Desconsuelo y dolor

Salir con la frente en alto a pesar del dolor…

Leí la frase doliente, dije a ustedes ayer, y venteé la tragedia. Observé las fotos que publicó el matutino (de esto hace algunos ayeres): rostros de niños, de jóvenes y maduros, un puro ardimiento y un majestuoso dolor,  que a lágrima viva y a puño crispado expresan pena, rabia, desesperación. Yo, apenas las miré en el periódico, me sentí reblandecido al ajeno dolor. ¿Un nuevo episodio de violencia en brama entre la R-15 y la AK-47? ¿El resultado del “daño colateral”, como llama a la matanza de niños, doncellas y embarazadas el jefe nato de mi general Galván? Me sorprendí haciendo pucheros, me fui al morbo de los detalles, y fue entonces. De súbito…

Leí la noticia, y válgame: las tales muestra del sufrir colectivo tan sólo me provocaron desprecio, impaciencia, exasperación. ¿Por insensible? No, que el desprecio, el desdén hacia estos rasgos lacrimosos fue mi reacción natural a las causas del llorar colectivo: ¡en el graderío del estadio futbolero un equipo del clásico pasecito a la red había caído a los infiernos de la segunda división, y sus fanáticos se retorcían a la pena, la impotencia, la desesperación! ¡El Necaxa, que descendía a los infiernos de la “Primera A“ y arrastraba a su Perra Brava al llorar y el rechinar de dientes! Y los puños que se alzan al cielo, y los rostros acalambrados, y ese que (pudibundo Julio César al recibir las mortales puñaladas) oculta en la camiseta listada de rojo y de blanco los visajes que le arranca el insufrible dolorimiento. Así viejos y niños, ese en la flor de la edad y ese par de jovencitas que se deshacen en llanto. ¡Por las peripecias del clásico pasecito a la red! Ah, héroes vencidos, héroes por delegación..!

Yo, ¿honrar esas lágrimas, las mismas y de la misma calidad de las que se han desparramado a la advocación de Pedro Infante, Juan Pablo II, La Morenita, la telenovela? Miré las fotos, medité en el “Salir con la frente en alto“, del futbolista en derrota, pensé en los del llanto colectivo:

“El fútbol, espectáculo para las masas, sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita cuando menos una participación por delegación de las proezas donde se requiere fuerza y habilidad, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida. El futbol, deporte por delegación, es privativo de la sociedad de clases. Las clases altas practican personalmente el deporte (golf, polo, tenis, equitación): sólo las clases bajas están reducidas al espectáculo pasivo del fútbol que los entrena para la dependencia, la pasividad, la permanente minoría de edad mental”. Mis valedores:

Las lágrimas de los de la foto, ¿espontáneas? Por supuesto que no. Son pasiones, emociones y reacciones mañosamente inducidas a lo artificial y artificioso en el débil de espíritu. Son los opiáceos de las masas oprimidas, deprimidas, enajenadas. Alineación, manipulación, dependencia, televisión. ¡Nos bañamos en oro! ¡Los héroes, la gloria, México!

Pero felicidades: el llanto quedó atrás. Para el que apenas ayer se retorcía las entrañas «su» Necaxa vuelve a pastar en la grama de la primera división. Hoy, la alegría se tiñe de rojo y blanco; es la “alegría” con que el Sistema apuntala en las masas un agónico sentido del diario vivir una vida que se arrastra al ras del desánimo. Pornografía, licor y el clásico pasecito a la red. Y no pensar, no reflexionar. Felicidades por «su» Necaxa. (Es México.)

Héroes, oro, gloria (México…)

 

Esa fascinación, ese abandono de sí mismo que el futbol ejerce sobre amplias masas populares constituye un vasto movimiento de diversión y de mistificación; cumple una función de compensación simbólica y de exultorio. Los capitalismos lo utilizan como medio de adiestramiento gregario y control psicológico de las masas a través de sus reflejos condicionados.

