Significado oculto

Sabio serás, caminante, si lo descifras. Escucha: es un acantilado altísimo y solitario, que visitan sólo las aves marinas. Es una tarde otoñal, con un cielo anubarrado y un cierzo que riza las olas de un mar como encanecido. Es el zumbar del viento y el ríspido reclamo de las aves marinas. Y no más. ¿El mensaje oculto? Aguarda a escuchar el resto.

Dije y no más,  pero mentía; en una saliente de la roca permanece, solitario, un hombre. ¿Lo observas? Al cuello lleva un dogal, y en las manos sostiene, atada al otro extremo, una piedra. ¿Adivinas el aspecto del presunto suicida? Flaco, pálido y demacrado, todo ojeras y espinazo gacho, con evidencias de profundísima depresión. Ya irás entendiendo el sentido de la parábola.

Vencido de mala vida, el hombrecillo se encorva en dirección del abismo marino, lo observa con ojos donde anida toda la desolación de este mundo, lo mira sin parpadear, como si experimentase la atracción del abismo y la muerte inminente en el vientre helado del mar. Un paso más y… Pero el Gran Todo reservaba para la criatura un diferente destino. Verás.

De una caverna cercana acaba de surgir la figura de un tigre que se acerca, sigiloso, al hombrecillo. Con suavidad, para no sobresaltarlo, le comienza a hablar:

– Dice el arcano que el hombre no puede escoger su vida, pero sí su muerte. Te saludo.

El hombre vuelve su rostro; mira esas fauces salivosas, esos ojos como brasas. (Espero, caminante, que vayas captando el mensaje.)

– ¿Quién eres, que así turbas mi postrer bocado de vida?

– Yo soy el tigre que habita estas soledades. Te ruego que me honres visitando mi cueva y regalándome con la carne de tu cuerpo, como alimento.

El cierzo eriza la piel del presunto suicida.

-Te lo ruego, hombrecillo. No sé cómo llegaste hasta estas lobregueces ni qué riguroso destino te lleve a la decisión de quitarte la vida. Sólo sé que tu muerte en las aguas no habrá de reportar a nadie ningún beneficio. No a pez alguno  de las marinas profundidades, que despreciará el convite de tu carne porque se encuentra harto  y satisfecho con los buenos bocados que se allega en los arrecifes. Yo, en cambio, padezco de agruras, con mi panza asqueada de cornejas, gaviotas distraídas y una que otra caza menor. ¿Comprendes?

El hombre, con su piedra a cuestas, nada dice; parece ausente.

– Si decidido estás a morir, ¿por qué no regalarme tu carne? Piénsalo, que yo no he de forzar tu decisión, pero si allá abajo nadie agradecerá tu muerte; mi barriga, en cambio, te bendecirá y habrá de encomendar tu ánima a la misericordia del Gran Todo. Decide.

(A estas alturas, caminante, ya habrás entrevisto el oculto sentido de la fábula. Sigo.)

Oyendo las razones del tigre, el hombre medita: “No tengo escapatoria. O el tigre o el mar”. Entonces, filósofo del infortunio, recula hasta percibir el aliento fétido de la bestia. Dice: “Resuelto está. Devórame. Algún consuelo pudiese ser el que a alguno beneficie mi muerte”.

En diciéndolo se desata el dogal y con paso cansino camina detrás de la bestia. Ambos penetran en la caverna. ¿Has comprendido el oculto mensaje de la parábola? ¿No? Entonces permite que te haga escuchar las palabras que hombre y bestia se entrecruzaron en la oscuridad de la cueva:

– Bueno, ¿y cuál es tu nombre?

México. ¿Y el tuyo?

– Llámame tigre, sin más. O Economía internacional,  como mejor te acomode.

Y no más. Esperemos del Gran Todo, caminante, que no sea el tigre como lo pinta la fábula, porque entonces…

México. (¡Calderón!)

¡Dejarme solo!

Tal clamó, tanteando que la tenía facilita, el diestro zurdo en la “México”.  “¡Dejarme solo!”  Saleroso él, plantado en el centro del ruedo en la “México”, el coletudo inició la faena a tenor de la crónica que inicié el pasado jueves, pero a los primeros sofocones: “¡Ejército, Marina, policías!” Y a las trágalas llegó al segundo, y entonces: “¡Legislativo, judicial!” Ahora, próximo el cerrojazo: “¡Pueblo de México, comunidad internacional!”

Y trapazos van, y corredizas vienen, y a intentar esas chicuelinas, pero fueron esas chicuelas las sacrificadas. Daño colateral. “Sí, pero apenas el 10 por ciento”. Y esos naturales tan artificiales de un diestro tan chueco,  y un capotazo aventado a las trágalas, y perder, con  la pañosa, la compostura. Y en la suerte suprema qué de pinchazos.

“¡Pinche, mataor!” “¡Mátelo con ráfagas R-15, el arma de sus policías sardos y de sus sardos policías! ¡Pinche!”

Y en el ruedo trapazo viene y trapazo va, y la México una pura silbatina y un puro refregón de Tula (Tula es mi madre), que la lidia no convenció a los villamelones, mucho menos al conocedor. El diestro, qué chueco, escondido tras las naguas de miles de uniformes color verde olivo. “¡Esta matanza de los mexicanos es por la seguridad de los mexicanos!” Yo, mostachos pegados a la oreja de la sota  moza que traigo conmigo: “¡Y para el cambio de tercio falta todavía un bruto!” “¡Qué bruto. Este horror va a prolongarse 9 meses más!”

El maleta, a todo lo largo (lo cortito)  de los brazos, larga esa tanda de trapazos al aventón,  y a la embestida del noble bruto el innoble pega la graciosa huída, y a sacarle la vuelta a los gañafonazos, y una y otra vez: “¡No, si vamos ganando! ¡Si sale polvo por la ventana es porque estamos limpiando la casa!”

Y a ver, esa banda,  que se aviente Cielo andaluz. Pero ni andaluz, y mucho menos cielo: un sonsonete corrientón, El hijo desobediente (la favorita del mataor, con la que exhibe su “buen gusto musical”). Suenen tuba y tambora,  para ver si esa murga logra callar la rechifla y esas mentadas de madre que bajan de los tendidos de sol. Pero nada, que burletas y silbidos vituperosos le arrojan hasta sus enemigos. Y nada, que a tanto había llegado la charlotada sexenal que ahí se dejaron oír los tres de rigor. Tres avisos. Vivo al corral le regresan el burel “Estado laico”, como antes  “Crisis económica” “Inseguridad pública” y  “Desempleo”. “¡Sáquenlo a él también, pero desorejado! ¡Rabo y oreja!”

El aludido, ceja como cola de alacrán: “¡A ver si siguen interpelándomela  cuando se la corte al quinto de la tarde!”  (La oreja.) Yo, observando los cabeceos de la guerita, mi acompañante: “Mejor nos fuéramos a cortar rabo y oreja tú y yo”.

