Cuando se tiene un hijo

Se tie­ne al que cabalga en el cuadril de la mendi­ga- y al del coche que empuja la institutriz inglesa- Y al niño gringo que carga la criolla – y al niño blanco que carga la negra- y al ni­ño indio que carga la india – y al niño negro que carga la tierra.

Por evitar el riego del consumismo aguardé a que pasara la «celebración» con que sangra el comercio la economía familiar de unos padres a los que obliga a enfrentar a los hijos regalito en mano. A propósito:

La cultura del «shopping» en el»mall», se ubica a años luz del tianguis de nuestra raíz indígena. La educación infantil tiene hoy como horizonte a Salinas, Azcárraga y  la Gordillo. ¿Y la de nuestros antepasados indígenas? Mis valedores:

Pena y admiración me provoca el contraste entre la «educación» pública  de hoy y la de nuestros abuelos meshicas. Y qué altura de conceptos, qué belleza en la expresión, qué sabiduría y amorosas ternezas, flor y espiga madu­ra de un legado aborigen que mal conoce­mos y menos ponemos en práctica. Por vía de ejemplo, las palabras del padre a la niña indígena:

Aquí estás, mi hijita, mi collar de pie­dras finas, mi plumaje de quetzal, mi he­chura humana, la nacida de mi. Tú eres mi sangre, mi color, en ti está mi imagen. Aho­ra recibe, escucha: vives, has nacido, te ha enviado a la tierra el Señor Nuestro, el Due­ño del Cerca y del Junto, el hacedor de la gente, el inventor de los hombres.

Aho­ra que ya miras por ti misma, date cuenta. Aquí es de este modo: no hay alegría, no hay felicidad. Hay angustia, preocupación, can­sancio. Por aquí surge, crece el sufrimien­to, la preocupación. Aquí en la tierra es lu­gar de mucho llanto, lugar donde se rinde e! aliento, donde es bien conocida la amargu­ra y el abatimiento. Un viento como de obsi­diana sopla y se desliza sobre nosotros.

Oye, bien, hijita mía, niña mía: no es lu­gar de bienestar en la tierra, no hay alegría, no hay felicidad. Se dice que la tierra es lu­gar de alegría penosa, de alegría que pun­ja. Para que no estemos llenos de tristeza, el Señor Nuestro nos dio a los hombres la ri­sa, el sueño, los alimentos, nuestra fuerza y nuestra robustez y finalmente el acto sexual, por el cual se hace siembra de gentes.

Por ahora, mi muchachita, escucha bien, mira con calma: he aquí a tu madre, tu señora; de su vientre, de su seno te des­prendiste, brotaste. Como si fueras una yerbita, una plantita, así brotaste. Como sale la hoja, así creciste, floreciste. Como si hubieras estado dormida y despertaras. Mira, escucha, advierte: no seas vana, no andes como quiera, no andes sin rumbo. ¿Cómo vivirás? ¿Cómo seguirás aquí por poco tiempo? Es muy difícil vivir en la tierra, lugar de espinosos conflictos, mi muchachita, palomita, pequeñita…

No hagas quedar burlados a nuestros señores por quienes naciste. No los afren­tes, no como quiera desees las cosas de la tierra, no como quiera pretendas gustarlas, aquello que se llama las cosas sexuales y, si no te apartas de ellas, ¿acaso serás divi­na? Mejor fuera que perecieras pronto.

No como si fuera en un mercado bus­ques al que será tu compañero, no lo llames, no andes con apetito de él. Pero si tal vez tú desdeñas al que puede ser tu compañe­ro, el escogido del Señor nuestro; si lo des­echas, no vaya a ser que de ti se burle, en verdad se burle de ti y te conviertas en mu­jer pública. Quien quiera que sea tu compa­ñero, ustedes juntos tendrán que acabar la vida. No lo dejes, agárrate de él, cuélgate de él, aunque sea un pobre hombre…

No existía el  Día del Niño por aquel entonces. (México.)

¡Goool!

Fin de semana. Ciudad capital. Tarde parda, lluviosa. Embotellamiento en el sur. En el tablero del auto oprimo uno de los botones de la radio y me entero, cosa que alivia el agobio de una marcha vehicular a 50 metros por hora: si nos atenemos a los comentarios radiofónicos (graves, sesudos, prosopopéyicos) mi país  es la capital mundial del clásico pasecito a la red. Estimulante.

En una polémica que entrevera voces vehementes escucho que «me perdonan, pero el Chicharito no es Romny».  Rápido el cambio al siguiente botón. «Bueno, pero hay que hacer notar que el Atlas se sublima cuando juega con las águilas». Y que las tales ya tienen la nueva mentalidad que les vino a inyectar un piojo. Yo, los dientes apretados, de repente válgame, que me antellevo una de las vallas anaranjadas que asesinan tres de los cuatro carriles. ¿Que qué? Ah, bueno. Quezque mi madre…

Apachurro el botón de junto. ¿Así que «empate intenso»? ¿Así que el Toluca, con ese portero? ¿Localía, nueva mentalidad, nueva filosofía? ¿En el clásico pasecito a la red? Motores recalentados adelante y atrás, que amenguan el frío de la tarde. El siguiente botón. Y qué campanuda la voz cuando asegura que «mientras en «nuestro» futbol no exista una fe y una mística vamos a seguir en la media tabla. Porque los dueños de clubes…

¡Y el condenado micro, que casi me incrusta su trompa  en la salpicadera!  Freno el balón. El conche, más propiamente. Aprieto los dientes y el siguiente botón y la tronante voz: «El aficionado tendría que ¡exigir! a la directiva. ¿O qué, la opinión de quien paga su boleto no es prioritaria?»

Doble apretón al control, y el sesudo comentarista: porque lo acaba de asegurar el dueño de las chivas: «amenacé al Chepo con transferir a Chicharito si no lo debutaba! (si no lo debutaba). Algo  tiene que hacer el nuevo entrenador para sacar del bache a las chivas. Desde que a chivas «lo» adquirió Vergara vale… (¡que no vaya a soltarme el albur!)

Válgame. ¡»Alargan su invicto!» Siento seca la boca, y sí, en efecto: mi país es la capital mundial del futbol. Aquí se vive, se siente, se respira y se come futbol. Por lo visto (por lo oído) «nuestro» balompié debe ser el mejor del orbe, si así merece la gracia del comentario en nueve estaciones de radio capitalinas. De otra manera los aficionados no se dejarían  manipular por una cáfila de merolicronistas que así los convierten en héroes por delegación.

Oscurece. La lluvia, en un ser. Frío el ambiente, con un vientecillo que se incrusta en la médula de los huesos. Pero muy poco me falta para la cobija y el edredón. La última posibilidad en la radio y ahí el milagro: en la postrera de las opciones una  untuosa voz de varón me jura que el mejor guardaespaldas que puedo conseguir, uno que me enseña la caridad, el amor y la fe es Dios. Vaya, pues. En mi país no sólo de gol vive el hombre.  Gracias sean dadas al guardaespaldas divino.

Diez de la noche. Logré llegar a mi casa, tomar mi infusión para aplacar los nervios y la revancha, vengativo que es uno, con el analista clamo en alta voz:

Tienden los comentaristas a acentuar el carácter estético del futbol . Hablan de estilos y técnicas como hablarían de una escuela pictórica, pero no debemos engañarnos: tan sólo se trata de crear una seudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Simulan un serio estudio de algo de lo que nada hay que comentar , aparte de algunas elementales reglas de juego.

¡Y goool de..! (México.)