Conque México se cubrió de oro. Los analistas:

“No tenía idea de la explosión de locura que se produce si se encierra en la misma probeta una crisis económica, un desencanto por las instituciones del país, una bolsa de café y una virgen de madera dorada, y esa mezcla se deja desintegrar bajo el sol mojado de los tristes trópicos. Jamás un país me había dado la impresión de estar enajenado en bloque, pasmado entre un pasado ausente y un porvenir ilegible. Si en ese cuerpo enorme y febril se inocula pasión futbolística, la razón se tambalea. En ese organismo en estado de baja resistencia el cáncer del futbol ataca uno tras otro a todos los órganos y los roe ferozmente”.

Como espectáculo para las masas el futbol sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita cuando menos una participación por delegación en las proezas donde se requiere fuerza, habilidad y destreza, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida.

«Ganamos, anotamos un gol», y no se han movido de las gradas.»Es el orgullo apasionado del mediocre». El deporte por delegación es un fenómeno  de la sociedad industrial de masas, el santo y seña de la sociedad de clases. Las clases altas practican el deporte: golf, tenis, hockey, equitación, polo, esgrima; sólo las clases bajas están reducidas al espectáculo pasivo del futbol. La inmensa mayoría rara vez toca un balón. El aficionado es espectador pasivo que participa por delegación de los triunfos de su equipo favorito, a cuyos partidos asiste a distancia, desde una tribuna, enajenándose en el jugador profesional, al que eleva a la categoría de ídolo.

El futbol es un medio de despolitización de  masas, un señuelo para alejarlas de la cultura política. El menosprecio hacia el fanático se evidencia hasta en las condiciones inhumanas que se le hacen sufrir en los estadios, que son lo más parecido que existe a un campo de concentración, donde ni siquiera falta el alambrado de púas.

La comunicación que se provoca en el futbol es del tipo de las multitudes espontáneas que se forman en ocasión de un linchamiento. No es de extrañar que suele terminar en   violencia.

De súbito, desde las galerías rompen a rodar las pasiones crispadas y los insultos, los frustrados deseos semanales. La turba de aficionados sugiere de pronto la imagen de un viejo decrépito que se exaspera en sus vanos esfuerzos por poseer a una adolescente.

La verdadera pasión es fría. El entusiasmo, en cambio, es por excelencia el arma de los impotentes.

Los merolicronistas de medios impresos y electrónicos: “Tienden a acentuar el carácter estético del futbol. Hablan de estilos y técnicas, pero que no nos engañen: intentan crear una seudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Hacen un serio estudio de algo de lo que nada hay que comentar, aparte de algunas elementales reglas de juego».

Pero el futbol es rey, dios, dictador, negocio, enfermedad,  enajenación, política,  manipulación. Todo, menos un deporte.

¡Y México se cubre de oro y de gloria!  (Qué país.)

¡Goool!

Fin de semana. Ciudad capital. Tarde parda, lluviosa. Embotellamiento en el sur. En el tablero del auto oprimo uno de los botones de la radio y me entero, cosa que alivia el agobio de una marcha vehicular a 50 metros por hora: si nos atenemos a los comentarios radiofónicos (graves, sesudos, prosopopéyicos) mi país  es la capital mundial del clásico pasecito a la red. Estimulante.

En una polémica que entrevera voces vehementes escucho que «me perdonan, pero el Chicharito no es Romny».  Rápido el cambio al siguiente botón. «Bueno, pero hay que hacer notar que el Atlas se sublima cuando juega con las águilas». Y que las tales ya tienen la nueva mentalidad que les vino a inyectar un piojo. Yo, los dientes apretados, de repente válgame, que me antellevo una de las vallas anaranjadas que asesinan tres de los cuatro carriles. ¿Que qué? Ah, bueno. Quezque mi madre…

Apachurro el botón de junto. ¿Así que «empate intenso»? ¿Así que el Toluca, con ese portero? ¿Localía, nueva mentalidad, nueva filosofía? ¿En el clásico pasecito a la red? Motores recalentados adelante y atrás, que amenguan el frío de la tarde. El siguiente botón. Y qué campanuda la voz cuando asegura que «mientras en «nuestro» futbol no exista una fe y una mística vamos a seguir en la media tabla. Porque los dueños de clubes…

¡Y el condenado micro, que casi me incrusta su trompa  en la salpicadera!  Freno el balón. El conche, más propiamente. Aprieto los dientes y el siguiente botón y la tronante voz: «El aficionado tendría que ¡exigir! a la directiva. ¿O qué, la opinión de quien paga su boleto no es prioritaria?»

