“Si yo nunca muriera…”

La vida es el conjunto de las fuerzas que resisten a la muerte, lo cual equivale a decir que la muerte es el alma del mundo…

El hombre y la muerte, mis valedores. Su muerte propia y particular. Hoy mismo, a unas horas del día de difuntos y por que predispongamos el ánimo,  yo los invito a detener el tanto de un suspirillo nuestra desaforada carrera rumbo a ninguna parte y meditar en la única certidumbre que tenemos en vida: la muerte. Porque en verdad les digo: para morir sólo se necesita estar vivo, y sólo está vivo quien habrá de morir, y créanme, es más tarde de lo que suponemos…

 La figura de la muerte, en cualquier traje que venga, es espantosa

Tal se dolía Cervantes, pero eso sería en sus días y en su España del Siglo de Oro, porque ahora y aquí, en el siglo del internet, se lamenta  Octavio Paz: “Para el mexicano moderno la muerte carece de significación. Ha dejado de ser tránsito, acceso a otra vida más vida que la nuestra. Pero la intrascendencia de la indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida”.

Indiferencia del mexicano. ¿Y el español? Sabater:

– Los hombres viven tan obsesionados por la presencia pavorosa de la muerte, que apenas tienen tiempo para fijarse en la vida (…) Pasan el tiempo –lo matan- tratando de alejar de sí la muerte, previniéndola, combatiéndola o  viendo morir a los suyos, compadeciéndolos, envidiándoles, calculando el tiempo que les falta para quedarse del todo sin tiempo…

Pues sí, pero “¿Acaso se vive con la raíz en la tierra? –No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí. –Aunque sea de jade se quiebra, aunque sea de oro se quiebra – aunque sea plumaje de quetzal se desgarra. – No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí…” (Nezahualcóyotl.)

De la parábola oriental: “Desearíais saber el secreto de la muerte, pero, ¿cómo saberlo si no buscáis en el corazón de la vida? Si en realidad queréis conocer el espíritu de la muerte, abril bien vuestro corazón al cuerpo de la vida. Porque la vida y la muerte son uno, como lo son el río y el mar”.

Por evitar que muramos en vida ante la indiferencia de la muerte, o que en vida muramos de pavor a la idea de morirnos, Sabines, la sabiduría: Mi madre me contó que yo lloré en su vientre. – A ella le dijeron: tendrá suerte. – Alguien me habló todos los días de mi vida – al oído, despacio, lentamente.  – Me dijo: ¡vive, vive, vive! – Era la muerte…

“Ella siempre nos sorprende” (Paz). “Ella, la esperada, es siempre la inesperada; siempre la inmerecida. No importa la edad a que se muere, nunca se está maduro para morir. Se puede invertir la frase del filósofo: todos,  viejos y niños, adolescentes y adultos, somos frutos cortados antes de tiempo”.

Algunos hombres mueren demasiado pronto; otros, demasiado tarde. Pocos son los que mueren en el tiempo oportuno. (Nietzche.)

Rulfo, soberbio. Quién otro pudiera ser:

“Los gusanos que han roído mi carne, que han taladrado mis huesos, que caminan por los huecos de mis ojos y las oquedades de mi boca y mastican los filos de mis dientes, se han muerto y han creado otros gusanos dentro de su cuerpo, han comido mi carne convertida en hediondez, y la hediondez se ha transformado hasta la eternidad en pirruñas de vida, en el desmorecimiento de la vida”.

Pero entonces (¡ánimo, arriba corazones y ese espíritu levantado!). Aquí  el reto soberbio  del Popol Vuh:

“Nosotros somos los vengadores de la muerte. Nuestra estirpe no se extinguirá mientras haya luz en el lucero de la mañana”.

(Sigo después.)

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