En eso, válgame, que brinca al ruedo “Soberanía nacional”, un pinto barroso al que el desangelado mataor intentó recibir a porta gayola, pero lástima: se maneó con el capote y terminó con el trapo enredado entre las criadillas, y con ellas maneadas ni cómo defender el país de la Iniciativa Mérida y los contratos de riesgo en PEMEX. Trágico.

“¡Ya, mataor, con una tiznada! ¡O se tira a matar y corta una oreja o bajo yo y le corto las dos!”

¿Que  qué? ¿Quién tal gritó? ¿Las dos qué? ¿Quién se las va a cortar? A la distancia no lo distingo con claridad. ¿Fue Ebrard el espontáneo que va a cortársela? ¿Fue López Obrador? ¿Peña o Manlio? En fin, que para tal matalote unas enaguas son suficientes, y sobran.

¿Ustedes alcanzan a distinguir quien amenaza con bajar a cortárselas al diestro zurdo? (¿Quién?)

Plañideras

Crispante, mis valedores, explosivo se nos torna el ambiente previo al proceso electoral del próximo día 13 de noviembre en Michoacán. ¿Por otro edil sacrificado en esta delirante, inexistente  guerra  que lleva perdida Felipe Calderón? ¿Cuántas víctimas ha vomitado una presidencia municipal, cuántos el domicilio particular, cuántos la guardería infantil y la media calle, la carretera federal y los caminos vecinales o las veredas de la serranía? Millar y medio de niños han asesinado los rifles al servicio de Calderón, y a unos padres huérfanos de sus hijos ningún panista dio el pésame por esas criaturas cuya muerte no pasa de “daño colateral”.  ¿Por qué entonces, la sobre-reacción en el duelo por la muerte violenta del edil de La Piedad, en el territorio michoacano?

Ello se debe, mis valedores,  a los dividendos que con el falso duelo y los paños negros ofrenda el panismo a la cuenta de la Cocoa como ensayo para las elecciones del 2012. Es por ello que los histriones del blanquiazul sacan del armario la máscara y los velos oscuros,  se gotean los ojos con lágrimas de glicerina y con aspavientos y manoteos a la mitad del foro patrio y el alcahuetaje al tanto más cuanto de todos los medios de condicionamiento de masas claman al cielo y exigen justicia.

Nada tiene de novedosa la representación teatrera, burda imitación de la puesta en escena que instrumentó el Tricolor cuando le asesinaron a un Torre Cantú, su candidato al gobierno de Tamaulipas. Fue cosa de ver un huipil retorcerse al clamor de Beatriz Paredes culpando a Calderón de la muerte del candidato y a gritos y manoteos demandando justicia. Lo consabido.

Porque el nuestro es el país del surrealismo y el astracán, el esperpento y la gesticulación de esos cuya acción politiquera lubrican con el falso duelo y las lágrimas de utilería. Nosotros, en tanto, como espectadores del torneo de tenis.

Sí, que hoy mismo, en nuestra crispada vida pública, de la piedad al odio no hay más que torcer el pescuezo para pasar del dolor ante los paños oscuros y el llorar de las plañideras al horror escandalizado ¡porque de forma insólita y repentina se descubrió excedida una cuenta pública en el erario coahuilense!

– ¡Moreira, ladrón, sinverguenza!

Ah, esas masas sociales cuyos sentimientos y acciones modelan y modulan la de plasma y el cinescopio. Esas,  a pendulear desde la piedad inducida por la muerte del edil hasta la iracundia manipulada contra el exgobernador de Coahuila. ¡Quién se iba a imaginar que en la claque política del país se escondiera un defraudador de los dineros públicos! ¡Quién iba a suponer que del panal de abejas que un insensato golpeara con el cañón de una AK-47 iba a brotar el enjambre de lancetas que, enfrentadas a decenas de miles de chaquetines color verde oliva, sembrarían en el patrio territorio más de 45 mil cadáveres, uno de los cuales sería el edil panista de La Piedad, Michoacán!

¿Por qué en esta cara de la moneda semejante alarde de compasión y piedad mientras que en esta otra tal estupor y el odio consiguiente? ¿Es este el primer edil sacrificado, es aquel el primer político al que descubren de presunto ladrón? ¿No advertimos en ambos casos la sobre-actuación de los histriones politiqueros, que con artes de mala ley a lo mañoso  manosean nuestros sentimientos  en provecho del Sistema de poder? ¿No nos percatamos de que agitan las ramas para luego recoger la cosecha de votos que como hojas secas se desprendan de la ramazón? Ah, politiqueros. Ah, México, nuestro país. (Lóbrego.)

 

¡Pinche, mataor..!

Que detesto la fiesta del toro, dije a ustedes ayer, y que fue una sota moza la que me llevó a cierta corrida dominical donde iba a torear una nueva versión de Lorenzo Garza, Lorenzo el Magnífico, el “Ave de las Tempestades”. Acepté acompañarla con la esperanza de terminar intimando con ella, pero vino a resultar que ni tienta, ni tentadero, ni un forzao de pecho. Sólo allá abajo una charlotada que remató en inmundo herradero. Asqueante.

Porque el diestro zurdo, sin calcular sus escasas facultades como torero en la “México”, con pasitos pintureros que parecen la pura verdad:

– ¡Dejarme solo!

Solo me lo dejaron, si descontamos las tanquetas, las vallas,  los miles de chaquetines, los francotiradores en las azoteas y las trece colonias acordonadas en derredor de la plaza. Y que salta a la arena un burel barroso, 500 kilos sobre sus lomos: “Chapo Guzmán”. Ahí, pinturero, queriendo parecer bien plantao y echao pa´lante, el zurdo encrespa una ceja, pega esos pasitos con los terrenos cambiaos:

–  ¡Aja, toro bonito!”

Y a alzar la ceja, y a lidiar aquel marrajo de mala embestida que no para de gazapear. Pues sí, pero lástima…

Lástima, mis valedores, porque mucho ajá, mucho alacranar de cejas,  mucho citar en corto, pero  puros trapazos al aventón, y a la primera embestida tíznale, el reculón, y salírsele por piernas y tirarse de bruces en el burladero, y a ver, venga ese micrófono, que ya tengo listos excusa, pretexto y justificación para el miedo pánico. “Es que legisladores y gobernadores nomás no ayudan”. Pobrín.

Solo y su alma en el ruedo, el marrajo lanza gañafonazos al viento. Mala puñaláa te den. Impaciente, el del tendido:

“¡Mucho toro para ti! ¡Te van a regresar vivo al corral!

Porque sí, una segunda edición del “Ave de las tempestades”, pero sin la grandeza de aquel que, casta y pundonor, sabía crecerse al castigo. Después de que al diestro le regresan vivo al corral Inseguridad pública, se abre la de toriles y brinca a la arena “Desempleo”. Negro, escurrido de carnes, fino de agujas, y qué modo de embestir: un costal de mañas que ha criado sentido de tanto que lo han  trasteado los maletillas. Nunca embiste por derecho, sino venciéndose por la derecha. Yunquera. Vaticana. Clerical. Beatífica. “¡Láncese, mataor!”