Doble apretón al control, y el sesudo comentarista: porque lo acaba de asegurar el dueño de las chivas: «amenacé al Chepo con transferir a Chicharito si no lo debutaba! (si no lo debutaba). Algo  tiene que hacer el nuevo entrenador para sacar del bache a las chivas. Desde que a chivas «lo» adquirió Vergara vale… (¡que no vaya a soltarme el albur!)

Válgame. ¡»Alargan su invicto!» Siento seca la boca, y sí, en efecto: mi país es la capital mundial del futbol. Aquí se vive, se siente, se respira y se come futbol. Por lo visto (por lo oído) «nuestro» balompié debe ser el mejor del orbe, si así merece la gracia del comentario en nueve estaciones de radio capitalinas. De otra manera los aficionados no se dejarían  manipular por una cáfila de merolicronistas que así los convierten en héroes por delegación.

Oscurece. La lluvia, en un ser. Frío el ambiente, con un vientecillo que se incrusta en la médula de los huesos. Pero muy poco me falta para la cobija y el edredón. La última posibilidad en la radio y ahí el milagro: en la postrera de las opciones una  untuosa voz de varón me jura que el mejor guardaespaldas que puedo conseguir, uno que me enseña la caridad, el amor y la fe es Dios. Vaya, pues. En mi país no sólo de gol vive el hombre.  Gracias sean dadas al guardaespaldas divino.

Diez de la noche. Logré llegar a mi casa, tomar mi infusión para aplacar los nervios y la revancha, vengativo que es uno, con el analista clamo en alta voz:

Tienden los comentaristas a acentuar el carácter estético del futbol . Hablan de estilos y técnicas como hablarían de una escuela pictórica, pero no debemos engañarnos: tan sólo se trata de crear una seudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Simulan un serio estudio de algo de lo que nada hay que comentar , aparte de algunas elementales reglas de juego.

¡Y goool de..! (México.)

¡Sí-se-pú-do!

Esa fascinación, ese abandono de sí mismo que el futbol ejerce sobre amplias masas populares constituye un vasto movimiento de diversión y de mistificación; cumple una función de compensación simbólica y de exultorio. Los capitalismos lo utilizan como medio de adiestramiento gregario y control psicológico de las masas a través de sus reflejos condicionados.

Sigue aquí la transcripción de opiniones, iniciada ayer aquí mismo, de estudiosos que analizan ese fenómeno de enajenación colectiva: el futbol.

“No tenía idea de la explosión de locura que se produce si se encierra en la misma probeta una crisis económica, un desencanto por las instituciones del país, una bolsa de café y una virgen de madera dorada, y esa mezcla se deja desintegrar bajo el sol mojado de los tristes trópicos. Jamás un país me había dado la impresión de estar enajenado en bloque, pasmado entre un pasado ausente y un porvenir ilegible. Si en ese cuerpo enorme y febril se inocula pasión futbolística, la razón se tambalea. En ese organismo en estado de baja resistencia el cáncer del futbol ataca uno tras otro a todos los órganos y los roe ferozmente”.

El deporte por delegación es un fenómeno  de la sociedad industrial de masas, el santo y seña de la sociedad de clases. Las clases altas practican personalmente el deporte  (golf, tenis, equitación, esgrima, polo, etc.); sólo las clases bajas están reducidas al espectáculo pasivo del futbol. La inmensa mayoría del pueblo rara vez toca un balón, y se vuelve espectador pasivo que participa por delegación de los triunfos de su cuadro predilecto, a cuyos partidos asiste a distancia, desde una tribuna, enajenándose en el jugador profesional, al que eleva a la categoría de ídolo.

Separado de la experiencia real, el futbol se convierte en un símbolo abstracto y lejano, en una deformación caricaturesca de la comunicación interhumana, que ejerce una poderosa fascinación y dominación sobre el espectador pasivo.

