Desgraciados, madre patria

Aquí finaliza el recado que envié a mis amigos guatemaltecos cuando en plena dictadura militar envidiaban nuestros gobiernos civiles.

Marucha y Virgilio, ¿recuerdan? En el recinto oloroso a maderas donde nos leímos poemas tronaron ráfagas de metralleta. En voz baja, doloridos de la guerrilla y el gobierno militar:

– Cuándo tendremos un gobierno civil, como ustedes.

Lo tuvieron. Fue presidente un Cerezo civil de frutal apellido. Yo, no por aguarles el tinto sino por un impulso de amistad,  desde aquí les envié aquel recado:

“Felicidades. Atrás han quedado, ojalá que para siempre, la bota y el espadón cuartelero. Seguro estoy de que ustedes, a solas en aquel cuarto que huele a maderas, a estas horas brindarán con tinto y alzarán la voz y la copa en honor del gobierno civil como en México

Felicidades, pues, pero un momento, no alzar la copa todavía, no iniciar ese brindis. Aguarden, amigos, que acabo de leer el primer discurso del primer gobernante civil:

Mi administración sucederá a varios regímenes de derecha que en el último siglo gobernaron en beneficio de los poderes económicos y en perjuicio de la mayoría de la población pobre.

“Oiganme, que algo debo y quiero decirles. El de Cerezo sería una pieza oratoria redonda, de mucha sonoridad, porque de los presidentes es, si no otra ninguna, la gracia de la retórica, de los discursos grandilocuentes. El de la toma de posesión sería altisonante, garapiñado de esos vocablos que le dan sabor: derechos humanos, justicia social, hacer más por los que menos tienen,  y así seguiría la diarrea de promesas y vocablos domingueros (tú, Virgilio, ya habrás descorchado la segunda de tinto.)

¿Cerezo les prometió que los crímenes del pasado no quedarían impunes? ¿Pactos de solidaridad, enciclomedias, seguro popular, empleos, en fin?

Al llegar a este punto el discurso provocará la diarrea de aplausos de una claque política rastrera y servil. ¿Que cómo lo adiviné? ¿Intuición mía? Experiencia, sin más.  Yo habito en la entraña de un gobierno civil, donde a las masas siempre me les han embombillado, como supositorios, discursos de ese jaez. Que si arriba y adelante, que si la solución somos todos,  renovación moral, les voy a dar en toda su mother-nización, para el bienestar de la familia, un voto útil para el “cambio”, “presidente del empleo” y cuidado con ese que es un peligro para México. Ah, demagogos. Ah, Guatemala. Ah, México…

Marucha, Virgilio: en mi país, más allá de las promesas embusteras, a cada ascenso presidencial corresponde un ascenso en los precios de la canasta básica y una desilusión de los cándidos, que cada seis años esperan una vez más, contra toda esperanza. Marucha, Virgilio: ya conocen a estas horas el rigor de los licenciados; ya probaron la distancia que va de su verba salivosa a la acción. Guatemala y su mellizo del norte son vidas paralelas y un destino común de pueblos sometidos porque se niegan a pensar, a ejercitar la autocrítica, a organizarse no en muchedumbres sino en comités ciudadanos autogestivos para así, con la ley en la mano, darnos ese gobierno que mande obedeciendo. Pero no, nosotros, a ¡e-xi-gir! a ésos. Lóbrego.

Y ahora, de repente, el horror: ¡Otto Pérez! En la Guatemala dulce y sombría de los héroes civiles sacrificados, ¡el regreso al gobierno del espadón y la bota cuartelera! Clama el poeta:

Desgraciados los traidores, madre patria, desgraciados – Ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte…”

Pero ánimo, que amanecerá. Vale, pues. (México.)

 

Intelectual orgánico

Mart.,23-XI-10.

Intelectual orgánico

T.M.

 

Ese que vive, y muy bien, enquistado al Sistema de poder. Y hablando del intelectual, mis valedores,  ¿conocen ustedes La ley de Herodes? No esa, sino el relato de Ibarguengoitia donde el protagonista narra sus inicios marxistas y su relación con las prebendas que otorga el Poder. La síntesis:

Sarita me ilustró.  Antes de conocerla el porvenir de la Humanidad me tenía sin cuidado. Ella me mostró el camino del espíritu, me hizo entender que todos los hombres somos iguales, que el único ideal digno es la lucha de clases y la victoria del proletariado; me hizo leer a Marx y Engels, ¿y todo para qué?”

Muy marxistas él y Sarita, pero como buenos pragmático-utilitaristas, ambos solicitaron una beca para estudiar en los EU. Y a someterse a los exámenes, que pasaron sin dificultad hasta llegar al examen médico. Al día siguiente tendrían que presentarse con sus muestras “del uno y del dos”.

“¡Qué humillación! ¡Esa noche busqué dos frasquitos para guardar aquello! ¡Y la noche en vela esperando el momento oportuno! ¡Y cuando llegó, qué violencia! Cuando estuvo guardada la primer muestra volví a la cama, y muy de mañana me levanté para recoger la segunda. Guardé los frascos en bolsas de papel para evitar que se adivinara su contenido”.

En el lugar de la cita tuvo que esperar a Sarita, que había tenido  dificultades en obtener una de las muestras. Ambos llegaron, rostro desencajado, con su envoltorio contra el pecho. Se  miraron sin hablar; su dignidad humana era pisoteada, y algo peor: delante de la pareja la recepcionista tomó los envoltorios, los sacó del plástico y exhibiendo su contenido les pegó una etiqueta.

Un nuevo paso en la humillación de los novios marxistas: que  un doctor de la Fundación Katz, que otorgaría la beca, hace pasar al consultorio al joven intelectual, y venga el humillante interrogatorio sobre dolencias y contagios: neumonía, paratifoidea, gonorrea; y al cubículo: “Desvístase”.

“Yo obedecí, aunque ya mi corazón me avisaba que algo terrible iba a suceder”. El doctor procedió a revisarle el cráneo, y a meterle un foco por las orejas, y un reflector frente a los ojos, y le oyó el corazón. “Luego  tomó las partes más nobles de mi cuerpo y a jalones las extendió como un pergamino, y las examinaba…”

Siguió, implacable, la revisión del marxista, que sudaba. “Tomando algodón, el doctor empezó a envolverse con él dos dedos. ¡Hínquese sobre la mesa!” A gatas.

Tomó un objeto de hule, introdujo en él los dos dedos envueltos en algodón: “Comprendí que había llegado el momento de tomar una decisión: o perder la beca, o perder aquello. Trepé a la mesa, me hinqué, apoyé los codos sobre la mesa, me tapé las orejas, cerré los ojos y apreté las mandíbulas. El doctor comprobó que yo no tenía úlceras en el recto”. “Vístase”.

Salió tambaleándose y en el pasillo encontró a Sarita, pálida. Ya en la calle mirábanse de reojo. Y un remate fatal: entre amigos de la pareja trascendió el secreto de que el marxista se había culimpinado ante el imperialismo yanqui, y se burlaban: “Como el del Verbo Encarnado ante la Iniciativa Mérida y todo lo que en materia de finanzas, política y economía le ordena la Casa Blanca”.