El diestro (zurdo) cita de largo, y el bicho se arranca, y el otro bicho, por dar un forzao de pecho da un forzao de nalgas, y pega la corretiza y ábranla, al callejón. Vivos se le fueron al corral “Desempleo”,Crisis económica”, “Crimen organizado” y todos los demás cornúpetas, sobre todos los de cuernos no de burel,  sino cuernos de chivo. Espantable.

Y la escandalera del respetable, que con lo carbonoso hasta lo respetable perdió. El tendido de sol propone, por vía de mientras, capar al maleta. Los de sombra, ecuánimes, no; ellos votaron tan sólo porque algún espontáneo vaya a clavársela hasta los gavilanes, y redondear la faena con la puntilla, el descabello y el arrastre entre cabestros. Del gabinete.

Vi bostezar a la moza. Vi bostezar al burel. Vi que la plaza era un gigantesco bostezo, y ahí, al final del sexenio (“al final de la lidia”,  me corrigió mi dama) sigue en su punto la trágica charlotada, qué contrasentido, con el maleta enzarzado en pleitos verbales con taurófilos y villamelones que se desquitan choteándolo cada que abre la boca; al trascuerno todavía, que mañana lo hará en su cara la cuadrilla completa, que de adictos ya no le quedan más que chuchos y Ebrard.  (Final de la lidia, el lunes.)

 

 

Un diestro siniestro

Desprecio a los toreadores, que así arriesgan lo más valioso del hombre, su propia vida. (Saint-Exupery.)

“Toreadores” del empaque de Lorenzo Garza, mis valedores. Cuentan los viejos taurófilos que en cuanto figura de la tauromaquia el regiomontano fue siempre un diestro extremoso, y que del ruedo tenía que salir a hombros de la fanaticada o a hombros de unos gendarmes que lo iban a descargar en la  delegación policíaca, ya sea que hubiese redondeado una faena de escándalo o por achaques de un temperamento rijoso hubiera alzado la escandalera por sus pleitos verbales con el respetable. Lorenzo Garza.

Los “toreadores”. Ah, ese ritual de la seda, la sangre y el sol. Ah, ceremonia ancestral cuyas raíces se rastrean en la mismísima Creta de Minos, con la reina Pasifae ayuntada con soberbio astado de pelaje blanco, nupcias nefandas de las que nació el Minotauro. La fiesta del toro es festividad y es historia, tradición y sustancia en la España de los Cagancho, Manolete y Belmonte. Yo detesto la tal tradición, como abomino de todas las que implican violencia y desdén por la vida, en este caso sea la del toro o la del figurín pinturero que con traje de colorines se le planta enfrente, casi siempre por el negocio del tanto más cuanto, que ya tiene sintetizada la justificación:

“Más cornadas da el hambre”. (“Más cornadas da el hombre”, de su marido me dijo  mi acompañante. Quedo, al oído.)

Pues sí, pero en aquella ocasión mi renuencia a la exhibición de barbarie me la lidió aquella sota moza amante de toreros  y  toros, de tientas y tentaderos, a la que tuve que acompañar.  “Tengo dos boletos de sol. Torea uno que haz de cuenta Lorenzo el Magnífico”. Y allá vamos. La crónica.

Las cinco en punto en la “México”. El pregón clarinero desfloró los aires, y abrióse  la de cuadrillas, y salió el alguacilillo, y  al desgranar de los sevillanos arpegios arrancó el paseíllo, y válgame, lo que vieron mis ojos: ahí la esperpéntica estampa del diestro (ni a diestro llegaba; era zurdo): qué planta de chaparrón ayuno de todo carisma, figurilla cuya alternativa la tomó al trascuerno. Mírenlo (terno blanquiazul que le queda guango por todas partes): desde el primer tercio del ruedo se deja venir partiendo plaza que hasta parece la pura verdad. Miren cómo intenta un garbo inexistente y el salero del resalao sin más recurso que alacranar una ceja, pobrín. Pero vaya que el tal está resalao, y tanto que sala todo lo que tienta. ¿Ave? Cuervo de las tempestades.

Detrás del diestro (del siniestro, que también se le nombra al zurdo), su gabinete (“cuadrilla”, me corrige la dama. “No hables de lo que no sabes, bigotón”. “Si no hablo de lo que no sé, entonces de qué voy a hablar”). En fin, la cuadrilla del picapleitos (“picador, y es el que monta ese jamelgo”,  me volvió a corregir. Ella bien que sabe de cornúpetas, y no digo más), y  banderilleros, mozos de estoque, mulillas de arrastre (“mulas arrastradas, bueyes cabestros y bueyes Corderos”, me corrigió el de la bota de tinto),  y los monosabios (“monopendejos. Todos”, el susodicho).

Y que rasga los aires la clarinada, y que  se abre la de toriles, y que aparece el primero de la tarde: negro entrepelao, enmorriñao, corniabierto, 500 kilos sobre los lomos, una Zeta el fierro de la ganadería y astas de este largor, puntiagudas. “Inseguridad pública”. Se respira un tufo a sangre, a duelos y lágrimas.

¡Y la hora de la verdad! Aviéntese el diestro zurdo.  “¡Dejarme solo!”

Y fue entonces. Sin calcular su extrema debilidad… (Mañana.)

La Descarnada

Me gustarla vivir siempre, siempre (…) -Porque como iba diciendo y lo repito: – ¡Tanta vida y jamás..!

Porque, a querer o no, mis valedores: se impone hablar de la muerte; tenerla presente siempre, y esto por una razón vital: vivos estamos, y por esta sola condición es la muerte nuestra segunda naturaleza y la desembocadura natural. La edad no importa. No importa el estado de salud. Nada importa nada frente a la muerte que, dice el filósofo, siempre es posible, aunque no probable. La muerte nos será siempre espantable, y prematura siempre, no importa a qué edad sobrevenga, y lo provechoso: si tenemos presente que nuestro destino es morir, más habremos de apreciar este nuestro tiempo de vida. La muerte: mientras nosotros somos, ella no es, y cuando ella es, nosotros ya no somos. Y qué tiempo mejor para recordar a la muerte, la propia y particular, que estos días cenicientos de noviembre. Memento homo…

Cuando yaces agonizante no mueres sólo de enfermedad. Mueres de toda tu vida. Aprende a morir y vivirás, porque nadie aprenderá a vivir si no ha aprendido a morir. Si no sabes, no te preocupes: a la hora precisa la naturaleza te dará todas las instrucciones. Ella tomará por su cuenta el asunto.

A todos ustedes invito a detener el tanto de un suspirillo nuestra desaforada carrera rumbo a ninguna parte y darnos a meditar en la única certidumbre que tenemos en esta vida: la muerte. Porque en verdad les digo: para morir sólo se necesita estar vivo, y sólo está vivo quien sabe que habrá de morir, y créanme: es más tarde de lo que suponemos; de lo que desearíamos tantos…

Y no quiero morir. No quisiera morir: -amo la vida porque está colmada de poesía – y de crímenes, y de odio, y rabia y lágrimas…

No; ni el poeta, ni nosotros, sobre todo quienes ya andamos doblando el Cabo de Buena Esperanza. Pues no, pero habrá que morir. Hay que morirse: – hay que irse muriendo a piedra y lodo. -A soledad, a gritos, a poemas: – hay que morirse. Nada más. A secas… (Miguel Guardia.)

Sabines: Mi madre me contó que yo lloré en su vientre (…) Alguien me habló todos los días de mi vida – al oído, despacio, lentamente. – Me dijo: ¡vive, vive, vive! – Era la muerte.

La melancólica voz de Nezahualcóyotl: ¿Acaso se vive con la raíz en la tierra? – No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí. – Aunque sea de jade se quiebra, aunque sea de oro se quiebra – aunque sea plumaje de quetzal se desgarra. – No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí…”

Pues sí, pero algo que desde los tiempos sin memoria obsesionan al hombre: ¿qué es la muerte? ¿Cuál es el misterio sin fondo de la muerte? ¿Cuál? Sabiduría quintaesenciada, la literatura oriental:

“Desearíais saber el secreto de la muerte, pero, ¿cómo saberlo si no buscáis en el corazón de la vida? Si en realidad queréis conocer el espíritu de la muerte, abrid bien vuestro corazón al cuerpo de la vida. Porque la vida y la muerte son uno, como lo son el río y el mar…”

Pero fuera tristuras, arriba corazones, estos que anidan vivos dentro del pecho, que lo proclama el Popol Vuh: Nosotros somos los vengadores de la muerte. Nuestra estirpe no se extinguirá mientras haya luz en el lucero de la mañana.

Vivir, porque muerte y lucero están ahí nomás, tras lomita; pero vivir a cabalidad, con todos los sentidos vivos todavía; vivir hasta atragantarnos cada día y en el cogollo de cada minuto. Hoy nada más. Por siempre hoy, por más que el “siempre” sea un invento del humano para sus dioses, no para simples humanos. Vivir la vida. Porque habrá que morir. Sin más. (Y ya.)

“Si yo nunca muriera…”

La vida es el conjunto de las fuerzas que resisten a la muerte, lo cual equivale a decir que la muerte es el alma del mundo…

El hombre y la muerte, mis valedores. Su muerte propia y particular. Hoy mismo, a unas horas del día de difuntos y por que predispongamos el ánimo,  yo los invito a detener el tanto de un suspirillo nuestra desaforada carrera rumbo a ninguna parte y meditar en la única certidumbre que tenemos en vida: la muerte. Porque en verdad les digo: para morir sólo se necesita estar vivo, y sólo está vivo quien habrá de morir, y créanme, es más tarde de lo que suponemos…

 La figura de la muerte, en cualquier traje que venga, es espantosa

Tal se dolía Cervantes, pero eso sería en sus días y en su España del Siglo de Oro, porque ahora y aquí, en el siglo del internet, se lamenta  Octavio Paz: “Para el mexicano moderno la muerte carece de significación. Ha dejado de ser tránsito, acceso a otra vida más vida que la nuestra. Pero la intrascendencia de la indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida”.

Indiferencia del mexicano. ¿Y el español? Sabater:

– Los hombres viven tan obsesionados por la presencia pavorosa de la muerte, que apenas tienen tiempo para fijarse en la vida (…) Pasan el tiempo –lo matan- tratando de alejar de sí la muerte, previniéndola, combatiéndola o  viendo morir a los suyos, compadeciéndolos, envidiándoles, calculando el tiempo que les falta para quedarse del todo sin tiempo…

Pues sí, pero “¿Acaso se vive con la raíz en la tierra? –No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí. –Aunque sea de jade se quiebra, aunque sea de oro se quiebra – aunque sea plumaje de quetzal se desgarra. – No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí…” (Nezahualcóyotl.)

De la parábola oriental: “Desearíais saber el secreto de la muerte, pero, ¿cómo saberlo si no buscáis en el corazón de la vida? Si en realidad queréis conocer el espíritu de la muerte, abril bien vuestro corazón al cuerpo de la vida. Porque la vida y la muerte son uno, como lo son el río y el mar”.

Por evitar que muramos en vida ante la indiferencia de la muerte, o que en vida muramos de pavor a la idea de morirnos, Sabines, la sabiduría: Mi madre me contó que yo lloré en su vientre. – A ella le dijeron: tendrá suerte. – Alguien me habló todos los días de mi vida – al oído, despacio, lentamente.  – Me dijo: ¡vive, vive, vive! – Era la muerte…

“Ella siempre nos sorprende” (Paz). “Ella, la esperada, es siempre la inesperada; siempre la inmerecida. No importa la edad a que se muere, nunca se está maduro para morir. Se puede invertir la frase del filósofo: todos,  viejos y niños, adolescentes y adultos, somos frutos cortados antes de tiempo”.

Algunos hombres mueren demasiado pronto; otros, demasiado tarde. Pocos son los que mueren en el tiempo oportuno. (Nietzche.)

Rulfo, soberbio. Quién otro pudiera ser:

“Los gusanos que han roído mi carne, que han taladrado mis huesos, que caminan por los huecos de mis ojos y las oquedades de mi boca y mastican los filos de mis dientes, se han muerto y han creado otros gusanos dentro de su cuerpo, han comido mi carne convertida en hediondez, y la hediondez se ha transformado hasta la eternidad en pirruñas de vida, en el desmorecimiento de la vida”.

Pero entonces (¡ánimo, arriba corazones y ese espíritu levantado!). Aquí  el reto soberbio  del Popol Vuh:

“Nosotros somos los vengadores de la muerte. Nuestra estirpe no se extinguirá mientras haya luz en el lucero de la mañana”.

(Sigo después.)

Dictadura o democracia

 

El resultado para las masas sociales va a ser siempre el mismo. ¿O en materia de iracundia hay diferencia entre la plaza Tahrir de El Cairo y la Puerta de El Sol, en Madrid o el Parque Zuccotti, de Manhattan? Para el desempleado de Libia, Grecia o Italia, ¿qué diferencias se advierten en materia de injusticia social? ¿Era mayor la exasperación de las masas sociales en Túnez que la de los estudiantes en Colombia o Chile? Por cuanto a México, mis valedores, hace algunos años se admiraba el observador norteamericano:

– Según las condiciones de opresión y pobreza en que el Sistema de poder mantiene a los mexicanos no me explico que aún  no se haya producido otra revolución.

