decidir lo correcto de acuerdo a su conciencia,  traman su propio destino. El hombre de ideales es optimista, animoso. Tiene esperanza en él y en aquellos a los que va transformando. Porque los convence, les contagia su entusiasmo, los conmueve, los fuerza a remontar el vuelo, como él.

Qué diferencia con los débiles por pereza, miedo, ignorancia. Esos son tristes, resignados, apáticos y  fracasados. Ellos, si emprenden alguna empresa, están destinados al fracaso. Los tales son  los escépticos, los indolentes, los que sufren hastío, los que todo lo aceptan como una fatalidad. Son los necios, los torpes que  persiguen las satisfacciones del gañote, la panza y el bajo vientre. Son escoria, redrojos humanos, no importa su edad. Lóbrego. (Sigo mañana.)

El sonido y la furia

Eso y no más significa la campaña electorera, que no electoral, que el Sistema de poder monta cada tres y seis años para avivar una vez más las esperanzas deshilachadas de unas masas sociales desencantadas,  y al propio tiempo prolongar el medro personal y de grupo en el Poder. Semejante escenificación la ejecuta con el concurso de una tropilla de sobreactuados histriones que al tanto más cuanto realizan su sketch con base en el libreto de siempre, que en sus parlamentos expresa  todo lo positivo y alentador que las masas sociales están ansiosas por escuchar cada tres, cada seis años, y que en el escenario y con la escenografía de costumbre los histriones repiten hasta la náusea. Ahora mismo, imagínense: cuatro millones de anuncios de propaganda que ya inician su combate manipulador contra unos pobres de espíritu a los que ya empiezan a enfervorizar. Que si el tricolor, y que si el amarillo, y que si el cielo es blanco y azul, como afirman los curas políticos.

Esta sañuda enajenación es repetida a lo machacón a base del mismo libreto cada tres y seis años, de manera irremediable. Oigan, si no, sus “spots”, sus arengas, su demagogia, y comprueben que se trata del mismo discurso con distintos actores, con las promesas de siempre, lanzadas a gritos entre manoteos y gesticulaciones. Pero aquí la magia de tan trillado ritual: una vez más consigue convencer a unas masas que mal viven de espaldas a la Historia y a la realidad objetiva. ¿Sabían ustedes  que halagar de dicho a las masas es industria  de fascistas, caudillos y demagogos, que  de hecho, una vez convencidas van a oprimir y reprimir, en su caso?

Claro, a unas masas sociales con acopio de cultura política difícilmente podrán convencer. Por vez primera, tal vez; por segunda ocasión, todavía el beneficio de la duda, posiblemente, ¿pero una y otra vez, a lo machacón y reiterativo? Grave que nos neguemos al ejercicio de pensar, al de la autocrítica y al de la creación de técnicas, tácticas y estrategias para cambiar tan dañina situación. Es México, el país que presume una democracia que de hecho no lo es, pero sí una de las más caras del mundo.  ¿Nosotros, en tanto? Nosotros ya enfervorizados a la perspectiva del cambio. Ahora sí, con Peña, con Josefina con Andrés Manuel.  Esas ganas de creer…

Hoy que los candidatos de este partido o aquella coalición, jineteando las leyes y a los encargados de hacerlas cumplir, ya andan en plena campaña, vale la interrogante: ¿cuál es la almendra, cuál la sustancia de esas campañas electorales? La definición cabe en vocablos como estos: diatribas y ataques, inquina y embustes, acusaciones y descalificaciones, verborrea y falsas promesas a lo largo y ancho de unas campañas costosas hasta la aberración para todos nosotros, los contribuyentes.  Tal el costo alucinante de una esperanza inútil. Es México.

¿El candidato ganador? ¿El próximo presidente del país? ¿Volverá, con el Tricolor, a su carácter de diosecillo sexenal? ¿Será como el individuo aquel, mediocre al igual que los candidatos de hoy a Los Pinos, que en nuestra raíz meshica y durante algún tiempo asumía su papel de dios Tezcatlipoca? El individuo era tratado como al verdadero dios por tlatoanis, nobles y macehuales, y todos lo agasajaban como hoy mismo al próximo diosecillo sexenal (no al actual, mal visto y malquisto por más de la mitad de los mexicanos), con la diferencia que ustedes, como sigan leyendo, van a encontrar al final del escrito. Relata el cronista de la Nueva España… (Su relación,  mañana.)

Los muladares de la superstición

El ignorante vive en un mundo supersticioso, poblándolo de absurdos y temores y de vanas esperanzas. Es crédulo es como el salvaje y el niño.

Y esas supersticiones, pústulas purulentosas, revientan en todo tiempo y lugar, pero es en estos días de principios de año cuando sueltan toda su virulencia Es ahora cuando el vividor, el embelecador y toda suerte de charlatanes se dan a medrar con la ignorancia, la credulidad y la irracionalidad de esos pobres de espíritu que en el  intento de reforzar su desfalleciente sentido de la vida y una vez que les ha fallado la fe en su Dios, en los políticos y sobre todo en sí mismos, depositan toda la carga de su irracional esperanza en el licor, la droga, Saturno y Plutón. Y vengan sobre los lomos del crédulo el ensalmo y la limpia, el sortilegio y el talismán, y a echarle dinero bueno al malo, y a cebar los ahorros de los picaros de la engañifa y la estafa.

El hombre no necesita, para avanzar, las muletas de ninguna superstición. Las supersticiones nos hacen retroceder en razón inversa a nuestra capacidad de vivir. En razón directa a nuestra propia mediocridad. Todo progreso moral es el triunfo de una verdad sobre una superstición.

