“Tanta vida y jamás…”

Entramos, y un llanto. Un llanto, y salimos. Sin más.

La vida y la muerte, mis valedores. Eros y Tánatos.  ¿Habrá un par de elementos más contrapuestos entre sí? Pero, después de todo, ¿habría vida sin muerte? ¿Podría haber muerte sin la propia  vida? Estos días finales del mes me llegan muy a propósito para entonar el espíritu antes de entrar de lleno a la conmemoración de los descarnados.  Ahora dejo constancia del estado de ánimo que siento bullirme de cuera adentro. Porque es mi vida la que minuto a segundo incuba mi muerte, o es mi muerte la que incuba esa vida a la que me impele a toda sangre, a todo pulmón y a espíritu completo. Porque  consciente estoy de lo que habrá de ocurrir cuando el pabilo de la vela despida el último resplandor y el chisporroteo postrero. Ya después, como dijo Hamlet, morir, dormir, no más. Por eso mismo, mis valedores: que cuando se decida la muerte  nos sorprenda vivos. No  olvidar la tremenda reflexión del poeta:

“En esta orilla de la vida medito –  enloquecido – en lo que he sido -en lo que es ido…

La grieta entre la vida y la muerte es mínima, dice el filósofo; una fracción de segundo, y no más, pero una grieta tan absoluta que ninguna experiencia puede tender un puente sobre ella. Sólo podemos estar en un lado: de este, la muerte no es; del otro, no es ya nuestra vida. Si somos, la muerte no es. Si la muerte es, nosotros ya no seremos. Y ya.

Desgracia descomunal: aquí y ahora la muerte es  presencia viva entre nosotros. Nunca antes, en tiempos de paz, nos había zarandeado como hoy: policías, delincuentes, civiles y criminales, soldados  y “daño colateral”. ¿Conmemorará Calderón, el próximo martes, a las mil 330 criaturas asesinadas a sangre, fuego, dolor, luto y lágrimas?

Y no quiero morir. No quisiera morir: -amo la vida porque está colmada de poesía – y de crímenes, y de odio, y rabia y lágrimas…

La forma en que hemos vivido va a reflejarse en la forma en que habremos de morir. Tal como un día bien vivido lleva a un sueño feliz, así una vida bien utilizada lleva a una muerte plácida. Si hemos vivido una existencia de conflicto  o egoísta y vacía, nuestra agitada y difícil será nuestra muerte.

¿Recuerda alguno de ustedes la forma en que los existencialistas se expresaron de la muerte? Que el destino nos convierte en condenados a muerte, esa maldición, y que todos los crímenes que pudiesen cometer todos los hombres de todos los tiempos nada significan si se comparan al crimen fundamental de la muerte. Que para el ateo la muerte  es un crimen sin criminal, y que para el creyente es un crimen perpetrado por Dios. Porque, según la Biblia, representa el castigo divino por la desobediencia del hombre. Si Eva y Adán, con sus descendientes, iban a ser inmortales, la muerte fue el castigo del pecado original, y deja de ser un accidente para convertirse en una fatalidad y una violación del orden natural. De esta manera, afirma el existencialista,  el mundo es una monstruosa, gigantesca prisión, de la cual la única salida que encuentran los condenados es la propia muerte. Que “cada día unos son degollados frente a mis ojos; vemos cómo seremos, a nuestra vez, degollados. Esa es la humana condición”. (Malraux)

Pues sí, pero  “es una dicha para el hombre su condición de mortal, pues gracias a tal condición su existencia puede hacerse dramáticamente intensa”. Tomar nota quienes, en vez de vivir su vida, persisten en el horror de vegetar en la mediocridad. Esos ya son difuntos, y aún no lo saben. (Lóbrego.)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *