Porque el héroe renace de sus cenizas. La noticia que difunde la América Mestiza de José Martí.
Con banderas a media asta, Cuba vivió un día de actos en homenaje a Juan Almeida Bosque, Comandante de la Revolución y uno de los atacantes del Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1959, que falleció el pasado viernes, 11 de septiembre, a los 82 Años de edad.
Juan Almeida, comandante de la Revolución. Como Ernesto Guevara, el propio Fidel Castro y tantos más, Juan Almeida visitó México, y de aquí se ausentó en el yate Granma con la encomienda cumplida de liberar su Cuba secuestrada por uno de los tantos proyanquis y vendeptrias que gobiernan nuestros países al sur del Bravo. Yo, porque ello también toca la dimensión del héroe, recuerdo al combatiente con una anécdota humana y a ras de suelo: con su revolución todavía en cartuchera, este cubano Juan Almeida se refería a nuestro país y sus alimentos terrestres, y trataba de hacerse entender de un su paisano:
– En México me encontré con Eugenio, que llegaba de San José de Costa Rica, parado en un puesto de tacos. Tú sabes lo que es taco, ¿no? Una torta que hacen los mexicanos de harina de castilla, con un poquito de carne de puerco, y enrolladita así…
Enrolladita Por cuanto a los Estados Unidos, el combatiente de la triunfante revolución intentaba entender y hacerse entender del yanqui, y en la pluma de C Wright Mills, norteamericano, se formulaba aquellas interrogantes:
«¿Qué o quiénes son hoy los Estados Unidos? ¿Y el Pentágono? ¿El imperialismo va a decidir el uso de tu gran fuerza, yanqui, en relación con Cuba y con todos los pueblos del mundo hambriento? ¿El departamento de Estado? ¿El yanqui o el pueblo de los Estados Unidos…?»
El viaje a México, la permanencia de meses -¿años?-, el regreso a su tierra -a su Sierra– y ya en plena revolución, las impresiones de un Manuel Fajardo, combatiente de Sierra Maestra:
– La detención de los norteamericanos fue una de las medidas más valientes de la guerra Se cogieron como a 38. No es que tenga nada contra ellos, el problema político lo separo de mi opinión personal sobre estos marines que traté personalmente: la gente más despreciable que puede haber en el mundo son los marines norteamericanos. No he visto seres humanos más corrompidos que esa gente
(¿Por qué a mí se me vino a la mente Guantánamo, Abu Grahib?)
Pero no sólo el yanqui. Dentro del propio territorio cubano los contrarrevolucionarios hacían su labor de zapa a favor de los yanquis. El retrato hablado de los tales en la versión de un Armando Valladares, poeta mediano por aquel entonces preso en alguna cárcel cubana:
– Recuerdo a mis compañeros fusilados. Pensé en Julio y en su desprecio por la vida, defendiendo sus criterios de Libertad y Patria, y pensé en todos aquellos que con una sonrisa en los labios marchaban a los paredones, y pensé en la integridad de aquellos mártires que morían gritando: ¡Viva Cuba Libre! ¡Viva Cristo Rey! ¡Abajo el comunismo…!”
«Escucha, yanqui: esos contrarrevolucionarios no tienen el valor para luchar con las armas en la mano. Lo que están haciendo, conspirar contra nosotros, les debe costar millones de dólares. Su propaganda contra nosotros, sus viajes, su sostenimiento: ¿de dónde sale tanto dinero? ¿De las compañías yanquis afectadas por nuestra revolución? ¿De la CIA? ¿Del departamento de Estado? En Cuba hay muy pocos contrarrevolucionarios, y son impotentes para reunir otros elementos alrededor de ellos (…) Cuando los obispos salieron con una declaración general contra el comunismo, la mayoría de la gente de las iglesias simplemente se rió. Sabían que se trataba sólo de la ignorancia y el temor de los contrarrevolucionarios».
Triunfante la Revolución de Sierra Maestra, y en la versión de C. Wright Mills, la voz de Cuba, sus advertencias al yanqui: «Lo que debes hacer, en nuestra opinión, es actuar políticamente en tu propio país, asegurar que tu gobierno no utilice la violencia, ni directa ni indirectamente, contra la Revolución Cubana. ¡Manos fuera de Cuba!, eso es lo único que queremos de ti. ¿Es pedir demasiado? Con eso, la nueva nación que estamos dando a luz se sentiría muy aliviada y se reducirían enormemente los dolores del parto (…) Que tu gobierno reconozca que Cuba es un Estado soberano. Que tu gobierno renuncie para siempre a la absurda e histérica idea de que puede destruir todo lo que significa nuestra revolución. Lo que queremos de tu gobierno sólo puede expresarse en una palabra: nada. O en dos: déjanos tranquilos».
Cuba, la de Fidel, la Cuba de Raúl, la Cuba invencible Maceo y de nuestro José Marti, el genio americano. Comandante Juan Almeida, héroe de la Revolución. (A su memoria)