Las fuerzas morales emancipan al humano de ese yugo nefasto. El varón de ideales concilia sus sentimientos con su razón a tenor del aforismo clásico: no hay religión más elevada que la verdad.  Y que todo progreso moral presupone el triunfo de la verdad sobre la superstición. Y la síntesis de eso horroroso que ocurre en los muladares del pensamiento mágico: la ignorancia, el dogma, el prejuicio, la debilidad. Año nuevo, vieja superstición. Lástima.

Es así, por “arte de magia”, como en un terreno abonado por la ignorancia retoña una vez más y florece y echa vaina la industria del fraude que perpetran brujas y brujos, zahoríes y augures, hechiceros y ensalmadores, el falso adivino y los embusteros del arcano, los arúspices de la irracionalidad y toda la cáfila de charlatanes de la falsa esperanza. El arranque del año es la edad de oro de pícaros buscavidas peritos del fraude y de la engañifa, cuyas víctimas se encuentran entre los cándidos, los ignorantes y los analfabetos funcionales, y aún más doloroso: entre los débiles, los angustiados y los desprotegidos, tan pobres de espíritu como de bienes terrenales. Y rápido, a comprar  zarandajas “mágicas…”

Hoy les propongo, mis valedores, que hablemos de brujos, santones y merolicos; de pícaros, de videntes, de vividores que medran con la neurosis de los angustiados. Hablemos esta vez del pensamiento mágico, ese universo de embuste,  fantasmagoría y esperanza irracional en que se refugian los pobres de espíritu cuyo carácter encanijado se deja vencer por una realidad objetiva que los rebasa en el áspero oficio del diario vivir una vida dificultosa.  Hablemos de los embelecos del pensamiento mágico que florecen en estos días iniciales del año, cuando en algunos aflora lo que guardamos de crédulos e inseguros, que nos  fuerza a refugiarnos en lo pretendidamente sobrenatural. El pasado oprime a los débiles y los ata a dogmas que otros forjaron; los muertos se imponen a mortecinos en razón inversa a nuestra capacidad de vivir. Superstición, pensamiento mágico.

No, y los fementidos horóscopos. De Acuario afirma en la radio una tal “bruja blanca”,  negociante de basura “mágica”: Su tendencia a expresarse con aire autoritario puede provocar que las personas demasiado sensibles no actúen como usted espera que lo hagan. ¿Que qué?)

La Arquidiócesis Primada de México advierte a sus fieles: La consulta de horóscopos y la lectura de cartas están prohibidas por la Iglesia Católica“.

Y sigue de predicciones basadas en el discurrir de los astros en el espacio, como este que estableció la susodicha “bruja blanca”  para el signo de Piscis:

“Hasta agosto predominan las ganas de divertirte. A ti ya te cuesta poner los pies sobre la tierra”. (¡!)  De esa engañifa de crédulos hablaré después. (Vale.)

Sida y sotanas

Cada día seis personas en el DF se infectan del Virus de Inmunodeficiencia humana (VIH)

Y que a 30 años del sida “aún no hay una consejería pre y post diagnóstico”. La distribución de medicamentos, afirma el Dr. Víctor Ortiz, está politizado, donde cada tanto se vuelve un instrumento de lucha entre intereses ajenos a la salud de las personas que viven con VIH. A propósito:

El sida y la capa pluvial. ¿Alguno se habrá percatado de que ante las medidas de prevención que aplican gobiernos e instituciones sanitarias el alto clero católico ha mantenido un muy discreto silencio, cuando años atrás combatía con ferocidad todo lo que significara protección contra semejante pandemia? Prudentes, pontífice y purpurados no se dan por enterados. ¿Pues que, perdieron la contienda contra el condón?

Qué distintos los años aquellos en que índice en alto, desde púlpitos y otras públicas tribunas pontificaban aquello que aseguraba, categórico, el cardenal Lozano Barragán:

– Los homosexuales y los transexuales no entrarán jamás en el reino de los cielos, porque actuar contra la naturaleza y contra la dignidad del cuerpo ofende a Dios.

Y castigar nuestro cuerpo con una castidad forzada, antinatural, ¿no es  actuar contra la naturaleza? ¿Esto no ofende a Dios? Yo, motivado por la conmemoración del Día Internacional de la Lucha contra el Sida de algún año anterior exhibí aquí mismo el criterio de la Iglesia Católica en torno a las medidas profilácticas que intentaba imponer, con opiniones diversas de obispos mexicanos:

“¿El condón?  “¿Para qué el condón? (obispos mexicanos) ¿Para seguir buscando el placer por el placer mismo? ¿No está fuera de las enseñanzas de Cristo? ¡La Iglesia rechaza el uso del condón, pues esto lo que hace es hundir en el fango a la juventud, en lugar de darle la mano a los jóvenes para que salgan del lodo! ¡Continencia! ¡Castidad! ¡Fidelidad matrimonial! Estas tres virtudes propuestas por la Iglesia son el mejor remedio para el contagio, porque son las propuestas del Evangelio para combatir el Sida! ¡La grave amenaza del Sida viene del abuso de la sexualidad! ¡Es una equivocación buscar el placer por el placer. El recto camino debe ser el uso legítimo de ese placer! ¡El placer sexual no debe verse como un fin, sino sólo como un medio hacia la paternidad o la maternidad!”

– ¡Usar preservativos y seguir haciendo el amor! Esto continúa siendo el método de nuestras autoridades. ¡Es una barbaridad! Intentan proteger la salud promoviendo el vicio. El amor, para ellos, es el gozo del placer, y no buscar el bien de la persona amada. El abuso del sexo es el que se ha convertido en un problema de moralidad pública, no de salud! Los enfermos de Sida no deben convertirse en héroes, no lo merecen. Son seres enfermos. La homosexualidad es un verdadero crimen, y la Iglesia Católica rechaza a los homosexuales así como el uso del condón, fuente inmunda de prostitución.”

El cardenal Rivera: “Contra el sida, castidad es el mejor remedio. ¿El condón? Mucha gente lo usa, ¿pero está permitido de acuerdo con la doctrina católica? Definitivamente no; el condón no es éticamente permisible”.

Y una cierta Unión Nacional de Padres de Familia: “¿Dónde estarías tú si tu padre hubiese usado el condón?

G.W. Bush cuando inquilino de la Casa Blanca: “Yo estoy a favor de la abstinencia, de la castidad”.

Opiniones que contrastan con la del obispo  José Ulises Macías: “Sí hay curas pederastas en México. No somos ángeles. Aunque hombres de Dios… también somos hombres. ¡Y muy hombres!” (Dios.)

Consuelo de los afligidos

Que acabo de visitar un asilo de ancianos, dije a ustedes ayer. El más remoto de todos, el más mortecino, el más lóbrego y segregado del caserío, que en olor de decrepitud agoniza en el extravío de aquella polvorienta  geografía: una finca árida, gris, que envejece al paso cojitranco de sus ancianas criaturas, con sus muros leprosos que arropan aquel almácigo de vejestorios descascarados de la vida que, guardia baja, aguardan el guadañazo final.

Fue la noche de anteayer. Desde media tarde habíame trepado al BMW (al volks cremita, quise decir), y enfilado rumbo al remoto asilo de ancianos, desahuciados de la vida, donde me proponía visitar a alguna de las internas que ahí se acogen a la misericordia de una paz que preludia la pax perpetua.

Era la hora de entre dos luces, cuando la tarde duda y la noche aún no se decide. Me puse a observarlos, a mirarlos deambular, sonámbulos, en aquel retazo de mundo que constituye su postrera ración de este mundo. De un lado a otro ellos y su bordón, los vi errar a lo cojitranco y cimbrarse a toses, y ahogarse a jadeos, y gorgotear a flemas, y abrir de par en par aquellos ojillos atónitos, y derrumbarse en la banca del jardincillo y exigir a bocanadas ávidas su ración de vida. Los viejos. A una de ellas vine a visitar, y la buscaba en aquella ruina de celdas y corredores.

Ya era de noche, que fue de toses y ojeras, del temblor de manos, la extrema resequedad y la humedad excesiva, temblor y humedad que dejan traslucir unos pulmones deshilachados, unas vísceras que se desintegran y unos músculos que llegaron al punto de la claudicación. Ah, ese enfrentar el horror  inacabable de la noche en vela, en insomnio, en pesadillas. Noches de la anciana aquella que en el avieso sueño de los somníferos se remueve en el camastro y repite en sueños: “Mamá, mamá…” Ah, los labios del viejo aquel, su movimiento incesante. ¿Qué intentan decir? Los ojos del otro, fijos en el techo. Fijos tanto tiempo, que alguno le echó una sábana encima…

Buscando a la anciana me cayó encima una noche que fue de los tosijosos bagazos, un ir y venir del camastro al lugar excusado, un manipular de pastillas, cápsulas, unguentos, gotas y comprimidos, y el resuello rasposo, y el desacompasado latir, y el vahído, los sudores, los sofocos, el ahogo. En la almendra de su angustia, Job: “mide mi corazón la noche”, y las primeras luces, que no llegan. Presidiendo su comalada de frutillas que se tuestan, la Enlutada.

¿Mi propósito? Dar a la anciana mi compañía, darle mi  plática, asistirla en algo, mostrarle mi humana solidaridad (no del todo desinteresada, porque pienso muy en el fondo del temor: hoy por ella, mañana por mí, uno nunca sabe.)

Fue así como fui a topármela en el fondo del rincón más apartado del jardincillo. La observé: de espaldas al cuerpo del edificio permanecía inmóvil, silenciosa en sus ropas oscuras, pasadas de moda. Decrépita, sí, pero aún altiva a sus 101 años de edad. “Señora”, le dije. “Vengo a hacerle compañía”.

Silencio. Fuera ya de este mundo, desarraigada de los intereses terrenos y ya un pie en la Gran Interrogante, la anciana siguió contemplando algún punto impreciso de la oscuridad nocturna, a lo lejos.

–  ¿Cómo la trata la vida? Vengo a acompañarla por si de algo le sirve mi compañía.

Se alzó de hombros; siguió en su silencio, su mudez, su ausencia. “¿Ya preparada para el fiestón? Regalos, pastel, mañanitas”.

Me miró. Sañuda. Me sentí ridículo. (La conclusión, en el próximo.)

Almácigo de vejestorios

Noviembre, mes de la Descarnada, los fieles difuntos y el resfrío en el ánima. Noviembre,  un tiempo a la medida para reflexionar en que habremos de dar el paso hacia la Gran Interrogante y que por eso mismo el imperativo es vivir; a toda sangre y a todo pulmón. “Nuestras vidas son los ríos- que van a dar a la mar-que es el morir”. Nuestra única certidumbre. La única.