El futbol constituye para los regímenes reaccionarios un medio de despolitización de las masas, un señuelo para alejar a la juventud de las ideologías. El menosprecio hacia el fanático se evidencia hasta en las condiciones inhumanas que se le hacen sufrir en los estadios, que son lo más parecido que existe a un campo de concentración, donde ni siquiera falta el alambrado de púas.

La comunicación espontánea que se produce en el futbol es del tipo de las multitudes instantáneas que se forman en ocasión de un linchamiento, y no es de extrañar que muy frecuentemente termine violencia.

De súbito, desde las galerías, rompen a rodar las pasiones crispadas, las imaginaciones de fuerza de los insultos, los frustrados deseos semanales, y la multitud de los partidarios sugiere de pronto la imagen de un viejo decrépito que se exaspera en sus vanos esfuerzos por poseer a una adolescente…

La verdadera pasión es fría. El entusiasmo, en cambio, es por excelencia el arma de los impotentes.

Por cuanto a los merolicronistas (radio, TV y prensa escrita): “Tienden a acentuar el carácter estético del futbol. Hablan de estilos y técnicas, pero que no los engañen: sólo intentan crear una seudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Hacen un serio estudio de algo de lo que nada hay que comentar, aparte de algunas elementales reglas de juego. Pero el futbol es rey, dios, dictador, negocio, enfermedad,  enajenación, manipulación y política. Todo, menos un deporte. (El resto, en otra ocasión.)

El flautista de Hamelín

¿Recuerdan ustedes esa leyenda? ¿La desconoce alguno? Tal pregunté  a los presentes en la pasada emisión de nuestro espacio comunitario de Domingo 6, que se transmite en Radio Universidad. Aquí, de memoria, la síntesis de la leyenda que arranca en el siglo XIII:

La ciudad alemana de Hamelín fue sacudida por una plaga de ratas, y no atinaban los lugareños en la manera de librarse de los roedores. De repente aparece un desconocido que ofreció  la solución del horroroso problema; mediante el pago correspondiente libraría de los bichos a la ciudad.  Los aldeanos se comprometieron al pago, y fue entonces: el fuereño tomó su flauta y comenzó a sacarle unos sones extraños, misteriosos, a cuyo sonido todas las ratas salieron de sus escondrijos y como hipnotizadas se fueron detrás del son. Ya congregada la nata de roedores en derredor del flautista, éste se dirigió hasta el río cercano, y la solución: todos los roedores perecieron ahogados. El  misterioso flautista reclamó su recompensa, pero los payos se negaron a pagarle. Ofendido, desapareció de Hamelín.

Tiempo después, la venganza: mientras los lugareños visitaban el templo,  el personaje volvió a tañer de su instrumento frente a los niños, que hipnotizados al son de la flauta avanzaron hasta el río. Luto general. Llanto y rechinar de dientes.  Cumplida ya su venganza, del flautista nunca se volvió a saber. Queda a cargo de ustedes la posible analogía, con todo y su moraleja, después de que escuchen el tema que hoy les propongo.

La flauta de Hamelín y la manipulación de las masas sociales. La enajenación. “Algo está alienado, dice el maestro,  cuando su existencia no corresponde a su esencia, cuando está fuera de sí”. Y en ese estado, fuera de sí, me han traído a los pobres de espíritu, penduleando entre el júbilo delirante porque “¡somos campeones del mundo!”, y la sombría pesadumbre porque “nos colgaron tres ceros en tres partidos”. Mis valedores:

No voy a tratar ante ustedes un asunto de miércoles como es el del clásico pasecito a la red.  No voy a escribir de futbol, que maldita la gracia que me hace el tema de manipulación colectiva, sino de la mansedumbre, la  dependencia y la inercia que  exhiben las masas sociales de Hamelín ante el estímulo  de la flauta que en nombre del Sistema de poder, del que forman parte, les tañen los medios de condicionamiento de masas.

El sentimiento pseudo-patriótico que depositamos en el seleccionado nacional sirve para ocultar la falta real de una auténtica unidad nacional capaz de enfrentar a la opresión imperialista.