Mis valedores: al terminar la lectura nomás me quedé pensando. ¿Y qué, nomás el marxista se culimpina?  ¿Y esos suspirantes, aspirantes a ser “gringos de segunda” que adoptan formas, modos y vocablos clonados del inglés?  Todos esos, lo de siempre: a aprontarlo y ponerse flojitos para que no se los lastimen demasiado. (Lástima.)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Destierro, encierro, entierro

Fue hace apenas algunos años. Para la Guatemala dulce y sombría de los poetas y héroes civiles (Otto René Castillo,  Lía Cardoza y su marido escritor y tantos más embozados con nombres de combate) terminaban los tiempos feroces de la dictadura militar. Con un Cerezo Arévalo trepando las escaleras del palacio nacional se iniciaba la era de los gobiernos civiles. Poco duró el gusto a los hermanos chapines, al parecer. Después de Alvaro Colom ahí prepara su arribo al sillón del gobierno un Otto Pérez, bota y espadón militar. Guatemala.

Yo estuve en aquella ciudad capital durante los tétricos años del cuartel y la mazmorra castrense. Hice, de amigos, a una pareja de escritores, ella y él. Después de una tarde de charla, tinto y café, yo ya de regreso en mi tierra, les envié este mensaje:

Marucha y Virgilio, amigos ausentes: sea este un a modo de mensaje del náufrago que ustedes encuentran extraviado en la playa, y que en leyéndolo recuerden de golpe al fuereño aquel que de visita en su tierra, en la fugacidad de un par de horas fue amigo de ustedes, estudiantes de la Universidad de San Carlos. ¿Se acuerdan? En el forastero identificaron al fabulador de relatos  y novelas de fantasmagorías, como aquel Bramadero, una Malafortuna de muertos resucitados y aeroplanos antediluvianos, y una cierta Trasterra que… Sí, lo real maravilloso, que dijo Carpentier el cubano.

De llegarles el mensaje recordarán el café, el tinto y aquel poema que me ofertaron mientras hablábamos de verso libre y alejandrinos. De repente, ¿se acuerdan?, en la quietud de Guatemala (“donde se oye cuando una garza cambia de pie”,que dijera Cardoza y Aragón) retembló aquella descarga de metralletas. La charla, a media voz, se empantanó en asuntos de guerrilla y dictadura militar. A ti, Virgilio, te oí aquella tristura:

– Cuándo será ese día en que nuestro país disfrute de un gobierno civil como el de ustedes, en México. Cuándo será ese cuando…

Y me interrogaban acerca del presidente de mi país; un licenciado Jerásimo, por supuesto. Es que eran los tiempos del PRI-Gobierno…

Qué tiempos. Reinaba entonces su graciosa majestad Echeverría Primero. Después vendría la alucinante danza de la(s) pompa(s) y circunstancias de Su Alteza Real JLP, y luego la sórdida galería de los mediocres cuanto rapaces vendepatrias, donde destacó Su Alteza Serenísima, uno chaparrito, peloncito, orejoncito, que con su voz de pito de calabaza se dirigía a sus súbditos:

“¡Compatriotas! ¡Liberalismo social! ¡Solidaridad! ¡Con el Tratado de Libre Comercio, directamente al Primer Mundo!” (Válgame.)

Tú, Marucha, el suspiro: “Cuándo tendremos en Guatemala un gobierno civil…” Y un trago al tinto. Al desgano, me acuerdo.

Yo, por no desilusionarlos, hermanos guatemaltecos, sofrené mi primer impulso: contarles eso en que los gobiernos civiles habían convertido los asuntos de mi país. Pero sí, años más tarde, por fin, llegaría para ustedes el turno del mandatario civil. Al tomar posesión de su cargo, el del frutal apellido (Cerezo) iba a clamar, índice en alto, las promesas del consabido catálogo: “¡Compatriotas, mi gobierno retornará al camino de la democracia, la justicia social y el respeto irrestricto de los derechos humanos”. Perfecto.

Perfecto, sí, ¿pero dónde había yo escuchado esa promesa siempre incumplida? En fin. Ustedes, amigos guatemaltecos, contaban ya con su gobierno civil. Yo, entonces, conocedor del paño y escamado por la acción nefasta de unos gobiernos civiles… (El lunes.)

Una pobre democracia

El periodista y su apreciación del país, mis valedores. Economistas ineptos, crisis global, democracia pobre, y que la creciente carestía que tanto lastima a unas masas empobrecidas es culpa de los economistas que  “hasta donde lo permite la deficiencia de los conocimientos económicos han estudiado la cuestión de los períodos críticos sin llegar a ningún resultado cierto.

No hay que gastar las energías inventando esquemas y elaborando millonadas de proyectos sobre el papel. Hay que hacer planes sobre la tierra. La palabra reconstrucción sólo adquiere vida, consistencia y belleza cuando se une a los conceptos de acción, de progreso, de fuerza y de trabajo efectivo.

Ahora mismo, afirma el editorialista del matutino,  asistimos a una crisis que los encargados de la economía debieron prever, que todos anticipamos mental o verbalmente, pero que nada hicimos por evitar. Los economistas han estudiado hasta donde lo permite lo limitado de sus conocimientos el fenómeno de los periodos críticos, recurrentes, pero no han logrado llegar a ningún resultado positivo.

Cuando los precios se encarecieron, los sueldos y las utilidades de las clases obreras y profesionales fueron a la zaga. El patrón se resistía y el trabajador se empeñaba, y en medio del sacrificio se infló terriblemente el costo de la vida. ¿Las víctimas? Las de siempre: los obreros y los profesionales que viven de su trabajo, las clases medias. Contener o suprimir la especulación es positivo, pero la creación de comisiones en medio de una crisis sólo contribuye a llevar la especulación hasta el propio seno del gobierno.

Señores comerciantes: ustedes siguen cobrando precios inverosímiles con perjuicio de nuestras clases populares. El motivo de las huelgas, el aumento de salarios que los obreros exigen, se deben a la actitud cada día más leonina del comercio. Seamos razonables, ajustémonos a lo justo y equitativo, evitando efervescencias y trastornos que afecten la tranquilidad pública. En las primeras huelgas sentirán as duras lecciones que el pueblo, arrastrado por el hambre, ha dado al comercio en anteriores ocasiones. ¡Y no queremos brazos que se levanten airados demandando justicia! ¡Es preferible hacer justicia antes de que se derrame el torrente de las indignaciones populares!

Nuestra pobre democracia: La abstención es un delito por culpa; la comisión de fraudes en las elecciones es un delito con agravantes. Si hay que reformar, la solución no es reformar en la superficie, en las epidérmicas leyes de procedimientos, sino en la médula. Estamos privados de un verdadero Poder Legislativo; puesto que no ha podido expedir ni una sola ley de importancia, ¿para qué le sirve a nuestro país el Legislativo?”

Y los anuncios al pie del editorial. La fiesta brava: Rodolfo Gaona triunfa en Puebla. El pueblo, al terminar la corrida, trataba de sacar en hombros al torero, pero éste rehuyó modestamente ese homenaje de la afición poblana.

Deportes.  Jorge Carpentier se prepara; sostendrá una lucha con el campeón estadunidense Jack Dempsey.

Anuncios clasificados: Vendo mi casa en la 2ª. calle de Camelias 46. Mide 722 metros cuadrados. Vale 4 mil.

¿Los interesados? Infórmense en la edición de El Demócrata correspondiente al 14 de octubre de 1915, y a propósito: a la distancia de 96 años, ¿ha avanzado nuestro país? ¿Cuánto ha avanzado? ¿Un país distinto al actual?