Noviembre y los viejos, esos entrañables que hoy sobreviven apenas, a penas, el tramo final; ellos que mucho antes que nosotros conocieron la vida a todo vivir, con lo que la vida significa de amor y dolor, de ambición e ideal, de alegrías, fracasos y desilusiones. Los viejos que nos precedieron en el áspero oficio del diario vivir, oficio agridulce; ellos que a su hora fueron capaces de inspirar y vivir el “amor amoroso de las parejas pares”; que dijo el poeta; ellos, que practicaron puntualmente el rito alucinante del amor que “cabalga por los desfiladeros de la muerte”, que dijo también, y que ejercieron el oficio de las lágrimas y los vuelos del ideal, y soñaron despiertos; esos que, Ícaros irredentos, cayeron una y otra vez, y Dédalos, una y otra vez se alzaron y alzaron el vuelo, que ese es el humano destino: la sobrevivencia. Esos ancianos apenas ayer fueron hombres en plenitud, varonas ellas y ellos varones,  e imaginaron un destino y eligieron un rumbo, y lo intentaron con una fe que se puso y los puso a prueba una y otra vez. Hoy arriban al tramo final. Nuestros viejos. Viejo yo mismo. Y qué hacer…

Me gusta observarlos; en su rostro, como en un diario fiel y puntual, proclaman la marca de todos los vicios, de todas las virtudes y el racimo de las penurias que los zarandearon a la mitad del arroyo, que es decir de la vida. Y el sinsabor y la dicha agridulce. Los viejos, pozos de prudencia, fuentes de experiencia; para ellos la gratitud, esa leche humana que fluye del cogollo mismo del corazón. El padre Juan, que “hizo el bien mientras vivió”. La madre Tula, argamasa familiar y entraña entrañable, sé lo que digo. Nuestros viejos, los de todos nosotros…

Pues sí, pero hay de viejos a viejos. Unos hay, los más desdichados, que en la fase “terminal” aguardan su hora en la almendra erosionada de la soledad. Son los confinados en el asilo, víctimas muchos de la humana ingratitud, ellos que lograron forjar una familia para que la familia se deshiciera de ellos. Y si es la ternura la leche humana, y la misericordia la humana miel, la ingratitud es la bilis del hombre, su halitosis, lo que el hombre tiene de vinagrillo, de escorpión, de basilisco. Y basilisco malagradecido. Porque yo digo, mis valedores: todo en el ente humano merece perdón: flaquezas, error, torpezas, claudicaciones; todo, menos la ruindad de los traidores, los envidiosos y los malagradecidos. Y a propósito…

Acabo de visitar un asilo de ancianos, el más remoto de todos, el más mortecino, el más lóbrego y que, segregado del caserío, agoniza extraviado en aquella polvorienta  geografía: una finca árida, gris, que envejece al paso cojitranco de sus ancianas criaturas, con sus muros leprosos que arropan aquel almácigo de vejestorios descascarados de la vida que, guardia baja, aguardan el guadañazo final. Viejos de asilo en asilo de viejos que han sido desahuciados de todo y de todos, menos del ejercicio del sufrimiento. Me puse a observarlos…

Era la hora de entre dos luces, cuando la tarde duda y la noche aún no se decide. Los miré deambular, sonámbulos, en aquel retazo de mundo… (Esto sigue mañana.)

El ángel exterminador

De la plaga de cucarachas que infestó mi cocina les hablé ayer, cocina pulquérrima que, de repente, a la invasión de los bicharajos más parecía jacalón de San Lázaro, guarida de partido político, bunker de canacos y concanacos o buena parte (la mala) de las masas sociales. Resignado a mi destino de vivir combatiendo cucarachas comencé con los periodicazos. Como sus congéneres de dos patas, las cucas resultaron inmunes a tal medida, como también a los polvos venenosos que les espolvoreé sobre cachos de queso gruyere; las muy ladinas se comían el queso y me dejaban los polvos; más tarde les deposité los polvos sobre queso del país; las cucas, burla sangrienta,  devoraban los polvos y me dejaban el del país. Corrí al teléfono.

El de la fumigación: “Se las exterminamos. Ora que acabar con el cucarachero le va a costar uno y la mitá del otro,  como si dijéramos. ¿Cubre los gastos?” (IVAs y cargos, recargos y sobrecargos.)

Y qué hacer, sino resignarse a impuestos y sobreimpuestos. Esa noche anuncié a mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins.: “Tendremos que desocupar el depto. durante unos días”.

Y allá vamos, en calidad de mientras, a casa de un mi pariente por parte de madre. Con abrazos salió a recibirnos el muy pariente, y en 48 horas ya nos había corrido seis veces. Volvimos a Cádiz. Inquisitivo, fui abriendo la puerta: ¡mama Tula, genocidio descomunal! ¡Ni las hordas de Obama! Un tendedero de cucas damnificadas que hagan de cuenta las víctimas del modelo neoliberal: fallecidas por aquí, muertas de hambre por allá, por dondequiera mortandad. Y aquel hedor, y  que voy y las abro, las ventanas, y que entra a borbotones el hedor de smog y materias fecales suspendidas en el aire, y en tanto el viento barría los rastros del tóxico, yo me dispuse a barrer. La cocina, otra vez pulquérrima. Qué bien.

¿Bien? ¡Bien madres! Muy poco me duró el gusto, porque a la siguiente noche la primera sobreviviente del Hiroshima doméstico cruzó en frieguiza frente a mi chipocle ya enfrijolado, y detrás otra, y otra más, y docenas de ellas. “Paisa tenía que ser el técnico exterminador para salirme tan pacotón. Y que acudo al teléfono, y que en mi iracundia miento leyes y madres, campechaneadas, y que el ángel exterminador se apersona en mi depto.: “¿Y cómo hingaus le voy a exterminar sus bichos, si el de junto está hasta la madre, y de allá se las redama para acá?”

– ¡Que se las erradiquen al de junto, y pague él!

– ¿Y? ¿No van a seguir vivas las del restorán de la esquina, que es el que lo surte de cucas, y al restorán la bodega de junto, y a la bodega el sanatorio, y al sanatorio la estación policiaca, que recibe las cucas del burdelito de aquí a la vuelta, atascado con el animalero que le llega desde la sacristía de San Ramón Nonato, que nomás imagínese si hubiera nacido?

– No entiendo lo que quiere decir.