Aquí  algunas opiniones de analistas que se han abocado a examinar la reacción de las masas ante el fenómeno colectivo del futbol.

Como espectáculo para las masas sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita cuando menos una participación por delegación en las proezas donde se requiere fuerza, habilidad y destreza, a fin de que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida.

El futbol florece en comunidades urbanas donde el ser humano corriente lleva una vida sedentaria y no tiene muchas oportunidades para la labor creadora. En una sociedad donde el pueblo pudiera desarrollar libremente todas sus posibilidades deportivas, ¿el futbol como espectáculo de masas seguiría ejerciendo la fascinación que opera en nuestra sociedad? Con el futbol se educa a las masas para la pasividad, para la dependencia, para la no acción, para la no participación en la vida pública. (Sigo mañana.)

¡Ósmosis, metástasis, inducción!

Estoy mirando la foto, mis valedores, y qué clase de foto. A todo color. Primera plana. La veo, la observo, la miro hasta bizquear, hasta que se me humedecen los ojos y se me reseca la boca. Dejo de verla, y qué extraño: los ojos siguen llorando y la boca comienza a saberme a bilis. Negra. Desparramada. Yo, décadas sin vomitar una altisonancia, me sorprendo remoliendo en la mente las de toreo pulquero. Llorosos los ojos camino a mi biblioteca y regreso con este gordo de  pastas duras: Historia de México. A hojearlo. Y qué rostros en estos dibujos en blanco y negro…
El de Cuauhtémoc, enhiesto él, gesto adusto, rasgos enérgicos, rostro cortado, con sus claroscuros,  a la medida de la epopeya. Son los trazos no del “águila que cae”, como mal se interpreta, sino del “águila que desciende”. Como debe ser.
Más acá,  bigotazos y piocha bermeja, un rostro cruel, valientísimo. Casco, yelmo, cimera, reluciente armadura y espadón conquistador: un Pedro de Alvarado que a  sangre, fuego y exterminio se dispone a dar pelea a mis abuelos indígenas, los cazcanes del Cerro del Mixtón. El genocida del Templo Mayor trepa a caballo, desnuda la espada y avienta de sus labios la frase que lo retrata:
“¡Esto ha de ser así!”
Y así fue, por más que en la empresa empeñó su vida y la vino a perder. El rubio Tonatihú, dibujo en blanco y negro, mucho negro y poquísimos blancos…
Otro momento de la historia nacional: con la vera efigie de Carlos V, la sucesión de barbones de ropilla, gorguera, calzas, en la testa esa especie de boina aplastada y al viento el airón: los virreyes que van de Antonio de Mendoza a Ruiz de Apodaca y  O´Donojú, pasando por tanto virrey arzobispo, dañeros de más o menos, pero que se encenagaron la décima parte de lo que hoy día los Norbertos y Onésimos. Laus Deo.
Hidalgo, Allende, Morelos, las matronas doña Josefa y Leona Vicario (fuera Abasolo, por aquello de las dudas).  Un luminoso blanco y negro que en el tiempo mexicano se nos iba a tornar tricolor. Patético.
Acá el fachendoso que luego de proclamar la independencia de México iba a tornar el país un carnaval, él disfrazado de emperador: bizarro, patilludo,  peripuesto, garbo y altanería: Dn. Agustín I de México, y tras él, páginas de por medio (no cito, salud mental, a ese cojo que a torpezas cercenó medio país), los esforzados del tamaño, de los tamaños, de Guerrero, Victoria, Juan Alvarez, Gómez Farías, todos.
Galería de traidores y matanceros Márquez, Bustamente, Miramón. Planas centrales el indígena adusto, de poco hablar y mucha labor patriótica, que osa echársele a las barbas (rubias, blondas, perfumadas) al segundo emperador, el que temprano madrugó para trepar al Cerro de las Campanas…
Pues sí, pero lástima,  que me veo forzado a tornar a la foto de primera plana para decir a todos ustedes: del conquistador, los virreyes, los emperadores y quienes los aplastaron para que del cascarón surgiera este país, ¿hemos avanzado? ¿Cuánto hemos avanzado? Estoy mirando la foto, y válgame: ¿este señor con aspecto de burócrata de “Rezagos Varios” buscando carisma, personalidad, popularidad con el recurso de acarrear hasta Los Pinos y rodearse de esa inocente parvada de jóvenes futbolistas? ¿El temple, el carácter, la audacia y determinación de los triunfadores en algún torneo futbolero los va a chupar, por ósmosis o inducción, el estratega de los 40 mil cadáveres y otras tantas familias enlutadas? Yo, por lo pronto, sigo con los ojos húmedos y la boca reseca. Ah, México. (Mi país.)