Mulas. Cuarenta mansas y treinta y dos brutas. Niño Perdido 82”.

Todo esto, mis valedores,  encierra su muy buena moraleja, ¿pero cuál? (México.)

 

Desmemoria

Esta vez el vetusto Partido de Estado, mis valedores. El Revolucionario Ins., lo recuerdan ustedes? ¿Habrán podido olvidarlo? Hoy mismo, cuando la mala memoria de las masas sociales presagia el retorno del Tricolor a Los Pinos, la inminencia de los tiempos electorales presagia turbulencia y borrasca en los negocios politiqueros y demás intereses mostrencos que medran al arrimo de ese señuelo de cándidos que nombran, a lo campanudo, “democracia”. Creo, a propósito, que se impone ponderar las opiniones de analistas extranjeros que estudiaban la selección del candidato presidencial de aquel  PRI-Gobierno, por ver si tienen aplicación hoy día. Qué tiempos aquellos, que algunos intentan resucitar. ¿Tiene reversa la Historia? En fin. Opiniones diversas, cuya sintaxis he respetado:

“Después de un análisis profundo de los candidatos, el presidente en turno selecciona a su sucesor. Los presidentes mexicanos son seleccionados a través de un complejo y misterioso proceso dentro del partido oficial, al que se le denomina auscultación. Aquí entran recomendaciones, consultas, discusiones y el consenso general del actual presidente, quien desempeña el papel principal, por no decir único. Este arrogante cambio de un gobierno nacional tiene lugar dentro de uno de los instrumentos políticos más deformes e intangibles, pero disciplinado y efectivo que haya ideado hombre alguno: el PRI.

Sus corrientes políticas internas no impiden una absoluta unidad ante el “dedazo” presidencial. La nominación de un candidato provoca tensiones internas, pero cuando el presidente ha elegido, la “disciplina partidista” (la “cargada”, la nombran) aglutina a tales corrientes en torno al sucesor en el gobierno de la república. Esto resuelve pacíficamente la sucesión presidencial.

El candidato debe poseer ciertas cualidades que lo hagan aceptable desde un punto de vista político, que no legal. Ellas son:

1.-El candidato deberá contar con la aceptación del presidente en turno. 2.- Deberá encontrarse en perfecto estado de salud, tener mucha energía y no ser violentamente feo. 3.- A pesar de que se le considere muy hombre, no deberá ser muy macho. 4.- Deberá ser un hombre de familia, con una esposa que se interese en los asuntos públicos y políticos del país, pero que no llegue al extremo de interferir predominantemente en ellos. 5.- La esposa no deberá ser  extranjera, y mucho menos norteamericana. 6.- La religión de presidenciable podrá variar desde el catolicismo romano a la del libre pensador; pero en ningún caso podrá ser un religioso fanático. 7.- Tendrá alguna clase de currículo revolucionario y la educación suficiente para entender la escena nacional y poder operar en ella. El nivel aconsejable es el universitario, de preferencia poseer estudios de Derecho. 8.- Por lo general deberá pertenecer a la clase media, si no en origen, por lo menos en apariencia. 9.- El candidato deberá tener profundas experiencias electorales y políticas adquiridas en pasadas campañas presidenciales. 10.- Deberá ser conocido nacionalmente y tener el consenso de los principales grupos políticos y sociales del país. No podrá identificarse con alguna de las alas extremistas del PRI, ni con la derecha, ni con la izquierda.

11. ¡Cuidado! Un joven mexicano que diga que quiere llegar a ser presidente es juzgado no como un patriota, sino como un tonto. Si abriga esa ambición debe guardarse sus pensamientos, ingresar a la burocracia del PRI, trabajar con obediencia y confiar en la suerte. ¡Cuidado!” (Es México.)

Madero y Flores Magón

El prestigio del general Díaz llegará entonces a tal grado, que en donde quiera que se encontrara sería considerado como el árbitro de nuestros destinos y la gratitud nacional hacia él no tendría límites…

Tales conceptos humo  son del  copal que en 1808 y ante el altar del dictador, depredador y genocida (Tomochic, Valle Nacional, indígenas, Cananea y Río Blanco, etc.) quemó un espiritista y vitivinicultor a quien tocó en suerte iniciar, para la historia oficial, la eclosión revolucionaria de 1810, gloria y honor de los hermanos Flores Magón.  Hoy me refiero a Francisco I. Madero como admirador de Porfirio Díaz., a quien forró de elogiosos conceptos en  La sucesión presidencial. Juzguen ustedes:

“Pertenezco, por nacimiento, a la clase privilegiada; mi familia es de las más numerosas e influyentes en este estado; y ni yo, ni ninguno de los miembros de mi familia, tenemos el menor motivo de queja contra el general Díaz, ni contra sus ministros, ni contra el actual gobernador del estado, ni siquiera contra las autoridades locales. Los múltiples negocios que todos los de mi familia han tenido en los distintos ministerios, en los tribunales de la República, siempre han sido despachados con equidad y justicia…

La obra del Gral. Díaz ha consistido en borrar los odios profundos que antes dividían a los mexicanos y en asegurar la paz por más de 30 años, que (…) ha llegado a echar profundas raíces en el suelo nacional, al grado de que su florecimiento en nuestro país, parece asegurado”.

Para leer entre líneas:  “Ahora que el general Díaz no tiene más que temer que el fallo de la Historia, ni más que desear que la gratitud nacional, no será remoto que procure atraerse a esta última y asegurarse un fallo favorable de la primera, respetando en sus últimos días la voluntad nacional y cumpliendo todas las promesas que antes hiciera a la patria (…) Ante la Historia podrá justificarse diciendo: Con mi permanencia en el poder, maté al militarismo, acabé con el espíritu turbulento, hice que en todos los ámbitos de la República se respetase la ley; consolidé la paz, extendí por todo el país una vasta red ferrocarrilera, construí grandiosas obras materiales; favorecí la creación de cuantiosos intereses privados, aumenté la riqueza pública; de mi patria, turbulenta, pobre, sin crédito, he hecho un país pacífico, rico y que goza de un justo crédito en el extranjero.

Es posible que para llevar a cima esta obra, haya yo cometido algunas faltas; todo el mundo está expuesto a errar, pero esas faltas han sido de buena fe y la prueba de ello es que la principal que se me puede imputar: que me haya colocado arriba de la ley, sólo la he cometido mientras lo he juzgado indispensable para llevar a feliz término mi obra, puesto que ahora que creo que ésta está terminada, que el país está apto para ejercer sus derechos, devuelvo a la ley su imperio, su majestad y yo mismo me coloco debajo de ella, a fin de que en lo sucesivo sea la ley, la guardiana de la paz, la que asegure el progreso indefinido de mi patria, pues creo que no podré tener sucesor más digno. Los últimos días de mi vida los consagraré a defenderla, a consolidar su prestigio, poniendo a su servicio todo el mío, y ¡ay de quien quiera atentar contra la ley que yo seré el primero en respetar!

Porque el general Díaz no ha sido un déspota vulgar y la Historia nos habla de muy pocos hombres que hayan usado del poder absoluto con tanta moderación”.

Lo dijo Madero. Los Flores  Magón, mientras tanto…(Es México.)