¿Cuál es la causa de un movimiento de protesta que así uniforma a la juventud del orbe? Se ubica, dicen los analistas, en el sistema neoliberal que imponen los gobiernos supeditados a los rigurosos lineamientos y exigencias de los grandes capitales transnacionales y de unos especuladores de la banca y la bolsa de valores que se benefician con el empobrecimiento paulatino de las masas sociales y del desempleo que generan, la carencia de oportunidades, la devaluación de los ahorros familiares, en fin.

El neoliberalismo. ¿Cuándo comienza a incubarse este modelo neoliberal, habida cuenta que el primer neoliberal fue el inglés  John Stuart Mill, que vivió en el XIX? Fue en la época de la pre-guerra cuando, a criterio de las élites norteamericanas,  el imperativo de la “política de puertas abiertas” jugaba un papel decisivo para Estados Unidos, puesto que sólo la apertura de todos los mercados podía garantizar la prosperidad de la economía norteamericana y evitar así el peligro de la repetición de la crisis económica mundial de la década de los 30s.

El actual modelo de neoliberalismo, al igual que la propia globalización que lo hace posible, fue implementado por el sistema capitalista en 1944 en Breton Woods, con la presencia de 44 jefes de Estado y de gobierno, donde el capital-imperialismo, triunfador absoluto de la segunda Guerra Mundial,  implantó para el resto del mundo el denominado Nuevo Orden Mundial, con la globalización y el agio internacional (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, y ahora también el Interamericano de Desarrollo).

El neoliberal es pragmático-utilitarista. Individualista a ultranza, abandona la preocupación por el fomento del bienestar general. El bienestar del grupo es la suma del bienestar individual de cada uno de los miembros del grupo. Esto deja de lado la cuestión de la forma en la que está distribuido el bienestar entre los individuos, si de manera igualitaria o desigual.

¿Qué significa en la práctica? Significa entender al mundo como un conjunto pequeño y definido de empresas que lo controlan, que son unas cuantas y están sometidas a las leyes de la concentración y centralización del capital, vale decir, que cada vez serán menos de ellas a escala global.  Por eso mismo en algún momento podríamos llegar a la conclusión de que el mundo se identifica con una sola empresa. Ya en época reciente, en la segunda década del siglo anterior, lo afirmaba un Woodrow Wilson, por aquel entonces presidente de los Estados Unidos:

– El productor necesita tener el mundo como mercado. Es necesario que la fuerza del estado derribe las puertas de aquellas naciones que se cierran, política inamistosa contra nosotros,  para asegurar que no se desaproveche ningún rincón del mundo.

(Más del sistema neoliberal después de la conmemoración de La Descarnada. (Vale.)

Tlatelolco

El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco. ¿A dónde vamos? ¡Oh amigos! Luego, eso fue verdad. Ya abandonan la Ciudad de México. El humo se está levantando. La niebla se está extendiendo…

Fue un día como el próximo domingo, pero de hace 43 años, cuando Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, anocheció empantanada de sangre recién derramada, para que al día siguiente amaneciera pulcra, recién relujada, como si horas antes no la hubiesen crispado de cadáveres. ¿Cuántos civiles asesinados? Doscientos, según documentos desclasificados en Washington, por más que muy otra es la historia oficial.

Fue en 1978. Los reporteros se acercaron al Gral. José Hernández Toledo, jefe que fue del Batallón Olimpia la tarde de Tlatelolco:

– General, ¿realmente falleció el número de personas que se afirma murieron el 2 de octubre del 68?

Rotunda, la respuesta del  militar: “No, miren, en Tlatelolco no falleció ninguno”.

La historia oficial, ese interesado manipuleo de la crónica que viene desde Tlacaélel (¿desde antes?) en una tradición que han mantenido los alquilones al servicio del Poder, como aquel de nombre Rafael Solana, hoy difunto y ya desde antes muerto en vida, una vida que dedicó a quemar incienso a los premios literarios, al presidente en turno y a la belleza de la que fuese “primera dama”. De la masacre (¡no genocidio!) de Tlatelolco lo publicó el Solana de marras:

– Ganas de exagerar que tiene la gente.  El 2 de octubre fue una catástrofe de muchísimas menores proporciones que un accidente de aviación no muy grande, o que unas vacaciones de Semana Santa en las carreteras del país, mucho menor que el incendio de un teatro, ¿y a eso se le ha pretendido  dar dimensiones de epopeya? ¿Y se ha llegado a la exageración ridícula de decir antes de Tlatelolco y después de Tlatelolco? Pero cómo, ¿acaso, cuando el choque de trenes en Topilejo, se llegó a decir antes de Topilejo y después de Topilejo? Qué ganas de exagerar…

Que Tlatelolco nunca más. Hoy, cuando aquí, allá y en todos los rumbos de la rosa se encienden los focos rojos, cuando las aguas bajan turbias y parece que el Poder intenta despertar al México bronco, vale decir desde lo íntimo del cogollo del espíritu:

Que Tlatelolco nunca más. Nunca…

Pero lo que es el poder de los medios de condicionamiento sobre unas masas domesticadas:  en el sangrante amanecer de Tlatelolco la ciudad capital amaneció  en brama olímpica, colguijes y banderitas  tremolando al viento como signo de confraternidad, mientras el represor autócrata, manos tintas en sangre, clamaba ante la rosa de los vientos:

– ¡Todo es posible en la paz!

Y todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos; con esa lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados

Bueno, sí, pero más allá de la historia oficial,  ¿qué fue lo que realmente se perpetró en Tlatelolco? ¿Cuáles fueron sus antecedentes, y qué consecuencias produjo en nuestro país? Lo apuntaba The York Times hace unos años:

“Si la historia la escriben los ganadores, la de México podría sufrir una importante corrección. Una Comisión de la Verdad sería ser una ventana hacia un panorama de secretos, una caja de Pandora política. De ser abierta, podría destruir al Revolucionario Institucional, que durante 71 años de dominio en México controló el flujo de información, los archivos del Estado y la versión oficial de la historia. Muchos capítulos de la versión oficial son falsos o están llenos de huecos”.

Mis valedores: es  Tlatelolco. Es México. (Este país.)

“Tanta vida y jamás…”

Entramos, y un llanto. Un llanto, y salimos. Sin más.

La vida y la muerte, mis valedores. Eros y Tánatos.  ¿Habrá un par de elementos más contrapuestos entre sí? Pero, después de todo, ¿habría vida sin muerte? ¿Podría haber muerte sin la propia  vida? Estos días finales del mes me llegan muy a propósito para entonar el espíritu antes de entrar de lleno a la conmemoración de los descarnados.  Ahora dejo constancia del estado de ánimo que siento bullirme de cuera adentro. Porque es mi vida la que minuto a segundo incuba mi muerte, o es mi muerte la que incuba esa vida a la que me impele a toda sangre, a todo pulmón y a espíritu completo. Porque  consciente estoy de lo que habrá de ocurrir cuando el pabilo de la vela despida el último resplandor y el chisporroteo postrero. Ya después, como dijo Hamlet, morir, dormir, no más. Por eso mismo, mis valedores: que cuando se decida la muerte  nos sorprenda vivos. No  olvidar la tremenda reflexión del poeta:

“En esta orilla de la vida medito –  enloquecido – en lo que he sido -en lo que es ido…

La grieta entre la vida y la muerte es mínima, dice el filósofo; una fracción de segundo, y no más, pero una grieta tan absoluta que ninguna experiencia puede tender un puente sobre ella. Sólo podemos estar en un lado: de este, la muerte no es; del otro, no es ya nuestra vida. Si somos, la muerte no es. Si la muerte es, nosotros ya no seremos. Y ya.

