¡Somos héroes!

Las recientes elecciones en el Estado de México, mis valedores. Para aquellos de ustedes que no han perdido la esencia infantil va el presente cuentecillo que lleva a flor de letra su moraleja. Cuestión de pensar. El protagonista:
– Las naves espaciales dejaban tras de sí estelas estallantes de luz. Desde nuestras chozas, en el aparato de TV las mirábamos hundirse en el firmamento para llevar nuestra luz a todo el firmamento. Acuclillados frente a la abollada cacerola en que hervían unas hebrillas de carne sabíamos que la nave espacial era nuestra nave, que los científicos eran nuestros científicos, nuestros los astronautas y nuestros el proyecto estrellero. Cómo no, si nosotros costeábamos la maniobra espacial.
De noche, insomnes en el jergón de paja, creíamos escuchar un lejano zumbido de reactores que rasgaban la inmensidad. Entonces, más allá de la anemia, nuestra presión sanguínea aumentaba Los astronautas (nuestros astronautas, en los que habíamos delegado todo nuestro orgullo de héroes hazañosos) burilaban en el espacio nuestro himno del progreso. Nosotros, felices…
En ocasiones, al hurgar en los montones de desperdicios algo qué llevar a la choza, nos topábamos con aquel diario que anunciaba el lanzamiento de nuevas naves espaciales. Sus tripulantes eran nuestros ángeles de paz, de sabiduría, de nuestra riqueza futura. Tomados de la mano de nuestras mujeres, apretando sus huesecillos náufragos de carne, rodeados del alegre enjambre de nuestros niños, sus moscas, enfermedades endémicas y avitaminosis, sentíamos la garganta anudada de emoción: nuestros representantes proseguían, allá arriba, nuestra carrera espacial. Eramos, gracias a ellos, los arquitectos del Universo. Nuestro amor, devoción y recursos económicos los acompañaban. Eramos…
Día con día, al masticar las hilachas de carne, levantábamos la cabeza para observar a las raudas estrellas humanas que se alzaban rumbo a la gloria, y aquel nudo en la garganta. Al tomar a nuestras mujeres nos nacía un veneno de placer en el vientre, como si estuviésemos copulando en representación de los ángeles (nuestros ángeles) que domeñaban los astros. Al sentir nuestro renaciente vigor quedamente sollozaban nuestras mujeres, ellas también resignadas a recibir un hijo más en sus destartaladas entrañas, su mente fantaseando con el vigor de los navegantes, que lograban el prodigio de llevárselas consigo más allá del sol y  las penas, de Plutón y del hambre, de Júpiter y el terror que desbozaló un aprendiz de brujo.  Cuánta felicidad…
¡Ah, pero qué de alaridos cuando la nave espacial se desplomó frente a nuestras malolientes cabañas! La explosión desgajó la esperanza de millones ilusos, mendigos de la hazaña ajena que delegamos en esos que tripularon nuestra nave México. Decepción, lágrimas acres y melancólicas. Como todo final de sexenio, nuestro esperanza se redujo a un montón de hierros torcidos que ventoseaban humo apestoso, y no más.
Pena amarga por las incumplidas  promesas de esos en los que delegamos y que nos hicieron volver a la realidad de la choza, el hambre, la necesidad, la desesperanza. Examinamos los restos humeantes. Prófugos, ni la caja negra dejaron nuestros héroes.
Hemos vuelto a la vida de siempre: buscar desperdicios, robar a transeúntes, fornicar toscamente, drogarnos (droga barata). Nuestros héroes nos defraudaron. Pero a ver, ahí viene ya el 2012. Hoy, por lo pronto, las chozas reciben la emoción fulgurante del cinescopio:  ¡somos campeones del mundo Sub 17! Ah, México. (Qué país.)

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