Oficio de difuntos

Conté a ustedes que a media semana viajé hasta alguna remota región del norte, noreste de la ciudad, donde en la viva entraña de una tierra muerta se desmorona de vejez un caserón habilitado de asilo para ancianos y demás desahuciados. La asilada a la que fui a visitar ha alcanzado el siglo de vida, si es que lo suyo es vivir. Pero no, que la benemérita anciana ya está muerta en vida. Ayer, día de su cumpleaños, volví a visitarla. Me la encontré, sola y su alma, en el rincón más remoto del jardín. Miré su rostro: grave, ceñudo. “Buena fiesta le armarían sus nietos”, le dije.

Mohína me miró. Algo la contrariaba; algo le alteraba el humor. “Y cómo no, si me estoy ahogando por dentro”.

– ¿Derrame en los pulmones, alta presión, flemas?

– Cuál presión, cuáles flemas. Bilis, que traigo en las venas en lugar de sangre; bilis negra que me sollama por dentro. Ahí donde tú cargas el corazón yo cargo mi vesícula. Ando con  la rabia, como los perros del mal.

Ajale. A lo disimulado me le retiré unos centímetros.  “Algún disgustillo con los internos, con el personal. ¿Mala atención, la comida, señora?”

– Cuál atención, cuál comida. Mis nietos, mostrenca ralea de logreros,  ingratos, traidores por vocación. Que la sangre se les pudra en los riñones.

– ¿Pues qué, ninguno le festejó su cumpleaños?

¿Y eso? En la oscuridad, a lo solapado, se acercaba una sombra negra.

– ¿Dónde están esos que tanto mamaron de mis tetas?

¿Sus tetas? ¿Ya cuáles tetas? “Mis hijos se las acabaron”. (¡Me adivinó el pensamiento!) Miré hacia la oscuridad. La sombra negra se aproximaba.

– ¡Caiga mi sangre sobre esa cáfila de descastados!

– Cuidado con su vesícula. Y mejor que ya se hayan olvidado de usted. Si supiera lo desprestigiados que están todos sus descendientes. Enchiquerados estarían en la cárcel, de no ser tan alcahuetes los señores justicias, y tan agachones todos nosotros, los de la sociedad civil.

La sombra negra venía atravesando el jardín. ¿Residente, visitante, quién sería la tal sombra negra? Yo, aquella corazonada…

– Ya todos se olvidaron de que les di la vida.

Para qué venirle con la mala noticia de que ahora pronto los cristeros  tardíos que haiga sido como haiga sido se empericaron en el poder no pierden oportunidad y recurren a toda clase de tretas sucias para extirpar de la memoria de las masas sociales todo vestigio de lo que en la historia de nuestro país representó esta benemérita anciana. La renegrida sombra (¡que no vaya a ser él) se aproximó varios metros. Un papel en la diestra. ¡No, en la zurda! Que no vaya a ser ese que me estoy figurando (me estremecí). Que no sea el que estoy pensando. Protégela, Señor.  Miré a la anciana. Me dio una lástima. Pero cobardón que no fuera:

– Me va usted a perdonar, pero tengo que retornarme. Ahora que sola no se va a quedar, que ahí viene alguien a festejarla. Que le aproveche, señora.

–  No quiero festejos. Yo ya no soy de este mundo.

–  Creo que ese viene a declamarle un  buen discurso.

No un discurso. Un responso. El oficio de difuntos. Porque el visitante es el heraldo de la muerte, del dolor, de las lágrimas. Ese es el mensajero de la mala suerte, de la salación, del mal fario. “Ahí viene su visita, felicidades”.

–  No quiero visitas. Que los muertos entierren a sus muertos.

Para qué decirle que ese ya enterró más de 50 mil, y ya encarrerado va por más. “A usted, por lo pronto, más le vale encomendarse a su Dios”.

Huí. Qué vergüenza.  (En fin.)

Consuelo de los afligidos

Que acabo de visitar un asilo de ancianos, dije a ustedes ayer. El más remoto de todos, el más mortecino, el más lóbrego y segregado del caserío, que en olor de decrepitud agoniza en el extravío de aquella polvorienta  geografía: una finca árida, gris, que envejece al paso cojitranco de sus ancianas criaturas, con sus muros leprosos que arropan aquel almácigo de vejestorios descascarados de la vida que, guardia baja, aguardan el guadañazo final.

Fue la noche de anteayer. Desde media tarde habíame trepado al BMW (al volks cremita, quise decir), y enfilado rumbo al remoto asilo de ancianos, desahuciados de la vida, donde me proponía visitar a alguna de las internas que ahí se acogen a la misericordia de una paz que preludia la pax perpetua.

Era la hora de entre dos luces, cuando la tarde duda y la noche aún no se decide. Me puse a observarlos, a mirarlos deambular, sonámbulos, en aquel retazo de mundo que constituye su postrera ración de este mundo. De un lado a otro ellos y su bordón, los vi errar a lo cojitranco y cimbrarse a toses, y ahogarse a jadeos, y gorgotear a flemas, y abrir de par en par aquellos ojillos atónitos, y derrumbarse en la banca del jardincillo y exigir a bocanadas ávidas su ración de vida. Los viejos. A una de ellas vine a visitar, y la buscaba en aquella ruina de celdas y corredores.

Ya era de noche, que fue de toses y ojeras, del temblor de manos, la extrema resequedad y la humedad excesiva, temblor y humedad que dejan traslucir unos pulmones deshilachados, unas vísceras que se desintegran y unos músculos que llegaron al punto de la claudicación. Ah, ese enfrentar el horror  inacabable de la noche en vela, en insomnio, en pesadillas. Noches de la anciana aquella que en el avieso sueño de los somníferos se remueve en el camastro y repite en sueños: “Mamá, mamá…” Ah, los labios del viejo aquel, su movimiento incesante. ¿Qué intentan decir? Los ojos del otro, fijos en el techo. Fijos tanto tiempo, que alguno le echó una sábana encima…

Buscando a la anciana me cayó encima una noche que fue de los tosijosos bagazos, un ir y venir del camastro al lugar excusado, un manipular de pastillas, cápsulas, unguentos, gotas y comprimidos, y el resuello rasposo, y el desacompasado latir, y el vahído, los sudores, los sofocos, el ahogo. En la almendra de su angustia, Job: “mide mi corazón la noche”, y las primeras luces, que no llegan. Presidiendo su comalada de frutillas que se tuestan, la Enlutada.

¿Mi propósito? Dar a la anciana mi compañía, darle mi  plática, asistirla en algo, mostrarle mi humana solidaridad (no del todo desinteresada, porque pienso muy en el fondo del temor: hoy por ella, mañana por mí, uno nunca sabe.)

Fue así como fui a topármela en el fondo del rincón más apartado del jardincillo. La observé: de espaldas al cuerpo del edificio permanecía inmóvil, silenciosa en sus ropas oscuras, pasadas de moda. Decrépita, sí, pero aún altiva a sus 101 años de edad. “Señora”, le dije. “Vengo a hacerle compañía”.

Silencio. Fuera ya de este mundo, desarraigada de los intereses terrenos y ya un pie en la Gran Interrogante, la anciana siguió contemplando algún punto impreciso de la oscuridad nocturna, a lo lejos.

–  ¿Cómo la trata la vida? Vengo a acompañarla por si de algo le sirve mi compañía.

Se alzó de hombros; siguió en su silencio, su mudez, su ausencia. “¿Ya preparada para el fiestón? Regalos, pastel, mañanitas”.

Me miró. Sañuda. Me sentí ridículo. (La conclusión, en el próximo.)