Desgracia descomunal: aquí y ahora la muerte es  presencia viva entre nosotros. Nunca antes, en tiempos de paz, nos había zarandeado como hoy: policías, delincuentes, civiles y criminales, soldados  y “daño colateral”. ¿Conmemorará Calderón, el próximo martes, a las mil 330 criaturas asesinadas a sangre, fuego, dolor, luto y lágrimas?

Y no quiero morir. No quisiera morir: -amo la vida porque está colmada de poesía – y de crímenes, y de odio, y rabia y lágrimas…

La forma en que hemos vivido va a reflejarse en la forma en que habremos de morir. Tal como un día bien vivido lleva a un sueño feliz, así una vida bien utilizada lleva a una muerte plácida. Si hemos vivido una existencia de conflicto  o egoísta y vacía, nuestra agitada y difícil será nuestra muerte.

¿Recuerda alguno de ustedes la forma en que los existencialistas se expresaron de la muerte? Que el destino nos convierte en condenados a muerte, esa maldición, y que todos los crímenes que pudiesen cometer todos los hombres de todos los tiempos nada significan si se comparan al crimen fundamental de la muerte. Que para el ateo la muerte  es un crimen sin criminal, y que para el creyente es un crimen perpetrado por Dios. Porque, según la Biblia, representa el castigo divino por la desobediencia del hombre. Si Eva y Adán, con sus descendientes, iban a ser inmortales, la muerte fue el castigo del pecado original, y deja de ser un accidente para convertirse en una fatalidad y una violación del orden natural. De esta manera, afirma el existencialista,  el mundo es una monstruosa, gigantesca prisión, de la cual la única salida que encuentran los condenados es la propia muerte. Que “cada día unos son degollados frente a mis ojos; vemos cómo seremos, a nuestra vez, degollados. Esa es la humana condición”. (Malraux)

Pues sí, pero  “es una dicha para el hombre su condición de mortal, pues gracias a tal condición su existencia puede hacerse dramáticamente intensa”. Tomar nota quienes, en vez de vivir su vida, persisten en el horror de vegetar en la mediocridad. Esos ya son difuntos, y aún no lo saben. (Lóbrego.)

Los indignados

¿La causa de esa exasperación que los arroja a ocupar los espacios públicos y aun acudir a los hechos violentos, como ocurrió en Roma y Atenas? Esa causa es la política económica y financiera que privilegia los grandes capitales, concretamente a los especuladores de la banca y la bolsa, que agudizan la pobreza, la desocupación y demás formas de injusticia social. Sí, el sistema neoliberal que desde el “Nuevo Orden mundial” hasta “El Consenso de Washington”, impone el Imperio a los pueblos del orbe.

El neoliberalismo. La imposición a la viva fuerza y maniobras torcidas del segundo panista en Los Pinos ha continuado, entre otros perjuicios sociales, con una política neoliberal que la camada de tecnoburócratas proyanquis impuso en nuestro país desde 1983.  Por delinear un retrato escrito del manoseado vocablo “neoliberalismo” acudí a los estudiosos del tema. Aquí recopilo los resultados.

El actual modelo de neoliberalismo, al igual que la propia globalización que lo hace posible, fue implementado por el sistema capitalista en 1944 en Bretón Woods, con la presencia de 44 jefes de Estado y de gobierno, donde el capital-imperialismo, triunfador absoluto de la segunda Guerra Mundial,  implantó para el resto del mundo el denominado Nuevo Orden Mundial, con la globalización, el agio internacional (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, y ahora también el Interamericano de Desarrollo), y el neoliberalismo como sus consecuencias inmediatas.

Han transcurrido casi siete décadas desde entonces; siete décadas que marcan la vigencia de un sistema neoliberal que ha beneficiado a los grandes productores y exportadores mientras arruina las industrias que no pueden competir en ese que nombran “libre mercado”, y que es un capitalismo salvaje desde el momento en que tiene como uno de sus ejes la ausencia de reglas.

Y lo que ha arrojado a cientos de miles, en un centenar de ciudades, a la protesta pública: la mano invisible del mercado libre conduce hacia la injusticia y favorece el oligopolio de riqueza y capitales, dificultando así la igualdad de oportunidades. Su afirmación:

Las potencias industriales ricas han impuesto una mezcla de liberalismo y protección diseñada en función de los intereses de las fuerzas nacionales dominantes, las grandes empresas transnacionales que deben regir la economía mundial. ¿Las consecuencias? Reducir a los gobiernos del Tercer Mundo a una función policial para controlar a sus clases trabajadoras y a la población superflua, mientras las transnacionales obtienen libre acceso a sus recursos, monopolizan la nueva tecnología y la inversión y la producción mundiales. El resultado puede calificarse de “democracia” o “libre comercio” por razones doctrinales, pero es, más propiamente, un sistema de “mercado corporativo”.

El neoliberal es pragmático-utilitarista. Individualista a ultranza, abandona la preocupación por el fomento del bienestar general. El bienestar del grupo es la suma del bienestar individual de cada uno de los miembros del grupo.

El darwinismo en el comercio; la ley de la selva, la del más fuerte. Y pensar que desde 1988 las masas sociales perjudicadas por ese sistema amoral han venido entregando su voto al continuismo del modelo neoliberal. Lo que no logren los medios de condicionamiento de masas a base de una sañuda campaña de manipulación. Mis valedores: ya nos tomaron la medida. Nos vencen por nuestra propia ignorancia. Por nuestra propia ignorancia nos convierten en colaboracionistas del Poder. Sin más. (Sigo otro día.)

Granados Chapa

Tan cerca que estuvimos, pero tan lejos. Y pensar que por más cercanía que hubo entre nosotros nunca llegué a expresarle mi admiración ante su sapiencia en el oficio ni, en cuanto persona, a su integridad. Lástima por mí.

Estoy releyendo su artículo más reciente, fechado el viernes antepasado. Mientras leo, miro en la mente la vera efigie del varón de virtudes y hombre de bien. Nunca nada le dije cuando colegas y vecinos de página en Metro y de cabina y micrófono en Radio Universidad. Nada le dije mientras el baqueano abría rutas y mostraba rumbos. Don Miguel Angel Granados Chapa, él a quien nunca nada dije mientras él todo me lo iba diciendo en sus columnas de Metro,  La Jornada, Reforma, Proceso, en fin. Y qué hacer.