– No entiende porque se hace pendejo, con perdón. ¿No le puede entrar, o sea en la cabeza, que México entero está infestado de cucarachas? Ciudad por ciudad, barrio por barrio, casa por…

– ¡Bueno, pues, hasta nunca!

Y ya. Yo, infestado de cucas, nomás me quedé pensando. ¿Limpiar el cucarachero de los cuerpos policíacos? ¿Y el de los tres poderes de la Unión, los partidos políticos, la cúpula del periodismo y el alto clero, el gran capital, los intelectuales orgánicos, los organismos corporativos de control obrero y unas masas sociales donde el que tiene más saliva traga más pinole? (Suspiré. Qué más.)

Dictadura o democracia

 

El resultado para las masas sociales va a ser siempre el mismo. ¿O en materia de iracundia hay diferencia entre la plaza Tahrir de El Cairo y la Puerta de El Sol, en Madrid o el Parque Zuccotti, de Manhattan? Para el desempleado de Libia, Grecia o Italia, ¿qué diferencias se advierten en materia de injusticia social? ¿Era mayor la exasperación de las masas sociales en Túnez que la de los estudiantes en Colombia o Chile? Por cuanto a México, mis valedores, hace algunos años se admiraba el observador norteamericano:

– Según las condiciones de opresión y pobreza en que el Sistema de poder mantiene a los mexicanos no me explico que aún  no se haya producido otra revolución.

¿Cuál es la causa de un movimiento de protesta que así uniforma a la juventud del orbe? Se ubica, dicen los analistas, en el sistema neoliberal que imponen los gobiernos supeditados a los rigurosos lineamientos y exigencias de los grandes capitales transnacionales y de unos especuladores de la banca y la bolsa de valores que se benefician con el empobrecimiento paulatino de las masas sociales y del desempleo que generan, la carencia de oportunidades, la devaluación de los ahorros familiares, en fin.

El neoliberalismo. ¿Cuándo comienza a incubarse este modelo neoliberal, habida cuenta que el primer neoliberal fue el inglés  John Stuart Mill, que vivió en el XIX? Fue en la época de la pre-guerra cuando, a criterio de las élites norteamericanas,  el imperativo de la “política de puertas abiertas” jugaba un papel decisivo para Estados Unidos, puesto que sólo la apertura de todos los mercados podía garantizar la prosperidad de la economía norteamericana y evitar así el peligro de la repetición de la crisis económica mundial de la década de los 30s.

El actual modelo de neoliberalismo, al igual que la propia globalización que lo hace posible, fue implementado por el sistema capitalista en 1944 en Breton Woods, con la presencia de 44 jefes de Estado y de gobierno, donde el capital-imperialismo, triunfador absoluto de la segunda Guerra Mundial,  implantó para el resto del mundo el denominado Nuevo Orden Mundial, con la globalización y el agio internacional (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, y ahora también el Interamericano de Desarrollo).

El neoliberal es pragmático-utilitarista. Individualista a ultranza, abandona la preocupación por el fomento del bienestar general. El bienestar del grupo es la suma del bienestar individual de cada uno de los miembros del grupo. Esto deja de lado la cuestión de la forma en la que está distribuido el bienestar entre los individuos, si de manera igualitaria o desigual.

¿Qué significa en la práctica? Significa entender al mundo como un conjunto pequeño y definido de empresas que lo controlan, que son unas cuantas y están sometidas a las leyes de la concentración y centralización del capital, vale decir, que cada vez serán menos de ellas a escala global.  Por eso mismo en algún momento podríamos llegar a la conclusión de que el mundo se identifica con una sola empresa. Ya en época reciente, en la segunda década del siglo anterior, lo afirmaba un Woodrow Wilson, por aquel entonces presidente de los Estados Unidos:

– El productor necesita tener el mundo como mercado. Es necesario que la fuerza del estado derribe las puertas de aquellas naciones que se cierran, política inamistosa contra nosotros,  para asegurar que no se desaproveche ningún rincón del mundo.

(Más del sistema neoliberal después de la conmemoración de La Descarnada. (Vale.)

Boicot

Las enseñanzas que nos brinda la historia, mis valedores. Valiosísimas todas, sí, pero es una lástima que nosotros nos rehusemos a aprovecharlas. Una de ellas se produjo apenas en el 2003. Medio centenar de marchantas de Perisur, cansadas de la inseguridad y el peligro que reportaba acudir de compras al susodicho, donde algunas ya habían sufrido robos por causa de una deficiente vigilancia o algo semejante (para el caso que reporto el origen del descontento es lo de menos), decidió actuar por su cuenta y se posesionó de estacionamiento y accesos del conjunto comercial, y con volantes y de viva voz invitaban a los visitantes a aplicar un boicot contra Perisur.

Boicot. No menos, no más, pero con su convocatoria aquel medio centenar de descontentas prendió focos rojos en la zona comercial de Santa Fe y otras negociaciones, y rápido, mientras se redobla la guardia, a sintetizar el antídoto y de inmediato ponerlo en práctica para neutralizar el daño que amenazaba contagiar al comercio organizado. Y sí.

El antídoto funcionó. Varios comisionados de los comerciantes se entrevistaron con las desestabilizadoras. El boicot, se les dijo, era una medida inútil, perjudicial  para el comercio y los clientes. ¿Por qué no adoptar una medida en verdad efectiva contra la inseguridad pública?

– Pero cuál, dijeron.

– Unanse a todos nosotros, los miles de descontentos que el próximo  domingo vamos a hacer una marcha desde el Angel hasta el zócalo para exigir al presidente Fox que aplique las medidas pertinentes contra la inseguridad pública. Ya veremos si las autoridades resisten nuestra “movilización” del próximo domingo.