Almácigo de vejestorios

Noviembre, mes de la Descarnada, los fieles difuntos y el resfrío en el ánima. Noviembre,  un tiempo a la medida para reflexionar en que habremos de dar el paso hacia la Gran Interrogante y que por eso mismo el imperativo es vivir; a toda sangre y a todo pulmón. “Nuestras vidas son los ríos- que van a dar a la mar-que es el morir”. Nuestra única certidumbre. La única.

Noviembre y los viejos, esos entrañables que hoy sobreviven apenas, a penas, el tramo final; ellos que mucho antes que nosotros conocieron la vida a todo vivir, con lo que la vida significa de amor y dolor, de ambición e ideal, de alegrías, fracasos y desilusiones. Los viejos que nos precedieron en el áspero oficio del diario vivir, oficio agridulce; ellos que a su hora fueron capaces de inspirar y vivir el “amor amoroso de las parejas pares”; que dijo el poeta; ellos, que practicaron puntualmente el rito alucinante del amor que “cabalga por los desfiladeros de la muerte”, que dijo también, y que ejercieron el oficio de las lágrimas y los vuelos del ideal, y soñaron despiertos; esos que, Ícaros irredentos, cayeron una y otra vez, y Dédalos, una y otra vez se alzaron y alzaron el vuelo, que ese es el humano destino: la sobrevivencia. Esos ancianos apenas ayer fueron hombres en plenitud, varonas ellas y ellos varones,  e imaginaron un destino y eligieron un rumbo, y lo intentaron con una fe que se puso y los puso a prueba una y otra vez. Hoy arriban al tramo final. Nuestros viejos. Viejo yo mismo. Y qué hacer…

Me gusta observarlos; en su rostro, como en un diario fiel y puntual, proclaman la marca de todos los vicios, de todas las virtudes y el racimo de las penurias que los zarandearon a la mitad del arroyo, que es decir de la vida. Y el sinsabor y la dicha agridulce. Los viejos, pozos de prudencia, fuentes de experiencia; para ellos la gratitud, esa leche humana que fluye del cogollo mismo del corazón. El padre Juan, que “hizo el bien mientras vivió”. La madre Tula, argamasa familiar y entraña entrañable, sé lo que digo. Nuestros viejos, los de todos nosotros…

Pues sí, pero hay de viejos a viejos. Unos hay, los más desdichados, que en la fase “terminal” aguardan su hora en la almendra erosionada de la soledad. Son los confinados en el asilo, víctimas muchos de la humana ingratitud, ellos que lograron forjar una familia para que la familia se deshiciera de ellos. Y si es la ternura la leche humana, y la misericordia la humana miel, la ingratitud es la bilis del hombre, su halitosis, lo que el hombre tiene de vinagrillo, de escorpión, de basilisco. Y basilisco malagradecido. Porque yo digo, mis valedores: todo en el ente humano merece perdón: flaquezas, error, torpezas, claudicaciones; todo, menos la ruindad de los traidores, los envidiosos y los malagradecidos. Y a propósito…

Acabo de visitar un asilo de ancianos, el más remoto de todos, el más mortecino, el más lóbrego y que, segregado del caserío, agoniza extraviado en aquella polvorienta  geografía: una finca árida, gris, que envejece al paso cojitranco de sus ancianas criaturas, con sus muros leprosos que arropan aquel almácigo de vejestorios descascarados de la vida que, guardia baja, aguardan el guadañazo final. Viejos de asilo en asilo de viejos que han sido desahuciados de todo y de todos, menos del ejercicio del sufrimiento. Me puse a observarlos…

Era la hora de entre dos luces, cuando la tarde duda y la noche aún no se decide. Los miré deambular, sonámbulos, en aquel retazo de mundo… (Esto sigue mañana.)

El ahijado de la Muerte

O el sexenio de la muerte, tal como nombra al de Calderón Silva-Hérzog Márquez, porque durante el gobierno del Verbo Encarnado México “es un país más cruel, más salvaje, más bárbaro e inhóspito de lo que era hace cinco años”, y porque lo han convertido en un tiradero de cadáveres y un negro paño de lágrimas, duelo, dolor y cotidiana exaltación de la Descarnada. Calderón.

Mouriño ayer, hoy Blake Mora, con el presidente de un Estado laico mentando en las exequias pasajes bíblicos ante la presencia viva de la muerte, hoy más presente que nunca antes en tiempos de paz. Hoy Blake Mora, Mouriño ayer, y anteayer Ramón Martín Huerta, encargados los tres  del área de una seguridad pública electrizada por la acción de la criminalidad, el ejército, los policías y la Marina armada. Calderón.

Blake Mora. Revela uno de los cercanos a Los Pinos que “el presidente Calderón se encerró una hora a llorar la muerte del secretario de Gobernación”. Esto del llanto yo no lo creo. Cómo un presidente del país se va a poner a llorar. Cómo, si llora, va a dejar traslucir ante testigos una acción que denota una absoluta inestabilidad emocional. ¿En un estadista? Calderón.

Fue a principios de noviembre, pero del 2008, cuando escribí en este espacio: “Y ahora mismo el estallido y el incendio, en todos sentidos, que terminaron por desgarrar a sus víctimas, Juan Camilo Mouriño y José Luis Santiago Vasconcelos, entre ellas”. Se repitió la historia, y no en plan de farsa. Tragedias fueron las de 2005 y 2008. Tragedia es la de hoy día. La tragedia, santo y seña del presente sexenio. Calderón.

La muerte mata, sí, pero a modo de compensación cuánto solemos hermosear a la víctima a la hora de embalsamarla. Prudencia y poder de conciliación en este al que en vida calificábamos de mediocre; inteligencia e iniciativa en el que  motejábamos de corrupto con diversos contratos de PEMEX, y modelo de temple, carácter y determinación en aquel que en vida achacábamos probable colusión con el narcotráfico. Afeites y maquillaje. Calderón.

Pero vivimos noviembre y acabamos de invocar las almas de los fieles difuntos; vale, entonces, que evoque a la muerte, ella, la mía,  que en cosa de años y felices días ha terminado por hablarme de tú. (Me está oyendo, me guiña un ojo, mírenla.)

En fin. Porque vivimos noviembre (lo mal vivimos, lo sobrevivimos apenas, a penas) ahora voy a referirme a esa Descarnada que, a decir de la Biblia, constituye el castigo divino por la desobediencia del hombre. Si Eva y Adán, con sus descendientes, iban a ser inmortales, la muerte fue un castigo correspondiente al “pecado original”. Así, la muerte deja de ser un accidente para convertirse en “una fatalidad y una violación del orden natural”. De esta manera y para algunos filósofos el mundo es una monstruosa, gigantesca prisión, y la muerte la única salida de los condenados a la pena capital. “Cada día unos son degollados frente a mis ojos; vemos cómo seremos, a nuestra vez, degollados. Esa es la condición humana”. Malraux.

En condenados a muerte, según los existencialistas, nos sentencia el destino. Así, todos los crímenes que pudiesen cometer todos los hombres de todos los tiempos nada significan si se comparan al crimen fundamental de la muerte. Que la susodicha, para el ateo, es un crimen sin criminal, y para el creyente un crimen perpetrado por Dios. Terrible.

Pues sí, pero “una dicha para el hombre es su condición de mortal, pues gracias a tal condición su existencia puede hacerse dramáticamente intensa”. (Calderón.)

