A don Porfirio, gratitud nacional

Al menos eso sugiere Francisco I. Madero en La sucesión presidencial,  obra que redactó dos años antes de lanzarse a la lucha armada, cuando iba a estallar, cargado de agitación y energía, su Plan de San Luis. Esla historia. Es México. Hoy, en vísperas de la conmemoración del salto de calidad que logró derrocar al que parecía inconmovible, aquí una semblanza personal que de Porfirio Díaz nos legó Madero, víctima, actor y testigo de aquellos años de turbulencia y depredación. Porque hay que desacralizar una historia oficial  en tantos sentidos parcial y convenenciera y porque  el retrato resulta hoy, en las riberas de la efemérides, particularmente significativo por quien es el lisonjeado y quien el lisonjeador yo, en contracanto (en contrapunto, a contracorriente) de la historia oficial, muestro aquí, con sus propias palabras,  a un  Francisco I. Madero que en La sucesión presidencial se muestra como admirador decidido del dictador:

El general Díaz, con su mano de hierro ha acabado con nuestro espíritu turbulento e inquieto y ahora que tenemos la calma necesaria y que comprendemos cuán deseable es el reino de la ley, ahora sí estamos aptos para concurrir pacíficamente a las urnas electorales.

Curioso, mis valedores. La humana condición. Culpas son del tiempo, que no del mártir, tales conceptos, humazo  del  copal que en 1908 y ante el altar del dictador, depredador y genocida (Tomóchic, indígenas yaquis, Cananea y Río Blanco, etc.) quemó el honesto vitivinicultor a quien tocó en suerte iniciar, para la historia oficial,  el movimiento revolucionario de 1810, mérito hurtado a los hermanos Flores Magón. Y a propósito…

¿Habrá, entre los gobernantes de este país figura que se equipare en cuanto a cimas y simas,  luces y sombras, al “héroe de la Patria” y dictador que haiga sido como haiga sido y en alto la bandera de la “no reelección”, invadió a la viva fuerza el palacio de gobierno?  Mañana se habrá de conmemorar el estallido de sangre y hornaza que iba a dar con los huesos del héroe y dictador en un cementerio de París. Rigores de la historia. Es México.

Porfirio Díaz. Ni sólo héroe patrio ni únicamente villano, que el de Oaxaca supo ganarse esas y muchas más calificaciones. Tal es la conclusión en que coinciden historiadores y demás estudiosos que analizan el pro y el contra del reeleccionista que se proclamaba adalid la “no reelección”. ¿Lo dije antes? Es la historia; es México.

En fin, que contexto obligado en vísperas de los festejos patrios del 20 de noviembre, aquí y ahora he engranado para todos ustedes este sartal de alabanzas con las que  en Madero se aplica a colorear la estampa del dictador. Juzguen ustedes el siguiente retazo de biografía familiar del dictador:

La vida privada del general es intachable; como padre de familia ha sabido dirigir con acierto la educación de sus hijos. Como esposo, es un modelo. Ha prestado dos grandes servicios a la patria: acabar con el militarismo y borrar los odios que dividían a la gran familia mexicana.

Porfirio Díaz y la plaga endémica del mexicano de ayer y hoy:

“Los progresos aterradores del alcoholismo. ¿Por qué no emplea el general Díaz su mano de hierro para extirpar esa gangrena social? El pueblo bajo nunca se ve obligado a ir a la escuela y encuentra en todas partes el medio de satisfacer sus instintos bestiales…”

Y conceptos como los siguientes, para mí incomprensibles en uno que se nos quedó en la historia, en el bronce, en el mármol: (Esos, mañana.)

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