Sólo una vez me referí al periodista recién fallecido (¡y siguen tan vivos, en ambos sentidos, tantos voceros oficiosos al tanto más cuanto del Sistema de poder!) Fue un martes, 7 de octubre del 2008, la única vez que aludí a Granados Chapa. Dije entonces, y digo hoy día:

No creo en los premios, que no sean los que se otorga a los niños de enseñanza preescolar. ¿Que el alumno se lució en sus trabajos de plastilina? Ande, pues, su estrellita en la frente, que en llegando a su casa los papás van a celebrar con el hijo premiado. Doble ración de flan. ¿Pero estrellita en la frente de los adultos, que no sea la que otorga la propia conciencia? Premios…

En fin, que ahora se otorga la presea Belisario Domínguez a Granados Chapa, periodista eminente, que viene de recibir el homenaje que le dedicó el estado de Hidalgo, su tierra natal. Un renovado brillo tendrá, a mi juicio, la mencionada presea, después de que politiquerías e intereses mostrencos la emporcaron al otorgársela a un individuo tan descalificado como fue el Sec. General del organismo corporativo de control obrero que apodan Confederación de Trabajadores de México, CTM. Ahora la recibe un varón de virtudes, un hombre de bien. Y la medalla vuelve a brillar, que  esta vez el premiado dio a valer el premio otorgado.

Pero yo no fui el único que se alegró con la distinción de la presea Belisario Domínguez a Granados Chapa, como tampoco fui el único en escandalizarse ante la desmesura de colgársela en el vetusto pescuezo a Fidel Velázquez. A tiempo se quejó el Comité Chiapaneco para la Celebración del Aniversario número Ochenta y Tres de la Muerte de Belisario Domínguez:

“Durante dos décadas recibieron la presea precursores revolucionarios que en su juventud se opusieron al dictador Porfirio Díaz y al usurpador Huerta. Por desgracia, el Senado es un apéndice de la corrupta narcodictadura que oprime al pueblo de México. Así, una mañana nos enteramos que había otorgado la presea Belisario Domínguez  nada más y nada menos que a ¡Fidel Velázquez! el sepulturero del movimiento obrero mexicano, el líder megamillonario del sindicalismo blanco; del nefasto charrismo, pues. A partir de esa fecha, la medalla fue otorgada incluso a políticos enriquecidos a la sombra de la gesta social de 1910. La presea fue devaluada por el mismo poder que debería ser encargado de velar por el respeto al ejemplo que nos dejó nuestro mártir”.

Al recibir una medalla cargada de simbolismo, Granados Chapa iba a limpiar de sangre, barro e ignominia la memoria del mártir y héroe civil chiapaneco, asesinado un 7 de octubre de 1913, meses después de que  el macabro  Huerta asesinara a Madero y Pino Suárez.

El maestro y periodista de México  ya descansa en su paz. (A su memoria.)

No lo perdono, señor

Con el respeto debido a su altísima investidura: mucho y en muchas formas ha lesionado usted al país y a la mayoría de sus habitantes durante sus casi 5 años de mal gobierno; pero señor, para comenzar, yo le perdonaría las tretas de mala ley con que en compinchaje con los mega-ricos, la Gordillo, el duopolio de TV y las sotanas, logró encaramarse hasta la mera punta de Los Pinos.

Yo le perdonaría que usted, el que un 1º. de diciembre juró cumplir y hacer cumplir la Constitución, se haya tornado cómplice de la corrupción lucrativa e impune de los Salinas, Montiel, Fox y Bribiesca, Sahagún y Gordillo, Romero Deschamps y demás bandidos de nuestros dineros.

Podría perdonarle que cuando candidato presidencial nos haya mentido con aquello de bajar los impuestos, suprimir la tenencia del auto y que sería usted el presidente del empleo. Tal vez le perdonaría todos sus embustes, como también que con el la complicidad de Norbertos OnésimosEl Yunque, los legionarios de Cristo, cristeros tardíos y beatos del Verbo Encarnado, siga asestando puñaladas de pícaro al Estado laico.

Podría perdonarle esa indecorosa maniobra de apoyar con toda la fuerza del Estado a su hermana Cocoa, señor.

Le perdonaría que a estas alturas de su gobierno, verborreico por naturaleza y de mecha corta por deformación, se haya contrapunteado con unos priístas a los que debe el logro de colocarse la Tricolor, y el cogobierno en los primeros tiempos de su sexenio; que se haya malquistado con las bases sociales de su propio partido y que para asuntos del trabajo sucio se haya allegado a los  chuchos talamanteros,  alquilones de la mala política, esa que rinde dividendos en metálico.

Tal vez perdonaría que se haya contrapunteado con el pueblo de Norteamérica motejándolo de vicioso y  drogadicto, y con Obama porque  haya surtido de armas  a los cárteles del narcotráfico mexicano, y que  no haya sentado en la silla eléctrica a las dos que criaturitas le nacieron a la señora esposa del Chapo Guzmán.

Le pudiera perdonar los gasolinazos, la carestía de la canasta básica, unos aumentos en el salario mínimo que no rebasan el 5 por ciento y su preferencia por la macroeconomía y los mega-ricos que lo treparon hasta Los Pinos.

No, y sus derroches en anuncios publicitarios de radio y televisión, a cual más de embusteros,  que tiene el nulo decoro de pagar con los dineros de una masa social depauperada por sus prácticas neoliberales, señor. Esto, sin gota de vergüenza, porque sabe que a una masa social mansa, apática y dependiente se le puede faltar al respeto.

Con dificultad podría perdonarle que haya arrojado a la calle a 44 mil trabajadores electricistas y que ahora, con la CFE, tengamos que pagar unos apagones carísimos.

Con mucha más dificultad le perdonaría el derramamiento de sangre en el territorio nacional, y que contra el más elemental respeto a los derechos humanos haya convertido mi país en un puro valle de lágrimas, duelo, terror y familias deshechas que lloran un hermano desaparecido, un marido asesinado, un padre descabezado, un hijo que nunca habrá de volver…

Todo podría perdonarle, señor. Lo que no le perdono ni nunca le he de perdonar, como tampoco la Historia, es que su delirante brama antinarco haya desperdigado en el territorio de mi país un reguero de hasta mil 333 cadáveres de criaturas, algunas recién nacidas.  Esa sangre indeleble lo va a derrumbar en el hondón más siniestro del desván de la Historia. De por vida, señor. De por muerte. (Vale, y firmo para constancia.)