El ángel exterminador

De la plaga de cucarachas que infestó mi cocina les hablé ayer, cocina pulquérrima que, de repente, a la invasión de los bicharajos más parecía jacalón de San Lázaro, guarida de partido político, bunker de canacos y concanacos o buena parte (la mala) de las masas sociales. Resignado a mi destino de vivir combatiendo cucarachas comencé con los periodicazos. Como sus congéneres de dos patas, las cucas resultaron inmunes a tal medida, como también a los polvos venenosos que les espolvoreé sobre cachos de queso gruyere; las muy ladinas se comían el queso y me dejaban los polvos; más tarde les deposité los polvos sobre queso del país; las cucas, burla sangrienta,  devoraban los polvos y me dejaban el del país. Corrí al teléfono.

El de la fumigación: “Se las exterminamos. Ora que acabar con el cucarachero le va a costar uno y la mitá del otro,  como si dijéramos. ¿Cubre los gastos?” (IVAs y cargos, recargos y sobrecargos.)

Y qué hacer, sino resignarse a impuestos y sobreimpuestos. Esa noche anuncié a mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins.: “Tendremos que desocupar el depto. durante unos días”.

Y allá vamos, en calidad de mientras, a casa de un mi pariente por parte de madre. Con abrazos salió a recibirnos el muy pariente, y en 48 horas ya nos había corrido seis veces. Volvimos a Cádiz. Inquisitivo, fui abriendo la puerta: ¡mama Tula, genocidio descomunal! ¡Ni las hordas de Obama! Un tendedero de cucas damnificadas que hagan de cuenta las víctimas del modelo neoliberal: fallecidas por aquí, muertas de hambre por allá, por dondequiera mortandad. Y aquel hedor, y  que voy y las abro, las ventanas, y que entra a borbotones el hedor de smog y materias fecales suspendidas en el aire, y en tanto el viento barría los rastros del tóxico, yo me dispuse a barrer. La cocina, otra vez pulquérrima. Qué bien.

¿Bien? ¡Bien madres! Muy poco me duró el gusto, porque a la siguiente noche la primera sobreviviente del Hiroshima doméstico cruzó en frieguiza frente a mi chipocle ya enfrijolado, y detrás otra, y otra más, y docenas de ellas. “Paisa tenía que ser el técnico exterminador para salirme tan pacotón. Y que acudo al teléfono, y que en mi iracundia miento leyes y madres, campechaneadas, y que el ángel exterminador se apersona en mi depto.: “¿Y cómo hingaus le voy a exterminar sus bichos, si el de junto está hasta la madre, y de allá se las redama para acá?”

– ¡Que se las erradiquen al de junto, y pague él!

– ¿Y? ¿No van a seguir vivas las del restorán de la esquina, que es el que lo surte de cucas, y al restorán la bodega de junto, y a la bodega el sanatorio, y al sanatorio la estación policiaca, que recibe las cucas del burdelito de aquí a la vuelta, atascado con el animalero que le llega desde la sacristía de San Ramón Nonato, que nomás imagínese si hubiera nacido?

– No entiendo lo que quiere decir.

– No entiende porque se hace pendejo, con perdón. ¿No le puede entrar, o sea en la cabeza, que México entero está infestado de cucarachas? Ciudad por ciudad, barrio por barrio, casa por…

– ¡Bueno, pues, hasta nunca!

Y ya. Yo, infestado de cucas, nomás me quedé pensando. ¿Limpiar el cucarachero de los cuerpos policíacos? ¿Y el de los tres poderes de la Unión, los partidos políticos, la cúpula del periodismo y el alto clero, el gran capital, los intelectuales orgánicos, los organismos corporativos de control obrero y unas masas sociales donde el que tiene más saliva traga más pinole? (Suspiré. Qué más.)

Temible y hermético

“En el exterior, Méjico es el único país americano capaz de oponerse a la gente del norte y reconquistarse definitivamente”.

¿Podrá conseguirlo con gobiernos proyanquis despreciados por yanquis? Hoy, ante el acoso del Norte y la bajuna respuesta de los mediocres, me viene a la mente la grandeza mexicana que describen cronistas y poetas:

Y algunos de nuestros soldados decían que aquello que venia si era entre sueños…

Tal cuenta Bernal Díaz, sus pupilas encandiladas a la vista de un México-Tenochtitlan cuyas torres, cues y pirámides se erguían sobre espejo de la laguna. Siglos más tarde un cierto conquistador conquistado clamaría en un poema Méjico:

Contra los gachupines que alambican – residuos coloniales por sus venas – prepara tu fusil. Tú eres el indio – poblador de la sangre del criollo – Si él y tú sois Méjico, ninguno – duerma, trabaje, llore y se despierte – sin saber que una mano lo estrangula…

El fue Rafael Alberti, poeta español que primero nos conoció por los ojos de Bernal Díaz y más tarde paso a paso por el país. El poeta tornaba de Chile, Uruguay, Argentina y de donde la bota del Franco dictador lo aventó a la trasterra. En 1935 reseñó su encuentro con este México que él miró aún con jota, y cuyos conceptos, a mi ver, adquieren renovada actualidad hoy día, cuando advierto la presencia del Imperio sobre este país de proyanquis.. Y qué intensas y viscerales las impresiones que le produjo el choque con la tierra que conquistó la tizona de un cascorvo al que auxiliaron el Tonatihú de la barba bermeja y arroyos tlaxcaltecas salidos de madre. El poeta:

“El Méjico de Bernal Díaz aún está vivo, como él; pero dentro de un Méjico de hoy. Por eso mi encuentro con Bernal Díaz no es el tropiezo con un muerto, ni siquiera con un resucitado, sino con la realidad viva, palpitante, en movimiento”.

Así, del asombro al deslumbramiento, el poeta recorre la vieja Nueva España y un DF todavía a la medida de sus habitantes, y mal puede asimilar el encontronazo con esa realidad mexicana que se ha topado tan de repente:

“Triste historia es mi aventura, comparada con la de Bernal. Yo no libré batallas con los mejicanos conquistadores, porque me rendí al primer día. Pero me incorporé enseguida con todo mi entusiasmo a la ebullición de su sangre, y mi aventura mejicana, como sucede en las más fabulosas y secretas, no la puedo contar todavía.”

Pero la cuenta, y a lo apasionado discurre en derredor del nacimiento del mestizaje. De nuestra vecindad con el Imperio distante, un contrasentido,  la advertencia:

“Los problemas actuales de Méjico no se presentan ya a punta de lanza. Son los problemas internos de soberanía e independencia económica. Su nacionalismo revolucionario no son palabras sin sentido, si los hechos las van cumpliendo como se espera”.

Eres antiguo, horror de cumbres batidas por pirámides – trueno oscuro de selvas observadas -por cien mil ojos lentos de serpientes…

En prosa alude al México malgobernado por mediocres de criterio gerencial y vocación proyanki:

Méjico, temible, hermético, violento, rencoroso, no ha perdonado a los conquistadores. Y este sentimiento lo padece el criollo, que es, sin embargo, descendiente directo del encomendero; y lo padecen visitantes como Valle-lnclán, quien seguramente se hubiera batido contra Hernán Cortés hasta llegar a perder el otro brazo. Y lo padecí yo, y hoy quizá lo padecería el mismo Bernal Díaz, si advirtiera la invisible presencia de ese pabellón yanqui de los 48 estrellas y las 14 bandas”. (México.)