¡Somos héroes!

Las recientes elecciones en el Estado de México, mis valedores. Para aquellos de ustedes que no han perdido la esencia infantil va el presente cuentecillo que lleva a flor de letra su moraleja. Cuestión de pensar. El protagonista:
– Las naves espaciales dejaban tras de sí estelas estallantes de luz. Desde nuestras chozas, en el aparato de TV las mirábamos hundirse en el firmamento para llevar nuestra luz a todo el firmamento. Acuclillados frente a la abollada cacerola en que hervían unas hebrillas de carne sabíamos que la nave espacial era nuestra nave, que los científicos eran nuestros científicos, nuestros los astronautas y nuestros el proyecto estrellero. Cómo no, si nosotros costeábamos la maniobra espacial.
De noche, insomnes en el jergón de paja, creíamos escuchar un lejano zumbido de reactores que rasgaban la inmensidad. Entonces, más allá de la anemia, nuestra presión sanguínea aumentaba Los astronautas (nuestros astronautas, en los que habíamos delegado todo nuestro orgullo de héroes hazañosos) burilaban en el espacio nuestro himno del progreso. Nosotros, felices…
En ocasiones, al hurgar en los montones de desperdicios algo qué llevar a la choza, nos topábamos con aquel diario que anunciaba el lanzamiento de nuevas naves espaciales. Sus tripulantes eran nuestros ángeles de paz, de sabiduría, de nuestra riqueza futura. Tomados de la mano de nuestras mujeres, apretando sus huesecillos náufragos de carne, rodeados del alegre enjambre de nuestros niños, sus moscas, enfermedades endémicas y avitaminosis, sentíamos la garganta anudada de emoción: nuestros representantes proseguían, allá arriba, nuestra carrera espacial. Eramos, gracias a ellos, los arquitectos del Universo. Nuestro amor, devoción y recursos económicos los acompañaban. Eramos…
Día con día, al masticar las hilachas de carne, levantábamos la cabeza para observar a las raudas estrellas humanas que se alzaban rumbo a la gloria, y aquel nudo en la garganta. Al tomar a nuestras mujeres nos nacía un veneno de placer en el vientre, como si estuviésemos copulando en representación de los ángeles (nuestros ángeles) que domeñaban los astros. Al sentir nuestro renaciente vigor quedamente sollozaban nuestras mujeres, ellas también resignadas a recibir un hijo más en sus destartaladas entrañas, su mente fantaseando con el vigor de los navegantes, que lograban el prodigio de llevárselas consigo más allá del sol y  las penas, de Plutón y del hambre, de Júpiter y el terror que desbozaló un aprendiz de brujo.  Cuánta felicidad…
¡Ah, pero qué de alaridos cuando la nave espacial se desplomó frente a nuestras malolientes cabañas! La explosión desgajó la esperanza de millones ilusos, mendigos de la hazaña ajena que delegamos en esos que tripularon nuestra nave México. Decepción, lágrimas acres y melancólicas. Como todo final de sexenio, nuestro esperanza se redujo a un montón de hierros torcidos que ventoseaban humo apestoso, y no más.
Pena amarga por las incumplidas  promesas de esos en los que delegamos y que nos hicieron volver a la realidad de la choza, el hambre, la necesidad, la desesperanza. Examinamos los restos humeantes. Prófugos, ni la caja negra dejaron nuestros héroes.
Hemos vuelto a la vida de siempre: buscar desperdicios, robar a transeúntes, fornicar toscamente, drogarnos (droga barata). Nuestros héroes nos defraudaron. Pero a ver, ahí viene ya el 2012. Hoy, por lo pronto, las chozas reciben la emoción fulgurante del cinescopio:  ¡somos campeones del mundo Sub 17! Ah, México. (Qué país.)