Tal era su invitación, y yo fui testigo: a la mañana siguiente las inconformes continuaban con su maniobra en las inmediaciones de Perisur, pero esta vez ya no proclamaban el boicot, sino que invitaban a la clientela a  tomar parte en la mega-marchita del domingo siguiente.

Como aconteció con la de 1997 contra Zedillo, la “marcha blanca” que le forjaron a Fox congregó a millares de descontentos. ¿Y? ¿Cuál fue el resultado? A la vista del fracaso de la toma de la vía pública, ¿las rebeldes de Perisur serían capaces de aplicar un ejercicio de autocrítica y calibrar el peso específico de estos dos vocablos: mega-marchita y boicot?

Esto lo cito porque advierto que el descontento de las masas sociales cunde en los países del orbe, con miles de “indignados” que se rebelan “contra  la avaricia de las corporaciones, el servilismo de los políticos y un sistema financiero global diseñado para proteger al 1º.  por ciento más rico del orbe”.

Cuánta energía social desperdiciada.  Porque, mis valedores, ¿conocerán  esos “indignados” la síntesis del quehacer revolucionario pacífico? Caliente el corazón, pero fría la cabeza. ¿Sabrán que el cambio de un Sistema de poder ya intolerable es tarea intransferible de esos “indignados”, que lo habrán de lograr cuando dejen de exigir y, a la luz de la autocrítica, asuman,  y organizados en comités autogestionarios realicen el cambio en las estructuras del gobierno y coloquen en Los Pinos de cada país un gobierno que mande obedeciendo, un gobierno al que obedecer como sus mandantes?

¿Egipto, dice alguno de ustedes? ¿Túnez, Libia, Siria? ¿Qué la caída del  “dictador” se debió a tal  “movilización” multitudinaria, sin más? No, un momento; ya no tenemos derecho al candor: “La OTAN prepara maletas para salir del territorio libio”. No el libio, no el tunecino; fue el asesino mundial, el Drácula sediento del petróleo ajeno. Y no más. (Vale.)

¡Sí-se-pú-do!

Esa fascinación, ese abandono de sí mismo que el futbol ejerce sobre amplias masas populares constituye un vasto movimiento de diversión y de mistificación; cumple una función de compensación simbólica y de exultorio. Los capitalismos lo utilizan como medio de adiestramiento gregario y control psicológico de las masas a través de sus reflejos condicionados.

Sigue aquí la transcripción de opiniones, iniciada ayer aquí mismo, de estudiosos que analizan ese fenómeno de enajenación colectiva: el futbol.

“No tenía idea de la explosión de locura que se produce si se encierra en la misma probeta una crisis económica, un desencanto por las instituciones del país, una bolsa de café y una virgen de madera dorada, y esa mezcla se deja desintegrar bajo el sol mojado de los tristes trópicos. Jamás un país me había dado la impresión de estar enajenado en bloque, pasmado entre un pasado ausente y un porvenir ilegible. Si en ese cuerpo enorme y febril se inocula pasión futbolística, la razón se tambalea. En ese organismo en estado de baja resistencia el cáncer del futbol ataca uno tras otro a todos los órganos y los roe ferozmente”.

El deporte por delegación es un fenómeno  de la sociedad industrial de masas, el santo y seña de la sociedad de clases. Las clases altas practican personalmente el deporte  (golf, tenis, equitación, esgrima, polo, etc.); sólo las clases bajas están reducidas al espectáculo pasivo del futbol. La inmensa mayoría del pueblo rara vez toca un balón, y se vuelve espectador pasivo que participa por delegación de los triunfos de su cuadro predilecto, a cuyos partidos asiste a distancia, desde una tribuna, enajenándose en el jugador profesional, al que eleva a la categoría de ídolo.

Separado de la experiencia real, el futbol se convierte en un símbolo abstracto y lejano, en una deformación caricaturesca de la comunicación interhumana, que ejerce una poderosa fascinación y dominación sobre el espectador pasivo.

El futbol constituye para los regímenes reaccionarios un medio de despolitización de las masas, un señuelo para alejar a la juventud de las ideologías. El menosprecio hacia el fanático se evidencia hasta en las condiciones inhumanas que se le hacen sufrir en los estadios, que son lo más parecido que existe a un campo de concentración, donde ni siquiera falta el alambrado de púas.

La comunicación espontánea que se produce en el futbol es del tipo de las multitudes instantáneas que se forman en ocasión de un linchamiento, y no es de extrañar que muy frecuentemente termine violencia.

De súbito, desde las galerías, rompen a rodar las pasiones crispadas, las imaginaciones de fuerza de los insultos, los frustrados deseos semanales, y la multitud de los partidarios sugiere de pronto la imagen de un viejo decrépito que se exaspera en sus vanos esfuerzos por poseer a una adolescente…

La verdadera pasión es fría. El entusiasmo, en cambio, es por excelencia el arma de los impotentes.

Por cuanto a los merolicronistas (radio, TV y prensa escrita): “Tienden a acentuar el carácter estético del futbol. Hablan de estilos y técnicas, pero que no los engañen: sólo intentan crear una seudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Hacen un serio estudio de algo de lo que nada hay que comentar, aparte de algunas elementales reglas de juego. Pero el futbol es rey, dios, dictador, negocio, enfermedad,  enajenación, manipulación y política. Todo, menos un deporte. (El resto, en otra ocasión.)

El mediocre y su lenguaje

Se manipula de manera consciente para sembrar la confusión y evitar que se pueda percibir la realidad.

Al lenguaje me referí ayer aquí mismo, y hablé que en la medida en que lo aprecio me lastima escuchar la forma sañuda en que lo maltrata el mexicano, y es como para preguntarse: ¿esa viciosa manera de expresión de los diversos estratos sociales es contagio de los “conductores” de radio, televisión y prensa escrita, o son las masas sociales quienes inficionan todos los medios de condicionamiento de masas? Mis valedores:

Lo pavoroso es esa metástasis que cunde en la comunidad, donde un disparate se adopta de forma instantánea y simultánea. Y que “hoy inicia”, y que política “agresiva”, y que   “a la brevedad”, y que ropa  “casual” cuando se fue de “chópin” al “mol”, para “lucir fachion”, y que  “cuestionado el funcionario, contestó”, y que “accesar”, y que  la “localía”, y que la “secresía”, y que “luce divino”, y que ¡guau!, ya el gringo nos enseñó a ladrar. Ah, el servilismo del mexicano hacia el idioma imperial en la industria del periodismo y en sus adictos; ah, la secreta aspiración del “guanabí” a percibirse gringo de segunda…

El lenguaje: ¿cuál es el más antiguo del mundo? ¿Se han desarrollado todas las lenguas a partir de una fuente común? ¿Cómo se fue creando nuestro medio de comunicación verbal? No podía haber pensamiento sin lenguaje, sostienen algunos; que sin pensamiento no había lenguaje, los contradicen otros más, alegato bizantino.

El lenguaje. En el principio eran los homínidos, y hembras y machos existían separados en clanes. Fue el habla primitiva, fueron los sonidos guturales, los que crearon el espíritu. Y que el principio no fue razonar, sino sentir. Que las necesidades dictaron los primeros  gestos y las pasiones las primeras voces. Rousseau contradice a quienes afirman que los hombres inventaron la palabra para expresar sus necesidades. “Tal aseveración es insostenible. Su origen proviene de las pasiones, de las necesidades morales. Todas las pasiones acercan a los hombres, a los que la necesidad de tratar de vivir obliga a evitarse. No es el hambre ni la sed, sino el amor, el odio, la piedad, la cólera, los que les han arrancado las primeras voces”.

El lenguaje y su alto riesgo. Cuidado con el lenguaje, mucho cuidado, porque la forma en que lo utilicemos nos exhibe de entes idealistas o simples mediocres. El uso inmoderado del “dicho popular”, por ejemplo; ese recurso que la ignorancia toma como “sabiduría popular” y que sólo evidencia el tamaño de la mediocridad de un Sancho criticado por Don Quijote:

“¡Eso, Sancho! ¡Encaja, ensarta, enhila refranes! ¡Castígueme mi madre! ¡Estóyte diciendo que excuses refranes, y en un instante has echado aquí una letanía dellos!”

 El proverbio, el cantinfleo, el habla empedrada de muletillas. El individuo exhibe su mediocridad con giros verbales de factura tan corrientes como los que acaba de soltar el hombre de la banda tricolor:

– Dicen que Sonoíta ahora se llama Plutarco Elías Calles. Yo le voy a seguir llamando Sonoíta, “para los cuates”.

De Carlos Pascual,  embajador de Estados Unidos en nuestro país: “Yo le diría: no me ayudes, compadre”.

Y la calidad de esta frase pronunciada por quien detenta el cargo más eminente en la pirámide política del país:

– ¡Ese Carlos Pascual le echa mucha crema a sus tacos!

Mis valedores: ¿así hablan ustedes? ¿Así quieren hablar? ¿Por qué no dejar que sean otros los que al hablar exhiban su grado de  mediocridad? (Seguiré con el tema.)

¿Peor que el alcohol?

Entre la vida y la muerte después de destrozar su auto por evadir un retén del alcoholímetro

Leí la noticia, mis valedores, y recordé la benemérita labor de Carlo Coccioli, a varios años de su viaje definitivo. Aquí, de su libro Hombres en fuga:

¡Ayúdeme! Si usted no me ayuda moralmente… tres días, tres noches… No logro dejar… ayúdeme…

“Es una equivocación, pensé; no conocía aquella voz. Luego he oído mi nombre bien pronunciado. He dicho: Soy yo”.

Soy Carlo Coccioli, pudo haber contestado a la urgida voz del  anónimo desesperado, desgajado por el licor y a punto del derrumbe final que, desde el teléfono público, imploraba el auxilio del novelista que había logrado sobrevivir al licor. En páginas estrujantes de la obra documental titulada Hombres en fuga lo asienta el valedor lo mismo de dipsómanos que  de animalillos en desamparo:

“Eran las ocho de la noche. Toda la tarde había llovido, esta estación de las grandes lluvias es interminablemente tétrica”. Y que al otro lado de la líneas, la anónima voz:

– Ahora estoy lúcido, es decir, casi lúcido: ¿cuánto durará? Puedo beber hasta quince días, hasta morir…

– ¿De dónde está telefoneando? ¡Contésteme!

“Un silencio. Después: que estaba en el centro”.

– Escúcheme con atención. ¿Lograría llegar al Cine Las Américas?

Arreglada quedó la cita. Que él era humilde y muy mal vestido.   Que al verlo, Coccioli se espantaría. “Nada me espanta. Nada”. Ni la voz del alcohólico desahuciado, ni la de tantos redrojillos humanos que gracias a la humana calidad de Coccioli, supieron de la resurrección de la carne hasta entonces  ahogada en licor.

– No resisto el dolor; quiero dejar la botella…

Y al grupo de Alcohólicos Anónimos, milagro del humano valimiento, hasta donde Coccioli, suave y sin turbulencias, los conducía:

“Aquí, en Alcohólicos Anónimos, nos quitan la botella, pero a cambio mucho nos dan. Lo que nos quitan (nos quitamos) nos lo devuelven con usura. El enfermo alcohólico que intente eliminar la botella sin recurrir al grupo no sólo es muy probable que no lo logre, sino que también aumenta sus penas. Aquí, nosotros, vivimos con alegría”.