Certificación policíaca

A propósito de los cuerpos policíacos relato aquí, para todos ustedes cierto incidente casero que me ocurrió hace algún tiempo.

El infausto suceso aconteció cuando mi Nallieli, telilla del corazón, andaba en tierras de su querencia, bebiéndose el agua, las frutas, los aires del Istmo de Tehuantepec. Aquellos huéspedes repugnantes llegaron hasta mi depto. de Cádiz y válgame, se instalaron en él.

Cierta noche andaba yo preparándome un par de tacos en esa cocina limpísima que había dejado Nallieli antes de echarse a los caminos del sur –sureste-, cuando en eso, de repente, ¡tíznale!, ¿y eso? Frente a mis niñas, las de mis ojos, cruzó en frieguiza, sobre la blanca tersura de mi trastero, el de la cocina, aquella a modo de cáscara de palo viejo, que en carrera de vértigo se fue a perder en alguna hendeja del tinajero. Extraño.

Pero no, mera ilusión de óptica, pensé entonces, y a los bayos gordos agregué una raja de piquín, dos rodajas de cebolla y tres barañas de orégano del cerro, y a la boca. Provecho.

Pero ándenle, que las ilusiones de óptica, con patas y barbas de este tamaño, de un día para otro crecieron y multiplicáronse a lo tropical, de modo tal que en cosa de días se posesionaron de mi cocina, qué mortificación. Chinches bichos, pensé entonces. ¿Cómo darían conmigo esas cucarachas? ¿Por qué escogieron esta cocina como su Iraq particular? Medité, me puse a reflexionar, y entonces caí en la cuenta…

El inquilino recién llegado, sí, que con su equipo de sonido monumental y su monumental mal gusto para la música había acarreado consigo, con y en su menaje de casa, las primeras crías. Tal como el conde don Julián, agraviado porque el rey Rodrigo le violara a la hija, La Cava, abrió a la invasión de los moros las puertas de España, así el vecino de marras abrió el edificio de Cádiz a  invasión de las cucarachas. La náusea.

Y así pasaron los días, y las noches llegaron, y así ocurrió que este desdichado, al disponerme a preparar la merienda típica del mexicano bajo el modelo neoliberal, galletas de animalitos con café negro, todo era encender la luz y… ¡llévame la rechintola con la estampida de cucas!

Y nada, que me senté así, miren, en la postura de El Pensador, meditando que tal es mi destino en el mundo, combatir cucarachas de todo tipo, alzada, peso y color. Y a delinear la táctica e iniciar la madre de todas las batallas.

Primero, como acostumbro con cucarachas políticas, periodicazos; pero no, que como con sus congéneres pri-panistas-nuevaizquierderos, con las de mi cocina fracaso total, que el cucarachero resultó inmune al cuarto poder; ya ahora el primero en México, con el duopolio sobrón. Lástima.

Segunda etapa de la estrategia: polvos venenosos. En un principio se los disimulé con queso gruyere; las cucas devoraban el queso y, burla cruel, dejábanme los polvitos. Luego, cuestión de gastos, los polvos los espolvoreé con queso del país. Las cucas, mofa sangrienta, se comían los polvitos y desechaban el queso aborigen, y seguían creciendo, multiplicándose con afán y mandándose hasta la cocina.

Yo, aquel terror a la metástasis, y que recinto de trabajo, habitación y cuarto de servicio los fuesen a tomar de Líbano, Iraq o Afganistán; un terror que se transformó en instinto criminal; de asesino, de genocida, de Bush con injerto de Obama. Al más puro estilo del Pentágono gringo recurrí al de grueso calibre; no al mío, sino al de otro señor, el exterminador de plagas domésticas. Levanté el auricular y… (Sigo mañana.)

Cadaverina y formol

Noviembre una vez más, mis valedores, este que comenzó ceniciento, con aroma de incienso y de cempazúchil, resonancias de ultratumba y del memento homo. Hoy me pongo tristón, memorioso, y me aplico a discurrir de ese que se nos tornó el ánima  de noviembre, el fantasmón llamado Don Juan Tenorio. Porque es en noviembre cuando la tradición se da testerazos con el figurón sevillano de oropel, capa y espada, plumón al viento y desplantes de matasiete, macho entre machos que recorre las noches sevillanas siempre en urgida brama de amoríos de traspatio, de trasputín, que a algunos resultan los más deleitosos. ¿Tal vez por efímeros?

Noviembre da vida –efímera- al romanticismo teatral del XIX español, que en escenario frondoso se nos torna hazañas y tropelías del héroe de fuegos fatuos y lances de encrucijada, el bigardón de la bravata y el voto a tal; el de las imprecaciones a cielos e infiernos y las agresiones de honras femeninas. Noviembre da vida -pasajera también, como toda vida que se respete- a la rendida y crédula doña Inés, y a la de Pantoja que a lo largo de los 30 días de este mes vuelve a troncharse al asedio verbal, todo retóricas y prosopopeyas, del labioso logrón de todo lo que huela a cosa femenina. Aquí tomándolo en serio y allá entre befas, morcillas y chabacanas parodias, este mes y sobre el escenario habrá de resucitar la procesión de fantasmas, cadaverina y formol, que en la memoria colectiva  cargan sobre sus lomos el estigma de inmortales. Noviembre.

Del repertorio romántico español se nos cuela vivito y trovando ese Don Juan de las fanfarronadas y los queveres de alcoba. Están aquí las balandronadas en metro octosílabo y los arranques aspaventeros del Burlador, azote de hogares con mozas honestas y hosterías con las del partido, que para el gusto del garañón tanto monta, monta tanto. Aquí llega, raso y terciopelo, clamando una vez más aquel: ¿No es verdad, ángel de amor?  Es por gracia de esos imponderables que nunca faltan en la humana industria, que mi Don Juan se alza a la mitad del foro y resiste el paso de las épocas, las glosas más burdas y las más crueles parodias, las más chabacanas y convenencieras de la industria del espectáculo para alimento espiritual de los pobres de espíritu. Don Juan.

¿Es este, de veras, la representación de un determinado carácter humano? ¿Es un personaje real, posible, de tres dimensiones, o no pasa de ser un mito, un mal sueño, y los sueños, sueños son? En algún punto sus estudiosos se ponen de acuerdo: en modo alguno Don Juan representa al prototipo del caballero español, ni al del aventurero, ni al del conquistador de honras femeninas; los elementos que forman la psicología del Tenorio son irreductibles a un ente humano. Es un mito, y los mitos, mitos son, pero su estatura de héroe a la altura de las galerías, su empaque de gallo, de macho, de garañón a ojos del vulgo, su mala fama, tan buena, de revolvedor de agazapados deseos y apetitos mal confesados, ¿quién se los quita?

Difícil tratar una entelequia, una sombra construida con la misma sustancia con que se traman consejas y fantasmones. Mito será, formol y carantoña engolada muy al modo del XIX español, pero ahí nos llegó, con noviembre, este sevillano de utilería, drama y parodia, para el que quiera algo de él. Vale.

¿Respecto al creador por antonomasia del Don Juan? Uno que asentó esto a modo de epitafio novembrino: “Lo que constituiría mi desgracia sería vivir todavía algunos años más”. Firma: José Zorrilla. Y no más. (RIP.)

¡Otra cañonazo!

Intentó hacer amigos  a sus enemigos. Sólo consiguió transformar a sus propios amigos en   enemigos.