“¡Somos campeones!”

Llegó el alimento, mis valedores. Ha llegado el maná para esa  Perra Brava que se agostaba por falta de su alimento espiritual. Porque desde hace semanas y hasta el día de hoy lo único sustancioso que lo mantenía con vida eran los jeringazos de hemoglobina (la nota roja, “reina del reitin”) que le embombillan el cinescopio y la de plasma. Pero ahora sí, completo  viene el sustento  para los pobres de espíritu: la regazón de cadáveres que les proporciona  el de Los Pinos y el clásico pasecito a la red que le arrima el duopolio de la TV.. Banquetazo.

Porque decir Perra Brava es decir pan y futbol; muy  poco de lo primero, pero del otro, hasta reventar. Decir Perra Brava es remitirnos a la manipulación de unas masas enajenadas que más allá de la carestía de las subsistencias van a pagar su boleto y a abarrotar el graderío del Goloso de Santa Ursula, y con tal acción multitudinaria practicar ese lóbrego onanismo mental que consiste en vivir peripecias ajenas, y tomar como propias las “hazañas” de unos alquilones del balompié que por practicarlo cobran altísimos sueldos. El fanático, en tanto…

Ese, mírenlo ahí,  sentado a dos nalgas en el graderío, calientes cabeza y garganta y las tripas empanzonadas de agave y lúpulo, enajenación en que cae también el fanático y sus compadres frente al televisor. Miren ahí al fanático, jugando al héroe por delegación. Obsérvenlo, vientre fofo y lonjudo a la mitad de su edad. Ese enajenado  no juega, no sabe jugar, no tiene condición física para practicar el juego, pero cuánto sufre, qué bárbara forma de vibrar y sentir como propias las acciones de los alquilones del espectáculo. “¡Ganamos! ¡Goleamos”. “Si sufrimos esta derrota fue porque no supimos desarrollar un juego de conjunto”. ¿Nosotros, tú, ustedes? Macabrón. ¿Que no? Juzguen ustedes:

Llegó a mi correo electrónico. Ya a punto de borrarlo examiné su contenido, y válgame, lo que el remitente comunicaba al orbe. Aquí, respetando su sintaxis, la parte sustancial del mensaje del cándido que asumió como propias las “hazañas” ajenas:

“¡Ya lo pueden gritar! ¡Somos campeones! Millones festejan, millones lloran, millones se abrazan…

Este título es nuestro y no lo íbamos a regalar. La afición respondió como lo que somos: CAMPEONES.

El primer tiempo fue duro, difícil, peleado, intenso y sin goles…

Y sucedió, ¡la gente lo empató! Sí, lo empató con ese apoyo impresionante que le enchinó la piel a todos los presentes. La gente empató el marcador con goles de (aquí un par de nombres) en cuestión de pocos minutos…

En el aire se podía respirar el gol, ese gol que habíamos esperado nada más que 13 años y que estaba aguardando por que alguien se pusiera el traje de héroe para anidarlo en las redes y hacer que medio país gritara ¡CAMPEON!

Todo una fiesta, todo un carnaval que a muchos nos durará toda la vida. El himno del equipo se tocó una y otra vez, cada una de ellas coreada y cantada por todos los presentes, al igual que el ‘Dale campeón, dale campeón´, seguido del ´Palo palo palo, palo bonito palo ehh, ehh ehh ehh somos campeones otra vez…

La fiesta no terminó y no terminará durante mucho tiempo. El (aquí el nombre) ES CAMPEON, Y AHORA SÍ, ¡¡¡Haber (sic) quién nos aguanta!!!

VENGAN CAMPEONES, FESTEJEN QUE ESTE TITULO YA ES

NUESTRO!!! EL NUESTRO, EL MÁS GRANDE!!! 13 TITULOS Y HABER QUIEN NOS ALCANZA!! GRACIAS A TODOS LOS QUE NOS DIERON ESE TITULO! ¡YA SON HÉROES..!!!