Bendito sea Dios, que da la alegría. El canto de Coccioli tiene, para mí, resonancias bíblicas: “¡Cuán terrible es el grupo, cuán majestuoso, apoyado así sobre lágrimas y sangre, cuán bello, y cuán rebosante de amor, rebosante de amor ¡Cuán bello es el grupo, cuán lleno, lleno, lleno de Dios! Bendito sea Dios que ha creado A.A., el grupo”. Mis valedores…

Yo, por traer ante ustedes, a varios años de su ausencia definitiva, la memoria de Coccioli, pude haber espigado en alguno de los 32 libros que nos legó el novelista italiano avecindado en México, desde  ese Fabricio Lupo que hace medio siglo fue piedra de escándalo porque el novelista sacaba del “closet” el amor que por aquel entonces no se atrevía a decir su nombre. O de Cuauhtémoc, obra ya cercana a nosotros, o alguno de sus artículos periodísticos en donde reiteraba su decidida pasión por la defensa de la vida en su mínima expresión para los insensibles: la de  los perracos, que hasta allá abarcaban su humana calidad y su valimiento humano, pero preferí traer a ustedes el sub-mundo reflejado en Hombres en fuga, obra testimonial por la que siento un reconocimiento particular porque a cuántos habrá auxiliado a salir del licor, esos que en la botella habían requemado vida, destino, futuro, familia, autoestima, dignidad, todo. Por eso y más recuerdo hoy a Coccioli. (Benemérito, sin más.)

¡Culpable soy yo!

Mi primo el Jerásimo, mis valedores. Amante de la botella como todo buen licenciado del Revolucionario Ins., cierta noche logré llevarlo conmigo a una sesión de Alcohólicos Anónimos. Qué más. Y es que para un borrachales cinco derrotas al hilo son muchas botellas.  No salía del duelo por Guerrero cuando se le vino a empalmar el de Baja California Sur. Y ahí estábamos, atejonados,  en la sesión de “Doble A”.

Y qué confesiones las de esa noche de miércoles; qué testimonios humanos que gañote y criadillas me anudaban y  fruncían en la catarsis colectiva de las humanas miserias.

– Mi nombre es Josefo y soy un alcohólico. ¿Alguno de ustedes ha tocado fondo en el fondo sin fondo del delirium tremens?

Y fue entonces; entonces fue. De repente el Jerásimo, estremecidas de tics sus facciones, se dio el levantón. Vi que de acá, del cuadril, sacaba su anforita disimulada en una bolsa de hojaldras, mi desayuno de esa mañana, y que le da un mordisco al gollete. Un rápido amamantón. Un súbito suspirillo. Ahora hablaba aquel muy pálido, de cotorina color mamey.

– ¿Vivir? ¿Vivía?  ¡Mi cuerpo se desgajaba por dentro, exigía alcohol, ríos de alcohol! Sobre de mí orfandad toda la angustia del mundo. Ven, muerte, clamaba yo en vano. Y aquella soledad…

La soledad del que perdió a su amantísima, los chamacos, los amigos, todo. “¡Dios,  y así me juras que existes..!”

Y el gemidillo, y el lamento, y el… ¡Jerásimo! ¡Qué haces, insensato, cuando menos esconde esa ánfora!

Un brinco, dos, un trastabilleo, y ahí estaba detrás de la mesita que servía de tribuna:

– ¡Licenciado es mi nombre, y el Revolucionario Ins. mi divisa!

Y ándele, que (prodigio de la catarsis colectiva) suelta su guácara de gemidos, y que se cimbra, manotea, grita su compulsión:

– ¡Culpable soy yo! ¡Toda mi trayectoria política la he perpetrado en plan cacardioso! ¿Saben cuál es mi crimen mayor, que estoy perpetrando ahora mismo, y por el que respetuosamente les pido la pena de muerte?

– ¡Jerásimo, cierra la boca! ¡Esconde esa botella! ¡Baja de ahí, ven a sentarte, qué desfiguros!

– ¿Saben cuál es, correligionarios? ¡Yo soy aquel! ¡Yo, en punto pedro, he dañado profundamente al país! ¡Yo, yo, mírenme bien, arrímense acá y castígueme, mándeme capar en el penal de El Altiplano, que merezco esto y más! ¡Todo por culpa de esta, correligionarios del pedro!

Y bandereaba la cacardiente Ah, los efectos de la catarsis.

A gritos: “Mea, mea, mea culpa, conciudadanos anónimos! ¡El tamaño de mi delito nomás calcúlenlo! ¡Culpable soy yo! ¡Cuatro años de ser su asesor! ¡Yo, sí, yo soy el que le ha venido aconsejando  todas y cada una de sus medidas de gobierno! ¡Política, finanzas, economía, relaciones públicas, combate al narcotráfico, defensa de la soberanía nacional! ¡Todas! ¡Tú, cacardienta, maldita seas!”

Y que a todo vuelo de brazo la arroja al suelo, donde formó un charquito apestoso. Entre seis, ocho anónimos, lo redujeron. Desmadejado en el volks, me lo llevé a Urgencias. Y sí, ya el primo resucitó de entre los crudos.

– El sí, ¿pero nuestra asociación qué?

Y don Gil., el decano de aquel grupo de Alcohólicos Anónimos, me miraba sin parpadear, qué pena. Y es que la noche de miércoles, al derrame del pomo, media docena de anónimos se aventaron al piso, lo olisqueaban y se soltaron lengüeteando y arañando el cemento. “A dos ya los localizamos. Ahogados”.

– ¿Ahogados en el Gran Canal?

– Ahogados en alcohol. Del paradero de los otros cuatro nada hasta estas horas.

Yo agaché la cabeza. Qué más. Ah, el asesor. (En fin.)