Boicot

Las enseñanzas que nos brinda la historia, mis valedores. Valiosísimas todas, sí, pero es una lástima que nosotros nos rehusemos a aprovecharlas. Una de ellas se produjo apenas en el 2003. Medio centenar de marchantas de Perisur, cansadas de la inseguridad y el peligro que reportaba acudir de compras al susodicho, donde algunas ya habían sufrido robos por causa de una deficiente vigilancia o algo semejante (para el caso que reporto el origen del descontento es lo de menos), decidió actuar por su cuenta y se posesionó de estacionamiento y accesos del conjunto comercial, y con volantes y de viva voz invitaban a los visitantes a aplicar un boicot contra Perisur.

Boicot. No menos, no más, pero con su convocatoria aquel medio centenar de descontentas prendió focos rojos en la zona comercial de Santa Fe y otras negociaciones, y rápido, mientras se redobla la guardia, a sintetizar el antídoto y de inmediato ponerlo en práctica para neutralizar el daño que amenazaba contagiar al comercio organizado. Y sí.

El antídoto funcionó. Varios comisionados de los comerciantes se entrevistaron con las desestabilizadoras. El boicot, se les dijo, era una medida inútil, perjudicial  para el comercio y los clientes. ¿Por qué no adoptar una medida en verdad efectiva contra la inseguridad pública?

– Pero cuál, dijeron.

– Unanse a todos nosotros, los miles de descontentos que el próximo  domingo vamos a hacer una marcha desde el Angel hasta el zócalo para exigir al presidente Fox que aplique las medidas pertinentes contra la inseguridad pública. Ya veremos si las autoridades resisten nuestra “movilización” del próximo domingo.

Tal era su invitación, y yo fui testigo: a la mañana siguiente las inconformes continuaban con su maniobra en las inmediaciones de Perisur, pero esta vez ya no proclamaban el boicot, sino que invitaban a la clientela a  tomar parte en la mega-marchita del domingo siguiente.

Como aconteció con la de 1997 contra Zedillo, la “marcha blanca” que le forjaron a Fox congregó a millares de descontentos. ¿Y? ¿Cuál fue el resultado? A la vista del fracaso de la toma de la vía pública, ¿las rebeldes de Perisur serían capaces de aplicar un ejercicio de autocrítica y calibrar el peso específico de estos dos vocablos: mega-marchita y boicot?

Esto lo cito porque advierto que el descontento de las masas sociales cunde en los países del orbe, con miles de “indignados” que se rebelan “contra  la avaricia de las corporaciones, el servilismo de los políticos y un sistema financiero global diseñado para proteger al 1º.  por ciento más rico del orbe”.

Cuánta energía social desperdiciada.  Porque, mis valedores, ¿conocerán  esos “indignados” la síntesis del quehacer revolucionario pacífico? Caliente el corazón, pero fría la cabeza. ¿Sabrán que el cambio de un Sistema de poder ya intolerable es tarea intransferible de esos “indignados”, que lo habrán de lograr cuando dejen de exigir y, a la luz de la autocrítica, asuman,  y organizados en comités autogestionarios realicen el cambio en las estructuras del gobierno y coloquen en Los Pinos de cada país un gobierno que mande obedeciendo, un gobierno al que obedecer como sus mandantes?

¿Egipto, dice alguno de ustedes? ¿Túnez, Libia, Siria? ¿Qué la caída del  “dictador” se debió a tal  “movilización” multitudinaria, sin más? No, un momento; ya no tenemos derecho al candor: “La OTAN prepara maletas para salir del territorio libio”. No el libio, no el tunecino; fue el asesino mundial, el Drácula sediento del petróleo ajeno. Y no más. (Vale.)

‘Esto te va a matar”

Construiré una reja eléctrica de 20 pies de altura en la frontera con México que mate a quien trate de entrar ilegalmente a Estados Unidos. Va a ser eléctrica, tendrá alambre de púas  y un letrero en inglés y español: “Esto te va a matar”. Podría ordenar el uso de pistolas de verdad, con balas de verdad, para detener la inmigración ilegal.

Y que la propuesta en materia de política migratoria de Herman Cain, candidato republicano a la Casa Blanca, provocó delirante ovación.  “Fue un chiste”, aclararía más tarde. Un chiste. En las preferencias de los electores el afro-norteamericano marcha en primer lugar.

Qué país el del gringo, mis valedores,  y el de nosotros qué país. Y es como para preguntarse: ¿no con los Bush había terminado el horror? ¿Con los expulsados de su tierra madrastra vengarse los negros de los agravios que durante siglos les infirió el anglosajón?

Pero los giros y los bandazos que da la historia. Como danzar una compulsiva tarantela, como si un loco manejara el timón. Un drogado. Porque, si no, ¿cuánto tiempo ha transcurrido desde el esclavismo, cuánto desde Linch, el Ku-klux-klan y las cruces ardientes? No podía el negro, apenas ayer, colocarse cerca del anglosajón si no era para cargarle el equipaje o limpiarle los zapatos. Hoy el imperio tiene a un cuarterón en la Casa Blanca y a un negro de puntero en las preferencias para la sucesión. ¿Cómo fue? ¿Lo explicará la tesis de Carlos Fontanellas?

En ella se alude al concurso del negro en  la Guerra Civil originada en la rivalidad entre los confederados esclavistas sureños y los estados del norte de EU, lo que los enfrentó en la Guerra de Secesión de 1861-65. Los esclavos negros intuyeron la gran oportunidad para luchar por la libertad y la igualdad mientras en el norte, los negros libres intentaron enlistarse con las fuerzas de la Unión. Su entrenamiento militar fue prohibido por la policía. El gobierno federal evitó el alistamiento de negros en el ejército. Lincoln los rechazó en 1861 y en los años siguientes.

La presencia activa y la agitación de las masas negras preocupó al gobierno, que creó un Depto. de Colonización, destinado a retornarlos a Africa o a alguna isla del Caribe. Tal política fracasó.

El negro logró enlistarse en el ejército, pero fue objeto del encarnizamiento sureño, que se negó a tomar prisioneros; los heridos eran asesinados; el ejército los discriminaba; se les cerraba la posibilidad de ascenso a cualquier rango militar y se les pagaba la mitad del salario que al soldado blanco. Muchas compañías de combatientes negros, ante el problema de la paga, adoptaron la digna postura de no aceptarla.

Más tarde se gestarían nuevas formas de explotación de los campesinos negros, que fueron forzados a volver a las plantaciones con métodos represivos de enorme violencia.

El ejercicio del sufragio lo ejercieron los negros bajo el terrorismo racial de los oligarcas, que para mantenerlos alejados de las urnas propagaron atemorizantes amenazas, organizaron y armaron bandas y crearon sociedades secretas para imponerse y coaccionar, mediante la tortura, la violencia y el crimen, tanto a los negros como a los simpatizantes blancos. El Ku-Klux-Klan, entre ellas, que integrado en 1865 como un club de jóvenes de familias prominentes, se extendió por los estados del sur hasta quedar formalmente organizado en 1868, “para oponerse a la influencia africana en el gobierno y la sociedad, prever la entremezcla de razas y defender la supremacía política y social de la raza blanca”.  (Sigo después.)