Ah, los mediocres. Ah, los pobres de espíritu. (Con los “héroes” del fanático sigo mañana.)

Justicia y futbol

Los futbolistas paraguayos Vera y Barreiro fueron víctimas de extorsiones telefónicas. Tienen la intención de dejar el país en cuanto sea posible, con todo y familia.

No creo que esos futbolistas deberían preocuparse hasta el grado que lo expusieron el pasado jueves. Ellos viven una  “justicia” particular, mexicana. Baso mi creencia en dos hechos ocurridos hace algunos ayeres: el secuestro del padre del entonces futbolista Jorge Campos, y simultáneamente el de Primitivo, un hermano de Sor Ruperta Díaz, misionera franciscana. Yo, ante la clase de justicia que se aplicó a ambos secuestros, envié a la monja este mensaje que a Vera y Barreiro los puede aleccionar:

Madre franciscana:  “Todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros, afirma Orwell. Por otra parte, ¿sabe de futbol? ¿Sabe que  un equipo se forma con 11 jugadores? Las atribuciones del jugador son juventud, estatura, fortaleza, técnica y mucho amor a la camiseta. Y cómo no amarla, si ahí, entre pecho y espalda, porta la propaganda de las transnacionales que lo enriquecen hasta la náusea: aguas negras, tabaco, cervezas, en fin.

No sólo dólares le regala el jueguito; fama también, y honores y distinciones, y la adoración de la Perra Brava,  ese hincha que hincha las arcas de los alquilones y demás mercachifles del jueguito manipulador con el que los pobres de espíritu se sienten héroes por delegación. El ascendiente que logran de una fanaticada ávida de hazañas que no puede o no quiere realizar por sí misma, júzguelo por este detalle: a cierto jugador de un equipo de esos le acaban de secuestrar a su papacito, un tal Ñoño Campos. ¡Al padre del portero de la selección mexicana del clásico pasecito a la red! ¡Inaudito!

Madre Ruperta: ¿hasta su reducto religioso le llegaría la convulsión, la compulsión nacional? La escandalera y el cacareo que alzaron radio, TV y periódicos llevó a la Perra Brava a arrodillarse, alzar los brazos y orar, llorar, darse  golpes de pecho, tomar litros de licor y tomar como propia la tragedia del jugador priísta y su ñoño padre, más priísta todavía. Madre Ruperta:

Toda la policía, en brama y desbozalada, se echó tras los rastros de los secuestradores, y pronto apareció el  Noño priísta gracias a la presión de todos los mexicanos (menos yo, madre; de tantas cosas tengo que avergonzarme, pero de esa no). ¿Los dólares del rescate? Tres juegos en la cancha y ahí están. ¿Y los secuestradores? Ya en la cárcel. Justicia pronta, expedita, mexicana…

Madre: a su hermano lo secuestraron desde hace meses. Puso usted la denuncia ante las instancias correspondientes, y aun dio los nombres de los presuntos secuestradores. ¿Y? Las autoridades se niegan a girar una orden de aprehensión. “Es que no nos consta que hayan sido ellos”. ¿Y radio, TV, periódicos, madre, ellos tan estrepitosos con el caso del Ñoño Campos? Con la tragedia de Primitivo, silencio.  ¿Ve, madre, lo que sucede en este país con una justicia supeditada a la fama de la víctima y al criterio de los “medios”? ¿Por qué Primitivo Díaz Camacho, secuestrado desde hace meses y  tal vez sacrificado a estas horas, no fue portero de fútbol? Clamó el cursilón del periódico,  con el Noño ya de vuelta en el hogar:

Y Campos volvió a sonreír…”

¿Comprende ahora, madre, por qué en México hay que saber de fútbol, jugarlo y volverse tan importante para la justicia mexicana que de inmediato se avienten a rastrear, morder, torturar, hasta en cosa de días liberarle a su Ñoño padre? (Conque, futbolistas Vera y Barreiro… en fin.)