Crédulo como fue el presidente Madero, e inhábil para gobernar un país que levantó en armas, su exceso de buena fe lo iba a llevar hasta un terreno baldío donde la noche del 22 de febrero de 1913 recibiría un tiro, uno solo, en la nuca. Y ahí se inició una nueva etapa de la revolución.

Los Madero, Pino Suárez, Mondragón, Reyes, Díaz, Blanquet,  Henry Lane Wilson, Victoriano Huerta,  y una Ciudadela en llamas. Zopilotera y hedor, esa historia…

La historia de la Decena Trágica. Una mala decisión de gobierno, el complot de un quinteto de traidores y una zona de la ciudad que se incendia entre derramamientos de sangre. A 97 años del holocausto y ya con el juicio incontrovertible de la historia, escuece reconocer que  iba ser un manso  Madero y no Ricardo Flores Magón,  ideólogo y luchador civil, quien llevase al país a dar el salto de calidad. Más allá del calificativo de mártir no pudiese resistir ningún otro ese al que a su hora nombraban Panchito Madero.

Tú qué adalid vas a ser – te lo digo sin inquinas – gallo bravo quieres ser – y te falta, Chantecler, – lo que ponen las gallinas”.

Hasta allá permitió Madero que sus enemigos, al pretexto de una mal entendida “libertad de expresión y de imprenta”, perpetraran verdaderos delitos civiles en contra de la investidura presidencial. Uno de quienes más irían a zaherirlo fue José Juan Tablada, personaje de claroscuros: excelente en cuanto poeta y hombre de ingenio, reaccionario en su ideología, su odio al vitivinicultor lo llevó a vituperarlo con burletas sangrientas, sobre todo en la polémica que sostienen un perico y el gallo Chantecler, sainete al que pertenece la cuarteta anterior, vitriolo quintaesenciado.

Este mismo Tablada nos dejó la crónica exacta de los sucesos que detonaron la Decena Trágica. De su diario, fechado en 1913:

«Domingo 9 de febrero – De México me telefonean que la guarnición se ha sublevado al grito de ‘¡Vivan Félix Díaz y Bernardo Reyes!’, que se oye el tiroteo en los barrios y que el Presidente está en Chapultepec, en calidad de preso, por los alumnos del Colegio Militar (cadetes de la Escuela de Aspirantes, de Tlalpan, sublevados contra Madero por obra de Mondragón, mis valedores); que por las calles corren caballos sin jinete y que el tiroteo continúa. Coyoacán, sin comunicación de tranvías con la capital.

11.30 AM – J.M.A. me habla por teléfono. Dice que están tirando con metralla sobre la ciudad desde la Ciudadela, donde hay  tropas leales al Gobierno.

10.50 AM – Pretendo volver a hablar por teléfono y me contestan de la Central que están rompiendo las líneas y que ya no hay en servicio más que una sola…

12.10 AM – El mozo al que mandé para que comprara una pequeña despensa en previsión de probables escaseces dice que es imposible ir allá, pues el tráfico de tranvías continúa interrumpido.

5.20 PM – Telefonean que Mondragón ha intimado rendición al Presidente Madero encerrado en Palacio, dándole como plazo hasta las 6 de la tarde. Cualesquiera que sean los cargos al Gobierno, al hombre civilizado le repugnan estos brutales procederes de la fuerza bruta, que ya parecían proscritos de nuestra dinámica social.

5.50 PM – Que la Prisión Militar de Santiago y las redacciones de El País, La Tribuna y El Heraldo, han sido incendiadas por el populacho. Que llueven los proyectiles y la ciudad está llena de cadáveres.

“¡Un cañonazo! ¡Otro cañonazo!’”

(Esto sigue después.)

Próculo se llamaba

Y era lo que se dice un alma de Dios, corazón de malvavisco y de condición tan tierna que rayaba en la pendejez. Sastre de oficio en el barrio, don Próculo derivó en solterón, porque aquel carácter de queso tierno, tal temple de jericalla, no le alcanzó para agencias de una amantísima, esa la sin par Nallieli que habita junto a nosotros, la amadora amante que nos es todo, y tantito más: tuétano, almendra y puntal del oficio del diario vivir, y esto me lo van a entender aquellos de ustedes que saben de varonía y corazón de pan fresco, como es el mío, y sigo.

A falta de hembra para asuntos de amor, este don Próculo había cifrado sus ilusiones en un caballo. Era aquel su sueño, que soñaba dormido y despierto, soñándose jinete galano, galán que en penco alazán se paseara, lucidor, del parían a la plaza de armas, en cosas de lucimiento…

Cachondeando su sueño don Próculo fue ahorrando centavo a centavo sobrante de alforzas, pespuntes y dobladillos, hasta el día en que llegó a juntar los oros bastantes para hacer vivo su sueño, su gran ilusión: un retinto bailador. Perfecto.

¡Helos, helos, por do vienen, cuatralbo alazán tostado, con un lucero en la frente, y el sastre encima! Y a darle gusto a la vida, don Próculo jinete en el pajarero manojo de temperamento, qué bien.

Darle gusto es un decir, que apenas sentía al sastrecillo sobre los lomos, el penco sobrón se alzaba, entero él, y hacía lo que sus reverendas criadillas le iban dictando, y al cuerno rienda y espuelas. ¿Que el sastre decía media calle y el penco media banqueta? Por la banqueta nos íbamos, a querer o no. ¿Que don Próculo calle real y el cuaco callejón de las guilas? Por frente a la daifas pasábamos, y a enrojecer a las risotadas de las del gusto, que para eso había mucho caballo para tan menguado Próculo. De dar pena.

Y fue así, mis valedores: algún domingo de aquellos, a la hora de misa mayor, cierto charrito cerrero quedóse viendo al caballo. Cetrino el hombre, seco de carnes, estevadas las zancas, percudida gamuza de chamarra y pantalón, espuelas y cuarta de cuero crudo; varón era aquel de los buenos cristianos que nacen, crecen y estoy por decir que se reproducen a lomos de penco. Ahí miró al animal, ahí lo fue semblanteando, un momento lo observó, y al sastrecillo, que sesteaba al pie: “Oiga, don, si me hiciera la valedura de emprestármelo un su ratito pa calarle la condición”.

Y sí: un brinco, y el charrito estaba horquetado en el penco y lo animaba con suave chasquido de labios: “Tch, tch, caballo”. Y fue entonces. Aquel alazán sobrón, apenas sintiendo jinete encima, decidió que era bueno el atrio de La Porciúncula para corcovos a esa hora dominguera en que mozas de pañoleta bordada y demás gente de bien salían de sus devociones rumbo a la plaza. Entonces (fijaros bien), que ante un bruto desbozalado el charrito mete un apretón de zancas, un tirón de rienda, un enterrón de espuelas en las verijas y el reatazo en el anca.

– ¡Penco carbón! Y que asegunda el cuartazo. “¡Jijodiún!”

Dicen los viejos de la comarca, y al decirlo sonríen con los puros ojos, que al poderío de la rienda y pegando ardido sentón de nalgas, el penco desobediente, un calambre ardoroso el cuartazo, giró la testa y con espantados tomates miró al charrito. Entonces, baba sanguinolenta y quebradita la voz, dijo así a su mandón:

– ¡Ay, mi señor, perdóneme, creí que era don Proculito!

Mis valedores: a resultas del 2012, ¿quién vendrá a ser el charrito que dé el cuartazo en las nalgas del narco? Porque don Proculito… (En fin.)